Capítulo 14: Tres hermanas Greengrass son multitud.
A Hermione le pitaban los oídos, y lo primero que sintió al despertar fue un dolor agudo la mejilla. Aquello le extrañó, ya que no recordaba haberse golpeado allí recientemente.
Intentó hacer memoria, pero sus recuerdos estaban invadidos por una extraña neblina negra que no le dejaba ver lo que fuera que hubiera detrás, y que se convertía en un remolino enfurecido dentro de su mente a medida que ponía más y más empeño por recordar, lo que la confundió aún más.
Tampoco entendía por qué tenía tantísimo frío, pero llegó a la conclusión de que, tal vez, se había destapado durante la noche sin darse cuenta. Aun así, no había razón alguna por la que su cama y almohada debieran sentirse tan duras.
Intuía que había algo raro en todo aquello, pero todavía no había vuelto del todo en sí como para comprender lo que estaba pasando en realidad.
Hermione movió un poco la cabeza y el dolor de su mejilla disminuyó, pero lejos de desaparecer por completo lo que hizo fue moverse hacia el hueso de su pómulo. Fue entonces cuando empezó a pensar con un poco más de claridad, pero sin dejar de tener la horrible sensación de que tardaba una eternidad en relacionar conceptos simples para llegar a conclusiones lógicas. Como que aquella no era su cama. No podía serlo porque, de hecho, estaba tumbada boca abajo sobre la dureza de lo que parecía ser un suelo de piedra. Además, logró identificar también que el frío que sentía venía dado por la humedad que había en el ambiente y que se acumulaba en el suelo en forma de gotitas, mojando su ropa, cabello y rostro. Sus manos, que descansaban por encima de su cabeza con las palmas hacia abajo, también estaban en contacto con la fría y dura piedra, empapadas.
¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado?
Sabía que la reacción natural que debería haber tenido era la de levantarse de inmediato y mirar a su alrededor para ubicarse y buscar posibles amenazas, pero se sentía tan cansada que no creía tener la fuerza necesaria para hacer tal cosa. Ni siquiera era capaz de abrir los ojos más allá de pequeñas rendijas por las cuales solo podía ver un lugar borroso y mal iluminado a través de sus pestañas.
Pestañeó varias veces para intentar aclararse la vista, pero no funcionó, así que se resignó a tener que cerrarlos de nuevo. De todas formas mantener los ojos abiertos parecía requerir de un esfuerzo sobrehumano que en ese momento no tenía.
Estaba tan agotada que la idea de volver a dejarse llevar se le hizo tentadora, casi irresistible... pero echó mano a su autodeterminación para obligarse a mantenerse despierta. No fue fácil, pero se forzó a recordar que no sabía qué o quién la había llevado a ese lugar y que, por tanto, tampoco tenía ni idea de los peligros que podía enfrentar. Dormirse no era la mejor idea en ese momento, sobre todo cuando ya se encontraba en una posición de lo más vulnerable.
Estaba tan hecha polvo que hasta entonces no había sido demasiado consciente de que la saliva se le escapaba por la comisura de los labios e iba a parar a su mandíbula y parte del cuello, así que, con gran esfuerzo, consiguió tragar el exceso que se había acumulado en el interior de su boca y, gracias a esto, sus oídos se destaponaron y el pitido que había estado escuchando a lo lejos fue tomando más y más forma hasta que, de repente, se convirtió en una voz. Una voz que podía escuchar fuerte y claro. Una voz femenina que la llamaba por su nombre.
«¡Granger!», gritaba. «¡Granger! ¿Dónde diablos te has metido? ¡Hay que llevar a cabo el plan!».
¿Qué plan? ¿Y quién se suponía que le estaba hablando?
Buscó en su registro mental algún rostro conocido al que pudiera asociarle aquella voz, y aunque tardó unos largos segundos en deducirlo, al final llegó a la conclusión de que ese timbre agudo y esa forma de hablar con exigencias no podían ser de otra persona que no fuera Pansy Parkinson. Pero ¿por qué le estaba gritando al oído?
Unos pasos resonaron en el lugar, levantando eco a su alrededor y poniéndola alerta. O al menos todo lo alerta que podía estar teniendo en cuenta que desde que había despertado se había sentido más ida que lúcida.
Se le heló la sangre cuando escuchó un grito y los pasos se volvieron más y más rápidos hasta llegar a donde ella estaba, y no pudo evitar estremecerse cuando sintió cómo se arrodillaban a su espalda.
—¡Neville! —gritó alguien, pero ahora Hermione estaba algo más despierta como para saber de forma inmediata que aquella voz era la de Astoria—. ¡Te pedí que trajeras a Granger, no a mi hermana!
Astoria la giró hasta que su espalda estuvo contra el suelo, pero Hermione mantuvo los ojos cerrados y fingió estar dormida para ganar tiempo mientras analizaba la situación. ¿Por qué Astoria le había pedido a Neville que la llevara allí? ¿Y por qué pensaba que ella era Daphne?
Los acontecimientos más recientes antes de su desmayo llegaron a su cabeza como si alguien los hubiera catapultado desde el fondo de su mente hasta la superficie de su memoria.
Oh, claro, se estaba haciendo pasar por Daphne Greengrass para averiguar qué había pasado con Neville antes de que este la encontrara y, de buenas a primeras, la estrangulara hasta dejarla inconsciente.
También cobraba sentido el hecho de tener a Pansy Parkinson gritándole como una loca en el oído, ya que acababa de recordar el aparato que esta le había dado para ayudarla mientras llevara a cabo el plan.
Bueno, pues al parecer el estúpido plan acababa de complicarse un poco.
No sabía de qué otro modo podía proceder, así que ahora solo le quedaba disimular y hacerse la tonta para evitar ser descubierta.
—¿Astoria? —dijo entonces, tratando de sonar como lo haría Daphne en una situación como aquella. Pero la voz de la chica no se escuchó alta, clara y melodiosa como de costumbre, sino baja, ronca y áspera. Se asustó por un momento, pero supuso que era producto del estrangulamiento y del hecho de yacer en el frío y húmedo suelo durante a saber cuánto tiempo—. ¿Astoria? —repitió, forzando la voz un poco más para ser escuchada.
—Estoy aquí —le respondió la aludida, que se apresuró a entrar en su campo de visión y le quitó unos mechones de cabello de la cara—. ¡Oh, Salazar! ¡Estás sangrando!
Hermione abrió los ojos con dificultad y se llevó una mano a la cabeza, más concretamente a un punto cercano a la frente. Hizo una mueca de dolor al tocarse, y luego observó cómo la sangre se deslizaba por sus dedos hasta la palma de su mano al retirarla.
Seguramente había sido lanzada al suelo sin mayores miramientos, como si se tratase de un trozo de carne para un animal enjaulado y no de una persona humana.
Eso explicaba el cansancio, la fatiga y la dificultad que había tenido hasta hacía un momento para pensar y recordar cosas. Un golpe en la cabeza de esas magnitudes podía llegar a ser fatal, así que se dijo que en cuanto saliera de allí iría derechita a que la examinara la señora Pomfrey. Además de que era muy probable que tuvieran que cogerle puntos también quería descartar tener una conmoción cerebral o algo por el estilo. Esperaba que la cosa no fuera seria, o de lo contrario tendría que hacer una visita a los sanadores de San Mungo.
Este pensamiento pronto se transformó en el recuerdo de Draco Malfoy y su visita al hospital mágico como tapadera para encontrar a una chica con la que tener relaciones para deshacerse de la maldición.
—Lo siento muchísimo, Daph —dijo Astoria, interrumpiendo sus confusos pensamientos—. No sé qué le ha pasado a Neville, de verdad… le pedí que trajera a Granger, no a ti.
Escuchar aquello le hizo sentir alivio de estar camuflada bajo la piel de otra persona, pero no quitó el hecho de que también sintiera un profundo terror en la boca del estómago. ¿Para qué la quería allí? ¿Es que pensaba cumplir sus amenazas? Y si esa era la cuestión, ¿cómo pensaba llevarlo a cabo? ¿Iba a acabar con ella para luego tirar su cuerpo al lago o se conformaría con simplemente "herirla de gravedad" y luego borrarle la memoria para que no pudiera señalarla como la culpable? Lo que estaba claro era que no se andaría con chiquitas. Ningún Slytherin lo hacía.
Quiso hacer acopio de la poca fuerza que le quedaba para ponerse en pie y salir corriendo, pero su parte más racional le dijo que lo más probable era que la alcanzara antes de que pudiera dar tres pasos, ¿y qué haría después? Aquello solo la pondría en evidencia. Así que aguantaría el tipo y aprovecharía para tratar de descubrir toda la verdad. Tal vez, si hacía como que tenía amnesia, Astoria le contara todo lo que necesitaba saber.
Miró al chico, que seguía de pie a unos metros de ellas, y luego posó los ojos en la que se suponía que era su hermana.
—¿Neville? ¿Qué haces con Neville? ¿Y por qué le has pedido que te traiga a Granger? —dijo Hermione, fingiendo sorpresa a medida que se incorporaba con pesadez.
Astoria le puso una rápida mano en la espalda para ayudarla mientras la miraba con una mezcla de incredulidad y temor asomando a sus ojos.
—¿No recuerdas nada, Daph?
—Creo… creo que tengo amnesia o algo parecido. No puedo recordar mucho… seguramente haya sido el golpe en la cabeza.
Astoria se giró hacia el chico con furia.
—¿Qué le has hecho, Neville? Deberías haber sido más cuidadoso con mi hermana.
Pero el aludido no respondió. Simplemente se quedó allí, de pie y sin moverse lo más mínimo. Era una imagen que daba escalofríos.
—¿Qué le has hecho tú a Neville? —espetó Hermione de una forma un poco más brusca de la que debería, teniendo en cuenta que se suponía que estaba haciendo el papel de otra persona. Intentó enmendarlo señalando al chico y añadiendo en un tono más suave—: Míralo, parece una estatua.
Astoria se puso colorada y miró hacia otra parte, así que Hermione tuvo que insistir.
—¡Cuéntamelo! ¡Me ayudará a recordar!
La chica chistó la lengua y suspiró.
—¡Está bien, está bien! Pero prométeme que no te enfadarás como la primera vez…
—No lo haré.
—¿Estás segura?
—¡Astoria!
—¡Vale! —replicó, y luego pasó a mirarse las manos, que reposaban en su regazo. Empezó a jugar con sus uñas antes de murmurar—: Yo… lo secuestré.
Hermione se sacudió debido a la sorpresa.
—¿Que hiciste qué?
—¡Has prometido no enfadarte!
La chica de Gryffindor cerró los ojos y tomó aire, contando regresivamente desde diez para tranquilizarse. Bueno, ahí estaba la solución al misterio de la desaparición del chico: un secuestro. Pero ¿por qué secuestraría alguien como Astoria a alguien como Neville?
—No… estoy… enfadada —se forzó a decir. Luego volvió a abrir los ojos y miró directamente dentro de los de la otra chica—. Tan solo necesito entender por qué hiciste tal cosa.
—¡Porque llevo enamorada de él desde los doce! ¡Tú has sido mi confidente todo este tiempo!
—Ah, sí, claro —respondió, tratando por todos los medios de no parecer demasiado sorprendida.
No supo si llegó a conseguirlo, porque… wow.
Astoria Greengrass coladita por los huesos de Neville Longbottom.
Simplemente… wow.
—¿Daph? —la llamó cuando se quedó en silencio un momento, sumida en sus pensamientos, y Hermione tuvo que volver al presente de forma brusca.
—Sí, sí, solo estaba… intentando recordar cosas, pero no lo consigo. Me estaba preguntando… ¿cómo te las ingeniaste para "secuestrarlo"? ¡Mide como dos metros!
—Lo hechicé, claro está —dijo con soltura, y luego, cuando notó la mirada inquisitiva de Hermione, añadió—. ¡No me mires así! Me cansé de que no notara mis insinuaciones…
—Y te pareció buena idea secuestrarlo y obligarle a quererte, ¿no? —le recriminó sin poder evitarlo, agarrándose a la excusa de que, al parecer, a la Daphne real tampoco le había parecido bien lo que su hermana había hecho. Sin embargo, tampoco le convenía que Astoria se cerrara en banda y dejara de contarle cosas que eran de vital importancia para resolver todos los interrogantes de su cabeza, por lo que a continuación dijo con sincera curiosidad—: Por cierto, ¿qué es este sitio?
Hermione se limpió el rímel corrido de los ojos con el dorso de la mano y miró a su alrededor con clara conmoción. Era un espacio inmenso de piedra caliza que en el pasado había sido blanca pero que ahora estaba ennegrecida por el tiempo, con pequeñas ventanas en lo alto de las inmensas paredes.
Nunca había estado allí, pero debía de ser un lugar oculto en las profundidades de las mazmorras, uno de los tantos lugares abandonados del castillo donde se suponía que los alumnos no debían estar.
—Aquí veníamos a aprender y practicar los hechizos de magia negra del libro que Draco robó de la sección prohibida, ¿no te acuerdas? Fue hace años.
—Sí, claro… esto… voy recordando a medida que me cuentas cosas. Entonces, ¿cuánto tiempo lo has tenido aquí encerrado? —quiso saber, haciendo un movimiento de cabeza hacia el chico en cuestión que derivó en un dolor lacerante en la zona de esta que aún sangraba.
—Oh, Daph, lo siento tanto… —dijo su hermana, para quien su dolor no había pasado desapercibido—. Debería haberte escuchado cuando me pediste que esperara para vengarnos de la mosquita muerta de Granger, pero… te veía tan desconsolada que… ¡no podía quedarme de brazos cruzados por más tiempo!
—Espera, ¿qué queríais hacerm…? Quiero decir, ¿qué se supone que queríamos hacerle a Granger?
La chica suspiró.
—Ya sabes… hablamos de darle un escarmiento. ¡Fue culpa suya que rompieras con Draco! Llevamos unos días viniendo aquí para hablar de los detalles. Teníamos que dejarle claro que no puede meterse con las Greengrass y salir victoriosa, pero tú querías tener un plan más elaborado antes de actuar y yo simplemente no pude esperar más y le pedí a Neville que me la trajera para ir improvisando sobre la marcha —empezó a confesar, arrepentida—. Ha sido muy poco Slytherin de mi parte, me he comportado como una estúpida. Lo siento mucho.
—¿Qué es lo que sientes, Tori? —dijo una voz, que apareció de la nada detrás de ellas—. Querría haber venido antes, pero me han castigado y he tenido que…
Ambas se giraron para ver a la recién llegada, que iba entrando en el lugar con despreocupación hasta que vio a Hermione, es decir, a sí misma, e instintivamente retrocedió un paso.
Daphne Greengrass estaba allí.
La verdadera Daphne Greengrass.
Y tanto ella como su impostora se quedaron mirándose fijamente, como si fueran un reflejo de la otra en el espejo.
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Cristy.
