.
.
.
¿QUÉ MÁS PODRIA DESEAR?
.
.
.
Nuestra casa vibra con una extraña energía el día de la conmemoración de la Primera Guerra Ninja. Ese día, para que lo entiendan, es la fiesta de Konoha. Al principio de la Guerra, el País del Rayo quemo unos cuantos barcos en nuestro puerto antes de continuar hacia batallas más importantes, por eso Konoha siempre ha sentido de manera especial el día de la Guerra. El desfile comienza en el cementerio que hay detrás del ayuntamiento, continúa por la colina de la antigua iglesia baptista, donde los veteranos colocan una ofrenda floral en la tumba al soldado desconocido, baja la colina hasta la avenida principal con sus hileras de árboles, pasa por las casas pintadas de blanco y amarillo y los graneros rojos, limpios y ordenados como una caja de acuarelas, y termina en el puerto. Todas las bandas locales tocan música patriótica. Y desde que salió elegida, mi madre se encarga de dar el discurso de apertura y clausura. El estudiante con mejores calificaciones de la escuela secundaria local lee el preámbulo de la Constitución y otro estudiante modelo da un discurso sobre la vida, la libertad y la búsqueda de la justicia.
Este año, esa estudiante es Sakura.
—¡No me lo puedo creer! —repite una y otra vez—. ¿Y tú? El año pasado le tocó a Sasuke y ahora a mí. ¡Ni siquiera creía que mi artículo sobre las Cuatro Libertades fuera el mejor! Pensaba que el que escribí sobre Huckleberry Finn y Holden Caulfield estaba más logrado.
—Pero no es el más adecuado para este día —puntualizo yo. Si soy sincera, también estoy bastante sorprendida. Sakura detesta la escritura creativa. Siempre se le ha dado mejor memorizar que teorizar. Y eso no es lo único raro hoy.
Mi madre, Obito, Sakura y yo estamos en nuestro salón. Mamá está escuchando el discurso de Sakura mientras Obito está centrado en las actividades de este día festivo, intentando, según sus propias palabras, que mi madre «le ponga un poco más de chispa» este año.
Está tumbado sobre el estómago, frente a la chimenea, con recortes de prensa y varios folios esparcidos frente a él y un rotulador fluorescente en la mano.
—Este discurso parece un calco de los anteriores, Horai. Lo voy a llamar «La Maldición del Bien Común». —Alza la mirada y nos guiña un ojo a las tres—. Este año necesitamos fuegos artificiales.
—Ya los tenemos —señala mamá—. Todos los años Confecciones Onoki nos regala unos pocos y solicitamos las licencias pertinentes con meses de antelación.
Obito ladea la cabeza.
—Horai. Cariño. Fuegos artificiales en sentido figurado. —Golpea los recortes de prensa con el dorso de la mano—. Estos discursos están bien si pretendes terminar en los medios de comunicación locales. Pero puedes hacerlo mucho mejor. Y querida, si quieres ganar estas elecciones, no solo puedes, «debes» hacerlo mejor.
Las mejillas de mi madre se tiñen de rosa, señal inconfundible de incomodidad en ella. Se acerca hacia él, apoya la mano en su hombro y se inclina para ver las notas que ha tomado y frases que ha subrayado.
—Dime cómo. —Hace clic en su bolígrafo para sacar la punta y da la vuelta a una hoja del cuaderno para empezar a escribir en una página en blanco. Parece que se ha olvidado de que Sakura y yo estamos allí con ellos.
—¡Caramba! —dice Sakura cuando vamos en bici de camino a su casa—. Me he quedado impactada. Ese Obito sí que sabe cómo manejar a tu madre, ¿verdad?
—Supongo. Últimamente, siempre es así. No entiendo cómo… Bueno, está claro que él le gusta mucho, pero…
—¿Crees que es por… —baja la voz—… el sexo?
—¡Por Dios, Sakura! No tengo ni idea. Y no quiero imaginarme a ninguno de los dos en esa situación.
—Pues o es por eso o le han hecho una lobotomía —murmura Sakura—. ¿Qué crees que debería ponerme? ¿Algo de color rojo, blanco y azul? —Se baja de la acera a la carretera para poder ir paralela a mí—. Di que no, por favor. Tal vez solo azul. O blanco. ¿Aunque no pareceré demasiado virginal solo de blanco? —Hace una mueca—. No, mejor no. ¿Le pido a Sasuke que me grabe ensayando el discurso y lo inserto en mi solicitud de la universidad? ¿O te parece una tontería?
Sigue haciendo preguntas para las que no tengo respuestas porque estoy completamente distraída. «¿Qué le está pasando a mi madre? ¿Desde cuándo escucha a alguien que no sea ella misma?».
Hanabi viene a casa para la gran celebración del día con nosotras. Y parece que ha venido por voluntad propia porque dice que El País de las Olas «está hasta arriba de turistas este fin de semana». No tiene sentido preguntarle cómo con apenas un mes después de servir mesas en un restaurante ya se considera una vecina en lugar de una «turista». Así es mi hermana.
Konohamaru también ha venido. Le ha regalado a Hanabi una pulsera de oro con una pequeña raqueta de tenis colgando que mi hermana no pierde oportunidad de enseñar haciendo extraños movimientos de muñeca.
—Me la dio con una nota que decía «Vivo para servirte» —susurra la misma noche que llega a casa—. ¿Qué te parece?
A mí me suena a las típicas frases que aparecen en las camisetas que Sakura vende en el Castillo, pero los ojos de mi hermana brillan llenos de emoción.
—¿Qué fue de eso que decías de que las relaciones a distancia no funcionaban?
«Sí, ya lo sé, soy una aguafiestas».
—¡Ya me agobiaré en septiembre! —ríe Hanabi—. ¡Jesús, Hinata! Todavía faltan un par de meses. —Me da una palmadita en el hombro—. Lo entenderías si estuvieras enamorada.
Una parte de mí está como loca por decirle: «Bueno, Hanabi, en realidad…».
Pero estoy tan acostumbrada a no decir nada, a ser una mera espectadora mientras mi madre y mi hermana cuentan sus historias, que me callo y me limito a escuchar lo que me cuenta sobre lo bien que se lo está pasando en El País de las Olas, las fiestas a las que va, lo que hace y habla con Konohamaru…
Cuando las bandas escolares se reúnen a las ocho de la mañana el 4 de julio, estamos casi a treinta grados y el cielo tiene ese tono azul deslumbrante que anuncia que el día se va a poner más caluroso aún. A pesar de lo cual, mi madre tiene un aspecto fresco y radiante con un traje de lino blanco coronado con un enorme sombrero de paja azul con un lazo rojo. A Hanabi le han obligado a ponerse un vestido azul marino adornado con una faja blanca y yo llevo un vestido de seda blanco que a mi madre le encanta pero con el que parezco una niña de diez años.
Allí de pie, al lado de mi madre y Hanabi mientras el desfile se prepara para salir, puedo ver a Menma con su tuba y la cara roja antes de empezar. También veo a Karin, con los ojos entrecerrados y tensando las cuerdas de su violín. Cuando se lo coloca en el hombro, alza la vista, me ve y esboza una enorme sonrisa que muestra todo el aparato dental.
Aunque hoy no han abierto la ferretería, el señor Namikaze y Naruto están vendiendo banderas, pancartas y banderines para las ruedas de las bicicletas con Buna a su lado intentando ganarse unas monedas vendiendo limonada de una forma un tanto agresiva. «¡Eh, señor! Tiene cara de tener sed» o «¡Mire, señora, aquí! ¡Veinticinco céntimos el vaso!». La señora Namikaze debe de estar perdida entre la multitud con Gaara y Temari. Creo que nunca me había dado cuenta de la cantidad de gente que participa en este desfile; prácticamente todo Konoha.
La primera canción que toca la banda es Nuestro País es Hermoso… o eso creo porque son bastante malos. A continuación, el señor Umino, el director de la banda de la escuela secundaria, comienza a marchar lentamente seguido del resto del desfile.
Cuando entran en escena los tambores, mi madre se coloca detrás del podio.
Hanabi y yo estamos sentadas en las gradas, justo a su espalda, con Tenten (la mejor estudiante de este año) y Sakura. Desde esta posición por fin consigo localizar a la señora Namikaze. Está colocada en uno de los laterales, con un enorme algodón de azúcar en la mano que va dando poco a poco a Gaara mientras Temari se lo intenta quitar. Los Haruno están en el centro de la primera fila. El señor Haruno, rodea con el brazo a su esposa y a su lado está Sai con… ¿un esmoquin? Sé que su madre le había pedido que se arreglara para la ocasión y como a Sai le gusta llevarlo todo a un extremo, ha debido de ponérselo solo para fastidiar. Con el calor que hace debe de estar asándose.
Mi madre empieza su discurso, hablando de los doscientos treinta años de orgullo de Konoha, doscientos treinta años de excelencia y blablablá. No sé en qué se diferencia de los discursos de años anteriores, pero veo a Obito al lado del cámara del canal 9 de noticias asintiendo y sonriendo e inclinándose sobre el fotógrafo como si intentara asegurarse de que está tomando las fotos adecuadas.
Tras el discurso de mi madre, Sakura sube rápidamente al podio. Como en tantas otras cosas en su intercambio de ADN, los genes relativos a la altura tampoco se distribuyeron de forma equitativa. Sakura me saca cinco centímetros, no llega al metro sesenta y cinco, mientras que Sai hace años que superó el metro ochenta. Mi amiga tiene que subir algunos escalones para mirar por encima del atril. Una vez colocada, saca los folios que contienen su discurso, los desdobla y traga saliva. Está pálida.
Tras unos segundos de absoluto silencio empiezo a preocuparme. Entonces sus ojos se cruzan con los míos y empieza a hablar:
—En nuestros días y en este país, estamos acostumbrados a celebrar lo que tenemos. O lo que queremos tener. No lo que nos falta. Y en un día como hoy, en el que conmemoramos aquello que nuestros fundadores soñaron para nosotros, me gustaría hablar de las cuatro libertades a las que hizo referencia el famoso discurso de nuestro Primer Hokage. Hashirama Senju propuso como meta cuatro libertades fundamentales que todas las personas deberían disfrutar en cualquier lugar del mundo: libertad de expresión, libertad de culto, libertad de vivir sin carencias y libertad de vivir sin miedo. Pues bien, mientras que podemos celebrar que ya gozamos plenamente de la libertad de expresión y la de culto, las otras dos todavía son un objetivo pendiente…
El micrófono chirría de vez en cuando. Mi madre tiene la cabeza un poco ladeada y mira atentamente a Sakura, como si no hubiera escuchado el discurso de mi amiga media docena de veces. Hanabi y Konohamaru están con las manos entrelazadas y jugueteando disimuladamente con los pies, aunque sus rostros permanecen serios. Miro hacia la multitud y me fijo en los Haruno. La señora Mebuki tiene las manos juntas debajo de la barbilla; su marido, que no le quita ojo a Sakura, apoya el hombro sobre su mujer y Sai… Sai está con la cabeza inclinada hacia abajo y los puños sobre los ojos.
Cuando Sakura termina recibe un aplauso ensordecedor, lo que hace que su rostro se ponga tan rosa como su pelo. Después hace una rápida reverencia y regresa al asiento al lado de mi madre.
—¿Se podría haber expresado mejor? —Mi madre vuelve a hablar—. Este día es un día para celebrar lo que nuestros antepasados eligieron, y a lo que tuvieron que renunciar; lo que soñaron para nosotros y lo que nosotros hemos hecho realidad gracias al poder de sus sueños.
Mi madre continúa, pero yo solo me fijo en Sakura siendo abrazada por sus padres, que finalmente se centran en sus logros, no en los desastres de Sai. A mi amiga se le ve radiante de felicidad bajo los brazos de sus progenitores. Busco con la mirada a Sai, esperando verle en ese círculo familiar, pero se ha ido.
Mi madre continúa con su discurso, hablando de la libertad, las elecciones que deben hacerse y lo fuertes que debemos permanecer. Obito, que ahora se ha colocado en las últimas filas, sonríe y levanta los pulgares hacia arriba.
Tras el lento descenso desde la colina hasta el puerto, se hace la ofrenda floral a los soldados caídos y Chouji Akimichi, de la escuela de primaria, hace un solo de trompeta, tocando la marcha fúnebre propia de las Fuerzas Armadas. Entonces todo el mundo recita el juramento a la bandera y la parte solemne del día termina, dando paso a los algodones de azúcar, las limonadas frías y los helados.
Busco a Sakura, pero está entre la multitud con sus padres. Hanabi y Konohamaru se alejan a toda prisa de mi madre (Hanabi se marcha gritando algo por encima de su hombro y despidiéndose con la mano). Mi madre está rodeada de gente, apretando manos, firmando autógrafos y… ¡por favor!… besando niños. ¡Pero si nunca le han gustado los niños! Aunque ahora mismo cualquiera lo diría viéndola parlotear tan contenta ante una serie de diminutos futuros votantes calvitos y sin dientes. Me quedo aquí parada, preguntándome si se supone que tengo que estar a su lado todo el día o puedo marcharme a quitarme este vestido infantil que no hace más que picarme e ir a un lugar más fresco.
De pronto siento unas manos sobre mi cintura y los labios de Naruto descienden sobre mi cuello.
—¿Qué pasa, Hinata? ¿Hoy no llevas uniforme? Me preguntaba si vendrías disfrazada de estatua de la Libertad o de Kaguya.
Me vuelvo entre sus brazos.
—Siento haberte decepcionado.
Más besos. «Me he convertido en una de esas chicas que deja que la besen en público». Abro los ojos, me separo unos centímetros de él y miro a la zona donde se encuentra mi madre.
—¿También estás buscando a Sai?
—¿A Sai? No…
—Pasó delante del puesto de venta que hemos montado —dice Naruto—. Se le veía bastante deprimido. Deberíamos ver por dónde anda.
Nos quedamos un rato en la zona más alta de la avenida principal, yo apoyada en un muro de ladrillo blanco y Naruto usando su altura para buscar a Sai, pero no logramos dar con él. Entonces lo veo, con su esmoquin negro entre todas esas vestimentas veraniegas de colores hablando con Zabuza Momochi, nuestro «ocupado» traficante local.
—Allí está —señalo a Naruto. —Estupendo. —Naruto se muerde el labio—. Y en muy buena compañía por lo que veo.
Me pregunto si Zabuza también vende droga en el instituto.
Naruto y yo nos abrimos paso entre la multitud, pero para cuando conseguimos alcanzar a Zabuza, Sai se ha ido. Naruto me aprieta la mano.
—Le encontraremos —me dice.
Está con sus padres. Nos acercamos a ellos justo a tiempo de oír decir al señor Might Guy, que dirige la asociación de voluntarios de la biblioteca de Konoha: —Y aquí tenemos a nuestra pequeña estrella. —Da un beso a Sakura. A continuación se vuelve hacia Sai, que se ha dejado caer en el asiento que hay al lado de su hermana y comenta—: Tu madre me ha dicho que estás teniendo problemas en encontrar tu camino, jovencito.
—Ese soy yo —replica Sai sin alzar la vista—. El bala perdida de la familia.
El señor Guy le da un codazo en el hombro.
—A mí también me pasó, pero mírame ahora. —Se ríe.
El hombre tiene buenas intenciones, pero como el mayor logro por el que se le conoce es que es imposible escapar de él en cuanto empieza a hablar, Sai no parece obtener consuelo alguno de sus palabras. Sus ojos buscan entre la multitud, nos ve y sigue buscando como si creyera que no vamos a serle de mucha ayuda.
—Eh, Sai —dice Naruto—. Aquí hace mucho calor. Vámonos a dar una vuelta por ahí.
Sasuke acaba de acercarse a Sakura, que sigue recibiendo felicitaciones por su discurso. Está tan radiante que el sol a su lado no brilla lo suficiente.
—Vamos, Sai —repite Naruto—. Tengo el Escarabajo aparcado en la tienda. Vente a la playa.
Sai nos mira y luego vuelve a clavar la vista en la multitud. Al final se encoge de hombros y nos sigue, con las manos metidas en los bolsillos del esmoquin. Cuando llegamos al automóvil, insiste en ir detrás, a pesar de que con las piernas tan largas que tiene la idea resulta un poco absurda.
—Voy bien —espeta, haciendo caso omiso de mis repetidas ofertas para que vaya en el asiento del copiloto—. Siéntate junto a tu amorcito. Separar a una pareja como ustedes es todo un crimen y ya tengo bastante a mis espaldas. Me sentaré aquí y ensayaré algunas posturas acrobáticas del Kama Sutra. En solitario, para mi desgracia.
Hace tanto calor que uno espera que todo el mundo se haya ido a la playa, pero cuando Naruto, Sai y yo llegamos nos la encontramos vacía.
—¡Menos mal! —exclama Naruto—. Voy a bañarme en pantalones cortos. —Se deshace de la camiseta y la tira por la ventana del Escarabajo antes de agacharse a quitarse las zapatillas.
Estoy a punto de decir que me voy a casa a por un bañador cuando veo a Sai tirarse sobre la arena, con esmoquin incluido. En ese momento me doy cuenta de que no voy a ir a ningún lado. ¿Le compró algo a Sabuza? Y si lo hizo, ¿cuándo ha tenido tiempo de fumárselo, esnifarlo o lo que sea que se haga con eso?
Naruto se endereza.
—¿Echamos una carrera? —pregunta a Sai.
Sai se quita el antebrazo de los ojos.
—Sí, claro. Una carrera. Porque tú eres un atleta en pleno rendimiento y yo un capullo en baja forma. Sí, echemos una carrera. En la playa. Y conmigo vestido de esmoquin. —Levanta el dedo—. No, espera. Mejor no. No me gusta jugar con tanta ventaja. No quiero dejarte mal delante de Hinata.
Naruto da una patada a la arena.
—No seas imbécil. Te lo he dicho porque pensaba que podía ayudarte. Suelo correr cuando no quiero pensar en algo.
—¿Sí? —La voz de Sai se vuelve más sarcástica todavía—. ¿Y eso te funciona? ¿Cuándo corres te olvidas de pensar en el cuerpo desnudo de Hinata y en todo lo que…?
—Si quieres que te dé una paliza solo tienes que decirlo —le interrumpe Naruto—. No hace falta que seas más idiota de lo habitual, ni que metas a Hinata de por medio.
Sai vuelve a taparse los ojos con el antebrazo. Clavo la vista en las brillantes olas azules. Me encantaría ir a por un bañador, ¿pero y si mi madre está en casa y me obliga a ir con ella a alguno de sus eventos políticos?
—Ino siempre lleva bañadores en el maletero —comenta Naruto justo cuando me suena el teléfono.
—¡Hinata Hyuga! ¿Dónde estás?
—Mmm… Hola, mamá. Pues…
Gracias a Dios la pregunta era retórica y mi madre continúa hablando.
—Te estuve buscando al final del desfile pero no te vi. No te encontré por ninguna parte. Me esperaba esto de Hanabi, no de ti…
—Bueno, es que…
—Obito y yo estamos en el tren. Tengo que dar un discurso y luego volveremos en barco para ver los fuegos artificiales. Me gustaría que vinieras. ¿Dónde estás?
Sai se está quitando el fajín y la pajarita y Naruto está apoyado en el Escarabajo, estirando los tobillos. Entrecierro los ojos.
—Con Sakura —digo, esperando que mi amiga no esté con mi madre.
Gracias a Dios su voz se suaviza.
—Hoy ha estado maravillosa, ¿verdad? Ha hecho la mejor introducción posible a mi discurso. ¿Qué? —Habla con alguien al fondo—. El tren va a salir ya, cariño. Estaré en casa sobre las diez. Habla con Hanabi. ¡Ya voy, Obito! Sé buena. Nos vemos.
—¿Todo bien? —pregunta Naruto.
—Sí, solo era mi madre —respondo, frunciendo el ceño—. ¿Dónde has dicho que hay bañadores?
Abre el maletero del Escarabajo.
—No sé dónde… Sí, aquí… Bueno, Ino es un poco… —Parece incómodo.
Cuando voy a preguntarle qué le pasa vuelve a sonar el teléfono.
—¡Hinata! ¡ Hinata! —grita Sakura—. ¿Me oyes?
—Sí.
Continúa gritando como si así la entendiera mejor.
—Estoy con mi teléfono pero tengo que hablar rápido porque Sai ha vuelto a gastarme todos los minutos. Sasuke me está llevando al barco de sus padres. ¿Me oyes? ¡Se corta!
Le vuelvo a decir que sí. Esta vez gritando, a ver si así me entiende mejor.
—DI A MIS PADRES QUE ESTOY CONTIGO —chilla—. ¿DE ACUERDO?
—¡SÍ! PERO DILE A MI MADRE LO MISMO.
—¿QUÉ?
—¿QUÉ? —La recepción es pésima.
—VAMOS A QUEDARNOS EN EL BARCO ESTA NOCHE. DI QUE VOY A DORMIR EN TU CASA. —Está gritando de tal manera que parece que estoy con el manos libres. Sai se incorpora, preocupado.
—Quiero hablar con ella —dice con firmeza.
—SAI QUIERE HABLAR CONTIGO.
El susodicho me quita el teléfono de la mano.
—YA TE CONTARÉ —brama Sakura—. SOLO HAZ LO QUE TE DIGO.
—¡POR SUPUESTO! —chilla Sai al teléfono—. TODO LO QUE HAGA FALTA POR MI EMINENTE HERMANITA.
Me devuelve el teléfono.
—¿Está Sai bien? —pregunta Sakura en voz baja.
—No lo… —Empiezo a decir, pero justo en ese momento oigo ese sonido tan característico que anuncia que me estoy quedando sin batería y el teléfono se apaga.
—No estás metida en ningún lío, ¿verdad, Hinata? —pregunta Naruto.
—No te creas que no he notado que a mí no me preguntas —ironiza Sai.
Después se quita los pantalones y nos enseña unos calzoncillos con pequeños emblemas. Se da cuenta de que le estoy mirando.
—El instituto Ambu vende ropa interior. Estos me los compró mi madre en Navidad. No te los confiscan aunque te expulsen.
Naruto sigue mirándome con curiosidad. Me dirijo al maletero del Escarabajo.
—Cámbiate y te esperamos en la orilla —dice Naruto—. ¡Vamos, Tim!
Busco bañadores entre el revoltijo de palos de lacrosse, balones de fútbol, botellas de Gatorade y envoltorios de comida para llevar. Ahora entiendo por qué Naruto parecía tan incómodo. Lo único que encuentro son dos diminutas piezas negras hechas de un material similar al cuero. Aparte de eso, no hay ninguna otra prenda, excepto unos pocos pantalones cortos del equipo de fútbol de Konoha de Naruto y lo que parece un bañador de una sola pieza de Temari y que seguramente también sea de Ino.
Así que al final me pongo el biquini negro ajustado, me hago con una toalla e intento caminar lo más tranquila posible hacia la orilla.
No lo consigo.
En cuanto Naruto me ve se pone completamente rojo. Vuelve a mirarme y se zambulle a toda prisa en el agua.
—¡Madre mía! ¡Eres toda una Catgirl! —exclama Sai.
—Es de Ino —explico yo—. Vamos a nadar.
Sai, Naruto y yo pasamos el resto del día holgazaneando. Nos tumbamos en la playa, tomamos unos aperitivos en el Ichuraku y volvemos a tumbarnos otro rato.
Al final nos vamos a la casa de los Namikaze y terminamos en la piscina.
Gaara se acurruca a mi lado.
—Me gusta tu bañador, Hinata, pero te pareces a un vampiro. ¿Alguna vez has visto un murciélago vampiro? ¿Sabías que en realidad no se enredan en el pelo? Es solo un mito. De hecho, son muy simpáticos. Solo beben de las vacas y esas cosas. Sangre, no leche.
—No, nunca he visto ninguno —respondo—. Y no tengo muchas ganas de verlo, por muy simpáticos que sean.
La puerta que da al jardín trasero se abre y Karin aparece con una sonrisa de oreja a oreja. Después se desploma contra la verja y cierra los ojos de forma teatral.
Vaya.
—Por fin sucedió.
—¿ Suigetsu Hozuki? —pregunto yo.
—¡Sí! Por fin me besó. Y fue… —Hace una pausa—. En realidad dolió un poco. También lleva aparato. Pero aún así fue maravilloso. Además, lo hizo delante de todo el mundo. Después del desfile. Lo voy a recordar toda la vida. Será en lo último que piense cuando cierre los ojos para siempre. Luego volvió a besarme después de tomarnos un helado y cuando…
—No hace falta que sigas —la interrumpe Naruto—. Me alegro por ti, Kar.
—¿Y ahora qué? —pregunta un poco ansiosa—. ¿Creéis que la próxima vez usará la lengua?
—¿Es que hoy no lo ha hecho? —Sai pone cara de sorpresa—. ¡Por Dios!
—Bueno, no. ¿Tenía que hacerlo? ¿Lo hemos hecho mal?
—Kar, no hay reglas para este tipo de cosas. —Naruto se tumba de espaldas en la toalla extendida a mi lado, junto a Gaara.
—Pues debería haberlas —replica Karin—. Porque, ¿cómo se supone que va a saber uno lo que tiene que hacer? No se ha parecido en nada a cuando beso el poste de mi cama. O el espejo del cuarto de baño.
Naruto y Sai sueltan una carcajada.
—Sí, ahí no hay lengua —masculla Naruto.
—O solo la tuya. Y en solitario nunca es agradable. —Sai vuelve a reírse.
—¿Por qué besas el poste de tu cama, Karin? ¡Qué asco! —Gaara arruga la nariz. Karin lanza una mirada asesina a los tres chicos y se mete en la casa.
Sai busca en su esmoquin, extrae un paquete de tabaco de uno de los bolsillos interiores y saca un cigarrillo. Gaara se queda mirándole con los ojos como platos.
—¿Eso es un cigarrillo? ¿Son de verdad?
Sai se queda un poco desconcertado.
—Sí. ¿Te importa?
—Si fumas eso te morirás. Se te pondrán los pulmones negros y se marchitarán. Y entonces morirás. —Gaara está al borde de las lágrimas—. No te mueras. No quiero verte morir. Vi morir al hámster de Naruto y se quedó tieso con los ojos abiertos, pero no brillaban como siempre.
El rostro de Sai se pone ceniciento. Mira a Naruto en busca de consejo pero este se limita a devolverle la mirada.
—Maldita sea. —Sai guarda el cigarrillo, se pone de pie y se zambulle en la parte más profunda de la piscina.
Gaara se vuelve hacia mí.
—¿Eso qué ha querido decir? ¿Sí o no?
La señora Namikaze asoma la cabeza por la puerta trasera.
—Naruto, se ha vuelto a estropear el triturador de basuras. ¿Puedes venir a echarme una mano?
Los Namikaze tienen fuegos artificiales. Según me ha contado la madre de Naruto, es gracias a su padrino Jiraya, que vive en el sur y se los manda todos los años de forma ilegal. De modo que, en cuanto se hace de noche, nos reunimos todos en el jardín.
—¡Minato! —grita la señora Namikaze—. ¡Por favor, no se te ocurra quemarte la mano! ¿Por qué me hace falta decírtelo? ¡Lo hago todos los años!
—Si me quemo —replica el señor Namikaze mientras coloca unos cuantos fuegos alrededor de un círculo de piedras—, demandaré a tu padrino. Nunca nos manda las instrucciones. ¡Enciende, Naruto!
Naruto prende una cerilla larga y se la pasa a su padre. La señora Namikaze abraza a Gaara y a Temari.
—¡Tampoco las leerías! —grita.
La mecha despide unas chispas azules y los fuegos artificiales salen disparados hacia el cielo nocturno.
Cuando el último cohete se ha desvanecido me pongo de costado y recorro con el dedo índice el contorno del rostro de Naruto.
—Nunca has tocado para mí —le digo.
—¿Mmm? —pregunta con voz somnolienta.
—He visto a Karin y a Menma tocar sus instrumentos. Me dijiste que tocabas la guitarra, pero todavía no lo he comprobado con mis propios ojos. ¿Cuándo vas a tocarme una balada?
—Mmm… ¿nunca?
—¿Por qué no? —Trazo el arco de su oscura ceja.
—Porque lo haría fatal, además de que me daría vergüenza. E intento no hacer las cosas fatal, ni tampoco las que me dan vergüenza.
Se recuesta sobre su espalda y señala el cielo.
—Muy bien, ¿cuál es esa estrella? ¿Y esa otra?
—El Triángulo estival. Y esa es Vega, y Debeb y Altair. Por allí está Lira, Sagitario… —Sigo con el dedo el sendero de estrellas.
—Me encanta que hagas eso —murmura Naruto—. Anda, mira, ¿eso no es una estrella fugaz? Puedes pedir un deseo, ¿verdad?
—Eso es un avión, Naruto. ¿Ves la luz roja detrás?
—¡Jesús! Eso por hablar de cosas vergonzantes.
Me río y me inclino para darle un beso en el cuello.
—Si quieres, puedes pedir un deseo al avión.
—Con un avión no es tan emocionante —replica, acercándome hacia sí—. Además, ¿qué más podría desear?
.
.
.
