Aquí vamos otra vez…
Anotaciones:
Con este capítulo se termina el prólogo real de esta historia y comenzamos de lleno con los hechos en el mundo de Cyberpunk 2077.
¡Disfruten!
Alerta:En esta historia se narran varios temas 18 que pueden ser muy sensibles para algunos. Todas (o casi todas) cuestiones tratadas en mayor o menor profundidad dentro del juego Cyberpunk 2077, y que también se tocarán en esta historia. Si has jugado al juego sabrás lo que te espera (e incluso así puede que te sorprendas). Leer con discreción.
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Un Pacto con la Muerte
~~Prólogo~~
Capítulo 4: Las Facetas Ocultas de Uzumaki
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Hace 7 años, 23 de noviembre. El nacimiento del niño pródigo.
'Él no dudaría un solo segundo. Conquistaría la luna.'
Y la oscuridad lo cegó. La noche abrazó su ser, y a la vez que un océano inagotable lo engullía, notó leves trazos resplandecientes en lo que parecía una superficie indicándole claramente que se encontraba hundido. Atrapado en las profundidades de un líquido violeta, claro y cristalino, que se asimilaba al agua, pero que él, siendo el ninja sensor que fue, lo reconoció fácil y raudamente como el chakra Uzumaki, al menos en su mayoría, de su nuevo contenedor. Por lo tanto, esta tenía que ser su mente, manifiesta a partir de un paisaje mental.
Ya aclarando su engorroso pensar y breve confusión, él subió nadando hasta la superficie, en el camino quedándose sin aire porque había subestimado las distancias mentales de este desconocido espacio para él. Sus pulmones, ardiendo con precipitación, pedían a gritos una bocanada enorme y fresca de aire, o lo que fuere a remplazarlo en este extraño lugar.
Tocó y atravesó la superficie con sus manos callosas y ajadas, con algo del chakra de su alrededor se impulsó y salió a la superficie. Cayó en una posición agachada cuando sus pies tocaron el liso plano violáceo del gran mar que antes lo ahogaba. Miró a su alrededor, al mundo imaginario figuradamente indefinido, procurando no perderse en el vasto ponto llano, pues él tenía un gran objetivo. Una atracción universal le inquirió un «algo» abstracto e incomprensible. Echó un último vistazo hacia el «cielo». Había una «luna» enorme que con su luz se reflejaba en el «agua», apaciguando y disminuyendo la sorprendente como apabullante oscuridad del escenario. Su piel se erizó al observarla. Se preguntó qué significado tendría. Todo detalle en los espacios mentales tenía un motivo, por más nimio o tonto que sea.
'Nada es real. Basta de divagar.' Se dijo, sacudiendo la cabeza; tenía un objetivo preconcebido y diáfano. El ego del recién nacido, su psiquis central. El pedazo que le fue arrebatado para hoy poder renacer, la otra mitad de su alma. El inmaculado inmaculadamente concebido.
Cerró su único ojo y se concentró, creando un mapa mental de la zona, que era una llanura acuosa en gran medida, hasta que lo vio. Detectó una confluencia de chakras y caminó hacia el lugar en este paraíso oscurecido.
Le llamó la atención que la mente de un recién nacido fuera tan… apagada ¿No debería ser al revés? Es decir, el niño nació en un hospital, ¿verdad? Y los espacios mentales eran reconstrucciones un tanto oníricas, fantasiosas y, en muchos casos, sobre todo en el mundo del cual provenía, tétricas de los recuerdos inmediatos y no tan inmediatos del sujeto en cuestión. Y los hospitales no suelen ser oscuros, por lo menos no en el sentido literal de la palabra, y, por lo tanto, debiera haber más «luz» en este sitio (más que la de la luna anormalmente gigante y predominante en el paisaje). Incluso si eres un Uchiha con la maldición del odio predestinada como Madara o Sasuke, manipulado por el retorcido sesgo de Indra, el Patriarca Uchiha, tu psique debería estar completamente saneada de cualquier temor, odio o resentimiento al momento de nacer, y, consecuentemente, vaciado de toda penumbra. Extraño. Muy extraño.
'¿Habrán sido consecuencias del pacto con la muerte, de la separación profana de nuestra esencia?' Se preguntó él, que avanzaba y dilucidaba las inmediaciones.
Para asegurarse de que estuviera en un entorno de nacimiento seguro, divisó brevemente, usando los recuerdos inmediatos del recién nacido, sus alrededores. Y sí, se hallaba en la sala blanca de un hospital, con dos hombres mirándolo y hablando, y por lo poco que pudo discernir de los recuerdos difuminados, uno era rubio y el otro moreno. Obviamente eran irreconocibles para él, pero le pareció curioso y alarmante no ver a la madre por ningún lado. '¿Acaso tuvo complicaciones durante el parto?' Pensó, poniéndose algo nervioso, que dispuesto a saberlo pronto, se apresuró aún más.
Apuró el paso con vigor hasta llegar a un islote metálico, flotante en el océano eterno. En una especie de altar, en medio del islote, se encontraba con lo que debía… ¿fusionarse? No sabía con exactitud lo que debiera hacer con el niño. Solo sabía que, concentrando sus energías en él, ambos pasarían por una metamorfosis hasta volver a ser su yo anterior y singular. Un alma entera, equilibrada, con sus emociones reconstruidas; y absolutamente independiente de cualquier fuerza externa. Exceptuando la del Shinigami, evidentemente.
Se acercó para poder observar con claridad al infante. Para su sorpresa no era un clon idéntico a él. Poseía un cabello rojo pura y exclusivamente Uzumaki. Esto infló un poco su pecho, ya que siempre deseó tener algo más en común con el clan y familia que lo formó. No es que no le gustara el color heredado de su padre, tan solo era su deseo de asemejarse aquellos que admiró tanto en su niñez. De todas maneras, le llamó bastante la atención que renaciera así, con una cabellera tan… carmesí. ¿Fueron acaso los genes recesivos de Kushina? Tal vez. Inclusive podrían ser rasgos heredados de la madre del niño. Creía recordar que cuando conoció a la progenitora del bebe en la academia ninja ésta tenía tonos rojizos en su pelo, los cuales menguaron con el tiempo. ¿De allí vinieron estos rasgos?
Inmiscuido en sus pensamientos, se dio cuenta de repente que unos ojos violetas se abrieron y lo miraron con simpatía. Y ahí se demostró inequívocamente que estos rasgos fueron los genes recesivos de Kushina. Sin lugar a dudas.
Las amatistas brillantes se encontraban llenas de vida y alegría, lo que generó un entumecimiento profundo en el cruento corazón del dios de la batalla. Aquel que derrotó a Madara y a toda su organización de terroristas, el hombre que se ganó la confianza del Kyūbi no Yōko, el hombre que con solo 6 años desarrolló, sin querer, una técnica de viaje interdimensional (razón por la cual se encuentra hoy aquí). Pero, aun así, con todo lo que ha vivido y sufrido, su corazón endurecido se veía estrepitosamente afligido con la idea de tomar la inocente consciencia de este recién nacido. ¿Qué culpa tenía el niño de sus errores? ¿Qué fundamentaba su apático destino? Este no era más que otra víctima del accionar incompetente del Sabio de los Seis Caminos, que de sabio tenía poco y nada la verdad. Este niño es el producto del amor puro y correspondido que sintió por aquella mujer. Este joven era su…
'No. Basta.' Pensó fríamente mientras veía el fruto de su fracaso. Su pragmatismo intransigente se reafirmó, y ya había echado raíces en su postura antes de arribar aquí. Por más bello y único que fuera, éste era él; éste era Naruto Uzumaki Namikaze, sin recuerdos, fragmentado, sin oportunidad de alcanzar la plenitud.
Aparte, ya no había vuelta atrás. Se lo prometió a todos. Naruto Uzumaki Namikaze regresaría para cobrarse su venganza con la Diosa Lunar y posteriormente restablecer el orden dado incluso antes del nacimiento de aquel árbol maldito conocido como Shinju. De esta forma, obteniendo lo que él tanto anhelaba desde que supo la verdad.
Reescribiría la historia del mundo shinobi desde sus orígenes. No más Rikudo Sennin y su nula sabiduría; basta de transmigrantes de Ashura e Indra que creen conflictos y guerras íntegramente por una pelea absurda y sin sentido entre hermanos; poner fin al ciclo desgraciado del odio para siempre, en un intento de encontrar una paz momentánea para sus tierras; acabar con el legado del chakra, dejando una huella ínfima y vital sobre los humanos. Eso era todo lo que él… quiso… para…
¿Un momento? ¿Estos fueron sus propios pensamientos? ¿En qué momento reflexionó sobre todo esto? ¿Lo hizo antes de morir? ¿Cuándo…?
Latido*
'Agh.' La cabeza del Namikaze retumbó como un bombo cuando sintió una influencia ajena interceptando su pensar. Sospechando que lo estuviera manipulando algún resquicio del chakra benigno y mortal de Kaguya, o cualquier otro ente vinculado, él tomó una apresurada pero bien definida decisión.
Suplantaría al bebé. Sin importar que todo su cuerpo y su mente le estuvieran vociferando a través de sensaciones incomprensibles que no lo hiciera, pero él tenía qué. Se lo debía a Mito. Se lo debía a Itachi y Shisui. A Kakashi. Su madre y Minato, su padre. Y sobre todo a ella: la madre del pelirrojo frente a él.
Con ese pensamiento definitorio, caminó y se paró al lado del bebé pelirrojo, listo para perpetrar una transgresión que no podría perdonarse ni tan siquiera después de mil años.
Naruto acercó su mano diestra al pedestal donde se encontraba el niño. Con la marca de la muerte en su palma, signo de su pacto siniestro, un ciempiés negro que formaba un círculo completo. Desprendía una sensación de muerte y devastación aberrantes. Este sello que estaba en la mano diestra de ambos individuos, tanto del recién nacido como del hombre rubio, además de ser el arma definitiva para defenestrar y destronar a la temible Kaguya Ōtsutsuki, era la única conexión espiritual que poseían entre el par de sujetos, la manera peculiar de volver a ser solo uno.
"Lo siento, yo…"
Chapoteo*
Uzumaki se vio sorprendido cuando algo pareció moverse a su costado. Rápidamente entró en guardia, dibujando un kunai en sus manos creado mediante el chakra residual, líquido, que había quedado en sus ropajes. Kanjis negros formaron un sello sobre la pieza de «metal», que en realidad fue chakra puro, esencialmente Uzumaki, afín al rubio y al Fūinjutsu rápido que imbuyó en él. Rostro frío y entrenado divisó el área mientras asechaba al ser que irrumpió en este momento tan inoportuno. Y entonces, lo contempló, y su sangre se heló y su consternación se disparó.
Un joven que postraba una rodilla contra el suelo frente al rubio. Pero esto no fue lo que dejó helado al experimentado shinobi. No. Era su apariencia, demasiado reconocible y a la vez inconsistente en este momento y lugar.
Cabello carmesí como la sangre, máscara blanca con detalles en rojo que simulaban ser los rasgos de un zorro, chaleco gris en el pecho, camisa y pantalones negros, botas con picos de color negras, guantes negros que cubren hasta la mitad del bíceps y sobre estos unas guardias metálicas grises que cubrían la parte externa de sus antebrazos, tatuaje rojo en espiral en su hombro izquierdo, una capa negra con capucha encima de todo el atuendo cubriéndolo en su mayor parte (pero Naruto no necesitaba ver para saber lo que llevaba puesto); y para terminar, un tantō completamente negro que en el mango lleva una tela roja recubriéndolo.
Esta era la figura de un ser que Namikaze conocía muy bien. Una versión joven, pero igualmente reconocible de la gran leyenda de Konoha.
No tenía ningún tipo de sentido en la cabeza agitada del Namikaze lo que estaba aconteciendo. Un imposible tras otro fue lo que se encontraba en su mente cuando intentaba razonar el sinsentido que vivía, si es que estaba vivo y el Shinigami no le jugaba una muy poco divertida broma.
Llevando un reglamentario y tenuemente modificado uniforme ANBU, delante del rubio se plantó en una posición agachada Kurogane, no una persona ni un fantasma, simplemente Kurogane. El «Acero Negro» de Konoha, el famoso y a la vez desconocido individuo de las fuerzas de élite de la aldea oculta más fuerte y grande. La sombra personal de Namikaze, aquel que realizó todos los trabajos sucios por él. Incluida la «limpieza» de personajes deleznables y abominables como Danzō Shimura u Orochimaru del Sannin.
Naruto sabía quién encarnaba a este enmascarado en las Tierras Elementales, y eso solo dejaba más dudas. Al menos que alguien ajeno a él estuviera suplantándolo, y que este Kurogane hubiera encontrado el camino para llegar hasta él.
'¿Él aquí?' Pensó el rubio shinobi. Esto no era una casualidad. Esto era obra de alguien que sabía la verdad detrás de la máscara.
Solo seis personas conocían su verdadera identidad: el Sandaime Hokage, caído en su batalla contra Orochimaru; Shisui, Itachi y Kakashi, todos excompañeros del agente frente al Uzumaki, todos muertos; y por supuesto, Naruto y su amante, esta última siendo la única que seguía con vida de todos. El rubio descartó a su amada por obvias razones. Por ende, no había nada de congruente con la aparición del sujeto aquí.
Sea quien fuere, el Namikaze actuó rápido ante la posibilidad de un invasor extranjero afiliado a Kaguya, o aún peor, seres de la misma calaña que Kaguya, pero desconocidos para él. Así pues, ejecutó una secuencia de sellos, inalcanzable de seguir o captar para el ojo inexperimentado de un shinobi común, ni hablar de un humano civil, con una sola mano; la izquierda, ya que en la otra se encontraba su kunai especial de tres puntas, con un encriptado y complejo sello, que es su seguro para la victoria ante un posible enemigo en este espacio mental ya que con este podría sellar cualquier consciencia intrusiva, requiriendo solamente el chakra de su alrededor, el del niño, como activador y captor. Naruto previsualizó todos los escenarios, hasta uno tan inhóspito e improbable como éste, y gracias a eso estaba preparado.
Terminada la secuencia, colocó su mano zurda en el suelo de agua, sin perder de vista un solo segundo al otro individuo, y ejecutó uno de los sellos más poderosos y complejos del clan Uzumaki.
'Fūinjutsu:Zettai Seishin no Fūin.' Mencionó para sus adentros el rubio maestro del sellado Uzumaki.
Una vez dicho esto, en los cielos del paisaje mental, se irguió una barrera con dos anillos llenos de kanjis negros que se cruzaban y cortaban entre sí justo encima de donde se hallaban en este instante: en la psiquis central del recién nacido, la cual se encontraría aislada gracias al sello, protegida de potenciales amenazas venideras.
Este Fūinjutsu era un muro de sellado que persuadiría a los individuos extraños a la mente del niño para que les fuera inviable entrar, utilizando el chakra propio del joven como fuente de energía que defendería ininterrumpidamente su mente de ataques externos. Mientras no existiera una conexión directa al sistema neuronal, sería impensable que asaltaran y dañaran, o manipularan, sus recuerdos y experiencias. Y Namikaze creía que tal cosa podía hacerse únicamente con chakra.
En todo caso, si violaban las defensas básicas del sello, su psiquis central, el ego, el alma, quedaría impoluta gracias a ser aislada del resto de su mente, usando como lanza y escudo la voluntad o espíritu de la persona donde se coloque el sello y creando una barrera complicada de sortear al menos que poseas en tu haber un Sharingan o superior, pues los dōjutsus como estos tenían la rara costumbre de atravesar y no respetar las barreras mentales, ni siquiera las del usuario propio, llegando incluso hasta guardar recuerdos dentro del ego del individuo cuando no debiera de ser así. La explicación singular para ello fue su fuerte dependencia de lo emocional, y, por lo tanto, dando como resultado su inquebrantable voluntad de olvidar. Sea el líquido cerebral que descubrió Tobirama Senju, su chakra o alguna relación espíritu-mente desconocida, los Uchiha eran los únicos seres capaces de recordar vivencias, que son generalmente traumas, arrancadas de su mente superflua, es decir, las experiencias arraigadas al entorno superficial de la psique de un ser. Aunque esto no importa mucho ahora.
Lo importante en estos momentos era mantener el ego aislado, ya que aquí es donde convergen la mente física y el alma espiritual, donde habita esta última. Si alguien obtuviese el control de esto, podría hacer lo que quisiese con la cabeza del niño y manejar su cuerpo a gusto. Además, el sello se sirve de la voluntad de la persona misma para defender y atacar a invasores que intenten agredir directamente al alma. De momento el joven no presumía de un espíritu debido a que acababa de nacer, sin embargo, una vez Namikaze fusionara sus consciencias y almas, el sellado se activaría al completo.
En un shinobi normal esto no era la gran cosa, pudiendo torturar y destrozar su espíritu de lucha de diferenciadas maneras, todas muy efectivas si se sabía cómo manipular a la víctima. Pero, para la inquebrantable voluntad del alma de Naruto Uzumaki Namikaze, este Fūinjutsu fue una muralla imbatible. Literalmente insorteable, invencible.
Una defensa casi perfecta otorgada por una técnica de sellado simple e imperfecta. ¿Por qué imperfecta? Fácil, si conseguías penetrar en la psique antes de ser colocado el sello, no se te podía expulsar de ésta, pero tampoco podías irte a voluntad. Namikaze hizo esto a propósito para evitar que su inesperado invasor huyera del espacio mental, y en caso de que fuere una amenaza actual o futura, él lo destruiría a continuación.
Ni siquiera tardó un instante para acto seguido volver a su postura de combate anterior a cuando colocó el sello. El individuo delante de él se mantuvo impasible, como si no hubiese sucedido nada. En la sombreada dimensión se volvía difícil notar cambio alguno en el impostor encogido, además.
"¿Quién eres?" Preguntó el Uzumaki-Namikaze ansioso con el kunai en alto, se mostró imperturbable frente a su enemigo pese a su inseguridad, preparado para atacar e inmiscuirse en un combate feroz en el instante que lo crea conveniente. Mentalmente, mandó señales y pulsos de chakra hacia el océano inagotable que tenía a los pies con tal de querer invocar las Kongō Fūsa, las cadenas de sellado de diamantinas características de Uzumaki, para encarcelar a su rival. Naruto no disponía de reservas de chakra más allá de lo que había a su alrededor. Eso fue una desventaja. Dependía de su entorno y no de él mismo.
Naruto, viendo que el enmascarado no respondía, dirigió su vista directamente a los agujeros donde deberían estar los ojos de su contrincante, ya que por alguna razón se sentía atraído a mirarle a la cara. Grave error. Un desacierto que daría comienzo a la gran odisea, no de él, sino del niño que aguardaba detrás de él. Pues el misterioso hombre enmascarado abrió los ojos, mostrando un iris carmesí en cada ojo que removió su mundo, sus sentidos. En consecuencia, todas las fuerzas abandonaron el cuerpo de Naruto, cayendo de rodillas mientras jadeaba pesadamente, su kunai se perdió en el fondo del mar púrpura junto a su voluntad de luchar.
"¿¡Qué!? ¿¡Cómo!?" El rubio Namikaze cuestionó en absoluto pánico. Incapacitado contra el suelo acuoso, no creyendo la idiotez que acababa de cometer. Preguntándose por qué lo observó directo al rostro cuando nunca debió hacerlo y cuando sabía perfectamente que no debiera de hacerlo.
A pesar de que no era un genio de las ilusiones, pudo ver con lucidez que le estaban aplicando un genjutsu de muy alto nivel. Pero, ¿por qué miró al sujeto a los ojos sabiendo que corría tan alto peligro? Naruto no era imbécil. Había luchado contra decenas de usuarios con diversos tipos de dōjutsus a lo largo de su vida. Por esta razón aprendió que la vista debe estar en el cuerpo del enemigo y en el entorno, siempre atento a las fluctuaciones de su chakra para anticipar su movimiento inmediato. Entonces, ¿por qué? ¿Qué lo llevó a actuar de una manera tan irresponsable y estúpida?
Necesitando alguna respuesta, el rubio elevó la vista, y vislumbró a la luna que se imponía en el horizonte, y le erizó los pelos de la nuca, otra vez.' Claro. La luna.' Pensó el rubio que veía el destellar blanco, pétreo y puro de ésta; y atemorizado e incapaz de admitir su error, pudo reconocer la ilusión que atrapaba al astro celestial. Demasiado atrayente, muy imperante; por consiguiente, llegó la derrota inminente.
Naruto, desde que llegó a la mente del niño, había sido atrapado en un genjutsu a través de la energía del recién nacido, lo que incitó al rubio para vea hacia la «luna», la cual realmente fue una ilusión. Un interruptor que rompió su voluntad, o como mínimo, la debilitó hasta el punto en que, con una simple mirada de un dōjutsu, todas sus fuerzas mentales decayeron. La obra de un genio en la materia ilusoria, que dejó reducido en cuestión de unos instantes al shinobi más fuerte como un pequeño e inofensivo genin.
Extraviado en sus pensamientos, Naruto no se dio cuenta de que «Kurogane» se arrimó a él, inclinó una rodilla y lo tomó del hombro. De alguna forma recuperó el kunai con el complejo sellado del fondo del vasto ponto llano, y se lo clavó en el pecho. El rubio salió del trance reflejando su perla amatista izquierda sobre los iris rojos que ahora pudo ver con detenimiento y al detalle.
"Lo siento, pero no puedo dejar que mates a nuestro hijo pródigo." La voz suave y sin sentimiento alguno del enmascarado resonó, junto a otro centenar de voces fantasmales de detrás de la máscara, donde ojos rojos con tres tomoes en cada uno de sus iris giraron amenazantes mientras parecían cambiar de forma. Eso dejó en claro cuál era el dōjutsu. Algo obvio para Namikaze a estas alturas.
El cuerpo del shinobi rubio se comenzó a hundir en el líquido. Lento y penoso, sus ideas se diluían para dar paso a la blancura existencial y al oscuro vacío. Ya sintiéndose enfermo por perder el conocimiento tantas veces. Condenado para la eternidad como un fracaso, ahora culpándose de otra derrota. Otra pérdida causada por un Sharingan, esos malditos ojos carmesí.
"Descansa en paz, Namikaze." Pupilas florales negras de cinco pétalos sobre un fondo rojo giraron tranquilamente, con un brillo casi solemne cuando habló. Sus miedos se duplicaron cuando fue capaz de reconocer el segundo patrón en esos iris. Todo indicaba y señalaba a una cosa. No hacía falta ser un genio o alguien extremadamente prodigioso para darse cuenta de que habilidad se trataba. Eso era un…
"Mangekyō Sharingan." Dijo Namikaze Naruto antes de desvanecerse, de nuevo, en un sueño taciturno del cual, a duras penas, lograría escapar algún día.
'¿Indra? ¿Cómo?' Razonó como último pensamiento el rubio antes de desaparecer por completo en el fondo del mar de chakra. Si hubiera meditado lo suficiente, y si no hubiera entrado en pánico, habría descubierto la verdad del asunto en un instante. Pero eso será otro día.
Mientras el Namikaze caía en la ignominia por el nuevo fracaso de su misión, palabras sin oyente fueron recitadas por el misterioso sujeto enmascarado, con la esperanza de que sus receptores reciban el mensaje más tarde, algún día.
Otro día…
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Tiempo inexistente. Dominio del Más Allá
Un ser amorfo e inhumanamente enorme contempló con su sonrisa perpetua el desvanecimiento prematuro del Shinobi no Kami. Un tantō en sus fauces; salivando, entretanto parecía contener una carcajada espectral. Previstos imprevistos se sucedieron de la manera más imprevistamente impredecible posible. Concretamente, con la desaparición de Namikaze, aquí salió ganando. Como siempre.
"Momento de ver las acciones del pequeño príncipe, Namikaze, tu indeseado heredero… Ora porque no se convierta en mi próximo heraldo…" Una risa desgarradora y de ultratumba resonó en el vacío absoluto.
~~o~~
7 años después. La vida del niño pródigo.
"¡AYYY!" Se quejó Naruto Uzumaki, sentado sobre el mostrador de una tienda que estaba cerrada, ya sin su abrigo y su chaleco y con la camiseta manchada de suciedad y sangre, mientras la tranquila y paciente Ikari sanaba sus heridas.
El mostrador sobre el que estaba sentado Naruto era de metal, pintado de un rojo descolorido. Detrás suyo había una persiana de chapa, cerrada, pues el local no se encontraba en horas operativas. El suelo era de losas blancas manchadas con la grasa y el tiempo; las paredes yacían pintadas de un suave tono amarillo como un amanecer nublado o contaminado de humo, y un almanaque nuevo, recientemente adquirido y puesto, colgaba a la izquierda del Uzumaki (Naruto no sabía que tales cosas rudimentarias se siguieran fabricando y usando). Tachados los primeros cinco días del mes. Muy pronto el sexto.
Una puerta al frente del bermejo daba al interior de la casa de los Yamada; bastante pequeña y modesta. La cocina estaba provista de todo lo necesario que un buen local de ramen debiera tener. Extractores encima de los fuegos para así evitar que el humo de se acumule. Había encimeras, de metal plateado y alguna vez reluciente, y sobre una de estas, una tabla para cortar de madera. Naruto había visto decenas de veces como Kenshin cortaba naruto en finas o gruesas rodajas para sus deliciosas preparaciones (y sí, sus padres eran tan desgraciados que le pusieron el nombre de un ingrediente de ramen. Vaya por Kami). En la tienda servían mayoritariamente ramen, su alimento más apreciado, pero también preparaban otras comidas. Aunque él, como siempre acostumbraba, pedía un gigantesco cuenco de ramen. Bastó con eso para que él fuera feliz durante un rato largo.
Actualmente, Ikari pasaba un algodón con un líquido no identificado por la herida en el costado izquierdo del rostro, aquella que sangraba hasta no hace mucho (y que originalmente estaba mucho más abierta de lo que está ahora).
"Te dije que pensaras en otra cosa mientras limpio tus heridas." Le recriminó la sustituta de hermana mayor que tenía el Uzumaki. Esta le había advertido con anticipación que dolería, pero, aun así, fue incapaz de no quejarse por cómo ardía. Ya le había limpiado la sangre reseca de su rostro, las rasgaduras y cortes menores, y le revisó los moratones y otros tantos golpes en su cuerpo magullado. Y Uzumaki tuvo que realizar un esfuerzo de impasibilidad y aplomo titánicos cuando ella tanteó sus costillas, donde seguramente algo se quebró o desacomodó. Aunque ya no dolía tanto como cuando estaba moribundo y medio muerto en el callejón. Siempre que sentía ese fuego inundar sus venas, el que sintió al mirar a la luna y el que lo hizo arder en rabia cuando se reencontró con los policías, el dolor se desvanecía. Aun así, lo que le estaba poniendo Ikari, le ardía como un puto cuchillo al rojo vivo siendo posado sobre su piel. Arde. Ardía.
El niño dictaminó que la mejor manera para no sentir nada sería perderse en su eterno mundo de pensamientos inconclusos. Pero no había mucha información sobre la cual divagar en su mente; gastó todos sus cartuchos de pensamientos en su camino ignominioso al nojo (esta noche ya no volvería, gracias a Kami). Así pues, echó la vista al frente y observó a la joven que lo cuidaba, discerniendo qué hizo una vez la rescató de los cerdos con uniforme.
Ikari era una adolescente de dieciséis años, con cabello castaño, largo y trenzado; piel clara y lechosa, ojos marrones, nariz estrecha junto a unos labios finos y delicados, orejas pequeñas ocultas tras su pelo. No tenía puestos zapatos, algo que generalmente hacía por mayor comodidad. Llevaba puesta una sudadera negra con capucha y bolsillos bastante holgada, junto a ésta unos pantalones cortos blancos, también holgados, con dos rayas negras laterales en ambos lados, recordándole a los pantalones de un boxeador. Probablemente corrió a la casa de su novio luego del incidente y éste le prestó alguna prenda.
En su rostro se podía encontrar rastros del maquillaje usado previo al intento de abuso, como el labial tenue de color rosado, o las sombras negras alrededor de sus ojos, corridas y manchadas por todas las lágrimas derramadas durante el día. A pesar de todo, su cara seguía siendo lo que los cánones de belleza definirían como hermoso y perfecto. Ni una marca degradadora o imperfecto, ni un solo rastro de metal abominable. Esto demostraba el gran cuidado e importancia que le daba la chica a su imagen, y su rechazo por el cromo. De hecho, ella intentó transferirle esa dedicación y pasión por la moda y el cuerpo propio al Uzumaki, recomendándole estilos o métodos de combinar su, según palabras propias de Ikari, hermoso y único color de cabello. Asimismo, le declaró fervientemente que no se chipeara más allá del mínimo indispensable, nunca. Pero él se encontraba condenado desde un principio, sin otra oportunidad que la de servir a Arasaka hasta el final de sus días, por lo que ignoró esa alerta. No tenía otra salida. Ya había sido contaminado por el metal cromado.
En cambio, los inocentes dichos sobre su cabello, levantaron los ánimos de Uzumaki como ella no se daba una idea. Siempre fue hostigado por el extraño color natural de su cabellera, siendo llamado el «tomate» o «tomate podrido», o distintas variantes de estos insultos, por sus (ex)compañeros de vivienda. Cada vez que él venía a la tienda cabizbajo por algunas de estas burlas, que Naruto aseguró que provenían de otros niños de la calle, Ikari le aseguró que eran unos envidiosos de su preciosidad y encanto innatos que algún día lo convertirían en un auténtico imán de mujeres. Naruto no estaba seguro si eso fue algo bueno o malo. ¿Qué intenciones tendrían esas mujeres? ¿Qué consecuencias traerían a su vida? Sería una preocupación del mañana, supuso el Uzumaki.
Un movimiento algo brusco de Ikari lo trajo devuelta al mundo real; le causó un estremecimiento y le recordó a quién tenía delante. "Lo siento." Ella se disculpó cuando terminaba de limpiar y desinfectar la herida, ahora procediendo a colocarle un vendaje alrededor de su cabeza, por sobre su herida. Él lo desestimó y dijo que daba igual, que un verdadero hombre se construía a través del dolor; ella arrugó la cara ante sus palabras, pero no respondió. Ikari ató la venda sobre su frente, de esta manera recogió su cabello despeinado que solía caer y enmarcar su rostro y dejó dos puntas pequeñas sobresalientes en sus sienes.
"Listo. Como nuevo." Dijo Ikari. Ella visualizó su obra. Naruto con la cara limpia y un tanto golpeada, su cabello en punta contenido por la venda. Dos mechones carmesíes saltaron los límites impuestos por ésta. Échale diez años más y podría ser la faz de un apuesto y temerario punk. "E incluso, más guapo que nunca te diría." Ella le prometió, sonriéndole con afabilidad. El Uzumaki respondió como un espejo: reflejó el gesto con su propia sonrisa de oreja a oreja tan peculiar, lo que provocó una risilla de la chica. Justo en ese momento, entró a la habitación el dueño del establecimiento y padre de la niña a la que salvó, Kenshin. Teniendo el mismo semblante serio de antes, pero ahora pareciera estar más calmado.
Kenshin era un hombre mayor, no muy alto, de unos cincuenta y siete años, cabello negro y corto peinado hacia atrás, ojos negros algo imperceptibles por lo arrugado de su rostro atezado. Vistiendo en su cuerpo algo fornido una camisa blanca, pantalones negros con zapatos del mismo color, y un delantal de un rojo muy oscuro. Allí, en la puerta de la cocina, se paró la persona que lo convenció al Uzumaki para salirse de su encierro social, y cambió para siempre su triste vida.
"Nos vemos luego, Naru." Le susurró la adolescente. Sostuvo la cara del niño entre sus manos y le dio un suave y tierno beso en la frente que provocó un sonrojo casi imperceptible en las mejillas del Uzumaki, quien la observó sorprendido. "Gracias." Ikari le agradeció. Ya sabiendo lo que vendría, se despidió del bermejo para salir de la cocina, sin antes dirigirle unas palabras a su padre. "No seas tan duro con él, me salvó la vida y… mucho más."
La respuesta del hombre mayor solo fue una mezcla entre bufido y gruñido. La niña solo suspiró y salió. Cayó un silencio incómodo en la sala. La tensión era palpable en este momento y lugar. Era cerca de medianoche, o ya pasada esta misma, y Naruto se encontraba en la cocina típica de un humilde y pequeño local de ramen, colindante tanto a la zona más poblada como la más pobre de la ciudad.
He aquí donde el Uzumaki estrechó sus primeros lazos, donde confió por primera vez en alguien.
Naruto no siempre fue, al menos la hora de tratar con ajenos, el amistoso y agradable sujeto que intentaba congeniar con cualquier entidad factible. Antes, se encerró en un caparazón grueso y rígido, apartándose de todos los demás y sobreviviendo día a día en un hogar disfuncional, de un mundo completamente quebrado y roto por la avaricia, en el cual la imposición del más fuerte es la verdadera y singular ley.
Desconfiado e irreconocible para el Uzumaki actual, en una noche lluviosa, él intentó hurtar algo de comida en el establecimiento, unos bocados de arroz puestos en exposición, tiesos y fríos. Fue descubierto y atrapado, y esperó lo peor; otra paliza y tal vez su, a veces ansiada, muerte. Por el contrario, lo que le dieron no tuvo precio a pagar. Un plato caliente, humeante y rebosante de ramen. Él sin dudarlo creyó que era una trampa, pensando que a lo mejor poseía alguna clase de veneno para matarlo de una forma lenta, agonizante. La respuesta que recibió del viejo Kenshin fue un: «si quieres, come; si no, vuelve mañana y te entregaré otro», y anonadado se quedó el joven peliescarlata. A continuación, devoró ese plato como si fuese la última comida en el planeta, atragantándose a cada momento, incapaz de detenerse un solo instante. Recordable fue la mirada de espanto grabada en el rostro del cocinero, pero no por el niño, si no que por su condición tan deplorable. ¿Cuántos días se pasó sin comer? ¿Cuánto tiempo pasó hurtando y mendigando por un trozo de pan hasta que tropezó con la tienda de un humilde y, por sobre todas las cosas, buen samaritano? ¿Vivía al límite desde su nacimiento? ¿Qué clase de alimaña horrenda condenaría a un pobre niño a tal martirio?
Todas preguntas que poseían una sola respuesta: Michiko. La matrona de la pensión para huérfanos de Arasaka fue la mayor culpable del tormento de Naruto.
Naruto Uzumaki, desde que tenía uso de razón, fue maltratado, denigrado y abocado al ostracismo.
Por las mañanas era despertado por los gritos y burlas de los otros niños, de los cuales no se podía quejar porque llegaría el inminente castigo. Llegado el momento esto dejó de importarle porque dormía y pasaba la mayoría del rato fuera. Aun así, era hastiador soportar a semejante manada de imbéciles cuando se veía forzado convivir con ellos (como cuando lo persiguió la Yakuza, por ejemplo).
Al mediodía todos almorzaban, todos menos Naruto, que era relegado, en castigo por algún sinsentido, a una esquina a observar mientras su estómago, no alimentado durante días si es que transitaba una mala racha en su «negocio», gruñía sin cesar. Después le otorgaban comida en mal estado a posta para que enfermara, a lo que él rechazó sus ofrecimientos cortésmente, justificándose en que «no tenía hambre». Tales declaraciones nunca eran muy bien vistas por Michiko, que más tarde se lo repreguntaría a su modo peculiar.
Durante las tardes el horario estaba definido por las clases, prácticas y demás eventos que estaban destinados a su acondicionamiento, y luego había momentos de descanso donde todos aprovechaban para jugar y divertirse un rato. Y Michiko, en estos ratos, se agenciaba una habitación a solas para «hablarle» al Uzumaki. En realidad, lo asediaba con tortuosos juegos mentales (la hija de puta era muy buena torturándolo solamente con palabras) sin siquiera tocarle un pelo, pues el daño físico ya se lo ganaba él solito en las calles.
Usó como excusa para el infierno que le impartía el hecho de que él era su descargo necesario y justo luego de que un exnovio suyo, con el mismo color de cabello, la abandonara después de dejarla embarazada; y como acto vengativo y perverso se dedicó a hacerle la vida imposible a un niño que nada tenía que ver con su trauma o problemática, solo porque poseía un cabello del mismo color. Naruto creía que, realmente, le hacía esto por su personalidad tan excéntrica y curiosa desde temprana edad. En definitiva, era una mujer con muchos desórdenes mentales, por no decir que estaba desquiciada. O quizá era la maldad pura personificada en un ser que quiere hacerle el mayor mal posible al prójimo, por el soberano placer que le causa su accionar déspota sobre los débiles por debajo de su categoría; simplemente eso, placer de aplastar a los miserables.
A la noche, si es que seguía en la pensión, lo lanzaban a la calle como un animal, con la esperanza de que un día apareciese muerto o no regresara. El Uzumaki no regresaría, si es que tuviera a otro lugar adonde huir en primer lugar, y actualmente solo se pasaba por el nojo cuando necesitaba ocultarse, cuando estaba muy desesperado y sin otra opción y cuando tenía que personarse durante las visitas de control de su patrocinador, quien se solía pasar los primeros días del mes (ayer fue la primera del año), y ahí Michiko ordenaba su aseo y preparación para que Hellman no se pispara de nada, y también amenazaba a Naruto con que no le contara nada o habría graves consecuencias, pero para el bermejo tampoco había motivos para contárselo; no confiaba en él, en Hellman.
Aparte de la pensión, Naruto solo conocía la casa de la familia Yamada y el santuario sintoísta (de los pocos que quedaban dentro de la ciudad) de la anciana Iza como sus opciones para acudir desesperado. Los primeros no se podían permitir más integrantes a su hogar, ya estando en la cuerda floja financiera y teniendo que relegar varios gastos para poder mantener el negocio familiar y costear los estudios de Ikari. La segunda… la segunda era complicada de explicar; pero Iza, la guardiana del lugar, era jodidamente extraña y siniestra, casi se sentía desnudado y penetrado por su mirada de ojos dorados con esclerótica negra y no de la manera sexual, casi desearía que fuera de la manera sexual y no de aquel modo tan escalofriante en que ella lo hacía.
De este modo, el bermejo no poseía muchas opciones admisibles. Y Naruto no sería otro peso innecesario en la inestable economía de los Yamada. Ya tomó su resolución al respecto.
Por supuesto, él tampoco les contó acerca de todo su suplicio, ni siquiera les habló del lugar al cual pertenecía. No quería incordiarlos en demasía, y siempre respondió que los moretones y cortes en su cuerpo fueron causa de que había jugado brusco con otros niños, que la policía lo trincó delinquiendo o que sencillamente se metió donde no debía. Excusas poseía de sobra; era un excelente mentiroso. Y ellos ya tenían problemas de sobra, así que estas mentiras piadosas eran necesarias desde el punto de vista del Uzumaki.
"¿Cuántas veces?" Dijo Kenshin. Naruto fue sacado de su trance por la pregunta de su mentor, que lo miró con un rostro severo y preocupado a la vez. "¿Cuántas veces te harás esto?" Redijo el hombre mayor. Éste se había apoyado contra una de las cocinas del establecimiento. Naruto no pudo sostenerle la mirada. No después de lo que hizo por él y como el Uzumaki se lo retribuyó con preocupaciones innecesarias y malas experiencias.
En cuanto a la perspectiva de Kenshin, él se encontraba terriblemente agradecido por la valentía del niño para salvar a su pequeña, pero también le inquietaba el poco valor que se daba a sí mismo el niño. El Uzumaki no tomaba dimensión de sus acciones o pareciera que infravalora los peligros reales que podrían acabar con él. Ignorante y ajeno de su propio sufrir, atento y considerado con el dolor de un ser querido, hasta a veces un extraño. Kenshin no era idiota. Sabía que Naruto le ocultaba algo debajo de esa máscara de solemnidad por encima de la otra faceta de felicidad y animosidad con la cual saludaba al mundo en su mayoría. Había una tercera cara de la moneda, o un interior en esta que era indescriptible e indescifrable. No obstante, creía saber que guardaba en esa tercera fachada oculta para los ojos del mundo.
Soledad, tristeza, dolor, desesperanza y desesperación. Un niño nacido en las calles que cada dos semanas aparecía con moretones y cortes, emulando a un recién llegado de la guerra, únicamente podía tener cosas similares guardadas en lo profundo de su corazón. Allí donde nadie pueda husmear ni lastimar. Si se pensaba de esta manera, las otras dos facetas no eran más que una capa protectora, una coraza, que se podían fusionar si así lo requería, y todo con tal de proteger el joven y endeble niño interior. Un sistema de autodefensa demasiado bien elaborado para ser un simple niño. El viejo Kenshin no adivinó esto por, justamente, viejo y sabio; él pudo visualizar de cerca en lo profundo del chico, un rincón invisible que nadie ve, cuando cayó moribundo, hambriento y lleno de incertidumbres en las puertas de su local.
Por otro lado, el cocinero conversaba seguido con el Uzumaki y fue allí cuando pudo discernir lo verdaderamente único del chico. Su prodigiosa mente realmente anormal en un pequeño como él, capaz de comprender las emociones humanas y el mundo en el que vivían como ningún otro. Naruto, por su forma de hablar y las ideas que rondaban en su cabeza, no lucía como un chico imprudente, y eso fue lo que más asustó al hombre mayor, porque podría significar que los actos casi suicidas eran flagrantemente deliberados por el joven Uzumaki, pero dudaba que sea el caso. El bermejo, al mismo tiempo, era un soñador empedernido que pretendía grandes cosas en su pequeña mente.
Y Naruto Uzumaki era un niño muy especial, Kenshin lo sabía. Algún día podría convertirse en alguien importante y trascendental con su genio sin igual. Eso si las megacorporaciones y sus comportamientos tan autodestructivos se lo permitían, claro está.
"¿Recuerdas lo que te dije la vez que te escapaste por los pelos de aquellos Yakuza?" Dijo Kenshin intentando hacer rememorar al pelirrojo una de tantas veces que actuó como un héroe sin cabeza y con mucho corazón.
Esa vez fue por el conflicto entre los Aizukotetsu-kai y los Yamaguchi-gumi por la ruptura de un pacto, que como consecuencia trajo el secuestro de la hija del cabecilla de los Aizukotetsu a plena luz del día, con la mala suerte de que el intrépido y atrevido Uzumaki rondaba por ahí, justo para detenerlos. Un poco de tinta de calamar robada del local más cercano sería lo suficiente y necesario para humillar a dos Yakuza con ópticas de alta tecnología. Astucia, oportunismo y un par de hackeos rápidos fue el ingrediente faltante a la mezcla para la humillación.
Al final de todo el embrollo, se halló agradecido por unos y perseguido y maldecido por otros. Todo culminó con una prematura paz entre las familias, salvándose por los pelos el pequeño Uzumaki de una caza furtiva sin detenimiento. Otra vez que no pensó en las consecuencias, o le parecieron sumamente irrisorias a Naruto, e instintivamente saltó a defender a quienes consideraba indefensos y dignos de ser salvados.
"Sí." Recibió una respuesta del cabizbajo pelirrojo, recordando muy bien aquel evento. Tuvo que moverse por la ciudad como un criminal de guerra buscado en todos los continentes y se vio obligado a esconderse en el nojo como por dos semanas. Un hecho horrible que deseaba no repetir (el de volver a vivir en el nojo). "Dijiste que tuviera algo más de autoconservación. Que no siempre me puedo abalanzar hacia el conflicto como un toro ciego." El Uzumaki replicó con precisión las palabras que el viejo le dedicó aquel día.
"Y parece que no has aprendido nada." Dijo Kenshin, reprendiéndolo. Pero Uzumaki no retrocedió. Respondió con el fuego y la premura que lo caracterizaba.
"Pero esos malditos bastardos… Lo que le iban a hacer a Ikari… Yo… yo no podría haberme quedado de brazos cruzados." Dijo el Uzumaki, con la mirada rabiosa de solo pensar en lo que le habrían hecho, tal era la ira rabiosa que le costaba transmitir en palabras su justificación. "No había otra salida. Tenía que…"
"Lo sé." Interrumpió Kenshin, antes de que el pequeño continuara. El negro calmo y curtido chocó de bruces con el amatista inocente y consternado. Contacto visual entre Kenshin y Naruto. "Pero eso no es lo que importa. No ahora, de todos modos."
"¿Qué?" Preguntó muy confundido el pelirrojo, no siendo capaz de captar cuál era la razón del enojo del viejo, o por qué estaban teniendo esta conversación en primer lugar.
"No me malinterpretes." Dijo Kenshin viendo el desconcierto manifiesto en los ojos violáceos del niño. "Te agradezco lo que hiciste desde lo más profundo de mi alma. Sin ti, una familia entera se habría derrumbado." Y es que eso fue una gran realidad. Más teniendo en cuenta que no hace tantos años la esposa de Kenshin, y madre de Ikari, había fallecido a causa de una enfermedad cardíaca incurable, al menos incurable para la carente economía de su familia. De este modo, solo quedaban Kenshin y Ikari, y el novio de ésta que fue bastante cercano a la familia y también se propuso a ayudarles en lo que sea, ganándose el favor del viejo en el proceso.
Y para Naruto, el poder ayudarlos a su manera, aun si esto requiriese su sacrificio, le llenaba el alma.
"Pero…" Y ahí estaba su «pero». "Debes entender que me alegra de igual modo continúes con vida, niño."
"¿Eh?" El niño perdió completamente el hilo con esa última declaración.
"Tú también eres importante para nosotros, Naruto. Eres importante para este mundo, la gente como tú lo es. Y debes comenzar a valorar más tu vida, o como mínimo, valorarla igual que la de los que te rodean." Declaró el mayor, y contempló el shock tanto en la cara como en la compostura del joven. Kenshin estaba decidido a sacar a la luz a aquel niño apesadumbrado por la melancolía de no poseer un futuro mejor, o directamente no tenerlo. Repercutiría bien o mal, pero debía de enseñarle al niño el valor de la sinceridad, el valor de compartir la carga de su dolor con aquellos entes cercanos antes de que no haya vuelta atrás y se pierda por siempre en la amargura de la soledad. Además, no hay nada más sano que compartir tus cargas para no hundirte en la desesperación. Solo esperaba que el pelirrojo no lo evitara para así conseguir abrir su «caparazón»; y que le mostrara sus facetas ocultas.
"Eres un niño increíble Naruto." Dijo Kenshin. "He visto tus habilidades, tu velocidad y agudeza mental. Tienes una comprensión del mundo destacable para un niño de siete años. Eres un prodigio, con la facilidad para sobrellevar situaciones de alto riesgo como si fuesen lo más común que te cruzas en tu día a día. Esa determinación y voluntad inquebrantables. No eres como los otros niños. Se lo obsesionado que estas con generar un cambio. Y yo creo en ti. Tú eres especial. Si no… Arasaka no te habría escogido."
Los ojos del Uzumaki se abrieron de par en par, mientras el viejo avanzaba en su discurso el niño se sintió acorralado. Un puño de acero se instaló en su pecho cuando el viejo mencionó a Arasaka. Naruto nunca le contó sobre su compleja situación con Arasaka, que su alma y su cuerpo le pertenecían a la megacorporación japonesa.
"Sé que perteneces a una de sus estúpidas granjas porque una las muñecas con las que tú sueles conversar me lo admitió." La cabeza del bermejo emprendió una rauda carrera por tratar de descubrir quién fue, y todos sus pensamientos se dirigían hacia una sola persona: Rushia. De las muñecas, era la que mejor lo conocía y la única que sabía su secreto. "Fue la misma que me concedió tu ubicación para que te encontráramos." Dijo Kenshin. Definitivamente fue Rushia.
"No cuestionaré el hecho de que me hayas mentido. El hecho de que posiblemente no me hayas dicho una sola verdad desde que nos conoces. Desde que te acogimos. No pretendo cuestionarte, más bien, quiero ayudarte. No he indagado más porque pienso que si no me lo has contado, es porque yo no he sido de suficiente confianza para ti. He fallado como mentor." El niño pelirrojo lo miraba aún con demasiada conmoción como para hablar. Su mundo de mentiras se caía a pedazos, se resquebrajaba y el viento se lo llevaba, adonde él no pudiera llegar, adonde las mentiras siempre acaban: en la nada y en la verdad. Naruto comenzó a asustarse.
"Suéltalo." Dijo Kenshin de un modo profundamente conciliador y tranquilizador, decidido a darle la lección que no olvidara jamás. Uzumaki no respondió; su respiración en agitación y sus ojos un tanto ensanchados. Y el viejo continúo: "Se que has guardado todas tus emociones verdaderas en las profundidades de tu corazón afligido. Así que suéltalo y acéptate a ti mismo. Gobernar tus emociones no es contenerlo todo a sabiendas de que puede reventarte en la cara en cualquier momento, tal vez en el menos oportuno. Controlarse a uno mismo se obtiene a través de un largo camino de aceptación y delegación del dolor. Porque no es nada egoísta mostrarles tus penurias a tus compañeros de camino, a los que te apoyan en tu sendero sinuoso e injusto de la vida, para que puedan ayudarte; de hecho, no hay acto más egoísta y pusilánime que, ya sea por temor o por un capricho incoherente, encerrarte a todos los demás con tal de que no vislumbren tu dolor. Cuando a lo mejor esa gente que te ama y aprecia ha pasado por lo mismo y solo quiere ayudar. Créeme, yo tuve tu edad y visualicé las mismas miserias que tú. Fue gracias a las personas que me acompañaron y ayudaron que me encuentro parado donde estoy aquí hoy. Así que… Suelta esa oscuridad que guardas en tu interior. Deja de cargar con todo ese peso tú solo." Finalizó Kenshin. Un discurso, un desenfundado de sus mentiras y medias verdades para el cual el Uzumaki no se hallaba preparado, todo lo contrario, su faz expresaba un pánico atroz al saber que su mundo de engaños diseñado a la perfección se veía derrumbado sin problemas como un castillo de naipes frente a una brava tormenta.
"¿Cuándo?" Una simple y corta pregunta fue lanzada por el Uzumaki, pues él quería saber cuándo su coraza falló y fue leído con tanta facilidad.
"Desde el primer momento en que te vi. Estaba escrito en tu rostro, Naruto." Le respondió el hombre mayor con tono suave. "Solo suelta y deja de contener ese dolor. Deja de ser tu propio mártir y conviértete en tu guía personal hacia un futuro mejor." Sonaba reconfortante mientras que le aseguraba que si soltaba todo su dolor podría avanzar a un lugar mejor y conquistar sus sueños y pesadillas por igual.
Naruto apretó sus puños, causado por la impotencia de su debilidad momentánea. Estaba asustado. Lágrimas que no sabía que contenía, que creyó no poder reproducir fuera de una noche lluviosa en su habitación, cuando la melancolía y el terror se habrían paso asolando y dejando un vasto vacío. Profundo vacío que trato de sellar o de rellenar de falsas expectativas y promesas absurdas lanzadas al viento, con tal de no desinflarse y caer ante la tentación de una salida fácil. Porque no; él nunca retrocedería a su palabra. Aunque le costara el alma. «Naruto Uzumaki jamás se rinde ni tampoco llora». Sin embargo, le estaba fallando gravemente a la segunda parte de su lema en este instante. Pero es que estaba realmente asustado.
"No eres más que un niño, y es normal que los niños lloren." Agregó, una vez pudo ver que las defensas del pelirrojo decayeron para dar lugar a su faceta oculta. La verdadera cara de Uzumaki. Prodigio o no, seguía siendo un chico muy joven. Un pobre descarriado que siempre lo miraron de costado.
"Deja salir todos esos temores infundados, y arrepiéntete de haber creído y amado en vez de nunca haberlo hecho. La soledad es buena por momentos, pero vivir eternamente en ella, sin estar acompañado, es un auténtico calvario al que nadie debiera ser condenado."
En ese momento cualquier contención que tuviera sobre sí mismo el joven y pequeño Uzumaki desaparecieron. Un mar sin fondo, que se había estancado por culpa de la desolación y el abandono, y alimentado incesantemente por esta cruel realidad, salió a flote.
El hombre mayor se paró en mitad de la habitación, y abrió los brazos invitando al niño a un abrazo de contención. Naruto no dudó un solo segundo y salió disparado hacia el hombre, casi derribándolo al suelo del placaje involuntario.
El Uzumaki lloró y derramó cada gota de miedo que aguardara en su haber. Desatando el proceso catártico tan necesario en su joven y cansada mente.
"No te preocupes, no estás solo. Ya no más. Y sé que un día harás verdad tus sueños de cambiar esta dolorosa y terrible realidad. Lo sé." Dijo Kenshin entretanto palmeaba la espalda del bermejo. El niño detuvo su llanto y temblores un momento y luego reanudó.
El miedo se esfumó.
Naruto respondió a aquella necesidad primaria de amor y contención, sintiéndose cobijado por ésta. Resguardada su persona de toda oscuridad, interior o exterior.
Tan cansado se hallaba que se terminó durmiendo en los brazos de su cuasi figura paterna. Hoy tuvo un día muy largo. Su odisea había sido interminable, y casi terminan con su vida en varias ocasiones. Esa noche descansaría bien. Bien. Por primera vez.
~~o~~
Mañana siguiente. Torre Arasaka de Kyoto.
Anders Hellman bebió su café matutino con aparente parsimonia. Pero, en realidad, su estrés estaba en un pico sin precedentes. Entre que el proyecto Relic no hacía más que retrasarse o encontrar trabas para su desarrollo y el famoso laboratorio subterráneo donde enviarían a un grupo de niños para participar en inmersiones profundas a la antigua Red, el internet previo al DataKrash, con el fin excavar cualquier conocimiento perdido, el rubio no daba abasto.
El segundo tema no era un problema, hasta que le pidieron expresamente a él que reclute a uno de los quince niños para atravesar el muro negro. ¿Que por qué se lo pidieron a él? Fácil. Kyoto había sido uno de los mayores criaderos de talentos en los últimos años de la corporación, saliendo de esta ciudad muchos prospectos muy interesantes. Pero ahora mismo el estanque estaba seco. O, en su lugar, vaciado del ejemplar que él requería. No había de dónde sacar lo que él buscaba exactamente. También contaban con él por su larga lista de contactos, suponiendo que de alguno de ellos sacaría al mejor corredor del mundo. Un poco ilusos.
En la pensión para menores de Arasaka había algún que otro niño con un futuro interesante, ninguno del perfil necesario para convertirse en un corredor de tan alto nivel, ni mucho menos atravesar el muro negro a temprana edad.
Hablaría, de nuevo, con sus respectivos contactos para ver si le consiguieron el gran talento que andaba buscando. Aquellos contactos en Europa del Este le seguían insistiendo. De momento eran la mejor opción.
A Hellman le llegó la solicitación de ingreso a su oficina por parte de su secretaria personal, Kristina. Esto lo sorprendió, pero ni bien la observó entrar por las puertas cayó en cuenta de que algo importante tenía para él. Si no, no hubiera venido personalmente. Ella inclinó levemente la cabeza, con el debido respeto a su superior. A Hellman tales cortesías banales del mundo corporativo le importaban poco, las detestaba hasta cierto punto incluso.
"Señor Hellman, espero que no le importune, pero hay una situación que, según sus sugerencias, requiere de una atención inmediata y la comunicación del hecho directamente con usted." Dijo Kristina con voz fluida y respetuosa. Cabellera larga y rubia atada en una solitaria coleta alta, ojos color miel, piel tersa y blanca, rasgos eslavos de una mujer atractiva y segura, sin maquillaje o sin tanto para resaltarlo, en sus sienes visibles líneas y puntos de ciberware que iban hasta la parte trasera de su cráneo, donde su cabello quedaba lo bastante corto como para que los rastros de cibernética se vieran. En su cuerpo esbelto, que manifestaba la más estilizada finura, vestía un traje típico de la corporación: con una camisa blanca de seda, con un delgado y minúsculo lazo negro que se sostenía de su cuello; chaqueta azul marino y falda larga de corte diagonal del mismo color, un panti oscuro subía desde sus pies con tacones negros y más allá de sus rodillas se perdía por debajo de la falda, no llevaba collares, pulseras o relojes. En sus manos asía una tableta digital. Todo muy formal y cordial, tanto en su tono como en su vestimenta y postura. Sin embargo, era una mujer delicada y dada al buen vestir pero, a su vez, simple; a Hellman le agradaba esa simpleza suya. Anders hizo el ademán con la mano de que continuara, curioso del porqué de esta visita inesperada.
"En el día de ayer, se ha reportado un caso de abuso de poder por parte de las fuerzas policiales de la corporación en la ciudad de Kyoto, concretamente al sur del distrito central. La falta fue efectuada entre las siete y las nueve de la noche. Las víctimas de los infractores son un niño y una niña, según tengo entendido, ambos menores de edad." Hellman cruzó las manos con los codos apoyados en su escritorio. Su mentón se plantó entre ellas. Tuvo la necesidad imperiosa de suspirar.
"¿De qué clase de índole fue el abuso efectuado?" Preguntó Hellman, viéndoselas venir.
"Un intento de abuso sexual, a la niña; y una agresión física desmedida, al niño, el cual trató de ayudar a la primera. Según me consta, lo logró, pero los oficiales lo atraparon a él y descargaron sus frustraciones contra el chico."
"Ya veo." Dijo Hellman, pensativo, mientras desentrañaba si había algo más que su secretaria no le estaba contando. Bebió un sorbo de su café. Simultáneamente, pensó en el hecho en sí. No era como otros desgraciados de la empresa que hacían la vista gorda ante estas irresponsabilidades. Él solía tomar cartas en estos asuntos eliminando a los uniformados problemáticos y, tras eso, compensaba a sus víctimas para que callasen, en protección de la buena imagen de empresa confiable y segura que quería dar Arasaka. Después de todo, seguía siendo parte de la megacorporación japonesa y defendía sus intereses corporativos.
Estos abusadores no hacían más que dar problemas y dolores de cabeza. Normalmente cuando se enteraba de estos asuntos los eliminaba sin dejar rastros con su equipo de confianza. Los mandaba a una «nueva sucursal». Casualmente cercana a un vertedero. Esta práctica, fundamentalmente, la realizaba en los casos extremos y reiterativos. Aunque daba igual cuánto limpiara, siempre habría algo de basura nueva esperando a ser desechada.
Y el problema real, y el más fatigador, es que entre las ratas abusadoras se encubrían. Años anteriores tuvieron que lidiar con una red de tratas, desbaratando operaciones a lo largo de todo el país antes de que la noticia fuera de conocimiento público. Aquella vez eran mucho más que enfermos en potencia campando a sus anchas dentro de la corporación. Había peces gordos, como el anterior jefe de la sucursal en Kyoto. He aquí el resultado de su ardua investigación y oportunismo, tomando su lugar, pero sin sus prácticas reprochables.
Sea como fuera, Kristina todavía no había abandonado la sala, y a la historia se le hacía ausente ese aliciente necesario para que requiriese de «su atención inmediata».
"Has resuelto las cosas por mí, supongo."
"Exactamente, señor Hellman. Justo como usted me ha ordenado que haga en estos casos. Tomé prestado sus recursos he hice las indagaciones pertinentes. Uno de los culpables ha confesado luego de un poco de presión. El cabo Carlos Morrison ha declarado en contra de su compañero, Carter Johnson, y lo ha nombrado como el artífice, tanto de este delito como de otros varios ejecutados con anterioridad. Los infractores ya están siendo juzgados. ¿Quiere que reservemos el proceso a la privacidad de la corporación o, por el contrario, hacerlo de conocimiento público?"
"Privado, por favor; al menos de momento. ¿Cuándo y quién hizo la demanda?" Consultó Hellman, interesado en cuánto tiempo tardó en saber todo esto.
"Ayer por la noche. Alguien se aseguró de que me llegara esta información. No he podido recabar con exactitud quién es, pero anticipo que podría ser un amigo o familiar de las víctimas implicadas. Esta misma mañana me he puesto a ello." Un nuevo récord, sin dudas. Una confesión a horas de haber ocurrido el incidente. Por algo la había elegido como su secretaria personal en vez de depender de una IA que te organice el itinerario y te prepare un café insulso y sin alma. Kristina poseía ese algo especial, y Hellman tenía muy buen ojo para el talento, equiparable al ojo predictivo para amenazas y consecuencias de desgracias que también tuvo.
"Algo te ha llamado la atención y has decidido actuar con rapidez. ¿No es así?" A su pregunta, Kristina solo asintió afirmativamente.
"Y, entonces, supongo que no me hablas este caso en concreto porque te ha embelesado o sensibilizado la historia, ¿verdad? Hay un detalle más que lo cambia todo. ¿No es así?" Dijo Hellman, interrogativo. Ella tragó saliva.
"Así es." Dijo su secretaria, como si tanteara un campo de minas, pero sin estar nerviosa en absoluto. Ella desactivaba las «minas» con profesionalidad, y, por lo visto, ya estaba acostumbrada. Su faz proseguía calmada. Buscando las palabras adecuadas. Y las encontró. "Hay un motivo extra por el cual este caso adquiere un valor único y especial. Y es que el niño del que le he hablado, el que resultó apalizado por los oficiales, es Naruto Uzumaki."
Y eso lo cambió todo. Al rubio se le contrajo una ceja y, finalmente, las piezas tomaron forma. El rompecabezas que iba armando en su cabeza de este caso se resolvió de una sentada y le dio una jaqueca repentina que no esperaba. Como no esperaba que Naruto Uzumaki estuviere implicado de algún modo en esta situación, aunque, en alguna parte muy profunda de él, un pedazo de su ser, el que creía que el pequeño bermejo era un embaucador teatrero e incorregible del primer nivel (es decir, a la altura de un honrado miembro del consejo de Arasaka), soltó un suave y claro «te lo dije».
Tuvo problemas serios a la hora de relacionarse con el niño. El pelirrojo no actuaba como otros niños, y definitivamente no era el tonto bueno para nada que mostraba y que le querían hacer creer en la pensión. No hacía preguntas estúpidas o sin varias razones ocultas detrás. Atento y con la guardia alta para empujarlo a Hellman a sus trampas y que respondiera, de una manera u otra, a sus incógnitas. Pues el niño quería saber acerca de sus orígenes.
Naruto quería averiguar su origen a toda costa. Hellman no tenía la menor idea por dónde y cómo abarcar una situación tan compleja, y no sabía si siquiera quería hacerlo, el contárselo. Lo que sí sabía es que la madre del niño era un absoluto enigma. Otra extrañeza sin par.
Y ahora se enteraba de esto. El niño casi es asesinado, a golpes, en un altercado que involucraba a varios terceros. Sospechaba que el chico ocultaba las cosas, que en la pensión (o nojo) algo raro se tejía. Y esto lo atizó de repente y con la misma parsimonia que un baldazo de agua gélida a mil kilómetros por minuto. No pensó en que un niño de siete años pudiera mentir con tanta holgura, pero he aquí la prueba irrefutable.
Kristina carraspeó sacándole de sus pensamientos. Hellman y ella conectaron miradas y no hizo falta que diera la orden para que ella le otorgara el informe completo. Sus ojos del color de la miel se iluminaron brevemente de una tonalidad verde. Y los ojos de Hellman brillaron en azul mientras leía lo que le acababan de pasar. Tomó otro sorbo de su café.
"Ikari Yamada…" Dijo Hellman, meditativo. Desconocía en absoluto la identidad de la muchacha, pero, según parece, guardaba una relación lo suficientemente cercana con el bermejo como para que éste no se lo pensara dos veces y saltara a su salvación como un pollo sin cabeza. Quiso beber otro sorbo de su café, pero restaban algunas gotas nada más. Lo interpretó como una señal. Fue momento de actuar y desnudar las falacias de Uzumaki. Desmontarle el tinglado y descubrir quién en verdad se esconde debajo de sus facetas ocultas. Claro, todo esto si es que todavía no lo habían matado por sus imprudencias.
"¿Dónde está el chico? ¿Sigue con vida?"
"Iba a preguntar en la pensión sobre su presencia, pero consideré más oportuno el preguntarle a usted primero cómo desea proceder. Quizá quiera resolverlo en persona." Ella lo conocía excelentemente. Kristina tenía razón: iba a personarse en la pensión y desenmarañar todo lo que sucedía allí. Nadie le mentía tan holgada y cómodamente y se salía con la suya.
"Kristina, saldré a dar una vuelta con mi coche. Cancela todas mis reuniones y proyectos del día de la fecha." Expresó la máxima eminencia de Arasaka en Kyoto en voz alta y adusta a su inferior. Entretanto, se levantó de su asiento y abandonó su lugar detrás del escritorio. Se acomodó bien la chaqueta de su traje (iba correctamente vestido, como siempre). Kristina asintió con amplio respeto, dispuesta a cumplir con su encargo. "Ah, y por cierto, ¿podrías conseguirme una foto del sujeto?" La secretaria, no muy segura de por qué querría dicha cosa, afirmó que lo conseguiría de inmediato.
Si por alguna razón al bermejo se le había descompuesto el ciberware, Hellman no iba a dar vueltas como una rotonda hasta que Naruto admitiera todos sus engaños. No estaba con el tiempo ni con la entereza como para aguantar la ristra irrefrenable de patrañas que soltaría por sus dulces labios el pequeño mentiroso. Quién sabe qué cosas descubriría una vez destape todos sus embustes.
Hellman salió de su oficina y fue al garaje subterráneo del edificio. Una vez recibida la fotografía física que había pedido se subió a su coche, un cuatro puertas enteramente negro, blindado y alargado, provisto por la empresa. El logo de Arasaka en la parte delantera en un metal pulido y brilloso. En Arasaka eran demasiado egocéntricos como para utilizar los vehículos producidos por otros que no sean ellos mismos; a él le quedó, por herencia corporativa de la red de pederastas que desarticularon gracias a él, el coche del anterior director de esta edificación y ciudad. El motor bramó. A Hellman le gustaba conducir; y, cuando sus picos de estrés lo ahorcaban sin comedimiento, a veces recurría a estimulantes; otras, salía a dar vueltas con su coche.
Hoy no saldría a dar vueltas.
Tendría un par de preguntas tajantes para Uzumaki. Y hoy no pretendía obtener mentiras o desviaciones del tema a tratar. Hoy no.
~~o~~
Naruto se despertó a la mañana siguiente algo atontado por la llorera de la anterior noche. En uno de los sofás de la casa de familiar gimoteó y, pasadas las horas, durmió como un tronco; pocas veces descansó tan a gusto. Su rostro estaba absurdamente rojo e hinchado. Se asemejaba a un tomate maduro. Algo que hizo reír a Ikari, que lo invitó a tomarse un baño mientras lavaban las manchas de sangre de sus prendas (y de paso también toda la tierra acumulada en ellas). Darse un baño fue algo engorroso debido a que todavía tenía alguna costilla en proceso de reestructuración. Aun así, lo hizo. Y escondió lo bastante bien su dolor como para que Ikari ni Kenshin se diesen cuenta.
Le secaron las ropas, desayunó ramen, como no podía ser de otra manera, y se preparó para dirigirse devuelta al nojo.
Una vez vestido y alimentado, partió rumbo al nojo, sin antes despedirse con un fuerte abrazo de Ikari. Él sintió vergüenza, ella lo engulló ferozmente contra su cofre. Y, sea a propósito o no, eso produjo una pigmentación rosácea en la cara del bermejo. Él siempre generaba esa simpatía natural sobrenatural en las mujeres: se ganaba su favor, quién sabe cómo, y obtenía su calor y su afecto de una u otra forma. Para complementar, y cortar con tanto calor y dulzura femeninas, estaba Michiko, que era fría y apática como un témpano, odiosa y desagradable como tener un iceberg punzante incrustado en la ingle. Kenshin vio todo de reojo con una expresión indescriptible. Salió de la tienda.
Naruto caminó en paz por las calles. Sonriente y feliz. Incluso estaba nevando, cosa extraña en esta ciudad. Pidió un deseo, tal como la anciana del santuario sintoísta le dijo que hiciese en raros momentos como éste. «Ojalá tener superpoderes sobrenaturales con los que hundirles el cráneo a desgraciados como el de anoche», deseó un joven e ignorante Naruto Uzumaki.
Los copos níveos cayeron en la gran ciudad con las luces apagadas, como siempre sucedía durante la presencia imponente del sol. La nieve, una señal imperceptible de que hoy era un día único. Y joder si sería único e inolvidable aquel día.
Naruto no se quitó la venda que tenía aún sobre su cabeza a pedido de Ikari. Ella le colocó una nueva y limpia esta mañana para evitar infecciones en la herida. Sorprendentemente se había curado anómalamente rápido y ya no se notaba tanto, pero todavía era necesario taparlo, según Ikari, por si las dudas. Mejor prevenir que curar, ¿no?
El Uzumaki entonces se encontraba con una clara prueba de lo que había acontecido ayer justo en su frente, pero dudaba que a Michiko o a el resto de cuidadores realmente les importara dónde anduvo anoche, qué hizo o le hicieron o cómo se las arregló para sobrevivir después de una apaleada nocturna en invierno. Sería como cualquier otro día que volvía un poco golpeado, inventaría una excusa inverosímil y se lo dejarían pasar otra vez, tampoco habría gran revuelo. O eso pensaba el bermejo. El problema es que, cuando llegó a las puertas del establecimiento, encontró a alguien no esperado. Una persona que sí podía hacer un par de preguntas curiosas, y tal vez más que eso.
Con mirada escrutiñadora, manos en los bolsillos, cigarro en la boca, cabello rubio peinado hacia atrás, ataviado con un traje caro. Allí se paró su patrocinador, Anders Hellman, frente al lugar de sus mayores pesadillas. Detrás de él, horrorizada, se erguía la matrona, al borde de un ataque de pánico. Al verlo, dejó caer el cigarrillo de su boca y lo pisoteó con desgano. ¿Eso fue una señal?
Fue cuando escuchó la voz firme y exigente del hombre rubio. Ahí supo que este día no sería como cualquier otro.
"Supongo que sigues vivo luego de tu encuentro con la seguridad de Arasaka, ¿no?" Dijo Anders Hellman de forma severa, dejando a la vista su contundente tono de autoridad y mando, arribando con declaraciones inculpatorias sobre verdades no dichas y mentiras derrochadas a miríadas. Naruto jamás lo oyó hablar de un modo tan agresivo. La voz que el hombre rubio usó para reprender y castigar duramente las insubordinaciones, ahora puesta a prueba contra un mero niño. Aunque de mero no poseía ni una onza el cuentista pelirrojo. "Es curioso que nadie supiera dónde estabas. Ni siquiera la matrona del lugar, encargada de saber todo sobre todos. Me pregunto: ¿qué otras cosas ocultaras? ¿Adónde habrás ido toda la noche? ¿Por qué hoy tu ropa está tan raída considerando el hecho de que, siempre que vengo, lo que vistes se ve impoluto y sin ni un jirón o rasguño? ¿Cómo es que sigues con vida después de la terrible paliza que seguramente te han propinado? ¿Por qué no volver aquí, a la pensión, o ir al hospital en cualquier caso? Como sea. A partir de este instante me contarás la verdad y nada más que la verdad." La vista examinadora de Hellman se fijó en el Uzumaki. "Te aconsejo que comiences pronto."
"¿Cómo?" El pelirrojo se halló acorralado por segunda vez consecutiva en menos de veinticuatro horas. Preguntándose si se había establecido una especie de complot absurdo contra él por cómo descubrieron sus dos grandes mentiras, y en un periodo muy corto. Demasiado.
El rubio lo miró con suspicacia, se acercó a él, sacó de su chaqueta una foto. Parado frente a frente, le enseñó una fotografía de alguien que el niño reconoció al momento. Naruto se habría reído del antiquísimo pedazo de papel en las manos de Hellman si la situación no fuera tan tensa. Además, lo que pudo visualizar en ella le dijo todo lo que no se dijo. Hellman lo sabía.
"Su nombre es Carter Jonhson. Fue acusado de un intento de abuso sexual por uno de sus compañeros anoche. A su vez, apalizó a un niño menor de edad que se interpuso. Casualmente el niño era un japonés harapiento y malnutrido. Casualmente era pelirrojo." Naruto recordó con precisión al hombre de la foto. E hizo arder sus venas en un fuego reanimado. Negro y calvo. Mandíbula prominente y cara de hijo de puta (y lo era, y mucho).
'Esa basura abominable.' Pensó Naruto, viendo oficial mostrado a través de la foto. La rabia se mostró en sus rasgos de manera inoportuna e inintencionada. Lo cual Hellman detectó. Y continuó el «interrogatorio». Había notado, desde su llegada, cierta descompostura en su postura. El niño, aparentemente, continuaba dolorido. Para cerciorarse, lo comprobaría de primera mano.
"Lo hemos apresado y ha confesado todo. Y cuando digo todo… es todo." Hellman, parado cerca del chico, se agachó y clavó un solo dedo punzante en las costillas del pelirrojo que tuvo que hacer un terrible esfuerzo para no retorcerse violentamente; el rubio le inspeccionó la zona dañada; su acción repercutió enseguida. Naruto colocó sus manos por puro reflejo sobre la herida invisible pero sí sondable con el suficiente enfoque a la postura y la forma de caminar del niño, además de la obvia demostración de sensibilidad en la zona.
"No creía que llegáramos a esto, pero diría que tienes las costillas rotas o bastante lastimadas, y, por tu gran tolerancia al dolor, esta no creo que sea la primera vez que te pasa algo similar, ¿verdad?" Dijo Hellman, súbitamente inquietado. No desquitó la vista de encima del pelirrojo en ningún momento. Hacerle esto a un niño no entraba en los límites morales de Anders, pero para desnudar las mentiras que su… ¿producto? ¿Hijo adoptivo? ¿Discípulo? Independientemente de lo que sean o no, él llegaría hasta el fondo del asunto, eso seguro.
Naruto no supo cómo responder, y, con el dolor punzando en su pecho, detrás del rubio pudo ver a una de las causas de su terror todos estos años temblando de miedo. Vistió un uniforme reglamentario azul oscuro, con falda y chaqueta formales, botones dorados en esta última; tacones negros, un reloj exuberantemente caro de platino. Su cabello azul estaba recogido en una pequeña cola de caballo, dejando unos flequillos libres que cubrían parcialmente le lado izquierdo de su rostro. Rostro petrificado en un profuso pavor.
Michiko apenas se sostenía en pie, le pedía al Uzumaki a gritos silenciosos con su mirada que mintiera para no ser castigado. Sus piernas juntas y pegadas no evitaron que se tambaleara como un flan.
Contrario a las sensaciones encontradas por Naruto en la noche anterior, un sentimiento vengativo se apoderó del corazón noble y gentil del Uzumaki que, por primera vez, pudo sentir un odio absoluto acompañado con la excitación febril de poder retribuir sus dolores y sufrimiento. Algo inconsciente y demasiado tarde para ahogar que nació en algún momento de su desgraciada vida. Una cosa arraigada al pelirrojo que si no se desprendía con la idónea premura podría acarrear grandes consecuencias, terribles consecuencias. Un tipo de emoción que solo se saciaba con la sangre provenida de la venganza y la matanza. Cualquiera que se cruzara en los senderos del Uzumaki en este estado, caería inevitablemente en la desgracia. Y Michiko hacía tiempo que cruzó su camino con los del niño pelirrojo, para aguardar al final de éste en el único destino que podía esperarle ahora. Su tumba, ella misma se la había cavado.
"Habla." Dijo Hellman mientras se reincorporaba y se paraba. Parado entremedias de Naruto y Michiko. "Di algo. Aunque sea una mentira. Exprésate, adelante." Dándole el perfil izquierdo al niño, Hellman metió la mano en su en un bolsillo interior y tomó un cigarro y un mechero entre sus manos. En el pequeño mechero, una caja plateada, había una inscripción en japonés que recitaba: «haz todo lo que puedas, lo demás déjaselo al destino». Un proverbio japonés. Naruto lo conocía. Podría ser tranquilamente una máxima suya. Naruto sabía lo que tenía que hacer, pero…
Miró a Michiko, quien le obsequiaba una cara de circunstancia incomodísima y tremendamente nerviosa. Su sonrisa forzada, a momentos, se partía y uno podría decir que se largaría a llorar. Lo impactó. ¿Qué tanta influencia y poder poseía Hellman en verdad? Y le dirigió, entonces, la vista a su patrocinador. Cerúleo fríamente gélido penetró en las amatistas confundidas y perdidas. Naruto y Hellman se observaron el uno al otro, como si se tantearan con la mirada. Un combate sin puños, sin palabras.
"Y si no tienes nada que objetar o decir, simplemente di la verdad." El rubio habló y aconsejó a su pupilo descarriado. Y, sin mucho que argüir, Naruto aceptó su destino próximo y cambiante. Solamente esperaba que todo esto finalizara en buen puerto, y que su vida y su gente preciosa, la poca gente preciosa que lo acompañaba, tuvieran un futuro mejor. Tuvieran un futuro.
Haz todo lo que puedas, lo demás déjaselo al destino.
"Como usted diga, Hellman-san." Espetó el pequeño pelirrojo acatadamente. Voz apagada de toda emoción, al igual que su rostro en ensombrecimiento. Aprovechando lo que sería su primera oportunidad revanchista, a expensas de lo que le hicieron y le provocaron, él concedería un dolor equitativo o superior a aquellos injustificados torturadores.
Pues, en las profundidades del corazón de este niño, existe algo más que soledad, tristeza, dolor o desesperación. Algo tan profundo, genuino y sincero, que en todos los seres de su extirpe aparece. Aquel gen inherente, concebido al momento de su nacimiento. La insignia célebre que ha heredado de un progenitor maldito. Aunque, ambos padres del niño estaban malditos después de firmar con sangre un condenado pacto. El pecado condenatorio que, en parte, su precio ya ha sido sufragado.
Dentro del joven, se afianza la voluntad mayor de aquellos que lo perdieron todo. Ángeles caídos que amaron y perdieron. Urge en sus adentros la reivindicación de ese amor. Urge en sus adentros el sentimiento más primitivo y real del hombre: el odio.
Las bases para que ese odio prospere ya han sido colocadas. Ya ha prosperado; ha nacido. Demasiado tarde es para dar marcha atrás, nunca se desvanecerá, ya solo queda aguardar.
Es cuestión de esperar que aquel tercio de su genética, condenada a vagar por la oscuridad, no se convirtiera nunca en el sesgo predominante del dos tercios Uzumaki. Únicamente eso.
El litigio divino de dos voluntades comienza para disputarse el control por un mero cuerpo. El niño pródigo ya nació y ahora es cuestión de tiempo y de su elección a cuál llamado atender. Odio o amor. Soledad o amor.
Uno arrancaba con cierta ventaja. El otro es muy fútil y momentáneo.
El amor necesitaba ser urgentemente alimentado.
Y el Uzumaki conocerá a ese alguien especial que lo saciará con su amor y cariño muy pronto.
Una pasión por las edades reenciende sus llamas otra vez.
~~o~~
Seis meses después.
"Entonces, ¿adónde vamos?" Un bermejo inquieto preguntó.
La concentración y meditación de una de las máximas eminencias de Arasaka fue cortada por la pregunta repentina de su discípulo. Estaba fumando (como siempre). El niño conocía cómo ser insoportablemente molesto si se lo proponía. Tranquilo y sosegado, Hellman, que se hallaba al frente de éste, dentro del VA que los estaba llevando a su próximo destino, Tokyo, le respondió:
"Tokyo." Simple y cortésmente. Ojos cerrados, restándole absoluta importancia a las dudas del joven (ya era la sexagésima vez que le inquiría una respuesta). Ocasionó un bufido con su respuesta, proveniente del pelirrojo menor frente a él, quien esperaba una descripción al detalle de qué iban a hacer en la nueva ubicación. Ya había averiguado, en contra de los deseos de Hellman, adónde se encaminaban. Pero no mucho más. Naruto solo sabía que necesitaba mejorar sus habilidades como corredor pronto o no podría aprobar unos exámenes de ingreso a un laboratorio especial de Arasaka (esta información también se la raptó al rubio preguntado de manera insidiosa y pesada). Toda esta situación se dio después de que le admitiera a Anders sobre sus métodos para sobrevivir en las calles, incluyendo en sus anécdotas el hecho de hackear máquinas, y a veces a personas, con tal de obtener lo básico para su supervivencia. Hellman le hizo unas pruebas y le dijo que su habilidad era inusual, que su mente presentaba una cierta «invencibilidad».
"¿A qué?" Repreguntó el Uzumaki, esta vez esperando algo más que una simple palabra. Sentado y de brazos cruzados estaba el niño pelirrojo, insistiendo durante todo el viaje para saber sobre su futuro incierto.
"Prepararte." Declaró el hombre rubio con más sencillez que antes, aún con los ojos cerrados, intentando descansar un rato. Su contraparte ya había anticipado la respuesta vaga, así que rápidamente re-repreguntó.
"¿Prepararme para qué?" Hellman contuvo un suspiro y esta vez abrió los ojos. Amatistas curiosas chocaron de frente con zafiros resignados. No tenía otra opción aparentemente. Tendría que contarle acerca de su nueva compañera. Pero, ¿por dónde empezar?
"Christoff Wiesław Dymny." El pelirrojo lo miró como si le hubiese crecido una segunda cabeza. Y no era para menos. El nombre que lanzó al aire, conocido por el rubio hace unos meses, fue el de un don nadie que se quería ganar algo de relevancia de las grandes esferas corporativas niponas «regalándole» a él su mejor producto, con un pequeño cargo adicional.
"Él nos obsequiará…" Hellman no sabía cómo expresarlo sin que se oyese como un intercambio de bienes muy cercano a la esclavitud de los siglos primerizos, e incluso muy anteriores a estos, de la civilización. "…con su ayuda para mejorar tus habilidades como corredor, dándonos algo muy especial." Eso no se oyó tan mal, ¿verdad?
"Suena a un intercambio de favores o, aún peor, a alguien que necesita tu ayuda desesperadamente y que tú le pisarás el cuello hasta exprimirle su alma." Declaró el pequeño y demasiado perspicaz pelirrojo. Desnudó el motivo por el cual su cooperador desesperado, cuya opción singular era darle todo y más a Hellman, aceptaría el trato; haría todo con tal de obtener un recatado puesto dentro de las instalaciones de Arasaka. No obstante, Naruto aún no era rotundamente consciente del entramado real de su pacto.
"Más o menos. Tú serás el gran beneficiado de este trato." Aclaró. El pelirrojo lo estudió con cautela y suspicacia, entretanto Hellman tomaba un cigarro y fumaba frente al niño, esperando miríada de preguntas asertivas de su aprendiz. Bendito aprendiz que llegó a él con las habilidades necesarias y en el contexto adecuado para poder serle de gran ayuda. Hellman también lo ayudaría, evitando que volviese a pisar las cruentas calles de una gran ciudad, por lo menos en un estado de pobreza y miseria absolutas como en el que se encontraba anteriormente. Le daría la oportunidad al niño de hacerse valer por sí solo usando sus habilidades innatas y poco comunes en otros... No, completamente inexistentes en cualquier otro individuo.
"Dijiste que nos daría algo muy especial que me ayudará con mis habilidades como corredor. ¿No te refieres a otra persona que las haga de tutor para mí? ¿Verdad?" Dijo Naruto con una ceja arqueada. Su pregunta final dejó visible una apatía palpable por la indiscreción recurrente del mayor al referirse a otros como objetos o herramientas. Algo que Hellman no se esmeraba en evitar, y con lo que tampoco se hallaba cómodo, pero era el lenguaje corporativo. La costumbre.
"Efectivamente." Confirmó todas las sospechas del joven de ojos violáceos. Echó una profunda calada, el humo inundó el pequeño habitáculo. El chico dio en el clavo con su infame certeza, nunca dejando en el tintero los pensamientos verdaderos que corrían por su dichosa cabeza, exceptuando aquellos que no le daba igual desenfundar.
Tras su gran cambio de vida, uniéndose como compañero de departamento en el lujoso hogar de Hellman, un ático en pleno centro de Kyoto, el Uzumaki estaba impaciente por averiguar lo que se avecinaba. A continuación, se aproximaba otro gran cambio que, por lo visto, lo llevaría a conocer personas nuevas y lugares inexplorados.
"¿Quién? ¿Quién es esa persona? ¿Cuál es su nombre?" Preguntó Naruto, reteniendo su desesperación por saber. Curioso de lo que le ocultaba el rubio mayor.
"Su nombre es…" Hellman dejó de fumar y colocó la colilla del cigarro en un cenicero a su lado, en el reposabrazos del vehículo volador. Miró con seriedad al niño con hambruna de conocimiento delante suya. Esperó y entonces continuó, seguro de que su entera atención lo captaba.
"…Lucyna Kushinada…"
…Continuará...
~~o~~
(*Reescrito por última vez el 7 de octubre de 2024.)
Notas Finales:
Prólogo finalizado. Ahora comienza el "arco introductorio" que sienta las bases y presenta a la gran mayoría de personajes que serán trabajados a lo largo de la historia.
Felicidades si has llegado hasta aquí, aunque no tengo ni idea de cómo ni de por qué lo has hecho, has finalizado este pequeño prólogo. Felicidades.
Un efusivo y cordial saludo.
Hasta la próxima...
Aclaraciones:
(*Estas aclaraciones son para aquel individuo que leyó el prólogo original. Si no eres uno de ellos, ignóralas.)
Me di cuenta de que, durante el primer encuentro de Naruto y Lucy (que ya ha sido escrito), el lector no poseía ninguna información sobre ambos personajes; una cosa imperdonable. Por lo que, además de por razones gramaticales, ortográficas y otras tantas narrativas, he decidido reescribir el prólogo.
Anteriormente, cuando escribí y subí el primer prólogo, apenas sabía lo que realmente quería hacer con esta historia. Solo me basaba en inspiraciones momentáneas. Ahora, luego de haber escrito varios fragmentos y tras establecer y esclarecer una línea argumental más o menos fija, he querido aprovechar para arreglar el horrible inicio que tenía esto antes de seguir avanzando.
Me ha quedado un poco largo (he triplicado la duración original del prólogo), es cierto, pero creo que era necesario dar ciertos retazos sobre los protagonistas, sobre todo para soltar indicios de lo que acontecerá y para tener unas bases claras y concisas. No tendré muchas oportunidades de hablar tan en profundidad del protagonista de ahora en más por ciertos sucesos futuros.
Nada más que aclarar. Un saludo a quienquiera que sea el desgraciado que lea esto (y que haya tenido la mala fortuna de haberse comido el prólogo original para nada. Lo siento).
