Capítulo 21: ¿Una cuestión de... sangre?

Draco sabía que meter a Crookshanks en la mansión sería una tarea complicada. Debía ser extremadamente discreto y asegurarse de que ni un solo elfo doméstico se enterara de la presencia del endemoniado gato en sus aposentos. Con lo chismosos que eran esos elfos, estaba seguro de que la noticia llegaría a oídos de su padre en cuestión de minutos. Y considerando que Lucius Malfoy no toleraba animales en la casa, aquello no era una opción.

Por suerte, la oportunidad perfecta surgió cuando su madre fue a recogerlo a Hogwarts tras haber sido informada del repentino cierre del colegio. Dumbledore había establecido que al menos uno de los progenitores de los alumnos debía personarse y firmar un documento que confirmara que se los llevaban bajo su responsabilidad, así que los terrenos del colegio habían empezado a estar a rebosar de padres preocupados que no dejaban de hacer preguntas sobre los motivos del cierre.

—Tienes mejor aspecto, cariño —le dijo su madre con una sonrisa encantadora al llegar.

Draco asintió, distraído. Se encontraba escaneando la multitud con la mirada. Buscaba a los padres de Hermione entre los rostros, pensando que si los encontraba podría entregarles a Crookshanks y evitar llevarse al gato consigo. Pero se detuvo al pensar que lo más probable era que las autoridades ya hubieran ido a su casa para informarles de la desaparición de su hija. No tenía sentido hacerles venir solo para darles aquella terrible noticia que cualquiera preferiría tener en la intimidad de su casa.

—Madre, necesito que me ayudes con algo… —le dijo en voz baja cuando se disponían a irse.

La mujer alzó una ceja con curiosidad.

—¿De qué se trata, querido? —preguntó con esa suavidad que siempre mostraba hacia él.

Draco vaciló un momento, pero no había nadie en el mundo que pudiera ser mejor aliada que su madre en ese momento.

Cogió su varita y, con un giro de muñeca, una pequeña jaula emergió de entre sus pertenencias.

—Es el gato de… Daphne —mintió. Decir la verdad hubiera significado tener que confesar sus sentimientos hacia Hermione, lo que se traducía en tener que dar bastantes explicaciones. Y él no tenía tiempo que perder—. Igual que con mi padre, los suyos no quieren animales en casa. Y no puedo dejarlo aquí. Ella… ella querría que me lo llevara conmigo.

Su madre lo miró con una mezcla de compasión y preocupación grabada en el rostro.

—Querido, ya sabes cómo es tu padre con los animales.

—Sí, y por eso necesito que me ayudes. ¿Crees que podrías distraerlo un poco cuando lleguemos a la mansión? Solo para que no se entere de que voy a llevarlo a mi habitación.

La mujer se inclinó un poco para ver al animal.

—Por Salazar, qué gato más feo —dijo con una mueca.

—No te recomiendo insultarle. Te entiende… y es rencoroso —se sorprendió a sí mismo repitiendo las mismas palabras que Hermione le había dicho semanas atrás.

—Bueno —prosiguió ella—. Supongo que podría entretener a tu padre lo suficiente como para que lo subas a tu habitación sin que te vea. Pero procura que tu padre no se entere, ¿de acuerdo? —Cogió su mentón entre los dedos para hacerle mirarla. Luego, con voz muy suave, añadió—: ¿Necesitas hablar sobre lo que le pasó a Daphne?

Draco luchó contra el nudo que se le formó en la garganta.

—Aquí no, madre —respondió mientras se alisaba la camisa.

—Por supuesto. Solo quiero que sepas que en el Ministerio todos están trabajando duro para esclarecer lo sucedido. Tu padre está poniendo todo su empeño en dirigir a sus subordinados hacia la verdad de lo sucedido.

Claro. Era de esperarse, ya que su padre era el jefe del Consejo Escolar en el Ministerio. Pero según tenía entendido, también tenía influencia más allá de su cargo. Influencia que había hecho que despidieran a la mujer que posteriormente le había maldecido por su culpa.

—Madre, ¿sabes quién es Beatrice Brown? —dijo en un impulso que no fue capaz de controlar cuando pusieron rumbo a la salida de los terrenos de Hogwarts.

Narcissa frunció el ceño, sorprendida, como si aquel nombre despertara recuerdos en los que no había pensado en mucho tiempo.

—¿Dónde has escuchado ese nombre? —murmuró con tono desconcertado—. Es imposible que te acuerdes, eras solo un bebé…

Draco se apresuró a responder, controlando su impaciencia.

—Ha llegado a mis oídos que padre hizo que la despidieran del Ministerio —dijo, observando con atención la reacción de su madre.

Narcissa dejó de caminar, pensativa. Finalmente, dejó escapar un suave suspiro antes de responder.

—Beatrice y yo fuimos muy cercanas cuando tú y su hija erais pequeños. No sé si conoces a Hannah Abbott, creo que es de Hufflepuff, o tal vez Ravenclaw —dijo con un deje de nostalgia—. Solíamos quedar todas las semanas para tomar el té. Era una mujer encantadora, y llegué a considerarla una amiga… Pero Beatrice nunca trabajó en el Ministerio, al menos no que yo sepa. Después de que se divorció de su esposo perdió muchas de sus conexiones en el mundo mágico. Incluso dejó de hablarme. Fue… desconcertante en aquel momento.

Draco frunció el ceño. La información no cuadraba con lo que la mujer le había dicho a él.

—Entonces, ¿padre no tuvo nada que ver con que la despidieran? —preguntó, con una mezcla de confusión y desconfianza.

—No que yo sepa —respondió Narcissa, sacudiendo la cabeza—. Nunca mencionó nada al respecto. Lo que sí es curioso es que la menciones justo ahora —añadió de repente, como si hubiera recordado algo de repente—, cuando justo ayer recibimos una invitación de parte de John Abbott. Va a celebrar una fiesta en su mansión para presentar a su nueva prometida en sociedad.

Draco la miró boquiabierto. Era una coincidencia demasiado extraña.

—¿La nueva prometida del señor Abbott? —preguntó, sin poder ocultar su asombro.

Sabía que acababan de darle las piezas que le faltaban de aquel extraño rompecabezas, pero aún no había podido encajarlas en su mente. Draco tragó saliva. Estaba seguro de que Beatrice Brown tenía algo que ver con todo lo que estaba pasando, aunque ahora tenía más preguntas que antes.

Su madre asintió con la cabeza, y acto seguido Draco sintió una presencia incómoda acercándose a él. Al girarse vio a Harry Potter corriendo hacia él con una expresión de resignación.

—Malfoy —El tono de Potter estaba cargado de fastidio por tener que dirigirse a él, pero parecía nervioso.

Draco frunció el ceño. ¿Tendría información sobre Hermione?

—Te alcanzo ahora, madre.

La aludida asintió de nuevo y empezó a caminar hacia la salida con las pertenencias de su hijo (gato incluido) siguiéndola en el aire.

—Habla.

El chico se ajustó las gafas al puente de la nariz.

—¿Has visto a Pansy? No la encuentro por ningún lado.

Draco cerró los ojos con frustración. Por un momento había pensado que habría descubierto alguna pista sobre el paradero de Hermione. Pero seguía teniendo más preguntas que respuestas.

—¿Por qué demonios debería saber dónde está Pansy? —respondió, cruzándose de brazos.

Harry se pasó una mano por el cabello, claramente molesto por tener que explicarse.

—Porque tiene mi varita —confesó finalmente con una mezcla de irritación y vergüenza.

Draco levantó una ceja, desconcertado.

—¿Por qué tendría Pansy tu varita?

Harry resopló.

—A veces... a veces me la roba sin que me dé cuenta —admitió, mirando hacia otro lado—. Lo hace para obligarme a ir tras ella y pedírsela. Una especie de... juego, supongo.

Draco lo miró incrédulo durante unos segundos, antes de dejar escapar una risa seca.

—Por Salazar, Potter. ¿Así es como flirteas con ella? —se burló, sacudiendo la cabeza—. No sé si debería sentir pena por ti.

Harry no respondió, solo lo fulminó con la mirada. Estaba demasiado preocupado por encontrar su varita antes de irse como para ponerse a discutir con él en ese momento. Además, había habido tantas desapariciones últimamente que… no quería pensar en eso. Pansy era una chica fuerte e independiente que sabía cómo protegerse del peligro.

Draco miró por encima del hombro de Potter. Sus padres hablaban con los Weasley, seguramente haciendo suposiciones sobre el cierre repentino del colegio.

—Pregúntale a Blaise —le sugirió, dándose media vuelta para alcanzar a su madre.


Aquel sótano oscuro olía a humedad y las motas de polvo que volaban a su alrededor le hacían estornudar.

Hermione había perdido la noción del tiempo. No podía saber a ciencia cierta si habían pasado horas o días desde que la secuestraron y la encerraron allí. Había empezado a tener heridas en la piel de sus muñecas por el roce de las esposas, y le escocía la piel cada vez que se movía. También le dolían los hombros y la espalda debido a la postura en la que se encontraba.

Tenía frío. Más que nunca en toda su vida. Sentía sus labios secos y le costaba tragar. Temblaba y sorbía por la nariz incontables veces por minuto. Quien fuera que la hubiera secuestrado parecía haberse olvidado de ella y de sus necesidades básicas, así que ahora, en el suelo de cemento, entre sus rodillas, había un charco de orina. Se sentía denigrada y asustada, como si fuera poco menos que un animal moribundo.

De repente, el sonido de la puerta abriéndose de nuevo la sacó de su ensimismamiento. Unos pasos resonaron y luego escuchó un murmullo bajo, seguido por un golpe sordo. Hermione levantó la cabeza con esfuerzo, sus ojos parpadeando ante el brillo que entraba desde el pasillo. Su captor, a quien aún no reconocía, apareció en el umbral arrastrando consigo a otra chica inconsciente. El cabello negro y lacio de la chica caía sobre su rostro, pero Hermione la reconoció de inmediato: era Pansy Parkinson.

—¿Qué… qué le has hecho? —logró preguntar Hermione, su voz quebrada y débil por el hambre y el agotamiento.

El hombre la ignoró, y con un gesto frío dejó a Parkinson tirada en el suelo frente a ella.

—Probablemente te estarás preguntando por qué estás aquí —comenzó a hablar el hombre con una voz grave y solemne. Hermione, débil y agotada, apenas pudo reprimir el impulso de soltarle alguna ocurrencia sarcástica. De haber tenido más fuerzas, seguramente lo habría hecho—. Supongo que tienes derecho de saber lo valiosa que te has vuelto desde que Draco Malfoy te embarazó. ¿Lo sabías? ¿Sabías que estás embarazada? Eres una pequeña ramera, ¿eh? —Rió de forma tan vulgar que Hermione tuvo que reprimir una arcada—. Pero estas son las consecuencias de no saber controlar las hormonas de la adolescencia, así que ¡felicidades, vas a ser mamá! Y formarás parte de la historia a pesar de ser una… sangre sucia. Pero arreglaremos eso.

Sacó su varita y apuntó al cuerpo desmayado de Parkinson. Una fuerza invisible tiró de sus tobillos hacia arriba y la dejó colgando del techo. Luego, con un rápido movimiento, hizo un corte en su antebrazo. La sangre empezó a caer directa a un cubo de hojalata que había aparecido allí de repente.

Hermione fue consciente de cómo se quedaba mirando la ropa interior de Pansy, que había quedado expuesta en aquella posición.

—¡Déjala en paz! —logró gritar al borde de sus fuerzas.

—No te preocupes, querida, la vamos a necesitar —respondió, volviendo su atención a ella—. Verás, mi padre fue la mano derecha de uno de los magos con más potencial de los últimos años. Me enseñó muchas cosas sobre él, instruyéndome en los valores que ambos compartían, y me dejó encomendada una importante misión para reconducir el destino del mundo mágico al cauce del que jamás debió desviarse. —Hizo una pausa dramática en la que Pansy profirió una queja apenas audible. ¿Estaba volviendo en sí?—. Me confió una poción. Una poción muy especial que contenía parte del alma de Voldemort. No espero que sepas quién fue. Tristemente, lo asesinaron cuando yo era aún un niño.

Pero Hermione sí sabía quién era… al menos, recordaba haber leído sobre él en algún que otro libro sobre historia de la magia del último siglo. No era un nombre que muchos mencionaran ni recordaran. Tampoco su nombre real… Tom… algo.

Había un capítulo en Historia de la Magia Moderna que mencionaba brevemente a Voldemort. Nada extenso, solo unas pocas páginas dedicadas a él, lo suficiente para retratarlo como una figura casi insignificante en el vasto panorama de la historia mágica. Lo describían como un joven brillante de Slytherin que, en la década de los cuarenta, había comenzado a experimentar con las artes oscuras y a reunir seguidores bajo una causa supremacista. "Mortífagos," pensó Hermione, recordando el término con cierta dificultad, ya que la información estaba en el fondo de su mente.

Aquellos que lo seguían compartían su visión: purgar al mundo mágico de aquellos que no fueran de sangre pura, y de paso someter a los muggles a su dominio. Era un movimiento oscuro y peligroso, uno que pretendía cambiar radicalmente la estructura del mundo mágico. Sin embargo, la historia lo recordaba en su mayoría como un proyecto fallido. A pesar de sus ambiciones de liderar un levantamiento supremacista y establecer un nuevo orden en el mundo de los magos, nunca logró consolidar su poder. Había sido detenido y asesinado por aurores antes de que su influencia se expandiera por completo.

"Un movimiento fallido por la pureza de sangre", recordó haber leído Hermione, como si la historia hubiera subestimado el peligro que representaba. Sin embargo, lo que le helaba la sangre era otro detalle, uno que muchos parecían haber pasado por alto: sus experimentos con la magia oscura. Voldemort había hecho cosas que solo las mentes más retorcidas podían llegar a considerar. Entre ellas, había intentado volverse inmortal dividiendo su alma en varios fragmentos, creando lo que se conocía como horrocruxes. Aunque los libros no confirmaban si había terminado lográndolo o no, las teorías sugerían que era posible que, al menos, lo hubiera intentado.

En aquel momento, su captor acababa de revelarle que lo había conseguido. Que, al menos, parte del alma de Voldemort había estado metida en una poción. Pero, ¿qué tenía eso que ver con ella? ¿Qué relación tenía con su secuestro?

De repente, Pansy se movió tras el captor. Hermione la miró con horror, dándose cuenta de que acababa de recuperar la conciencia. Parecía estar bastante aturdida aún, pero sacó una varita que llevaba en el elástico de su falda y atacó al hombre por la espalda, lanzándole un maleficio que le hizo caer de bruces frente a Hermione. Luego, deshizo el hechizo que la mantenía bocabajo y cayó al suelo con un golpe sordo. Profirió un grito de dolor que le heló la sangre a Hermione, y por la manera en la que se llevó una mano al costado supuso que debía haberse roto una costilla. La sangre que poco antes había chorreado por su antebrazo ahora le llenaba toda la ropa a medida que se arrastraba hacia la puerta.

El hombre se levantó con furia y, aunque Pansy trató de defenderse lanzándole más hechizos, este los esquivó con relativa facilidad. La chica no estaba en condiciones de pelear con nadie, mucho menos con alguien se su tamaño.

—¡No! —gritó Hermione cuando el hombre la agarró del cuello y la levantó del suelo, estampándola contra la pared.

Gritó y gritó, las lágrimas resbalándole por las mejillas a medida que veía cómo iba faltándole el aire a la chica. A medida que veía cómo, poco a poco, dejaba de patalear. Cuando su cuerpo volvió a quedar flácido, la varita escapó de sus manos y cayó al suelo. ¿Era la varita de Harry?

El hombre volvió a colgarla del techo antes de volverse hacia Hermione.

—Disculpa la interrupción. Me aseguré de quitarle la varita, pero ¿cómo iba a imaginarme que tendría dos varitas? ¿Quién tiene dos varitas? —Suspiró, poniendo las manos en sus costados—. Bueno, ¿por dónde íbamos?