.

.

.

¿CÓMO FORMO PARTE DE TU MUNDO?

.

.

.

Para sorpresa de todos (incluido él mismo) Sai lo hace de maravilla en la campaña de mi madre. Efectúa llamadas telefónicas para pedir a la gente que se registre para votar con veinte acentos distintos; convence a gente normal y corriente, seguidora de mi madre, para que escriban a los medios de comunicación local contando cómo les ha cambiado la vida desde que la senadora Horai Hyuga está en el cargo, y a las dos semanas de empezar, incluso redacta pequeños discursos para mi madre. Ella y Obito no paran de hablar de él.

—Ese muchacho promete —comenta Obito en una ocasión, mientras nos dirigimos a otro encuentro con electores donde me colocan junto a mi madre para que haga de buena hija—. Es muy inteligente y astuto. Y además piensa rápido.

—Sí, bueno. Todo se reduce a saber manipular las cosas y a la gente —señala Sai cuando le repito eso mismo.

Estamos en el camino de entrada de los Namikaze, viendo cómo Naruto repara el Mustang. Estoy sentada en el capó, encima de una manta que Naruto insistió un poco avergonzado que pusiera ya que no quería que se rayara la pintura nueva. Ahora mismo está peleándose con una especie de cable.

—¿Quién iba a decirme que tantos años mintiendo y tergiversando las cosas iban a servirme de algo?

—¿Y te sientes bien haciendo algo así? —pregunta Naruto—. Oye, Hina, ¿puedes pasarme la llave inglesa? ¡A saber lo que el dueño anterior le hizo a esta preciosidad! ¿Carreras ilegales dejándose las ruedas en el asfalto? El embrague está completamente quemado… y la caja de cambios, aunque funciona, hace un ruido extraño cada vez que cambias de marcha. Además todas las juntas están sueltas.

—¿Puedes hablar en cristiano, amigo? —pide Sai mientras le paso la llave a Naruto. Está debajo del automóvil, trabajando sin descanso. De pronto siento la urgente necesidad de besar el fino reguero de sudor que le cae por la garganta. Estoy fuera de control.

—Lo que quiero decir es que el anterior propietario no cuidó muy bien del Mustang —contesta Naruto—. En cuanto a lo tuyo, Sai, y lo siento Hina, se ve que no crees en nada de lo que representa Horai Hyuga. No siquiera sientes afinidad por su partido. ¿No te sientes mal ayudándola?

—Claro que sí —responde Sai de inmediato—. Pero ¿cuándo no me he sentido mal? Eso no es nada nuevo en mi vida.

Naruto sale de debajo del Mustang y se pone de pie lentamente. —Lo siento pero no lo entiendo.

Sai se encoge de hombros.

Naruto se pasa la mano por el pelo de la forma que suele hacerlo cuando está confundido o no sabe qué decir.

—De modo que Sakura se ha ido a la Aldea del Sonido con su novio este fin de semana — masculla Sai, cambiando de tema.

¡Vaya! No sabía nada.

—Por lo que sé —continúa él—, es un estúpido engreído que terminará haciéndole daño. Pero ¿le he dicho algo para que no se vaya con él? No. He cometido un millón de errores. Ya va siendo hora de que le toque a Sakura.

Naruto saca otra herramienta de su caja y vuelve a meterse debajo del vehículo. —¿Te sentirás mejor cuando no la veas feliz?

—Puede. —Sai alcanza el refresco que lleva bebiendo desde hace media hora—.Al menos no seré el único.

—Hinata, no estés tan encorvada. ¡Ponte recta y sonríe! —murmura mi madre.

Estoy de pie, a su lado, en un acto de recaudación de las Hijas de la Cuarta Gerra Ninja estrechando una mano tras otra. Llevamos cerca de una hora y media y habré pronunciado como quince millones de veces la frase de: «Por favor, vote por mi madre. Se preocupa muchísimo por el estado de Konoha». Y es cierto, se preocupa. Lo que hace que cada vez me sienta peor es por las cosas por las que se preocupa.

No soy alguien a quien le apasione la política. Me mantengo informada por lo que sale en los periódicos y lo que hablo en el instituto con mis compañeros, pero no acudo a manifestaciones o mítines. Aún así, la diferencia entre mis ideas y las de mi madre cada vez es más palpable. He oído a Obito hablando con ella, diciéndole que la mayor debilidad de Kakashi Hatake es que es demasiado progresista y que ahí debe centrar toda su estrategia, que cuanto más se aleje de él, mejor le irá. La última vez que se presentó yo tenía once años y su contrincante era un imbécil que no creía en la educación pública.

Ahora… Me pregunto a cuántos hijos de políticos les habrá pasado lo mismo que me está pasando en este instante, que mientras estrecho todas esas manos diciendo: «Apoyo a mi madre», en el fondo estoy pensado: «Pero no lo que representa».

—Sonríe —ordena mi madre entre dientes.

A continuación se inclina sobre una anciana de pelo blanco y bastante bajita que está furiosa por la nueva obra que están haciendo en la calle principal.

—Las cosas tienen que hacerse siguiendo un criterio lógico, ¡y esto no tiene ni pies ni cabeza! ¡Estoy indignada, senadora Hyuga, indignada!

Mamá murmura en tono calmo que se asegurará de que se siga la normativa y que estará pendiente del asunto.

—¿Cuánto queda? —pregunto en un susurro.

—Hasta que terminemos con todo el mundo, jovencita. Cuando estás trabajando por el bien de los ciudadanos no tienes un horario preestablecido.

A lo lejos, me fijo en uno de los carteles de campaña de mi madre expuesto sobre un trípode «HORAI HYUGA, LUCHA POR NUESTROS ANTEPASADOS, POR NUESTRAS FAMILIAS Y POR NUESTRO FUTURO», e intento no fijarme en el reflejo de la piscina turquesa que puede verse tras los ventanales. ¡Cómo me gustaría zambullirme en ella! Tengo calor y estoy muy incómoda con el vestido azul marino de corte imperio que mi madre se ha empeñado en que lleve. «Estas mujeres son extremadamente conservadoras, Samantha», me dijo. «Tienes que enseñar lo menos posible».

Me entran unas ganas locas de arrancármelo. Si todo el mundo gritara y se desmayara seguro que podríamos irnos a casa. ¿Por qué no le dije a mi madre que no quería venir? ¿Qué soy? ¿Una marioneta? ¿Una mascota? Obito lleva las riendas de mi madre y ella las mías.

—No tienes que mostrarte tan antipática todo el rato —dice mi madre molesta mientras conduce de camino a casa—. Muchas hijas estarían encantadas de hacer algo así. Killer B siempre acompañaban a su hermano A.

No tengo nada que decir. Tiro de un hilo que hay suelto en el borde de mi vestido, pero mi madre me aparta la mano. Cierra con fuerza los dedos en torno a mi muñeca y luego se relaja y me da un ligero apretón en la mano.

—Todos esos suspiros y la forma en que arrastrabas los pies… —resopla—. Ha sido vergonzoso.

Me vuelvo para mirarla.

—Tal vez no deberías llevarme contigo la próxima vez, mamá.

Me taladra con la mirada y niega con la cabeza. Vuelve a estar enfadada.

—No sé lo que Obito va a decir sobre tu pobre actuación.

Obito se ha marchado un poco antes para ir a la oficina y sacar más parafernalia para el próximo evento, un pícnic en La roca de los Kages donde, gracias a Dios, no se requiere mi presencia.

—No creo que Obito se haya fijado en mí. Solo tiene ojos para ti —comento.

El rubor tiñe sus mejillas.

—Tienes razón —dice con suavidad—. Es un hombre muy… entregado.

Mi madre se pasa varios minutos hablando de lo «entregado» que es Obito. Espero que solo se esté refiriendo al punto de vista profesional, aunque en el fondo sé que no es así. Ese hombre se pasa todo el día olvidándose las llaves o prendas de ropa en nuestra casa, ya tiene una silla favorita en el salón y ha sintonizado la radio de la cocina con los canales que más le gustan. Mi madre le ha comprado su bebida preferida, un refresco de cereza que se fabrica en el sur que se llama Sharingan. Creo que se lo envían directamente desde allí.

Cuando por fin llegamos a casa y salimos del automóvil en silencio, oigo el ruido de un motor y veo la moto de Shee entrando por nuestra calle. Pero no es Shee quien la conduce, sino Naruto.

Rezo en silencio para que vaya directamente a su camino de entrada, pero nos ve y se para frente a nosotras. Después se quita el casco, se limpia la frente con el dorso de la mano y esboza la más cálida de sus sonrisas.

—Hola, Hinata.

Mi madre me mira fijamente.

—¿Conoces a este muchacho? —pregunta en voz baja.

—Sí —respondo sin dudarlo—. Se llama Naruto.

Tan educado como siempre, extiende la mano. Ahora rezo para que no le diga su apellido.

—Soy Naruto Namikaze, el vecino de al lado. ¿Qué tal?

Mi madre le da un apretón superficial y clava la vista en mí con una expresión indescifrable en el rostro.

Naruto nos mira a ambas. Después vuelve a ponerse el casco y dice:

—Voy a dar una vuelta. ¿Te apetece venir, Hina?

Me pregunto en qué tipo de lío me meteré si acepto. ¿Castigada hasta los treinta? ¿Quién sabe? De todos modos, ¿a quién le importa? De pronto me doy cuenta de que me da igual. He estado encerrada entre cuatro paredes durante horas fingiendo, sin conseguirlo, ser la hija que mi madre quiere. Ahora el cielo es de un deslumbrante azul y el horizonte se extiende interminable ante nosotros. Siento un zumbido, como si fuera el viento, pero no, es la sangre que se agolpa en mis oídos, como cuando Sai y yo nos enfrentábamos a las olas en la playa. Paso la pierna sobre el asiento de la moto y me pongo el otro casco.

Salimos disparados. Entierro la cabeza en el hombro de Naruto, dispuesta a no mirar hacia atrás y ver a mi madre, aunque todavía espero que en cualquier momento aparezcan vehículos de policía y helicópteros llenos de policias para detenernos. Sin embargo, antes de darme cuenta, me dejo llevar por la sensación de libertad. El viento me alborota el pelo y me agarro con más fuerza a la cintura de Naruto. Durante un tiempo conduce por la carretera que bordea la playa y luego se mete en el centro de la ciudad, que ofrece un paisaje muy diferente al de la costa, con sus pulcras casas blancas y rojas y los arces equidistantes. Después volvemos a la carretera de la playa y termina aparcando en el bosque del Clan Nara, cerca del recinto infantil al que no he ido desde hace años y en el que solía detenerme a jugar un rato todos los días al salir del jardín de infancia.

—Entonces, Hinata —Naruto se quita el casco, lo cuelga del manillar y me ayuda a bajar del asiento—, supongo que no soy de la clase social adecuada. —Baja el apoyo de la moto con un lateral de la zapatilla.

—Lo siento —replico pensativa.

No me mira a la cara, sino que se dedica a dar patadas a la grava que hay en el suelo.

—Es la primera vez que hablo con tu madre. Pensé que era así porque era una mujer estricta con su hija, pero me he dado cuenta de que el problema lo tiene conmigo. O con mi familia.

—No. No es así… —Hablo entrecortadamente. Ni siquiera soy capaz de encontrar el aire que necesito para respirar—. Es ella… Ella es… Lo siento… Es… como esas personas que hacen los comentarios que tanto detestas en el supermercado. Pero yo no soy así.

Naruto alza la barbilla y me mira fijamente durante un buen rato. Yo le devuelvo la mirada, deseando con todas mis fuerzas que me crea.

Su cara es una hermosa máscara indescifrable; una expresión que no le he visto antes. De pronto me pongo furiosa.

—Deja de hacer eso. Deja de juzgarme por lo que ha hecho mi madre. Yo no soy así. Y si decides que soy de una forma determinada por su forma de comportarse, entonces no eres mejor que ella.

Naruto se queda callado durante unos segundos, empujando la grava con el pie.

—No sé —dice finalmente—. No puedo dejar de notar que tú… bueno, estás en mi vida, en mi casa, con mi familia. Formas parte de mi mundo. Pero ¿formo yo parte del tuyo? Te noté bastante incómoda cuando coincidimos en el Castillo. No le contaste nada de lo nuestro a tu mejor amiga. Nunca… —Se pasa ambas manos por el pelo y niega con la cabeza—… he cenado en tu casa. O… no sé… no conozco a tu hermana.

—Se ha ido fuera estas vacaciones —señalo con un hilo de voz.

—Sabes a lo que me refiero. Estas en todos los sitios conmigo. En mi habitación, en la tienda, cuando entreno… siempre. ¿Dónde voy yo contigo?

Siento un nudo en la garganta.

—También estas en todos mis sitios.

—¿Sí? —Deja de patear el suelo y se acerca a mí. Percibo el calor que irradia su cuerpo… y el dolor que hay en sus ojos—. ¿Tú crees? Porque parece que a lo máximo que puedo aspirar es a colarme en tu tejado o en tu habitación. ¿Estás segura de que no estás pasando el rato conmigo para… no sé… ver cómo se vive en los bajos fondos?

—¿Los bajos fondos? Pero si eres mi vecino.

Naruto me mira como si quisiera sonreír pero no le sale de dentro.

—Tienes que admitir, Hina, que tu madre no me ha mirado como si fuéramos vecinos. No parecía a punto de traer un guiso de bienvenida sino más bien de pedir una orden de alejamiento.

Aliviada al ver que se lo está tomando con ironía, me quito el casco.

—Es mi madre, Naruto. Nadie le va a parecer lo suficientemente bueno para mí. Para ella mi primer novio, Kiba, era un depravado sexual que solo quería aprovecharse de mí. De Shino decía que era un drogadicto sociópata que terminaría metiéndome en el mundo de las drogas para después asesinar a nuestro presidente.

—Seguro que pensaste que, comparándome con ellos, me vería mejor. Pero me imagino que no ha sido así. —Hace una mueca.

—Ha sido por la moto.

—¿Sí? La próxima vez recuérdame que me ponga la cazadora de cuero de Shee.

Hace un gesto hacia los arbustos que hay al final de la calle sin salida, detrás de los columpios oxidados. Nara es un parque boscoso que fue diseñado sin dejar nada al azar, pero en cuanto dejas atrás la zona recreativa, hay una ladera cubierta de hierba que termina en un grupo de zarzas de frambuesas silvestres que te mete en un laberinto de rocas que conducen al río. Una vez allí, puedes ir saltando de piedra en piedra hasta llegar a una enorme de granito que está en medio del agua.

—¿Conoces el escondite secreto? —pregunto.

—Pensé que solo era mío —sonríe. No ha sido una de sus deslumbrantes sonrisas, pero por lo menos ha sonreído. Yo también sonrío y pienso en mi madre.

«Sonríe, Hinata». Aquí no hace falta que nadie me lo diga, me sale de forma natural. Atravesamos las zarzas, saltamos de piedra en piedra y terminamos en la roca plana que parece una balsa en medio del río. Allí, Naruto se sienta y se abraza las rodillas; yo me siento a su lado. En cuanto recuerdo lo fresca que es siempre la brisa en esta zona me estremezco. Sin decir una palabra, Naruto se quita la sudadera con capucha que lleva y me la pasa. La luz de la tarde nos inunda y los olores del río, cálido y salobre, nos envuelven, dándome confianza y seguridad.

—¿Naruto?

—¿Sí? —Pilla un palo que hay tirado en la roca y lo lanza al agua.

—Debería habértelo dicho antes. Lo siento. ¿Va todo bien entre nosotros?

Durante un momento no dice nada sino que se limita a ver cómo las ondas en el agua se hacen más y más grandes.

—Sí, Hina. Todo va bien.

Me recuesto sobre la roca y contemplo el cielo azul. Naruto se tumba a mi lado y señala con el dedo.

—Mira, un gavilán colirrojo.

Observamos al gavilán volar en círculos durante unos minutos. Después Naruto se acerca más a mí, toma mi mano y la aprieta. Me dejo llevar por los sonidos del río y los pequeños engranajes de mi cuerpo, que durante todo el día de hoy han girado a una velocidad vertiginosa, empiezan a ralentizarse con el perezoso vuelo del gavilán y el lento latido de mi corazón.

.

.

.