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EN LA LUNA

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Como se pueden imaginar, al día siguiente, durante el turno de desayunos del Bar de Tezuna, no doy pie con bola. Menos mal que no estoy en mi puesto de socorrista. Aunque no puedo recordar cómo le gustan los huevos a algunos clientes de toda la vida y me quedo mirando ensimismada a la cafetera y con una sonrisa tonta en los labios, por lo menos no hay ninguna vida en juego.

Cuando Naruto trepó por mi ventana esta mañana, a eso de las cuatro, bajó hasta la mitad del enrejado y volvió a subir inmediatamente.

—Pásate por la tienda después del trabajo —me susurró antes de darme un último beso.

Así que ahí es dónde me dirijo desde el mismo instante en que he salido de la cafetería. Voy tan rápido que prácticamente estoy corriendo. Cuando llego a la avenida principal intento frenar un poco, pero me es imposible. Abro la puerta de la ferretería con ímpetu, olvidándome que los goznes están rotos, así que esta golpea la pared con un sonoro estruendo.

El señor Namikaze me mira desde detrás de la caja registradora, donde está leyendo unos papeles que tiene en el regazo con las gafas apoyadas en la punta de la nariz.

—¡Vaya! Hola, Hinata.

Ni siquiera me he quitado el uniforme, de modo que no se puede decir que tenga un aspecto de lo más profesional o que se me vea muy segura de sí misma. Todo lo contrario, estoy muerta de vergüenza. Cuando me acuerdo de la conversación que Naruto tuvo con su padre por lo de la cerradura no puedo evitar pensar: «Lo sabe, lo sabe. Seguro que se me nota en la cara».

—Naruto está en la trastienda —me informa amablemente el señor Namikaze—, desembalando pedidos. —Vuelve a sus papeles.

Me veo en la obligación de explicarme.

—Pensé en pasarme por aquí antes de hacer de niñera. Ya sabe, en su casa. Solo quería saludar… Y eso es lo que voy a hacer. ¿Entonces en la trastienda? Voy a decirle… hola.

«Muy bien, Hinata, tú sí que sabes hablar».

Oigo el sonido del cartón al rasgarse antes de abrir la puerta que da al almacén y encontrarme a Naruto rodeado de una enorme pila de cajas. Está de espaldas a mí. De pronto me siento tan cohibida con él como con su padre.

«Esto es absurdo».

Haciendo a un lado la vergüenza, me acerco a él y le pongo una mano en el hombro.

Se endereza y me da la bienvenida con una enorme sonrisa.

—¡Me alegro de verte!

—¿De verdad?

—Sí. Creí que era mi padre, que venía a decirme que había metido la pata otra vez. Hoy estoy siendo un desastre. Se me ha caído de todo. Latas de pintura, la exposición de jardinería… Cuando me di un golpe con la escalera decidió mandarme aquí. No sé dónde tengo la cabeza.

—Tal vez deberías haber dormido más —sugiero.

—Nada de eso —replica él. Entonces nos miramos durante un buen rato.

Por alguna razón, esperaba verle diferente, de la misma forma que también esperaba verme distinta esta mañana, cuando me he mirado en el espejo. Creía que tendría un aspecto más maduro, más pleno, que reflejara por fuera lo feliz que soy por dentro, pero lo único que me ha mostrado mi reflejo han sido unos labios hinchados por los besos compartidos. A Naruto le pasa lo mismo.

—Fue la mejor sesión de estudio que he tenido en mi vida —le digo.

—Sí, yo también la recordaré hasta que me muera —señala él. Después aparta la mirada como si también estuviera avergonzado y se inclina sobre otra caja—. Incluso me he dado un golpe con el martillo en el pulgar cuando estaba pensando en lo de anoche.

—¿En este pulgar? —Me acerco su callosa mano y le beso el pulgar.

—No, el de la mano izquierda. —Esboza una sonrisa cuando me ve extender el brazo hacia su otra mano.

—También me rompí la clavícula una vez —dice, indicándome el lado exacto. Deposito un beso en la zona que me señala—. Y algunas costillas en una pelea que tuve el primer año de secundaria.

No le subo la camiseta hasta la zona en la que me está indicando con el dedo. No soy tan atrevida. Pero me inclino para darle un beso a través del tejido.

—¿Te sientes mejor?

Sus ojos brillan traviesos.

—En octavo, me metí en otra pelea con un muchacho que estaba molestando a Menma y me dejó un ojo morado. —Me pongo de puntillas y acerco los labios a su ojo derecho y después al izquierdo. Me agarra de la nuca con sus cálidas manos y me acerca a él, colocándome entre sus piernas abiertas—. Si mal no recuerdo también me partió el labio.

Antes de darnos cuenta nos estamos besando y todo lo que hay a nuestro alrededor desaparece. El señor Namikaze podría entrar en cualquier momento, o llegar un camión con alguna entrega, o una flota de naves alienígenas podrían oscurecer el cielo. Da igual, no nos daríamos cuenta.

Permanecemos allí, apoyados contra la puerta, hasta que de verdad llega un camión enorme y Naruto tiene que descargar más material. Son solo las once y media, no tengo que ir casa de los Namikaze hasta las tres; como no quiero marcharme me dedico a hacer cosas inútiles como reordenar las fichas de muestras de pintura, oír el clic-clic-clic del bolígrafo del señor Namikaze… y revivir todo lo acontecido la noche anterior con el corazón lleno de dicha.

Más tarde intento concentrarme y ayudar a Menma a construir un «zoo para especies del Ártico con material reciclable» para la exposición de su campamento de ciencias. La tarea no solo se complica por el hecho de que Gaara y Buna se están comiendo los terrones de azúcar que estamos usando como material de construcción, sino porque Menma es extremadamente quisquilloso con el concepto de «reciclable».

—No estoy muy seguro de que el azúcar entre dentro de lo que se entiende por reciclable. En cuanto a los limpiadores de pipa, ¡eso sí que no! —sentencia, mirándome mientras pinto de color blanco varios cartones de huevos para transformarlos en icebergs que flotan en el papel de aluminio que hemos puesto imitando a las aguas heladas del Ártico.

La puerta de la cocina se abre de golpe y Karin entra como una exhalación, sin dar ningún tipo de explicación y hecha un mar de lágrimas. Sus sollozos se oyen cuando sube por las escaleras.

—No consigo que estos terrones permanezcan juntos. Se derriten cuando les pongo el pegamento —protesta Menma enfadado, girando el pincel en el recipiente con pegamento en el que se acaba de disolver otro terrón de azúcar.

—¿Y qué te parece si intentamos pegarlos con laca de uñas transparente? —sugiero.

—Eso también los derretirá —comenta Menma abatido.

—Podemos probarlo —ofrezco.

Gaara, que todavía está masticando el último terrón que se ha llevado a la boca, dice que podemos usar malvaviscos en vez de azúcar.

—Me estoy cansando de tanto terrón.

Menma reacciona con una furia desproporcionada. —Gaara, no estoy haciendo esto para que tú te lo comas. Los malvaviscos no parecen bloques de hielo. Necesito bordar este proyecto. Si me sale bien ganaré una insignia y el mes que viene el campamento me costará la mitad.

—Pregúntale a papá —contempla Buna—. A lo mejor con barniz para barcos o algo parecido.

—¡Me quiero morir! —solloza Karin desde la planta de arriba.

—Creo que debería ir a hablar con ella —le digo a los muchachos—. Llama a tu padre o a Naruto a ver qué te recomiendan.

Subo las escaleras en dirección a los sonoros lamentos y me llevo conmigo una caja de pañuelos de papel antes de entrar en la habitación de Karin e Ino.

La pobre está tumbada en su cama, bocabajo, con el bañador mojado y llorando con tanta pena que hay una mancha de humedad en su almohada. Me siento a su lado y le paso un pañuelo.

—Ha terminado. ¡Todo ha terminado!

—¿Suigetzu? —pregunto con una mueca. Sé que se trata de eso.

—Él… ha… ¡Me ha dejado! —Karin levanta la cabeza, sus ojos color avellana están inundados de lágrimas—. ¡Con un pos-it! Lo metió en mi chaleco salvavidas mientras aparejaba la vela.

—Estás de broma. —Sé que no es la frase más adecuada, pero es que me parece muy fuerte.

Karin mete la mano debajo de la almohada y me da una nota naranja fosforito en la que pone:

Karin. Me lo he pasado muy bien contigo, pero ahora quiero salir con Fu. Nos vemos, Suigetzu.

—Qué elegante.

—¡Lo sé! —Karin se echa a llorar de nuevo—. He estado enamorada de él tres años, desde que me enseñó cómo hacer un nudo corredizo el primer día del campamento de vela… ¡y ni siquiera ha sido capaz de decírmelo a la cara! ¿Que «nos vemos»? ¿Y con Fu? Cuando estábamos en cuarto se llevaba a los compañeros de clase detrás del piano, ¡para enseñarles el sujetador! ¡Y no lo necesitaba! La odio. Y a él le odio todavía más.

—No me extraña. Lo siento.

Le acaricio la espalda tal y como hice con Sakura el otro día.

—El primer muchacho al que besé se llamaba Toneri Ōtsutsuki. Le dijo a todo el colegio que no sabía cómo usar la lengua.

Karin se ríe entre sollozos.

—¿Y era verdad?

—Sí. No tenía ni idea. Pero tampoco él. Usó la lengua como si fuera un cepillo de dientes. ¡Puaj! Quizá lo hizo porque su padre era dentista.

Karin vuelve a reírse. Después baja la vista hasta la nota y las lágrimas regresan.

—Le di mi primer beso. He estado esperando a alguien que fuera especial… y ha resultado ser un imbécil. Ahora no puedo deshacerlo. ¡He malgastado mi primer beso con un idiota! —Se acurruca sobre la cama y llora aún más fuerte.

—¡Karin, cállate ya! ¡Así no hay quien se concentre en el proyecto! —grita Menma desde abajo.

—¡Mi mundo se ha derrumbado! —replica también chillando—. ¡Me importa un pimiento tu proyecto!

Temari escoge este momento para irrumpir en la habitación. Hace poco que ha aprendido a bajarse de la cuna y a quitarse el pañal (esté como esté). En este caso está completamente lleno. Se deshace de él y lo agita por encima de su cabeza con aire triunfal.

—¡Poooooooopó! —exclama mirándome entusiasmada.

—¡Qué asco! —gime Karin—. Creo que voy a vomitar.

—Ya me encargo yo. —Hace dos meses nunca había tenido el más mínimo contacto con un pañal. Ahora, sin embargo, podría impartir un máster sobre cómo lidiar con cualquier potencial desastre en el baño.

Temari me mira con curiosidad mientras limpio la pared («¡Puaj!»), cambio sus sábanas («Otra vez ¡puaj!»), le doy un baño rápido y le pongo otro pañal y ropa limpia.

—¿Dónde popó? —pregunta con tristeza, estirando el cuello en un intento de mirar su trasero.

—¡Gaaaaaaaaaaaaaaara! —grita una voz encolerizada desde la cocina. Bajo las escaleras y me encuentro con que Gaara ha usado su martillo de juguete para romper algunos terrones de azúcar y comérselos mientras Menma estaba hablando por teléfono con su padre. Ahora Gaara está corriendo con sus delgadas piernecitas por toda la casa, vestido tan solo con unos calzoncillos de Supermán, y con su hermano Menma pisándole los talones y blandiendo el teléfono como si de un arma se tratara.

Les sigo hasta el camino de entrada y justo en ese momento aparca el Escarabajo y Naruto sale de él con un grácil movimiento.

—Hola. —Se acerca a mí y empezamos a besarnos sin importar que Buna está fingiendo tener arcadas y que Menma quiera matar a Gaara a toda costa. Entonces Naruto se separa de mí, me pone un brazo alrededor del cuello, se vuelve hacia sus hermanos y pregunta:

—Está bien, ¿qué está pasando?

En escasos minutos lo tiene todo controlado: Menma está pintando palos de helado para reemplazar las destrozadas paredes de azúcar; Karin está comiendo chocolate y viendo una película de princesas en la enorme cama de sus padres; hemos encargado una pizza que está de camino y Buna está construyendo una gigantesca jaula con almohadas para Temari y Gaara que juegan a ser cachorros de tigres.

—Y ahora —comenta Naruto—, antes de que se vuelva a armar otra gorda, ven aquí. —Se apoya contra la encimera de la cocina, tira de mí para colocarme entre sus muslos y empieza a acariciarme la espalda.

Todo es perfecto. Soy feliz, mis días están llenos de buenos momentos, mi vida va mejor que nunca. Y sí, me doy cuenta de que es posible. Uno está yendo por un camino, asombrándose de lo maravillosamente bien que va todo, de lo bien que te sientes, y unas pocas bifurcaciones más adelante te encuentras con que, sin darte cuenta, te has perdido en el lugar más horrible que jamás te hubieras imaginado.

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