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TODA LA NOCHE

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Estoy entrando por la puerta de casa cuando me suena el teléfono móvil.

—Así que, como tenemos que levantarnos tan temprano… La fábrica abre a las cinco, imagínate… creo que es lo más lógico… te veo cuando… —Mi teléfono tiene una cobertura perfecta, pero la voz metálica al otro de la línea parece ir y venir, como si estuviera intentando sintonizar un determinado canal de radio y no lograra dar con la frecuencia exacta. Claro que, teniendo en cuenta que dicha voz me está diciendo que no va a pasar la noche en casa porque tiene un evento a primera hora de la mañana en una fábrica en el extremo oeste del estado, este canal no puede ser el de Horai Hyuga. He debido de terminar en otro programa. O en un universo paralelo. Pero termina diciendo—: Estamos a mitad de camino y no tiene sentido dar la vuelta e irnos a casa. Obito ha encontrado una habitación de hotel magnífica. No te importa quedarte sola en casa, ¿verdad?

Me ha pillado tan desprevenida que asiento con la cabeza antes de darme cuenta de que no puede verme.

—Claro que no, mamá. Estaré perfectamente. Disfruta del hotel. —Estoy a punto de añadir que si quiere se puede quedar otra noche más antes de decidir que con eso se notaría demasiado que estoy deseando quedarme sola.

Mi madre va a pasar la noche fuera. Toda la noche. Con Obito —y sus intenciones poco claras— en una «magnífica» habitación de hotel. Pero no quiero pensar en eso. En lo único que quiero pensar, es más, lo primero que acude a mi mente nada más colgar, es eso de «toda la noche». Por eso marco el número de Naruto al instante.

—Hina. —Puedo percibir la sonrisa en su tono de voz. Hace solo diez minutos que me he marchado de la tienda—. ¿Ya has tenido una crisis de estudio?

—Mi madre va a pasar la noche fuera. Toda la noche.

Se queda callado unos segundos; unos segundos en los que empiezo a ponerme un poco nerviosa. «¿Hace falta que sea más clara? ¿Cómo? "¿Quieres que hagamos una fiesta de pijamas?". No tenemos seis años».

—¿Tu madre va a pasar toda la noche fuera de casa? —repite.

—Sí.

—Y seguramente necesitarás compañía, porque, ya sabes, puedes encontrarte con un montón de problemas difíciles con los que lidiar.

—Claro, claro.

—¿Puerta o ventana? —pregunta.

—Acabo de quitar el pestillo de la ventana.

Me deshago la trenza y me cepillo el pelo. Un día de estos tengo que cortármelo. Ya me llega hasta la parte baja de la espalda y tarda una eternidad en secarse. ¿Por qué estoy pensando en esto ahora mismo? Supongo que porque estoy un poco nerviosa.

No quiero pensar demasiado en «eso», pero a menos que saltemos el uno sobre el otro en el calor del momento —lo que veo bastante difícil, logísticamente hablando— tiene que haber un mínimo de planificación, lo que conduce de manera inexorable a lo que estoy haciendo: pensar. Oigo un golpecito en el cristal y me acerco a la ventana. Antes de abrir pongo la mano en el mismo lugar en que la pone Naruto.

Me fijo en que ha traído un saco de dormir; uno de esos grandes y voluminosos de color verde que venden por Internet. Lo miro con curiosidad.

Naruto sigue mi mirada y se pone rojo.

—Les he dicho a mis padres que iba a ayudarte a estudiar, que puede que luego viéramos una película juntos y que si se hacía muy tarde me quedaría a dormir en el suelo de tu salón.

—¿Y qué te han dicho?

—Mi madre, que me lo pasara bien. Papá solamente se quedó mirándome.

—¿Pasaste mucha vergüenza?

—Valio la pena.

Se acerca muy despacio, con los ojos fijos en mí y me enlaza el talle con las manos.

—Mmm… ¿Entonces vamos a estudiar? —Intento sonar lo más informal posible.

Naruto desliza los pulgares detrás de mis orejas y acaricia el hueco que hay debajo.

Está a escasos centímetros de mi cara y sigue mirándome fijamente.

—Por supuesto. Estoy estudiándote. —Explora todo mi cuerpo muy despacio y luego vuelve a mirarme a los ojos—. ¿Sabías que tienes diminutas motas plateadas en medio de todo ese gris? —Se inclina y me besa un párpado, después el otro y se echa hacia atrás—. Tus pestañas no son castañas, sino más bien negro azuladas. Y… —Se separa un poco más y esboza una sonrisa perezosa—… ya te estás sonrojando… aquí… —Sus labios me rozan la garganta—… y seguramente también aquí. —Noto la calidez del pulgar que me roza el pecho incluso por debajo de la tela de la camiseta que llevo puesta.

En las películas, la ropa desaparece como por arte de magia cuando la pareja está lista para hacer el amor. Hay un cambio de iluminación sobre los cuerpos desnudos y empiezan los primeros acordes de un fondo musical. En la vida real no es así. Naruto se quita la camiseta y se desabrocha torpemente la hebilla del cinturón mientras yo salto a pata coja quitándome los calcetines, preguntándome lo poco sensual que debo de parecer. En las películas ni siquiera llevan calcetines. Cuando Naruto se deshace de los jeans todo el suelto que lleva en los bolsillos cae por el suelo.

—¡Lo siento! —dice y ambos nos quedamos completamente inmóviles, aunque sabemos que nadie ha podido oír el estrépito.

En las películas, nadie se siente incómodo pensando en si debería haberse lavado los dientes antes. Cada movimiento está bellamente coreografiado y la banda sonora alcanza su punto más álgido.

En las películas, cuando ambos se han desnudado y él la envuelve a ella en sus brazos para besarla no chocan sus dientes y se echan a reír antes de volver a intentarlo.

Pero si hay algo que tengo claro es que en las películas no se siente ni la mitad de lo que estoy sintiendo aquí y ahora con Naruto.

Cuando su mano baja y me roza la parte posterior del muslo tomo una profunda bocanada de aire. La sensación de su piel, toda su piel, contra la mía me pone los vellos de punta. Me acerca todavía más a él y nos sumergimos en un beso que es como caer en aguas profundas, muy profundas. Cuando por fin nos detenemos para tomar aire, tengo ambas piernas alrededor de sus caderas. Las comisuras de sus ojos se arrugan. Sus manos se cierran sobre mis nalgas y me lleva a la cama. Me tumbo de lado, mirándole. Naruto se agacha junto al colchón y extiende una mano para ponerla sobre mi corazón. Hago lo mismo y percibo su latido desaforado.

—¿Estás nervioso? —susurro—. Porque no lo pareces.

—Me preocupa hacerte daño, al principio. No me parece justo.

—Tranquilo. No tengo miedo. Ven, acércate.

Naruto se pone de pie muy despacio, va hacia sus jeans y saca del bolsillo uno de los preservativos que compramos juntos. Lo sostiene sobre la palma de su mano.

—No estoy nada nervioso. —Hace un gesto con la cabeza, señalándome sus dedos, que están temblando ligeramente.

—¿De qué marca es? —pregunto.

—No tengo ni idea. Me limité a meterme unos cuantos en los pantalones antes de venir. —Nos fijamos en el pequeño cuadrado de aluminio—. Ramsés.

—¿Por qué le ponen esos nombres? —pregunto mientras Naruto empieza a abrir la envoltura—. ¿Acaso los egipcios inventaron algún método de control de la natalidad infalible? ¿Y qué me dices de los Troyanos? ¿No fueron los que perdieron? ¿No sería mejor haberlos llamado Macedonios, como los que ganaron? Sé que no suena tan exótico pero…

Naruto pone dos dedos sobre mis labios.

—Tranquila, Hinata. Shhh. No tenemos por qué hacerlo… Podemos quedarnos…

—Pero yo quiero hacerlo —murmuro—. De verdad. —Respiro hondo y alcanzo el preservativo—. ¿Quieres que te ayude a… mmm… ponértelo?

Ahora es Naruto el que se ruboriza.

—Sí, de acuerdo.

Cuando nos tumbamos en la cama, completamente desnudos por primera vez, le miro bajo la luz de la luna y siento que se me hace un nudo en la garganta.

—Eres increíble —digo.

—Acabas de quitarme las palabras de la boca —susurra él. Me ahueca la mejilla con la mano y me atrapa con la mirada. Alzo la mano para cubrir la suya y asiento.

Entonces se cierne sobre mí y mi cuerpo se prepara para recibirle.

«Está bien». Sí, es cierto que duele, un poco. Pensé que quizá no me dolería por tratarse de Naruto. Pero no es un dolor punzante ni desgarrador. Es como una sensación de ardor cuando algo te atraviesa que se hace un poco más intenso cuando me llena por completo.

Me muerdo con fuerza el labio. Abro los ojos y me encuentro a Naruto, que también se está mordiendo el suyo y me mira con tanta ansiedad que mi corazón se derrite por él.

—¿Estás bien? ¿Te gusta?

Asiento y tiro de sus caderas hacia mí.

—Ahora será mejor —promete él. Entonces vuelve a besarme y empieza a moverse rítmicamente. Mi cuerpo sigue al suyo, reacio a dejarle ir y feliz al ver que regresa.

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