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ilysm.


Capítulo 3: Almas.


—Tú no puedes ayudarme —dijo Draco, asegurándose de vocalizar bien las palabras mientras hablaba. Había cierta contundencia en el tono de su voz. Cierta dureza también.

Hermione sintió un pellizco en el pecho parecido a la frustración.

—¿Por qué no? Yo podría investigar, tratar de encontrar una solución. Ya he resuelto problemas antes.

—¿Te crees más capaz que un profesor? ¿Que el profesor Snape?

Ella torció los labios en una mueca.

—No me creo mejor que nadie, Malfoy —terció—. Solo digo que tres pares de ojos ven más que dos. Tal vez se os ha podido pasar algo por alto y no os habéis dado cuenta.

—Tú no puedes ayudarme —reiteró, consolidando lo dicho anteriormente.

Hermione rodó los ojos. Si había algo que siempre había odiado era que la infravaloraran, pero si había algo que amaba por encima de todas las cosas era demostrar su valía, sobre todo a todas esas personas que alguna vez le habían dicho que no podía hacer algo. Como cuando su tía le había asegurado que nunca podría recrear el famoso bizcocho de su abuela y ella había conseguido no solo descifrar los ingredientes con los sabores que se habían quedado grabados en sus recuerdos, sino que también había atinado el tiempo de cocción mediante el método de prueba y error para que quedara igual de esponjoso que le quedaba a su querida abuela, recientemente fallecida. También cuando el mismo chico al que ahora estaba atada le había llamado sangre sucia y reído de ella por no ser una "auténtica" bruja y ella le había demostrado de lo que era capaz sacando mejores notas que él en cualquier asignatura. Sospechaba que su desprecio hacia ella podía venir motivado por eso, siendo un claro canalizador de su despecho. Porque si algo tenía Draco Malfoy era orgullo, orgullo que seguramente se vio herido al verse sobrepasado por la chica por la que no apostaba ni un knut en primer año.

Cuando llegaron al gran comedor, todo el mundo se giró para mirarlos. Mirarse entre ellos con el ceño fruncido, sin entender demasiado, fue una reacción involuntaria. Hermione vio cómo Zabini se movía inquieto en su asiento a medida que los veía acercarse a la mesa de los Gryffindor para cenar.

—¿Os habéis liado? —preguntó con voz muy aguda, inclinando medio cuerpo sobre la mesa en lo que Hermione supuso que era cierto tipo de excitación. Estaba tan cerca que Draco le dio una palmada en la frente que le hizo retroceder—. ¡Hey!

—Como sigas diciendo estupideces la próxima será con el puño cerrado e irá directa a la nariz.

—¡Qué carácter! —se quejó su amigo, frotándose la frente con los dedos—. Solo preguntaba si los rumores eran ciertos, la información ha caído como una bomba hace solo unos minutos.

Draco no necesitó preguntar. Movió la cabeza tan rápido que solo tomó un pestañeo, y cuando Hermione siguió su mirada encontró al chico de Ravenclaw cuchicheando algo con los de su mesa. El Slytherin masculló algo entre dientes, algo que a oídos de la chica sonó como una mezcla entre un insulto y una… ¿amenaza? Hermione vio por el rabillo del ojo cómo Malfoy desviaba la mirada hacia una mesa más allá. Sus ojos se deslizaron por ella de izquierda a derecha, con precisión, mientras trataba de encontrar a alguien.

—No está aquí —intervino Parkinson—. Daphne. Iba delante nuestra cuando estábamos viniendo al gran comedor, y cuando escuchamos lo que todos los alumnos estaban chismorreando en la puerta se dio media vuelta y empezó a alejarse como una exhalación mientras mascullaba algo así como "que se desfogue con esa sangre sucia". —Hermione torció el gesto. No le apasionaba la idea de dormir tan cerca de lo que parecía a todas luces ser una novia despechada. Su madre era aficionada a las telenovelas y estaba harta de ver infinidad de hipotéticas situaciones a las que eran capaces de llegar los protagonistas en un arranque de celos… sobre todo con el tercero en discordia de la relación. Pansy miró por un segundo la cara desencajada de Hermione con curiosidad, pero siguió con su relato a su amigo como si nada—: También te insultó a ti un par de veces, pero ya estaba lo suficientemente lejos como para seguir escuchando sus improperios. Tendrías que haber visto su cara —dijo con una risita mientras lo rememoraba en su mente—. Ha sido… maravilloso.

—¿Ella y tú no erais amigas? —preguntó Harry con recelo—. ¿Por qué te alegras de su sufrimiento?

El hecho de que Pansy casi se echara a reír hizo sonrojar a Harry.

—Amigas no, compañeras —recalcó—. Puedo contar a mis verdaderos amigos con los dedos de una mano, y ella no entraría en esa categoría ni aunque contara hasta los de los pies. Simplemente… la tolero. Y solo porque sale con él —dijo, haciendo un movimiento con la barbilla hacia Draco—. Pero nunca aposté por ellos.

—Y así es una verdadera amiga Slytherin —se burló Blaise—. Te dice las verdades a la cara, por muy duras que sean.

—¡Bueno, ya basta! —exclamó Draco, aparentemente cansado de esa conversación y visiblemente irritado—. ¿Cuáles son los rumores exactamente?

Pansy ya estaba tomando aire y abriendo la boca para responder cuando Ron se le adelantó.

—Básicamente alguien está diciendo por ahí que os vais dando el lote en los baños.

—¿En serio, Ronald Weasley? ¿Ahora eres una amiga Slytherin? —inquirió el chico al que estaba atado mediante magia.

—¿Qué?

—Oh, ¿por qué nunca me escuchas cuando hablo? —se quejó Blaise, poniéndole una mano en el hombro mientras sobreactuaba y fingía desconsuelo. Ron se quedó tan quieto como una estatua. Su infinidad de pecas adquirieron de repente un tono más oscuro bajo la piel. Cuando el Slytherin se percató de esto, elevó las comisuras de sus labios levemente—. ¿Te has ruborizado, Weasley?

—¡Que te jodan, Zabini! —gritó este, moviendo el torso para deshacerse de su mano.

El aludido dejó correr unos segundos en silencio, como queriendo añadir tensión a la situación, antes de decir:

—Eso intento.

Todos los presentes parecieron quedarse mudos durante una eternidad. Luego, Ginny asomó la cabeza al interior del grupo y miró a Blaise con una ceja arqueada.

—Muy interesante tu manera de ligar con mi hermano y todo eso, Zabini, pero ya que he escuchado que se menciona el tema de joder… —Se giró entonces hacia Hermione—. ¿Quieres hacer el favor de llevarte a tu gato de la sala común? Desde que no vuelves no hace más que… eso, joder. Está completamente irritable y tira todo lo que hay sobre las mesas, ataca a los otros animales, se orina en las esquinas y da zarpazos a cualquiera que pase lo suficientemente cerca de él. A mí ya me ha desgarrado la parte baja de mi túnica.

Hermione se llevó una mano a los labios. No podía creer lo que estaba diciendo. Crookshanks siempre había sido independiente, muy independiente. Había veces en las que no le veía el pellejo en varios días seguidos; le encantaba dar garbeos por el castillo y tener aventuras en solitario por los terrenos del colegio. En ocasiones, cuando volvía después de aproximadamente una semana sin dar señales de vida, traía consigo un ratón muerto a modo de disculpa.

Pero aparentemente ella no tenía permiso de hacer lo mismo que su gato y este se enfadaba si su ausencia era más larga de la que había planeado.

—Iré a por él en cuanto termine de cenar —prometió ella.

—De ninguna manera traerás a ese animal del demonio a mi sala común —sentenció Malfoy.

Media hora más tarde, Crookshanks se lamía la patita con suprema elegancia subido al respaldo del sofá de la sala común de Slytherin. En un momento dado, el gato miró a Hermione y su expresión relajada mutó a una más dura, casi afilada. Era como si la estuviera juzgando por aquel breve abandono a su persona.

—Te lo compensaré —le dijo Hermione al animal a modo de disculpa.

—No sé cómo me he dejado convencer de esto —se lamentó el rubio.

—Porque de lo contrario habrías tenido que traerme a rastras.

—Lo habría hecho.

—Y yo habría insistido hasta que aceptaras —le aseguró ella—. Es un buen animal. Solo que un poco orgulloso.

—Tiene cara… como de querer matar a alguien. —Draco se estremeció—. Y además es feo.

Hermione se rio.

—No te recomiendo insultarle. Te entiende… y es rencoroso.

—Es solo un gato.

—Es mi gato.

—Ya, como sea. Procura mantener a ese bicho alejado de mí durante la noche.

Después de que todos los alumnos de Slytherin se fueran a dormir, ella y Malfoy se dieron la espalda para desvestirse y ponerse sus respectivos pijamas. Harry y Parkinson hicieron lo propio en su lado de la sala común, y los cuatro se fueron a acostar. Era el segundo día que no se aseaban y Hermione no podía evitar sentirse insultantemente sucia.

Crookshanks se hizo un ovillo sobre su panza, siendo el primero en sucumbir al sueño. Sus ronroneos causaron un efecto relajante en la chica, quien no tardó en dormirse también.

De repente estaba teniendo un truculento sueño en el que alguien la secuestraba y la metía en una enorme caja de cristal… donde solo tenía cinco metros cuadrados para moverse y de la que no podía escapar. Se despertó sobresaltada, no solo por el sueño, también por el brusco movimiento que hizo su gato sobre ella. Se inclinó un poco para verlo bufar a un punto por encima de su cabeza. Se giró lo justo para poder ver por el rabillo del ojo cómo una de las chicas Greengrass le tapaba la boca con una mano para evitar que gritase. Irónicamente, no era la hermana a la que había esperado encontrar en esa situación.

—Shh. —Astoria empuñaba su varita y le apuntaba con ella de una manera que inspiraba miedo. Había una chispa maliciosa en el brillo de sus ojos. Hermione sentía sus dedos helados presionando con toda su fuerza su cara, clavando sus duras uñas en su mejilla como si quiera desgarrarle el rostro. La miró con rabia mal contenida, los dientes apretados y la varita clavada bajo su mandíbula antes de decir en un susurro—: Voy a soltarte, ¿de acuerdo? Pero ni se te ocurra hacer el más mínimo ruido.

Los dedos de Astoria Greengrass liberaron su boca y Hermione no separó los labios para gritar, como le hubiese gustado hacer. En su lugar los apretó más fuerte mientras le sostenía la iracunda mirada. No era tonta. No era ella la que iba armada, así que sería ella la que lo lamentaría si desobedecía lo que le decía.

—Así me gusta —dijo, y aunque hablaba muy bajito, podía notarse que había cierto odio en su voz—. He oído los rumores sobre ti y Draco.

—Los rumores son falsos —espetó Hermione, sonando más brusca de lo que había pretendido en un principio.

—No trates de engañarme, Granger —le cortó antes incluso de que pudiera terminar la frase—. No servirá. Mi hermana no se atreve a enfrentarte porque no quiere parecer una novia psicópata, pero a mí me importa una mierda lo que piensen los demás.

—Pues para no importarte una mierda te has asegurado de elegir el momento en el que sabías que estaría convenientemente sola.

Aunque, claro, eso no era del todo cierto. Echó una rápida ojeada a donde Malfoy dormía plácidamente, descubriendo que sus duras facciones talladas en hielo se habían deshecho en una expresión tranquila y apacible mientras dormía. Se descubrió pensando que ese sería exactamente el rostro que imaginaría si alguien le pidiese que pensara en cómo se vería un ángel descansando, y se sorprendió a sí misma al hacerlo.

—Muy aguda, Granger —concedió la chica—. Pero esto es solo una pequeña advertencia.

—Ah, ¿sí? Pues lamento decirte que comunicas fatal —dijo con entereza a pesar de estar siendo apuntada con una varita. Levantó una ceja y le sostuvo la mirada—. Todavía no me queda muy claro de qué se me advierte.

—Déjame decírtelo claro entonces —respondió Astoria con una sonrisita de suficiencia—. Te advierto que tendrás problemas como los rumores sigan propagándose.

La chica omitió el «Porque yo misma me encargaré de hacértelo pagar», pero Hermione pudo escucharlo en el aire de todos modos. A pesar de ello, la Gryffindor estuvo a punto de echarse a reír.

—Como si yo ni nadie pudiera controlar los cotilleos del castillo. Pareces nueva aquí, Greengrass. Además, deberías creerme cuando te digo que los rumores son falsos. No me interesa para nada el novio de tu hermana, y él tampoco muestra lo contrario hacia mí. Este es el peor castigo que nos podrían haber impuesto a ambos, y tú deberías saberlo. ¿Cómo crees que te sentirías si te encadenaran… no sé, ¿a Neville? Y que fuera durante toda una semana y no pudieras separarte de él por más de cinco metros.

Al revés de lo que había creído que pasaría, las mejillas de Astoria Greengrass se encendieron en la oscuridad.

—Quedas advertida —fue lo único que dijo, casi a trompicones, antes de empezar a alejarse de allí en dirección a los dormitorios.

Hermione hizo un ruidito para avisarle de que quería decirle una última cosa. La chica se giró de mala gana.

—Déjale saber a tu hermana que no pienso pelearme con otra chica, y menos por un hombre. Dile que debería confiar en él, y que si no lo hace tal vez debería preguntarse si merece la pena estar con alguien a quien cree con el coraje de engañarla a la primera oportunidad. Ella es una chica hermosa, todas lo somos en cierto modo, y ninguna tendríamos que sentirnos inseguras por un hombre. Si Malfoy le es fiel, estupendo. Si no, entonces debería sentirse agradecida de que haya mostrado su verdadera cara.

Astoria tenía el ceño ligeramente fruncido cuando volvió a darse la vuelta y desapareció por la puerta del dormitorio de las chicas.


La mañana siguiente transcurrió tan normal como podía transcurrir teniendo en cuenta que era el tercer día que estaba condenada a no separarse de Draco Malfoy; Zabini seguía siendo el alma del desayuno y Ron había empezado a mirarlo con más frecuencia. Parkinson parecía sentirse gradualmente más cómoda con Harry, como si hubiese aceptado que iban a estar irremediablemente juntos durante un puñado de días más y hubiese decidido buscarle el lado bueno en lugar de estar amargada todo el tiempo. Aparentemente, «el lado bueno del asunto» para ella era que podía tomarle el pelo a menudo. Malfoy, por su parte, pasó gran parte del día sumido en sus pensamientos, tanto que apenas le dirigió una mirada o le habló directamente a Hermione. En una ocasión que tuvo al final de una clase, aprovechó que Hermione estaba recogiendo sus libros y se acercó a Daphne, que estaba casi a la distancia de su límite para caminar sin chocar contra una pared invisible. Hermione los vio, así que aminoró el ritmo deliberadamente para darles tiempo. No es que quisiera poner la oreja en una conversación privada, pero tampoco estaban tan lejos como para que ella no se enterara del contundente «Hemos terminado, Draco» que Daphne le dijo después de discutir por unos minutos, antes de alejarse.

Ellos dos eran los únicos que habían quedado en el aula, ahora completamente vacía y un poco más fría. Los hombros de Malfoy estaban algo hundidos, y a pesar de no estar cabizbajo, sus ojos se encontraban fijos en el suelo de un modo que hizo que Hermione sintiera compasión por él.

Este castigo que estaban sufriendo los seis había sido exclusivamente culpa suya, así que aquello era algo que él mismo se había buscado, pero… no podía dejar de sentir pena por cómo todo se le había torcido un poquito más que a los demás. Tal vez con esto aprendería que no estaba exento de sufrir las consecuencias oportunas, a pesar de sus millones y su renombre, por cada mala acción que protagonizara.

Estaba a punto de decir algo cuando el habló primero.

—Bloquea la puerta con un encantamiento anti-apertura.

Hermione frunció el ceño por un instante antes de entender lo que estaba pasando.

—Oh… Vale, dame un segundo. —Se acercó a la puerta y movió su muñeca con la varita apuntando a la cerradura. Un haz de luz y un ruido metálico después, la puerta estaba cerrada a cal y canto—. Ya está.

Hermione se quedó de cara a la madera mientras él hacía lo que tenía que hacer a su espalda. Aquella vez podía sentir la rabia escapando de su cuerpo en cada gemido, como si de alguna forma estuviera aprovechando lo que estaba obligado a hacer para descargar su frustración de lo que acababa de pasar. Sus ruidos no eran demasiado fuertes, pero en aquella habitación vacía ella los escuchaba como le estuviese gritando al oído. Se imaginó a Malfoy tras ella, con los pantalones y la ropa interior bajados hasta los tobillos y su mano satisfaciendo su erección en cada movimiento. Automáticamente después, tan pronto como se dio cuenta de estar pensando en ello, se encargó de reprenderse internamente. Luego se reprendió con el doble de intensidad al sentir su sexo dilatado y mojando sus braguitas. Cielos, no hacía tanto tiempo desde la última vez... ¿O sí? Hizo un rápido conteo mental solo para descubrir que la última vez que se había divertido con alguien había sido dos meses atrás, justo antes de que decidiera que el fin de curso estaba demasiado cerca como para permitirse más distracciones de los estudios.

Dos meses sin sexo nunca se habían sentido tan endemoniadamente largos como ahora, en ese momento.

Una mano se deslizó por dentro de su falda de manera disimulada. No recordaba haber tomado la decisión consciente de hacer aquello, pero no reculó al descubrir cómo sus dedos traspasaban la barrera de su ropa interior y masajeaban suavemente su clítoris. Cerró los ojos y escuchó otro gemido de parte de Malfoy, lo que hizo palpitar su zona íntima un poco más fuerte.

Se dijo a sí misma que no estaba haciendo aquello porque le ponía que Draco Malfoy estuviera masturbándose a pocos metros de ella. No, era descabellado de solo pensarlo. Todo esto se debía a que ella era una mujer, y como toda mujer también tenía sus necesidades… solo que no habían aflorado —o más bien explotado— para hacerse notorios hasta ese instante. Oh, Merlín, y ahora estaba tan excitada…

—¿Nos vamos? —sugirió Malfoy, llegando a su lado.

Hermione sacó la mano del interior de su falda en un abrir y cerrar de ojos, con el corazón latiéndole desbocado en el pecho y la garganta. ¿Cómo había llegado a su lado tan rápido? ¿Cómo es que no le había oído acercarse? Y la pregunta más importante: ¿Cuánto había visto de lo que ella estaba haciendo ahí abajo? Clavó los ojos en él para buscar desesperadamente una respuesta, pero Malfoy la miraba con el rostro demasiado neutral… aunque si lo miraba más detenidamente, sus ojos estaban ligeramente entornados.

—¿Nos vamos? —repitió, y después de que Hermione quitara el hechizo de antes, ambos salieron del aula en dirección a los baños más cercanos.


El despacho de Snape tenía un halo mucho más lúgubre de lo que le había parecido desde fuera. Dentro era como si el aire se condensase, provocándole una sensación de ahogo que, aunque era ligera, no dejaba de ser angustiante.

El profesor los recibió a ambos casi con reticencia. Una vez que estuvieron dentro, preguntó:

—¿De verdad quiere hacerlo, señor Malfoy? ¿Con ella aquí?

—Cada vez me afecta más, y peor. No puedo esperar, no cuando no sé cuánto tiempo…

«Me queda», terminó Hermione la frase en su cabeza.

Malfoy se había quedado callado y no parecía que fuera a decir una palabra más en ese momento, así que Snape hizo un asentimiento de cabeza.

—Aléjese todo lo que pueda, señorita Granger —le dijo, agitando la varita por encima de su cabeza mientras la chica obedecía. Ante su mirada curiosa, el profesor añadió—: Un hechizo silenciador, nadie debe escuchar lo que pasa aquí dentro. —La boca de Malfoy se crispó en una mueca y sus ojos se volvieron oscuros a medida que sus pupilas le ganaban terreno al tono grisáceo de sus iris—. Le recomiendo no interrumpir la sesión, señorita Granger, por el bien de su compañero. Ah, y considere la opción de cerrar los ojos. Esto no es agradable de ver. En cuanto a usted, señor Malfoy… ¿Está listo?

El chico asintió, el profesor alzó el brazo para apuntarle con la varita y ella cerró los ojos lentamente.

Un aullido de dolor resonó en la habitación estridentemente. La Gryffindor frunció el ceño, aún con los ojos cerrados. Los gritos eran tan desgarradores que sintió la urgente necesidad de abrazarse a sí misma para tratar de reducir el impacto que tenían en su cuerpo, que había empezado a temblar ante la conmoción. ¿Qué le estaba haciendo? Se sentía como si fuese a encontrar un cuerpo a medio descuartizar sobre un enorme charco de sangre en cuanto abriera los ojos. Al menos así era como creía que gritaría alguien vivo a quien han atado a una silla y le están cortando una pierna con un serrucho.

Trató de aguantar todo lo que pudo, pero terminó sucumbiendo al impulso que le hizo abrir los ojos para comprobar que nada de eso estaba pasando, que Draco Malfoy seguía de una pieza… pero cuando lo hizo, comprendió que no podía afirmar tal cosa. No había sangre salpicando las paredes, ni partes del cuerpo desmembrados y lanzados en diferentes direcciones… pero ahora Malfoy era solo un manchurrón borroso en medio de una masa de aire densa y temblorosa. No fue hasta que enfocó los ojos un poco mejor que entendió que esa masa de aire salía directamente de él, como si Snape estuviese intentando arrancarle la maldición de manera literal, succionarla por cada poro de su cuerpo. Ella nunca había creído en esas cosas, pero parecía… parecía como si ese aire denso a su alrededor se tratase de parte de su alma. Y Malfoy estaba luchando por retenerla en su interior, por no terminar de soltarla, pero daba la sensación de que la lucha debía ser algo parecido a no dejar caer un pesado trozo de metal ardiente por mucho que sus manos estuviesen en carne viva.

Horrorizada, logró apartar la vista de Malfoy para mirar a Snape. Gotas de sudor se agolpaban en el nacimiento de su negro cabello, cayendo algunas por su sien debido al movimiento. El profesor parecía querer centrarse en un punto específico, sin conseguirlo realmente. Hermione contuvo una arcada cuando estuvo a punto de devolver todo el alimento que había tomado en el almuerzo al reparar en una mancha negra que aparecía por la zona del pecho de Malfoy cuando la intensidad del hechizo era más fuerte y desaparecía cuando el profesor tenía que reducirla para no matar al chico.

Nadie se lo había dicho, pero de alguna forma ella sabía que ese sería el resultado en el caso de que Snape perdiera el control de lo que hacía. Porque nadie puede vivir sin alma, ahora lo creía. Lo estaba viendo.

Pero la maldición parecía pesar más que el alma de Malfoy, estaba más anclada a su cuerpo y, por lo poco que había visto, podía jurar que no había manera de arrancarle la maldición sin matarle. Y llegar a esa conclusión hizo que su alma se le cayera a los pies.

El chico cayó de rodillas y Snape paró, no sin antes maldecir en voz baja un nombre que nunca antes había escuchado.

Malfoy suspiró y ella clavó los ojos en el Slytherin. Ahora que podía ver su rostro era capaz de notar una inquietante falta de color en él, a excepción de las grandes ojeras negras que habían aparecido bajo sus ojos. Como si la vida hubiese estado a punto de abandonar su cuerpo, como si lo hubiese hecho de haber seguido solo unos segundos más.

Malfoy estaba jadeando cuando el profesor se le acercó y le tendió un bote de cristal con un contenido brillante en su interior. Él lo tomó sin hacer preguntas, quitó el tapón y se lo bebió de una sentada. Poco a poco, la extrema palidez fue adquiriendo un tono más natural y las ojeras se disiparon en parte.

Hermione sentía la boca seca y rasposa.

—Le dije que cerrara los ojos —le recordó el profesor, mirándola de soslayo.

Fue entonces cuando descubrió que los tenía abiertos de par en par, y cuando notó la expresión de espanto en su cara. Trató de relajarla mientras Malfoy se recuperaba, todavía de rodillas en el suelo.

Ahora sí estaba cabizbajo. Y con la mirada perdida.

Tardó unos minutos en lograr ponerse de pie por sus propios medios, con los hombros caídos, como derrotado, y salir del despacho arrastrando los pies. Hermione no tuvo más remedio que seguirle, por más que los suyos parecieran anclados al suelo por lo que acababa de presenciar. Ella también tardó un minuto en encontrar su voz para decir:

—Déjame ayudarte. Puedo ayudarte. No tienes que pasar por eso otra vez, estoy segura de que existe otra forma de…

Él perdió la paciencia súbitamente.

—¡TÚ NO PUEDES AYUDARME! —exclamó, volviéndose furioso hacia ella. Su grito retumbó en las paredes de piedra durante un par de segundos.

Hermione le sostuvo la mirada todo lo que él se la sostuvo a ella.

Malfoy era un idiota, eso estaba claro. Y ella estaba ofendida, pero no derrotada.

Ninguno se dirigió la palabra de nuevo por el resto del día. Terminaron las clases, cenaron, volvieron a las mazmorras y se acostaron, pero solo uno se quedó dormido.

La Gryffindor se levantó tan pronto como empezó a escuchar su respiración acompasada, señal de que ya no podía ver lo que hacía, y se sentó a la mesa más cercana dentro de los cinco metros de límite. Cogió un pergamino que alguien había extraviado e invocó la pluma de su estuche. Luego empezó a escribir, y a escribir, y a escribir, hasta que ya no hubo más espacio para seguir escribiendo. Con otro pergamino improvisó un sobre que selló con magia. Escribió su nombre en el reverso y puso en la parte delantera el nombre que le había oído mascullar a Snape aquella tarde: Beatrice Brown.

Crookshanks hizo un ruidito de fastidio cuando Hermione lo despertó.

—Lleva esta carta a la lechucería, por favor. —El gato intentó morderle la mano cuando le acercó el sobre, pero la chica fue más rápida y le sermoneó con la mirada—. Tienes que ir ahora. Es importante.

El animal remoloneó un poco antes de levantarse, estirarse y, con una mirada de pocos amigos, tomar en la boca el sobre que su dueña le tendía.

—Gracias —le susurró—. Te compraré las galletitas que te gustan.

La vista le alcanzaba para verle salir con aires altivos por la puerta y desaparecer por el pasillo. Después volvió a tumbarse en el sofá y a taparse hasta arriba con la manta.

Si Beatrice Brown era la mujer que le había hecho eso a Malfoy, entonces esperaba que sus palabras tuvieran el poder de prender una chispa de compasión en ella cuando leyera su carta.

Y también esperaba que le escribiera de vuelta, y que en su carta incluyera la pista que tan desesperadamente le había pedido para descifrar la manera de quitarle la maldición que ella le había puesto injustamente.

Que Beatrice Brown decidiera revelarle la cura sonaba demasiado prometedor para ser verdad, pero al menos tenía que intentarlo. Draco Malfoy no podía seguir pagando en nombre de su padre, por muy idiota que fuera.

Aquello tenía que parar, y por mucho que él desechara su ayuda, ella tenía la intención de solucionar el problema. No estaba en ella el quedarse de brazos cruzados mientras veía a alguien sufrir. Él podía ser un desagradecido, pero ella mantendría la paz de su conciencia.

Sí, ella encontraría la manera de solucionar el problema.


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Cristy.