Aioros no pudo abrir los ojos de inmediato debido a un fuerte mareo. Los cerró de nuevo, esperando que la sensación de vértigo pasara rápido. Su cabeza palpitaba y el malestar le provocó una necesidad urgente de vomitar. Varias imágenes se formaron en su mente y la cantidad de información que empezó a llegar a su cabeza le produjo una desazón mayor. ¿Dónde estaba? Un recuerdo llegó a su memoria como un eco lejano de cuando salvó a la infanta Athena y de cuando se presentó frente al muro de los lamentos, y después… oscuridad. Una espesa y silenciosa oscuridad. Y el tiempo pasó, años y años bajo el suplicio de los dioses, hasta que ella llegó extendiendo su mano y trayéndolo de nuevo a la luz.
Athena era tan hermosa como la había imaginado, con una gran dulzura y un corazón puro, lleno de amor y bondad. Desafortunadamente, la felicidad fue muy corta, apenas unas semanas y otra vez todo se derrumbó. Zeus y la dichosa Tierra Dos… ¿Dónde estaba?
—Despierta, dormilón —susurró una voz femenina, suave y reconfortante. Era familiar, pero no lograba recordar de quién—. Amor, abre los ojos.
Confuso, Aioros obedeció. Frente a él, una mujer de cabellos ondulados oscuros y ojos grandes y castaños lo observaba con dulzura. Desconcertado, recorrió la habitación con la vista: era un cuarto amplio, adornado con cuadros de flores y un tapizado que le pareció espantoso. Un fuerte olor a café empeoró su malestar. A su izquierda, una puerta de madera entreabierta revelaba un baño, y enfrente, una cómoda de aspecto anticuado dominaba el espacio.
—¿Qué pasa, dormilón? —preguntó la mujer.
Aioros abrió la boca para preguntar quién era, pero antes de que las palabras salieran, un recuerdo se formó en su mente: era su esposa. Giró la cabeza hacia la mesita de noche y vio una fotografía de su boda. En ese mundo, estaba casado.
—Amor, ¿estás bien? Te traje tu café —dijo ella con preocupación.
—No me gusta el café —respondió instintivamente, mientras intentaba sentarse. Ella lo miró extrañada.
—Siempre tomas una taza antes de levantarte —replicó ella desconcertada.
Aioros asintió, tratando de recomponer la situación.
—Sí, claro... Me encanta el café —corrigió, tomando la taza.
—¿Seguro que estás bien? Te ves... diferente.
Su sonrisa fue forzada. "Diferente" no era lo que esperaba oír de la mujer con la que llevaba catorce años casado. Catorce años... Toda una vida que no imaginó que Zeus le tendría reservada: una esposa y, al recordar más detalles, también un hijo. Ella se llamaba Norma, y su hijo, de doce años, Dylan.
—Estoy bien —respondió tras unos segundos—. Solo tengo una jaqueca horrible. Discúlpame, bajaré en un momento.
—Puedo llamar a la estación y decir que estás enfermo, si quieres.
"¿Estación?", pensó. Poco a poco, su mente desorientada comenzó a ordenar las piezas. En ese mundo, era capitán de una unidad de bomberos, y llevaba años en ese puesto.
—No hace falta —dijo, aún abrumado. Combinar los recuerdos del santo de Athena con los del padre de familia resultaba complicado—. Tomaré una ducha y bajaré enseguida. Gracias.
—Está bien —contestó ella, algo escéptica, antes de salir de la habitación.
—¿Qué trama Zeus? —murmuró Aioros, dejando la taza de café a un lado y dirigiéndose a la ducha.
El agua fría lo ayudó a despejar la mente, pero seguía siendo difícil procesar la situación. Sin información clara, decidió que lo mejor era continuar con su vida "normal", al menos hasta entender qué sucedía. Se vistió como de costumbre, con el reloj que su difunto padre le había regalado, y se perfumó con la colonia que Norma le había dado en su último aniversario. Mientras revisaba su móvil, decidió enviar un mensaje a la única persona de la que tenía recuerdos: su hermano, Aioria.
Aioria le devolvió la llamada casi de inmediato, pidiéndo que se encontraran en una cafetería cercana a la estación. Aioros intentó no perder la cabeza, como claramente ya le había pasado a su hermano. Así que le sugirió mantener la calma y esperar a su llegada. Debían estar serenos para no levantar sospechas. No sabían quienes eran sus enemigos, y tampoco era sensato verse diferentes frente a sus familiares y amigos. Lo más adecuado era vigilar cada uno de sus movimientos y actuar con suma precaución.
Sagitario respiró profundo, repitiendo a sí mismo que todo estaría bien. Por el momento debía actuar con naturalidad. Se reunió en el comedor con su familia y marchó hasta la cocina buscando algo de comer, dónde Norma lo reprendió recordándole que el desayuno estaría listo pronto y que debía esperar en la mesa. El dorado, acostumbrado a atenderse solo, olvidó por un momento que en esa realidad era su esposa quien se ocupaba de la comida. Ella, como chef que era, solía ser muy protectora de su espacio y él se reclamó mentalmente, por aquellos pequeños descuidos, que aunque parecieran insignificantes, podrían costarle la vida.
—Papá, estás muy distraído hoy —dijo Dylan, un niño de brillantes cabellos negros con una mirada idéntica a la del santo.
La palabra 'papá' resonó en la mente del dorado como un eco inquietante. Aquella familiaridad y la naturalidad con que el niño se había dirigido a él lo desestabilizó. Por un momento quiso salir corriendo de la casa. Todo eso era muy extraño. Sabía que esa vida y esa familia, no eran reales. Él nunca se había imaginado siendo padre. Desde pequeño fue entrenado para pelear, para dejar de lado los sentimientos, para tomar decisiones rápidas y ser preciso en la batalla. Su trabajo era proteger al mundo y custodiar a Athena; la familia no podía interponerse en su misión. Pero en esa vida, en ese mundo, todo era diferente: cálido, acogedor, tranquilo.
Se sintió aterrado, quería gritar que nada de eso podía ser posible, pero ahí estaba, sumergido en los suburbios en una casa enorme, acompañado de su esposa e hijo. Intentó actuar con naturalidad frente a su familia, devorando el desayuno con avidez. Debia salir de allí cuanto antes, porque el sentimiento de extrañeza y el miedo a la pérdida eran muy grandes. Ya había dejado a Aioria atrás por su misión, por defender a la diosa. ¿Allí estaría dispuesto a hacer lo mismo? ¿Le daría la espalda a su esposa y a su hijo por salvar al resto del mundo? Y de poder salvarlos a ellos también, ¿qué pasaría después cuando ya no estuvieran?
No, no podría soportar eso. Amaba a su familia, el sentimiento era real. Muy real. Suspiró abrumado, ordenando los pensamientos que se congregaban en su cabeza, ignorando los miles de escenarios que se dibujaban en su mente, y salió de casa, dejando a su familia confundida por tan efímera despedida, pero debía estar lejos para calmarse. Afortunadamente, el camino hasta la cafetería fue largo, lo suficiente para apaciguar su mente, y lograr que el ataque de pánico desapareciera. Debía mantener la calma, no solo por él, sino por todos aquellos que dependían de él.
Al llegar a la cafetería, encontró a Aioria ya sentado, visiblemente intranquilo. Aioros se acomodó frente a él.
—Guarda la compostura, Aioria —le dijo buscando su mirada, aunque él mismo no fuera capaz de calmarse.
—Pensé que despertaríamos en medio del apocalipsis. Pero no veo nada raro.
—¿Y eso te tiene tan nervioso?
—Tienes una esposa y un hijo, Aioros. ¿Te das cuenta de la gravedad de esto? ¿Qué vamos a hacer con ellos?
—Protegerlos, como a todos los demás —respondió Aioros con serenidad.
—¿Vas a arriesgar a tu familia por otros? Porque eso es lo que implica.
—Aioria —lo interrumpió Sagitario con tono firme—. Zeus dijo que esto podía pasar. Es parte de su juego. Tenemos que seguir con nuestro plan.
—¿Cuál plan? ¡Solo quedamos en proteger a la gente! Eso es todo lo que tenemos.
—Nada diferente a lo que siempre hemos hecho. Ahora debemos observar el terreno. Averiguar cuántas personas hay en esta ciudad y sus alrededores, buscar refugios, conocer los accesos. No sabemos cuándo comenzará el fin del mundo.
—Te veo muy tranquilo.
—Preocuparse no nos servirá de nada —Aioros tomó un sorbo de café y se levantó—. Mantente alerta. Observa cada detalle y ten cuidado con tus palabras. Nos mantendremos en contacto.
Aioria suspiró, más inquieto que antes.
—No entiendo cómo puedes estar tan calmado. Casi enloquezco al recuperar mis recuerdos.
—Yo también —respondió con suavidad, pero si él no mantenía la calma nada lograría que Aioria, la mantuviera también—. Pero perder el control no servirá de nada. Aceptamos el pacto, y sabíamos que Zeus haría las cosas difíciles. No le daremos el gusto de vernos derrotados.
Aioros tenía razón. Habían acordado cumplir con aquella misión, y ahora no había lugar para las dudas o los lamentos. ¿De qué servía maldecir sobre esa vida? Habían aceptado el trato y sabían que eventos así se podían presentar. Debían admitir que el dios de dioses no había dado mucha información y que había explicado ligeramente las reglas del juego, pero había sido claro, que de cumplir con aquella misión serían libres, sin embargo, habrían dificultades, porque aunque Zeus parecía estar del lado de Athena, él debía demostrar su liderazgo y no les dejaría la tarea fácil.
—Por ahora, continuemos con nuestra vida. ¿Quieres, hermano? —El rostro de Aioros fue iluminado por una gran sonrisa, en lo que el león dorado bajó la cabeza derrotado, aceptando las palabras del mayor—. Todo estará bien. Debo ir a la estación. Estaremos hablando.
Aioria suspiró pesadamente, preguntando cómo su hermano podía mantener la calma de semejante manera cuando tenían más preguntas que respuestas ante ese nuevo mundo. Y recordó, porque Aioros de Sagitario había sido el elegido para fungir como patriarca y no pudo evitar inflar pecho orgulloso de que él fuera un hombre tan sensato pese a su corta edad y lo poco que pudo disfrutar de la vida. Una tristeza invadió cruelmente el corazón del león, al deducir que aquella vida con la que no habían imaginado nunca, era algo que hacía que Aioros se sintiera en casa y vivo, con una esposa amorosa y un hijo audaz, y por un momento, agradeció ese pequeño gesto por parte del dios de dioses, pero al mismo tiempo lo maldijo. ¿Qué pasaría cuando Norma y Dylan desaparecieran?
X-X
El tiempo siguió avanzando, y aunque Aioros disfrutaba de su vida en esa versión de la Tierra, comenzaba a impacientarse. Aioria, por su parte, no había logrado tranquilizarse del todo, especialmente por la relación complicada que mantenía con una mujer que él mismo calificó de "desesperante". Sagitario había intentado aconsejarlo, sugiriendo terminar el noviazgo, pero aparentemente, no era algo tan sencillo, según las palabras del león. Aioros prefirió no inmiscuirse más en ese asunto, él mismo tenía suficiente con su nueva rutina. Entre su trabajo como bombero y la vida familiar, eran pocas las horas que lograba obtener algo de paz, y encontraba que la vida en el Santuario, por peligrosa que fuera, resultaba menos agotadora. Y desafortunadamente, no había tenido tiempo de prepararse para el fin del mundo. Aunque de todas formas no sabían de que se trataría todo. Bien, un meteorito podría destruir la tierra y tal vez, la misión, se reduciría a buscar un refugio en lo poco que quedara en pie. Pero hasta no estar seguro, poco o nada podían hacer.
Estaba agotado y ansioso y ese día en particular, ya había atendido tres incendios provocados por descuidos. En el último, lograron evacuar a todos los ocupantes del edificio, pero un joven que Aioros había rescatado exhaló su último aliento en sus brazos nada más salir del lugar. La frustración lo invadió, pero recordó que, como capitán, debía mantenerse firme.
—Murió —le informó a una paramédica al dejar el cuerpo del chico sobre la camilla. Uno de sus compañeros le dio una palmada en el hombro.
—Hicimos lo que pudimos, capitán —dijo, intentando consolarlo.
Aioros resopló derrotado; aún no se acostumbraba a las pérdidas en aquellas emergencias, pero no iba a dejar que eso lo desanimara. Se giró hacia su grupo para recoger los equipos, pero de pronto, un grito desgarrador rompió el aire. Aquel muchacho que minutos antes llevaba entre sus brazos y que él mismo había corroborado su trágico deceso, ahora se había levantado y atacaba a la paramédica. Aioros, estupefacto, observó cómo el joven hería a quienes lo rodeaban con una ferocidad animal. Fue ágil y escurridizo y escapó de las manos de los policías que intentaron controlarlo, y algunos terminaron con mordidas profundas en las manos o brazos. La doctora de la ambulancia le inyectó un calmante cuando lo retuvieron en el suelo, pero éste no produjo ningún efecto.
De nueva cuenta, el chico escapó de sus captores y se arrojó hacia la doctora, quien apenas se cubrió con las manos el rostro. Un oficial le disparó en la pierna, y con ese acto, el joven, enfurecido, marchó hacia él dejando ver sus dientes ensangrentados. El agente le disparó ahora en el brazo, pero el joven no retrocedió. Otro oficial se unió al ataque, logrando detenerlo con un tiro en la cabeza.
—¿No estaba muerto? —preguntó un agente incrédulo a Aioros.
—Lo estaba. —Sagitario apenas pudo responder. No entendía qué estaba sucediendo, pero lo que acababa de presenciar era imposible de ignorar.
—Tenemos que llevarlo a la estación de policía —anunció otro oficial.
—¿Por qué? —protestó Sagitario con voz demasiado firme, intimidando a los policías que rápidamente recuperaron la compostura.
—Este incidente parece parte de un ataque, y usted podría ser un sospechoso. Ya hemos recibido reportes de personas violentas, y usted saca a uno de esos y pone en riesgo a todos.
—¡Estaba salvando a una persona! —contestó Aioros levantando la voz—. ¡Es parte de mi trabajo!
—De todas formas vendrá con nosotros.
—¡No! Si se llevan al capitán, nos llevan a todos —intervino uno de los bomberos.
El caos apenas comenzaba.
X-X
Marín de Águila o más bien, Marín Satou; una detective de homicidios reservada pero implacable, avanzó con paso firme por una impresionante oficina iluminada por luces brillantes. No solo su belleza capturaba las miradas de los presentes, sino también su porte elegante y la intensidad de su mirada, tan atrayente como intimidante. Adaptarse a su nueva vida le había llevado tiempo. Después de años ocultando su rostro tras una máscara, enfrentarse al mundo sin ella la hacía sentirse vulnerable. Aunque su trabajo actual tenía similitudes con el que desempeñaba en el Santuario, el cambio en su manera de vestir y de expresarse fue drástico. Los tacones, en particular, fueron su mayor desafío.
Cuando despertó en Tierra Dos, no esperaba algo tan elaborado. Imaginó que el fin del mundo sería rápido, sin preámbulos; una batalla a vida o muerte con los demás guerreros mientras cada uno protegía un cuadrante. Se equivocó. No estaba segura si sentirse aliviada por tener tiempo para reaccionar o maldecir al entender que estaría atrapada allí por mucho tiempo. Por fortuna, su trabajo no le daba tregua, y con la mente ocupada resolviendo crímenes, poco o nada podía enfurecerse contra los dioses. Sin embargo, todos los días se preguntaba cómo sería ese fin del mundo.
Un muchacho de cabellos rubios y carácter rebelde atrajo su atención. No tendría más de veinte años. Estaba acompañado de otros cinco jóvenes, todos igual de exaltados. Marín suspiró con fuerza e indicó a uno de los oficiales que lo llevará a una sala de interrogación. Ella entró primero y, mientras miraba por la ventana que daba al pasillo, escuchó el fuerte golpe del muchacho al ser acomodado sin delicadeza en la silla frente al escritorio. El chico resopló adolorido y observó al oficial, que caminó con temple hacia la entrada, donde se quedó inmóvil, como una estatua.
—Oliver —llamó Marín, colocándose frente al chico.
—Me dicen, Averno —corrigió el joven con mirada desafiante. Sus ojos irritados evidenciaban el origen de su apodo.
—No voy a llamarte así, Oliver —aclaró Marín. El chico rodó los ojos con frustración—. ¿Qué pasó realmente?
—Estoy harto de repetir lo mismo —resopló Oliver. Pero ante la mirada severa de Marín, accedió a contar su versión—. El tipo llegó en su camioneta. ¿Sí? La estrelló justo donde estábamos. Nosotros sólo estábamos pasando el rato.
—¿Y por eso lo mataron? —inquirió Marín, observando al chico de arriba a abajo. Oliver hizo un gesto de impaciencia.
—Fue en defensa propia —replicó irritado—. Fuimos a ver si estaba bien, queríamos ayudarle, y el maldito mordió a mi novia. Luego intentó mordernos a todos. ¿Entiendes? Nos defendimos.
Marín esbozó una sonrisa de medio lado y caminó alrededor del escritorio colocándose junto al chico, quien la miró de reojo. La amazona dejó caer una carpeta sobre la mesa. Una fotografía de un hombre con cabello castaño y piel pálida, lleno de heridas, quedó visible.
—Le dispararon seis veces —dijo señalando la foto con el dedo—. ¡Seis veces!
—¡Fue en defensa propia! —gritó Oliver, poniéndose de pie con rabia—. ¿Lo entiendes, maldita perra?
Grave error. El oficial que aguardaba en la entrada sonrió triunfante al ver cómo Marín aplastaba el rostro del chico contra el escritorio de acero frío. Nadie levantaba la voz a la detective Satou, y mucho menos la insultaba. Aunque su apariencia era dulce, su carácter distaba mucho de ello. El oficial sabía que Marín no necesitaba que nadie le cubriera la espalda.
—¡Escúchame bien, mocoso! —dijo Marín, ejerciendo presión sobre el rostro del joven, que no pudo escapar—. Si vuelves a hablarme así, te arrancaré la lengua. ¡Ahora, responde mis preguntas!
—Ya te lo dije —murmuró el chico, sintiendo el dolor en su cabeza. Para ser tan menuda, tenía una fuerza impresionante—. Le disparamos porque no se detenía. Seguía y seguía. Mordió a mi novia y a mi amigo. Les arrancó pedazos. Deberían revisar a mis amigos en lugar de interrogarnos. El tipo les arrancó un trozo de carne. ¿Entiendes?
Marín, algo molesta, lo soltó y tomó los documentos con las fotos de la víctima para luego salir de la sala de interrogación. Se encontró con su compañero, quien tampoco parecía estar de buen humor.
—Edwar. ¿Sacaste algo? —preguntó Marín.
—Dicen que fue en defensa propia, que el hombre los atacó. La chica y uno de los muchachos tienen mordidas profundas en los brazos. Les falta un pedazo. Los testigos afirman que los chicos le dispararon sin razón. No lo entiendo.
—¿Crees que tuvieron tiempo de planear una coartada? Oliver dice lo mismo.
—Venían en patrullas distintas. Al menos uno debería haber dicho algo diferente. A menos que lo hubiesen planeado desde antes.
—¿Y se mordieron a sí mismos para alegar defensa propia?
—Esta pandilla siempre ha causado problemas. Nunca habían matado a nadie, pero conozco a Oliver, haría cualquier cosa para zafarse.
—Lo que tenemos es ambiguo. ¿Algún video del vecindario? Siempre hay alguien grabando con su celular. Necesitamos evidencia material.
—Iré a buscar. Quizás alguien tenga algo. ¿Y tú?
—Pediré un examen toxicológico al grupo de Oliver. No quiero que se escapen de este homicidio. Por ahora, que los arresten por porte de armas. Voy a ver el cadáver.
—De acuerdo.
El detective Edwar, se despidió con un gesto de agotamiento, en lo que Marín se dirigía a la morgue. A ella no le tomó mucho tiempo adentrarse en la gran sala de paredes frías y donde el cuerpo del señor Arthur Nolan aguardaba para los exámenes en la mesa de autopsia. El médico forense terminó de revisar los registros y se encaminó hacia el cadáver al ver el gesto apurado de la detective, quien tan solo con una mirada le indicó que necesitaba de su atención urgente.
El cadáver fue minuciosamente revisado bajo las expertas manos del doctor Urrego, sin embargo, el escrutinio tomó tiempo, y la amazona ya empezaba a impacientarse. y el ceño fruncido del médico la puso en alerta.
—¿Cuál fue la causa de muerte? —preguntó Marín por tercera vez.
—Se desangró —respondió el forense después de un largo silencio, concentrado en las heridas de bala.
—¿Qué disparo fue el letal?
—Ninguno —dijo el médico. Marín arqueó una ceja.
—¿Cómo?
—Todas las heridas de bala fueron causadas postmortem.
—¿Qué? Ellos dicen que el hombre estaba de pie, que los atacó. Los testigos también lo vieron.
—Alguien lo mordió. Mira esto —señaló el cuello, donde faltaba un trozo de carne—. Fue una mordida humana, no fue un animal, fue un humano. Murió desangrado por esto. Los disparos ocurrieron después.
—¿Crees que lo mataron y luego usaron su cuerpo como diana?
—Eso no explica las versiones de los testigos.
—Nuestros sospechosos no nos están diciendo toda la verdad. Los testigos pueden estar confundidos. Necesito averiguar más sobre la víctima.
Marín salió con más preguntas que respuestas. Nada tenía sentido. Nolan era un hombre de 42 años, vestía pijama y manejaba una camioneta de alta gama. Vivía en una zona muy amplia, no muy lejos de donde ocurrieron los hechos. Sin embargo, toda la cuestión era incierta, aún no se explicaba porque Arthur terminó en aquel vecindario, porque todavía usaba su ropa de dormir y lo más importante, ¿de quien huía?
—¡Estaba muerto! —gritó alguien a lo lejos. Marín levantó la vista y vio a un grupo de bomberos discutiendo con oficiales de policía. Para su sorpresa, reconoció a uno de ellos.
—¿Aioros? —llamó mientras se acercaba. Todos se giraron hacia ella.
—¿Te conozco? —preguntó Sagitario.
—Sí. Oficial, él viene conmigo —ordenó Marín, tomando al hombre del brazo y arrastrándolo con ella.
Antes de que los demás bomberos pudieran protestar, Aioros los calmó con un gesto.
—Me encargo yo —dijo el santo, notando algo familiar en aquella mujer y siguiéndola en su camino.
—Es bueno ver una cara conocida en este nuevo mundo —dijo la detective a las afueras de la estación mientras se cruzaba de brazos—. Soy Marín de Águila.
—Claro. La maestra de Seiya. Mi hermano me habló de ti.
—¿Tu hermano?
—Aioria de Leo.
—Sé quién es. No tenemos tiempo para eso. ¿Vas a decirme qué está pasando? —demandó, clavando su intensa mirada en él. Aioros se sintió brevemente intimidado.
—Atendimos una emergencia. Un chico murió. Estaba muerto, te lo juro, pero luego se levantó y atacó a los paramédicos.
Marín suspiró profundamente. La misma situación. Nada tenía sentido.
—Ven conmigo —dijo ella—. Tengo un caso peculiar. Te lo explicaré en el camino.
Sin esperar una respuesta, Marín se dirigió a su auto. Aioros, tras dudar unos segundos, la siguió. Algo le decía que no podía rechazar la invitación de esa mujer.
X-X
Aioria de Leo suspiró una vez más. A su lado, su hermosa y carismática novia, Helen, parecía no prestar atención al suplicio que él sufría. Ella estaba encantada de pasar el día con él en aquel parque de diversiones. Sin embargo, el león dorado tenía algo muy diferente en mente: estaba buscando las palabras y la fuerza para terminar su relación. La vida en Tierra Dos, parecía un mal chiste; allí no era un admirado santo dorado, sino un simple maestro de gimnasia, algo interesante, pero a lo que no estaba acostumbrado: niños.
Aioria nunca se vio a sí mismo como instructor de niños. Aunque había ayudado a Marín con el entrenamiento de Seiya, siempre había preferido mantener su distancia. Sabía que su temperamento no era adecuado para tratar con infantes. Y no se equivocaba. En solo una semana como maestro, uno de sus estudiantes se había roto el brazo en su clase y otro quedó encerrado en una bodega porque Aioria se había olvidado de que el niño le estaba ayudando a limpiar. Seguramente, por esas razones, su hermano nunca confiaba a Dylan bajo su cuidado.
"Esto no es para mí", pensó Aioria. Debía aceptar que no estaba hecho para eso, ni Aioria de Leo ni Aioria Vranjes, porque si el santo era peligroso, aparentemente, el buen maestro de gimnasia no se quedaba atrás, por lo que no estaba seguro si su estupidez era de él o de su yo alternativo o una ingeniosa combinación de ambos. Frustrado, dejó caer los hombros. Tanto en su papel en Tierra Dos como en su vida real, parecía que estaba destinado a causar caos.
Pero lo que más le atormentaba no era su trabajo. Lo que realmente le preocupaba era Helen. Llevaban dos años juntos, y aunque ella era increíblemente atractiva, Aioria ya no podía soportar su constante paranoia y celos. Su última pelea había surgido por un simple mensaje de texto de una madre de uno de sus estudiantes, quien solo quería hablar sobre el comportamiento de su hija. Helen, en cambio, había interpretado el mensaje como una señal de una aventura, y había ido directamente a casa de la mujer para armar un escándalo. Como resultado, Aioria se encontraba citado por la escuela para revisar sus múltiples faltas. Sabía que muchas de las quejas eran justas, pero Helen había sido la gota que colmó el vaso.
—¡Me encanta esta novela! —escuchó a Helen a su lado entusiasmada, quien veía una pancarta—. Y amo a este actor.
Aioria observó el cartel pegado en uno de los muros del parque, donde un hombre de cabellos celestes abrazaba a una bella mujer de melena azul. Ambos eran ridículamente apuestos, muy atractivos y bellos. Y aunque el hombre tenía facciones andróginas, su porte y sonrisa le daban una elegancia envidiable. El león quiso echarse a reír en ese momento. Jamás imaginó encontrarse con esa sorpresa.
—Es Afrodita —susurró y Helen sonrió con felicidad.
—Es el guapísimo, Afrodita Pettersson, el hombre más codiciado del año.
Aioria resopló molesto. Piscis tenía mucha suerte, con una gran carrera y de seguro con mucho dinero y si Helen lo conocía y decía lo que decía es porque era cierto. Y mientras el guerrero de la duodécima casa era un aclamado actor, él estaba allí buscando las palabras para terminar con su novia.
—Debo decirte algo —dijo finalmente él ya harto de todo y armándose de valor. Helen lo miró con ojos brillantes, sin sospechar lo que venía—. No quiero seguir contigo —espetó de golpe.
Ella frunció el ceño, confundida.
—¿Seguir conmigo? —preguntó con incredulidad—. ¿Qué quieres decir? Ah, ya entiendo, es una broma. ¿Nos separamos aquí en el parque? Yo voy por este lado y tú por aquel, ¿cierto?
Aioria estaba atónito. ¿Realmente pensaba que bromeaba? Intentó ser más claro.
—No, Helen. No me estoy explicando bien. Lo que quiero decir es que…
—¡Mira! —lo interrumpió ella emocionada—. ¡La casa del terror! Tenemos que entrar.
Aioria miró el edificio. Varias personas salieron corriendo, visiblemente aterradas. La atracción parecía genuinamente aterradora. Pero Aioria no tenía interés en eso.
—Tenemos que hablar primero —insistió él, suspirando. Antes de que pudiera continuar, un nuevo grupo de personas pasó corriendo y gritando. Aioria se tensó—. ¿Qué está pasando? —preguntó, observando el tumulto.
—Nada —respondió Helen, ya irritada—. ¿Vamos a entrar o no? ¿A quién estás mirando? ¿Acaso quieres volver con la chica de los osos de peluche? ¡Vi cómo la mirabas!
Aioria frunció el ceño, recordando un incidente anterior en el que ganó un oso de peluche en un juego. Helen había acusado a la encargada de coquetear con él y le había gritado que 'se metiera el osito por donde mejor le pareciera'. Aioria, avergonzado en su momento, ahora estaba enfurecido al acordarse de ese bochornoso acto.
—Ella solo estaba haciendo su trabajo —dijo él con voz tensa—. No tenías por qué insultarla.
—¡Oh, la defiendes! —replicó Helen, indignada—. Entonces, ¿por eso querías venir aquí? ¿Para verla? ¿Tienes una aventura con ella?
—¡Ni siquiera la conozco! —rugió Aioria. Helen dio un paso atrás, sorprendida por su tono.
—¿Es mi culpa que las cosas entre nosotros no vayan bien? —continuó ella.
Aioria intentó controlar su enojo, respiró profundo, pero otro grito lo distrajo.
—¡¿Qué está pasando?! —exclamó de nuevo, más alerta ahora—. Necesito saber qué está sucediendo.
Aioria escuchó que Helen dijo algo, pero el bullicio de la gente no le permitió comprender con exactitud el reclamo de ella. Agradeció por ello, y esperó que lo que estuviera pasando fuera lo suficientemente grave, para que su novia se distrajera y olvidara el enojo. El león sabía que después de ese desaire ella no iba a estar para nada feliz. Decidió dejar eso para después y llegó hasta la cerca del carrusel donde se encaramó para poder ver que estaba pasando a lo lejos, pero las personas corrían en todas las direcciones y le fue imposible distinguir la amenaza. Seguía sin entender por qué tanto escándalo.
—¡Eres un imbécil, Aioria! —escuchó enojada a Helen, quien ya había perdido la paciencia y la cordura.
Y antes de que Leo pudiera responder, Helen comenzó a gritar desesperada. Un hombre había caído sobre ella, tratando de morderla. Aioria bajó afanado y tomó al hombre para apartarlo, no obstante, este estaba aferrado a su presa y el dorado tuvo que imprimir fuerza para hacerlo a un lado. El empujón fue tan severo, que el hombre cayó algunos metros a lo lejos y se quebró la muñeca.
—¿Estás bien? —preguntó Aioria a Helen.
—¡Me mordió! —respondió ella, mostrando su hombro sangrante.
Aioria se giró para ver al hombre levantarse, indiferente a la caída y a su muñeca rota. Justo antes de que pudiera atacarlos de nuevo, un disparo resonó. El atacante cayó muerto con una bala en la cabeza.
—¿Qué demonios? —preguntó Aioria a un guarda de seguridad que había llegado de la nada—. ¿Por qué lo asesinó?
—Es la única forma de detenerlos —contestó el guardia, un hombre de cabello celeste y ojos turquesa—. ¡Tenemos que irnos!
—¡Aioria! —Llamó Helen cayendo al suelo sin poder evitarlo. Su rostro palideció y un sudor empezó a recorrerle todo el cuerpo.
—¡Helen! ¿Estás bien? —Cuando Aioria intentó acercarse, el guardia se lo impidió.
—¡No la toques! —El peliceleste apretó con fuerza el brazo del león, quien molesto se soltó rápidamente del agarre.
—¿Qué le pasa? —preguntó Aioria, frustrado—. ¡Es mi novia y se encuentra mal!
—Ya no es quien crees —replicó el guardia.
Aioria observó al otro de arriba abajo, y con una mirada prepotente se alejó de este para dirigirse con su novia. Helen se derrumbó en el suelo convulsionando en un movimiento antinatural. El santo quiso correr a su auxilio, pero los movimientos extraños lo hicieron dudar. De improviso, ella se detuvo y se levantó sin problema reflejando una mirada vacía.
—¿Helen? —llamó Aioria con prudencia. La chica caminó con lentitud, su cabeza se encontraba ligeramente inclinada hacia la izquierda—. ¿Estás bien?
La pregunta fue estúpida. El rostro de Helen parecía el de otra persona, su mirada era diabólica y sus dientes chasqueaban con premura, su caminar era errático y de su boca salía un gutural sonido que calaba los huesos. Aioria no se movió de inmediato tratando de analizar la extraña transformación de su novia, pero antes de que ella le diera alcance, un disparo en la cabeza la detuvo.
—¡¿Helen?! —bramó Leo confundido—. ¡¿Qué hiciste?! ¡La mataste!
—Ya no era ella. —respondió el guardia sin un dejo de remordimiento—. ¡Vámonos, vienen más!
Aioria, todavía en shock, empezó a distinguir a los monstruos en medio de las personas que intentaban escapar de la amenaza. Estaban por todas partes y entendió con rapidez que estaban metido en algo mucho más grande.
—¿Qué está pasando? —exigió saber mientras seguía al guardia hasta una pequeña bodega, donde ambos se perdieron de inmediato.
—Mira esto —dijo el peliceleste, mostrándole su celular. Un video enfocaba a personas devorándose entre sí—. La epidemia empezó en una isla, pero intentaron cubrirlo diciendo que fue una explosión en una planta de energía, pero la verdad es que esto ya está en todas partes.
—Me recuerda a las películas de zombis —pronunció Aioria. El guardia lo miró con suspicacia.
—En Tierra Dos, nadie conoce ese concepto —bramó el otro—. No existen películas ni videojuegos sobre ellos. ¿Cómo sabes eso? —Aioria dudó. Si el maestro Aioria Vranjes nunca había oído hablar de zombis, ¿cómo podía explicarlo sin revelar su verdadera identidad?—. ¿Quién eres? —preguntó nuevamente, esta vez apuntando con su arma al dorado.
El griego levantó las manos en señal de paz, buscando una respuesta rápida, pero no la había. Tenía razón: esa palabra no existía en Tierra Dos, y si el otro la conocía es porque estaba en frente de un enemigo. Zeus los había enviado a ese universo casi de inmediato, sin darles tiempo para planear una estrategia ni de intercambiar información sobre otros guerreros. Aunque Aioria había estado en el inframundo, no se había encontrado con muchos espectros y apenas los conocía. Athena les había alcanzado a confirmar que dioses como Hefestos, Afrodita e incluso Artemisa y Poseidon estaban de su lado, pero no sabían nada de los demás. Por lo tanto, tenían más enemigos que aliados. Y es que no solo los guerreros de los doce dioses principales estaban allí, había otros, igual de hostiles hacia ellos como el resto con los que ya se habían enfrentado.
—Soy Aioria de Leo, santo dorado de Athena —respondió finalmente moviéndose hacia la derecha, con suerte podría esquivar la bala, sólo tenía que estar atento, sin embargo, el guardia bajó el arma y asintió.
—Athena… entonces somos aliados. Yo soy Athor del Asalto, herrero y servidor de Hefestos.
Aioria suspiró aliviado; era una excelente noticia. Los guerreros del dios herrero no eran tan formidables en combate directo como los de otros dioses, pero poseían habilidades excepcionales y un talento único en diversas artes, lo que los hacía sobresalir de formas inesperadas. Su inteligencia y destreza les permitían ejecutar estrategias complejas, convirtiéndolos en adversarios altamente peligrosos, a menudo incluso más que los guerreros de otras deidades. Contar con Hefesto de su lado era una ventaja estratégica invaluable; su alianza significaba la posibilidad de acceder a recursos, conocimientos y técnicas de combate de gran sofisticación.
Encontrarse con uno de ellos había sido un gran golpe de suerte.
—Me alegra escuchar eso —anunció Leo bajando las manos y respirando con tranquilidad—. Necesitamos unirnos. Mi hermano Aioros está a 30 kilómetros de aquí. Debemos llegar con él.
—Esos zombis están por todas partes —dijo Athor, evaluando la situación—. Será difícil, pero tienes razón. Debemos intentarlo. Entre más seamos, mucho mejor para nuestro grupo. —Aioria asintió, preparándose para lo que estaba por venir—. No podemos quedarnos aquí. El fin del mundo ha comenzado. Por ahora, aún tenemos señal. Llama a tu hermano y organicemos un encuentro.
—Bueno, mi teléfono móvil lo deje en casa. Mi novia es tan insoportable; era tan insoportable. Lo dejé para que ella no estuviera husmeando.
—¿Sabiendo que estamos a pocos pasos del fin del mundo?
—Oye, ella realmente era molesta. De hecho, me hizo un gran reclamo por no traer mi celular hoy. Según ella, estoy ocultando algo y por eso no lo traje conmigo.
—De acuerdo —dijo tratando de no molestarse, Aioria se veía más aliviado que abatido por la muerte de la chica—. ¿Sabes el número?
—No. ¿Quién aprende números con estos aparatos? Es más, nunca tuve necesidad de aprender ningún número telefónico en mi vida.
—Algo me dice que no eres el más listo de la órden ateniense.
—¡Cierra la boca! ¡Ya sé! Afrodita…
—Sí, he escuchado de Afrodita de Piscis —dijo Athor entusiasmado—. ¿Sabes dónde está? Sus habilidades en botánica pueden servirnos para una vacuna o algo similar.
—Es cierto —reflexionó el león, pero sin el equipo apropiado dudaba mucho que Piscis pudiera lograr algo—. No sé dónde se encuentra. Pero acabo de ver un cartel de él. Es actor.
—Afrodita Pettersson es el mismo Afrodita de Piscis. ¡Vaya!
—¿Lo conoces?
—No, pero a mi yo alterno, le encanta su novela. Cuando desperté dejé de verla. Es una novela estupida. Debí suponer que era uno de ustedes. Aunque sinceramente, Afrodita Pettersson no es el único hombre con el nombre de una deidad en este mundo.
—¿Me estás diciendo que Afrodita es un nombre popular en esta realidad?
—Así es, supongo que Zeus lo hizo a propósito para que no nos pudiéramos encontrar tan fácil.
—De acuerdo, no importa. —Aioria suspiró con fuerza tratando de recopilar toda la información que tenía a su alcance—. Lleguemos con mi hermano, podemos buscar a Afrodita después. Ya sabemos quien es. Será fácil encontrarlo.
—O tal vez no. Es un actor. Los actores viven en grandes mansiones, lejos del proletariado y se la pasan viajando en sus yates y jets privados.
—¡Maldito Afrodita! Yo apenas sobrevivo con mi sueldo de maestro. ¡Y él tiene un yate!
—Oye, no me consta. Sé que es uno de los actores mejores pagados del país. Pero de ahí a que tenga un yate, no sé. ¡Eso no importa! No sabemos dónde está realmente.
—Está bien. De él tenemos más información que de cualquier otro. Eso nos servirá para hallarlo. Por ahora, vamos con mi hermano. ¿Qué hay de ti? ¿Algún conocido?
—Desafortunadamente, no.
X-X
.
Marín y Aioros intentaban descifrar la situación mientras intercambiaban teorías, pero el panorama seguía siendo confuso. Águila parecía tener una vaga idea de lo que estaba ocurriendo, aunque no terminaba de aceptar que fuera posible. Cuando llegaron en el auto al vecindario de la víctima, el lugar estaba desierto. A medida que avanzaron, notaron a un grupo de personas reunidas frente a una casa.
—Departamento de policía —se presentó Marín, mostrando su identificación, los presentes voltearon hacia ella—. ¿Qué está sucediendo?
—Por favor, ayúdenos —rogó una señora de avanzada edad, acercándose rápidamente a Marín—. Esa mujer está loca. Nos atacó a mi esposo y a mí. Tuvimos que encerrarla.
—Está completamente desquiciada —añadió un vecino.
—¿De quién es la casa? —preguntó Marín, mientras se oían golpes furiosos contra la puerta.
—Es de ella —respondió un hombre—. Primero atacó a su esposo, él logró escapar en su auto, pero luego nos atacó a nosotros. Entre varios vecinos logramos encerrarla en su casa.
Marín revisó rápidamente la dirección en su libreta y la comparó con la que tenía ante sus ojos. Era el domicilio de la víctima, acto seguido tomó su teléfono y marcó a la estación pidiendo refuerzos y ambulancias.
—Por favor, vuelvan a sus domicilios —ordenó ella caminando con elegancia—. Aioros, ven conmigo.
Sagitario no protestó, tampoco tenía razones para hacerlo. Ambos rodearon la casa, moviéndose con cautela hasta la puerta trasera. Marín desenfundó su arma y avanzó con precisión, liderando el camino.
—Oye, soy un Santo Dorado. Debería ir al frente y protegerte —comentó Aioros, ligeramente indignado.
Marín lo miró por encima del hombro, evaluándolo de pies a cabeza.
—No estamos en el Santuario. Yo soy un oficial de policía aquí, tengo un arma y tú, ni siquiera deberías estar aquí, así que te toca ir detrás de mí.
—Está bien —refunfuñó Aioros, como un niño regañado, mientras seguían avanzando.
Finalmente, entraron a la casa y encontraron a la mujer golpeando frenéticamente la puerta desde el interior. Marín llamó su atención.
—¡Señora, Ruth Nolan!
La mujer giró bruscamente al notar a los dos intrusos en su casa y avanzó hacia ellos estirando los brazos para alcanzarlos, su piel era pálida con rastros verdosos, como si llevara varias semanas con una enfermedad que no tenía cura.
—Mira sus ojos —dijo Aioros, señalando con el rostro.
—¿Qué pasa con sus ojos?
—Las pupilas están muy dilatadas. Eso solo lo he visto en los muertos.
—No puede ser —dijo Marín, frustrada—. ¿Me estás diciendo que esa mujer está muerta?
—No lo sé, pero parece más una especie de rabia. Quizás por eso está atacando a todos.
—Necesito que me ayudes —pidió Marín, mientras guardaba su arma y, con un movimiento ágil y veloz, redujo a la mujer, inmovilizandola boca a bajo en el suelo.
—¡Vaya! Ya entiendo por qué mi hermano está enamorado de ti —comentó Aioros sin pensar.
—¿Qué? —dijo Marín, desconcertada.
—Nada, olvídalo —replicó rápidamente, dándose cuenta de su error.
—Apresúrate y ayúdame a controlarla —ordenó ella.
Aioros sostuvo a la mujer mientras Águila, con esfuerzo, le colocaba las esposas y, acto seguido, le amarraba el cinturón alrededor de la boca para evitar que mordiera. La señora Nolan, por su parte, continuó luchando con un vigor impresionante, sin importar hacerse daño en el proceso.
—Tiene una fuerza increíble —dijo Marín, jadeando—. No la sueltes. —Una vez asegurada, Marín observó a su alrededor y se dirigió al santo—. Traeme un cuchillo.
Aioros recorrió el lugar con la mirada localizando la cocina, allí tomó lo que necesitaba y lo llevó con Marín, quien estaba tratando de ubicar a la mujer de espaldas contra el piso. La giró con rapidez; la señora Nolan gruñía y movía la cabeza con insistencia, mientras trataba de levantarse. Águila fue ágil, sentándose nuevamente sobre ella para evitar que se incorporara en lo que Aioros entregó el cuchillo y aseguró a Ruth contra el suelo sosteniéndola firmemente por los hombros.
—¿Qué demonios estás haciendo? —exclamó Sagitario, alarmado al ver a Marín abrir una herida en el brazo de la desesperada mujer—. ¡La estás lastimando!
—Mira esto —señaló Águila—. No hay sangre.
—¿Quieres decir que no es humana?
—Quiero decir que esta mujer está muerta —afirmó, clavando profundamente, el cuchillo en el pecho de la mujer. A pesar de la herida, Ruth siguió luchando con la misma ferocidad—. ¿Ves? Le acabo de atravesar el corazón, y continúa moviéndose.
—¡Esto no tiene sentido! —bramó Aioros.
—Lo sé. Creo que estamos ante la presencia de un zombi.
—¿Un zombi? ¿Estás bromeando? ¿Zeus nos metió en un apocalipsis zombi? ¿Cómo puedes estar segura de que se trata de eso?
—No encuentro otra explicación al respecto. Estos individuos están desesperados por alimentarse y están muertos. ¿Qué más podría ser?
Aioros observó fijamente a la mujer que luchaba bajo el peso de la amazona. Lo que comentaba Marín parecía tener sentido, pero aún no estaba del todo seguro. Aquello no podía ser real. ¿Por qué zombis? Pudo haber sido cualquier catástrofe, ¿pero zombis? Incluso una invasión alienígena, hubiera estado mejor. No pudo evitar pensar en su familia y empezó a sentirse aterrado. Su hijo se encontraba en la escuela de natación y su esposa estaba con él y ambos se hallaban muy lejos de ahí.
—Debemos suponer que el virus se transmite por las mordidas. —Aioros quiso mantener la calma evitando echarse a correr para buscar a los suyos. Primero requería toda la información posible—. El chico que murió hoy, no tenía mordidas.
—¿Estás seguro? —inquirió Marín, Aioros negó con la cabeza—. Exacto. No creo que hayas revisado todo su cuerpo. La mordida pudo haber estado en alguna parte que estuviera cubierta. Además, no sabemos cuánto tardan en aparecer los primeros síntomas. Debemos revisar el cuerpo de ese chico. Debemos ir a la morgue.
—¿Crees que estas cosas mueran igual que en las películas?
Marín observó a la mujer debajo suyo y sin pensarlo dos veces le atravesó el cráneo con el cuchillo haciendo que Aioros brincara sorprendido y que Ruth detuviera su batalla permaneciendo inmovill. Estaba muerta.
—¡Cielos! Me habían dicho que las amazonas eran peligrosas, pero nunca quise creerlo. Creo que tendré cuidado con ustedes.
Un grito desde la calle interrumpió su conversación. Ambos recordaron, con horror, que varios vecinos habían sido mordidos.
—¡Mierda! —dijeron al unísono.
X-X
En el otro lado de Panhelenia, Afrodita de Piscis se encontraba en una situación bastante diferente a la de sus camaradas, luchando con la vida que Zeus le había otorgado en Tierra Dos. Aunque disfrutaba de la fama y el dinero como actor de telenovelas, su papel de galán empezaba a cansarle. No podía quejarse, siempre estaba bien acompañado y gozaba de bastantes comodidades, y aunque en un principio le pareció interesante todo el tema, con el pasar de los días empezó a hartarse.
¿Dónde estaba el dichoso apocalipsis que prometió Zeus? ¿Dónde?
—¡Corte! —bramó Horacio furioso por enésima vez. Ese día, Afrodita se encontraba distraído en el set y sus comentarios sarcásticos aumentaban con el pasar de los minutos.
—¿En serio? —dijo el santo—. ¿De verdad ella lo perdonará luego de que la robó y amenazó? ¿En serio el poder del amor da para tanto? O esto es lo más absurdo que haya oído o ella es muy idiota. No sabía que mi coestrella sería una idiota.
—Dita, apegate el libreto —susurró Verónica a su lado, una mujer hermosa de cabellos azules y ojos verdes.
Él se cruzó de brazos.
—Quiero hablar con el libretista. Esto parece escrito por un adolescente.
—¿Por qué siempre tienes que cuestionar todo, Dita? —preguntó la otra actriz—. Tardamos horas en grabar porque a ti nada te parece. Eres insufrible.
Y así era. Verónica se dio media vuelta y, disgustada, se alejó hacia una zona apartada del set, mientras Afrodita la siguió, intentando explicarse. Ella tenía paciencia para algunas cosas, pero durante la última semana su coprotagonista había estado cuestionando cada mínimo detalle del guión; cualquier aspecto, por trivial que fuera, le parecía digno de discusión, lo cual resultaba absurdo para ella. Aunque Verónica tampoco estaba de acuerdo con todas las acciones de su personaje, como la profesional que era, entendía que debía ceñirse al libreto. Sin embargo, su paciencia estaba llegando al límite; los horarios ya eran muy largos, las escenas requerían tiempo y esfuerzo, y su compañero detenía la producción a mitad de cada toma.
—¿En serio a ti te parece esto coherente? —cuestionó él—. Mi personaje atacó al tuyo, lo robó, humilló y maltrató, y, como ahora el gran Stiven se disculpó, entonces todo queda perdonado y olvidado. No sé, pero la vida real no es así.
—Creo que te hace falta salir al mundo real, Dita. Te sorprendería ver cuántas Violetas van por ahí perdonando a algún Stiven. ¿Sabes qué? Déjame descansar un momento, tengo jaqueca gracias a tus llantos.
—De acuerdo, perdónenme por querer pedir algo coherente. —Afrodita se dio la vuelta y marchó hacia el otro lado donde se encontró de frente con su asistente, una hermosa pelirroja de ojos brillantes, y de nombre Aura.
—Yo estoy de acuerdo, señor —dijo ella entusiasmada entregando el celular—. Lo estaban llamando…
—No es importante —interrumpió él al ver el identificador—. No te vi esta mañana. ¿Hasta ahora llegas? —continuó caminando hasta la mesa de bocadillos.
—Sí, señor. Acabo de llegar. Le ruego me disculpe.
—No te disculpes —acotó él probando la comida—. Simplemente, me preocupé porque no llegabas. —Aura sonrió encantada. Afrodita siempre era tan amable y atento, algo que enloquecía a todas—. Cuéntame qué pasó.
—Un hombre en el metro me atacó —explicó ella bajando los hombros y tensionándose al recordar aquel evento.
—¿Cómo que te atacaron? —inquirió buscando su mirada—. ¿Estás bien? ¿No deberías estar en el hospital o en la policía?
—Sí, sí —respondió ella con rapidez—. De hecho vengo del hospital. Mire —enseñó su brazo vendado—. El tipo estaba loco. Me mordió en el brazo. Me arrancó un pedazo. Afortunadamente Daniel estaba conmigo y logró apartarlo, aunque él también resultó herido. En el hospital nos curaron y nos tomaron los signos, dijeron que todo estaba bien. Pero ese hombre tenía algún problema mental o yo qué sé. A la policía le tomó varios minutos controlarlo y de no haber sido por otros pasajeros, la situación se habría salido de control… Fue horrible. Debemos ir a la estación a testificar en contra de ese hombre.
—¿Y por qué no testificaron de una vez? Deberías estar en la estación.
—Daniel y yo hablamos al respecto, pero es domingo y hay poco personal en las estaciones, tardaríamos mucho. Prefiero estar acá en lo que termina la grabación y luego haremos eso.
—Bien. ¿Y dónde está Daniel?
—Se quedó en la sala de sonido. Creo que hubo una eventualidad, no me supo explicar. Apenas llegamos, marchó hacia allá.
—Qué extraño todo eso. Pero lo importante es que están bien —consoló colocando su mano sobre el hombro de ella, pero la percibió con una temperatura muy alta—. ¿Tienes fiebre? ¡Cielos, Aura, estás ardiendo! Mejor veté al hospital, que te revisen nuevamente.
—Debe ser un simple malestar, no se preocupe.
—Pero estás enferma. Te ves muy pálida, muy pálida. Eso no es normal…
—Estaré bien, señor. —Aura le restó importancia y con un pañuelo se limpió la cara sudorosa.
—Afrodita, quieres llevar tu arrogante trasero de vuelta al escenario —ordenó el director. El santo rodó los ojos e hizo como se le pidió, acompañando de nuevo a una molesta Verónica.
Por su lado, Aura tomó asiento y se permitió disfrutar de la grabación. Algunos minutos pasaron y ella empezó a sentirse mareada y su temperatura subió considerablemente. Le costaba prestar atención y sentía el cuerpo pesado, y el simple hecho de sostener el lapicero entre sus dedos se estaba convirtiendo en una engorrosa tarea. Después de batallar por largo tiempo el bolígrafo cayó de su mano y sus ojos se cerraron abruptamente pese a que ella se obligó a estar despierta, pero le fue imposible.
—¿Aura, estás bien? —preguntó una maquillista al ver el cuerpo de la chica en una posición extraña, con las extremidades caídas y la cabeza colgando—. ¿Aura?
La pelirroja cayó al suelo convulsionando, pero sus movimientos eran violentos y veloces, después de unos segundos se quedó completamente quieta, acto seguido despertó generando un pequeño gemido que hizo respingar a la otra. Su mirada era brillante y su comportamiento errático. Sin previo aviso, se lanzó sobre la maquillista, mordiendo con ferocidad su cuello y el grito desgarrador de Angela atrajo la atención de todos en el set.
—¡Aura! —llamó Afrodita, corriendo a ayudar. Aura soltó a su presa y avanzó hacia él al escucharlo gritar—. ¿Qué te sucede? —Piscis, retrocedió con cautela—. ¿Aura, qué sucede?
La pelirroja caminó con paso lento, levantando la mano para alcanzar al hombre, Afrodita por su parte permitió el acercamiento, pero cuando ella pudo atraparlo se arrojó con demasiada violencia dispuesta a morderlo. Verónica, quien se había quedado congelada en su lugar, pareció reaccionar de improvisto al ver a su compañero de escenario intentar soltarse del agarre de Aura y no dudó en golpear a la joven asistente con un micrófono, derribándola momentáneamente. Sin embargo, el horror creció cuando la maquillista que había recibido la agresión, se levantó, ahora transformada en algo monstruoso.
El director no tuvo la misma suerte del sueco, y al estar tan cerca de Ángela no fue capaz de impedir ser mordido por ésta. Logró soltarse del agarre con velocidad, pero ya el daño estaba hecho. Afrodita observó asombrado toda la escena. La maquillista, quien había caído víctima del ataque de Aura, se movía como si nada, aunque su cuello parecía una cascada de aguas rojas. Los ojos del dorado se posaron luego en los de Aura, quien, al igual que antes, también se levantó sin tan siquiera quejarse.
—Verónica, retrocede —ordenó con suavidad el santo para no llamar la atención de aquellas mujeres que intentaban darle alcance al que tuvieran más cerca, pero bastaba algún ruido o movimiento fuerte de alguien más para que ellas cambiaran su trayectoria—. Camina despacio.
El set se fue vaciando, los más rápidos apuraron el paso dejando al director que pedía ayuda y atraía a las mujeres hacia él. El santo no se quedó a ver lo que sucedía, y tomó a Verónica de la mano para salir del lugar.
—No te detengas —ordenó él recorriendo los pasillos del estudio mientras el caos se desataba.
—Maldita sea, esto es un laberinto —anunció Verónica dando vueltas por las esquinas sin encontrar la salida—. Esta parte del estudio no la conocía.
La alarma del edificio empezó a sonar con fuerza, Afrodita y Verónica se taparon los oídos para no quedar sordos y continuaron avanzando hasta encontrarse con un nuevo ataque en otra de las secciones. El santo pudo distinguir a Daniel completamente alterado atacando a sus compañeros, lamentablemente, él no era el único que se había convertido en un demente asesino.
—¿Qué está pasando? —quiso saber Verónica siendo tomada de la mano por Piscis quien la sacó del camino—. ¿Qué es todo esto?
Afrodita razonó rápidamente, recordando la historia de Aura en el metro: las mordidas eran el origen de la infección.
—¿Será rabia? —observó él, y rápidamente a su mente llegaron vagos recuerdos de su mundo—. No puede ser. ¿Esto es un apocalipsis zombi? —preguntó, incrédulo, mientras corrían por los pasillos.
—¿De qué hablas? —quiso saber Verónica, aterrorizada.
—No importa. Solo corre.
X-X
Aioros contempló el vecindario completamente, aterrado. Había sangre en las calles y los rostros de las personas reflejaban una auténtica angustia. Los autos estaban aparcados a las afueras de las casas, donde los habitantes del lugar guardaban con rapidez el equipaje en los baúles. Algunas personas armadas y asustadas, habían abierto fuego contra quien se les acercara. Tenían tanto afán de escapar que no se detenían a auxiliar a otros, ni mucho menos analizaban el hecho de que pudieran estar infectados.
—¡Aioros, Aioros! —la voz de Marín se escuchaba a lo lejos. Él jamás se había paralizado, siempre estaba atento, y dispuesto al combate y atender cualquier emergencia, pero todo aquello lo estaba superando. ¿Cómo ayudar a todas esas personas? ¿Cómo?—. ¡Aioros! ¡Debemos irnos! ¡Los refuerzos no van a llegar!
Marín sacudió al dorado con fuerza, antes de eso se había comunicado con la estación para preguntar por las ambulancias y la asistencia, pero como respuesta le habían dicho que la ciudad era un caos, y que la misma estación se había convertido en un campo de batalla.
—Tengo que ir por mi esposa y mi hijo —dijo finalmente, logrando poner los pies sobre la tierra.
—¿Una esposa y un hijo? —analizó Marín, aclarando su mente ante aquello. Zeus había hablado de la posibilidad de tener familiares en ese mundo, pero no imaginó que se tratara de algo como eso—. De acuerdo. ¿Dónde están ellos?
—En las clases de natación de Dylan.
—Está bien —dijo Marín caminando hasta su camioneta—. Las ambulancias y los refuerzos no llegarán. No podemos hacer nada por esta gente. Debemos salir de aquí. Esto ya está en todas partes. Dile a tu esposa que se mantenga alejada de cualquier persona, que nos espere en un punto seguro. Resguardemos a tu familia, y ya veremos qué hacer.
Aioros suspiró aliviado al sentir el apoyo de su compañera. Esperaba que ella le dijera que estaba loco, que no podían centrar la misión en salvar a dos personas mientras dejaban al resto a su suerte. Sin embargo, Marín era sensata y tenía experiencia; reconocía de inmediato a un padre angustiado. Como detective, había lidiado antes con ese tipo de dolor, y en su rol de santo de Athena también conocía de cerca el sufrimiento ajeno. Aunque ambos comprendían la importancia de salvar todas las vidas posibles, sabían que no podían arriesgarlo todo; debían primero proteger a quienes todavía les inspiraban confianza.
—Será difícil que Norma, me crea que hay un apocalipsis zombi. Ella siempre tiene una explicación científica para todo.
—No menciones la palabra 'zombi' —interrumpió Marín quitandole de la mano el celular a Aioros quien la observó confundido—. Dime, ¿alguna vez el gran bombero Aioros ha escuchado hablar de los zombis? —El dorado revisó rápidamente sus memorias sin encontrar respuesta y negó con la cabeza—. Exacto, todo el mundo sabe que es un zombi en nuestra realidad, pero aquí nadie sabe eso. Podemos quedar expuestos ante nuestros enemigos si no tenemos cuidado con nuestras palabras.
—Norma, no es un enemigo —aclaró, intentando creer que Zeus no lo dejaría conviviendo con uno de ellos.
—Puede que no. —Marín devolvió el celular y caminó con rapidez a la camioneta donde Aioros la alcanzó—. Pero si ella repite tus palabras delante de extraños la pondrás en riesgo.
Aioros subió al auto avergonzado. No había pensado en eso. Marín había sido más rápida deduciendo todo aquello, y él se estaba bloqueando ante esa emergencia, de seguir así se convertiría en un obstáculo. Debía pensar con cabeza fría, ignorar las emociones del bombero Vranjes, quien estaba desesperado por encontrar a su familia y estaba aterrado tratando de comprender lo que estaba sucediendo. El humano común de Tierra Dos, no lo dejaba a él, el guerrero, actuar y pensar con la claridad necesaria para esos momentos. Debía separar a un individuo del otro. Debía controlar sus emociones y aclarar su mente o enloquecería antes de poder hacer algo.
A eso se refería Aioria cuando hablaron aquella vez en la cafetería. ¿Qué era más importante: las vidas de otros o solo su familia?
X-X
—¡Maldita sea, no hay salida! —Frustrado, Afrodita golpeó una pared—. ¿Por qué cerraron todas las puertas?
Verónica levantó las manos dando a entender que no sabía lo que estaba pasando, ya otros estaban con ellos: camarógrafos, actores, entre otros, todos igual de confundidos y aterrados.
—Tal vez los de control estaban muy asustados y cerraron todo —explicó uno de los técnicos, aún con el micrófono en su cara.
—Nos condenaron. —respondió Afrodita mirando a su alrededor—. Necesitamos salir de aquí.
—¿Creen que eso sea prudente? —dijo una asistente mirando su móvil—. Esas cosas están por todas partes. Miren. —Los presentes dirigieron la vista hasta el teléfono de Sofía, quien levantó en el aire el celular e imágenes escalofriantes inundaron la pantalla—. Tal vez sea mejor quedarnos aquí.
—Pero esas cosas también se encuentran acá —habló el muchacho del micrófono—. Van a matarnos.
—Debe haber un área segura —intentó tranquilizar el santo, no era una mala idea la de Sofía—. Debemos estar todos atentos. Yo me encargo del frente, Verónica tú vigila el centro y Manuel, tú debes estar pendiente de que nadie nos persiga. ¿De acuerdo?
—¿Qué pasa con los que tenemos hijos? —se hizo oír una mujer mayor—. Mi familia está allá afuera.
—Debemos ponernos a salvo primero —sugirió el sueco mirando a la mujer a los ojos—. Esperemos que esas cosas se vayan y luego buscaremos una salida. De seguir así, seremos una presa fácil.
Nadie más objetó, todos estaban tan asustados que prefirieron darle la razón al santo.
—Las salas de sonido nos pueden servir de refugio —indicó Manuel, mirándolos a todos.
—Buena idea —dijo el santo—. Llévanos a una. Encárgate del frente y yo de la retaguardia.
—Está bien —aceptó el muchacho asustado, encabezando la comitiva.
Todos apuraron el paso tanto como pudieron para no atraer la atención de las personas caníbales. Caminaban muy juntos, mirando los alrededores atentos a no ser atrapados, algunos soltaban pequeños quejidos de angustia y otros intentaban mantenerse serenos, pero sabían que el mínimo ruido les haría perder el temple. Finalmente, llegaron hasta una de las salas. Estaba completamente desierta, los micrófonos seguían abiertos, pero no había rastro de alguna persona o criatura en los alrededores.
Poco a poco todos fueron ingresando y con precaución cerraron la puerta, únicamente para mirar de vez en cuando por la ventana que daba hacia uno de los estudios. Había sangre en el suelo, y la presentadora del noticiero avanzaba con torpe andar alrededor del escritorio.
—¡Oh, no! Susana —dijo Sofia al verla—. No entiendo qué está sucediendo. ¿Por qué ella y los otros actúan tan dementes?
Afrodita respiró profundo, había guardado la calma e intentó no gritar al descubrir que estaba sumergido en un asqueroso apocalipsis zombi, e imaginó que Death Mask sería el más feliz con ese cataclismo. Sólo a un demente como Ángelo le gustaría ese tipo de fin del mundo.
—Jamás me imaginé que tuvieras madera de líder —le dijo Verónica en tono divertido—. Te queda bien. Creo que manejaste la situación como todo un profesional.
Afrodita sonrió socarronamente. El grupo se había formado en medio de su huida, poco a poco más personas se le fueron uniendo. Él no las reunió, ni las buscó. Auxilió algunos, pero su ayuda no fue suficiente.
—¿Alguno fue mordido? —preguntó recordando cómo era que se transmitía ese tipo de infección—. Necesito saberlo.
Todos negaron con rapidez, pero aquellas palabras del santo hicieron que el grupo empezara a sospechar de los demás.
—Es cierto —bramó la mujer mayor—. Yo vi cómo la gente se convertía en esos monstruos después de ser mordida por una de esas criaturas.
—¡Eso no es cierto! —gritó un hombre, quien no estaba seguro de lo que estaba pasando. Debía haber otra explicación.
—¿Cómo sabemos que los que estamos acá estamos sanos? ¿Cualquiera podría ser una de esas cosas?
La discusión fue tomando fuerza y Afrodita comprendió que no había manejado bien la situación y que si no los mataban los zombis, iban a empezar a matarse entre ellos por la desconfianza.
—¡Tranquilos, tranquilos! —ordenó él—. Sí, son las mordidas. Lo vi con mis propios ojos. Así que vamos a ser sinceros. ¿Alguien fue mordido? —Un largo silencio se sembró en toda la sala. Verónica, no se detuvo a esperar una respuesta y con rapidez empezó a desprenderse de su ropa—. ¿Qué estás haciendo?
—Demostrandoles a todos que no fui mordida. —La chica se quedó en ropa interior enseñándole a los presentes que no tenía ninguna herida.
Afrodita la imitó. Esa era una buena idea. Si exponían sus cuerpos, los demás podrían corroborar con sus propios ojos que ninguno estaba infectado. Unos pocos hicieron lo mismo, pero otros prefirieron mantenerse vestidos.
—Debemos verlos a todos —expusó Sofía.
—Escuchen —llamó la atención a Afrodita—. Es la única manera en la que sabremos que estamos a salvo. Lo siento, pero si no nos demuestran que no fueron mordidos, los sacaremos de la sala.
—¿Te parece prudente? —le preguntó Verónica al santo en voz baja.
No, no era prudente. Obligarlos no era apropiado y si ellos se seguían negando, los demás, tomarían la iniciativa desvitiendolos a la fuerza. Piscis no estaba dispuesto a poner en riesgo al grupo. Si uno solo de ellos estuviera contagiado, todos en la sala estarían en peligro. Así que por poco ético que pareciera, era la única forma de estar seguro de que no hubiesen sido mordidos, y si él mismo tenía que arrancarles la ropa, lo haría sin dudarlo.
Para su fortuna, no tuvo que llegar a esos extremos, y con nerviosismos todos quedaron al descubierto, demostrando que por ahora, estaban completamente sanos. Un silencio incómodo se instaló en la sala en lo que cada uno buscaba con la mirada, heridas en los cuerpos de los otros.
—¿Cómo sabremos si debajo de la ropa íntima no están ocultando algo? —Una mujer no mayor de 50 años observó dudosa al grupo. Estaba aterrada y cubría su pecho semidescubierto. Jamás se había sentido tan avergonzada—. Yo no sé ustedes, pero yo no me pienso quitar ni una prenda más.
Afrodita suspiró agotado. Aunque algunos usaban ropa interior menos reveladora que otros, dudaba mucho que bajo esas prendas escondieran algo.
—Creo que notaríamos cualquier anomalía a simple vista —explicó el sueco buscando la mirada de todos—. No creo que alguno haya recibido en este momento preciso una mordida en una zona íntima. De ser así, ya nos habríamos dado cuenta. ¿No lo creen? Además, dudo mucho que, personas como Carol, escondan algo bajo esa diminuta, muy diminuta lencería.
La aludida sonrió complacida y le devolvió el gesto al santo con un guiño, a su lado Verónica dejó salir una ligera carcajada y los demás, entendiendo, pero no muy complacidos, aceptaron las palabras del dorado. Viendo la agresividad de aquellos seres, y de haber sido alguno mordido, como lo mencionaba el santo sería muy evidente a simple vista.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Manuel volviéndose a vestir. Tan abrumado estaba que no pudo disfrutar de la hermosa figura de las actrices que se encontraban con ellos. En otro momento eso habría sido lo más alucinante en su vida.
—Esperar —contestó Afrodita. Solo confiaba que su grupo no empezara a desesperarse por la falta de aire, de agua y de comida.
X-X
—¡Diablos! —maldijo Aioros sosteniendo el celular con fuerza, Marín apenas y apartó la vista del camino para observarlo.
—¿Qué pasa?
—El idiota de Aioria no me contesta —explicó, ya había podido comunicarse con su esposa y habían logrado averiguar que algunos puntos de la ciudad estaban bien. En la escuela de su hijo todo parecía estar tranquilo—. De seguro Helen decomisó su celular.
—¿Quién es Helen? —Marín dio un rápido movimiento al volante, no se apreciaban zombis por esos lados, pero si habían muchos autos en las avenidas y ya se había visto en la obligación de buscar atajos para llegar a la escuela de Dylan.
—La novia de Aioria, es algo… controladora.
—¿Lo suficiente para dejarlo incomunicado? —inquirió mirando por el retrovisor en lo que Aioros suspiraba con amargura—. ¿Por qué no la llamas por lo que es: una loca?
—No quería llamarla así. Es mi cuñada —intentó bromear.
—¿Tienes el número de ella?
—Ella tampoco responde.
—Él sabe dónde encontrarte, ¿cierto? —Aioros asintió—. Él nos encontrara entonces. Por ahora debemos revisar nuestras opciones para resguardarnos. La estación de policía no es una opción. Había personas infectadas adentro y según parece están lidiando con eso. ¿Qué hay de la estación de bomberos?
—La estación de bomberos es un buen lugar —aceptó con entusiasmo—. Tenemos los camiones, y hay espacio suficiente para acomodar a varias personas.
—Debemos decirles a todos que vayan hacia allá. Que bueno —anunció al llegar a la escuela—. Están evacuando como se los pedimos. Aioros, sabes que lo que podamos hacer por estas personas será muy poco. ¿Cierto?
—No hay ayuda pequeña. Todo es igual de importante.
—Ve por tu hijo —pidió estacionando el vehículo. Aioros rápidamente descendió de éste.
Marín observó el paso nervioso de Aioros al dirigirse al interior del edificio y se preguntó si ella habría reaccionado igual, si Zeus la hubiese dejado en la engorrosa tarea de ser mamá. Prefirió no pensar en eso, y continuó tratando de contactarse con sus compañeros. Una llamada fue suficiente para entender lo poco de la situación, minutos después Aioros llegó con su hijo.
—Marín, te presentó a Dylan, mi hijo.
La amazona descendió del vehículo para observar al pequeño de cabellos negros, quien pese a ese rasgo era muy parecido al gran Sagitario.
—¿Cómo habrá hecho esto Zeus? —inquirió ella, el niño observó a su padre confundido—. Gusto en conocerte, Dylan —comentó con rapidez—. ¿Y tu esposa?
—Fue por el auto —contestó él—. Dijo que iría tras nosotros. Debemos ir a casa por nuestras cosas.
—No sé si sea prudente —comentó Marín—. Ir directo a la estación sería mejor.
—Sabes que necesitamos todo lo que podamos. Ropa, comida. Todo.
—De acuerdo. No discuto. Dylan. ¿Quieres esperar en el auto? —El pequeño observó a su padre quien con un movimiento de cabeza le dio vía libre al muchacho, el cual se subió al vehículo sin objetar—. Ese pequeño es muy parecido a ti.
—Es mi hijo.
—Lo sé. Pero Zeus dijo que trajo a este mundo, solo la imagen de algunas personas de nuestro universo. ¿Cómo es que el pequeño se parece tanto a ti?
—Tal vez tengo un hijo perdido en nuestro mundo —intentó bromear, pero el chiste no le pareció gracioso a la amazona, quien lo observó molesta—. Bueno, no. No lo sé. Pero Aioros Vranjes, lleva catorce años con Norma. El niño tenía que parecerse a él. Seguro el niño no está inspirado en nadie de nuestro universo y Zeus lo puso acá para darme más dolores de cabeza.
—De acuerdo, eso no importa. Repasemos lo que tenemos. Logré contactarme con uno de mis compañeros, quien averiguó que la señora Rut Nolan era enfermera del hospital San Francisco. Allí, llegó un chico muy enfermo, tenía fiebre, mareo y se le veía muy pálido. En algún punto de la noche se convirtió en una de esas cosas, y atacó a la señora Nolan. Nos informaron que fue una mordida en el brazo. La vendaron, suministraron medicamentos, y la enviaron a casa.
—¿No le hicieron ningún análisis?
—Unos —contestó ella mirando su libreta—. Apenas para saber que no la hubiese contagiado de alguna enfermedad conocida, y algunos resultados aún no han salido. De todas formas, no sabemos qué necesitamos si no tenemos idea de qué estamos buscando.
—Vaya, el avance tecnológico no es nuestro fuerte.
—Escucha. El incidente ocurrió a las 3 de la mañana —continuó Marín—. El hospital está a una hora de la casa de los Nolan. Lo que quiere decir que Ruth llegó a su residencia sobre las 4. Arthur se encontró con el grupo de Oliver a las 6am. Y no fue mucho lo que logró avanzar en su vehículo, apenas dos kilómetros. Deduzco, que Ruth tuvo un promedio de dos horas para convertirse en un zombi.
—Eso podría ser bueno, tenemos ese tiempo para hacer algo. Pero el señor, el esposo, se convirtió muy rápido. Según lo que me contaste sobre aquella pandilla, él ya estaba convertido cuando se encontró con ellos, por eso estrelló su vehículo, porque ya era un zombi.
—Creo que las mordidas matan a la persona, pero toma tiempo en que la infección viaje a todo el organismo. Arthur murió desangrado por una mordida, pero ya estaba contagiado, solo que murió antes de que la infección destruyera su humanidad.
—Lo mismo pudo haberle pasado al chico del edificio. Él murió por la inhalación de gases tóxicos, pero ya estaba infectado. Un zombi tuvo que haberla atacado antes.
—No lo sabremos hasta no indagar más. Debo saber con quién tuvo contacto antes del incendio. Tal vez podamos encontrar el origen o saber si a él le tomó más tiempo la transformación. Debemos conocer a nuestro enemigo.
—Tienes razón. Requerimos toda la información posible para enfrentar esta amenaza.
—Los llevaré a la estación, y luego iré al Departamento de Policía. Tengo que encontrar pistas.
—Debería ir contigo.
—No creo que sea correcto dejar a tu familia.
Aioros observó a Dylan en el auto y unos metros más atrás alcanzó a ver el carro de su esposa, quien le hacía una señal para que continuaran.
—Si quiero salvar a mi familia —dijo él con determinación—. Debo saber más de estas criaturas.
X-X
—Aioros de Sagitario —murmuró Athor conduciendo con cuidado, en lo que Aioria permanecía en silencio a su lado—. Es tu hermano. ¿Cierto?
—Sí. Ya te lo había dicho —suspiró.
—Me dijiste que Aioros. Pero bueno, he escuchado hablar del gran Aioros de Sagitario. Un héroe admirable. Debes sentirte muy orgulloso de ser su hermano.
Aioria esbozó una sonrisa de medio lado. Orgulloso estaba en ese momento, pero durante años, el león dorado solo quería desaparecer todo rastro que lo vinculara con Sagitario.
—Fue vilmente, difamado. —Aioria no pudo evitar apretar las manos con rabia y lo que más le molestaba era haber creído en las palabras de otros y no en las de su propia sangre.
—Pero eso ya quedó en el pasado. ¿No? El nombre de tu hermano ahora resuena con fuerza, como el gran héroe que siempre fue. No lo conozco, pero sus hazañas son una leyenda en nuestra órden.
—¿Y qué hay de las hazañas del gran León dorado? —preguntó inflando el pecho. Athor lo observó de medio lado haciendo un gesto.
—Sé que en el Santuario existen doce santos dorados bajo el signo de las constelaciones zodiacales. Y bueno, sé que el sexto guardián es el león, pero nunca había escuchado de ti.
Aioria dejó salir el aire de su pecho e hizo un puchero molesto y decepcionado.
—Hemos escuchado de algunos de ustedes. Como del poderoso Saga de Geminis, el prodigio Shaka de Virgo, o del hombre que es capaz de asesinar con una rosa, Afrodita de Piscis. Y claro, el más famoso de todos: El gran Seiya de Pegaso. Su nombre y sus hazañas…
—Sí, sí. Ya entendí. Gira a la izquierda.
Athor intentó no reírse ante la rabieta del dorado y prefirió guardar silencio para no aumentar la molestia del otro. No conocía a ningún santo de la órden de la diosa de la guerra, pero las proezas de muchos de ellos eran toda una leyenda y sonaban con fuerza en varias facciones.
—Es acá —señaló Aioria.
—¿Me puedes decir por qué venimos a tu apartamento y no a la casa de tu hermano? —Athor preguntó escéptico al ver el enorme edificio donde vivía Leo.
—Necesito algunas cosas —contestó bajando del auto—. Además, no sé donde está Aioros. Puede estar en las clases de Dylan, en la estación o en su casa. Una llamada rápida me ayudará a descubrirlo y para eso necesito mi celular.
—Oye, tuvimos suerte de que las calles aún no estén congestionadas —dijo mirando por encima del vidrio del asiento del copiloto—. Apresúrate. Tienes diez minutos o te dejaré aquí. Aunque seamos aliados, no permitiré que una de esas cosas me devore por culpa de ustedes. Finalmente, son la razón por la que estamos acá.
—Quisiera pedir disculpas, pero realmente no quiero —sostuvo con cinismo—. No tardo.
—Más te vale.
Aioria marchó con rapidez hacia su apartamento, tuvo suerte de que el ascensor estuviera en el primer piso dejando salir a una pareja, y no le tomó mucho tiempo llegar hasta su residencia. Su celular estaba sobre la mesa, con varias llamadas de su hermano y algunos mensajes, un rápido vistazo bastó para entender que debía reunirse con él en la estación de bomberos. No perdió mucho tiempo y echando todo lo que le pareció necesario a su maleta, volvió a bajar para encontrarse con Athor que ya empezaba a perder la paciencia.
—¡Te dije diez minutos!
—Fueron menos de diez minutos —protestó Aioria subiendo al auto y colocando el cinturón de seguridad.
—¿Y bien? ¿A dónde vamos?
—A la estación de bomberos. Yo te indico.
X-X
Para Aioros, el viaje había sido especialmente inquietante; después de dejar a su familia en la estación de bomberos, una sensación de angustia comenzó a invadirlo. Había dispersado a su equipo por la ciudad para cubrir diversos puntos críticos. Aioros había instruido a todos para organizar un refugio y proteger a sus familias en la estación, pero la oleada de emergencias que se desató por toda la ciudad hizo imposible cumplir con esa orden. Norma, no había recibido bien esa drástica decisión. Apenas tuvo tiempo de preparar una maleta con lo esencial antes de ser dejada sola con su hijo en la estación. Además, la presencia de Marín la incomodó bastante. No entendía de dónde había salido aquella mujer tan atractiva y de imponente apariencia, que acompañaba a su esposo y parecía tener una extraña cercanía con él. Todo aquello y la falta de información no la tenían de buen humor.
Aioros y Marín llegaron al departamento de policía en silencio con una tensión evidente en el aire. El departamento de policía, a diferencia de la relativa calma de la estación de bomberos, era un completo caos. Los alrededores vibraban con el ruido de personas que entraban y salían, mientras los teléfonos sonaban sin cesar en cada escritorio. Algunos ciudadanos, en un estado de pánico absoluto, apenas lograban articular sus palabras. Los oficiales hacían lo posible por controlar la situación, pero el desbordamiento era evidente. En medio de la agitación, Aioros vio a un hombre joven, esposado a una mesa, con los labios y el mentón manchados de sangre y una mirada vacía. Nadie parecía prestarle atención mientras intentaba morder a cualquiera que se acercara, aunque las esposas impedían que lograra su objetivo.
—Ese es un riesgo —dijo Aioros, mirando a Marín y señalando al hombre esposado con un leve movimiento de cabeza—. Si logra escapar, podría atacar a alguien.
—Tienes razón —respondió Marín—. Hay que evitar que la infección se propague tanto como sea posible. Pero no podemos simplemente dispararle frente a todos; eso podría desatar el pánico y empeorar la situación.
—Un cuchillo —sugirió Aioros—. Nadie lo está observando. Podríamos acercarnos, atravesar su cráneo y seguir adelante.
Antes de que pudieran actuar, una mujer también esposada comenzó a convulsionar. Un oficial se acercó para ayudarla y fue sorprendido por una mordida brutal. El lugar estalló en gritos cuando los presentes reconocieron el peligro; muchos ya habían presenciado ataques similares. Marín, decidida, dejó de lado la cautela, desenfundó su arma y disparó primero a la mujer, que se había puesto de pie de forma agresiva, y luego al hombre que estaba esposado a la mesa.
—¡Maldita sea! —murmuró, frustrada, al perder de vista al oficial herido entre la multitud—. Si esto sigue así, será imposible contener la amenaza. Tenemos que encontrarlo.
—No podemos perseguir a cada infectado —razonó Aioros—. Sabemos que las mordidas son el principal medio de contagio, pero podría haber otras vías, incluso el contacto directo. Aquí dentro ya puede haber muchas personas infectadas.
—¡Demonios! —exclamó Marín mientras intentaba abrirse paso entre la multitud que corría de un lado a otro después de los disparos—. Vamos a la morgue.
A pesar del caos, lograron llegar a la sala forense, donde el médico de turno estaba recogiendo sus pertenencias, claramente decidido a irse. Apenas vio a Marín, frunció el ceño.
—Lo siento, detective —dijo el doctor—, pero me largo de aquí.
—Lo entiendo, pero necesito ver un cuerpo antes de que te vayas —pidió ella, intentando calmarlo.
—Ve todos los que quieras, detective. La sala es toda tuya —replicó él, marchándose sin detenerse.
—Demonios —murmuró Marín al ver al doctor partir apresuradamente.
—Es él —indicó Aioros, señalando el cadáver de un joven sobre una de las mesas.
—¿Estás seguro?
—Sí.
Ambos se acercaron al cuerpo y lo observaron detenidamente, tratando de encontrar alguna pista de lo que buscaban.
—Debemos desvestirlo y examinarlo —sugirió Águila mientras buscaba guantes y mascarillas para ambos—. Con cuidado.
Ambos comenzaron a revisar el cuerpo con precaución, buscando cualquier herida o marca que sugiriera una infección. El cadáver estaba frío y rígido, con una palidez extrema y algunas zonas amoratadas. Las heridas de bala eran visibles, pero aparte de eso, no hallaron mordeduras, arañazos ni otras señales evidentes de contacto.
—¿Crees que pudo haberse contagiado de otra forma? —preguntó Aioros—. El contacto piel a piel podría ser una posibilidad.
—No lo sabremos hasta identificar los síntomas iniciales del virus —reflexionó Marín—. La mujer afuera convulsionó antes de atacar al oficial. La vi un momento antes y estaba extremadamente pálida.
Aioros examinó el cuerpo nuevamente, intentando recordar los detalles de lo que había visto.
—Él también —confirmó—. Cuando lo saqué de su apartamento, se veía muy pálido y sudaba mucho. Poco después, murió entre mis brazos.
—Si están en la etapa de incubación, podrían ser contagiosos sin necesidad de morder a nadie. Debemos tener cuidado con su saliva o su sangre.
—O quizás todos ya estamos expuestos —admitió Aioros con preocupación—, y lo que sea que causa esto podría estar en el aire, en el agua o incluso en la comida.
Guardaron silencio, contemplando el alcance de la situación. Si la infección realmente se propagaba de esa manera, ¿qué harían? ¿Acaso las mordidas aceleraban la transformación o solo bastaba morir para convertirse en un zombi? ¿Cuánto tiempo podrían resistir sin verse afectados del todo? Sin información clara, cualquier plan parecía insignificante. Aunque construyeran un refugio, podrían estar introduciendo a alguien que en cualquier momento se convertiría en un peligro mortal.
No contaban con las herramientas ni el personal necesario para combatir una amenaza de esa magnitud, y la incertidumbre sobre el origen y propagación de la infección lo hacía aún más angustiante.
—Debemos contemplar todas las posibilidades —anunció Marín con un nudo en la garganta. Sin tener certezas, podrían verse obligados a tomar decisiones extremas, incluso matando a personas inocentes para proteger a los demás—. No cualquier persona puede entrar al refugio.
Aioros asintió, compartiendo el peso de la responsabilidad. Si realmente querían proteger a los sobrevivientes, no podían permitirse bajar la guardia con nadie. Cualquier signo de enfermedad, por insignificante que pareciera, desde un simple resfriado hasta una tos leve, debía considerarse y tratarse por los medios necesarios. Estaban entre la espada y la pared. Entre la vida y la muerte.
Continuará…
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¡Hola a todos! Muchas gracias por haber llegado hasta aquí. Estos tres capítulos fueron más rápidos de publicar porque ya tenía una buena parte escrita, aunque no puedo prometer la misma frecuencia para los siguientes. Por ahora, les dejo este inicio que espero hayan disfrutado tanto como yo al escribirlo.
¡Felices fiestas y nos estamos leyendo!
