NA: Un nuevo capítulo por aquí después del breve bloqueo de escritor que he experimentado durante el último mes :) ¡Espero que os guste!
Capítulo 8: Confesiones por correspondencia.
Hermione se despertó temprano a pesar de apenas haber descansado durante la noche. El sueño había sido tan pesado como sus últimos pensamientos antes de sucumbir a él.
Suspiró al descubrir que la presión en el pecho no se había ido, que seguía ahí, hundiéndole el tórax con un peso tan invisible como descomunal. ¿Acaso eso tenía algún tipo de sentido? Intentó deshacerse de él rodando sobre un costado, pero la sensación de presión parecía estar pegada a su cuerpo de forma permanente.
Diablos, se sentía agotada, pero tenía la decepcionante sensación de que no podría volver a dormirse incluso aunque lo intentara con todas sus fuerzas.
Aun así, cerró los ojos y trató de hacerlo igualmente.
Cinco. Diez. Quince minutos.
No pudo.
Resignada, se estiró un poco sobre el sofá para desperezarse, pero solo consiguió el dolor típico de los músculos que llevan horas agarrotados al estirarse.
Genial. Su mente no cooperaba, y ahora su cuerpo tampoco parecía por la labor de ponérselo fácil. Por suerte, como era sábado, tuvo tiempo más que de sobra para hacer algunos estiramientos antes de quitarse el pijama y ponerse una falda larga y una camiseta de lino verde. Le hubiera encantado poder irse a dar un paseo matutino por los jardines del castillo, pero estaba terriblemente encadenada a un chico que, a pesar de que la luz de la mañana ya se colaba por las pequeñas ventanas de las paredes de piedra, seguía profundamente dormido.
Apartó la mirada de él y se concentró en su gato, que se había empeñado en subirse a su regazo para rozarse por ella y obsequiarla con un sinfín de pelo en su ropa. La chica se puso en pie y se los sacudió en cuanto Crookshanks se cansó del trato humano y se fue a otra parte.
Luego, se entretuvo con un libro de texto que alguien había dejado a su alcance en una de las mesas mientras esperaba lo que le pareció una eternidad antes de que empezara a haber movimiento en la sala común.
Extrañamente, cuando Malfoy al fin despertó, experimentó una inesperada arcada. Movió la mano y trató de quitarse algo de la lengua pellizcándola con los dedos.
—¡Puaj! ¿Por qué tengo la boca llena de pelos de gato? —exclamó con voz ronca, ya fuera por acabar de despertarse o por el dolor producto de la maldición con la que cargaba.
Miró a Hermione, a la disculpa implícita en sus ojos y a los restos de pelo naranja en su camiseta, entendiéndolo todo al instante. Se quedaron viéndose un puñado de segundos y luego, para sorpresa de la chica, Malfoy se levantó y lo dejó pasar.
Hermione miró hacia otro lado cuando empezó a desvestirse, aunque no consiguió hacerlo lo suficientemente rápido. Le dio tiempo de ver cómo se sacaba la camiseta del pijama por la cabeza y, por tanto, había podido apreciar su torso desnudo durante unos dos o tres segundos.
Dos o tres segundos de aquel abdomen definido eran suficientes para provocar que una corriente de sangre se le acumulara en las mejillas otorgándole un patético aspecto sonrojado.
Desesperada, buscó con la mirada cualquier cosa con la que volver a distraerse. No encontró mucho, así que alcanzó de nuevo el libro que había estado leyendo y lo abrió por la mitad, manteniéndolo frente a su cara para que hiciera las veces de muro entre ellos.
En ese momento se sintió un poco como su gato, que solía creer que al esconder el hocico tras un cojín inmediatamente se volvía invisible para los demás.
Quiso bajar los brazos y dejar de hacer el ridículo, pero se habían quedado rígidos como el acero. Por suerte, solo un puñado de chicos habían abandonado las habitaciones para dirigirse al gran comedor, por lo que la sala común de los Slytherin aún no estaba muy concurrida.
Como Malfoy se vestía en completo silencio pudo escuchar la voz de Parkinson diciéndole a Harry algo así como «¿Me ayudas con esto?», y acto seguido creyó oír también cómo su amigo contenía el aliento. ¿Era posible escuchar algo así en la distancia? Tal vez se lo había imaginado.
Se produjo un sonido de cremallera y unos pocos segundos después encontró a Pansy Parkinson mirándola desde arriba en un provocativo vestido negro ajustado a su cuerpo. Había arqueado una ceja como solo una persona que conecta ciertos puntos en su cabeza podía hacer.
Miró a Draco, que en ese momento se estaba subiendo los pantalones, distraído, y luego volvió a mirarla a ella con ojos pícaros.
—Conque absurdez, ¿verdad? —le dijo por lo bajo, repitiendo las propias palabras de Hermione cuando la Slytherin había insinuado que tendría vía libre con su amigo en cuanto Daphne estuviera fuera del camino. Justo cuando ella se había puesto a la defensiva.
—Cierra el pico —le espetó de mala manera.
La Gryffindor no era partidaria de la violencia, pero podría haber estrangulado a Parkinson allí mismo de no estar encadenadas a los chicos. No podía permitirse el lujo de que alguien fuera insinuando por ahí que estaba enamorada de Malfoy. ¿En qué lugar la dejaba aquello? Además, ni siquiera estaba segura de que lo que sintiera fuera amor verdadero, y no había querido pararse a analizarlo en profundidad porque le asustaba lo que pudiera descubrir. Prefería decirse a sí misma que era un simple encaprichamiento pasajero provocado por un arrebato de hormonas desquiciadas. Al fin y al cabo, había pasado un tiempo considerable desde su último encuentro sexual con alguien.
Con alguien que no fuera Malfoy y la extraña maldición que necesitó de su intervención el día anterior, claro.
—¿Qué pasa, Granger? —continuó la chica—. ¿Eres tan lista que ahora estás aprendiendo a leer al revés?
—¿A qué…? ¿A qué te refieres?
Pansy rio y luego le arrebató el libro con el que se estaba ocultando, le dio la vuelta y volvió a dejarlo en sus manos, esta vez del derecho.
—A esto.
Hermione le dedicó una mirada poco amable y luego se levantó de un salto, teniendo que rodear a la Slytherin para apartarse de ella.
A juzgar por la manera en la que la miraba… estaba claro que la había calado, y bien profundo.
Genial, una preocupación más. Ahora tendría que estar atenta de que no la delatara a la primera de cambio.
No se fiaba de Parkinson, pero… bueno, tendría que guardarse sus reservas hacia ella porque, aparentemente, iban a tener que trabajar juntas para descubrir qué diablos estaba pasando con Neville y su extraño comportamiento.
Como todos los sábados, las lechuzas entraron por los ventanales del gran comedor y sobrevolaron las cabezas de los estudiantes mientras dejaban caer la correspondencia de la semana. Durante el primer año en Hogwarts, Hermione había aprendido gracias a Neville que había que estar atento a ese momento para evitar sorpresas o golpes inesperados. Las cartas o periódicos de este siempre terminaban dentro de su bol de cereales o sobre el beicon de su plato.
Lo buscó con la mirada.
Aquella mañana tampoco estaba por ninguna parte.
Suspiró, preocupada, pero volvió a mirar hacia arriba. Había cierta carta que Hermione estaba esperando con ansias. No sabía si era realista esperar una respuesta tan rápido, o incluso osado pensar que aquella mujer iba a molestarse en escribirle siquiera, aunque ella mantenía la esperanza.
Vio cómo a Draco le caía un periódico del cielo justo antes de que ella tuviera que pillar al vuelo un montoncito de cartas atadas con una cuerda. Se sorprendió un poco, porque por lo general no solía recibir tanta correspondencia junta, pero una chispa de entusiasmo se prendió dentro de ella porque eso solo significaba que había más probabilidades de que una de ellas fuera de Beatrice Brown, la mujer que había maldecido a Draco.
Desató el lacito de cuerda y empezó a mirar el reverso de cada carta para ver quién le escribía.
La primera era de su madre. Se escribían todas las semanas, por lo que no era nada nuevo para ella encontrar su bonita caligrafía a bolígrafo azul en un sobre que se veía claramente que había sido comprado en el mundo no mágico.
La puso bajo el montón y miró la siguiente carta.
Era de Krum.
Vaya, aquello sí que era una sorpresa. No es que hubieran dejado de hablar desde que se despidieron después de conocerse en el Torneo de los Tres Magos, de hecho, habían intercambiado correspondencia asiduamente durante bastante tiempo. Un par de años. Hasta que ella simplemente había estado bastante ocupada y estresada con los estudios y había olvidado responder a su última carta.
La comunicación había acabado entonces, pero ahí estaba la letra hosca y de trazos casi violentos del chico de Durmstrang otra vez. La ocultó rápidamente bajo las otras cartas sintiendo un leve cosquilleo en la boca del estómago. Sacudió un poco la cabeza al notar el acaloramiento que le provocaba la sangre bajo las mejillas.
La siguiente carta también era inesperada, pero solamente porque con todo el lío del castigo se había olvidado por completo de que la recibiría. La abrió rápidamente y sacó un pequeño papel de pergamino en el que habían estampado un sello de un vestido flotando en el aire. No había muchas palabras, pero empezó a leer:
Estimada señorita Granger,
se le recuerda su cita para el sábado que viene a las cinco de la tarde en Modas Tiros Largos.
Reciba un cordial saludo.
Madame Moore.
Hoy era "el sábado que viene". Seguramente le habrían enviado el recordatorio a principios de semana, pero no había tenido la cabeza donde debía y había olvidado por completo pasarse por la lechucería, como solía hacer, para recoger ella misma las cartas que habían llegado a su nombre.
—Esto… —le dijo a Draco, que leía tranquilamente su periódico mientras cortaba trozos de una manzana verde con un cuchillo.
El chico la miró y acto seguido arqueó una ceja.
—¿Qué pasa?
—Necesito ir a Hogsmeade hoy. Tengo una cita… en un sitio.
—¿Una cita?
—Sí, con una modista. Había olvidado decírtelo. Bueno, de hecho, había olvidado que tenía la cita en realidad.
—¿Una modista…? —Le tomó un tiempo procesar lo que le decía—. Oh, ya. ¿Y no puedes cambiarla?
—La tengo desde hace un año —confesó ella, algo avergonzada—. No suelo comprar ropa a medida, pero… mi madre insistió. Para la graduación, ya sabes.
—¿Madame Moore? —intervino Parkinson, que había estado poniendo la oreja en la conversación—. Oh, es la mejor. Suele tener lista de espera de meses. Todos los vestidos que confecciona son maravillosos, pero tu madre tendrá que desembolsar una fortuna…
—Lo sabe —la cortó Hermione, incómoda. Tenía la sensación de que podría decir en voz alta lo que sabía sobre sus sentimientos y arruinarlo todo en cualquier momento—. Ha estado ahorrando. A mí me parece un innecesario despilfarro de dinero, pero… bueno, no se puede luchar contra los deseos de una madre.
Draco suspiró, torció un poco los labios y luego volvió a lo suyo.
Hermione interpretó aquello como un «si no hay más remedio…» y después guardó el pergamino en su sobre y siguió mirando las cartas que le quedaban.
Dos de ellas eran publicidad, una de la tienda de los gemelos y la otra de una nueva cafetería en Hogsmeade que había abierto sus puertas al público aquella semana.
Casi experimentó un infarto cuando miró el reverso de la última. Con el olvido de su cita en Modas Tiros Largos casi había pasado por alto lo que en realidad quería encontrar en aquel montón de cartas.
Beatrice Brown le había respondido.
Guardó rápidamente el montón en su bolso y procedió a fingir que no se estaba muriendo de ganas de leer su contenido. Porque debía hacerlo a solas, y a falta de soledad real tendría que esperar hasta la noche, cuando Malfoy finalmente se durmiera y no pudiera ver el remitente de aquella carta.
Hermione tendría que echar mano de todo su autocontrol para no caer en la tentación antes de tiempo.
Una bruja de unos treinta y pocos y con el rostro fino y la nariz un poco más larga de lo normal salió a recibirlos tan pronto como entraron por la puerta. Vestía una camisa de raso beige oscuro con mangas abullonadas y una falda de tubo negra hasta las rodillas. Los tacones de aguja, que debían medir al menos treinta y cinco centímetros, estilizaban su cuerpo de por sí ya menudo.
Era innegable la elegancia y buena presencia de la que gozaba. Era la modista más cotizada de la comunidad mágica, y por descontado que la propia Madame Moore lo sabía y se regocijaba en ello.
—¿Hermione Granger? —preguntó con la voz más aguda que había escuchado nunca.
—Sí, soy yo.
—Estupendo, cielo. Pasa, pasa por aquí.
Los dos chicos la siguieron por un estrecho pasillo hasta una puerta al final del mismo. Entonces, Hermione se giró hacia Draco
—Puedes…
—Sí, espero fuera —dijo, terminando la frase por ella, y se quedó allí mientras la chica siguió a la modista al interior de la habitación.
La sala en la que la mujer tomaba las medidas era inmensa. Contaba con máquinas de té y café profesionales, varios sofás repartidos por la estancia, jarrones de porcelana con flores frescas que proporcionaban un delicado aroma natural a campo silvestre. Había espejos que iban del suelo al techo en gran parte de las paredes y una pequeña tarima redonda en el extremo más alejado de la puerta.
Hermione casi llegado allí cuando se dio de bruces contra la pared invisible. A su espalda, la puerta sonó como si Draco hubiese estado distraído y la pared de su lado lo hubiera empujado hacia ella.
No sabía si Madame Moore se había dado cuenta, pero se puso a disimular por si acaso.
—Esto… pensándolo bien, creo que en realidad quiero que mi amigo entre también —dijo, dando pasos hacia atrás.
—¿Estás segura, querida? Voy a tomarte medidas, ya sabes.
—Sí, sí, no importa.
Fue hacia la puerta y la abrió. Malfoy se estaba acariciando un punto de su frente, donde Hermione supuso que se había golpeado, y este entró en la habitación tras ella en cuanto la vio aparecer tras la puerta. No hubo necesidad de decir ni una palabra.
—Bueno, pues ya estamos todos —bromeó la modista—. Desvístete, ¿quieres? Ahí tienes unas perchas para colgar la ropa.
La mujer sacó su varita del bolsillo trasero de la falsa y la agitó abarcando toda la habitación. A juzgar por el repentino calorcito que empezaron a notar, había utilizado un conjuro para caldear la habitación. Después de eso les informó que volvía enseguida y desapareció.
Draco se dejó caer sobre un mullido sofá rosa palo pegado a la pared más cercana y Hermione empezó a quitarse la túnica. Se mordió el labio mientras la colgaba en la percha. Las palabras que le había dicho en aquella aula abandonada retumbaban en su cabeza y le provocaban una cierta sensación de incomodidad al desvestirse frente a él.
«Yo amo a Daphne».
Ella creía amarlo a él, aunque no estaba del todo segura de aquello.
Lo que era innegable era que esa extraña y sutil confianza que se había formado entre ellos durante la semana se había evaporado después de la clase de Adivinación y no había vuelto más.
Recordaba a la perfección la manera en la que habían hablado entonces, en un tono bajo, casi confidente. Su sorpresa al descubrir que él no estaba enfadado, sino agradecido. La forma en la que le había pellizcado el dorso de la mano. El silencio que habían compartido, que Hermione había sentido más íntimo que muchos encuentros con otros chicos con los que había salido...
Todo eso provocaba que desvestirse frente a él le resultara la cosa más difícil del mundo, aunque no fuera la primera vez que lo hacía.
Era duro quitarse la ropa ante los ojos de alguien que no podía tener, sobre todo cuando la desnudez la hacía sentir así de vulnerable y sabía que sus brazos no iban a estrecharla contra su pecho para calmarla.
Hermione colgó la camisa sobre la túnica y se bajó la cremallera de la falda, dejándola caer a sus pies. Draco observó la curvatura de su espalda al agacharse para recogerla. Luego, se quitó los zapatos y dejó que un grueso mechón de pelo le tapara la cara.
La modista llamó a la puerta y entró seguida de cintas métricas, telas blancas, hilos y alfileres voladores.
—Ya estás lista, ¿verdad? Súbete a la tarima, por favor.
Hermione calculó la distancia hasta ella y miró a Draco, que también había pensado lo mismo y se había levantado para dar un paso hacia adelante. La modista les dedicó una mirada rara, pero se acercó a ella y empezó a hacerle mil preguntas sobre cómo quería que fuera su vestido.
Hermione intentó describir el vestido que a su madre le había gustado en una revista que había leído durante el verano, y el cual se había encargado de hacer que viera y reviera una y otra vez para que se le quedara grabado en la retina antes de volver a Hogwarts.
No era exactamente el tipo de vestido que ella hubiera encargado, pero... si estaba allí era para darle el capricho a su madre, y en realidad a ella le daba bastante igual ponerse una cosa que otra, así que simplemente dio todas las explicaciones que pudo y luego se dejó tomar medidas.
De vez en cuando miraba a través del cristal y veía los ojos de Malfoy puestos en ella, pero ambos apartaban la mirada tan rápido como se daban cuenta de haber sido descubiertos.
Los minutos pasaron con una lentitud agobiante hasta que la mujer le dio permiso a Hermione para volver a vestirse y Malfoy y ella salieron de allí a toda prisa.
Hermione empezó a caminar en dirección al castillo.
—Espera —le pidió Malfoy—. Yo... quiero pasarme por un sitio antes de volver.
Fue una genuina sorpresa descubrir que el sitio al que Draco Malfoy quería ir era una pequeña floristería cercana que hacía de esquina entre dos calles.
El establecimiento estaba lleno de flores mágicas que saludaban, soltaban una ráfaga de fragancia si se lo pedías o cambiaban de color dependiendo del momento del día, pero el chico fue directo al cubilete que contenía rosas rojas que no hacían nada más que simplemente existir. Las examinó una a una hasta que descubrió la más grande y roja e hizo que el dependiente la envolviera con el papel plástico más caro de la tienda y añadiera algunas ramitas de paniculata a modo de adorno.
Hermione, que se había quedado allí parada observando cómo él compraba flores para otra chica, no hizo ni un solo comentario al respecto.
Podría haber dicho que la rosa era muy hermosa, o que el detalle le resultaba de lo más dulce y que esperaba que Daphne le perdonara, pero no encontró la manera de que las palabras le subieran por la garganta y salieran por entre sus labios. No le gustaba ver cómo sufría por la ruptura con su novia, pero… pero habría mentido de haber conseguido decir aquellas palabras en voz alta, así que optó por tragárselas.
Después de pagar, ambos volvieron al castillo en silencio y el chico empezó a buscar a Daphne con la mirada en cuanto traspasaron el portón de entrada.
Hermione sintió cómo le crujía un poquito su tonto corazón porque, en cuanto la encontró, aceleró el paso para alcanzarla mientras ella se quedaba en un sombrío segundo plano.
Daphne, que caminaba en dirección al gran comedor para la cena, abrió mucho los ojos en cuanto se vio interceptada por Malfoy, que le puso la rosa en una mano mientras le sujetaba la otra entre las suyas y se la llevaba al corazón.
Por un momento él la miró, ella lo miró a él, y ambos parecieron la viva estampa del amor adolescente mientras se fundían con el placer de la oxitocina en sus cerebros.
Hermione se descubrió profiriendo un pequeño sonido parecido a un quejido lastimero ante tal escena, aunque algo dentro de ella sabía que no tenía motivos para sentirse triste y se reprendió internamente por ello.
—Daphne —murmuró el chico, casi con agonía implícita en la voz—. Daphne, amor… Una rosa, tu flor favorita. Te amo. Por favor, vuelve conmigo…
Pero no pudo seguir hablando, porque en ese instante su rostro se convirtió en una mueca de dolor y, casi como en un acto reflejo, volvió la cabeza para mirar a Hermione. Para hacerle saber que estaba volviendo a pasar.
Hermione, que se había quedado todo lo lejos que los cinco metros le permitían, observó con horror cómo Daphne malinterpretaba la situación y entraba en cólera en un visto y no visto, tirando la rosa al suelo con desdén y dándole una patada con la puntera de su brillante zapato.
—No. Regálasela a la que ahora te está haciendo tus "favorcitos", Draco —dijo con brusquedad—. O mejor, pídele que te libre de...
—Por favor, no digas eso...
Pero la chica ya se estaba alejando corriendo.
Hermione se sintió tan indignada que estuvo a punto de gritarle alguna grosería a la chica, pero se olvidó por completo de ella en cuanto vio cómo Malfoy se apoyaba en la pared de piedra, abatido por el rechazo y claramente sumido en un dolor inmensurable por la maldición.
Prácticamente tuvo que arrastrarlo al baño más cercano, asegurarse de que no había nadie dentro y asegurar la puerta para que el Slytherin pudiera quitarse ese dolor de encima sin temor a ser descubierto.
No fueron a cenar después de eso, sino que se dirigieron directamente a la sala común, deseosos de concluir por fin aquel desastroso día.
Malfoy se dejó caer en su cama y se quedó dormido en cuestión de minutos, y Hermione, que estaba sentada en el sofá con las piernas contra el pecho y los brazos rodeándolas a su vez, se descubrió mirándolo de soslayo de vez en cuando sin poder evitarlo.
Chistó, molesta. Era un verdadero dolor de cabeza no poder controlar sus propios impulsos, particularmente cuando todos ellos parecían estar dirigidos siempre hacia él.
Hizo el amago de acostarse de una vez para dejar de pensar, pero entonces recordó la carta de su bolso que esperaba a ser leída, así que se levantó con cuidado y fue a cogerla, tratando de no hacer ruido al abrirla y desplegar el trozo de pergamino.
Malfoy quizás utilizara sus últimas fuerzas para matarla si se enteraba de que se había mensajeado con Beatrice Brown… pero Hermione no podía ocultar la curiosidad de descubrir los motivos que habían llevado a aquella mujer a hacer lo que hizo contra él, por lo que se puso cómoda en el sofá y empezó a leer.
Estimada Hermione,
leer tu carta me ha resultado de lo más interesante. Nunca imaginé que una nacida de muggles pudiera sentir compasión por un clasista de la sangre que lo tiene todo y aun así decide convertirse en un ser despreciable.
Tienes razón, tal vez no sea culpable de las acciones malintencionadas y ruines que su padre tomó contra mí, pero puedo asegurarte que Draco Malfoy no es inocente en absoluto. Y estoy convencida de que terminará siguiendo las enseñanzas de su progenitor para ocupar su lugar cuando este falte.
Verás, mi problema con la familia Malfoy no empezó cuando Lucius movió los hilos pertinentes con sus sucias manos para dejarme sin trabajo por, según él, no tener sangre digna. Mi problema con ellos viene de lejos. Y seré sincera, tocaron un tema delicado para mí: mi hija. Tal vez te suene su nombre. Ella es Hannah. Hannah Abbot. Sí, lo sé, no compartimos apellido porque quise recuperar el mío cuando me divorcié de su padre. La cuestión es que Draco lleva haciéndole la vida imposible a Hannah desde que llegasteis a Hogwarts.
Por lo que me han contado, Draco suele dejar en paz a los niños con sangre mestiza para tomarla en exclusiva con los nacidos de muggles, pero a mi hija la ha acosado, insultado y menospreciado desde que descubrió que su padre (un sangre pura, por cierto) decidió abandonar su vida en la comunidad mágica para convertirse en panadero en el mundo muggle. Al parecer, que un hombre adulto decida vivir su vida en el Londres no mágico es una traición a la sangre según su punto de vista.
Ese chico es malvado, aunque no me extraña, ha aprendido de su padre.
El hecho de perder mi puesto de trabajo a manos de un Malfoy solo ha sido el empujoncito que necesitaba para tomar medidas contra esa familia de acosadores, y tomarla con el chico me pareció una buena manera de matar dos pájaros de un tiro. Así ejercía venganza contra el padre, quien siempre se ha jactado de su purísimo linaje y, de paso, le enseñaba una lección de humildad al racista y clasista de su hijo.
¿Quieres saber qué debe hacer para librarse de la maldición? Muy fácil, solo debe embarazar a una mujer. Pero no a una sangre pura, ni siquiera a una mestiza, como mi Hannah. No. A una nacida de muggles. Las personas que tanto él como su padre más detestan en el mundo.
Quiero arrebatarle a Lucius la posibilidad de que su nieto primogénito sea sangre pura, y quiero que Draco entienda que no va a morirse por tocar a una mujer que ha nacido en el seno de una familia de muggles.
Y que sí morirá si no lo hace.
Por favor, no pienses que soy perversa. Le di un plazo más que considerable para que se mentalizara de lo que debía hacer, aunque ya debe estar por agotarse.
Por cierto, para evitar pruebas que puedan inculparme (ya sabes, estoy confesando un delito) esta carta se autodestruirá en cuanto termines de leerla.
Saludos cordiales.
Beatrice Brown.
Hermione no tuvo tiempo de reaccionar. La carta se prendió en llamas tan pronto como terminó de leer aquella última palabra.
—¡Ay! Maldita sea… —exclamó cuando el fuego le quemó los dedos y se apresuró a dejarla caer al suelo.
Draco se despertó, sobresaltado por su grito.
—¿Qué pasa?
El chico se incorporó, algo desorientado, pero a tiempo para ver cómo un pergamino ardía sobre el suelo de piedra hasta consumirse por completo y dejar un débil humillo negro en el ambiente.
Luego abrió mucho los ojos y miró a Hermione con incredulidad.
—Has contactado con ella, ¿verdad? —inquirió, y por un momento pareció fuera de sí—. Le has escrito a Beatrice Brown.
¿Me dejas un review? :)
Cristy.
