Capítulo 11: Somos… ¿libres?


Hermione se encontraba tan envuelta en una espiral de emociones que durante unos segundos perdió la noción de sí misma. Lo único que podía sentir, aparte de un fuerte deseo ardiendo en su entrepierna, era una incómoda sensación de mareo dando vueltas en su cabeza. Eso y la palpitación de sus labios hinchados al ser mordidos esporádicamente entre beso y beso, y la diferencia de temperatura entre su caliente mejilla y la mano fría del chico, que sostenía su rostro con fuerza.

Su corazón latía loco, desbocado, como si estuviera decidido a salírsele del cuerpo en cualquier momento, y Hermione sabía que había una razón para eso. Había empezado a sentir un dolor agudo en las costillas y una presión en el pecho a medida que la idea iba ganando espacio en su cabeza.

Aquello no estaba bien.

Muy en el fondo de su mente, en el recoveco más oscuro y profundo de su consciencia, sabía que aquello no estaba para nada bien.

De hecho, la parte más egoísta y caprichosa de la chica llevaba un buen rato tratando de ignorar el hecho de que lo que estaba pasando estaba mal, horriblemente mal. Esta parte se aferraba con uñas y dientes a la satisfacción de haber conseguido lo que quería, de estar probando los labios de Draco Malfoy en un fiero beso que le robaba el aliento a cada segundo.

Otra parte de ella, una más lógica y sensata, intentaba llamar su atención desesperadamente para hacerle entender que no podía salir nada bueno de aquella situación y que tenía que detenerla de inmediato. Porque Malfoy claramente solo la había besado para que no revelara su secreto, y no porque realmente quisiera hacerlo. Es más, ella ni siquiera le gustaba.

Este pensamiento hizo que la parte caprichosa se fuera desinflando poco a poco hasta convertirse en un montoncito de polvo en una esquina de su consciencia, un montoncito de polvo avergonzado y arrepentido de dejarse llevar por la impulsividad de la avaricia. Porque quería tenerlo, sí, aún ansiaba poseer a Draco Malfoy, pero no así. No a base de chantaje y juego sucio.

No si él no la deseaba a ella de igual manera.

Hermione apretó mucho los ojos.

Diablos, el desengaño iba a doler en lo más profundo de su ser.

Agarró al chico por el antebrazo bueno y se obligó a ejercer fuerza para separarlo de ella.

Cuando se miraron, ambos estaban colorados y respiraban entrecortadamente. De entre sus labios húmedos, que permanecían entreabiertos, salían leves jadeos que eran como cálidas caricias en la cara del otro.

—Malfoy —susurró Hermione, aún consciente de que tenían bastante público alrededor. Deslizó la mirada de sus labios a sus ojos y continuó en voz baja—: No… no deberías haberlo hecho. No iba a decirlo. No realmente.

Este enarcó los ojos, y de repente pareció sumido en un debate interno para el que Hermione hubiera dado lo que fuera por tener acceso. Luego, sin apartar los ojos de los de la chica, Malfoy exclamó:

—¡Hechizaré a cualquiera que siga mirando cuando me dé la vuelta!

Y acto seguido giró sobre sí mismo y echó a andar, con una confusa y atormentada Gryffindor siguiéndole los pasos de cerca después de tropezarse con el libro de la biblioteca que había olvidado que seguía a sus pies.


Por lo visto los rumores habían corrido más rápido de lo esperado, porque cuando llegaron a la enfermería la señora Pomfrey ya les tenía preparados dos tarritos con un ungüento curativo para los cardenales sufridos por la caída y un par de pociones para el dolor.

Hermione aceptó la suya de buena gana, pero Malfoy se negó a tomar nada alegando que no era para tanto.

Entonces la mujer insistió en revisarle el brazo. Le informó de que había estado consultando libro tras libro para encontrar una solución mágica poco invasiva que reparara su hueso roto, por si lo que le preocupaba era que el hechizo comúnmente usado para eso tuviera algún tipo de efecto adverso en él, pero este también se negó a recibir ningún tratamiento que no fuera aprobado personalmente por Snape. Malfoy no solo tenía en su organismo remanentes de una poción muy poderosa que, junto con cualquier otra poción o remedio curativo, podría quitarle la vida; También necesitaba mantener la escayola para que Snape pudiera apañárselas para llevarlo a San Mungo y, allí en Londres, pudiera conocer a una chica con la que tener relaciones sexuales para salvarse de su maldición.

La señora Pomfrey pareció decepcionada ante su negativa, pero aceptó su decisión y se fue a su despacho.

Luego de eso, los chicos se fueron a otra parte. Ambos estuvieron de acuerdo en encontrar algún sitio apartado de la vista de todos para pasar el resto del día alejados de los rumores sobre ellos y las miradas indiscretas.

Hermione estaba tan avergonzada que se hubiera tirado de cabeza a las profundidades de un pozo de existir alguno en el castillo.

Resignada a no tener a mano ninguna cavidad alargada y profunda en la tierra a la que lanzarse o simplemente tener la capacidad de evaporarse, la chica se limitó a seguir a Malfoy por los concurridos pasillos del colegio con la cabeza gacha y tratando de pasar desapercibida.

Para su desgracia, el escrutinio de la gente era tan avasallador que Hermione deseó tener un interruptor en algún lugar de su cuerpo con las opciones de "invisible" y "no invisible". Después de lo ocurrido, estaba convencida de que habría activado el modo "invisible" para luego jalar de la palanquita y arrancarla para nunca más volver a ser vista.

Eso habría estado muy pero que muy bien.

Se encontraba fantaseando con aquella idea loca cuando Malfoy finalmente encontró un lugar que parecía lo suficientemente alejado y tranquilo. Hermione suspiró, aliviada, pero solo porque no tenía ni idea de que el día estaba a punto de volverse mucho más extraño. Y es que después de que Draco sacara su varita y conjurara el encantamiento "Lumos" para iluminar un poco el sitio, Pansy Parkinson y Harry Potter aparecieron ante ellos.

Estaban… besándose.

Besándose y toqueteándose.

Hermione profirió un grito ahogado. Había logrado ver la mano de Harry metida bajo la falda de la chica antes de que este la sacara como si le hubiera dado un calambrazo.

—¡Por Merlín! —exclamó—. ¿Qué está pasando aquí?

Tras ser descubierto Harry saltó como un resorte para alejarse de la Slytherin con la que un segundo antes había estado intimando, pero esta no dejó entrever ni un atisbo de vergüenza o culpa ante la irrupción de los chicos.

—¿A ti qué te parece? —le respondió a la Gryffindor después de secarse la humedad de los labios y alrededores con elegantes toquecitos de sus dedos—. Te daré una pista: empieza por "m" y termina por "orreándonos". También puede traducirse como "pasándolo en grande". Y ahora bien, ¿qué hacéis vosotros aquí?

—¿En serio, Pansy? ¿Con Potter? —le espetó su amigo, en parte para meterse con ella y en parte para evadir su pregunta.

—Era el que tenía más a mano —dijo, mirándose las uñas con despreocupación mientras salvaba la distancia que Harry había puesto entre ellos. El aludido la miró con irritación—. Está bien, vale. Gracias a este castigo me he dado cuenta de lo mono que es en realidad. ¿Verdad, Potter? —dijo su apellido con voz acaramelada mientras le colocaba bien las gafas, ya que se le habían ido resbalando poco a poco por el puente de la nariz.

Draco hizo un sonido como de asco y Pansy, veloz como el rayo, cogió un borrador que tenía cerca y se lo tiró a la cabeza.

Le acertó de pleno.

—¡Eh!

—Cállate, ¿quieres? También he descubierto lo excitante que es liarse a escondidas con alguien de Gryffindor siendo Slytherin. Ya sabes, el placer de lo prohibido. —Miró a Hermione, sonrió, y después volvió a mirar a su amigo—. Si lo probaras, lo sabrías.

Se produjo un silencio casi casi sepulcral. Lo habría sido de no ser por los refunfuños de Harry en voz baja. Seguramente le daba bastante igual con quién se besara Draco Malfoy en su tiempo libre, pero el hecho de que la susodicha fuera su amiga no le hacía tanta gracia como a Pansy. De hecho, no estaban cumpliendo ese castigo por llevarse bien entre ellos.

La Slytherin, que ignoraba deliberadamente a Harry Potter, miraba alternativamente al otro par de chicos. Había ido entornando los ojos poco a poco, como si así pudiera perfilar mejor su sexto sentido… ese con el que los estaba analizando y viendo a través de ellos.

—Aquí pasa algo… —inquirió—. ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿También os habéis liado?

Esos dos debían de ser las únicas personas en el castillo ajenas a los rumores. Draco Malfoy miró sus zapatos y Hermione Granger se tocó el cabello mientras giraba la cabeza para convertirlo en una cortina que tapara su expresión avergonzada.

—¡No me lo puedo creer! ¡Ha pasado! ¡Os habéis morreado!

De repente, pequeños fuegos salieron disparados de un mismo punto y las velas de los candelabros sujetos a las paredes recuperaron sus llamas.

La habitación entera se iluminó y el hechizo "Lumos" de Draco dejó de ser necesario.

—¡Cabrón! —gritó Harry, y la varita que había conjurado los fuegos apuntó hacia el Slytherin—. ¡Te has aprovechado de ella!

Draco Malfoy estuvo a punto de alzar también la mano que sostenía su varita, pero Hermione se interpuso entre ellos antes de que pudiera hacerlo. Su cuerpo no protegía del todo al Slytherin, puesto que este le sacaba más de una cabeza de altura, pero al menos había evitado una confrontación segura. En cuanto Malfoy apuntara también a Harry, estos dos empezarían una pelea absurda y nadie les aseguraba que no fueran a terminar mal parados ellos mismos y las chicas a las que estaban encadenados.

Harry abrió la boca, seguramente para exigirle que se apartara, pero Hermione se adelantó y dijo:

—No, Harry, no se ha aprovechado de mí. He sido yo quien lo ha besado a él.

Su amigo palideció.

—¿Tú…?

—Sí, yo. ¿Es que acaso crees que las chicas no podemos tomar la iniciativa alguna vez?

—Oh, querida, si lo creía ya le he demostrado yo lo contrario —le aseguró Pansy, a quien la situación le parecía graciosa en cierto modo, lo cual era retorcido.

—Pues eso, que he sido yo. Baja la varita. —Esperó unos segundos prudenciales—. ¡Harry!

—¡De acuerdo, vale! —exclamó el aludido, dándose por vencido—. Pero Hermione, ¿en qué estabas pensando? ¿Has perdido el juicio? ¡Es Malfoy!

Pansy le dio un empujoncito en el hombro.

—Vamos, déjala en paz. Tiene derecho a meterle la lengua a quien quiera.

—¡Pero es Malfoy! —repitió, como si todos estuvieran pasando por alto algo crucial.

—Sí, sí, ya te hemos escuchado, cielo. Bueno, repite conmigo, ¿quién quiere té?

—¿Quién quiere té? ¿Para qué querría decir yo eso?

Pansy cogió la mano del chico que seguía sosteniendo la varita y la movió con precisión para conjurar una tetera humeante y unas cuantas tazas.

—Oh, cariño, es tan amable de tu parte. Vamos parejita, no os cortéis, tomad asiento y poneos cómodos.

Draco y Hermione miraron a su alrededor. No había nada donde tomar asiento que no fuera una vieja mesa de profesor y algunos banquitos de madera con aspecto de ser del siglo pasado. Y ninguna de las dos cosas parecía lo que comúnmente se denomina como "cómodo".

Pansy obligó a Harry a sentarse sobre la mesa para luego ocupar un lugar a su lado. Hermione alcanzó un banco y también se sentó. Miró a Malfoy, pero este respondió con un escueto «estoy bien».

Pansy, que estaba sirviendo el té, rodó los ojos.

—Como sea. En fin, ¡contádmelo todo!

—Hablas como si hubiera algo que contar —espetó el rubio.

—¿Y no lo hay?

—Pues no.

—Menuda respuesta. Esperaba una mentira más elaborada de tu parte, sobre todo teniendo en cuenta que eres un Slytherin de pura cepa… —soltó, y luego hizo volar las tazas a los demás con aires de superioridad.

Tras un instante en silencio, Hermione supo que no se había dado por vencida. Estaba claro que aún seguía esperando una respuesta. O más bien… un suculento cotilleo.

—No, Malfoy tiene razón —intervino entonces con la voz entrecortada—, no ha sido nada serio.

Pansy la miró con una ceja arqueada.

—Nadie ha dicho que lo fuera… No es como si os fuerais a casar mañana, querida. Pero una puede divertirse, ¿no crees?

—¡Ay!

Las manos de Hermione habían empezado a temblar y el líquido de su taza se había derramado por los bordes, quemándole los dedos. Automáticamente se los llevó a la boca como un acto reflejo para lamer la quemazón. Sus ojos volaron al Slytherin en cuanto se dio cuenta de lo que estaba haciendo, descubriendo con sonrojo que este también la estaba mirando. Apartó la vista de él y los dedos de su boca y rio bajito para liberar tensión.

—Lo cierto es que no ha tenido mucho de divertido —confesó, intentando entonar la voz para hacerles creer que no había sido nada memorable para ella, mucho menos para él—. Nos caímos por las escaleras y tuvimos que ir a la enfermería —continuó, señalando la pequeña bolsa de papel que la señora Pomfrey les había dado—. Nos dio estas cremas y yo tomé una poción para el dolor, pero debió de haberme sentado mal porque por un instante… por un instante perdí la noción de mí misma y fue entonces… sí, fue entonces cuando me encontré besando a Malfoy. Ya ves, todo ha sido un terrible malentendido.

Pansy arrugó el entrecejo.

—¿No habías dicho no sé qué de tomar la iniciativa o algo así?

Hermione tomó un gran sorbo de té de forma casi frenética. Se quemó la garganta, pero al menos le dio unos segundos para pensar.

—Sí, claro… porque fui yo quien lo besé, aunque no estaba del todo lúcida en ese momento… Pero cuenta como tomar la iniciativa, ¿no?

La chica se odió por tartamudear y sonar tan insegura, pero aun así forzó una sonrisa para ocultarlo.

—Y si no estabas lúcida… ¿Cómo sabes que fuiste tú quien lo besaste y no al revés?

—Bueno, ¿por qué no te callas de una vez y me ayudas a echarme la crema? —la cortó Draco, intentando desviar su atención a otro asunto menos comprometedor.

Pansy se encogió de hombros y saltó de la mesa para acercarse. Hermione cerró los ojos y suspiró por lo bajo. Claramente no la había convencido y era muy probable que sacara sus propias conclusiones, pero al menos lo había intentado. Después de todo, se lo debía. Desviar las responsabilidades de aquel beso hacia sí misma era su forma de compensar a Malfoy por haber provocado que la besara sin querer hacerlo realmente.

Parkinson dio un grito de espanto en cuanto el chico se quitó la camisa y dejó al descubierto una espalda llena de hematomas.

—Por Salazar bendito… —gimió—. ¿Te has caído por las escaleras o de la torre de astronomía? Vuestra versión de los hechos tiene lagunas por todas partes, mi versión hasta ahora es que Granger te ha estampado contra la pared con una pasión desbocada para darte el morreo de tu vida, habéis acabado rodando por todas partes y por eso ahora tu espalda tiene este aspecto.

—Tu gracia sí que es desbocada, mira cómo me rio —le espetó su amigo.

Pansy lo ignoró y echó mano de las cremas, desenroscando la tapa de una de ellas.

—Que quede claro que voy a ponerme este ungüento apestoso en mis preciadas manos para echártelo por la espalda porque soy una buena amiga, pero que sepas que no pienso tocarte el culo. Ahí atrás échatelo tú solo, o pídele ayuda a quien esté dispuesto... o dispuesta... a manosearte tus cuartos traseros. ¿De acuerdo?

Y luego le dio un extraño tic en el ojo.

No, espera. No era un tic, sino un guiño a Hermione. ¿Tal vez para que se diera por aludida?

La Gryffindor miró hacia otro lado, pero no lo suficiente como para no ver por el rabillo del ojo cómo Pansy embadurnaba a Malfoy en crema.

La chica siguió tratando de sonsacarles información sobre el beso hasta que se aburrió de no obtener detalles morbosos que pudiera usar contra ellos más adelante y, dedicándoles una mueca como despedida, arrastró a Harry fuera de allí para irse a otra parte a seguir con su propia sesión de morreos.

Pansy Parkinson era muy intensa cuando se trataba de los cotilleos del castillo, así que ambos chicos pudieron volver a respirar en cuanto volvieron a estar solos y dejaron de ser el objetivo de la Slytherin.

—Oye… de verdad que siento lo de antes —le dijo Hermione después de pasar unos largos minutos en silencio—. No iba a decirlo en voz alta, te lo prometo. Solo quería asustarte por… por llamarme tonta. Me he echado las culpas para intentar compensártelo porque sé que no querías besarme, y…

—Granger —le espetó él—. Déjalo ya.

Hermione hizo lo que le pedía y lo dejó estar.

El silencio los envolvió, quedándose con ellos. El único sonido era el de sus respiraciones y el de algún que otro esporádico suspiro.

No salieron de allí ni para almorzar ni para cenar. Tampoco cuando la maldición obligó al chico a satisfacerse delante de ella, que se fue a la otra punta del aula para darle privacidad. Por suerte, pudo distraerse un poco con el libro.

Harry y Pansy volvieron por la noche para traerles algo de comida envuelta en servilletas y para confirmarles lo que ya sabían: que todo el mundo estaba hablando de ellos, el incidente de las escaleras y el apasionado beso en el pasillo.

Todo esto alentó a los chicos a quedarse donde estaban durante el resto del domingo hasta que estuvieron seguros de que todo el mundo estaba en sus camas y de que no se cruzarían con nadie en el camino de vuelta a la sala común.

No habían vuelto a dirigirse la palabra, y tampoco se dieron las buenas noches cuando finalmente se acostaron y dieron por finalizado aquel caótico día.

Hermione puso a un lado el libro y se tumbó en el sofá, ajustándose y metiendo una mano bajo el cojín para ponerse cómoda… y sus dedos encontraron un pedazo de pergamino doblado por la mitad. Lo cogió, lo desdobló y encontró solo un puñado de palabras que parecían haber sido escritas con furia a juzgar por las gotitas de tinta negra esparcidas por doquier.

«Te lo advertí. Ahora, atente a las consecuencias».


El efecto de la poción había ido desapareciendo durante la madrugada y el dolor de la caída había vuelto poco a poco, despertando a Hermione del duermevela en el que había conseguido caer después de varias horas de insomnio. Además, en cuanto el recuerdo del beso con Malfoy acudió a su cabeza, se aseguró de sacudirle todo el sueño que pudiera quedar en su cuerpo y la mantuvo despierta de forma indefinida.

Era extraño, porque pensaba en sus labios como algo dulce y vergonzoso a la vez. Como algo cargado de placer pero también lleno de culpa porque solo uno de los dos había disfrutado el beso.

Entre eso y el trozo de pergamino que Astoria le había dejado bajo el cojín para amedrentarla, apenas pudo volver a dormir.

Las ojeras y los párpados medio caídos eran pruebas de ello a primera hora de la mañana, mientras los seis castigados esperaban en el despacho de Dumbledore a ser liberados del hechizo.

El director los hizo pasar y luego se tomó su tiempo para terminar de escribir algo en un libro antes de finalmente dirigirse a ellos, que esperaban pacientemente frente al escritorio, mirándose los unos a los otros.

—Bueno… debo admitir que era reacio a pensar que conseguiríais superar esta semana sin incidentes —empezó diciendo—. Estaba seguro de que en cualquier momento me llegarían noticias de duelos clandestinos, desfiguraciones o incluso envenenamientos a vuestras parejas de castigo. Sin embargo, no fueron precisamente ese tipo de noticias las que llegaron a mis oídos, y me hace muy feliz no haber recibido quejas de vuestro comportamiento por parte de los profesores del castillo —comentó, acercándose a Ron y Blaise con la varita en la mano—. Espero que esta experiencia os haya hecho madurar. —Movió la varita circular y ascendentemente ante ambos y luego se aproximó a Harry y Parkinson—. Entender vuestros diferentes puntos de vista. —Volvió a mover la varita durante unos segundos y dio un par de pasos hasta quedar frente a Draco y Hermione—. Y, sobre todo, espero que hayáis llegado a conoceros mejor para evitar futuros conflictos.

Sí, la verdad es que se conocían más… en muchos aspectos en los que Hermione no quería pensar.

Ambos se dedicaron una última mirada antes de que la punta de aquella varita los apuntara y deshiciera el hechizo, volviendo a darles la libertad.


Hermione siguió a Malfoy por inercia cuando salieron del despacho del director. Una vocecita en su cabeza le decía constantemente que ya podía hacer lo que tanto había ansiado una semana atrás: salir corriendo en dirección contraria al chico sin miedo a darse de bruces contra una pared invisible. Sin embargo, otra parte de ella se esforzaba por acallar a esa molesta voz para no tener que afrontar la realidad.

Quería seguir estando cerca de él, y mientras aún debiera recoger sus cosas de la sala común de Slytherin tendría una excusa para ir tras sus pasos.

Lo primero que hizo al llegar fue coger la crema para los cardenales y, dándole la espalda a Malfoy, se la puso con sumo cuidado para deshacerse de ellos cuanto antes. Dolían como el infierno.

Después de eso se dispuso a empezar a doblar su pijama cuando Malfoy se dirigió a ella de repente:

—Ya eres libre —le dijo, sombrío, y de alguna forma Hermione supo que no se refería al castigo, sino al hecho de que ya no tendría que volver a presenciar los arranques de aquella maldición que tanto le atormentaba.

—Sí. Yo espero que tú también te liberes… a tiempo. No mereces nada de lo que te está pasando —respondió ella, y luego se mordió la lengua para no seguir por ahí—. Bueno, supongo que… ya cumplimos con nuestra parte. Se acabó el castigo.

—Sí, se acabó.

Esperó unos largos segundos en un silencio incómodo entre ambos antes de, finalmente, ir en contra de sus deseos y decidir que ya era hora de irse. Ya no pintaba nada allí.

Tendría que aceptarlo.

Se acabó.

Se despidió y descubrió con sorpresa que, mientras se iba, luchaba en silencio contra una extraña fuerza que no podía ver y que tiraba de ella hacia atrás, como si aún siguiera atada al chico.

Lo sopesó un momento y llegó a la conclusión de que lo que ahora la encadenaba a él no era el poder de un hechizo, sino algo emocional.

—Espera.

Hermione se volvió rápidamente.

—¿Sí?

Había estado esperando precisamente eso, que la llamara o la parara y así tener una excusa para dejar de irse.

Porque no quería irse.

Quería sincerarse, arrancarse los sentimientos del pecho y entregárselos, ponérselos sobre las palmas de sus manos y hacerle saber que le pertenecían. Que eran suyos. Que había estado lo suficientemente confundida sobre ellos como para darse cuenta de que, tuviera lógica o no, se había enamorado perdidamente de esa parte suya que había conseguido ver durante el castigo y que no era ni prepotente ni egocéntrica, como se esforzaba por mostrar ante los demás, sino vulnerable y atormentada de una forma que le hacía querer correr a abrazarlo y apretarlo bien fuerte contra su pecho. Había descubierto que había aprendido tanto de sus errores como de los de su padre, y había visto en él esa parte buena y honesta que prefería morir antes que aprovecharse de alguien más para salvarse.

Ese escondido resquicio de luz en él, contra todo pronóstico, había conseguido encandilarla.

Pero sabía que no podía decirle eso.

Sobre todo porque él solo la había detenido para…

—Se te ha olvidado el bolso —le dijo.

Su bolso de cuentas estaba en el sofá, oculto tras un par de cojines de terciopelo negro.

Malfoy lo cogió y se lo tendió, pero resbaló de sus dedos y cayó al suelo antes de que Hermione pudiera cogerlo, y una cantidad ingente de cosas se esparció a su alrededor.

Ambos se agacharon a la vez para recoger aquel desastre, pero sus manos volaron en la misma dirección y terminaron medio enredadas sobre el suelo de piedra.

Se miraron a los ojos un instante, avergonzados, y luego rompieron el contacto visual rápidamente. Malfoy parpadeó y Hermione miró hacia otra parte.

Había tantas cosas por el suelo que se hacía difícil creer que todo aquello hubiera estado dentro del pequeño bolso de cuentas un momento antes.

—¿Krum? —preguntó Draco, y por un segundo la chica pareció desconcertada—. ¿Viktor Krum?

Cuando Hermione levantó la vista y vio que el Slytherin sostenía su correspondencia, tuvo que reprimir un grito.

Se la quitó de las manos y recogió el resto. Con todo lo que había pasado en los últimos días se le había olvidado por completo que tenía cartas por abrir. Diablos, su madre se pondría histérica cuando se diera cuenta de que su respuesta no llegaba tan puntual a como la tenía acostumbrada. Le urgía escribir una antes de que pensara que le había pasado algo grave y quisiera plantarse allí para comprobar que su querida hija estaba bien. La última vez que tardó un poco más de lo normal en responder a sus cartas quiso atravesar el muro que conectaba King's Cross con el andén nueve y tres cuartos y tan solo consiguió un chichón bien grande en la frente.

—Debo irme —le dijo a Malfoy, terminando de recoger sus cosas y saliendo corriendo de allí.

Sabía que ahora tenía clase, pero fue directa a su propia sala común y, una vez dentro, ocupó una mesa alejada.

Sacó la correspondencia del bolso y miró la carta de su madre. Sabía que se preocuparía si no se daba prisa en responder, pero… la carta de Krum picaba más su curiosidad, así que fue la que abrió primero.

Los irregulares y gruesos trazos de Viktor eran inconfundibles, y a juzgar por la cantidad de escuetos párrafos en el pergamino, su forma de escribir tan característica no había cambiado. Siempre había ido al grano, siendo corto y conciso. Curiosa por lo que tuviera que decirle, la chica empezó a leer.

Querida Hermione:

Hace tiempo que no hablamos. Espero que estés bien.

Me convertí en profesor de Duelo en Dumstrang cuando me gradué.

El próximo mes voy a ir a Hogwarts para un asunto entre colegios.

Te estoy escribiendo en Mayo. No sé cuándo te llegará esta carta, pero estaré por allí el primer lunes de Junio.

Podemos quedar si te viene bien, y ponernos al día en persona.

Como ves, he mejorado mucho mi inglés.

Abrazos.

Viktor.

Hermione soltó de golpe el aire que no se había dado cuenta de estar reteniendo en sus pulmones y, acto seguido, metió todo el brazo en el bolso de cuentas y rebuscó en su interior hasta dar con su agenda.

Pasó las hojas casi con desesperación hasta llegar al calendario anual.

Mierda.

El primer lunes de Junio era HOY.


¿Me dejas un bonito review? :)
Cristy.