¡Hola, criaturas del inframundo! Algunas cosillas antes del fanfic:
1)Advertencia de SPOILERS. No menciono nada sobre la historia principal del juego, pero sí sobre ciertas cosas que le pasan a Lucanis (de lo que BioWare ha revelado, no que me las haya contado a mí en secreto).
2) Fem Rook que no tiene nombre, pero sí facción (Dragones Sombríos). Sin embargo, hay cosillas del background que me he inventado y que no son parte de lo que sabemos hasta ahora de la historia de Mercar. Ustedes perdonarán si hay OoC en Lucanis. Es mi culpa por escribir un fanfic sobre un juego que aún ni sale.
3) No estoy segura si "Spite" se va a traducir como "Odio" o "Resentimiento" o alguna otra. No encontré una traducción oficial en español hasta ahora. Elegí "Odio" porque en un códice que va más o menos de espíritus y tal se traduce "spite" así.
4) Este fanfic es parte de la serie «Formas en que dices "te amo"», un montón de prompts de un Fictober que empecé hace chorrocientos años que van justamente de personajes encontrando distintas formas y momentos de decir "te amo". Este es el número cinco, "Cocinando".
Como agua, como vapor
El silencio se había prolongado durante varios minutos. El dolor de cabeza empezaba a mejorar. Odio todavía merodeaba en las esquinas de su mente, aletargado. ¿Cuántas tazas de café había bebido? Iba a resentirlo más tarde, pero cualquier cosa era mejor que seguir escuchando al demonio sobre su hombro.
La presencia de Odio nunca consentiría que Lucanis gozara de paz absoluta; no obstante, gracias a las técnicas de meditación que había aprendido de Bellara, los ejercicios de voluntad con Emmrich y dosis alarmantes de café, podía conseguir que Odio se callara unos minutos al día. Así, el tiempo que no pasaba luchando por el control con él, Lucanis elegía pasarlo preparando la comida.
Esta tarde había llegado a la cocina más temprano de lo habitual y el último comentario de Odio había incidido justamente en el tema: "Ansioso como un cachorrito esperando a su ama". Lucanis lo había ignorado y Odio había estado demasiado débil como para continuar agravando su dolor de cabeza. Sin embargo, si Odio era molesto, también conocía a Lucanis bastante bien. En efecto, estaba ansioso y la mejor forma para sobrellevar la espera era ocuparse en algo.
Rook habría tenido que llegar hacía dos días. Furtivamente, Lucanis miró brevemente hacia la puerta e hizo una ligera mueca. No era la primera vez que no se cumplía el regreso de Rook en la fecha estimada. Era eso, un estimado, se recordó. Después notó que el agua estaba hirviendo. Tomó la carne que acababa de sellar y la colocó a la marmita.
Al cabo de un rato, comenzó a cortar los vegetales del guiso. Entre cada golpe del cuchillo, advirtió el ruido allá afuera. El grupo acababa de llegar. El Faro cobró vida. Dicha y alivio, demasiado repentinos y fuertes, lo hicieron sonreír sin que quitara la vista de su tarea. Como las emociones continuaron intensificándose conforme pasaron los segundos, no tardó en distinguir a Odio como la estática que levanta los vellos del brazo cuando un mago lanza un relámpago demasiado cerca. Y, sin embargo, no era el mismo. La sombra recorría las paredes de su mente, mucho más parecida a un anhelo entristecido que al resentimiento. "No soy el único que la espera como un cachorro", pensó con sorna, para agobio del demonio. Odio reptó de vuelta a su refugio, reacio a consumir la energía de Lucanis por el momento. Quizá simplemente no había alimento para él por ahora.
La escuchó antes de verla cruzar la puerta, porque venía arrastrando los pies. Él acababa de sacar el pan del horno cuando el rechinar de los goznes le indicó que ya había cruzado la puerta. Rook le sonrió y fue a sentarse sobre uno de los bancos de madera mientras él colaba los vegetales. El aroma del jabón dominó en la cocina unos instantes.
—Hola, Rook.
—Hola, Lucanis.
Estaba exhausta. Lucanis alzó la vista de la marmita, prolongando el escrutinio. La cabeza de Rook descansaba sobre la mesa. Su mejilla izquierda se aplastaba contra la madera y cerraba los ojos con un gesto de dolor. Un amplio moretón en el pómulo resaltaba debajo de algunos mechones de cabello; un corte en la sien ardía rojo bajo la luz anaranjada de la cocina; y en el cuello, debajo de la ropa, sobresalían unos centímetros de un vendaje que debía llegarle hasta el torso.
No intentó eludir la preocupación bebiendo alguna explicación como remedio, no tenía caso. Volvió a lo que había estado haciendo, la emoción desagradable anidada en el pecho. Sus ojos se quedaron clavados en el fuego mientras movía el contenido del pote con una cuchara. Reflexionó, con creciente desasosiego, que cada nueva expedición a la Encrucijada le devolvía a Rook con heridas que en la siguiente ocasión empeorarían. A veces, era él mismo quien la ayudaba a caminar, a nada de la inconsciencia, de regreso al Faro.
Lucanis suspiró y su mirada volvió a buscarla. Se había quedado dormida. Escuchó sus tenues ronquidos y momentáneamente la preocupación dio paso a una sonrisa. Revisó que en la marmitatodo estuviera en orden y fue a la despensa por una de sus capas para colocarla sobre los hombros de Rook. La cocina era cálida, pero su cabello seguía húmedo. Lo arregló de tal manera que no tocara su espalda. Luego, siguió preparando la cena en silencio. En relativo silencio. Odio había encontrado de qué alimentarse: el miedo se transformaba rápidamente en cosas peores.
Habría que encontrar en qué más poner la cabeza para alejar a Odio. El rítmico bamboleo de la marmita le sirvió de nexo con la realidad; todavía faltaba agregar el repollo así que se dedicó a cortarlo. El ritual de ignorar al demonio fue más llevadero conforme pasaron los minutos, hasta que se quedó callado de nuevo. Ignoró con igual entereza el pinchazo constante en las sienes. La cena estaba casi lista. Antes de agregar las patatas cocidas al resto de los ingredientes, Lucanis recordó que Rook tenía la extraña costumbre de comerlas así. Partió una en pequeños trozos, le agregó un poco de sal y la dejó en un tazón cerca del fuego para que se mantuviera caliente.
A Rook le gustaban las cosas simples. Lo sencillo y lo más práctico. Papas cocidas con sal porque le recordaban a su madre y porque para un esclavo una papa era un lujo. Ni hablar de la sal. Lucanis dudó un instante, antes de buscar el orégano y el queso para agregarle un poco a la patata. Después de todo, Rook ya no era esclava en Tevinter y Lucanis podía ayudarla a recordarlo.
Por su gusto en cuanto a comida, algunos encontraron contraintuitivo que Rook resultara tan buena ayudante de cocina (cuando el cansancio no la hacía quedarse dormida sobre la barra, remarcó con humor). Y pese a todo, Lucanis tampoco la dejaría por su cuenta a cargo de la cena. Sus habilidades con los ingredientes estaban más abocadas a la confección de venenos que a la de comida, a decir verdad.
—Huele muy bien.
Lucanis escuchó detrás de él la voz amodorrada de Rook. La vio acomodarse la capa sobre los hombros y se sonrojó un poco cuando ella restregó la mejilla contra el cuello de la prenda, inspirando profundamente. Parecía feliz. Luego se acercó al fuego. Lucanis la miró con recelo. Rook era, en efecto, una excelente ayudante de cocina, pero había puesto su precio desde el primer día. Y era alto.
—No habrá "pequeños adelantos" esta vez —le advirtió Lucanis, alzando una ceja en su dirección—. Esperarás a comer con todos, en la mesa.
—Siempre dices lo mismo —le respondió con tranquilidad habitual sin dejar de espiar la cazuela—. Siempre me llevo algo.
—Tienes que aprender sobre disciplina y buenos modales.
—¿Tú me vas a enseñar? —preguntó ella con una sonrisa burlona, caminando por la cocina con las manos en la espalda—. Puedes intentar.
La voz de Rook era suave. Hablaba en un tono bajo y lento, como si su paciencia fuera infinita (todos en el Faro sabían bien que tal cosa no era cierta). Incluso cuando era sarcástica, destacaba la perfecta contención de su voz. Sus expresiones faciales eran, por otro lado, más elocuentes, casi teatrales. Su lenguaje corporal era sincero.
De pronto, el silencio al otro lado de la cocina lo hizo prestar atención. Rook había descubierto la bandeja con los panecillos.
—Ah, ah, ah... —Lucanis se apresuró a quitar la bandeja del alcance de Rook—. He dicho que no.
—Estoy dispuesta a cometer actos de violencia por uno de esos bollos, cuervo.
—Puedes intentar —la retó con sus mismas palabras—, serpiente.
Los ojos de Rook se iluminaron antes de que diera un salto para atrapar uno de los panes. Seguramente creyó que por medir más o menos lo mismo, tendría éxito. Sin embargo, Lucanis movió la bandeja, luego la puso sobre la gran mesa de madera que dividía la cocina y rápidamente la hizo deslizar hasta el otro lado.
—No me voy a ir sin mi adelanto, Lucanis Dellamorte —le advirtió, poniéndose en posición de duelo, aunque no llevaba ni una sola arma encima.
—La cocina es mi territorio —replicó con arrogancia.
—He estudiado bien este lugar... y a ti.
—¿Por eso te ofreciste a ayudarme? —Lucanis entrecerró los ojos mientras caminaba alrededor de Rook y ella lo seguía con la mirada.
—Todo fue parte de mi plan.
—Ah, sigilosa y astuta como una serpiente —dijo con fingido aire de decepción.
Los pasos de Lucanis iban cerrando la distancia poco a poco; le sonreía abiertamente y Rook se alejaba incluso más despacio. Sus sombras proyectadas en las paredes bailaban a la par que ellos y le conferían al momento una pincelada de peligro e irrealidad. Cuando no quedaron más que un par de pasos, fue ella quien lo atrapó. Rodeó su cuello con ambos brazos y aplastó un beso contra sus labios, riendo contra ellos.
Con cada instante que pasaba en sus brazos, Lucanis se volvía más frágil. Una sensación de anhelo y alivio le sobrevino a manera de consuelo a una tristeza muy vieja, como si un dolor áspero y helado estuviera derritiéndose, dejando únicamente ríos que se fundirían en el mar de otro sentimiento. Lucanis, como agua, en brazos que lo hacían sentir vulnerable y protegido.
—Te eché de menos —declaró él al rodearle la cintura con un brazo. Enterró la cara en la curva de su cuello. Su nariz rozó el vendaje y el miedo trajo de golpe a Odio, que le sonreía desde el otro lado de la cocina de manera tétrica—. Has regresado más lastimada de lo usual, Rook. Cuando yo estoy ahí...
—Cuando tú vas conmigo haces más de lo que es prudente —lo interrumpió—. Odio estaba tomando ventaja y necesitabas descansar. —Rook se separó lo suficiente para inspeccionarlo—. ¿Cómo está ahora?
Lucanis hizo un esfuerzo tremendo por no desviar los ojos hacia la sombra morada que parloteaba sobre la probabilidad cada vez más alta de perder a la "serpiente". El apelativo cariñoso en labios de Lucanis, era un insulto en los de Odio.
—Tranquilo —respondió, pero Rook se había dado cuenta de que estaba luchando de nuevo. Lucanis se apresuró a retomar el tema—. La próxima vez te acompañaré. No me gusta esperar aquí.
—Escucharemos lo queEmmrich y Bellara aconsejen.
—Me siento bien.
—Lucanis...
—Rook...
Mercar lo reprendió con un gesto. Él volvió a esconder el rostro entre su piel y su cabello.
—¿Qué haré contigo, cuervo? —Rook suspiró, acariciándole la espalda. Lucanis no se esforzó por ahogar el "hmm" con voz ronca que salió de su garganta.
Cuervo . La voz suave hacía sonar el título como una corona en lugar de una cadena. Rook era un dragón sombrío. Había soportado la esclavitud de Tevinter y era experta en romper cadenas y usarlas para ahorcar al tirano.
—Dejarme seguirte, Rook. —Lucanis apretó ligeramente la mano contra la espalda de ella; el calor y la solidez de su cuerpo le aceleraron el pulso—. A donde sea.
Rook acunó el rostro de Lucanis con una mano. Su pulgar dejaba tenues caricias sobre su mejilla, mientras que, en la fijeza de una mirada sobre otra, ardió una última vez el cariño como un misterio religioso (incuestionable, inexplicable). Al instante siguiente, Lucanis por fin reconoció aquella impresión de volverse débil bajo las caricias de Rook como lo que era en realidad.
El repentino reconocimiento lo hizo sentir abrumado –perdido durante un momento-; ya no hecho de agua sino de vapor solamente. Así que en lugar de intentar verbalizar la verdad, Lucanis buscó sus labios, pues la verdad era tan monumental que un par de palabras no contendrían la totalidad del sentimiento. Cerró los ojos. Ávido del vértigo y deslumbrado por la certeza. Sus labios eran cálidos, se movían plácidamente contra los de él, sin prisa, pero también sin retractarse ante cada avance de la lengua que solicitaba espacio entre ellos.
La curiosidad de su caricia dio paso a una exigencia intranquila y ferviente. Sellaban cada beso con un pequeño mordisco y luego volvían a perderse en la necesidad húmeda de no saber más de sí mismos, nada salvo el movimiento de sus bocas, una sobre otra, tratando de pertenecer y dominar. Lucanis aspiraba el oxígeno que necesitaba de la boca de ella, respirando pesado, volcando gemidos de feroz impaciencia que era respondidos con otros, más agudos, que abrasaban cada pensamiento coherente en su cabeza. Sintió los dedos de Rook enredados con fuerza en su cabello, tirando un poco de los mechones, pero atrayendo su cabeza al mismo tiempo, buscando tenerlo tan cerca como fuera posible.
Se habían besado antes, por supuesto. Solo que no así. No con este apuro, con la sensación clara de que el amor era lo único que quedaba entre él y la muerte. Un beso como única forma de comunicación. Como sístole y diástole.
— Rook...
—Lucanis...
Un largo silencio de miradas de éxtasis y confusión, naufragas en la bastedad de un sentimiento que llevaba un tiempo existiendo, pero que recién era reconocido. Las pupilas dilatadas consumían el iris. Los ojos eran lagunas que reflejaban las débiles lámparas. Lucanis quiso hablar (decirlo con las dos palabras que sabía insuficientes, pero correctas), pero no logró articular. Volvió a buscar sus labios, esta vez con más delicadeza. Un beso suave como las olas en la playa más tranquila. Un agradecimiento. La promesa de seguirla a donde fuera... o la tácita petición de que se quedara.
El repentino silbido de la caldera que había dejado sobre las brazas hacía rato los sorprendió a mitad de otro largo beso. Lucanis gruñó, pero dejó que el trasto ese siguiera haciendo ruido un rato, mientras él depositaba una serie de besos breves con los que se mostraba reticiente a alejarse. Tuvo que hacerlo finalmente. Riendo, Rook lo vio regresar antes de abrir sus brazos para recibirlo.
—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó ella, colocando las manos sobre su pecho, trazando pequeños círculos con la punta de sus dedos, mordisqueando su mentón, por encima de la barba, de forma incitante.
—Poco —Lucanis prácticamente soltó un suspiro.
—No es suficiente.
Y pese a lo dicho, capturó los labios de Lucanis mientras le peinaba el cabello con las manos. Fue ella quien tomó la iniciativa de ir a sentarse sobre unas cajas apiladas para hacerle espacio entre sus piernas. Él le rodeó la cintura con ambos brazos, apretándola más fuerte contra sí a medida que ella seguía ocupada en su boca, mordiendo para luego lamerlo y tantear con su lengua cada vez de forma más demandante. El hormigueo que se originaba en su vientre trepó por su espalda, erizando su piel de pura anticipación. El alivio que las caricias proporcionaban caducaba en cuanto ocurrían y el ansia de sentir el cuerpo de Rook moverse contra él ya rozaba los límites de la más exquisita tortura.
Sus manos habían empezado a moverse debajo de las varias capas de tela de la túnica de Rook, subiendo despacio desde sus rodillas hasta que pudo apretar con sus manos la firme carne de sus muslos y conminarla así a acercar más sus caderas a él, hasta que estuvo al filo de la caja. Rook dejó escapar un gemido que fue miel en sus oídos y lava en sus entrañas. El roce de sus cuerpos empezó a ondular. Los labios de Lucanis bajaron con una marea de besos breves y húmedos hasta el cuello de Rook. Olía a jabón con una ligera nota de Gracia de Andraste. La voz áspera y grave de Lucanis se sofocaba en gruñidos y gemidos auspiciados por el vaivén que lo estaba poniendo demasiado duro.
—Tienes que estar de... —se quejó de pronto.
Había escuchado los pasos en el corredor. Gruñó de frustración. Se quedó quieto y Rook lo imitó. Nadie entraría a la cocina sin tocar antes, sobre todo porque la mayoría la consideraba una extensión del lugar donde Lucanis dormía. Parte de su habitación, por decirlo de alguna extraña manera. Pese a lo cual, tendrían que posponer el sexo para después de la cena.
—Como "adelanto" ha estado bien —Rook rio bajito.
—Justamente por esto es por lo que debes aprender modales —Lucanis respondió.
Rook apoyó la frente sobre la de él. Se quedaron unos instantes así, compartiendo la respiración a medida que ésta volvía a su ritmo normal. Sus manos todavía sostenían la cadera de Rook. Sus narices se rozaban ligeramente, un mechón de cabello había descendido sobre la frente de Lucanis y ella lo peinó hacia atrás con una caricia. Finalmente, besó a Rook por última vez, reclamando de forma autoritaria aire, saliva y una promesa de retomarlo en cuanto fuera posible, ni un segundo después.
Al fin, él se apartó y la ayudó a bajar de la caja. Mientras Rook se arreglaba la túnica, Lucanis hizo lo propio con su cabello y su chaleco, que Rook había empezado a desabotonar. Casi dolió físicamente tener que volver a cerrarlo.
—Ven. —Rook tiró de él y depositó un beso en la comisura de su boca—. Todos lo sabrán si te ven así.
Mercar le guiñó el ojo y Lucanis intentó quitar la cara de pena que sabía que tenía. Suspiró, se acomodó las mangas de la camisa y fue a lavarse las manos para comenzar el proceso de servir la cena.
—Por cierto, dejé un plato para ti. —Lucanis señaló el cuenco con las patatas y Rook le agradeció con una sonrisa antes de coger el cuenco y ponerlo en la bandeja donde tenía otros listos para el primer guiso.
Al pasar al lado de los panes, Rook llamó a Lucanis, eligió uno rápidamente y se lo puso entre los dientes para tener las manos libres.
—Te lo dije —se mofó ella con la boca llena.
Volvió a recoger la bandeja con los cuencos del guiso y salió por la puerta de la cocina.
"Es una serpiente", dijo Odio con amargura. Su voz sorprendió a Lucanis en medio de la sonrisa más boba que jamás hubiera usado. Parpadeó, mirando al demonio. Estaba como anestesiado, ni siquiera lo miraba a él, sus ojos estaban clavados en la puerta por la que Rook había salido. "Y venenosa, además", Odio agregó, pero incluso él no parecía del todo convencido.
