.

.

.

ESTE ES NARUTO

.

.

.

Es bueno que disfrutemos de ese momento, porque en el mismo instante en que pongo un pie en mi casa siento la exhalación de la furia que emana mi madre como si de la niebla del río se tratara. Oigo el sonido de la aspiradora antes de abrir la puerta y cuando la abro, veo cómo la pasa por el suelo del salón con la mandíbula apretada.

La puerta se cierra a mis espaldas y mi madre desenchufa el electrodoméstico y se vuelve hacia mí, expectante.

No voy a pedirle perdón. Hacerlo implicaría darle la razón y reconocer que he hecho algo malo, cuando no es verdad. Además, si lo hago transformaría lo que le acabo de decir a Naruto en una mentira. Y no pienso mentirle más, ni contarle ninguna verdad a medias. De modo que me limito a ir al frigorífico y sacar un poco de limonada.

—¿Eso es todo? —dice mi madre.

—¿Quieres un poco? —ofrezco.

—¿Así que vas a fingir que no ha pasado nada? ¿Que no acabo de ver a mi hija menor de edad subirse a una moto con un extraño?

—No es un extraño. Es Naruto, el vecino de al lado.

—Sé perfectamente de dónde viene, Hinata. Me he pasado los últimos diez años soportando ese jardín descuidado y a esa ruidosa y enorme familia. ¿Cuánto hace que le conoces? ¿Sueles montarte en su moto a menudo para ir a Dios sabe dónde?

Trago saliva, me tomo un sorbo de limonada y después me aclaro la garganta.

—No, hoy ha sido la primera vez. No es su moto, es la de su hermano. Naruto es el que nos arregló la aspiradora cuando la tiraste por… Cuando se rompió.

—¿Y me va a pasar una factura por sus servicios?

Abro la boca estupefacta.

—¿Estás de broma? Lo hizo como un favor. Porque es una buena persona y yo se lo pedí. Naruto no quiere tu dinero.

Mi madre ladea la cabeza y estudia mi rostro.

—¿Estás saliendo con ese muchacho?

Las palabras que salen por mi boca son más valientes que mi persona, pero no lo suficiente.

—Somos amigos, mamá. Tengo diecisiete años y soy lo bastante mayor como para escoger a la gente de la que quiero rodearme. —Esta es la típica discusión que Hanabi solía tener con mi madre. Cuando las oía discutir, lo único que quería era que mi hermana se callara. Ahora entiendo por qué no podía hacerlo.

—No me lo puedo creer. —Mi madre se acerca al mueble que hay debajo del fregadero, saca un bote de desinfectante y rocía con él la impecable encimera—. ¿Que son amigos? ¿Y eso qué significa exactamente?

«Bueno, hemos comprado preservativos juntos, mamá, y pensamos usarlos muy pronto…». Durante un segundo me han entrado tantas ganas de decirle eso que tengo miedo de haberlo expresado en voz alta.

—Significa que le gusto. Y que él me gusta a mí. Nos gusta pasar el tiempo juntos.

—¿Haciendo qué? —Levanta la jarra de limonada y limpia el círculo de condensación que ha dejado debajo.

—Nunca le preguntas a Hanabi lo que hace con Konohamaru.

Siempre he pensado que era porque en el fondo no quiere conocer la respuesta, pero ahora me responde, con el mismo tono con el que daría uno de sus discursos:

—Porque Konohamaru es un muchacho de buena familia. Son gente seria y responsable.

—Igual que Naruto.

Mi madre suelta un suspiro y se acerca a la ventana desde donde se ve el jardín de los Namikaze.

—Mira.

Menma y Buna están inmersos en una pelea. Menma amenaza con pegar a su hermano pequeño con un sable de luz de juguete, pero Buna no se amedrenta, se hace con un cubo de plástico y se lo tira a la cabeza. Gaara está sentado en los escalones del porche, sin pantalones y tomándose un helado. La señora Namikaze está dando de mamar a Temari a la vez que lee un libro en voz alta.

Naruto está inclinado sobre el capó abierto del Mustang, trabajando en el motor.

—¿Y? —pregunto—. Son una familia numerosa. ¿Por qué te supone un problema? ¿Qué puede importarte que sean más o menos?

Mi madre niega con la cabeza lentamente, observándoles con la misma expresión que pone siempre.

—Tu padre venía de una familia como esa. ¿Lo sabías?

Sí, es verdad. Recuerdo todas esas fotos llenas de gente que Hanabi y yo encontramos en la caja hace tiempo. ¿Eran esas personas familia de mi padre? Me debato entre el deseo de aferrarme a ese pedazo de información con ambas manos o concentrarme en lo que está pasando ahora mismo.

—Igual que esa —repite mi madre—. Numerosa, bulliciosa y totalmente irresponsable. Y mira cómo salió tu padre.

Estoy a punto de señalar que en realidad no sé cómo salió porque no le conocí. Pero teniendo en cuenta que nos abandonó, me lo puedo imaginar.

—Pero esa era la familia de papá, no la de Naruto.

—Lo mismo da. Están cortadas por el mismo patrón. De lo que estamos hablando es de un sentido de la responsabilidad.

¿Ah, sí? Porque a mí no me da la sensación de que estemos hablando de eso.

—¿A dónde quieres llegar, mamá?

Su rostro se congela de tal modo que solo mueve las pestañas. Es la misma expresión que estoy acostumbrada a ver cuando se enfrenta a un debate especialmente duro. Puedo percibir la lucha que se está desarrollando en su interior por contener su temperamento y encontrar las palabras políticamente correctas.

—Hinata. Siempre se te ha dado bien tomar las decisiones adecuadas. Tu hermana se lanza al vacío con los ojos cerrados, pero tú no, tú te lo piensas antes. Y lo has hecho desde que eras pequeña. Has tomado decisiones inteligentes y has escogido los amigos correctos. Cuando tú tenías a Sakura tu hermana tenía a esa horrible Tayuya con el aro en la nariz y a Deidara. ¿Te acuerdas de Deidara? ¿Con ese novio y el pelo que llevaba? Sé que esa es la razón por la que Hanabi se metió en tantos líos en el instituto. Las personas equivocadas pueden hacer que tomes decisiones equivocadas.

—¿Papá…? —empiezo, pero me interrumpe antes de que pueda continuar.

—No quiero que veas a ese Namikaze.

No pienso dejar que haga esto, que me aparte de Naruto como si fuera un obstáculo en su camino, o en el mío, como hace cuando tira la ropa que me compro y no le gusta o como me obligó a hacer con el equipo de natación.

—Mamá, no puedes decirme eso. No hemos hecho nada malo. Solo he dado un paseo con él en moto. Somos amigos. Y tengo diecisiete años.

Se toca el puente de la nariz.

—No me siento cómoda hablando de esto, Hinata.

—¿Y qué pasa si yo no me siento cómoda con Obito Uchiha? Porque la verdad es que no lo estoy. ¿Vas a dejar de verle? ¿A decirle que no te siga… —Hago unas comillas en el aire con los dedos—… «ayudando» con la campaña?

—Son situaciones completamente diferentes —replica mi madre tensa—. Obito y yo somos dos personas adultas que sabemos hacer frente a las consecuencias de nuestros actos. Tú eres una niña que te estás involucrando con alguien a quien no conozco y en quien no tengo ninguna razón para confiar.

—Yo confío en él. —Estoy empezando a alzar la voz—. ¿No te vale con eso? ¿No era yo la hija responsable que siempre tomaba las decisiones correctas y todo ese rollo?

Mi madre echa jabón en la licuadora que previamente yo había dejado en el fregadero, abre el grifo y comienza a frotarla enérgicamente.

—No me gusta tu tono, Hinata. Cuando hablas así es que no te reconozco.

Este último comentario me enfurece. Instantes después, también me siento exhausta. Esta nueva faceta mía me asusta un poco. Nunca he hablado así a mi madre y no es el frío del aire acondicionado el que me ha puesto los vellos de punta. Sin embargo, en cuanto la veo lanzar otra mirada de desprecio hacia el jardín de los Namikaze, tengo claro lo que quiero.

Voy hacia la puerta lateral y me agacho para ponerme las chanclas.

Mi madre se para detrás de mí.

—¿Te vas? ¡Todavía no hemos terminado! ¡No puedes marcharte así como así!

—Vuelvo en un momento —grito sobre el hombro. Salgo por el porche y camino hacia la valla y al camino de entrada de los Namikaze. Allí, poso la mano sobre la cálida espalda de Naruto, que sigue inclinado sobre el capó del Mustang.

Vuelve la cabeza, me sonríe y se limpia la frente con la muñeca.

—¡Hina!

—Estás muy sexy.

Mira a su madre, que sigue leyendo a Gaara y dando de mamar a Temari. Menma y Buna se han ido con la pelea a otra parte.

—Vaya, gracias —dice un tanto desconcertado.

—Ven conmigo. A mi casa.

—¿Ahora? Mmm… debería darme una ducha antes, o ponerme una camiseta.

Le agarro la mano, resbaladiza por el sudor y la grasa del motor.

—Estás perfecto así. Ven.

Naruto me mira durante un instante y después me sigue.

—¿Voy a necesitar la caja de herramientas? —pregunta mientras tiro de él por los escalones de entrada.

—No, no hay que arreglar nada. No te he traído aquí por eso.

Desde aquí fuera se oye el sonido de la aspiradora. Mi madre ha debido de volver a ponerla en marcha. Abro la puerta y hago un gesto a Naruto para que entre. Él alza ambas cejas y obedece.

—¡Mamá! —grito.

Mi madre se yergue para pasar la aspiradora a uno de los cojines del sofá. En cuanto se percata de nuestra presencia se queda mirándonos. Me acerco a ella y desconecto el aparato.

—Este es Naruto Namikaze, mamá. Uno de tus electores. Ahora mismo está sediento y le gustaría beber un poco de tu limonada.

.

.

.