Capítulo 15: Preguntas y respuestas y frases inacabadas.
Astoria profirió un grito de horror que retumbó en sus cabezas y les heló la sangre, pero ni siquiera entonces pudieron apartar la mirada de la otra.
—¡Qué está pasando aquí!
La verdadera Daphne achicó sus ojos de gata y escudriñó su propia imagen personificada frente a ella con aspecto desafiante.
—¿Quién demonios eres? —espetó con una amenaza implícita en la voz que casi hace estremecer a Hermione.
Solo casi, porque afortunadamente Hermione recordó a tiempo que cualquier muestra de debilidad en una situación como aquella podría descubrir su verdadera identidad… y mejor no pensar en lo que podría pasar entonces.
—¿Quién demonios eres tú? —la imitó a la vez que la miraba con el ceño fruncido, como si ella tampoco entendiera lo que estaba pasando.
Astoria entrecerró los ojos, evaluando las palabras de ambas mujeres. En ese momento, un destello de entendimiento cruzó su mente mientras las miraba intermitentemente.
—Está claro que una de vosotras es mi hermana, y la otra alguien usando la poción multijugos para suplantarla.
—Ella es la impostora —se adelantó Hermione, señalando a la verdadera Daphne con un dedo acusador con la esperanza de causar la máxima confusión posible—. ¿A qué esperas? ¡Haz algo!
Daphne dio un paso al frente.
—Astoria, escúchame, esta copia barata de mí está intentando engañarnos. Yo soy tu verdadera hermana.
Astoria seguía mirándolas con la confusión grabada en sus ojos. No sabía en quién confiar. Las dos mujeres frente a ella eran idénticas y sus voces resonaban con la misma entonación que la de su hermana.
—¡No es verdad! ¡Yo soy la verdadera Daphne! —protestó Hermione mientras sentía cómo su transfiguración empezaba a flaquear ligeramente bajo la presión y el tiempo que había pasado.
«Tranquilízate», se ordenó. «Eres Slytherin. Eres una Greengrass. Mantén la compostura».
Astoria, luchando con sus propias dudas, decidió poner a prueba a las supuestas hermanas.
—Hace un momento me has preguntado qué es este sitio… Si eres realmente Daphne, entonces... —dijo, dirigiéndose a Hermione—. ¿Cómo se llega hasta aquí? Has llegado inconsciente, Neville te ha traído, pero si eres mi hermana debes conocer el camino.
Hermione se quedó congelada. No sabía cómo responder a eso, ¡ni siquiera sabía de la existencia de esa sala hasta que Astoria le había dicho que los chicos de Slytherin la habían usado para practicar magia oscura!
Trató de evaluar sus opciones rápidamente. La poción multijugos le había otorgado la apariencia de Daphne, pero no podía replicar cada uno de sus recuerdos y conocimientos. ¿Cómo iba a salir victoriosa de aquella situación?
Entonces, milagrosamente, la respuesta resonó en su oído… Pansy Parkinson le estaba dando las indicaciones necesarias a través del pinganillo de su oído. Hermione solo tuvo que repetir las mismas palabras exactas que escuchaba.
—La entrada está detrás del tapiz colgante del segundo piso de las mazmorras.
—El del cementerio bajo la luna llena —concretó Pansy—. Vamos, dilo.
—El del cementerio bajo la luna llena —repitió Hermione, recuperando la confianza al ver que había logrado confundir a Astoria—. El tapiz da a un pasadizo de varios metros que gira a la izquierda antes de encontrar las escaleras que llegan a este lugar —añadió con la nueva información que le estaba brindando Pansy.
—¡Eso no prueba nada! —gritó la verdadera Daphne—. ¡Tan solo que puede ser cualquier otro Slytherin! ¡Pero yo soy tu hermana, Tori, tienes que creerme!
Astoria entrecerró los ojos, y acto seguido le preguntó.
—¿Cómo se llamaba nuestra primera mascota?
—Little Whiskers —respondió con confianza.
—Eso podía saberlo cualquiera —intervino Hermione—. Estoy segura de que le mencioné ese nombre a…
«¿Quién es la mejor amiga de Astoria? Piensa Hermione, piensa, maldita sea». Pero el tan ansiado nombre no venía a su mente. La verdad es que no tenía ni idea de quién era la mejor amiga de esa chica.
Por suerte, antes de que pudiera notarse que se había quedado sin una respuesta satisfactoria, Astoria, movida por la excitación de descubrir la verdad sobre quién era la impostora y quién era su hermana real, le hizo otra pregunta.
—Mi último examen —dijo, exaltada—. Dime la nota de mi último examen. Te la mencioné hace unos días.
—Y ahí estaba yo para escucharla —canturreó Pansy en su oído—. Un ocho con veinticinco. Una nota bastante cutre para pertenecer a la honorable y sabia casa de Slytherin, si quieres mi opinión.
—Un ocho con veinticinco —repitió Hermione con la garganta seca.
Entonces, en un visto y no visto, Astoria sacó su varita y la apuntó hacia la verdadera Daphne. La aludida miró a su hermana con indignación.
—¿Qué crees que haces?
Ambas empezaron a discutir en ese momento, una pidiendo explicaciones a gritos sobre quién era y por qué estaba suplantando a su hermana y la otra tratando de hacerla entender que ella era la verdadera Daphne y que a quien debería estar apuntando era a la copia exacta de ella que estaba al otro lado de la sala.
Hermione aprovechó ese momento de distracción para murmurarle unas palabras a Pansy.
—La cosa se está poniendo fea. Hay varitas de por medio.
—Resiste —escuchó decir a Parkinson de manera entrecortada, como si estuviera moviéndose muy deprisa—. He ido a buscar refuerzos. Llegamos en unos minutos.
—¡Basta! —bramó Daphne, enfurecida como no la había visto nunca. Al parecer, que le robaran la apariencia y pusieran a su hermana en su contra no le había gustado ni siquiera un poco—. ¿Por qué no bajas la maldita varita y le pides a ella que te enseñe la suya? Si soy yo, entonces debería llevarla encima.
A Hermione le dio un vuelco el corazón, pero se palpó la túnica, como si tratara de buscarla.
—¡No está! —gritó, fingiendo sorpresa.
—Claro que no está —añadió Daphne, y acto seguido la sacó del bolsillo de su túnica—. Porque yo soy la verdadera Daphne.
Ante aquello, como si la actriz que no sabía que llevaba dentro hubiera despertado, Hermione salvó la distancia hasta Daphne y la empujó con violencia.
—¡Me has robado la varita! —chilló, adoptando la actitud altiva característica de Daphne—. ¡Devuélvemela!
Daphne le devolvió el empujón y Hermione tiró de ella hasta que ambas estuvieron en el suelo, forcejeando. La Gryffindor se aseguró de golpearle la cabeza en el mismo sitio donde ella sangraba para hacerla sangrar a ella también, y luego trató de mantenerla agarrada mientras giraban sobre sí mismas una y otra vez hasta que Astoria ya no supo distinguir quién era la Daphne a la que había encontrado en aquella sala y la Daphne que había entrado allí por su propio pie.
Por si acaso.
Pero en un momento dado, Daphne logró zafarse de Hermione y ponerse en pie, poniendo distancia entre ellas.
—¿Recuerdas nuestra infancia en el jardín trasero de la mansión? —le dijo a Astoria, respirando con dificultad—. ¿Recuerdas lo que hacíamos para escapar de las lecciones de etiqueta de mamá? Solíamos escondernos en el seto de arbustos junto al estanque para ver en la distancia cómo mamá nos buscaba como una desquiciada por la mansión. Nos reíamos sin parar cuando la veíamos a través de las ventanas ir de una habitación a otra. Luego, nos escapábamos para explorar el bosque que había junto a la casa de invitados. Pregúntale —continuó, haciendo un gesto hacia Hermione con la cabeza—, sobre el código secreto con piedras que nos inventamos para comunicarnos. Vamos, dile que te cuente en qué consistía.
Hermione contuvo el aliento, intentando inventar cualquier cosa que pudiera salvar su engaño. Pero tanto ella como la verdadera Daphne sabían que había perdido.
Astoria miró a Hermione con suspicacia, esperando su respuesta. Luego de unos segundos de silencio, Daphne continuó con seguridad.
—¡Mira sus ojos, Astoria! —exclamó—. Los ojos nunca mienten. La auténtica Daphne Greengrass nunca tendría dudas sobre su propia infancia.
Astoria frunció el ceño, cada vez más convencida de que algo no cuadraba.
—¡Por supuesto que no tengo dudas! ¡Y por supuesto que conozco el código secreto con piedras que nos inventamos! —intervino Hermione, tratando de desviar la atención y ocultar su desconocimiento.
Pero entonces, la varita de Astoria pasó a apuntarla a ella.
—Todo lo que ha dicho sobre escaparnos de las lecciones de etiqueta y escondernos en los arbustos es cierto, pero nunca tuvimos un código secreto con piedras —dijo Astoria con voz dura.
Daphne sonrió, victoriosa.
Maldición, le había tendido una trampa.
La transfiguración de Hermione volvía a desmoronarse rápidamente bajo la presión de las preguntas y la seguridad de Daphne. Sentía cómo la sangre burbujeaba en sus venas y tenía la sensación de que la piel de Daphne se estaba desdibujando poco a poco sobre la suya propia. Sin más opción, Hermione tomó una decisión arriesgada.
Estaba a punto de atacar cuando Snape apareció en escena seguido por Pansy.
El profesor las apuntó con la varita, aunque aquel gesto fue innecesario ya que su sola presencia ya había apaciguado las aguas. Sin decir ni una palabra examinó el lugar, frunciendo el ceño ante la imagen de dos Daphnes antes de reparar en Neville, que se mantenía apartado en el mismo lugar en el que Astoria le había ordenado que se quedara.
El profesor se dirigió hacia allí y empezó a lanzar algunos contrahechizos para liberarlo del encantamiento que habían puesto sobre él.
Mientras tanto, Pansy miró a ambas Daphnes y le susurró a través del audífono:
—No tengo ni idea de cuál eres, pero tienes que salir de aquí de inmediato si no quieres recibir una amonestación bien gorda por convertirte en otra alumna ilegalmente. Y de paso arrastrarme a mí también cuando te presionen para que digas el nombre de tus cómplices.
Por supuesto, el uso de la poción multijugos estaba absolutamente prohibido en Hogwarts. Y, por supuesto, Hermione Granger no quería quedarse allí para recibir una expulsión inmediata.
Así que logró escabullirse cuando nadie miraba y corrió y corrió hasta salir del pasadizo que anteriormente había descrito gracias a la ayuda de Pansy. Con el corazón todavía acelerado y las manos temblorosas, puso rumbo a los pisos superiores del castillo. Necesitaba una ducha con urgencia. Una ducha que le quitara la culpa de todo lo cuestionable que había hecho desde aquel maldito castigo.
Pero antes de que pudiera alejarse demasiado, alguien agarró su brazo desde atrás para detenerla.
—Daphne.
Hermione exhaló el aire de sus pulmones.
Era Malfoy. Ya había vuelto.
—Draco —musitó.
—Ven —le dijo, tomando su mano con delicadeza y llevándola a un lugar apartado. Luego, con voz suave, añadió—: Tenemos que hablar.
Pero después de mirar directamente a sus ojos, y a pesar de todo lo que acababa de pasar, ella no podía dejar de pensar en una cosa. Una sola cosa. En lo que había ido a hacer al mundo muggle.
—¿Lo has conseguido? ¿Has encontrado a alguien con quien…? —preguntó entonces con voz ronca, incapaz de completar la frase.
Algo en su interior se removía de incomodidad al imaginarlo en la cama de una chica sin rostro, tocando su cuerpo desnudo y ardiendo de placer mientras mantenían relaciones, pero otra parte de ella moría por saber si su idea había resultado en algo positivo y la maldición por fin se había ido.
Pero pronto se percató de que algo no iba del todo bien. Sus ojeras seguían siendo profundas y sus hombros seguían hundidos de cansancio y dolor.
—No era eso de lo que quería hablar. Pero no, no lo he hecho.
Hermione no podía creerlo.
—¿Por su condición de muggles? —preguntó, incrédula. ¿Es que no había encontrado a ninguna chica lo suficientemente digna de él solo por no tener magia corriendo por sus venas?
Su mirada se oscureció.
—No ha sido por eso —respondió, y en su voz pudo notarse un atisbo de indignación—. La condición de la sangre ya no… no… —murmuró, sin saber cómo continuar. Hermione pudo escuchar un "no me importa" en el aire. ¿Era eso posible?—. Da igual. El caso es que, aunque mi vida esté en juego, yo… no podía aprovecharme de una chica inocente de esta manera. Es cínico y abusivo a niveles que ni yo puedo alcanzar.
Aquella repentina muestra de humanidad hizo que Hermione no pudiera resistir el impulso de acariciarle la mejilla con las yemas de los dedos, maravillada ante sus palabras. Prefería morir antes que engatusar a una joven para embarazarla en contra de su voluntad. Eso era tan… honorable…
Draco agarró su muñeca y la separó de su rostro.
—Daphne, en el paseo que dimos ayer… traté de decirte algo, pero no encontré el valor suficiente para hacerlo.
Hermione recordó el momento en el que los había visto pasar mientras estaba con Krum en la cafetería.
—Verás… Yo… —prosiguió, claramente batallando para encontrar las palabras que necesitaba para decir aquello—. Creo que deberíamos dejarlo.
—¿Qué? —murmuró Hermione.
—Daphne… sabes que te quiero, y que siempre guardarás un lugar especial en mi corazón. Pero me diste la espalda en uno de mis momentos más bajos solo porque tenía que estar cerca de Granger todo el tiempo. —Hizo una pausa que se sintió eterna—. Si hubieras estado, si te hubieras quedado a mi lado y me hubieras apoyado… pero no lo hiciste, Daphne, y ella... y yo… creo que…
"Creo que me he enamorado de ella", susurró el aire que los envolvía. Las palabras habían quedado sin decir, pero se habían dado a entender, se habían materializado entre ambos de una forma u otra.
Hermione saltó a sus brazos y se fundió con él en un beso desesperado que duró el tiempo que Draco tardó en volver en sí y apartarla por los hombros.
Pero entonces, la chica que encontró frente a él no fue Daphne, sino Hermione. Por un momento se mostró confundido, pero el deseo de volver a probarla hizo acto de presencia antes de que pudiera preguntar nada, y poniendo ambas manos en su rostro con delicadeza, volvió a atraerla hacia él para besarla.
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Cristy.
