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NO DIRÉ NADA

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—No te vas a creer lo que acaba de pasarme —me dice Naruto en cuanto contesto al teléfono aprovechando una pausa en el Castillo. Me alejo del campo de visión de la ventana no vaya a ser que el señor Roshi haga caso omiso del cartel de fuera de servicio y me ponga la primera falta como empleada en el club.

—Cuenta.

Baja la voz.

—¿Te acuerdas que puse una cerradura en la puerta de mi dormitorio? Pues bien, por lo visto mi padre se dio cuenta. Así que hoy, mientras estaba colocando el material de jardinería, se ha acercado a mí y me ha preguntado que por qué la he puesto.

—Oh, oh. —Llamo la atención a un niño que está intentando colarse a hurtadillas en el jacuzzi (tenemos una estricta política de prohibir la entrada a los menores de dieciséis años) y niego con la cabeza mirándole con severidad. El muchacho se escabulle a toda prisa. Seguro que es por el uniforme.

—Así que le he dicho que la he puesto porque necesito un poco de privacidad y porque a veces estás conmigo dentro y no queremos que nos interrumpan diez millones de veces.

—Buena respuesta.

—Sí. Creía que eso daría por zanjado el asunto pero entonces me ha pedido que le acompañara a la trastienda porque quería tener una charla conmigo.

—Oh, oh, otra vez.

Naruto se ríe.

—Le sigo, nos sentamos y me pregunta si estoy siendo responsable… contigo.

Vuelvo a ampararme en la sombra de los arbustos, lejos de la posible mirada del señor Roshi.

—Oh, Dios mío.

—Le he dicho que sí, que lo tenemos todo bajo control. Todavía no me puedo creer que haya sacado el asunto a colación. Jesús, ¡que son mis padres! En mi casa no es difícil imaginarse cómo se hacen los niños. Al final le he dicho que nos estamos tomando las cosas con calma y que…

—¿Le has dicho eso?

«¡Dios, Naruto! ¿Cómo voy a mirar al señor Namikaze a los ojos a partir de ahora? Ayuda».

—Es mi padre, Hinata. Sí. Claro que quería que esa conversación se terminara lo antes posible, pero aún así…

—¿Y qué pasó después?

—Bueno, le recordé que en el instituto nos tienen bien informados sobre el tema, por no hablar de casa, y que no somos dos locos irresponsables.

Cierro los ojos y trato de imaginarme teniendo esa misma conversación con mi madre. Inconcebible. Y no, no lo he dicho con doble sentido.

—Entonces empezó a… —Naruto baja aún más la voz—… decirme que… mmm… que debo ser considerado contigo y que es importante que nos demos… placer mutuo.

—¡Oh, Dios mío! Si hubiera sido tú, me habría muerto. ¿Qué le dijiste? —pregunto. De verdad que quiero saber su respuesta, aunque ahora mismo estoy completamente distraída por lo que acaba de decir. «¿Placer mutuo? ¿Qué sé yo de eso? ¿Y si la roba tiendas de Shion tenía unos cuantos trucos bajo la manga de los que yo no tengo ni idea? Tampoco se lo puedo preguntar a mi madre. Ya me estoy imaginando los titulares: "Senadora del estado sufre un ataque al corazón mientras mantiene una conversación con su hija"».

—Pues lo único que me salió fueron muchos «sí, papá» y él siguió y siguió mientras lo único que podía pensar era en que Sai estaba a punto de llegar y podía oír a mi padre diciendo: «A tu madre y a mí nos gusta blablablá…».

No puedo parar de reír.

—No me puedo creer que metiera a tu madre en esto.

—¡Lo sé! —Naruto también se está riendo—. Ya sabes la relación tan estrecha que tengo con mis padres, pero esto… ¡Jesús!

—¿Qué opinas? —pregunta Naruto, levantando dos latas de pintura del suelo y dejándolas encima del mostrador. Quita una tapa, después otra, y mete sendos palos de madera para agitar la pintura—. Para el Mustang. Aquí tenemos el verde que llevan los automóviles de carreras. —Hace un trazo con el palo sobre un papel de periódico—. Y aquí otro verde, pero con un acabado un poco más metálico.

—Otro trazo—. ¿Cuál te gusta más?

Son prácticamente iguales, aún así estudio ambos tonos con cuidado.

—¿Cuál era la pintura original del Mustang? —pregunto.

—El verde no metálico. Lo que está bien, pero…

Me suena el teléfono móvil.

—Hola, preciosa, necesito tu ayuda. —Se trata de Sai—. Estoy en la oficina de campaña y me he dejado el portátil en la ferretería. He escrito un discurso para tu madre esta noche y necesito que se lo envíes a su correo. Está en el almacén, sobre el escritorio del señor Namikaze.

Encuentro el portátil al instante.

—Ya lo tengo. ¿Y ahora qué?

—Busca el documento, no me acuerdo qué nombre le puse, aunque tampoco hay muchos archivos. «Trabajo» o algo así.

—¿Cuál es tu contraseña? —Mis dedos se ciernen sobre el teclado.

—Ino —dice Sai—. Pero si se lo dices a alguien lo negaré.

—Ino por Inocencia interrumpida, ¿verdad?

—Claro, claro. Tengo que dejarte, al agarrado de Zetsu está a punto de darle algo. Llámame si no lo encuentras.

Introduzco la contraseña y miro los documentos que tiene. No veo nada con el nombre de «Trabajo». Busco en las distintas carpetas y al final doy con una que se titula «Estupideces». Conociendo a SAi seguro que se trata de esta. Pincho en ella y se abre una ventana con varios documentos. Pónganle a esa chica una A: Estudio sobre Hester Prynne de la Letra escarlata. Comparación entre Huckleberry Finn y Holden Caulfield. El peligro en Dickens. Las Cuatro Libertades.

Pincho en Las Cuatro Libertades y… ahí está. El discurso ganador de Sakura. Con fecha del otoño pasado.

Pero mi amiga lo escribió para la asignatura de política estadounidense. Esta primavera.

Sasuke también cursó esa asignatura el año pasado. Lo recuerdo hablando de John Adams durante el almuerzo en el instituto. Así que Sakura debió de haber tomado el programa del curso de él. Siempre le gusta prepararse con mucha antelación. Pero escribir el discurso antes de empezar a dar la asignatura me parece un poco extremo, incluso para ella.

¿Y por qué está en el ordenador de Sai? Ah sí, Sakura suele tomar prestado el portátil de su hermano cuando el suyo está hecho un asco.

Muevo el cursor del ratón y pincho en Comparación entre Huckleberry Finn y Holden Caulfield, el ensayo de Sakura que se publicará en la revista literaria. Y sí, aquí está el artículo ganador del premio de Sakura, palabra por palabra.

Sé que mi amiga ha guardado las espaldas de su hermano en más de una ocasión. Ambas lo hemos hecho. Pero esto va más allá de lo que me imaginaba. Por más que lo tengo ante mis ojos no me lo puedo creer. Sai está usando el trabajo de Sakura.

Continúo mirando la pantalla, sintiendo como si de pronto me hubieran drenado toda la sangre de la cabeza.

—¡Hinata, te necesito! ¿Puedes despegarte de tu novio un rato? —pregunta Sakura al otro lado del teléfono con voz temblorosa y demasiado aguda.

—Claro. ¿Dónde estás?

—Nos vemos en el País del Dulce. Necesito un helado.

¿SAkura como loca por meterse una dosis de azúcar? «Mala señal. ¿Sera por el viaje que nos dijo Sai que tenia con Sasuke? Estamos a sábado. Creía que Sai me había dicho que su hermana le contó a sus padres que se iba con su novio a una especie de simulacro para estudiantes en la ONU y que iban a quedarse en casa de un tío de él muy estricto».

Ni siquiera sé si Sasuke tiene un tío que viva en La Aldea delSonido, aunque de tenerlo, no me cabe la menor duda de que sería estricto.

Los Haruno viven mucho más cerca del centro de la ciudad que yo, así que cuando llego al País del Dulce no me sorprende encontrarme a Sakura sentada en la barra. Lo que sí que me sorprende es que ya esté atacando como una posesa un banana split.

—Lo siento —se disculpa con la boca llena de crema batida—. No he podido esperar. He estado a punto de cruzar la barra y meter los dedos en los recipientes de helado yo misma. Necesito chocolate desesperadamente. Soy como Sai. Desde que ha dejado de beber se pone hasta las cejas de dulce.

—Pero tú no estás dejando ningún mal hábito. ¿O sí? ¿Qué ha pasado con Sasuke?

—Se vuelve hacia mí y me fijo en que tiene los ojos rojos, llenos de lágrimas que caen por sus sonrojadas mejillas—. ¡Ay, Saku! —Intento abrazarla pero hace un gesto de negación con la cabeza.

—Pide lo que quieras y sentémonos en la mesa que hay fuera. No quiero que todo mundo se entere.

Las únicas personas que hay en la heladería son una madre con su hijo pequeño que está gritando porque no le deja que se compre la chocolatina que se le ha antojado.

—¡Eres mala, mamá! ¡Te voy a matar con mi espada! —chilla el pequeño.

—Sí, salgamos antes de que seamos testigos de un homicidio —digo—. Ya pediré un helado más tarde. Vamos.

Salimos fuera. Sakura coloca su plato delante de la mesa, toma la guinda y la empapa a conciencia en la de salsa de chocolate.

—Esto tiene que tener como un millón de calorías, ¿no crees?

—Sakura. Cuéntame. ¿Qué ha pasado? Sai me dijo que no ibas a estar todo el fin de semana.

—Siento no habértelo contado. Sasuke no quería que nadie lo supiera. Solo se lo dije a Sai porque creí que me ayudaría a encontrar una tapadera mejor, pero me dijo que lo de la ONU y el tío estricto estaba bien. Aunque comentó que estaría todavía mejor si decíamos que nos alojábamos con una tía, en vez de un tío, y en un convento.

—Podías habérmelo dicho. Nunca se lo hubiera contado a nadie. —¿Sabe que Sai está usando sus trabajos? ¿Debería decírselo?

Sus ojos vuelven a llenarse de lágrimas pero se los limpia inmediatamente y vuelve a llenar la cuchara con un montón de helado.

—Lo sé. Lo siento. Creía… Tenía la sensación de que estabas demasiado ocupada con el guapeton del pueblo como para preocuparte por mis cosas. Pensaba que me iría como una adolescente y volvería como la mujer sofisticada que llevó su relación al siguiente nivel.

Hago una mueca. No, no es el mejor momento para traer a colación lo de Sai.

—¿Volvió SAsuke a llamarlo así? ¿Quieres que le regalemos un diccionario? Tal vez podríamos convertir sus palabras en algo sexualmente atrayente, aunque solo sea un poco. Por ejemplo, «llevar la relación al siguiente nivel» sería, «vamos, nena, enciende la llama de mi fuego».

Se mete en la boca otra cucharada de helado y se la traga.

—¿Qué te parece «es hora de deshacernos de nuestras inhibiciones»? —dice.

—Oh, Sakura, ¿de verdad dijo eso?

Asiente con la cabeza.

—Es imposible que tenga nuestra edad. A veces creo que estamos en una película de terror y Sasuke ha sido poseído por el espíritu de un vendedor de seguros de mediana edad. —Se mete otra cucharada enorme de helado en la boca.

—¿Y qué pasó después de que os «deshicierais de vuestras inhibiciones»? —pregunto.

—Bueno, estábamos en casa de su tío, esa parte es cierta. Pero el hombre se había ido a pasar el fin de semana a Al Pais del Rayo, así que… salimos a cenar y a dar un paseo por el parque; no mucho tiempo porque Sasuke tenía miedo de que nos asaltaran. Después regresamos y él puso un poco de música.

—Por favor, no me digas que escogió el Bolero de Ravel.

—En realidad no consiguió sintonizar la cadena que quería, así que terminamos oyendo rap. En el fondo le hizo gracia. Me he dado cuenta de que es menos estirado cuando yo, bueno… cuando me comporto…

—¿Cuándo eres más lanzada?

—Exacto. Es su punto débil. Así que me puse el vestido verde que tiene los botones por delante y en un momento dado me lo abrí sin más preámbulos. Los botones salieron volando por todas partes. ¡Tendrías que haber visto su cara!

—¡Caramba! —No me imagino a mi amiga haciendo algo así. Pero si todavía se cambia con la puerta cerrada cuando me quedo a dormir en su casa.

—Entonces le dije: «Déjate de tanta palabrería, profesor» y le arranqué la camisa. —Ahora se le escapa una sonrisilla.

—Sakura, eres una descarada. —Deja de sonreír, apoya la frente en la mesa, al lado del helado, y suelta un sollozo—. Lo siento, estaba de broma. ¿Qué pasó entonces? ¿Te hizo ir a comprarle una nueva?

—No. Estaba encantado. Me dijo que le gustaba esa nueva faceta mía y que no era de los que se sentía amenazado cuando una mujer demostraba seguridad en sí misma. —Moja un trozo de plátano en sirope pero deja la cuchara dentro y se limpia la nariz con el dobladillo de la camiseta—. Dijo que era preciosa y que no hay nadamejor en esta vida que cerebro y belleza juntos. Luego dejó de hablar y empezó a besarme como un loco. Nos tumbamos en el suelo, frente a la chimenea y entonces… —Otro sollozo.

Le acaricio la nuca mientras pienso en todos los posibles escenarios. «Sasuke confesó ser gay. Sasuke tiene disfunción eréctil. Sasuke resultó ser un vampiro y no puede acostarse con ella porque teme terminar matándola».

—Su tío entró. Apareció justo ahí, en plena biblioteca. En realidad no se había ido. Se suponía que era el fin de semana siguiente. Cuando llegamos a su casa y dejamos las maletas estaba fuera, trabajando, pero cuando volvimos estaba dándose un baño, oyó ruidos y entró con un palo en la mano, dispuesto a matar a quien quiera que se hubiera colado en su hogar.

«Oh, pobre Sakura».

—Se puso a gritar como un histérico a Sasuke y me llamó puta y otras lindezas.

Sasuke no pudo encontrar sus pantalones y se quedó allí parado, desnudo, hasta que se le ocurrió la feliz idea de parapetarse detrás de mí.

«Maldito Sasuke. ¿Qué le costaba portarse como un caballero y hacer lo contario, ponerse delante de ella para cubrirla? Sai tenía razón. Es un imbécil».

—¡Qué cobarde!

«¡Uy! ¿Le sentará mal lo que acabo de decir?». Me preparo para su reacción, pero ella se limita a asentir y dice:

—Lo sé, ¿verdad? Steve McQueen nunca habría actuado así. Le habría dado un puñetazo como hace con el médico en Amores con un extraño.

—¿Y cómo terminó la cosa?

—Pues Sasuke y su tío empezaron a discutir y él le rogó que no le dijera nada a sus padres. Su tío no dejó de gritarle en ningún momento y al final decidió no contar nada si «desistíamos de nuestra actitud y abandonábamos su vivienda de inmediato».

Ahora entiendo de dónde le viene a Sasuke la pedantería.

—¿Entonces volviste a casa?

—No, era muy tarde. Usamos mi American Express para casos de emergencia y terminamos en un hotel. Sasuke intentó que lo retomáramos donde lo dejamos pero ya no era lo mismo. Al final nos pusimos a ver una maratón de Star Trek y nos quedamos dormidos.

Extiendo los brazos y esta vez sí que me deja abrazarla. Apoya la cabeza sobre mi hombro y empieza a temblar.

—¿Por qué nunca me salen las cosas bien? Solo quería tener una aventura, sentirme irresistible, y ahora solo soy una perdida pero sin haber disfrutado del sexo. Soy una perdida de mentira. —Sus lágrimas calientes me mojan el cuello.

—Creo que eres una mujer impresionante. Le arrancaste la camisa, llevaste la voz cantante… eres una auténtica perdida, Sakua Haruto.

—En realidad me costó lo suyo arrancársela. —Se limpia los ojos con el dorso de la mano—. Esos botones parecían cosidos con alambre.

—Dijo que eras preciosa y valiente. Y lo eres.

—No se lo cuentes a nadie. Ni siquiera a Sai. Le dije que con Sasuke me fue de maravilla. ¡Puaj!

«Creo que Sai entendería que a veces las cosas no salen como uno espera».

Le acaricio cariñosamente la espalda.

—No diré nada. De verdad de la buena. Digo esto último intentando quitarle hierro al asunto, pero Sakura se pone tiesa de repente.

—Y no se te ocurra decírselo a tu novio Namikaze. No quiero que se rian de nosotros.

Me estremezco por dentro. Sabiendo lo protector que Naruto es con sus hermanas y cómo intentó que Sai se mostrara más compasivo con Sakura, sé que nunca se le ocurriría reírse de algo así. Que Sakura piense lo contrario me duele, casi tanto como que me vea capaz de divertirme a su costa. Sin embargo, lo único que se me ocurre decir es:

—No se lo diré a nadie.

—Necesito otro helado. —Tiene la cara roja y los ojos hinchados de tanto llorar—. ¿Te apetece compartir ese postre enorme que tiene diez bolas de helado y que te sirven sobre un Frisbee?

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