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NO TE DES TANTA IMPORTANCIA
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—Deséenme suerte en el Amaguriama. —La señora Namikaze suelta un suspiro cuando nos deja a Naruto y a mí en la ferretería—. Es como entrar en el mismísimo infierno pero con pizza y un ratón gigante que habla.
Hoy a Naruto y a Sai les toca trabajar juntos, pero Sai no ha venido a recogernos.
La señora Namikaze me ha dicho que hoy no me necesitaba de canguro, pues han invitado a Gaara a una fiesta de cumpleaños, y se ha ofrecido para llevarnos. Como también tengo la tarde libre en el Bar de Tezuna, he venido con Naruto y aquí estoy, echando un vistazo a un manual de preparación del examen de acceso a la universidad que Sakura me ha dejado.
Naruto se ha puesto a desembalar una remesa de clavos. No hacemos ningún comentario sobre la ausencia de Sai, pero me doy cuenta de que los ojos de Naruto, bajo sus espesas y pestañas, se desvían de vez en cuando hacia el reloj que hay sobre la puerta, igual que los míos. No quiero que Sai la fastidie, pero pasan diez minutos de su hora de entrada, luego veinte y al final media hora.
El señor Namikaze sale de la trastienda para saludarnos. Palmea a Naruto en el hombro, me da un beso en la mejilla y nos dice que en su oficina encontraremos un montón de café listo para cuando nos apetezca tomarlo. Se ha encerrado allí dentro, comenta, para hacer el balance trimestral. Naruto se pone a silbar y continúa clasificando clavos de todo tipo al tiempo que garabatea cifras en un cuaderno. Desde la oficina del señor Namikaze me llega un sonido repetitivo. Paso varias páginas del manual intentando identificarlo.
Clic-clic-clic-clic-clic-clic-clic.
Miro a Naruto con curiosidad.
—Está pulsando una y otra vez un bolígrafo —explica—. Mi padre dice que eso le ayuda con las sumas… o en nuestro caso con las restas. —Abre un paquete de clavos y los deja caer sobre un cajón de plástico.
—¿No han mejorado las finanzas? —Me acerco a él y le rodeo la espalda con los brazos, apoyando la mejilla sobre su hombro. Lleva una sudadera gris que huele a él.
—No. Pero tampoco han ido a peor. —Se vuelve hacia mí, me agarra de la nuca y me arrastra hacia él con una sonrisa en los labios.
—Pareces cansado. —Trazo con la yema del dedo la sombra negro azulada que tiene debajo del ojo.
—Sí, lo estoy. Me encanta que hagas eso, Hina.
—¿Estás trasnochando mucho? ¿Haciendo qué?
—Más bien estoy madrugando, aunque cuando uno se levanta a las cuatro de la mañana más que madrugar parece que no te ha dado tiempo a dormir.
Tiene los ojos cerrados. Deslizo la yema del dedo por su mejilla y luego la subo hasta el otro ojo.
—¿Te estás levantando a las cuatro de la mañana? ¿Por qué?
—No te rías.
¿Por qué esa frase siempre consigue arrancarme una sonrisa? Abre los ojos y se ríe.
Intento poner cara seria.
—No lo haré.
—Estoy repartiendo periódicos.
—¿Qué?
—Que estoy trabajando de repartidor para el periódico local. Empiezo a las cuatro, seis días a la semana.
—¿Desde cuándo?
—Desde hace dos semanas. No pensaba que fuera tan agotador, en las películas no ves a los repartidores metiéndose Red Bull ni cafeína en vena para aguantar todo el día.
—Porque tienen diez años. ¿Por qué no se encarga Menma? —Enreda su mano en mi pelo y me quita la goma, un gesto que se está convirtiendo en habitual.
—Menma no espera ir a la universidad el año que viene. Yo sí. Aunque tal y como van las cosas lo veo poco probable. Maldita sea, no debería haber comprado el Mustang. Pero es que… le tenía tantas ganas. Y ahora ya está casi arreglado. Siempre que invierta unos cuantos dólares más en él, claro. —Me muerdo el labio. Nunca en mi vida me he preocupado por el dinero—. No, Hina, no te pongas triste. Todo va a salir bien. No debería haber sacado el asunto a colación.
—He sido yo la que ha sacado el tema —le recuerdo—. Soy tu novia. Se supone que tienes que hablar de estas cosas conmigo. No estamos juntos solo para que pueda acariciar tu pedazo de cuerpo a mi antojo.
—Aunque con eso también estoy de acuerdo —dice él, enrosca los dedos en mi pelo y me acerca todavía más hacia sí.
—¡Oh, por favor! Paren ya de manosearse en público.
Nos volvemos hacia la puerta y vemos entrar a Sai con su traje gris para impresionar a Horai Hyuga y con aspecto de estar agotado y muy enfadado.
—Haruno —le saluda Naruto, sin dejarme ir—. ¿Estás bien? —Hace un gesto hacia el reloj con un movimiento del hombro.
—Eso depende de lo que entiendas por «estar bien». —Sai se quita la americana y la cuelga descuidadamente en una percha. Después se afloja la corbata como si de una boa constrictor oprimiéndole el cuello se tratara—. Algo de lo que yo no tengo ni puta idea, ¿verdad? —Se coloca al lado de Naruto, que disimuladamente estudia sus pupilas y le huele el aliento. Desde aquí yo no huelo nada raro, espero que Naruto tampoco. Sai solo está muy… cabreado.
—¿Qué te pasa? —Naruto le pasa su tarjeta de registro de las horas de trabajo.
Sai se inclina y escribe la hora con un rotulador negro.
—¿Hinata? ¿Qué carajo sabes de Obito Uchiha?
—Vamos, Sai. Deja de decir palabrotas. —Pongo una mano sobre su hombro.
Últimamente cuida mucho su vocabulario. Incluso puedes mantener una conversación con él sin que suelte ninguna.
—¿Por qué, Hinata? ¿Por qué cojones no puedo decir «joder»? —Esboza su encantadora sonrisa falsa—. Yo lo digo y ustedes lo hacen. Para mí que ustedes salen ganando.
—Ya basta, Sai. Hinata no tiene la culpa de nada. ¿Qué pasa con Obito Uchiha? —Naruto apoya la cadera a un lado del mostrador y se cruza de brazos.
—No sé. No soy el más indicado para criticar a los putos manipuladores, al fin y al cabo yo mismo lo soy. Pero este tipo… llega hasta puntos insospechados. Y tu madre, Hinata… se pone a su mismo nivel. —Sai se frota la frente.
—¿A qué te refieres? —quiero saber.
Pero justo en ese momento el señor Namikaze pregunta:
—¿Tienes que trabajar esta noche en la campaña? —Ha debido de entrar sin que le oyéramos.
Sai hace un gesto de negación. Se está poniendo rojo. Nunca ha llegado tarde antes, no a la tienda.
—Muy bien. Entonces te quedarás después de cerrar y terminarás el inventario del almacén que empezaste el otro día. —Sai asiente y traga saliva. El señor Namikaze le pone una mano en el hombro—. Nunca más, Sai, ¿entendido? —Dicho esto se marcha a su oficina. Le miro y me doy cuenta que hoy sus anchos hombros no van tan erguidos como de costumbre.
Naruto saca un paquete de chicles del bolsillo de sus jeans y se lo ofrece a Sai. —Sigue.
—Sí, lo de Obito… —Saca seis chicles, la mitad del paquete. Naruto alza las cejas pero no dice nada—. Está en todas partes. Si se te ocurre levantar una piedra en esta campaña te lo encuentras debajo. Horai tiene todo un equipo de profesionales trabajando para ella y Obito está a cargo de todo. En cuanto dice algo todo el mundo corre a obedecerle. Hasta yo. ¡Nunca duerme! Incluso al tal Zetzu, ese tipo pequeño e idiota que dirige la campaña de tu madre, se le ve agotado, pero Obito parece el puto conejo del anuncio de las pilas Energizer. Y luego tiene a esa mujer… la morena que está tan buena que trabaja para Kakashi Hatake y que hace de espía para Obito. Todas las mañanas nos dice lo que tiene planeado hacer Kakashi ese día. De esa forma Horai juega con ventaja y da mejor impresión.
De repente empiezo a darme cuenta de muchas cosas, pero no tengo tiempo de procesarlas porque Sai continúa hablando.
—También controla todas las sesiones de fotos. Ayer había un pobre hombre que perdió ambas piernas en la guerra y Obito se aseguró de que Horai se hiciera una foto saludándole y consiguió que saliera en media página del periodico. —Se mete las manos en los bolsillos y empieza a caminar de un lado para otro—. Después fuimos a una guardería y Horai se hizo una foto rodeada de seis niños adorables, todos rubios. El muy capullo prácticamente empujó a una niña con una de esas grandes marcas de nacimiento en la cara para que no saliera en la imagen. Es muy bueno en lo que hace y es una gozada verle trabajar, pero también da mucho miedo. Y tu madre… no dice nada, Hinata. Parece como si fuera ella la que estuviera trabajando para él y no al revés. ¿Qué coño está pasando?
En realidad yo también he pensado lo mismo en varias ocasiones, pero que aquello lo diga Sai hace que me ponga a la defensiva. Además, ¿quién es él para hablar?
—Mira —digo—, puede que parezca que él es quien manda, pero te aseguro que mi madre nunca dejaría las riendas de esa forma. Le encanta su trabajo y está completamente decidida a ganar estas elecciones. Sabe que no será fácil, que le espera un camino muy duro… —Voy perdiendo fuerza. «Estoy hablando igual que ella».
—Sí, y va en cabeza en todas nuestras encuestas internas. Incluso teniendo en cuenta el margen de error. Seguida de cerca por su contrincante, pero en cabeza. Pero eso no es suficiente para Obito. Él quiere arrasar, no permitirá que en noviembre tengamos la más mínima sorpresa, así que tu madre no solo tiene que ganar, tiene que aplastar a Kakashi Hatake. Sin miramientos. No solo en estas elecciones, sino hundir toda su carrera.
Naruto me está acariciando pensativo el costado con la mano izquierda, mientras sigue sacando paquetes de clavos de la caja con la derecha.
—¿Y lo está consiguiendo haciendo qué? —pregunta.
—Sacando a la luz todos los trapos sucios posibles, hasta los que no tienen importancia, pero haciendo que sí que importen.
Ambos miramos a Sai.
—Por ejemplo, Kakashi Hatake tiene dos arrestos por conducir bajo los efectos del alcohol. El primero fue hace treinta años, cuando estaba en el instituto. El segundo, hace veintiséis. El hombre hizo su servicio comunitario y pagó la multa. Me he fijado en él cuando está en algún mitin o debate electoral y es un tipo decente. De verdad. Ha hecho todo lo posible por compensar sus faltas. Pero Obito está haciendo lo indecible para que no pueda dejar su pasado precisamente donde debe estar, en el pasado. Sabe por ese perrito faldero espía que tiene que en la campaña de Hatake están cagados de miedo porque aquello pueda salir a la luz y va a hacer que Horai se reúna con un capullo que va a soltarlo todo. Tres días antes de las elecciones.
—¿Y tú qué papel desempeñas en todo esto? —pregunta Naruto.
Sai nos mira con ojos suplicantes.
—No lo sé. Obito Uchiha cree que hago milagros. Por alguna extraña razón, todo lo que hago impresiona a ese tipo. Hoy me ha felicitado por lo bien que se me da ordenar documentos, ¡por el amor de Dios! Nadie ha estado tan contento conmigo nunca. Ni siquiera cuando fingía. Y ahora no lo estoy haciendo. Pero se me da bien toda esta mierda de la política. Además, necesito recomendaciones. —Pone voz de pito—. «Lo de la ferretería está muy bien, Sai, pero lo único que puede reparar todo el daño que te has hecho es la experiencia que adquieras en esta campaña y las recomendaciones que pueda dar de ti la senadora del estado».
—¿Tu madre? —pregunto.
—Claro. No hay una persona sobre la faz de la Tierra que pueda decir cosas tan buenas de mí como Obito Uchiha. Pero gracias a mi suerte, tiene que arruinar la vida de un buen hombre por el camino.
A partir de este momento empiezan a entrar un número inusual de clientes. Una mujer con cara de pocos amigos acompañada de su hija adolescente que quiere ver muestras de pintura. Una anciana que busca un soplador de hojas que no requiera de mucha fuerza para manejarlo. Un hombre con barba, que se ve que no tiene ni idea de bricolaje, que pide a Sai «una de esas cosas que salen en la tele que sirven para arreglar cosas». Tras cinco minutos en los que mi amigo le ha ofrecido de todo (desde masilla hasta una espátula) Naruto se da cuenta de que lo que realmente quiere es una caja de herramientas. El hombre se marcha de la tienda con cara de satisfacción.
—¿Y qué piensas hacer? —pregunto cuando volvemos a quedarnos los tres solos.
—Joder, joder, joder —responde Sai. Se lleva la mano al bolsillo de la camisa, donde guarda el paquete de tabaco, pero vuelve a bajarla vacía. No se puede fumar dentro de la ferretería. Cierra los ojos. Parece como si acabara de dispararse con una pistola de clavos en la sien. Después vuelve a abrirlos, aunque sigue con el mismo aspecto. Al final da un puñetazo sobre el mostrador, tirando un vaso de plástico con bolígrafos—. No puedo dejarlo. Ya la he fastidiado demasiado. Si me voy parecerá que he vuelto a las andadas… aunque no sea así. —Se inclina sobre la caja registradora y se tapa los ojos con la palma de las manos. ¿Está llorando?
—Puedes decirle lo que opinas de sus tácticas —apunta Naruto—. Decirle que no estás de acuerdo con ellas.
—¡Cómo si le importara! Odio esto. Odio saber qué es lo que hay que hacer y no tener las pelotas suficientes para hacerlo. Qué asco. La vida me está dando lo que me merezco, ¿verdad? No se pueden imaginar las cosas que he hecho, las veces que he hecho trampa en los exámenes, las normas que me saltado, la gente a la que he jodido…
—¡Vamos, hombre! Termina ya con lo de «nadie tiene ni idea de los horrores que he visto». Eso está más que pasado de moda —masculla Naruto.
Respiro hondo, dispuesta a decir algo (el qué, no tengo ni idea), pero Naruto continúa:
—No has matado a ningún recién nacido para beberte su sangre, solo la has cagado en secundaria, no te des tanta importancia.
Sai enarca tanto las cejas que se convierten en una sola. Ninguno de los dos hemos visto nunca a Naruto perder el control de esta forma.
—No es el dilema moral del siglo. —Naruto se pasa los dedos por el pelo—. Ni tampoco estás inventando la bomba atómica. Solo se trata de hacer lo correcto o seguir haciendo el imbécil. Así que elige. Pero deja de lloriquear.
Sai hace un seco gesto de asentimiento, apenas una inclinación de barbilla, y después centra su atención en la caja registradora, como si los números y símbolos que hay en ella fueran la cosa más fascinante que ha visto en su vida. Últimamente es mucho más expresivo de lo habitual, pero ahora ha vuelto a adoptar esa máscara anodina que llegué a creer que era su auténtica cara.
—Debería ir al almacén —dice entre dientes y se aleja por el pasillo.
Naruto abre el último paquete de clavos y los echa al cajón de plástico. El ruido que hacen al caer rompe el silencio que se ha instalado en la ferretería tras la marcha de Sai.
—No parecías tú —comento con voz queda todavía al lado de él.
Naruto parece avergonzado.
—Me salió así. Todo esto hace que me sienta… Estoy cansado de… —Se lleva la mano a la nuca y luego se frota la cara y se tapa los ojos—. Me gusta Sai, es un buen tipo… —Baja la mano y me sonríe—. Pero me gustaría tener las mismas oportunidades que él. Y cuando actúa como si le hubieran maldecido o todo se pusiera en su contra… —Niega con la cabeza, como si así pudiera borrar lo que acaba de pensar. Después me mira y hace un gesto hacia el reloj—. Le dije a mi padre que me quedaría hasta tarde e intentaría ordenar un poco esto. —Acaricia un mechón de mi pelo y lo enreda entre sus dedos—. ¿Tienes algo que hacer después?
—Se suponía que tenía que ir con mi madre a uno de sus actos electorales en El Remolino, pero le dije que tenía que estudiar para el examen de acceso a la universidad.
—¿Y se lo creyó? Estamos en verano, Hina.
—Sakura me apuntó con ella a esa tontería del simulacro de examen. Y yo… se lo comenté a mi madre cuando estaba un poco distraída.
—Pero no lo hiciste a propósito, por supuesto.
—Por supuesto que no —replico.
—Entonces, si me paso a verte sobre las ocho, estarás estudiando, ¿verdad?
—Claro que sí. Aunque podría necesitar un… compañero de estudio… porque podría tener dificultades a la hora de enfrentarme con los problemas más difíciles.
—Enfrentarte, ¿eh?
—Sí, enfrentarme, luchar, pelear —respondo—. Ya sabes un mano a mano.
—Sí, lo he pillado. Aunque no sé si debería llevar protección para estudiar contigo.
—Eres un tipo duro. Seguro que estarás bien.
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