Shaina de Ofiucos por poco cae de la cama, no solía dormir de ese lado, por lo que al girarse no esperaba encontrarse de cara al vacío. Algo en ella le generó unas terribles náuseas y aunque el catre no era tan alto, esa sorpresa aumentó su malestar. ¿Dónde estaba? Poco a poco, su mente comenzó a aclararse y los recuerdos regresaron. El dios de dioses se había presentado en el Santuario, nadie había podido hacer nada ante su presencia, pero para fortuna de la orden, él no buscaba una batalla. A pesar de ello, la niña Athena se encontraba preocupada, ya que Zeus en representación de todo el Olimpo no traía buenas noticias.
El comité de deidades exigía un castigo: la aniquilación de la humanidad, la destrucción de la tierra y la cabeza de Athena. Todo esto porque la diosa de la sabiduría había cometido una despreciable falta al devolver a la vida a los Santos de Oro, y de haber tenido más tiempo y fuerza, los de plata también estarían allí. No obstante, el que hubiese revivido precisamente a la orden de élite era lo que tenía alterados a los dioses. Los santos de oro, debían cumplir un castigo. Estaban condenados al sufrimiento eterno, pero Athena había intercedido.
«Si quieres probar la importancia de tus santos, ellos mismos tendrán que demostrar su valía —fueron las palabras de Zeus—. Si son capaces de completar esta misión, se les dejará en paz, de lo contrario, las consecuencias serán severas»
Shaina se había sobresaltado ante esas fuertes palabras. Aunque no era cercana a los santos dorados, sentía que ya habían pasado por suficiente y que merecían, al igual que todos, vivir en paz y en plenitud. Por eso estaba dispuesta a ayudar e interceder para que eso fuera posible. Esa era la razón por la que se encontraba en la dichosa Tierra Dos. En aquel lugar, ella tenía 25 años, era sargento y, para su sorpresa, estaba casada. ¿Casada? Quiso vomitar de inmediato al recordar esa parte de su vida. ¿Cómo iba a estar casada si en su mundo, apenas tenía 19 años y su único interés romántico había sido Seiya y había dejado mucho tiempo atrás la idea de que entre ellos pudiera pasar algo? ¿Era parte de la estrategia de Zeus, cambiar no solo sus profesiones, sino también sus edades e intereses? Realmente, nada tenía sentido; lo mejor era seguir con lo acordado: prepararse para el fin del mundo y salvar cuántas vidas fueran necesarias.
Debía agradecer, que por lo menos no había hijos.
A su lado, su esposo se movió con delicadeza… ¡Su esposo! Shaina intentó organizar sus pensamientos. Llevaba cuatro años casada y, por lo que había descubierto, aquel hombre era su más grande tesoro. Lo amaba, la Shaina de Tierra Dos lo amaba profundamente. Pero, ¿cómo se llamaba? Se levantó de inmediato al recordarlo y lo observó fijamente durante un largo rato. Él tenía un hermoso cabello plateado y una espalda ancha, pero… ¿podría ser él? Minos era su nombre. ¿Qué clase de nombre era Minos? La única persona que ella recordaba con ese nombre era un espectro de Hades. No lo conocía personalmente, pero sabía que uno de los jueces del ejército del inframundo se llamaba Minos. ¡Qué coincidencia!
Pero ¿Zeus se atrevería a unir a dos potentes enemigos en un sagrado matrimonio? Eso debía ser una maldita broma.
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Para él no estaba siendo fácil asimilar la situación. Estaba en Tierra Dos y se recordó felicitar al dios de dioses por tan ingenioso nombre, pero ahí estaba, tumbado en una cómoda y cálida cama, analizando su simple vida en aquel mundo. Un experto teniente de 32 años, felizmente casado con una bella sargento que había conocido en su lugar de trabajo. ¿Y donde más la habría de conocer? Su vida era agotadora y no tenía tiempo de nada; aunque tal vez esa era la razón por la que llevaba cuatro años con ella… Cuatro años, demasiado tiempo para él, que en su día a día no le importaba ningún tipo de compromiso más que encuentros casuales sin tanto drama, sin embargo, su alter ego estaba locamente enamorado de Shaina. ¿Qué clase de nombre era Shaina? Nunca había conocido o escuchado hablar de alguna Shaina, pero lo que recordaba es que era una mujer hermosa y temperamental.
Total, ya estaba allí y aún no estaba seguro de que lado tomar. La diosa Perséfone les había dado libre albedrío y algunos habían optado seriamente la decisión de viajar a Tierra Dos con el único objetivo de vengarse de los santos de Athena. A él realmente eso lo tenía sin cuidado. La Guerra Santa había sido una batalla justa. Los atenienses demostraron valor y fuerza superior a la de ellos, y como la misma Perséfone lo mencionó: ya era hora que Hades tuviera su merecido, igual, solo iba a estar inactivo por 500 años, lo cual no era mucho para un dios. Tal vez con ello Hades, desistiera de invadir la tierra en una próxima oportunidad, aunque conociendo a su señor, eso estaba lejos de ser posible.
Todo aquello era muy difícil de asimilar y no podía aclarar nada, de lo único que estaba seguro es que no estaba de acuerdo con el genocidio. ¿Era necesario destruir el planeta entero únicamente por el capricho de los dioses? ¿Y por qué siempre tenían que estar ellos en medio? No era justo que los trataran como marionetas, aunque irónicamente él fuera experto en marionetas.
—Buenos días —escuchó a su esposa decirle. Él se giró para mirarla. Algo en su tono le preocupó.
La Sargento Giolitti era una mujer joven y hermosa, con un brillante cabello verde y ojos destellantes. Había alcanzado su rango gracias a su esfuerzo y dedicación, aunque algunos murmuraban en los pasillos que había llegado allí por su difunto padre, un coronel muy prestigioso que murió en acción. Si bien las conexiones familiares habían facilitado los ascensos para los dos, sus logros eran el resultado de su propio mérito. Los rumores no eran más que habladurías de personas sin ocupación, incapaces de reconocer el esfuerzo ajeno.
—Buenos días. ¿Estás bien? —inquirió él analizando a su esposa. Ella por lo general era muy amorosa en las mañanas, pero ahora lo miraba como si fuera un extraño.
Y tenía razón en hacerlo. Shaina observaba cada palabra y movimiento de ese hombre con atención. Era apuesto, con una mirada muy expresiva, un pecho marcado y rasgos definidos. Sacar conclusiones no era sencillo. Su instinto le decía que solo un guerrero podría tener un cuerpo como ese, pero la lógica le recordaba que él, al igual que ella, era un soldado, y como todos en el ejército, debían mantenerse en forma y activos. Ese físico no era exclusivo de los Santos, Marinas, Espectros u otro guerrero al servicio de los dioses. La evidencia que tenía enfrente no le servía de nada para asegurarse de la identidad de ese sujeto.
—Estoy bien. —Shaina intentó parecer lo menos indiferente posible, si él era un lacayo de Hades, no quería levantar sospechas—. ¿Qué tal dormiste?
—Como siempre —dijo él invitándole a estar más cerca para pasar su brazo por detrás de ella. Shaina pareció un poco esquiva, pero rápidamente aceptó el gesto—. Como un bebé, gracias a tus mimos.
Ella sonrió sin poder evitarlo, él siempre decía lo mismo al despertar. Si era un seguidor de Hades, estaba actuando muy bien o tal vez ella estaba exagerando. Probablemente él era un hombre común y corriente, pero hasta no estar segura debía vigilar bien sus movimientos y sus palabras. Por el momento ella tenía ventaja, porque de seguro él no había escuchado de ella en el pasado.
—Creo que nos vendrá bien un poco de café. ¿No crees? —ofreció Minos poniéndose de pie—. Ya regreso —continuó desapareciendo de la habitación.
Por su parte, Shaina puso su mejor sonrisa, intentando no parecer ansiosa, y apenas lo vio irse, tomó rápidamente su móvil para esconderse en el baño en un rincón de la regadera, donde tecleó rápidamente las opciones, sorprendiéndose a sí misma de saber manejar un instrumento como ese. En el Santuario no existía ese tipo de tecnología. Había visto a los civiles usar esos aparatos, muy peligrosos según su opinión, y nunca se imaginó tener acceso a esas cosas. La ventaja es que allí era una experta manejando esos teléfonos.
—¡Geist! —dijo casi gritando y se regañó a sí misma, solo esperaba que su esposo no la hubiese escuchado—. ¡¿Geist, dónde estás?!
—En mi casa, ¿dónde más? —contestó la otra en tono aburrido.
Shaina dio un rápido recorrido a sus memorias. En esa realidad, Geist y ella eran hermanas —algo para agradecerle a Zeus—. Pero a diferencia de la Cobra que gozaba de un puesto relacionado con su actividad como santo, a Geist le había tocado ser maestra y la pobre mujer nunca había sido ni muy paciente ni muy amorosa con los niños, sin contar el hecho de que aparte de todo, la hermosa Geist Giolitti era madre de dos pequeños. Shaina estaba segura de que, al recuperar su memoria, la amazona de los abismos debió haber considerado seriamente lanzarse de algún edificio cercano.
—Lo siento mucho —contestó Shaina tratando de no reírse y por una fracción de segundo quiso compadecer a su amiga quien posiblemente tenía problemas más graves. Dos hijos pequeños en el fin del mundo no era algo a lo que ninguna madre quisiera enfrentarse—. ¿Cómo estás?
—¿Cómo crees? —respondió la otra en tono irritado—. Ojalá esto del fin del mundo empiece rápido. Mis hijos son un terremoto, pero por alguna extraña razón, amo a ese par de mocosos que prácticamente acabé de conocer.
Shaina suspiró abrumada, la situación era la misma: personas desconocidas eran parte importante de sus vidas. En esa realidad, tanto ella como Geist tenían una vida junto a esas personas, era lógico que los sentimientos de sus alter egos prevalecieran sobre su lógica de guerreras. Zeus debió estar bastante entretenido ideando una vida para cada uno, pero no era necesario añadirle a la misión familia y amigos cercanos. Eso era cruel y despiadado. ¿Qué sentirían al perder a un ser querido? ¿Esa era la estrategia de Zeus, obligarlos a elegir entre un familiar y un simple civil? No había duda que los métodos del dios de dioses eran poco ortodoxos.
—Me pasa lo mismo con mi esposo —comentó Ofiucos derrotada entreabriendo la puerta para asegurarse que su marido no estuviera cerca—. Es tan absurdo. Quisiera decir que no me importa lo que le pase, pero realmente, me preocupo por él.
—Claro, llevan varios años juntos. Es normal. —Geist resopló al otro lado de la línea, analizando sus palabras—. Es normal para las personas de esta realidad, no para nosotras que estábamos en casa vigilando el Santuario, sin ni siquiera pensar en ser madres o esposas de alguien.
En las tierras atenienses, la vida de las amazonas era radicalmente distinta a la de una mujer común. Las mujeres guerreras habían alcanzado su rango y reconocimiento a través de un esfuerzo incansable, y les había llevado años obtener el mismo prestigio que sus compañeros varones. Aunque las reglas para ellas eran más estrictas, nada se comparaba con el orgullo que sentían por su posición. Para mantenerse fuertes y enfocadas en su misión, borraban cualquier rastro que las vinculase con lo que consideraban una debilidad femenina, como la idea de formar una familia o exponer sus rostros o sentimientos a los hombres. Al igual que cualquier guerrero al servicio de la diosa de la sabiduría, estaban dispuestas a luchar y morir en batalla, sin importar las diferencias de género. Ese estilo de vida en Tierra Dos jamás lo hubiesen considerado en su propia realidad.
—Yo tengo un problema —continuó Shaina—. ¿Recuerdas el nombre de mi esposo?
—Sí, claro, fui tu dama de honor —contestó con obviedad y se dio un golpe en la frente al recordar que no fue precisamente ella quien participó en esa boda—. Lo siento, mis recuerdos se están alternando entre esta vida y la otra.
—Lo sé, no tienes porque disculparte. Estoy igual. Tengo una terrible migraña por eso mismo. En fin, estoy preocupada porque mi esposo lleva el mismo nombre de un juez del inframundo. ¿Lo recuerdas?
—Claro, Minos el Grifo —dijo ella con voz tranquila—. No te preocupes, el nombre Minos es un nombre muy común, por lo menos en esta realidad.
—¿Estás segura?
—Sí. Recuerda que soy maestra de historia. En este mundo no existe Roma sino Urbs y varios emperadores de la época antigua se llamaron Minos, y es un nombre muy popular hoy en día. Y siendo tu esposo un urbs, es natural que se llame así. Si no me equivoco, es un nombre que ha pasado de generación en generación en su familia, ¿o no?
Shaina se dio una cachetada mental recordando esa parte de la historia de su esposo. No solo el nombre era herencia, sino que la mayoría de los hombres de la familia de Minos habían sido militares y siempre fungieron en los más altos rangos de las fuerzas. Era una tradición y la evidencia de que eran una de las familias más prestigiosas de Urbs.
—¿Qué Urbs no era como se llamaba antiguamente a Roma?
—Sí —contestó Geist en un resoplido—. Seguro, a Zeus, se le secó el cerebro con toda esta maravillosa idea de Tierra Dos o tal vez no deseaba que nos sintiéramos tan desconcertados en este nuevo universo.
—Tienes razón, por lo menos podemos ver algunas similitudes y no sentirnos como completos extraños. En mis memorias sólo me acuerdo de ti, no tengo idea de donde estarán los demás.
—Igualmente, tendremos que esperar a ver si nos encontramos con el resto; por ahora somos tú y yo, y aunque esto suene frustrante, ¿me ayudarás a proteger a mis hijos de cualquier problema?
—Desde luego que sí, son mis sobrinos, y los adoro —dijo casi por inercia. No eran las palabras de la guerrera, eran las palabras de la sargento y tía de dos adorables niños.
Geist por su parte dejó salir una ligera carcajada. Jamás se imaginó tener tantas emociones por alguien, pero todo aquello era el recuerdo de que, la misión era más complicada de lo que parecía.
—Gracias, Ofiucos. Hablamos después, ve con tu esposo. Sinceramente no creo que Zeus haya dejado a un lacayo de Hades y un santo de Athena conviviendo juntos. El que tienes ahí, es un hombre normal. De todas formas, es mejor que tengas cuidado con las palabras que salen de tu boca, no sabemos donde podemos encontrar a nuestros enemigos. Antes de hablar, recuerda la historia de este universo y no de la nuestra. Ya sabes, no es Roma es Urbs.
—Lo sé, lo sé. Tendré cuidado. Tú también por favor.
—Sí.
—Te traje el café —dijo Minos del otro lado de la puerta. Y Shaina se preguntó por qué él se había tardado tanto en volver. Sin darle mucha importancia salió a su encuentro.
Minos la recibió con una amplia sonrisa. Él se había tomado su tiempo en la cocina tratando de organizar sus ideas y de comprender en dónde estaba. Lamentablemente, por más que hurgó en sus recuerdos no encontró rastros de sus demás compañeros y no estaba seguro de querer saber algo de ellos. La mayoría estaban firmes en enfrentarse a los atenienses en ese nuevo mundo y si él era sincero, aquello no le importaba, porque no estaba de acuerdo con nada de esa idea. Y aunque seguía sin saber qué bando tomar, algo sí era seguro: no dejaría que nada malo le pasara a su bella esposa, quien en ese momento era su única familia y prioridad.
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Un par de días pasaron sin novedad. Shaina se encontraba sentada en una hermosa isla de mármol dentro de una amplia cocina de colores claros y delicadas gavetas. Tanto ella como Geist gozaban de casas hermosas y acomodadas donde ninguna de las dos tenía que pasar alguna necesidad. El esposo de Geist había sido un hombre destacado de la comunidad, pero desafortunadamente, su vida fue muy corta. Sin embargo, dejó a Geist con todas las comodidades posibles. Su casa era enorme, con un cuarto para cada niño, tres baños y una sala gigante, además de la cocina, donde ahora Shaina veía a su hermana organizar algunas cosas.
—Pensé que viajarían hoy —expuso la pelinegra mirando de vez en cuando por la ventana hacia el patio donde sus hijos jugaban a la pelota.
—La aerolínea pospuso el viaje —explicó Shaina haciendo lo mismo que la otra, ninguna apartaba la vista de los más pequeños—. Y siendo sincera no me parece prudente viajar cuando se supone que el fin del mundo está cerca.
El apocalipsis no había iniciado, ni siquiera había rastros de que algo malo estuviera pasando. Ellas sabían lo que podía pasar en cualquier momento, pero las demás personas como los dos niños en el patio estaban tan tranquilos que provocaba algo de nostalgia. ¿Cuántas vidas se perderían cuando todo diera inicio? Porque era claro que aunque ellos estuvieran ahí para proteger al mundo, sus habilidades limitadas les impedirían salvarlos a todos. Muchas vidas se iban a perder durante el cataclismo. Shaina esperaba que todo fuera muy rápido, tal vez algo de un par de horas, pero al recordar la sonrisa cínica del dios del trueno pudo imaginarse que eso no iba a hacer así.
Levantó sus ojos hacia sus dos sobrinos, dos varones de cabellos rizados y oscuros, absurdamente parecidos a su difunto padre y tan obstinados como su madre. No eran tan pequeños, pero aún seguían siendo un par de infantes de apenas 10 y 12 años. Capaces de proteger a su mamá como los dos hombres valientes y fuertes que eran, pero tan frágiles como cualquier otro muchacho a esa edad.
—Es una pena —Geist trajo a Shaina a la realidad—. Ustedes llevan mucho tiempo organizando este viaje y es la primera vez que tienen vacaciones después de años. Se lo merecen.
—Lo sé. Pero Geist, ¿y si el apocalipsis empieza en otra ciudad o país? Tú estarás aquí sola con los niños. No podría dejarte así. Igual, como te dije, la aerolínea nos dijo que por ahora no podemos ir a Francia, perdón a Gaila —corrigió rápidamente al sentir la mirada inquisidora de su hermana.
—Debes tener cuidado con lo que dices —demandó molesta—. Ese tipo de cosas pueden costarnos la vida delante de nuestros enemigos.
—Eres la única persona con la que me ha pasado.
Shaina intentó verse inocente ante aquel descuido. La historia de su realidad era un arma de doble filo que podría dejar en evidencia a cualquiera, a ellos frente a sus enemigos y a sus enemigos frente a ellos. Esperaba que la cotidianidad no le jugara una mala pasada a ella o sus compañeros, pero no iba a dudar que aquello era una estrategia a su favor. Si los demás guerreros, no tenían precaución, sería sencillo dar con ellos y aniquilarlos antes de que pudieran hacer algo en su contra.
—Más te vale, Ofiucos. ¿Sabes por qué no los dejan ir a Gaila?
—Dicen que los aeropuertos están cerrados. Que están evitando el paso, especialmente a los extranjeros.
—¿Crees que ellos saben algo que nosotros no? Tal vez allá, ya empezó todo.
—Si está pasando algo, no lo sabremos tan fácil. Los galos siempre han sido reservados.
—¿Crees que el santo, Camus de Acuario, viva en ese país?
—Recuerdo que Zeus dijo que nos dejaría muy cerca los unos de los otros. La verdad estoy un poco confundida con nuestra ubicación geográfica.
—He estado analizando los mapas de este mundo y parece que estamos en Grecia. Zeus intentó modificar la geografía tanto como pudo, pero, a diferencia de nuestra realidad, los países aquí son más pequeños y están muy cerca unos a otros. Las distancias son cortas, movernos de un lugar a otro no debería ser un problema. Lo curioso es que, según los recursos históricos, hay vida en otros países, pero increíblemente, nadie habla de esos otros lugares o continentes. Es más, nadie sabe nada. Es como si estuviéramos confinados únicamente al continente europeo.
Shaina suspiró, aquello también lo sabía. Zeus había dicho que estarían congregados en una pequeña parte del mundo, para que la misión fuera lo menos extravagante posible y no tuvieran tantas complicaciones en los desplazamientos. Viéndolo desde cierto punto objetivo, aquello era bueno si tenían que marchar de una comunidad a otra, pero también era una desventaja porque sus enemigos estarían pisándole los talones con mayor facilidad. Por lo menos Geist era una experta en historia, no solo de Tierra Dos, sino de su propia realidad, lo cual era un buen punto a favor el que ella estuviera tan empapada del tema y la ubicación de ambos mundos. Una apuesta acertada para su grupo si se usaba bien la información para moverse y mantenerse a salvo.
—Zeus dijo que una parte de este mundo estaba habitada. —Shaina volvió a darle rumbo a la conversación. Podía deducir que su hermana estaba pensando lo mismo que ella hace un momento—. Lo que quiere decir que lo demás es una fachada. La gente sabe que está ahí únicamente como un recurso histórico y para llenar sus memorias, pero realmente esa parte está deshabitada.
—Espero que así sea; sin nuestros poderes, defender al planeta entero será una encrucijada.
—Por eso mismo, Geist, es que estamos acá. Para demostrar de qué somos capaces y si esa fuerza y tenacidad de la que tanto se enorgullece Athena es genuina.
—No imaginé sobrevivir al ataque del Pegaso para terminar involucrada en los asuntos de los dorados en un mundo apocalíptico.
—Es un asunto que nos compete a todos. —Shaina no pudo evitar apretar las manos—. Los dioses quieren destruir el mundo. No sé si nuestras fuerzas sean suficientes para enfrentar a todo el Olimpo. Tal vez esta misión sea más sencilla que una guerra contra ellos.
—Si es el fin del mundo, debería ser algo rápido o eso espero… —suspiró derrotada, no tenían muchas herramientas ni opciones como lo veían—. Cuéntame, ¿cómo te ha ido con tu esposo?
Una sonrisa pícara se dibujó en el rostro de la guerrera de los abismos, Shaina se encogió de hombros antes de contestar:
—Minos es un buen hombre —fue su simple respuesta, reconociendo hacia donde iba aquella conversación.
—Lo sé, tonta —prosiguió moviendo las manos con frustración—. A mí me cae muy bien, pero, un esposo. ¿En serio? ¿Cómo lo has manejado?
—Como la profesional que soy. Ya antes he hecho trabajos de encubierto. Esto no es nada.
Geist observó a Ofiucos de arriba abajo con el ceño fruncido.
—Sabes a qué me refiero, Shaina. ¿Ha sido fácil para ti? Ya sabes, ¿en la intimidad?
Shaina chasqueó la lengua y sabía que por más que intentara desviar el tema, la otra no se iba a dar por vencida hasta obtener lo que quería.
—Los sentimientos de la Sargento Giolliti son muy fuertes. Eso me ha ayudado bastante. Y bueno, yo conozco algo del tema.
Geist interrumpió lo que estaba haciendo para prestar atención a su compañera. Aquella confesión la tomó por sorpresa; aunque sabía muchas cosas sobre Shaina de Ofiucos, aquello era algo que desconocía. Las guerreras del Santuario procuraban mantenerse castas, no solo por respeto a Athena, sino también porque no querían ser vistas como objetos, teniendo en cuenta la historia de las amazonas y su lucha por lograr un lugar dentro de la orden, sin ser solo una motivación para las tropas. La regla no era tan estricta y si alguna deseaba explorar ese aspecto de su vida, lo podrían hacer sin castigo alguno, siempre y cuando esa persona con quien incursionaran en ese ámbito no se convirtiera en una prioridad por encima de su verdadera misión como guerreras.
—¿Cómo que, sabes algo del tema? —interrogó con ansiedad la pelinegra—. ¡Shaina! ¿Tú ya…? ¿Quién fue el afortunado?
—A tí no te importa —ofreció la otra haciéndose la desentendida.
—Fue Pegaso, ¿cierto? —inquirió maliciosa—. Por eso se te pasó el enamoramiento, porque obtuviste lo que querías.
—¿Crees que mi amor por Seiya era un simple deseo carnal? —La otra asintió con entusiasmo—. Tal vez sí, pero no fue así… ¡Cierra la boca!
Geist dejó salir una sonora carcajada al ver el rostro enrojecido de la otra. Alterar las emociones de Shaina era algo que solo la amazona de los abismos podía lograr a la perfección.
—¿No ha sido raro para ti estar físicamente con Minos? De estar mi esposo vivo, no sé si habría podido, teniendo en cuenta que salgo con alguien en nuestro mundo. No sé.
Shaina guardó silencio ante el gesto tan genuino de la otra, y aunque desconocía quién era esa persona de la que ella hablaba, aparentemente era alguien importante para Geist, y de cierto modo la entendió. Aquello habría sido infidelidad, y Geist era rebelde, pero no desleal y sus actos del pasado se debían a su gran amor por el ecosistema marítimo y no por faltarle el respeto a la diosa. Por ello, Saori Kido, la había recibido nuevamente en el Santuario, con el compromiso de que limitara sus ataques, enfocandose en proteger y no en asesinar a otros.
—Como te dije antes —continuó Shaina—, los sentimientos de la sargento son muy grandes.
—La Sargento Giolliti y tú, son la misma persona —aclaró con tono relajado—. Sé que ella ya tenía una vida acá, pero en este momento, se trata de ti.
—No sé qué decirte —contestó algo confundida—. Los sentimientos de ella se sobreponen a los míos. Ella lo ama y lo desea y yo… también. Es… muy extraño. Es como si lo conociera de toda la vida, pero sé que es la vida de ella, no la mía, pero es imposible separar esos sentimientos. Y no me desagrada para nada. Daría mi vida por él y por tus hijos. De eso estoy muy segura. No entiendo por qué Zeus hizo esto. ¿Por qué darnos una familia? Es un juego enfermizo.
—Supongo que es parte de su análisis. —Geist resopló mirando a su compañera a los ojos—. Tal vez él quiere ver si somos capaces de sacrificar a nuestros seres queridos por otros o, si somos capaces de salvar a otros sin anteponer a los nuestros. Si te soy sincera, estoy más preocupada por mis hijos que por el resto del mundo, y sólo quiero salvarlos a ellos, y si lo analizamos en concreto, eso no debería ser así. No debemos tener preferencias. Como guerreros, no podemos poner en riesgo a otros por salvar a nuestra gente.
—¿Pero si los demás constituyen una amenaza? ¿No habría que aniquilarlos igual?
Ambas bajaron la cabeza sin entender bien aquella jugarreta. Al principio todo parecía sencillo, incluso cuando planearon entre todos su simple y vaga estrategia: Salvar a cuantas personas pudieran. Pero esos sentimientos, el tener una familia y que de todas formas durante el tiempo se iban a formar lazos con otros, dificultaba la misión. No iban a negar ninguna de las dos que de ser posible debían ellas mismas y con sus propias manos arrebatar vidas para salvar a otros, tal como las guerreras que eran, y aquello no era un problema, ya lo habían hecho en el pasado en las batallas contra los dioses, pero en ese mundo seguramente, los otros guerreros serían el menor de sus problemas. En eventos así, cuando se trata de sobrevivir, los simples mortales pueden llegar a tomar decisiones devastadoras.
—Haremos lo necesario —comentó con firmeza Shaina—. Lo que sea necesario.
Geist miró a su hermana con determinación. Como estaban las cosas, se sentían atadas de manos. Debían salvar vidas a costa de todo, y aquellos que se interpusieran enfrentarían las consecuencias. No podían intentar ayudar al mundo entero, ya que una manzana podrida podía arruinar el saco completo y perjudicar a quienes habían jurado proteger. Habían aliados y enemigos, y eso era algo que debían tener muy claro, sin importar su origen. Si Zeus estaba de acuerdo o no, no era su problema. Su misión era sobrevivir y salvar cuantas vidas fuera posible y era apenas lógico que no todos serían sus amigos.
—¿Quién es la persona con la que sales? —intentó cambiar de tema Shaina al sentir el ambiente tan sombrío.
—No te incumbe —contestó mordazmente. Shaina quiso decir algo, pero fue rápidamente interrumpida—. Prometo presentarte con él, cuando volvamos.
—¡Cuánto misterio!
—No molestes. Por ahora, ayúdame a preparar la cena.
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El tiempo siguió pasando sin ninguna novedad. Minos, salió del baño después de una larga ducha, ya algo intranquilo, esperaba que el fin del mundo hubiese empezado ese mismo día cuando despertó en Tierra Dos, pero ya se iba a completar una semana y aún no había noticia alguna. De lo único que podía estar tranquilo era de no haber tenido que salir de viaje, y aunque su esposa y él llevaban tiempo planeando esas vacaciones, lo mejor era quedarse en casa y siendo la aerolínea la que entorpecía los planes, no tenía que darle explicaciones a su mujer, diciéndole que lo mejor era no viajar para mantenerse a salvo.
¿A salvo de qué? ¿Acaso la estrategia de Zeus era matarlos de aburrimiento? ¿Sumergirlos en el fatalismo de los mortales comunes, con trabajo, familia, problemas de salud y responsabilidades junto a más responsabilidades? Porque aunque como juez del infierno tenía varias tareas, el mundo real era muy diferente a la tranquilidad del inframundo. Las personas simplemente no paraban.
Pero dejando todo eso de lado, el tema del fin del mundo lo tenía ansioso y ni siquiera sabía por dónde empezar y lo único que había hecho era revisar el botiquín y asegurarse de que las salidas de emergencia estuvieran funcionando, pero si tenían que atrincherarse en casa, realmente no estaba preparado. Necesitaba suministros, muchos suministros. Porque el mundo podría irse a la mierda en un día, como podría estar desmoronándose por mucho tiempo, y siendo que esa era una misión para salvar al mundo y sus habitantes. La segunda opción parecía ser la más viable.
Él por su parte se quedaría en casa. Ya había tomado su decisión. No estaba a favor de Zeus ni de sus compañeros, pero tampoco le agradaban los santos de Athena. Su misión sería mucho más sencilla y esa era proteger y cuidar de Shaina y desde luego de la familia de ella, porque Shaina no iría a ninguna parte sin su hermana y sus sobrinos, pero no supo si aquello era un problema o una ventaja. Tenía una esposa bella, una cuñada maravillosa y los niños eran encantadores y los quería como si fueran sus propios sobrinos, pero de haber estado sólo, la situación sería más sencilla, donde él iría por el mundo como mero espectador y no como un héroe tratando de proteger a personas que llevaba apenas un par de días de conocer, y aunque el Minos de allí estuviera tan aferrado a ellos, el Grifo, no tenía realmente ninguna obligación con esa familia.
Suspiró, mirándose en el espejo. Sus ojos destellantes en otra época le habrían dado la espalda al problema, pero no él, no el Minos de esa absurda realidad; y era absurda, porque en cualquier complejo militar le habrían obligado a cortarse el pelo, pero allí era libre. A las fuerzas les interesaba más el valor de sus soldados que la apariencia de estos. Por lo menos debía agradecer que no se despertó con la cabeza rapada y una esposa malhumorada.
—¡Es el colmo! —dijo Shaina entrando en la habitación aún sorprendiéndose por el bello cuerpo de su esposo, aquel con el que había compartido la cama en más de una ocasión.
Shaina de ofiucos no era experta en ese campo, pero Shaina Giolitti conocía del tema y conocía a su compañero, por lo que no se vio tan novata cuando le tocó cumplir en ese ámbito. Algo confundida sí, pero preparada para lo que pudiera pasar, por lo menos él no era su primera vez, ni el de la guerrera ni de la sargento, lo cual fue un punto a su favor. No se hubiera imaginado que habría pasado de ser una novata, de seguro su mente la hubiese traicionado y habría salido corriendo de la habitación. Para su fortuna, y, como guerrera enfrentó la situación con calma y claridad, pero fue favorable el haber experimentado antes aquellos menesteres.
—¿Qué sucede? —apreció él caminando hasta la cama donde su esposa se había sentado frustrada.
—La aerolínea dice que es imposible el ingreso a Gaila. Nos ofrecen otras alternativas, pero ya pagamos el hotel y al comunicarme con ellos dicen que no harán ningún reembolso, que podemos posponer nuestra estadía para otro día y que ellos nos mantendrán la reserva. Si decidimos viajar a otro lado, solo vamos a aumentar más los gastos. ¡Cielos, como si fuera tan fácil para nosotros tener vacaciones!
Shaina tampoco estaba de acuerdo en viajar en esos momentos, pero debía mantener un perfil bajo, y aparentar que todo eso de las vacaciones era importante para ella. Como militares era muy difícil coincidir en un tiempo libre, más cuando ambos pertenecían a compañías importantes y rangos altos.
—Tal vez deberíamos quedarnos en casa —sugirió él con tranquilidad, Shaina frunció el ceño examinando a su pareja. Minos habría llamado a la agencia y se habría enfrascado en una pelea con todo el personal antes de dar el brazo a torcer—. Nadie tiene que enterarse que estamos en casa, serán nuestras vacaciones secretas.
Él intentó ser convincente y ella no quiso verse tan entusiasmada con esa idea, la cual no era para nada mala. Ambos habían acordado desde un principio que no dejarían que nada arruinara sus vacaciones, porque lo realmente importante era que pudieran pasar tiempo de calidad juntos. Sin importar el lugar a donde fueran, todo se trataba de ellos dos, por lo que quedarse en casa, era parte de las opciones de un tiempo libre juntos como matrimonio.
—¿Seguro?
—Sí —dijo él tomando asiento al lado de ella donde empezó a besarla en el cuello—. Tendremos tiempo solo para nosotros.
—No es una mala idea —aceptó ella accediendo a las caricias y correspondiendo de la misma forma, pero un sonido de ambos celulares los hizo levantar la ceja—. Qué extraño.
Shaina intentó no parecer impaciente, la única que la llamaba era su hermana, por lo que no tomó el celular con afán únicamente por mantener las apariencias, no obstante, la llamada no era de Geist. Por su parte, Minos caminó hasta la mesa donde su teléfono descansaba en lo que su batería era cargada, ambos al ver los mensajes se miraron a los ojos.
—Creo que se acabaron nuestras vacaciones —anunció él.
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El complejo militar de Panhelenia era lo suficientemente grande y espacioso para albergar a todos los soldados de la zona. La base contaba con los cuarteles pertinentes y la organización adecuada. Shaina descendió del vehículo e inmediatamente fue invadida por el ruido de los zapatos azotando el asfalto de los soldados que corrían en círculos a lo lejos, mientras que un sargento les gritaba para que fueran más rápido. El lugar era impresionante pese a su estructura antigua, pero los constantes cuidados mantenían el sitio íntegro y completamente firme.
Se encontraban en casa, y aunque no fue mucho el tiempo que estuvieron fuera, aparentemente, estaban tan acostumbrados a todo ese movimiento, que ya lo estaban extrañando.
—Sargento Giolitti, Teniente Hansen, pido disculpas por interrumpir sus vacaciones de forma tan abrupta.
Un hombre mayor se acercó a ellos. Tenía puesta su gorra de un verde impecable, al igual que su uniforme lleno de estrellas y condecoraciones. Sus ojos aunque marchitos, no habían perdido el ímpetu y eran oscuros y penetrantes, contrastando con su cabello grisáceo, evidencia de una larga vida. Al igual que Minos, el Coronel llevaba el pelo largo, pero su mirada seria y autoritaria le otorgaban una elegancia y severidad muy admirables.
—No se preocupe, Coronel —ofreció Minos saludando al mayor, él al igual que su esposa portaban los uniformes respectivos de su rango—. Supongo que debe estar pasando algo importante para que nos hayan llamado.
—No tenemos claridad de lo que está pasando —dijo el Coronel con voz cansada y confundida—. Hay disturbios en diferentes puntos del país, y nos piden militarizar la ciudad, pero no tenemos una orden directa. Sargento Giolitti, por favor, organice su unidad y esté pendiente a mis órdenes. Teniente, me gustaría tratar con usted un tema en el cuartel.
—Sí, señor —contestaron ambos en unísono, donde Shaina giró sobre sus talones para marchar con su grupo.
—Se ve un poco preocupado, señor.
A Minos y al Coronel no les tomó mucho tiempo llegar hasta el cuartel. Durante el camino se habían mantenido en silencio, pero al entrar al despacho el semblante del mayor cambió drásticamente.
—Aún no tengo autorización de hablar al respecto —contestó el coronel a Minos—. Pero me temo que es porque nadie sabe lo que está pasando, no porque sea un tema confidencial. Hemos recibido reportes de personas volviendo de la muerte. El primer caso se presentó en la evacuación de un edificio en llamas. El personal médico asegura que el paciente estaba muerto cuando llegó a la ambulancia, sin embargo, éste se levantó y atacó a una paramédico. La chica está en observación, pero el hombre no dejó de moverse hasta que le propinaron un tiro en la cabeza.
—¿Lo mataron de inmediato? —preguntó preocupado. Ese no era el protocolo.
—Se intentó someterlo por todos los medios, pero él seguía en su misión. Los asistentes dicen que estaba enloquecido, como un animal rabioso. Los somníferos no funcionaron y sí, el personal de seguridad se vio en la necesidad de abrir fuego. Al principio fue una advertencia, pero el hombre continuó enfocado en atacar a todo aquel que estuviera a su alcance. Teniente, sinceramente, no tengo explicación para esto.
—Muertos reviviendo y atacando a personas —analizó Minos llevándose las manos a la barbilla—. Parecen… zombis.
—¿Zombis? —preguntó el coronel—. ¿Qué es eso?
Minos se maldijo por lo bajo y comprendió que pese a que él en su juventud jugó muchos videojuegos de ese género, en ese universo aquello era inexistente.
—Es una palabra proveniente del Vudo —contestó el peliplata, nuevamente maldiciendo. Aquello era historia de su universo, no de ese—. Una antiquísima religión de los Urbs, casi no hay documentos sobre ellos —intentó arreglar, pero si su coronel no conocía nada de eso y no había reaccionado, podía descartarlo como un posible enemigo.
—Bueno, cualquier cosa nos puede servir. ¿Cuénteme más de esos zombis?
Minos pasó saliva sin estar del todo seguro de hablar sobre eso. Podría estar dando información que lo comprometiera, y no estaba seguro quién era en realidad el coronel, y si era un hombre de confianza.
—No es nada, realmente —contestó el juez desviando la mirada—. Se dice que los demonios ocupan cuerpos de personas ya fallecidas y que requieren comer carne humana para poder sobrevivir. Historias sin sentido.
—Como lo que está sucediendo en este momento. Es inconcebible. Se habla de algún producto experimental que esparcieron en la zona. Sin embargo, algunos países ya empezaron a cerrar sus fronteras. Lo que sea que esté infectando a la gente se transmite por la sangre, o por lo menos eso es lo que parece. Necesito información, Teniente. Le pediré que se despliegue con una unidad para investigar el tema y nos traiga tanta información como sea posible.
—Sí, señor.
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—¿Qué te pasó en la pierna? —preguntó Shaina a uno de sus soldados que se había desmayado mientras estaban en formación. El muchacho estaba sentado en el suelo observando los ojos destellantes de la Cobra.
—Cuando estábamos patrullando, un vagabundo me mordió. No es nada, sargento —contestó pese al mareo que sentía y al sudor frío que le recorría el cuerpo. Su uniforme estaba empapado y su lengua se encontraba seca.
—¿No es nada? —inquirió ella viendo al chico de piel canela con semblante pálido—. Te arrancó un pedazo, ¿por qué no has ido a la enfermería? Deberían vacunarte y hacerte exámenes.
El soldado se puso rápidamente de pie y colocó su mano con los dedos juntos hacia la visera de su gorra.
—Estoy bien, sargento, no necesito revisión médica.
El resto de la unidad se carcajeó con disimulo. Para nadie era un secreto que el soldado Davies, era temeroso de las agujas. Cualquier cosa era mejor que recibir un tratamiento de ese calibre. Por ello se mantenía callado y no había informado del incidente, esperando que no tuvieran que enviarlo al hospital, porque sabía que tendrían que hacerle exámenes, entre otras cosas.
—No está a discusión —ordenó Shaina con voz firme—. Preséntate en el complejo médico, luego iré a ver cómo estás. No me hagas enojar.
—Sí, mi sargento —ofreció el chico desapareciendo del lugar, no quería desatar la furia de la Cobra, quien podría ser muy demandante cuando se lo proponía. Y eran mejores las agujas que enfrentarse a ella.
—¿Qué saben del hombre que atacó a Devies? —quiso saber Ofiucos—. ¿Lo tienen en custodia?
—Sí, sargento. Lo llevamos a una de las celdas. Está enfurecido. Fue muy difícil apresarlo.
—Iré a verlo, ustedes organicen este desorden —ordenó ella señalando varias telas.
Shaina giró sobre sus talones caminando con imponencia por todo el batallón y no le tomó mucho tiempo llegar hasta las celdas. Requería saber lo que estaba pasando, ya que el coronel no había entrado en muchos detalles y si los habían llamado para reintegrarse a las fuerzas es porque algo realmente malo estaba sucediendo y cualquier información que ella pudiera obtener sería de gran ayuda para su misión.
—Sargento Giolitti —dijo una joven oficial al ver a la Cobra. El centro de detención no era muy grande, ya que los reclusos apenas pasaban un momento si eran apresados por los militares. El trabajo de retención generalmente debía hacerlo la policía, pero a veces, ellos también tenían que cumplir con ese deber—. Pensé que estaba en sus vacaciones.
—El trabajo no se detiene —dijo Ofiucos firmando una planilla—. Quiero ver al hombre que atacó a Devies.
—Está enloquecido, sargento. No gesticula palabra alguna, solo simples sonidos algo aterradores e intenta alcanzarnos.
—¿Cómo que intenta alcanzarlos?
—Véalo por usted misma.
Shaina se impresionó ante la imagen que tenía de frente, en una celda, un pobre hombre sentado en un rincón intentaba inútilmente cubrirse los oídos para apaciguar el ruido escalofriante que producía el sujeto del calabozo contiguo. Ella no pudo culparlo, aquel gemido era aterrador, áspero, similar al de un animal herido que se encuentra en constante angustia y sufrimiento, pero su actuar distaba mucho de su rostro en agonía; tenía fuerza para mantenerse de pie e intentaba con demasiado ahínco atrapar a quien tuviera más cerca. Su atención se desviaba con facilidad de una persona a la otra. Los ruidos fuertes eran lo más atrayente para él y no le importaba desgarrarse la piel con tal de salir de su prisión. La Cobra observó el errático actuar del vagabundo e instintivamente se echó para atrás asustada.
—Parece un zombi —dijo la guerrera sin apartar la vista de aquel sujeto quien mantenía su atención con igual intensidad sobre ella.
—¿Un qué, sargento? —preguntó la oficial de ojos violetas y mirada confundida.
—Un zombi —contestó Shaina olvidando por un momento donde se encontraba—. Como en las películas, ya sabes. Cuando tenía 10 años, Geist y yo nos metimos sin pagar a un cine y estaban presentando una película de zombis, con unos efectos especiales realmente horribles. Era de bajo presupuesto. Por alguna razón me impactó y ella, cada vez que me veía después de eso, hacía ese ruido. No puedo evitar que me aterre. Me parecen unos monstruos espantosos y ese ruido es escalofriante.
—Oh, una película de terror —continuó la chica—. Nunca he visto nada de eso, películas de terror sí, pero no de eso que menciona. 'Los zombis'.
Shaina se congeló en su lugar, dando un rápido recorrido a su mente. Eso de los zombis no existía en ese universo, no hasta donde ella recordaba. La Sargento Giolitti en toda su vida no había escuchado nunca esa palabra.
—Era una película muy vieja —intentó conservar la compostura—. De otro país. —'De otro universo quiso decir'.
—Ah, ya veo —apuntó la otra mirando nuevamente al hombre—. ¿Qué hacemos con él? Un médico trató de revisarlo, pero le fue imposible.
—Un médico —repitió Shaina, y si eso era lo que ella pensaba, estaban en aprietos—. ¿Esta persona atacó a alguien más?
—Sí, a dos de los agentes y al doctor que intentó examinarlo.
—¿Dónde están todos?
—En el hospital.
Shaina no pudo dar alguna orden porque en ese momento las alarmas sonaron con potencia y los soldados empezaron a moverse con demasiada agilidad.
—¡Demonios! —expresó irritada—. A ese hombre quiero que lo liberen —señaló al reo del otro lado.
—Pero, sargento. Detuvimos a ese hombre por robo. El departamento de policía ya viene para acá para ponerlo en custodia.
—No discutas y haz lo que te digo.
La oficial Nancy se quedó detenida en su lugar sin comprender bien las palabras de la sargento y bastó un grito de la Cobra a otro de los soldados para que ella reaccionara y empezara a hacer como le habían indicado.
—Quiero el reporte, oficial —demandó Shaina a un joven recluta que estaba escuchando información por la radio.
—Sargento, el hospital está bajo ataque —explicó con tono urgente—. Ya hemos registrado incidentes similares en otras instalaciones médicas. Dicen… —hizo una pausa, visiblemente tenso—. Dicen que los civiles están atacando a otros, como si quisieran devorarlos.
—¿Cuál es el número de personas dentro del hospital? —quiso saber ella. Su voz fue firme y controlada.
—No tenemos un conteo preciso, sargento —contestó el soldado con nerviosismo; la mirada dura de la Cobra recayó sobre él exigiendo una buena explicación—. La ciudad está en completo caos. Hemos estado recibiendo pacientes de otras zonas, ya que los hospitales generales no dan abasto. El flujo de personas ha sido masivo y… —tomó aire—. Sargento, realizamos inspección a todos antes de permitir su ingreso. No entiendo como ha sucedido esto.
Shaina resopló molesta. No desconfiaba de la revisión de sus hombres, pero si aquello era como en las películas, cualquier persona podría estar contaminada, y dudaba mucho que la unidad se hubiese tomado la molestia de requisar a profundidad a cada paciente y el vagabundo de la celda había mordido a cuatro personas, y todas, incluyendo al soldado que ella remitió, se encontraban en el hospital. Se dio media vuelta, sin terminar de escuchar la explicación. Conociendo el protocolo y teniendo en cuenta que lo mismo ya había pasado en otros centros médicos, era de suponer que la orden sería aniquilar la infección con todo aquel que haya podido tener contacto con ella. Por lo tanto, cada paciente y personal del hospital estaba condenado al fusilamiento.
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—¿Qué está sucediendo? —dijo Minos mirando por la ventana en lo que varios soldados empezaban a moverse de un lado a otro—. Es la alarma del hospital.
—¡Señor! —llamó un oficial sin molestarse en tocar la puerta, cosa que le molestó al coronel—. Lamento interrumpir, señor, pero nos acaban de informar que en el hospital se están presentando disturbios. Las personas se están atacando entre sí.
—¡Demonios! —soltó Minos con eufórico movimiento, logrando que las miradas recayeran sobre él—. ¡Está ocurriendo aquí también!
—Sí es cierto, debemos neutralizar la amenaza de inmediato —ordenó el coronel tomando el auricular—. El hospital representa un riesgo inminente. ¡Fuego a discreción!
—Señor —interrumpió el soldado con tono angustiado—. Nuestros hombres están dentro, junto con todo el personal médico. El hospital es enorme, las bajas serán…
—Necesarias —dijo el coronel con frialdad—. No conocemos aún la naturaleza exacta de esta amenaza, pero según los reportes, las personas se están volviendo hostiles sin razón aparente. Algo los está afectando, y ahora esa amenaza se encuentra dentro de nuestro hospital. Debemos detenerla antes de que se propague. Otros hospitales ya han caído, la situación se ha desbordado. Lamento las pérdidas, pero los hospitales se han convertido en el principal foco de infección, y no podemos permitir que esto nos supere.
—Destruir el edificio sería lo más apropiado —sugirió Minos, aunque su voz delataba la dificultad de tomar esa decisión. Sacrificar vidas inocentes era un costo alto , pero con la información disponible, no había garantía de que alguien en el hospital no estuviera ya infectado como lo indicaban los informes.
—Preferiría evitar la pérdida del edificio. —reflexionó el coronel—. Hay medicinas e insumos que podrían ser cruciales para nosotros. Que nuestros hombres usen equipos de protección, mascarillas, caretas… y que abran fuego cualquier amenaza. Quiero el hospital libre de infección en menos de una hora. Todos los residentes en el hospital son un blanco. Teniente Hansen, se lo encargo.
—Sí, señor —aceptó Minos emprendiendo el camino, no era la primera vez que alguien le pedía aniquilar una vida, aquello y lo que hacía para Hades no era tan diferente—. Quiero al escuadrón de defensa…
—Señor. El escuadrón de búsqueda y rescate ya se dirige al hospital —explicó el joven soldado que intentaba mantener el ritmo del Teniente—. La Sargento Giolitti, ordenó evacuar el edificio.
—¿Shaina? —Minos se giró para observar al soldado que se detuvo en seco algo preocupado por haber hablado de más o más bien tarde. El juez por su parte observó a lo lejano. Ese no era su plan, terminar atrapado en el batallón y con su esposa poniéndose en riesgo—. ¿Por qué lo hizo?
—Señor, ella sólo dio la orden.
—¡Maldición!. —Minos bufó molesto.
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Shaina y su equipo se adentraron con precaución al interior del hospital, el primer piso estaba vacío por lo que pudieron asumir que los que estaban allí ya habían evacuado, sin embargo, por seguridad las puertas magnéticas estaban completamente abiertas y los ascensores se encontraban fuera de servicio, pero por los gritos ahogados a lo lejos Shaina supo que había gente atrapada, y no pudo evitar crujir los dientes al escuchar la orden por la radio.
—¿Sargento, qué debemos hacer? —dijo un chico de cabellos caoba y de apellido Larsen, bastante inquieto.
La Cobra giró la cabeza, observando la incertidumbre en los rostros de sus hombres. Los altos mandos habían dado la instrucción clara de neutralizar a todos en el complejo, sin importar su estado de salud o rango, pero ella había tomado una decisión diferente: Salvar a tantos como fuera posible.
—Usen todo el equipo de protección disponible —acotó ella sin perder la compostura—. Quiero que evacuen a cualquier persona que no muestre síntomas de enfermedad ni presente heridas de ningún tipo, no importa si es un rasguño o mordedura; quienes tengan estos indicios son sus objetivos. Los demás, deben salir de aquí con vida.
—Pero Sargento —se atrevió a interrumpir un cabo—. El coronel…
—Escuchen bien —dijo la Shaina con la misma firmeza que la caracterizaba—. Aún hay personas sanas en el complejo y ellos son nuestra prioridad. Yo respondo ante el Coronel. ¿Entendido? —observó a su equipó con firmeza, pero no recibió la respuesta que esperaba—. No los voy a obligar a hacer esto. Si alguien quiere retirarse es libre de hacerlo. Yo continuaré, porque aún podemos salvar vidas.
Los soldados se miraron entre sí, algunos bajaron la cabeza y poco a poco, comenzaron a abandonar el complejo. Shaina se sintió defraudada, pero no permitió que eso la hiciera cambiar de parecer. Fueron muy pocos los que se quedaron con ella; no eran más de seis hombres, y esperaban que fueran los suficientes para cumplir con la misión.
—Conserven la distancia. No permitan que las personas con síntomas de agresividad los toquen —continuó ella manteniendo el control—. No se retiren las caretas bajo ninguna circunstancia. Disponemos de una hora antes de que decidan echar abajo el edificio, así que trabajen rápido.
—¡Si, Sargento! —respondieron al unísono.
El equipo se separó por los largos pasillos. Era un grupo bien organizado y armado. Shaina contaba con los suyos y no iba a permitir que acabaran con vidas humanas e inocentes únicamente por el miedo y el desconocimiento, y aunque ella no estaba segura a que se estaba enfrentando tampoco, iba a hacer todo lo posible por procurar cuanta vida fuera necesaria, pero desafortunadamente el paisaje no era el más alentador y muchos ya se habían convertido en aquellas criaturas. Tanto ella como su equipo se vieron en la obligación de abrir fuego en varios rincones del complejo.
—¡Shaina! —escuchó a Minos llamarla, ella subía las escaleras en lo que él un piso más abajo atinaba al cráneo de un par de individuos.
¿Por qué estaba él ahí? Shaina esbozó una sonrisa de medio lado al deducir que el Teniente Hansen había sido seleccionado para llevar a cabo la misión de despejar el hospital, convirtiéndolo en una zona segura, sin importar las vidas inocentes en el interior de este. No pudo evitar sentirse un poco decepcionada, pero siendo sensata, ambos debían seguir órdenes, por cuestionables que fueran. Como lo veía, era ella quien estaba desobedeciendo una orden directa. Minos, por su parte, solo quería ponerla a salvo e impedir que perdiera su puesto por insubordinación. Al enterarse que ella estaba allí desafiando los mandatos, corrió en su ayuda, reuniendo a un pequeño puñado de hombres para salvarle el pellejo a Shaina, no solo de los zombis, sino del coronel.
—Ordenaron neutralizar la amenaza del hospital —aclaró él en tono severo, tal como solía hablarle a sus subordinados. Un tono que jamás había usado con ella—. Shaina, ¿por qué tus hombres están evacuando a los civiles, cuando deberían estar despejando la zona?
—Porque son personas inocentes —contestó ella sin bajar la guardia y mirando sobre su hombro—. No voy a matar gente inocente.
—Sabes muy bien que si la amenaza se sale de control, tendrán que tirar el edificio. Necesitamos despejarlo para los que estamos sanos. Mi equipo tiene esa orden, al contrario del tuyo. Se supone que estamos del mismo lado. Nos estás exponiendo a todos.
—Haz lo que tengas que hacer, Minos —anunció con firmeza—. Yo haré lo que tenga que hacer, y si tengo que dispararte a ti o a tu equipo por entorpecer mi trabajo, no dudaré en hacerlo.
Minos apretó las manos alrededor de su fusil. Sabía que cuando Shaina no estaba de acuerdo con algo era extremadamente terca y mostraba un lado bastante agresivo si la contradecían. Una vez que se le metía una cosa en la cabeza, hacerla razonar era casi imposible. Pocas veces cedía, y cuando lo hacía, era solo después de un largo proceso de explicaciones o pruebas que le demostraran que estaba equivocada, y en ese preciso momento no había tiempo para convencerla. Minos entendía que esa era una batalla perdida; Shaina usualmente, lograba salirse con la suya, y eso era parte de su encanto, aunque él la había dejado ganar en más de una ocasión, ese no era el momento para caprichos.
—¡Maldita sea, Shaina! —Minos se movió con habilidad llegando con su esposa, en lo que ella se detenía de improvisto al escuchar los tiroteos a la distancia.
—¿En serio, están obedeciendo las órdenes del coronel? —dijo ella girándose para ver a los ojos a Minos completamente asombrada—. Hay gente sana en este lugar y nuestro deber es salvarlos. ¡Tú y yo hicimos el mismo juramento!
La derrota se reflejó claramente en los ojos verdes de Shaina. Esperaba un poquito de cordura, de paciencia, no un acto de genosidio a manos de personas que hicieron un juramento de salvar y proteger vidas humanas. Su esposo estaba cumpliendo con la orden, y aunque sabía que él siendo tan estricto con todo el sistema no se iba a revelar, esperaba, muy en el fondo, que no fuera precisamente el ejecutor de aquella demanda.
—¡Exactamente! —contestó Minos levantando la voz—. Esto lo hacemos para salvaguardar la vida de los demás: Las personas que aún no estamos en riesgo de contagio. Escucha, los hospitales son el foco de infección.
—¡No me importa! —correspondió ella empujando al hombre contra la pared, sintiéndose superada y confundida. ¿Habría hecho lo mismo como guerrera? ¿Habría matado un montón de personas inocentes por salvar a otros? Respiró profundo y tomó rápidamente una decisión. Confiaría en su instinto y en nada más—. Mientras existan personas que pueda salvar, me mantendré firme, tú y el Coronel y todos los que están por encima de nosotros no son más que unos cobardes.
—¡Shaina, por favor, escucha! —pidió él sosteniéndola por la mano para impedir que continuara su camino—. Había muchas personas en el hospital, esto se está saliendo de control. Yo lo único que quiero es protegerte.
—¿Acosta de las demás vidas? —atajó ella completamente decepcionada soltándose del agarre—. Más de la mitad de las personas del complejo deben requerir ayuda.
No estaba segura de eso. Le habían informado que el complejo había recibido a muchas personas, y eso aumentaba el riesgo. Tampoco sabía qué tan rápido se transmitía el virus, ni cuánto tardaba en aniquilar a su huésped o su forma de contagio, pero así fuera una vida, ella la salvaría.
—Te equivocas —interrumpió al verla avanzar hacia a la siguiente planta—. Recibimos a varios pacientes del hospital San Blas, y se asume que ya varios pacientes venían contagiados desde allá. Esto debido a que el San Blas fue declarado pérdida total. No creas que no lamento las bajas, pero debemos hacer lo que sea necesario.
Shaina se dio la vuelta y aunque Minos no podía distinguir bien sus expresiones debido a la careta que la cubría se imaginó ese gesto firme que combinaba perfectamente con sus ojos centellantes.
—Ya te lo dije. Mientras existan vidas que salvar yo continuaré firme.
—¡Maldita sea! —expresó irritado, su esposa no daría marcha atrás y evadiendo sus instintos de supervivencia avanzó tras ella.
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El panorama era el mismo en todos los pisos. Aunque las criaturas eran lentas, una vez atrapada la presa tenían una fuerza incomparable y era difícil hacerlos retroceder. Los no muertos tenían un único objetivo, no les importaba recibir varias heridas de balas, ni perder algunas de sus extremidades; sin miedo, sin dolor, ellos seguían avanzando, con fuerza y tenacidad. Y mientras los zombis aumentaban en número, las municiones disminuían, al igual que la fuerza y resistencia de los soldados. Shaina intentó salvar vidas, enviando a los pocos que veía íntegros hacia las salidas de emergencia, no obstante, los monstruos estaban por doquier y eran muy pocos los que lograban salir y era natural que afuera del edificio los estuvieran fusilando o en el mejor de los casos apresando para evitar la propagación del virus.
Estaba frustrada, de que le servía hacer toda esa tarea si igual se estaban perdiendo las vidas, y aunque Minos no había abierto fuego contra ninguna persona sana, era una tonta por pensar que él estaba de su lado en esa misión. El Grifo no encontró las palabras para convencer a su terca esposa de acatar la orden del coronel, pero tampoco estaba dispuesto a dejarla sola, y como había mencionado ella, aún habían personas sanas dentro del hospital, pero eso no significaba que estuvieran fuera de peligro y esperaba que Shaina por sí misma se diera cuenta de eso.
—¿De dónde salen tantos? —quiso saber ella viéndose superada y acorralada, ya era imposible distinguir entre las personas sanas y las contagiadas y su equipo pasaba por el mismo dilema. En la radio podía escucharlos temerosos disparando ahora contra todo lo que se movía.
El juez del inframundo recorrió rápidamente el lugar con la mirada. Shaina tenía razón, habían demasiados, y no pudo evitar preguntarse si las mordeduras convertían a las personas con tanta velocidad. El coronel había mencionado que los muertos volvían a la vida sin razón aparente. ¿Y si el virus ya estaba en el aire, en el agua, o en cualquier cosa y en ese momento ya estaban todos contagiados? No había nada claro. Según lo que él sabía y había visto en su mundo, alguien se convertía en zombi al ser mordido, rasguñado o al entrar en contacto con la sangre de un infectado en una herida abierta. Sin embargo, no descartaba el hecho de que algunos creadores de historias como esa ya hubiesen explorado la idea de que no era necesario el contacto directo con un zombi, morir bastaba para levantarse de la tumba y empezar a atacar. Si esa premisa resultaba ser cierta, estarían perdidos, lo que explicaría también, porque el número de monstruos aumentaba tan rápido. Quizás Zeus había leído mucho a Brian keene y Robert Kirkman. Era irónico que las mentes de su propio universo hubieran dado tantas ideas al dios del trueno.
—¡Aquí! —señaló Minos una habitación. Se estaban viendo rodeados entre las escaleras, y el juez había encontrado por fin un cuarto vacío. Ambos esposos se arrojaron hasta éste cerrando con rapidez la puerta.
—Mi radio está allá afuera —explicó ella tratando de tomar bocanadas de aire, su equipamiento la tenía sofocada—. Una de esas cosas me agarró con mucha fuerza. Tuve que quitarme el cinturón para que me soltara.
Shaina dio un rápido vistazo a la habitación. A diferencia de las demás, estaba completamente vacía y se encontraba en la parte más alta del edificio.
—Yo dejé el mío. Olvidé traerlo —dijo frustrado.
—¿Cómo que olvidaste traerlo? —preguntó ofuscada, ¿cómo pedirían apoyo?—. Hace parte del equipo. Siempre dejas todo tirado.
—Tuve que salir corriendo a tu rescate —señaló levantando la voz—. Solo a ti se te ocurre lanzarte contra una manada de caníbales.
—Tenía que salvar a estas personas.
—Y ahora vamos a morir por esas personas que querías rescatar —aclaró tratando de tranquilizarse, no era el momento para discusiones—. ¿Qué haces? No te quites la máscara —pidió al ver a Shaina retirarse la careta para dejarla sobre su cabeza.
—No puedo respirar —contestó tratando de no perder el aliento y le resultó algo irónico. Toda su vida había usado una máscara, pero aquella cosa tan estorbosa y su propio desagrado hacia esas criaturas la tenían perturbada—. De todas formas no sabemos cómo se contagia. Si está en el aire, esta cosa ya no nos protege de nada.
—Puede ser su sangre y estás cubierta de ella —expuso mirando con rapidez hacia la puerta—. Van a echarla abajo. No hay más salidas. Estamos muy alto para lanzarnos por la ventana. No sobreviviremos a la caída. ¡Maldición!
Shaina levantó los ojos hacia su marido recordando si alguna vez lo había visto tan frustrado, pero no encontró respuesta, y se maldijo nuevamente por haber desobedecido las órdenes de sus superiores. De haber seguido con la misión encomendada, de seguro ella y Minos no estarían allí en ese preciso momento, pero no podía entrar simplemente disparando a todos los civiles como si se tratara de despreciables cucarachas.
—No entiendo por qué nos están superando —dijo finalmente ella revisando su armamento.
—Tu equipo estaba manteniendo con vida a toda posible amenaza —escupió con enojo, Shaina chasqueó la lengua, y aunque le había dicho a sus hombres qué características buscar para separar a las personas sanas de las enfermas. Era obvio que en medio del afán ellos hubiesen dejado pasar algunos cuantos contagiados.
—Tu equipo debió ser suficiente para detener esta amenaza aunque el mío estuviera haciendo lo contrario.
—Ingresé al edificio con un puñado de hombres, de verdad pensé que me apoyarías y no vi necesidad de involucrar a más soldados. Tu unidad debió ser suficiente.
—La mayoría se retiró. Solo seis hombres me acompañaron —aclaró ella revisando su equipamiento, Minos resopló molesto, no reparó en ese detalle. Por el afán no recibió la información completa y pensó que Shaina se encontraba con toda su unidad.
Un largo e incómodo silencio se sembró entre ambos al escuchar la insistencia de las criaturas al otro lado de la puerta, Minos caminó hasta ésta y la observó por un momento antes de resoplar frustrado:
—¡Maldita sea! —acató molesto sin tan siquiera pensar en sus palabras—. No imaginé morir tan pronto y mucho menos devorado por zombis. —El ruido de un fusil preparándose para disparar lo hizo soltar una mediana sonrisa en lo que se giraba para ver a su esposa—. ¿Quién eres? —preguntó quitándose con cuidado la máscara, quería verla a los ojos.
—¿Quién eres tú? —devolvió la pregunta ella, impresionada de que él conociera esa palabra, palabra que lo había puesto en evidencia. Si él conocía a los zombis, es porque pertenecía a su realidad—. Eres Minos de Grifo, ¿cierto?
—Tú me conoces, pero yo no te conozco a ti.
—Y no me conocerás —explicó haciendo presión sobre su arma—. Ahora entiendo porque estás a favor de esta masacre. Eres un despreciable lacayo de Hades. Estas personas no te importan en lo más mínimo.
—Son muy pocos los dioses que enviaron a sus guerreros a salvar este mundo. La lista es corta, dime… ¿Con quién estás?
—Te devolveré a nuestro mundo sin que puedas saberlo —contestó en tono firme. Minos sonrió con cinismo.
—De acuerdo, dispara —ofreció subiendo los brazos en lo que Shaina titubeaba con el arma.
—¿Qué?
—Prefiero morir por un balazo tuyo a ser devorado por esas cosas. Así que haz lo que tengas que hacer, cariño.
—No me imaginé que sería tan fácil acabar con un espectro, mucho menos con un juez. Pensé que darías más batalla.
—Escucha, no vine hasta aquí buscando pelea con nadie —explicó con voz serena desviando su atención de vez en cuando hacia la puerta—. No me interesa destruir a los santos de Athena ni a ningún otro seguidor de otro dios. Vine como mero espectador y porque fue una orden directa de Zeus. Desafortunadamente, te tenía a ti como mi esposa y las emociones del Teniente Hansen son muy fuertes, por lo que me prometí estar aquí únicamente para resguardarte a ti y a tu familia. Ahora que sé que eres capaz de protegerte tú sola siendo un guerrero de nuestro universo, no me interesa seguir en este mundo. Ahórrame el drama, lo único que te pido, es que me digas quién eres. Me gustaría saber ante qué dios caí.
Shaina miró sobre su arma, y aunque la Sargento Giolitti era experta descifrando cuando su esposo le mentía, el santo de Ofiucos no podía fiarse del espectro. Sin embargo, decidió darle lo que quería, esperando ver su expresión cuando supiera que fue un santo de Athena quien le quitó la vida. Irónico, después de todo.
—Soy Shaina de Ofiucos, santo de plata a la orden de la diosa Athena.
—Un santo de Athena —repitió algo divertido el juez, negando con la cabeza, sin comprender por qué Zeus los había dejado juntos cuando eran enemigos declarados—. El rey de los dioses tiene sentido del humor. Bueno, amor mío, acaba conmigo.
Shaina quiso apretar el gatillo, pero le fue imposible, las palabras 'amor mío' crearon una sensación de descontento y confusión en su mente. Él solía decir aquello y en ese mismo tono cuando estaba molesto con ella, y aunque le alteraba en cada discusión, ella sabía que él únicamente utilizaba esas palabras para aclararle de forma indirecta que por más grande que fuera el problema él la seguía amando. Tantos años de casados no habían pasado en vano.
—¡Maldición! —Frustrada ella bajó el fusil ante el completo asombro del hombre.
—¿Qué pasa? ¿Por qué no acabas conmigo?
—No puedo —explicó haciendo un ademán con el brazo—. Los sentimientos de la Sargento Giolitti, son más grandes que mi aberración como santo.
—¿Bromeas? —resopló él—. Era una farsa. Este matrimonio no es real.
—Es real para la sargento. Es real para el teniente. ¿O por qué no intentas atacarme? También tienes un arma y siempre fuiste más rápido, acabarías conmigo antes de que yo pudiera abrir fuego contra ti. —Los golpes fuertes contra la puerta los hizo respingar a ambos—. Odio esos gemidos. No quiero morir siendo devorada por esas criaturas.
—De acuerdo —aceptó él derrotado ubicándose al lado de ella, ambos miraron fijamente hacia la puerta—. ¿Cuántas balas te quedan? —Shaina torció la boca, pero no contestó de inmediato—. Cariño, ¿cuántas balas te quedan?
—Ninguna —contestó ella bajando los hombros y haciendo que la expresión de Minos se transformara en una de completo y marcado asombro.
—¡Ninguna! ¿Cómo ibas a matarme sin balas?
—Pensé que no te darías cuenta —respondió como si nada—. Estaba buscando la forma de atacarte cuerpo a cuerpo. No me mires así. —Odiaba que la observara de esa manera, él solía poner esa expresión cuando ella se había pasado de la raya—. ¿Cuántas balas te quedan a ti?
—Una —suspiró.
—¿Una? —preguntó irritada, mirando el revólver en la mano de su esposo, el fusil él lo había dejado atrás porque de nada le servía sin municiones, algo en lo que ella no había reparado hasta entonces—. ¿Qué haremos? No podemos atacar directamente, no sabemos cómo se transmite el virus. Nuestro equipo es resistente, pero hay partes de nuestro cuerpo que están descubiertas, si nos atacan en esa zona.
—Lo sé, y aún así no estamos seguros de poder con todos. Si nos derrumban, será nuestro fin.
Shaina respiró profundo maldiciendo su infortunio. No esperaba que el fin del mundo fuera así, había considerado algún tipo de virus, una propagación que afectara a todas las naciones, y que al detenerse el mundo, la lucha por la sobrevivencia fuera brutal, pero eso. Los zombis fue en lo último en lo que pensó, ni siquiera lo había imaginado. Minos suspiró a su lado, observando su arma y luego a ella.
—¿Piensas matarme? —inquirió Shaina tratando de descifrar los pensamientos del juez. Él nuevamente miró su arma—. Escucha —pidió ella derrotada buscando la mirada de Minos—. De verdad odio a esas criaturas, no he podido ver otra película de zombis en mi vida, porque en serio me dejó marcada la única que vi. No quiero morir así, te agradecería mucho si usas esa bala en mí. —La mirada del Grifo fue muy severa ante aquellas palabras—. Oye, te vas a ir a tu vida pavoneándote por matar a un santo de Athena.
—Hubiese preferido asesinar a un santo dorado —expuso mirando hacia la puerta nuevamente, en cualquier momento ésta se iba a venir abajo.
—Me desprestigias por mi rango —apuntó ella ofendida—. Soy tan fuerte como cualquiera de ellos.
—Y tan prepotente también.
—Solo acaba conmigo, ¿quieres? Hazme ese favor —ordenó ubicándose a una prudente distancia.
—¿Por qué desperdiciaría mi única bala en ti? No voy a dejar que esas cosas me devoren. Tampoco quiero morir así.
—Usa el cuchillo.
—¿Por qué no lo usas tú? Yo la bala y tú el cuchillo. —Ambos resoplaron irritados sosteniéndose la mirada con intensidad
Shaina intentó no ser traicionada por el llanto. Bonita forma de entorpecer su misión, en ese momento no era de ayuda para nadie, sería la primera en fallar, pero no iba a morir bajo el ataque de esas criaturas, y prefería caer ante el arma de uno de sus enemigos. Había dolor sin lugar a duda, y aunque la amazona no conocía al hombre que tenía enfrente, la sargento lo amaba con intensidad y el sentimiento de desilusión y angustia estaban muy presentes.
Por su parte, Minos analizó rápidamente sus memorias, y no encontró rastros de otro día en el que Shaina se hubiera visto derrotada. Cuando ella caía se levantaba con más fuerza, pero era lógico que allí no habría forma de levantarse nuevamente. Lo único que había dicho es que quería protegerla, se había impuesto una misión y falló miserablemente. Enemigo o no, él no quería que ella muriera. No ella.
—Acércate a mí —pidió él con ternura y aunque el primer pensamiento de Shaina fue correr hacia sus brazos, no se dejó confundir por los sentimientos de su alter ego, y se mantuvo firme en su lugar—. Moriremos los dos con esta bala —señaló su arma—. Debemos estar cerca el uno del otro. Lo sabes, ¿cierto?
Shaina observó la semiautomática en la mano derecha de su esposo, analizando que una sola bala bien usada atravesaría el cráneo de ambos. No había escapatoria alguna. De haber tenido su cosmos intacto, de seguro hubiesen salido de ahí, pero en esa realidad eran simples mortales, hábiles, pero sin tanta resistencia y fuerza como en sus verdaderas vidas. Y aquella muerte parecía la menos violenta de las tres que tenían enfrente: Los zombis, la ventana o el arma.
—De acuerdo —aceptó ella llegando con él.
Minos sonrió algo enternecido y cuando la tuvo cerca ubicó su frente contra la de ella, pero no subió el arma tan pronto como la Cobra esperaba.
—No sé si son los sentimientos del teniente o los míos —habló él con un tono tan cálido y tranquilo que Shaina quiso abrazarlo—. Pero realmente, disfruté ser tu esposo. Amé cada momento a tu lado. Y de verdad, de verdad hubiera querido que estuvieras a salvo. Te lo juro. Tal vez en nuestro mundo me des la oportunidad de conocerte.
Minos esbozó una sonrisa de frustración, analizando si en su realidad se habría atrevido a decirle eso mismo a otra persona. No era un hombre a quien le gustaran las ataduras, y aunque era consciente que los sentimientos de Hasen por Shaina eran fuertes, no iba negar que en esa corta semana le encantó tenerla a su lado y que el juez, por más que quisiera disimularlo, también estaba impregnado de ella. Ya no importaba si exponía la verdad de semejante manera, ambos iban a morir de cualquier forma, y lo mejor era ser sincero antes del inminente fin.
Shaina dejó salir las lágrimas atravesadas en su interior y se aferró a él admitiendo que no quería que eso acabara y que le dolía, por la razón que fuera, la muerte y la separación con ese hombre. Por una fracción de segundo se sintió estúpida y débil, pero la realidad era precisamente esa. No era mucho lo que pudiera hacer, se iría tan rápido como llegó, demostrando a los dioses que ella no fue lo suficientemente fuerte para salvar a ese mundo, ni siquiera pudo salvar a quien amaba. Y aunque fue muy poco el tiempo, adoró cada minuto en ese lugar y amó estar al lado de él.
—También me encantó ser tu esposa —dijo tratando de que no se le cortara la voz—. Hubiese sido lindo estar más tiempo contigo. Espero no olvidarte y volver a verte tal vez ya no como enemigos.
—Aquí tampoco somos enemigos, tenlo muy claro. Hoy muero al lado de mi esposa. De la persona que amo.
—Qué maravilla, saber que pensamos lo mismo.
Minos sonrió agradecido, recibiendo un cálido y último beso. El tiempo era muy corto para continuar con los rodeos, así que ambos volvieron a unir sus frentes, en lo que él ubicaba el revólver detrás de la cabeza de ella. Shaina respiró profundo, odiando ese mundo y la forma tan absurda en la que iba a morir y maldiciendo el dejar a su hermana sola. Pero Geist era fuerte y se tenía suerte, de seguro saldría bien librada. Esperaba que su hermana de armas en su vida real y de sangre en esa realidad, hiciera un mejor trabajo, y que triunfara donde ella fracasó.
—¿Estás lista? —comentó él, imaginando si aquello era una afrenta a Hades al morir de manera tan pacífica al lado de un enemigo por el cual tenía sentimientos muy grandes.
—Sí —susurró ella, esperando que todo acabara cuanto antes.
Minos suspiró pesadamente sintiendo el aroma del perfume de Shaina, y hubiese querido que por lo menos ella se salvara, pero estaban en una posición en la que eso no pasaría. Apretó su cabeza con fuerza hacia la de ella y se dispuso a continuar adelante cuando el ruido de balazos muy cerca los hizo mirarse sorprendidos.
—¿Será tu equipo? —preguntó ella.
—O el tuyo —aclaró él.
—¡Sargento, sargento! —escucharon por la radio. Shaina instintivamente mandó su mano hacia donde debería estar su radio, pero recordó que lo había perdido cerca de la puerta de aquella habitación.
—¡Estamos aquí! —gritó la Cobra esperando ser escuchada, Minos por su parte se abalanzó hacia la puerta colocando su oído contra la madera para poder entender qué tan cerca estaban ellos y le hizo una señal a Shaina para que continuara llamándolos—. ¡Estamos aquí!
—Son demasiados —escucharon al otro lado a uno de los soldados. Shaina se acercó más a la puerta, era difícil entender lo que decían con todos esos gemidos de fondo.
Minos permaneció junto a la puerta, intentando captar lo que los chicos decían del otro lado. Cuando finalmente entendió sus palabras, se alejó con rapidez, empujando a su esposa a un lado justo en el momento en el que un cañón potente atravesaba la puerta, destruyendo a todos los zombis que se encontraban congregados allí. El rostro de Shaina se desencajó al ver que su equipo había utilizado un lanzacohetes. De no haber sido por la precisa intervención de Minos y la solidez de la estructura del edificio, ambos habrían muerto. Furiosa, se asomó por lo que quedaba de la puerta y vio a su grupo celebrando con entusiasmo.
—¡¿Acaso están dementes?! —bramó ella pasando por encima de los restos de sangre y vísceras sobre el suelo—. ¿Querían salvarme o matarme? ¡Pedazo de idiotas!
—Siempre es bueno verla, sargento —tomó la palabra uno de los oficiales—. Nos alegra que esté bien.
—Sí, pero no gracias a ustedes —acotó ésta alejándose del grupo—. Debemos despejar el edificio, ¡ahora!
—¿No es adorable? —comentó Minos cerca a uno de los soldados que se echó a reír.
x-x
Gracias a la intervención de otro escuadrón el edificio fue rápidamente despejado, tal como lo requería el coronel, y debido al apoyo de Shaina y su terquedad varios residentes del hospital estaban a salvo. Como medida de precaución los tenían apartados del resto para evitar otro posible brote. La Cobra no discutió, agradeciendo que no los hubieran fusilado nada más salir del lugar. Muchas vidas se habían salvado ese día.
La sala de aislamiento había sido rápidamente instalada con su típicas paredes impermeables para su fácil desinfección, era fría y silenciosa, y, el personal de salud estaba protegido con equipos completos compuestos de respiradores y gafas de seguridad, lo que le daba un toque sombrío al lugar. La tensión era palpable y el aire se sentía pesado. Los pocos sobrevivientes y los soldados de la misión tenían miedo de haber sido contagiados y el no saber cómo se propaga la infección aumentaba su molestia. Todos los que habían logrado evacuar el hospital junto a las tres unidades que se encargaron de despejar la zona, estaban acomodados en cubículos separados por una cortina de mampara transparente. Podían verse unos a otros, pero preferían guardar silencio esperando los resultados, y poder salir de allí cuanto antes.
—Lo que te dije adentro es completamente cierto —apuntó Minos. Él y Shaina se encontraban en cubículos contiguos un poco más alejados del resto, pero bajo la misma estricta observación que los demás—. No te miento.
—Lo sé —contestó ella a una prudente distancia, tratando de comprender la situación. Estuvo a milímetros de una muerte segura e iba a morir al lado de un enemigo. ¿Debería creerle? ¿Pero que sacaba él con mentirle en un momento como ese, cuando ambos iban a morir?
—¿De verdad me crees? —Minos acortó la distancia sentándose tras Shaina, sintiendo el calor de su espalda contra su brazo—. ¿Cuál es el problema? —preguntó al ver la cara de desconcierto de ella.
—Este plástico no creo que nos mantenga a salvo de un posible contagio —consideró la amazona, viendo al personal tomar muestras—. Es solo plástico.
—Es un plástico especial para estas eventualidades. En todo caso, ambos estuvimos expuestos. Si nos contagiamos, nos contagiamos ambos, no nos podemos contagiar más.
—Qué listo eres —dijo ella llegando al rincón de su puesto, encontrándose con la pared, donde Minos la alcanzó rápidamente. Ella suspiró, levantándose del lugar para caminar al otro lado donde el juez no la podía alcanzar—. Hasta no estar seguros, no podemos estar juntos. Nuestros organismos son diferentes. Podemos estar contagiados ambos, ninguno o solo uno. Y hasta no saber, es mejor que mantengamos la distancia. ¿Quieres?
—Siempre estoy a tus órdenes —aceptó divertido, poniéndose de pie para verla de frente—. Pero después de esto, tú y yo…
Shaina revisó sus opciones: Primero, debían asegurarse de no haber contraído el virus, ya que, de ser así, pondrían el riesgo a todo el complejo y eventualmente se convertirían en una de esas criaturas. Segundo, tendrían que enfrentarse al coronel para dar una buena explicación. En el caso de Shaina, no solo había puesto en peligro su vida, sino también su carrera, y sus superiores de seguro no estarían contentos. Sin embargo, encarcelarla por insubordinación no era una opción viable cuando necesitaban soldados defendiendo la ciudad. Y tercero, pero no menos importante, debía asegurarse de que Geist y los niños llegaran al batallón. Después habría tiempo de ocuparse de Minos.
—Sí, cariño —respondió ella con una sonrisa astuta. Tenía mucho que hacer, y aunque todavía estaba algo confundida, decidió darle el beneficio de la duda. Si él decía estar de su lado, era algo que le convenía—. Tú y yo. Pero te advierto, amor mío, que si te vuelves en mi contra, te mataré sin dudarlo. Ya sabes cual es mi misión. ¿Y la tuya?
—La mía sigue siendo la misma. Cuidar de ti.
—Te tomo la palabra, Minos de Grifo. Ahora, vuelve a tu puesto.
—Como ordene, mi sargento —aceptó haciendo una exagerada reverencia que hizo que la Cobra se echara a reír.
El juez sonrió con satisfacción. Parecía que Shaina confiaba en él, y no tenía intención de traicionarla. Su lealtad era clara: no apoyaba a nadie más que a su esposa. Si ella quería salvar al mundo, él la ayudaría. Perséfone les había otorgado libre albedrío, y él no sentía que estuviera incumpliendo ninguna norma. Además, fue Zeus quien lo dejó casado con una enemiga. Quizás el dios esperaba que se mataran mutuamente, pero Minos no le daría ese gusto. Ahora solo esperaba que Shaina bajará la guardia y confiara plenamente en él. De lo contrario, tendría que dormir con un ojo abierto y ganarse su confianza poco a poco. La ventaja, es que él era un hombre con una gran paciencia.
Continuará…
