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ENTREVISTAS DE TRABAJO
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Dos días más tarde, vuelvo a ir en el Jetta con Sai, indicándole cómo llegar a la sede de la campaña electoral de mi madre para que haga una entrevista de trabajo.
Hoy parece una persona completamente distinta a la que nos quiso llevar al País de la Lluvia en la ruta del Bacardi. Lleva un inmaculado traje color caqui con una corbata a rayas rojas y amarillas. No deja de tamborilear los dedos sobre el volante, mientras se enciende un cigarrillo tras otro.
—¿Te encuentras bien? —pregunto antes de decirle que tiene que girar a la izquierda en la próxima intersección.
—Estoy hecho una mierda. —Sai tira por la ventana la colilla del último cigarrillo que se acaba de fumar y vuelve a pulsar el encendedor del vehículo—. Llevo días sin beber ni una gota de alcohol y sin meterme nada. Creo que es la temporada más larga que llevo limpio desde que tenía, ¿cuántos?, ¿once años? Estoy fatal.
—¿Estás seguro de que quieres un trabajo como este? Las campañas electorales me ponen muy nerviosa, y eso que yo no estoy bajo los efectos del síndrome de abstinencia.
Sai suelta un resoplido.
—¿Síndrome de abstinencia? ¿Quién coño sigue llamándolo así? Hablas como mi abuelo.
Pongo los ojos en blanco.
—Siento no conocer la jerga de hoy en día para ese tipo de situaciones. Pero me has entendido perfectamente.
—No puedo quedarme todo el día en casa con mi madre. Va a conseguir que me suba por las paredes. Además, si no demuestro que puedo hacer algo de provecho con mi vida me llevarán directo a la Academia de Raiz.
—¿En serio? ¿Se llama así?
—Algo parecido. Academia Guillotina… ¿Academia Castración? Da igual, pero no parece un lugar en el que una persona como yo sobreviviría. No creo que mientras me alimento de raíces o bayas, o aprendo a construir una brújula con telarañas o hago lo que sea que hace uno cuando te dejan abandonado en pleno desierto, vaya a tener una inspiración divina que me indique qué quiero hacer con mi vida. Esas cosas no van conmigo.
—Creo que deberías trabajar con el padre de Naruto. —Señalo a la derecha cuando llegamos a otra intersección—. Es una persona mucho más calmada que mi madre. Además, con él tendrás las noches libres.
—El padre de Naruto tiene una ferretería, Hinata. Y yo ni siquiera sé diferenciar un destornillador de una llave inglesa. No soy un experto manitas, como tu amorcito.
—No creo que tengas que ponerte a arreglar nada, solo vender material. Es este edificio de aquí.
Sai frena en seco en el camino de entrada a la sede de la campaña electoral. Un lugar donde el césped está lleno de enormes carteles rojos, blancos y azules en los que se lee: «HORAI HYUGA: NUESTRAS CIUDADES, NUESTRAS FAMILIAS, NUESTRO FUTURO».
En alguno de ellos aparece mi madre con un impermeable amarillo, estrechando la mano a varios pescadores o a otros héroes de la clase obrera. En otros, está la madre que conozco, esa que lleva el pelo recogido en un moño, vestida de punta en blanco y hablando con «personalidades importantes».
Sai sale del vehículo y camina por la acera, poniéndose recta la corbata. Le tiemblan los dedos.
—¿Seguro que estás bien?
—Deja ya de preguntármelo. La respuesta va a seguir siendo la misma. En este momento soy como un ocho coma nueve en la escala de Richter.
—Pues no hagas esta entrevista.
—Tengo que hacer algo o me volveré loco —masculla. Después me mira y suaviza la expresión—. Tranquila, preciosa. Cuando no voy demasiado bebido o colocado, soy el rey de las apariencias.
Estoy sentada en el vestíbulo, hojeando una revista y preguntándome cuánto durará la entrevista, cuando recibo una llamada de Naruto.
—Hola, nena.
—Hola. Todavía estoy con la entrevista de Sai.
—Mi padre me ha dicho que se pasen por aquí cuando terminen, si es que a Sai le interesa trabajar con nosotros. Además, aquí hay un empleado que está loco por ti.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo es ese empleado? ¿Ya consigue correr con botas militares dos kilómetros por la playa en cuatro minutos?
—No. Aún le queda un poco. Creo que la última vez que lo intentó, la chica que le cronometró le distrajo un poco.
—Entonces debería trabajar un poco más su concentración.
—Qué va. Le encanta que su concentración esté donde tiene que estar, pero gracias. Te veo cuando se pasen por aquí.
Todavía estoy mirando al teléfono con una sonrisa de oreja a oreja cuando Sai regresa.
—Ustedes dos dan ganas de vomitar —dice sacudiendo la cabeza.
—¿Cómo sabes que estaba hablando con Naruto?
—Por favor, Hinata, he oído tu risa tonta desde la otra habitación.
Cambio de tema.
—¿Cómo te ha ido con el director de campaña de mi madre?
—¿Quién demonios es ese tipo? Con él, la expresión «arrogante de mierda» cobra todo su sentido. Aunque… estoy contratado.
Mi madre sale del despacho que hay en la parte de atrás, coloca una mano en el hombro de Sai y le da un pequeño apretón.
—Nuestro pequeño Sai es toda una promesa, Hinata. ¡Estoy tan orgullosa de él! Deberías pasar más tiempo con este muchacho. Sabe muy bien lo que quiere en la vida.
Hago un seco gesto de asentimiento mientras Sai sonríe.
En cuanto salimos de la sede, pregunto:
—¿Qué has hecho exactamente para ganarte esos elogios?
Sai vuelve a resoplar.
—Caray, Hinata. Me habrían expulsado de Ambu hace años si no hubiera aprendido a congraciarme con los poderes fácticos. El invierno pasado, hice un trabajo sobre el Primer Hokage. En esa entrevista. —Hace un gesto hacia el edificio desde donde se coordina la campaña de mi madre—, me he limitado a soltar unas cuantas frases de nuestro antiguo dirigente. Don arrogante y tu madre casi han tenido un orgasmo al escucharlas…
Levanto la mano.
—No hace falta que sigas, ya me lo imagino.
—¿Qué les pasa siempre a ti y a Sakura? Son dos auténticas estiradas. —Los siguientes minutos se limita a conducir a bastante velocidad. Al cabo de un rato añade —: Lo siento. Estoy un poco nervioso. No te imaginas lo que daría por poder colocarme un poco.
Con la ridícula esperanza de distraerle, le comento lo de la oferta del señor Namikaze.
—Estoy tan desesperado que no pierdo nada por intentarlo —dice finalmente—. Pero de ningún modo aceptaré el puesto si tengo que llevar un delantal.
—Nada de delantales. Y verás a Ino más a menudo porque se pasa mucho por allí.
—Trato hecho. —Sai vuelve a estar de buen humor.
Cuando llegamos a la ferretería, Naruto y el señor Namikaze están detrás del mostrador.
Naruto nos está dando la espalda y su padre está apoyado con los codos sobre la encimera de una forma que me recuerda mucho a su hijo cuando hace lo mismo sobre la mesa de la cocina. El señor Namikaze es un poco más robusto que Naruto, más como Shee. ¿Se parecerá Naruto a él cuando tenga cuarenta años? ¿Seguiré viéndole en esa época?
El señor Namikaze alza la vista hacia nosotros y sonríe.
—Pero si es Sai Haruno, de los Boy Scout. Fui líder de tu tropa, ¿te acuerdas?
Sai le mira alarmado.
—¡No me jod…! Mmm… ¿Se acuerda de… mí… y aún así está dispuesto a hacerme una entrevista de trabajo?
—Claro. Vamos a la oficina que hay detrás. Puedes ponerte cómodo y quitarte la americana y la corbata.
Sai le sigue por el pasillo. En este momento parece de todo menos cómodo. Sabe que plagiar ahora al Hokage no le va a servir de mucho.
—¿Tu padre siempre ha sido así de duro? —pregunta Sai, mientras nos lleva en el Jetta a casa.
Me pongo a la defensiva al instante, pero a Naruto parece no afectarle el comentario.
—Sabía que pensarías eso de él.
Observo el perfil de Naruto en el asiento del copiloto, con el cabello despeinado por el viento. Yo voy detrás. Sai ha vuelto a fumar un cigarrillo tras otro. Agito la mano delante de mi cara para dispersar el humo y abro un poco la ventanilla.
—Menuda condición que ha puesto solo para un empleo. —Sai baja el parasol del asiento del conductor y un paquete de Marlboro cae en su regazo—. No sé si merece la pena.
—No es que quiera entrometerme en tus asuntos —Naruto se encoge de hombros—, pero peor que ahora no vas a estar, eso seguro.
—No es cuestión de peor o mejor, idiota. Es que no me deja opción.
—Como si tuvieras muchas —comenta Naruto—. Yo lo intentaría.
Siento como si estuvieran hablando en clave. No tengo ni idea de lo que está pasando. Vuelvo a inclinarme para observar a Naruto y le noto esquivo, no como el muchacho que me besa con dulzura para desearme las buenas noches.
—Pues ya hemos llegado —dice Sai, aparcando en el camino de entrada de los Namikaze—. Hogar, dulce hogar. Buenas noches, tortolitos.
Tras despedirnos de Sai, nos quedamos en el jardín de los Namikaze. Echo un vistazo en dirección a mi casa y, como esperaba, veo todas las luces apagadas. Mi madre no ha llegado todavía. Miro el reloj de pulsera de Naruto. Las siete y diez. Debe de estar en otra reunión/inauguración/debate… o lo que sea.
—¿Qué ha pasado con Sai? —pregunto, tiro de su muñeca para trazar un sendero con el dedo por sus venas azules.
—Mi padre ha puesto como condición para el trabajo noventa días de abstinencia y noventa reuniones —explica él—. Según él, es el tiempo que necesita una persona para empezar a desintoxicarse del alcohol. Sabía que haría algo así. —Me acaricia suavemente el cuello con los labios.
—¿Noventa reuniones con quién?
—Noventa reuniones en Alcohólicos Anónimos. Sai Horuno no es el único que se ha metido en problemas. Cuando era joven, a mi padre le encantaba salir de fiesta y emborracharse. Nunca le he visto beber una gota de alcohol, pero lo sé por las historias que él mismo cuenta. Supe que en cuanto viera a Sai, sabría qué le pasaba.
Subo la mano y toco la boca de Naruto, trazando la curva de su labio inferior.
—¿Y si Sai no lo consigue? ¿Y si termina metiendo la pata?
—Todos nos merecemos una oportunidad, ¿no? —Desliza las manos por la parte trasera de mi camiseta y cierra los ojos.
—Naruto —susurro. O mejor dicho, suspiro.
—A ver si consiguen una habitación —sugiere una voz. Alzamos la mirada y vemos a Ino acercándose a nosotros, con Jugo pisándole los talones.
Naruto se separa de mí y se pasa las manos por la cabeza. El gesto le deja el pelo revuelto y le da un aspecto más atractivo si cabe.
Ino niega con la cabeza y se mete en casa.
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