Aquí vamos otra vez…
Anotaciones:
Se inaugura la serie de capítulos «Pasión Lunar» (en honor al borrador original de donde proviene este fanfic), destinados, en gran medida, a realizar avances transcendentales en la relación protagónica de esta historia. Esta será la primera trilogía. Sí, va a haber 3 capítulos de pasión lunar nada más empezar ya que de algún modo se tienen que conocer (y enamorar) nuestro protagonista con su queridísima deuteragonista.
Me quiero tomar mi tiempo a la hora de desarrollar su relación, pues es un punto central en toda la historia del cual pretendo exprimir hasta la última gota.
Y no se asusten por el inicio de este episodio. Solo es una subtrama que se me fue de las manos. Me leí la Wiki entera del juego y de algo tenía que valer. Hice un entramado político coherente con el mundo de Cyberpunk (con todos los añadidos que he ido haciendo) y que actúa en favor de los intereses futuros de la trama principal. Nada más.
Disfruten.
Alerta:En esta historia se narran varios temas 18 que pueden ser muy sensibles para algunos. Todas (o casi todas) cuestiones tratadas en mayor o menor profundidad dentro del juego Cyberpunk 2077, y que también se tocarán en esta historia. Si has jugado al juego sabrás lo que te espera (e incluso así puede que te sorprendas). Leer con discreción.
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Un Pacto con la Muerte
~~Introducción~~
Capítulo 5: Pasión Lunar Pt. I; Little Stranger
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Año 2062. Bielorrusia, Minsk.
En uno de los resquicios de la antigua Unión Soviética, en el borde del Svisloch, un río que fluye desde el noroeste al sureste de la pequeña y particular metrópoli de Minsk, un hombre rubio de ojos cerúleos observa con inexpresividad su ciudad natal, su auténtica ciudad natal, bajo el cielo plomizo de un insólito día frío de verano. Qué apática extrañeza.
Un colosal cementerio de hormigón bajo las cegadoras de luz solar, las nubes. Edificios grandes y modernos sin personalidad alguna ni ningún atractivo que destaque por sobre las cotidianas, aburridas y, por lo visto, efectivas estructuras grises y gigantes. No tan gigantes como en megaciudades de otros países porque esto seguía siendo la minúscula capital de un país olvidable para las economías preponderantes; pues incluso la URSS parecía ignorar su existencia no invirtiendo más de lo necesario, y tal vez menos, en aquel pedazo de concreto llamado Minsk, en el centro de Bielorrusia.
Fácilmente se podía notar el descuido en la urbanización de la vieja ciudad; como en el banco que se encontraba sentado en este momento, al borde de un espigón que contuvo al Svisloch. Alguna vez, este asiento pretendió ser de un verde claro y llamativo, inspirador; pero que ahora se apreciaba su gris apagado en cada esquina, como todo aquí, como siempre fue aquí. Además, las urbanizaciones tenían ese aliciente soviético depresivo para unir las dos peores vistas del mundo junto al poco creativo y soberbio paradigma arquitectónico capitalista en claro deterioro, o, aunque sea, así era y se veía en Minsk. Kiev, Moscú, Leningrado y otras grandes ciudades de Europa Oriental, o en Asia como tal en ciudades como Tashkent o Bakú, nunca presentaron tal desazón y sobriedad tan antipáticas, o no de esta forma. Los neones colocados parecían de hace cuatro décadas, y siendo sinceros, podrías echarle dos décadas más y ni te darías cuenta del mal estado en el que se hallaban.
Para colmo, estaba presente esta nubosidad negra y densa que traía consigo vientos fríos que se desentendían de la época del año en la que estaban… A principios de julio. Una rareza excepcional. Al parecer, una inmensa tormenta había acontecido recientemente. ¿O esto era la causalidad de la contaminación irremediable que terminó por incitar esta locura, o fue una mera casualidad? ¿Qué le esperaba al inicio del invierno siguiente a esta gente? Suficiente tenían con la horrible urbe en la que les tocó vivir que, si no fuere por el ocasional VA que sobrevolaba los cielos y los sonidos del movimiento del día a día, uno juraría que es una ciudad abandonada. Fantasmal.
Y no muy lejos de la realidad estaba esa conjetura si sabías el trasfondo de la lucha de poderes que se daba todavía en la URSS y el por qué no interesaba que este lugar prosperara, al contrario, deseaban hundirlo y, quizás, bombardearlo y desaparecerlo de una vez por todas.
La vista horrible de una mini-megaciudad fue parcialmente bloqueada por un individuo que se paró frente a él, posteriormente inclinó levemente la cabeza, en señal de saludo, y se sentó finalmente a su lado. Un señor mayor de unos setenta años o más, estatura mediana, mayoritariamente calvo, con solo pelo a los costados y detrás de su cabeza; un bigote negro con un mechón en la izquierda de color blanco, rostro arrugado donde tenía un lunar o peca que sobresalía bajo el ojo derecho. Vestía una chaqueta negra sobre un suéter pardo con rombos naranjas oscuros intercalado por otros lineales y sin rellenar de color más claro, pantalones beige de una tela fina y cara, zapatos oscuros y elegantes. Por último, un pequeño bastón de latón, u otro material de similar apariencia, sostenido en sus manos donde en el dedo anular de la mano izquierda había un anillo de platino con un símbolo consagratorio; contenía algunas escrituras en cirílico alrededor de la circunferencia externa del mismo. Impensable que este señor mayor fuese alguien importante en la cadena de mando soviética. Un excomandante retirado que ahora era la voz y el voto de las futuras acciones de su patria. Aunque, era sabido que en este mundo la única patria verdadera fue el dinero y el poder, las dos dependientes entre sí.
"Las nubes son un hastío en una época supuestamente calurosa. Hay quienes dicen que podría nevar en verano. Vaya locura, ¿no?" Expresó aquel señor mayor, añejado por la edad, en tanto se posicionaba con su bastón entre las piernas abiertas, apoyando ambas manos encima en una pose meditativa.
"Mph." Fue la respuesta del rubio quien despegó la mirada de la depresiva imagen de una sociedad vaciada por el ansia y la codicia. La posó sobre su superior.
"Me han dicho que en Polonia como en todo el este de Europa ya casi no hay día soleado a consecuencia de una serie de tormentas de procedencia inidentificable. Aunque, nosotros, creemos sí conocer el gran enigma y provocador de esta anómala climatología. Son esos remolinos los que han desestabilizado el sistema mundial tan antiguamente prestablecido. Son sus fantasmales apariciones de negro. El agua mojaba, el sol secaba y los corporativos mandaban. El verano era caliente; el invierno, por momentos, también. Todo en perfecto equilibrio, en sintonía. Hasta que…" El rubio sólo frunció un poco el ceño hacia su superior, no esperando tanta palabrería banal en una primera reunión después de meses. Si bien entendía hacia dónde quería ir, no corrían con el tiempo, ni él con las ganas, de andar encriptando y descifrando mensajes cuando estaban sentados el uno al lado del otro, aislados de cualquier persona entrometida.
"Sabes que no hace falta que hablemos en código dentro de nuestro territorio, rodeados de nuestros soldados y espías en mitad de un estado completamente entregado a nosotros. ¿Verdad?" Cortó cualquier intención ostentosa del viejo lobo de guerra que se posicionaba a su lado, queriendo ir al quid de la cuestión. No dentro de mucho tendría que dar los detalles finales, aparte de realizar las pruebas definitorias, que comprobaran el éxito determinante de la «Luna» en su misión.
"Ya lo sé, Dymitri." Liberó una risilla simpática, sonriéndole al rubio llamado Dymitri; lo miró al rostro. "Es solo la mala costumbre. Aun así, mi declaración no va acompañada de otra cosa que la preocupación ¿Y quién sabe hasta dónde va la paranoia de los antiguos gobernantes de estas vastas tierras?" Tono sereno, calmado.
"¿Qué ha ocurrido, Bartosz?" Dijo el ojiazul, quitando las manos de los bolsillos de su gabardina marrón. Se la había comprado a un vendedor del mercado negro de Varsovia, mientras deambulaba buscando a su objetivo, hace unos años. Le gustó bastante y tenía una excelente calidad para ser de segunda mano, y se vio forzado a comprar ropa de invierno porque lo atrapó de sopetón el clima inesperadamente fresco.
La sonrisa de Bartosz desapareció como llegó. Y entonces dijo: "Arasaka lo sabe." Palabras tan fugaces como impactantes.
"…" Dymitri abrió un poco los ojos y los labios intentando formular algo, pero nada salió. Todo el trabajo hecho por años, disuelto, tirado a un abismo irrecuperable; pues, cuando Arasaka se enteraba que la espiaban, solo quedaba mirar atrás y disfrutar de lo vivido, rindiéndote de la amargante desgracia venidera o tratando de huir lo mejor que puedas (un imposible).
"Pero no saben exactamente quién, ni tampoco deberían sospechar de ti." Esa aclaración trajo como resultado una respiración más tranquila del rubio, pero todavía no se recuperaba de la sorpresa y la intriga causada por el no saber cómo descubrieron la operación.
"¿Cómo?" Expresó sus dudas en voz alta, y luego, recordando como iniciaron su conversación, continuó. "¿Crees que fueron los opositores a SovOil?" Preguntó el rubio.
"No, incluso ellos tienen algo de dignidad. Tuvimos que estirar demasiado la cuerda para saber lo que sabemos." El hombre mayor sacó una cajetilla de cigarros del bolsillo interior de su chaqueta. "Cedió y se rompió." Sacó uno y se lo colocó en su boca, ofreciéndole otro a su colega rubio, quien denegó cortésmente. "No tardarán mucho en desaparecer a nuestros agentes. Los quitaremos del camino si es necesario." Fue la explicación sencilla de por qué la megacorporación japonesa descubrió a los infiltrados soviéticos que fueron puestos de manera gradual estos últimos años.
"¿Nos retiramos?" Dijo Dymitri. Teniendo en cuenta que la tapadera de sus «compatriotas» fue destapada, no habría chances serias de continuar con la planificación preestablecida. La Unión de Repúblicas Soberanas Soviéticas no saldría ilesa si continuaban esta operación encubierta de SovOil para defenestrar y socavar la autoridad de Arasaka, utilizando como contacto a un enemigo histórico de las naciones soviéticas. Como era ya sabido, en este mundo la única patria y nación son el dinero y el poder, y las corporaciones tenían a mansalva de estos dos; pudiendo controlar países enteros desde las sombras como hacía Militech con gran parte de NUSA, Arasaka con casi todo Japón y la nueva URSS siendo manipulada en la mayoría de sus decisiones geopolíticas y económicas en torno a los beneficios empresariales de SovOil, una de las corporaciones más poderosas en la actualidad. No obstante, se encontraban muy lejos de Arasaka o Militech en cuestiones de poder empresarial, ya que estas poseían la influencia capaz de colocar y deponer presidentes como muñecas de trapo. Mientras tanto, la empresa petroquímica neo-soviética no contaba con el poderío tal para semejante accionar mucho más allá de los límites del territorio de la URSS; tenía influencias y sedes en muchos sitios, sí, pero no hacían y deshacían de la forma bruta que las dos megacorporaciones más grandes, manipulando y cambiando el entorno geopolítico como si fuese una aburrida y repetitiva partida de ajedrez.
"No. No nos retiramos, no todavía." Dijo Bartosz, mostrando serenidad ante los hechos adversos que arruinaron sus planes, característico del buen líder y comandante que otrora vez fue. "Las reglas del juego han cambiado, pero nuestra jugada sigue siendo la misma. Solamente colocarás una bomba y huirás en el momento indicado."
"¿Una bomba?" Preguntó Dymitri extrañado. El plan original no contenía ninguna bomba. Solo fue situar a sus espías detrás de las filas de Arasaka, excavando cualquier dato para su provecho, y posteriormente intercambiarlos con su «socio» en esta operación tras los telones, NUSA. Sí, aunque sonara ilógico e irremediablemente descabellado, la URSS estaba realizando tratados con su antagónico enemigo americano y viceversa. Ellos ofrecieron el pacto por debajo de la mesa cuando la superioridad de Arasaka se hizo demasiado notoria. La nieve en pleno verano no sería el acontecimiento menos razonable ocurrido en este tiempo, aparentemente.
Obviamente, no fue de público conocimiento la cooperación entre ambas megaempresas y, para peor, tampoco lo sabía la gran mayoría del núcleo neo-soviético, solo aquellos allegados al poder central el cual gobernaba actualmente. A pesar de los grandes golpes que sufrió durante la gran Cuarta Guerra Corporativa, Arasaka se supieron mejores del conflicto y a posteriori de este no hicieron más que crecer para posteriormente recuperar la cima que le fue arrebatada. Un doloroso y amargo final para Militech, la empresa insignia de NUSA, que no se quedaría de brazos cruzados cuando su contrincante se fortalecía y nada parecía detenerlo. Por eso, luego de un intenso trabajo de cooperación de la inteligencia de ambos bandos, tanto americanos como neo-soviéticos, dieron con la oportunidad de infiltración en la corporación japonesa. Si las cosas salían bien —no lo hicieron— avanzarían en un tratado más formal y transparente, beneficiando a SovOil y Militech, con la intención de dar la impresión de un frente unificado y humanista en contra de los «demonios desenfrenados» de Arasaka. Y de este modo, sin dudas, propiciarían las condiciones para que estalle otra guerra corporativa, pero, esta vez, asegurándose de asestarles los golpes más duros a los japoneses con la inteligencia recogida de los puestos obtenidos tras sus filas y saboteándolos desde las sombras.
Por supuesto, una vez derrotado el enemigo en común volverían al conflicto de antaño, intentando arrancarse los ojos los unos a los otros en una especie de reminiscencia de aquella época tan lejana ya de la Guerra Fría. Después de todo, el enemigo de mi enemigo deja de ser tu enemigo hasta que venzas al enemigo en común más fuerte, donde se fingirá demencia y volverán a ser enemigos como en un principio.
"Tras las noticias, Militech ya está retirando a su gente. Y nosotros hemos desperdiciado muchos recursos por esta lucha absurda de poder. No nos queda más remedio que aceptar la pérdida e intentar causarle una aun mayor a nuestros contrincantes." Dijo Bartosz con severidad. Liberó una columna de humo de sus labios. "Por eso, tú asestarás ese golpe para más tarde huir. Simple y llanamente." Sacó de su chaqueta un pequeño chip negro con líneas fraccionarias de color granate, mostrándoselo al rubio, que vio consternado. "Esto es un prototipo de neurovirus de autodestrucción llamado «Octopus», de uso singular en uno o varios individuos. Una vez tome el control de la cabeza de tu discípula, y una vez plantada la semilla, un pequeño ejército de Daemons estará listo para desatar el caos. Echará cualquier plan de Arasaka por la borda y quemará las pruebas de nuestra implicación." Se dispuso a entregárselo, estirando el pequeño chip hacia el ojiazul.
"¿Qué debo hacer? ¿Cómo funciona?" Preguntó, tomando el peligrosísimo neurovirus entre sus manos, o al menos, la carcasa física de algo que fue potencialmente muy dañino. Cualquiera con conocimientos ínfimos en la materia podría decir que los neurovirus eran un quebradero de cabeza, literalmente.
"Según los últimos informes, los japoneses planean enviar corredores al otro lado del muro negro. No se sabe el motivo en concreto, pero te aseguro yo que no es por caridad y buen hacer. Uno de esos corredores será la niña tuya. La «Luna». Cuando atraviese el firewall de Netwatch, un protocolo de autodestrucción se activará en el neurovirus instalado dentro de su cabeza, estallando una vez haya infectado a la mayor cantidad de agentes adyacentes que estén conectados a la misma subred." Se pausó para que el hombre más joven digiriera la información. "Pensarán que es un virus común o una IA corrupta de la Blackwall que se salió de control y los atacó desenfrenadamente." Terminó, con algo suficiencia por su plan improvisado y, presuntamente, sin fisuras. Una medida de contención arriesgada, pero, si funcionaba, Arasaka saldría damnificado de sobremanera, y ellos sin ni un rasguño (corporativa y metafóricamente hablando).
"Ya veo, usaremos a la niña como una bomba. Una lástima gastar un prodigio de su calibre en algo como esto, pero, ¿crees que de esta manera acabarán los planes de Arasaka con respecto a lo del muro negro?" Indagó Dymitri. Dudaba que el gigante japonés se detuviera, aunque echasen y gastasen todos sus recursos en detenerlos.
El bigotudo suspiró. "Por lo menos no echaremos a perder todos nuestros recursos agotados durante la operación. Además, sabemos que el virus, una vez activado su modo destructivo, es imbatible e infalible en la gran mayoría de casos. Solo un equipo de runners completo de Arasaka podría detenerlo, y, aun así, podrían fallar por no saber a qué se enfrentan con claridad. En cuanto a la niña, ella servirá fielmente para su única función: autodestruirse junto a todo aquel que la rodee, no hay más vueltas que darle." Dijo Bartosz de un modo pragmático, y se paró colocando el bastón en una de sus manos, apoyándose sobre él. "Ve a ver a Mikhail. Él te extasiará con los detalles y te ayudará para instalar el neurovirus."
"¿El señor Akulov? No sabía que estaba metido en esto. Pensé que estaba en Night City con su trabajo de fixer." Dymitri también abandonó su posición sentada, guardando el chip entre sus ropajes. Mikhail Akulov era un excombatiente de SovOil que ascendió de forma repentina hasta convertirse en alguien importante dentro del organismo soviético, transformándose en un hombre de negocios hecho y derecho. Fue encomendado a Night City en un intento de ganar influencia al otro lado del Pacífico, no obstante, también fue enviado para investigar el paradero y objetivos de Kurogane y su organización, una entidad lo suficientemente destacada en esa ciudad como para ser investigada de primera mano. Dieron marcha atrás cuando todos sus intentos fracasaron y el individuo en cuestión apareció en persona para extorsionarles diciendo que, si no paraban de inmiscuirse en asuntos que no les incumbía, rebelaría datos comprometedores y, tal vez, los mataría a todos. Sus amenazas no fueron vacías, no cuando a la semana apareció un concejal de la URSS degollado y con la pintada de un remolino de sangre en la pared de su oficina, en su escritorio un chip que por suerte nadie más que ellos mismos pudieron recuperar, pues este contenía los detalles de sus varios negocios oscuros, incluyendo los más recientes con la megacorporación americana. Militech se acercó a ellos con la certeza de que fue un imposible saber algo de Kurogane o Kuroi Manto, sus esbirros. Era un enigma imposible de desentrañar, aterrador en cuanto te enterabas que no dejó rastro alguno en ninguno de sus asesinatos.
Fue como tratar de cazar un fantasma; algo irreal y con total impunidad e inmunidad en sus actos. Más tarde descubrieron que muchas de las filtraciones de datos que se venían dando en el último tiempo fueron, en mayor o menor medida, reprensiones o demostraciones del fantasma de Night City, obsequiándoles una pequeña exhibición de su verdadero poder y capacidades. Nadie se metió en sus asuntos de ahí en adelante. Nadie.
"Lo está." Respondió Bartosz a su duda de si Akulov participaba en la conspiración. "Fue él quien consiguió el neurovirus. Ha viajado a Moscú por temas de negocios. Ya sabes dónde encontrarlo. Ve y encuéntrate con él." Mikhail aseguró gran parte del trabajo con este virus neuronal prototípico pero, por lo visto, incapaz de fallar.
"Lo haré." Dijo Dymitri, erguido y dispuesto a su próximo encuentro.
"Luche y vuelva, camarada. Christoff Wiesław Dymny. Se te recordará como un héroe. Al menos yo sí lo haré." Dijo Bartosz en cierto tono lúdico, haciendo un saludo militar con su mano libre del bastón.
"Hablas como si me mandaran a la vanguardia como carne de cañón, Bartosz Sztybor." Ambos parados y mirándose de frente. "No te pudras antes de que vuelva, vejestorio." Le devolvió la palabra de advertencia con una injuria recargada de sorna. Sztybor no se lo tomó a mal. Dymitri comenzó a caminar rumbo al hotel donde se alojaba, ya teniendo un destino predefinido. Aunque, se detuvo a mitad de camino para esclarecer una última duda.
"Por cierto. ¿Qué hay acerca del progenitor de la «Luna»? ¿Aceptará todo esto sin rechistar? Digo, venderemos a su hija a un hombre de su propia corporación." El padre de la niña era un hombre de Arasaka bastante sádico que disfrutaba con el sufrimiento ajeno; un torturador desquiciado en toda regla. Según lo recabado por sus informantes tras filas, antaño había sido un reconocido veterano de la Cuarta Guerra Corporativa que cumplía a rajatabla todas las órdenes dadas por la megacorporación japonesa, sin hacer el más mínimo cuestionamiento. Se decía que era sanguinario y despreciable inclusive con aquellos seres cercanos a él. En los años cuarenta, decidió «reiniciar» su historial y portar una nueva personalidad, sin motivos diáfanos del porqué. Se creía que una maniobra de espionaje de Arasaka.
"Ah, sí, el padre de la niña…" Suspiró. "Le hemos dejado una jugosa regalía por su bienvenido donativo. Él quiere a la niña muerta o desaparecida, o eso creemos. No hay mucho más, ya sabes cómo es su historia. Sucedió después de aquella escabechina en Japón. El idiota estaba casado con una pandillera que lo dejó y, cuando le dio caza y la mató, ella le dejó un pequeño regalo de despedida. Nosotros reciclaremos el regalo."
"Ya veo… En ese caso." El rubio asintió y continuó en su sendero.
"Nos vemos." Se despidió Bartosz.
Y cuando Dymitri parecía abandonar la escena se detuvo. Recordando algo, giró la cabeza y expresó una última duda. "Por cierto. Lo de los remolinos que mencionaste antes. No te referías a la oposición, debo de suponer. ¿Crees que Kurogane ha destapado nuestra conjura? ¿Crees que el fantasma ha regresado?"
"No tengo idea, si te tengo que ser honesto. Sabemos a ciencia cierta que lo sucedido en los tiempos rojos fue gracias a él. Que la gran filtración y muchos otros ataques a las megacorporaciones fueron tramados y ejecutados, muy probablemente, por él. Si es el caso, y él ha vuelto y por la razón que sea nos ha elegido como su objetivo, solamente nos queda resguardarnos y esperar que la terrible tormenta no sea tan desastrosamente fuerte, no como la última vez. Has leído los informes sobre su persona. Es imbatible. Es el único hombre que ha vencido al sistema en su totalidad. Si es que es siquiera un hombre, en primer lugar. Ya sabes cómo lo llaman en su puerto natal: Akagami no Kami (Dios de la Melena Roja)." La amargura por una derrota aún embarazosa, contra un singular y solitario sujeto (y qué sujeto), se hizo presente en la voz de Sztybor. Nunca, ni en sus años más bajos, la Unión Soviética se vio humillada de tal manera.
"Entiendo." Dijo Dymitri. "Supongo que solo queda aguantar y actuar dentro de nuestras delimitaciones." Bartosz asintió. "En ese caso… Nos vemos. Y ten cuidado con los opositores." Saludó Dymitri de espaldas con una mano al alza, partiendo definitivamente a su viaje.
"Lo tendré en cuenta." Susurró el viejo que vio partir al más joven. Un consejo que debería de tener muy en cuenta en una situación y circunstancias tan complicadas en la que se encontraba. Si se enteraban de su colaboración con NUSA, probablemente surgiría otro intento de rebelión de los opositores (socialistas de línea dura y empresas con intereses contrarios a los de SovOil) dentro de la URSS, o a lo sumo, generaría una inestabilidad política insostenible. El problema no era el levantamiento como tal, ya que podrían aplastarlos de forma sencilla y rápida, aun teniendo en cuenta el apoyo que recibían de una gran cantidad de empresas nacionales, sobre todo rusas, en su cruzada contra de los intereses de la megacorporación soviética dominante en la región. Pero esto generaría un desgaste que no estaban dispuestos a sufrir, además, quebrantaría las relaciones internas las cuales ya se sentían endebles por la desconfianza generalizada. Los viejos soviéticos se habían vuelto muy paranoicos mientras aún perduraban con el paso de los años, creyendo que había conspiraciones y complots en contra suya en cada esquina. Y razón no les faltaba, pues SovOil y muchas partes activas del Comité Central los querían fuera del asunto hace mucho tiempo. Desde su intento de fallido de secesión aliados con los restos moribundos de la KGB para intentar reinstaurar su dogma sobre la nueva Federación Soviética en lo que sería conocido más tarde como las Noches de Fuego.
A pesar de todos sus esfuerzos, en algunas partes de la URSS seguía predominando su tradición política, como aquí, en su corazón, Minsk; sitio donde la mayoría parlamentaria, todavía, era suya. No tardarían en morir de viejos para dar paso a nuevas generaciones abiertas a nuevas ideas y perspectivas, dejando atrás esa obstinación por lo antiguo y en desuso. Aquí, o eres el cazador, o eres el cazado, no hay punto medio ni tampoco lugar para las nimiedades que proponen los antiguos gobernantes de estas tierras. Algo tan inadecuado como la nieve en verano que harían desaparecer tarde o temprano. Y si no tenían en consideración la participación de Kurogane como la mente maestra detrás del fracaso de la infiltración en Arasaka, estaban salvados; y ganarían esta pugna por el poder.
Bartosz, quien era un agente infiltrado del nuevo orden dentro de sus fuerzas, caminó de regreso a su hogar. Un hombre de familia iría a ver a sus nietos luego de dictaminar la muerte de una pobre niña para encubrir el fallo de sus planes, y distraer a Arasaka del verdadero objeto de investigación que sería su intento de infiltración, algo que podría llevar a un conflicto innecesario a nivel global. Utilizarían el cuerpo de una joven para ello, o más bien, su sistema neuronal, para catapultar la distracción y, de paso, obstruir cualquier actividad de los japoneses. Era momento de gastar su carta trampa que lastimosamente resultó ser una prodigiosa runner. Como dijo Dymitri, una genuina lástima gastar un producto tan prometedor como éste en una maniobra tan agresiva y burda como ésta.
Usarían el cuerpo de la joven «Luna». Sacrificarían el cuerpo y la portentosa mente del individuo conocido como…
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Año 2062. Afueras de Tokyo, Japón.
"…Lucyna Kushinada…"
Dijo Hellman, devolviéndole la mirada a su pupilo en busca de una reacción. El efecto fue inmediato: derrumbó la faceta feliz y explosiva. Cambió a la pensativa e inexpresiva que se apegaba más al sentir real del pequeño niño pelirrojo. Si bien, con el Uzumaki nunca se podía estar en lo cierto ya que era un embustero, un mentiroso patológico de manual. Nada de lo que soltara por su boca lo podrías tomar como literal, demasiado acostumbrado a las medias verdades y al engaño cabal.
Naruto lo observó inmiscuido en una honda indagación. No reconoció el nombre, eso seguro. Ahora, cuánto tardaría en darse cuenta…
"¿Es una mujer polaca o japonesa? ¿Voy a tener que hablar polaco? Mis lenguas eslavas están algo oxidadas." Vaya, no tardó mucho. Y ya comenzó con su oleada incontenible de dudas e interpelaciones. Tocaba responder y allanar el camino a lo que Hellman deseaba expresar y hacerle saber a su joven pupilo. Iba a tener una nueva compañera, femenina, una de su edad y con aspiraciones muy antagónicas respecto a lo que el bermejo niño consideró aceptable. ¿Alguien que desea trabajar para Arasaka? No, en definitiva, no entraba por la puerta honorable de los principios de Naruto Uzumaki. El rubio se preguntó seriamente si esto fue buena idea en primer lugar. Quizás se haya equivocado esta vez.
"Ambas. Nació en Polonia, pero tengo entendido que es de ascendencia japonesa como tú. Y no, no tendrás que hablar polaco. Ella se maneja correctamente con la mayoría de idiomas" Aclaró Hellman. Eso se sintió como un golpe duro y punzante para el orgullo del pequeño Uzumaki. Lo pudo ver en su decaimiento inmediato al decirlo. El niño solo podía hablar trece idiomas de manera relativamente fluida. Un fiasco en las propias palabras de Naruto.
"¿Cómo supiste su origen?" Hizo saber su interrogante Anders, en cierto modo interesado de cómo supo la procedencia de su futura compañera y tutora. En menos de un minuto terminó deduciendo correctamente el origen de ésta.
"Fácil. Lucyna es un nombre bastante común en Polonia y en otros países de Europa Oriental. He leído sobre etimologías de muchos nombres en estos meses, cantidad de libros físicos y pinchos que tú tenías olvidados en tu biblioteca. Creo recordar que su significado es algo relativo a la luz, considerado como un homenaje a «aquellas que llevan la luz de la esperanza» si no mal recuerdo. Es casi como reconocer la importancia y trascendencia de la otra persona para con sus seres queridos, actuando como una luz que los guía o inspira en los momentos más difíciles, o eso es lo que interpreto yo, al menos." El niño reflexionó en voz alta, tal vez empedernido en recuerdos o conceptos inconclusos dentro de su inmensa mente. Para Hellman seguía siendo increíble el almacenamiento de información absurda que manejaba el chico, como un vasto océano de datos y hechos que sacaba a relucir cada vez que pudiera. Resultaba inverosímil porque, conociendo el contexto tan difícil del cual provenía, nadie le había administrado ni prestado los recursos para saber aquello que aprendió, él solo absorbió cuanta onza de conocimiento sea arrojada a su entorno como un famélico erudito que, enajenado del mundo que lo rodeaba, desglosaba todo lo recolectado y buscaba entender su causa y fundamento, comprendiéndolo y dando cátedra de ello. Cuando Naruto arribó a su hogar, Hellman rememoró habitaciones que desconocía al completo como aquella biblioteca del primer piso en su ático donde Uzumaki satisfizo su loca hambre por el aprendizaje. Allí aprendió decenas de conceptos nuevos y conoció mundos inimaginables. Y su aprendiz bermejo se convirtió en un aficionado a la lectura en papel y digital, y aquello trajo consigo la adquisición de novedosos conocimientos para él. En este caso, sobre la procedencia de un simple nombre de una persona que no conocía. Que aún no conocía…
"Suena muy lindo, y te diría que hasta romántico en el contexto apropiado." Entregó su propia valoración personal el hombre rubio, pensando en la cercanía que obtuvo él con su ahora amante, Kristina, y también con el joven pupilo que era Naruto, pese a que éste no lo considerada como tal con sus claras omisiones y mentiras que todavía continuaba realizándole. Trabajó duro, pero Uzumaki no regalaba su confianza a todos, prácticamente a nadie si se paraba a pensarlo. Quizá ese cocinero y su hija fueron la rara excepción.
"Supongo, aunque…" El pelirrojo se rascó la nuca y miró para otro lado mostrándose avergonzado, intimidado por admitir un detalle recóndito relacionado a su persona. El rubio se mostró curioso por la oleada de incomodidad que golpeó al pequeño de la mismísima nada, alertando de que esto no era un teatrillo del joven y de que realmente había algo más.
"Aunque hay algo más, hay otro significado, interpretación o asociación con el nombre, ¿no?" Preguntó y fue rápidamente respondido con un asentimiento por el joven aprendiz que se recompuso y continuó.
"Sí… sí, algo por el estilo…" El bermejo dijo un tanto inseguro. Se rascó la mejilla y reacomodó sus pensamientos. "También se lo puede asociar con la luna. Lo sé porque… Bueno, tú sabes." La vergüenza era patente y le recordó al rubio, quien finalmente entendió a qué se debía su timidez, la mayor obsesión de Uzumaki Naruto.
La luna.
"Entiendo." El rubio dijo, a sabiendas de lo que inducía en el joven aquel satélite natural que orbitaba a la tierra. Por alguna extraña razón que Hellman desconocía, el astro celestial conmovía profundamente al pelirrojo, en lo que se podría catalogarse enseguida como una gran obsesión compulsiva. Era una extrañeza sin par: un niño francamente enamorado de la luna. Desconocía el origen o la causa de dicha obsesión lunar. Naruto nunca lo explicó.
Intentando cambiar de tema antes que su fugaz aprendiz cerrara las tratativas de una buena y saludable comunicación, indagó sobre la otra nacionalidad de la niña. "¿Y cómo supiste acerca de su ascendencia japonesa?" Naruto fue rescatado por la cuerda salvavidas de Hellman y se escapó del terreno fangoso que era hablar de sus mayores deseos y amores, cosa indeseable para él. Se mostró agradecido y redirigió los rumbos de la conversación. Naruto respondió:
"Kushinada o Kushinadahime es el nombre que se le otorga a una deidad de la mitología japonesa, concretamente aquella que gobierna sobre la fertilidad y los campos de cultivo. Ella fue una princesa y la hija menor de Ashinazuchi y Tenazushi, dos deidades que habían perdido a sus anteriores siete hijas que fueron sacrificadas para contener el feroz apetito de un monstruo, la serpiente de ocho cabezas y ocho colas, Yamata no Orochi. La princesa Kushinada, de manera terrible e injusta, y sin elección sobre su destino, estaba condenada a ser el próximo sacrificio, pero a último momento un hombre joven con el pelo alborotado por el viento y blandiendo una espada apareció, allí el dios de la tempestad, Susanoo no Mikoto, se ofreció a salvarla con tal de obtener su mano en matrimonio. Ambas divinidades aceptaron, y Susanoo derrotó a la bestia, tomando como su esposa a la joven princesa y ganándose de paso su eterno amor y fidelidad." Contó el niño pelirrojo, hundido por completo en su relato mitológico que lo apasionaba de una forma como pocas cosas vio que causaran tal efecto en él el genio rubio de Arasaka.
"Corrió con suerte esa princesa en apuros." Mencionó con algo de gracia irónica Anders. Era el típico e idílico cuento de hadas de damas y princesas rescatadas por príncipes y caballeros. Una fantasía hermosamente perfecta e irreal que nunca se daba. Menos en estos días. Hoy los caballeros y los príncipes escaseaban y los grandes conquistadores avariciosos predominaban, no quedando más alternativa que unirse a sus filas o ser aplastado o desertar a la nada misma, hallando magnitudes apabullantes de miseria, donde tarde o temprano caerías. Hoy las damas y las princesas eran consumidas por bestias muchísimo peores que una serpiente de ocho cabezas y solían tener dos opciones ante este infortunio: o convertirse ellas mismas en devoradoras de almas, o ser devoradas sin pena ni gloria. Desalentador.
"No del todo." Dijo Naruto cortando las reflexiones de Hellman. "Susanoo tenía fama de ser terriblemente mentiroso, un embaucador de mucho cuidado, y bastante travieso y a veces destructivo, muy predominante por sobre los demás eran estos rasgos que poseía. Así que probablemente haya sido un martirio para la princesa el tener que aguantarlo en su engaño e imprudencia ininterrumpida, una tara que gobernaría dentro de él por siempre. Amaterasu no Mikoto aún no lo perdona por sus constantes transgresiones; e inclusive amenazó con quemarlo en las llamas eternas de la locura y la desdicha. Resumiendo, era un soberbio que maltrataba a todos sus seres cercanos por su incorregible idiotez e inmadurez…" Naruto se detuvo repentinamente y se dio cuenta del tono abruptamente desdeñoso que usó para describir a la deidad, pasando a rascarse la nuca en su ya clásico, y quizá fingido, gesto de vergüenza. "O eso es lo que me decía la señora del templo sintoísta que visitaba. Puede que a ella no le cayera muy bien Susanoo y haya tergiversado un poco el relato." Finalizó sonriente, y reveló un dato que el hombre rubio no conocía en absoluto.
'¿Solía visitar templos sintoístas? ¿Dónde?' Se preguntó Hellman. Él tuvo entendido que la mayoría fueron derrumbados y «reubicados» —echados a las afueras en terrenos indeseados para las constructoras— para dar lugar a las mega estructuras corporativas.
"No sabía que fueras un fanático de la cultura sintoísta."
"No lo soy. Pero en Kyoto quedaron algunos templos sobrevivientes desperdigados por la ciudad. Alguna vez los he usado como refugio para dormir, aunque no muchas. Prefería mantenerme despierto aquellas noches que las pasaba en la intemperie." Admitió el joven. Otro fragmento de su conflictiva y difícil coyuntura tan prematura, experiencias que no debiera de obtener ningún niño, pero que lamentablemente eran el pan de cada día de él y mucho otros.
"¿Qué hacías las demás noches?" Requirió saber Hellman realmente intrigado. No era cotidiano que el pelirrojo se abriera y decidiera hablar de su pasado.
"Creo que ya te lo mencioné…" Hellman dudaba que haya sido así, porque lo habría recordado por más trivial que sonase la anécdota o vivencia, el rubio se empeñó en prestar su entera atención a lo que el niño tuviese por contar, intentando reconstruir mediante las astillas de información soltadas aleatoriamente la verdadera personalidad, motivaciones y pensamientos de Naruto Uzumaki. "Pero en fin… Yo tenía un contacto que me alquilaba una habitación, o más bien, una cápsula de alquiler en la cual pasar las noches, siempre y cuando yo le entregara alguna parte de la prima que obtenía en mis hurtos. También me ayudaba a obtener compradores." Dijo Naruto.
Anders conocía aquellas cápsulas perfectamente. Eran hostales, si es que siquiera se los podía catalogar como tal, sumamente famosos en Japón y en las ciudades más concurridas y aglomeradas donde te servían con el único servicio de un sitio para descansar o dormir, o lo que el individuo pagante deseara mientras no arruinara ni ensuciara en demasía nada, dentro de unas cabinas de pocos metros de amplitud, muy reducidas en su tamaño y por lo tanto muy baratas en su precio; lo hacía que pueda creerle al niño que hurtaba para acceder a estos espacios de vez en cuando. Incluían una cama que fue el mismo suelo de la cápsula, alguna conexión a la Red y poco más. Era frecuente encontrarte con muchas de estas en grandes capitales, como en Tokyo, donde el espacio ya reducido por los habitantes nativos quedaba realmente ajustado ante las nuevas necesidades incontenibles de extranjeros desesperados que acudían en masa por una oportunidad laboral o lo que fuese. Por lo tanto, se crearon estas obras de contención para la población con menos poder adquisitivo y mayores chances de incurrir en el delito. O eso según los magnates entusiastas que financiaron tales sitios.
"Ya veo, y ¿no le importó a tu amigo que fueras un niño?" Le preguntó, y anotó mentalmente el suceso descrito con pericia, pues acababa de confesar que no solo robaba por el hecho netamente normativo de sobrevivir al hambre, también buscó apaciguar aquella, no diminuta, probabilidad de ser asaltado en las calles, a la intemperie como bien dijo el raudo chico bermejo.
"No era mi amigo, solo fuimos socios de negocios que se conocían y trabajaban en conjunto por su bien. Y no, mientras haya dinero no importa nada, Hellman." Naruto repitió las palabras casi como un mantra, aparentando ser la primera y más importante enseñanza que le dejó aquel hombre al niño. Algo que el joven pelirrojo pareció aprender y no soltar desde entonces.
"Supongo que lleva algo de razón allí tu socio de negocios. ¿Se puede saber a quién le robabas, quiénes eran tus presas?" Interpeló Hellman. Ya que estaba, podía sonsacar toda la información que el bermejo le permitiera entrever.
"No te ofendas, pero solía aprovecharme de la idiotez y subestimación de los trajes como tú. Directamente iba y les arrancaba sus chips de crédito. De hecho, fue así como aprendí a hackear, porque necesitaba una manera de eyectar los pequeños pinchos sin que lo supiesen, sin que me notaran. Los corporativos eran el tipo de presa que buscaba más asiduamente ya que me negaba al hecho de robarle a otros desgraciados como yo. Entonces fui a por los peces gordos adinerados. En estaciones de metro, centros comerciales, restoranes o incluso en mitad de la calle, todos sitios dónde captaba a los corpos con elegantes trajes distraídos. También le robé a algún tendedero que me trató mal cuando le intenté quitar algo de comida. No mucho más, pues solo seguía los consejos de mi asociado." Contó el pelirrojo su día a día sobreviviendo en las calles de forma relajada, como si hablara de una cotidianeidad, una normalidad absoluta ante lo inmoral. No inmoral el hecho de que el niño robara, quien estaba en su pleno derecho después de todo el sufrimiento e injusticia impartido hacia él, sino que era aterrador pensar en que alguien tan joven fuera expuesto a este mundo de tal manera; sin extrañezas lanzado de cabeza a la vida de alguien que corre por el borde del precipicio en una constante carrera contra la muerte, alguien que vive al límite. Más seguro que nunca que el niño habría terminado siendo un edgerunner o algo parecido si no lo sacaba de ese entorno tan peligroso y curiosamente afín a la personalidad del pelirrojo. Le había ahorrado un fuerte dolor de cabeza a Arasaka, al menos de momento, sacando a este pequeño rapaz que sería capaz hasta de plantearse un asalto a la Torre Arasaka por la razón que sea. El desagrado por las corporaciones ya lo llevaba impregnado en él cual rockerboy como Silverhand.
"Mph." Expresó un sonido contenido similar a una risa.
'Pequeño rapaz.' Pensó haciéndose una idea de cómo empezó su curiosa labor de ladronzuelo. Le sorprendía lo abierto que estaba siendo ahora, pero supuso que fue por el aburrimiento de su largo viaje. Tardaron más de la cuenta. Pararon en estaciones cercanas a la capital japonesa por la culpa de una supuesta amenaza de fuertes tormentas. Un viaje que no sería muy largo extendido a todo el día. Habían salido hace unas horas de la prefectura de Yamanashi rumbo a su destino final y, quizás, sin detenciones esta vez.
Devuelta Hellman se hundió en el tren de pensamiento anterior de cuando el niño lo interrumpió. En cómo hacerle saber al chico lo que no le había contado. El pequeño gran detalle de que su nuevo tutor tendría su misma edad, origen desgraciado y, si sus informes estaban en lo cierto, una personalidad muy cerrada y sobria, lo que haría difícil el penetrar en su círculo de sociabilidad. Además de que poseía una inquebrantable fidelidad a un sueño de trabajar para Arasaka.
'Esto es una mera tirada a la suerte.'
Hellman no era insulso e inculto, sabía que el niño estaba traspasando un bache emocional y de progreso en cuanto a sus habilidades, que Naruto consideró muy pobres a pesar de ser excelentes para alguien de su corta edad. Sabía mejor que nadie su poca tendencia colaborativa para con ellos, haciéndolo porque literalmente son su última, al margen de las inhóspitas calles, opción viable. Necesitaba que alguien o algo lo motivara a dar lo máximo de sí, y quizás alguien con quien comparta tanto, en cuanto a orígenes y traumas pasados, le pudiera dar ciertas respuestas que otros no; y quizás un amigo no le vendría mal para su descalabro emocional en primer lugar.
Prefería no gastar cientos recursos en algo que no proliferaría como la contratación de decenas de maestros expertos y célebres a lo largo del globo. No. Se la jugaría a todo o nada con este absurdo, pero tampoco tan descabellado plan con los bienes ya obtenidos o por obtener. Aquella niña que le había llegado a su saber que fue excepcionalmente buena, y que seguramente pasaría las pruebas de admisión al proyecto Hydrotech, sería su as bajo la manga. Total, ¿qué tenía para perder? Después de todo, lo de Naruto parecía ser más un problema mental arraigado a sus años condenado al ostracismo. Desmotivado y deprimido lo notaba, y aunque quizá en su diagnóstico estaba errando, no perdería nada por intentarlo. Quizás la niña pudiese entenderlo. Quizás la niña podría ser utilizada como su informante para adivinar las circunstancias exactas de la mente de Naruto. Y, además, tampoco llegó a donde está hoy día jugando sobre seguro y con nulos riesgos. Solo los presentaría, y engañaría, para forzar su colaboración de algún modo. Si esto fallaba, la niña se iría de la vida de Uzumaki tan rápido como llegó.
Naruto notó algo en su faceta sosegada y pensativa, y entonces preguntó: "¿Hay algo más que deba saber, Hellman-san?" Recuperó el honorífico desechado hace una oración atrás. No por respeto sino porque el chico conocía su fastidio a los demasiado modestos honoríficos japoneses
Anders tenía dos dudas, ambas relacionadas a su futuro inmediato. La primera fue qué tanto podría habituarse al hecho de tener que responder a un nuevo tutor, alejado de él, aunque con Kristina actuando como el único controlador de sus actividades, pero solo dentro de las instalaciones donde realizarían las inmersiones profundas y su entrenamiento de corredor, estando el resto del día a solas con una niña. Y ahí iba su segunda duda; y es que, ¿qué tan bien se llevaría el niño con una joven del sexo opuesto?
"¿Te llevarás bien con…" No pudo ni terminar que ya el niño saltó a preguntar.
"¿Un nuevo maestro?" El rubio asintió, aunque no fuere exactamente su pregunta. "Claro. ¿Por qué no? Sea quien sea y sea como sea, creo que lo podré sobrellevar." Naruto quizá no lo entendía, o fingía que no, pero a Hellman le preocupaba que lo ocurrido con Michiko hubiese hecho un daño irreparable en él.
'Michiko, esa serpiente vil…' Pensó.
Hellman se dispuso a saber qué es lo que había ocurrido realmente con la mujer encargada de aquella pensión, y recataron algo de información residual que no ayudó mucho en crear una imagen de su personalidad y del por qué maltrataba a Naruto. Entre lo obtenido destacó el hecho de que originalmente provenía de una familia humilde de Nagasaki, y se metió en los departamentos de Arasaka por méritos propios, donde conoció a alguien que la traumó de por vida, concibiendo un hijo aparentemente no deseado en el proceso. Aunque nunca supieron las condiciones exactas de su situación. Por lo tanto, nunca supieron sus motivaciones verídicas para hacer lo que hizo, aun y cuando usaron la Sennōsha o Gehirnwäscher de Hellman, un mecanismo capaz de leer y modificar recuerdos del sujeto a disposición con relativa facilidad, un pequeño resultado de sus experimentaciones con el almicida desarrollado por Alt Cunningham. De todos modos, la mente de Michiko tenía muchos espacios en blanco y recuerdos fragmentados. Predominaba el rojo. Un asco incontrolable hacia dicho color. Solo eso. Por supuesto, Hellman la ejecutó. Lo que hizo fue imperdonable y terminó con su miserable vida, haciéndoselo saber al pelirrojo quien mostró total apatía y desinterés. Aunque, recordando el momento en el que lo emboscó, su mirada sombría de aquel día dijo más que mil palabras. La detestaba con todo su ser.
"Sé que no has vivido buenas experiencias en tu vida con las personas ajenas a tú íntimo círculo, pero no todos los individuos de este vertedero que tenemos por mundo son tan asquerosos y repulsivos como Michiko. Me preocupa que te encierres y aísles del mundo. Eso no es bueno. Nunca." Dijo Hellman tomando una de las copas de champagne de la repisa decorada y luminiscente de uno de sus costados. Hellman quería saber la opinión del niño acerca de relacionarse con extraños antes de soltar la información trascendental. Por lo tanto, no esperó la próxima declaración de su pupilo.
"Lo sé, no soy muy abierto a desconocidos. Me cuesta tomar confianza, pero creo que con el tiempo adecuado me adaptaré. Me llevo muy bien con Kristina, por ejemplo. No tan bien como tú, claro está, que se esconden en cualquier rincón con tal de copular." Hellman se atragantó con el champagne. Tosió en su puño mientras intentaba recuperar el aliento.
"¿Cómo diablos…?"
"Me lo acabas de confirmar, Hellman-san." Expresó el bermejo con una sonrisa divinamente retorcida. Un ángel del inframundo se asemejaba el bermejo. "Ah, y ella me contó acerca de su circunstancia… especial" Una sonrisa zorruna, casi maniática por atraparlo con la guardia baja.
De ninguna manera ella le contó que la había salvado de una red de tratas. ¿Verdad?
'Ah.' Contuvo el suspiro exasperado. Por supuesto que el pequeño e infeliz Uzumaki le endulzaría la oreja hasta saber la proveniencia de Kristina. Obviamente, su secretaria, a pesar de estar enterada de los orígenes reales del niño, no andaría con tanto cuidado y sería un blanco fácil para la elocuencia del Uzumaki.
Anders rechazó contarle más al niño, humillado y derrotado por el hecho de que fuera capaz de leerlo y descomponerlo con tal facilidad. Como si el niño fuese él. Se toparía con la sorpresa de bruces por su infantilidad.
"Pequeño infeliz." Dijo Hellman como comentario final antes de caer en el silencio. Naruto sonriendo, Hellman pensativo y hastiado. No quería que fuera de conocimiento público su relación que comenzó hace apenas unos meses. Muchos rivales empresariales podrían intentar locuras con tal de sacarle tajada. ¿Y este niño lo descubrió antes de todos aquellos que lo querían desollar vivo? Seguramente fue para molestarlo después de que le quitara su BD durante el viaje.
Hellman sabía lo que probablemente quisiera el chico. Tirarse en un sofá, o en donde sea, para atraparse en una dimensión alterna con su danza neuronal, concretamente aquel BD sobre la luna que lo volvía tan maniático. Estaba casi seguro de que se la pasaba más en esa «realidad» que durmiendo. Naruto pensaba a toda hora en ello.
Vaya suerte la suya que tuvo que quedarse con el único prodigio enamorado de objetos inanimados. Por lo menos si esa obsesiónfuese hacia una persona u otra cosa tangible, él podría redirigir sus motivaciones y lealtades de modo que todos ganen, pero en esta situación fue complicado actuar.
¿Qué otra cosa serviría para evocar sentimientos similares en el chico Uzumaki?
~~o~~
Horas después. Centro de Tokyo.
Era una mega estructura en el centro de Tokyo. Hotel Matsubara. Vistas amplias a través de los enormes ventanales en el hall de la planta ciento diez del hotel para empleados corporativos más lujoso y caro de toda la ciudad. O eso le daba a pensar con los pilares cuadrados de mármol artificial ennegrecido. Los suelos eran albinos, impolutos, y la decoración se asemejaba a la de un gran salón teatral con terminaciones de plata que, si no fuera por la típica ornamentación japonesa disruptiva a momentos, y muy disminuida, te habrías olvidado de donde se ubicaba tal palacio real. Porque esto más que un hotel se asimilaba a una especie de palacio real. Todo en su conjunto exudaba riqueza, aludiendo al buen pasar de los pertenecientes aquí. Una casa señorial donde fue una ajena invitada, de honor o no, pero una completa desconocida, desorientada entre tanta opulencia desenfrenada. Venía de los barrios bajos de Varsovia, esto, a lo mínimo, fue chocante, apabullante.
Tocó el cristal que daba hacia las afueras de la estructura con una mano, maravillada. Estaba tan pulido que podía ver el reflejo de sus ojos lavanda y su cabello blanco, a su vez que desprendían cierto resplandor reflectado por los rayos moribundos de una tarde un poco nublada, hacía momentos tormentosa, y prontamente despejada en su totalidad. Aunque, con el temporal tan cambiante y abrupto, no sorprendería ver volver con venganza a esta tormenta, transformada quizá en un pequeño tifón perdido en la bahía que cortara la circulación y el murmullo de la concurrida capital.
Miró al frente, a la ciudad que seguía su curso como un río. Terminantemente perfecto la ida y venida, el vaivén de los vehículos voladores. Ella vino en uno. Tumultuosa marabunta de gente que se movía en los caminos pavimentados de un gris claro que aparentaban ser algo nuevos, una cosa insospechada en la vieja y mohosa ciudad que acostumbró a ver desde niña. Incluyendo los formidables rascacielos de la metrópoli, entre ellos el de la corporación que la buscó y encontró dentro de un mar sin fin de otros corredores, y la vista de los parpadeantes y luminosos neones, se logró el panorama perfecto de una paisajística urbanidad en caos bien controlado, puesta a raya por los límites de la comedida edificación corporativa. Ahora, ella sería cómplice de toda la caótica y bien estructurada capital japonesa.
¿Ya ella pertenecía de algún modo a este ecosistema? Ni en sueños se habría imaginado que el gris perturbador y los neones destellantes y enceguecedores de las grandes ciudades podría verse bonito. He aquí su contrariedad. O quizá solo era su rebosante felicidad momentánea por estar tan cerca de su sueño lo que hacía que se le nublara el juicio. Tocó su pecho cubierto con una chaqueta gris que debajo tenía un mono de netrunning; pero lo importante, lo que la dejaba atónita, fue el logo blanco impreso sobre la tela: lo que parecía una flor blanca, inspirado en el símbolo del clan Tokugawa de tres hojas de malvarrosa. Era la insignia altamente reconocible de Arasaka. Y ella estaba tan cerca. Tan cerca.
Alzó la vista a aquello que no la dejaba dormir en paz estas últimas noches. El destino de todos sus anhelos.
Rodeado de una plaza verde y natural, con santuarios y puertas torii en la inmensidad del parque, se cernía maravilloso en el horizonte el núcleo central de su futura empresa. Sus futuros dueños. Tenía entendido que siempre son de ese color negro opaco, pero no por eso surgía el pensamiento de que fuera antiestético, todo lo contrario, ya que le otorgaba cierta singularidad y majestuosidad ante la gama multicolor o grisáceo de las inmediaciones. Siempre imponentes y sobresalientes, haciendo que de todas formas y en cualquier rincón de la ciudad se viera, se vea la grandiosidad y potestad de la histórica empresa que dominó, dominaba y que dominaría el mundo por otras tantas décadas, o al menos ella esperaba que fuera así mientras trabajara para ellos. Allí rozando el cielo con su torre dividida en dos y con ciento cincuenta pisos de altura se encontraba la sede de Arasaka. Un logotipo en blanco retroiluminado dio fe de ello.
Nacía de la base de una única torre que, a un cuarto del camino hacia arriba, tomaba la forma de unas torres gemelas interconectadas por pasarelas regulares cerradas, cubiertas con cristales y vigas de acero negro como el resto de la torre. Con ventanas y pasillos expuestos, excepto los pisos superiores donde, por cuestiones de seguridad, la estructura es maciza e impenetrable. En el techo poseía varias plataformas de aterrizaje para naves VA, aviones tipo Osprey y helicópteros que, yendo y viniendo, forman parte del ecosistema urbano-aéreo.
Si ella pudiera definirlo con una sola palabra diría que es ideal. Todo con lo que había soñado alguna vez más cerca y real que nunca, frente a sus ojos y a su alcance. Solo tenía que obedecer a un nuevo maestro que se fijó en ella para darle esta increíble oportunidad. Ella no decepcionaría y cumpliría con lo pedido al dedillo, obsequiándole a aquel hombre grato con su disciplina intachable, llevando a cabo sus órdenes con impecable excelencia y dedicación. Le mostraría que no se equivocó en escogerla como la joven y prometedora corredora que es.
"Ya han llegado." La voz entrante rompió su concentración. Echó su vista detrás y se encontró a su actual tutor Christoff. Frío y distante como siempre. Lo prefería así. Odiaba mantener contacto con otros, siendo tan recluida como es, rehuía constantemente de él, sobre todo del físico. Si alguien osaba ponerle un dedo encima, para ella fue la excusa suficiente para quemarle los neuroimplantes y degollarlo vivo. Despreciaba con su alma el contacto físico.
Christoff vestía su ya común gabardina de segunda mano y se paraba desconcertante en la grandiosa sala. "Vamos." Le dijo, haciéndole un gesto con la cabeza para que lo siguiera, y eso hizo ella.
Tomaron el ascensor, él tocó la pantalla táctil para ir a la planta baja, donde lo esperaba su nuevo maestro. Con un sonido la maquinaria respondió y comenzó a bajar rápidamente a su destino próximo. Nerviosa, pensó en cómo afrontar la situación. Pero es que los nervios se la estaban comiendo. Se asimilaba a tener una soga atada en su estómago que a cada segundo iba tensando más y más. Su vida iba a girar al completo, cambiando su rumbo a algo mucho mejor, pero, aun así, la imbuía el miedo de no estar a la altura, miedo de ser despachada como un despropósito inútil, miedo de aquel hombre.
"Ya sabes cómo actuar frente a él. Ni una réplica. Solo afirmaras lo que te diga y ordene como la subordinada educada que eres. ¿Entendido?" Christoff dijo en tono severo. Ella asintió sin vacilar, pero realmente estaba algo angustiada. No trataría con un hombre cualquiera a partir de ahora…
Anders Hellman era una de las máximas eminencias de Arasaka en la actualidad, una de sus más célebres de hecho, pero, más que eso, fue un importante y severo hombre de negocios, y un bioingeniero excepcional, siendo parte de los proyectos más innovadores de la corporación japonesa, dando mucho de qué hablar por su precoz ascenso en carrera hasta formar de la cúpula cercana del propio emperador, y director general en las sombras, de Arasaka. Con tan solo cincuenta años ya había logrado lo que otros en toda una vida, o dos o tres si tomabas en cuenta todos los puestos hereditarios de las altas esferas. Se creía que comenzó su trayecto como un simple pueblerino alemán que, dispuesto y entregado a la investigación en laboratorios, destacó lo suficiente y llamó la atención del mismísimo Saburo Arasaka, quien lo llevó a sus instalaciones en Kyoto dándole un puesto recatado, pero bien recibido por el ambicioso y joven Hellman. Hace unos años, luego de una serie de despidos sorpresivos que se sospechaba que ocultaban algo raro, Anders terminó como el jefe ejecutivo de la sucursal en Kyoto, puesto que hoy en día conserva.
Además de toda la información a la que ella pudo acceder, Christoff le aseguró que lo más perturbador de aquel hombre fue su don de la palabra. Que no se dejara amedrentar por ello, le dijo. No supo con precisión a que se refería con «don de la palabra», pero se hizo a la idea de que la pondría a prueba desde el primer instante, cosa que solo hizo aumentar sus nervios, ansiosa por saber su futuro incierto.
Tan distraída en sus conjeturas se hallaba que no se dio cuenta de que la puerta del ascensor ya estaba abierta. Se apresuró a retomar el paso detrás de su tutor, quien ni le avisó, caminando varios metros enfrente de ella.
También Christoff le dijo que ella dijera que la relación entre ambos era meramente la de un empresario polaco interesado que la recogió de las calles por su incuestionable talento con el netrunning, pero que no mencionara ni un ápice sobre la organítskaya o cualquier otra entidad o persona con la que haya estado en contacto dentro de Polonia. Niña de las calles con increíbles habilidades y con un deseo impertinente de pertenecer a Arasaka, solo eso. Se hacía una idea de por qué debía de omitirle las relaciones con la mafia rusa, y demás personas con los que convivió en Varsovia, al hombre que supuestamente era una dura piedra de incredulidad y suspicacia. Hellman no vería con buenos ojos el que campara a sus anchas en las filas de la megacorporación nipona una forastera con relaciones íntimas con la mafia de un país extranjero. Era muy necesario eclipsar ciertas verdades incómodas con pequeñas e inofensivas mentiras. Pero esto, a su vez, pese a que Christoff le cercioró a ella que probablemente no se lo preguntarían acerca de sus orígenes más allá de lo superfluo, incrementó su zozobra.
'¿Lo conseguiré?' Pensó Lucyna mientras pasaban por la recepción del lujoso recinto hotelero. Cuando salía por las puertas cristalinas dobles, pudo ver el parón en seco que hizo en su caminata Christoff ya estando fuera. Su cuerpo pareció tensarse.
'¿Qué ocurre?' Se preguntó, curiosa por lo abrupto de su movimiento y cambio de postura que dio cuando salió fuera. Parecía sorprendido por algo. ¿Hellman realmente imponía tanto que su tutor se hallaba asustado frente a él?
Consternada por saberlo, paso a través de las puertas, giró por la esquina que daba a la entrada del lugar recién abandonado y vio aquello que pareció incomodar al rubio. No esperó ver un dúo. No esperó ser el centro de atención de unos ojos violáceos con los que hizo contacto de manera profunda e inmediata.
Lavandas frías y apáticas se enfrentaron a amatistas descarriadas y asombradas. Ambos se extraviaron en un duelo de fugaces sentimientos disparatados disparados desde los dos pares de ojos interconectados, donde el perdedor resultó ser aquel que cayó desnudo ante sus emociones, y hubo una predominó con ardientes intenciones.
Aquel chico bermejo la miró con tanta pasión…
¿Qué? ¿Por qué? ¿Quién era él?
~~o~~
Minutos antes.
Bajaron del VA que los había transportado durante todo el viaje hasta aquí, estacionaron en un lugar reservado y custodiado por la seguridad privada de la corpo japonesa, que curiosamente en la capital de su origen, Tokyo, eran otra fuerza de carácter privado; no les permitían actuar como la autoridad mayor, por lo menos de cara al público, de orden y control en las masificadas calles, más llenas y rebosantes de individuos ajenos que en Kyoto. Al contrario, aquí mandaban las fuerzas públicas del gobierno japonés. Aunque, no hacía falta ser un genio para saber quién era el mayor financista de dicho gobierno. Arasaka tenía justo en este territorio su sede principal en la actualidad y, vaya la casualidad, Arasaka era la cara visible al mundo de Japón. Todo un discurso muy bien cuidado y confeccionado para evitar decir: «Sí, nos controlan una familia aristócrata y sus demás familias allegadas que obtienen el poder de sus bienes dentro de la empresa y, por supuesto, nosotros no somos otra cosa que títeres a las órdenes y al asecho de sus intereses mezquinos».
A él le molestó un poco la desnutrida sinceridad que manejaban, dispuestos a querer colarte un submarino nuclear en la puerta de tu casa con la parsimonia de que no ocultaban nada extraño. Desgastante sensación de que querían tomarte el pelo en cada situación, en cada momento, todo para un beneficio innocuo. Además, queriendo aparentar algo que no son: buenas personas, interesadas en el bien común. Resultaba tan chocante como un matasanos intentando asegurarte que sus procedimientos son lícitos y bien concebidos para posteriormente encender una motosierra y proceder a arrancarte tus brazos y piernas, pero asegurándose de que luego de tal barbarie y martirio se colocaran las ópticas nuevas que habías pedido, obteniendo un «descuento lucrativo» para recuperar aquellos miembros descuartizados que en un principio eran tuyos, pero ahora ya no. Ahora pertenecían al prestante de tu requerido servicio, del cual tenías que interpretar que actuó de buena manera y por tu bien y complacencia. Así funcionó la lógica corporativa.
Tomaron rumbo adonde los esperaba su nuevo tutor y aquel Christoff (que Naruto supuso que era un hombre polaco) del que Hellman le mencionó que tuviera cuidado, que actuara con discreción enfrente de él. No supo a qué se debía tanto secretismo y sospecha abrupta, pero dedujo que trataba de sus preparativos cotidianos para una reunión de este estilo. Hellman le hizo saber que no podías estar muy seguro hasta recabar lo sabido y cerrar todos los cabos sueltos, unas quince veces a lo mínimo, resguardándote de todo aquel que se atreva a tratar de inducirte en su trampa. Tomó esto como una clara señal de alguien con experiencia, ya que él parecía justamente eso, alguien con el tiempo y la mente capaces para sobre llevar situaciones límites con la entereza dirigencial que su cargo requería. Una persona muy acostumbrada al funcionamiento interno de las corporaciones, que luchó con todo para hacerse con el dominio y que corrió con la suerte de estar en el lugar correcto siendo el individuo indicado, pero, a fin de cuentas, alguien capaz. Supo admirar aquello de su patrocinador.
Se preguntó qué edad tendría su nuevo tutor, ya que se olvidó de preguntarle sobre ese pequeñísimo detalle a Hellman, pero suponiendo que estuviera a disposición de enseñarle y que tuviera muchísima más experiencia que él, según el rubio de Arasaka, entonces debería de duplicarle la edad como mínimo, tal vez incluso le triplicaba los años que él tenía. Debería haber preguntado en todo caso, pero mal por él que ahora estaría en terreno desconocido y tratando con sujetos extranjeros, literalmente. Ya era demasiado tarde para exigir respuestas, parados a las puertas de un… ¿hotel? Anders no aseguró lo que era, solamente dijo que aquí yacían muchos ejecutivos de rango mayor de la empresa, y también agentes externos de los cuales debería cuidarse desde el instante en que perteneció a Arasaka.
Eso fue increíble. De un día para otro resultaba que le debía la vida a la empresa que detestaba casi tanto como la poca justicia y la apatía generalizada de esta sociedad tan podrida. No tuvo mucha elección en verdad, y si fuera por su respuesta, estaría aún de camino a convertirse en un runner proclamado, sobre todo conociendo su «talento oculto». Eso sí, si dependiese de él, intentaría mantenerse independiente y ajeno a cualquier corporación trabajando por establecer y proteger sus intereses sin nadie que lo juzgue o trate de convencerlo de otro camino que requiriera renunciar a su libertad. Irónico que cuando su mayor sueño fue ser libre, él terminara siendo parte de la cadena esclavista de Arasaka en una de sus tantas operaciones maquiavélicas de control y dominio.
Salió del patio de la prisión que eran las calles repletas de inmundicia y desesperación por doquier para meterse de cabeza en una de las grandes torres vigías que actuaron como estructuras disuasorias de la rebeldía, y también como aquello a lo único que puedes aspirar si te comportas y esfuerzas lo suficiente. Ja, claro que sí.
El cuento del esfuerzo se lo habían intentado aplicar luego de fallar en el hurto de alimentos de un local. La paliza que le dieron fue histórica, si bien esa vez no hurtaba por un techo, cosa que podría considerarse un «exceso», hurtó para conseguir algo de comida para no morirse de hambre. El dueño tuvo la dignidad de hablarle del trabajo honrado después desquitarse con él por todas sus miserias, absolutamente injustificado contra un niño, y descaradamente hipócrita por las lecciones absurdas que pensó en inculcarle con ello.
Como sea, sabía de incontables casos donde el esfuerzo valía poco y nada. Por ejemplo: Kenshin. Un hombre que había trabajado toda su vida con jornadas diarias de entre doce y catorce horas, en un caso de auto explotación poco favorable y redituable, que hace unos meses casi es recompensado con la violación y probable muerte de su hija; su tesoro más preciado y aquello por lo que lucha día a día. Vaya infortunio. Si no fuera por su estupidez desmedida, y por su preconcebida inmadurez y poca autoconservación, quizá el esfuerzo de aquel hombre humilde y trabajador habría valido una mierda. Quizá.
Casos como estos existieron miles en su mundo desamparado, todos con el común denominador de que si eras pobre, aún más pobre y moribundo te quedarías. Fue desolador y desmotivador, tanto que las personas simplemente lo aceptaban y seguían, consumiéndose en su desdicha sin fin.
El poseía el deseo de cambiar esa idea tan pesimista, sin embargo, con un pensar tan derrotista como el que predominaba en los días que corrían, hasta un voluntario idealista, optimista y virtuoso se veía desmoronado en el ajetreo constante de tanta calamidad, junto a la sensación deprimente de que nada cambiaría da igual cuanto te obceques en tal cometido surreal. Semejante sensación que inclusive lo desplomó a él. Alguien con una supuesta voluntad inquebrantable.
"Ah." Suspiró Naruto, copiando el gesto de Hellman, que había aprendido de él tras estos meses viviendo con él. De manera prácticamente involuntaria. Éste lo miró y dijo:
"Llegarán en un momento…" Hizo una pausa para mirar su reloj de muñeca con una correa de cuero negro y hecho en su mayoría de un metal plateado brillante no identificado. "Tendremos que esperar, pero dudo que tarden mucho. Se nos adelantaron y están arriba. Bajarán enseguida." Ya sabiendo esto, Naruto solamente se apoyó contra una pared cercana del establecimiento que sería su hogar durante los próximos meses. Sus brazos cruzados detrás de su espalda, en una pose meditativa hasta que llegase el dueño de su tutor, y su nuevo tutor propiamente dicho. Esperaba que la palabrería de Hellman fuera corta y al grano.
En los cielos parcialmente despejados se irguió un arcoíris difuminado, aunque no pudo certificar si era real o una ilusión de las luces de neón. La calle era amplia, del tamaño de una avenida principal. Del otro lado, en el edificio opuesto al suyo, en una inmensa pantalla holográfica se divisaban anuncios ininterrumpidamente, una detrás de otro. Suplementos para que te crezca el órgano reproductivo masculino o se te inflen las glándulas mamarias. Promociones del dos por uno de nauseabundas cadenas de comida basura. Propaganda política en favor de, cómo no, las megacorporaciones. Y, por último, el anuncio del lanzamiento de un novísimo BD al mercado, esta vez tratándose de la fantasía de protagonizar una historia de amor dramática pero supuestamente idílica; dos personas, un hombre y una mujer, que pese a las inconmensurables tragedias y adversidades de la vida persistieron y consiguieron mantener su pasión a través de las miserias vividas. Naruto lo anheló. Aunque, por supuesto, para conseguir el final bueno y utópicamente maravilloso tenías que pagar un extra de veintinueve con noventa y nueve eurodólares. La imagen reflectaba un beso de un reencuentro entre los protagonistas, una pasión desenfrenada que venían conteniendo desde hace años y que finalmente pudo expresarse en algo un tanto más profundo que palabras banales o promesas tiradas al viento. Triste pero cierto es que él nunca obtendría tales cosas como un «amor verdadero», lo veía inadmisible y terriblemente improbable que él encontrara «amor» o se «enamorara» de alguien. Imposible. Y eso que inclusive Hellman, con todos los sacrificios que hacía por continuar con su trabajo, lo había hallado.
Hablando del hombre, o pensando en él, lo miró mientras este sacaba un cigarro y comenzaba a fumar, dando por iniciado los preparativos de su ritual preponderante de manipulación y extorción. Mirada seria, tranquila, y despiadada si el caso lo requería, pero siempre con un cigarro en la boca y sus manos en los bolsillos, pareciendo desinteresado de todo aquello que lo rodeaba, centrado, más bien, en su objetivo venidero y por derrotar en la batalla de facundia subsiguiente. Una herramienta que se vio forzado a instrumentalizar y aprender para terminar donde está en la actualidad. Naruto conoció bien sus manías manipulativas después de estar junto a él gran parte del tiempo en Arasaka, viendo sus comportamientos con sus subordinados o con aquellos iguales, desagradables, que se parecían más a serpientes traicioneras que a humanos. Independientemente de aquello, Naruto sabía de sus tendencias luego de ser víctima de una de sus trampas, emboscándolo tras la paliza recibida por Carter Jonhson a costa de salvaguardar la integridad de Ikari. No había cosa más importante que aquello, en su mente solo importaba ella para aquel entonces. Tanto que se olvidó de las posibles repercusiones de su arrebato que, como consecuencia, trajo el ser atrapado directamente por el hombre rubio. Le echó a la cara todas las pruebas de sus engaños no teniendo otra oportunidad de escapatoria que recurrir a la verdad. Gloriosa y bendita verdad que se resistía tanto a soltar.
El trampero rubio observó su reloj en un acto asiduo de espera, con su emblemática parafernalia tan anticuada para estar en pleno 2062. Relojes, fotografías, trajes de modas antiguas y lentes (como si Arasaka no le suministrara ópticas de última generación que impedían cualquier degradación de la vista), todo en su conjunto, según él, para demostrarse al resto como la entidad poderosa que es. No por presumir, ni mucho menos, sino para imponer su estatus a los demás como el mandamás que es. Siempre y cuando no hubiere alguien de mayor rango en las cercanías, momento en el que le tocaba agachar la cabeza y reconocer a la otra eminencia presente. Ahora había cambiado de vestimenta y… se parecía a un padrino de una mafia de los años '20, pero no del 2020 sino de 1920.
Con un saco largo y negruzco de la tela más fina cubriendo su cuerpo hasta la mitad inferior del muslo, y a juego con sus pantalones rectos y sin pliegues del mismo color oscuro, también de una calidad exquisita. Camisa de cuello italiano de una blancura impoluta, dando la impresión de que al simple roce se mancharía y que, inclusive con el cepillado de una herramienta ultra inmaculada, jamás se podría limpiar para volver a ver su infinita sencillez en esa soberana claridad. Sobre el blanco puro destacó la corbata, granate y sin ni una sola decoración demás, únicamente su color tan predominante y llamativo, atada con un nudo impecable que transmitía una imagen de pulcritud y sofisticación aún mayor. Zapatos en punta negros, en lo que quizá es la pieza menos atractiva de todo el conjunto, pero no por ello aburrida y desagradable, tan solo simple, y ahí a veces radica la belleza también. Por supuesto, toda la vestimenta era de materiales reales, tanto el cuero de los zapatos como la tela refinada de algodón para la camisa o el saco eran de legítima manufactura de primera, no el producido en un laboratorio ignoto y de calidad cuestionable, para nada.
En su pecho izquierdo, en su corazón, en un bolsillo de su chaqueta había un paño de seda con un tono carmesí más profundo que el de la corbata, llamando enormemente la atención. Naruto lo interpretó a primera vista como un blanco al cual disparar o lanzar una piedra por su sugerente posición, pero supuso que cual fuera su objetivo de esa cosa puesta allí, no sería la de entregarle un blanco fácil a un adversario en un tiroteo. Asimismo, poseía un reloj y demás baratijas como anillos y otras cosas, todos del metal más auténtico; en este caso platino. A ciencia cierta sabía que, debajo del traje, él traía un chaleco antibalas de aramida con cordones de policarbonato, del modelo corporativo más liviano y fino y sin cuello para que no sea muy evidente la protección que arruinaría de esa manera su tan bien elaborada y cuidada apariencia. Sus lentes seguían siendo los mismos de siempre, eran la pieza indispensable que nunca cambio en sus conjuntos.
Un traje hecho a medida, entallado y ajustado al cuerpo, realzando su figura masculina para transmitir esa imagen de poder y seguridad. Tanta extravagancia por conseguir algo de holgura a la hora negociar «imponiéndose». Ja, Naruto conjeturó que era en parte cierto y en otra gran parte un fetiche raro de su tutor. Aunque, ya no sería más su tutor, ¿no?
Hellman nunca fue su tutor más allá de ser su encargado responsable, es decir, no le enseñaba nada ni tuvo el interés de tomar una labor de maestro o mentor para él, pero si le administró reuniones con otros que se ofrecieron a enseñarle. Entonces, ¿en qué lugar dejaba eso Hellman? Tal vez él era su… ¿financista? ¿Dueño? ¿Padrino? ¿Padrastro? Fuera lo que fuere, lo seguiría siendo por un rato, aun y con todo el tema de este nuevo maestro quien sería muy probable que Naruto lo ignorara y olvidara en favor de encontrar una razón para su reformulada vida.
Todo en su vida cambió de repente en este último tiempo a algo más positivo que al principio lo motivó, pero…
Lamentó no tener un cuchillo o similar en sus manos para apaciguar la espera. Le gustaba girarlos y jugar con ellos para calmar sus ansias y estrés o, en este caso, previo a esperar algo o a alguien. También fue un pasatiempo cuando se inmiscuía en el abismo interminable de sus pensamientos. Aunque ahora ya no hubo razón por la cual ir armado a todos los sitios siendo que Hellman iba con una Tamayura en el cinturón —en la parte trasera de éste— la mayoría del rato, además de que, lo más probable, es que el rubio poseyera un botón del pánico cuya sencilla activación traería a un escuadrón de élite por parte de Arasaka por si las cosas se ponían cruentas o peligrosas para el corporativo. Dudaba que este fuera el caso, para cualquiera de los dos. Habían traído al corderito polaco al nido de víboras, innecesario era la utilización del poder de una forma tan descuidada, desmedida y directa. Mejor amedrentarlo con un traje caro y un par de palabras cargadas de suficiencia y unas cuantas promesas vacías, ya sean de dolor o de beneficios que nunca llegaban, o que cuando llegaban son mucho menos de lo que uno se esperaba.
En un gesto ansioso, por la espera, chocó la parte trasera de su cabeza contra la pared de detrás, causando un dolor más fuerte de lo esperado o de lo que podría recordar con un simple choque de impaciencia por su calamitosa espera. Tocó la parte posterior de su cabeza, arrepentido de la anterior gesticulación ansiosa.
Dolía, por alguna razón, aun con meses transcurridos desde la operación. Hellman dijo que era lo normal, sin embargo, anormal en él con su curación acelerada.
Con una de sus manos tanteó, donde ahora se hallaba un puerto de inmersión profunda conectado de forma directa a su lóbulo occipital. Fue puesto allí no hace mucho y su función fue probar hasta qué punto resultó ser invencible en el ciberespacio; porque sí, aparentemente, tenía habilidades muy competentes y singulares, íntegramente innatas en él, que le daban desde la completa invencibilidad a hackeos a distancia, al menos que estuviese conectado a alguna red cercana con su enlace neuronal o algo por el estilo, hasta la (casi) total imposibilidad de morir en el ciberespacio, esto último sabido por un error garrafal que casi lleva a su prematura muerte. Y vaya mala o buena suerte que tuvo que ni siquiera el demonio más temible de más allá de la Blackwall lo pudo matar. Solo en el futuro sabría si fue buena o mala. Aunque, él estimó que fue mala en ese entonces, viendo venir todos los posibles experimentos que Arasaka querría hacer con su cuerpo y mente, sobre todo teniendo en cuenta que sus cualidades no poseyeron un igual en toda la historia de la humanidad, o en todo caso que la megacorporación japonesa conociese.
Sin embargo, y para su sorpresa inicial, se cruzó con el corporativo más noble de la empresa japonesa. Ocultó toda la información de su investigación privada y también borró todos los datos de ésta a los mismos participantes de ella, quedando solamente como los sabedores de la verdad el propio Naruto, Anders y su secretaria Kristina, que era leal como nadie a su jefe —y amante—. En cualquier caso, Hellman le ofreció un trato que consistía de dos partes u opciones. Como primera opción: volver a las calles y omitir el hecho de que alguna vez se conocieron o existió algún tipo de relación entre ellos, cosa a la que Naruto se mostró proclive con tal de recuperar algo de autonomía, la poca que obtuvo viviendo con la muchedumbre hambrienta en perenne penuria. Y como segunda opción: aceptar ser parte de Arasaka, adiestrándolo como un corredor experto, pero siempre ocultando la verdadera fuerza connatural que poseía su mente, excusándolo como una clase de suerte natural que tenía para sobrevivir ante los mejores y más arriesgados trabajos.
El ofrecimiento de este trato le dejó varias cosas en claro. En primer lugar, Hellman no era la basura que aparentaba ser, cosa de la que ya estaba casi completamente seguro en aquel momento, pero que se afianzó con el innecesario pacto (para el hombre rubio) que le otorgó la oportunidad de decidir por sí mismo. En segundo lugar, la opción estaba clara a pesar de su resiliente rechazo hacia todo lo corporativo, y decidió unirse a las filas de la megacorporación más poderosa y grande del mundo, vaya por Kami. Y en tercer y último lugar, que suplicio inagotable que es su vida, ¿no?
No solo tuvo que lidiar con el hecho de ser un huérfano, el constante agravio de sus mayores desde pequeño, la estúpida obsesión con la luna que tenía y los ideales tan lejanos como imposibles que poseyó, sino que ahora resultaba que detentaba de una «bendición» que lo colocaba como objeto de investigación y como una presa muy apetecible para las demás corpos, lo que hizo que en vez de una bendición fuera otra maldición a su ya de por sí maldita vida.
Volviendo al trato de Hellman, era obvio cual opción escoger. Consideró volver a las calles e intentar una nueva ruta para ascender en el camino de la vida terminando en algún momento por conseguir el objetivo de un cambio positivo para la humanidad, pero para ser sinceros, aquel sueño ya estaba en el sendero añejo del olvido (se convirtió en un deseo intangible), siendo reemplazado por algo mucho más simple y admisible, sobre todo ahora que perteneció a Arasaka y tenía la oportunidad de formar parte de las escalas altas del sistema.
Naruto Uzumaki soñaba con viajar a la luna. No sabía cómo, ni por qué, ni cuándo. Solo quería ir y ver de cerca aquello que tanto lo atrapaba en un ensueño fogoso de ilusiones, trayendo consigo esa inquietud disconforme pero inspiradora de los tiempos apabullantemente oscuros de su existir.
Aunque la motivación para seguir por esta ruta nueva cada vez flaqueaba más, al punto de que Hellman se dio cuenta de su falta de interés y resolvió que era hora de cambiar de aires para ver si un nuevo tutor y ubicación lo suscitaba a mejorar en sus habilidades como runner. Pero Naruto dudaba que funcionara. Por supuesto, fingiría la fascinación de un niño ante este desconocido maestro y escenario. No obstante, el rubio ya era capaz de leer fácilmente su falsedad en la faceta infantil exterior, haciendo más complejo de lo que fue en unos primeros instantes el mentirle.
Su primer vacío motivacional se dio una vez probó de primera mano la incapacidad de cumplir con su mayor deseo. Aparte de todos los tejes y manejes de los que fue testigo en la agresiva e intrigante esfera corporativa una vez estuvo dentro de ella, fue Hellman quien le aseguró que tales aspiraciones eran imposibles. No por un intento sagaz y manipulativo para regirlo hacia una corriente de pensamiento afín a Arasaka y a sus intereses, no. Fue la voz de la razón y la experiencia de aquel hombre que también soñó con algún día ser alguien importante en el mundo y que, con el deseo de cambiarlo para bien, utilizando solo su intelecto y oportunismo, trepó a través de esta guarida de sátrapas hambrientos de poder y más poder, y quizá algo de dinero para sus exquisitos placeres en algunos casos prohibidos o asquerosamente repulsivos. La red de tratas que Hellman desintegró hace años, y de la cual salvó a su actual secretaria, fue un ejemplo perfecto de ello. Le dijo que no valía la pena basándose en su experiencia, que da igual el cómo lo afrontes, siempre la corrupción corporativa y humana salen ganando.
En un inicio no supo si esto era otra tentativa de acercamiento por parte del corporativo rubio, pero, ya sabiendo sobre sus aptitudes únicas, el hecho de que no haya corrido directo a Saburo Arasaka nada más saberlo fue un gran punto a favor que le llevó a creerle. Anders Hellman era una persona con un genio inigualable que, desde su juventud, tal como él, mostró una gran contraposición hacia el mundo que lo rodeaba, y se dispuso a darle contienda. Falló, y ahora estaba resignado cumpliendo con el sueño de otros, pero feliz porque su nueva y gran motivación fueron los avances científicos y tecnológicos, cosa que se compaginaba con las infinitas aspiraciones de la empresa. Aun así, gracias a toda la información compilada en estos meses, pudo decir casi con total certeza que Hellman era un hombre de buenos valores. Algo infrecuente, y mucho más en la labor que le tocó desempeñar. Eso no significaba que confiara plenamente en él, ni mucho menos. Desde joven aprendió a no dejarse llevar por las buenas facetas de las personas, desentrañando a fondo las personalidades de todos aquellos con los que se relacionaba antes de confiar siquiera un poco.
Su situación actual no era muy distinta con la del joven Hellman respecto al cambio de caminos y elecciones hacia futuro salvo que, por la misma protección que lo hacía tan especial, estaba algo estancado con su progreso en la senda desconocida del netrunning, no pudiendo mejorar sus marcas, ridículamente lentas, en la descarga y carga de datos o en la utilización de las herramientas cotidianas de un runner como los programas. Hellman aseguró que con la suficiente práctica hallaría el modo de apresurar la carga de datos, burlando su tedioso muro protector que no solo ralentizaba la mayoría de procesos tradicionales de un corredor, también le daba por borrarle datos que intentaba descargar de vez en cuando. Un verdadero quebradero de cabeza literal y figurativamente, ya que las largas sesiones en búsqueda de mejorar sus falencias trajeron como consecuencia unas migrañas horrorosas y constantes. Aquello fue como luchar contra una IA ingobernable que se burlaba de él, o, más bien, una voluntad interna que respondía a nombre de otro, en favor de otra persona que le impedía dominar los mecanismos internos de su mente. Toda esta situación era un fastidio.
Todavía recordaba aquellos días, ya alejados, donde descubrió sus habilidades y montones de conceptos nuevos que antes no habría imaginado, y mucho menos de ser capaz de realizar. Inspirado y motivado como nunca antes teniendo un nuevo sueño por cumplir y alcanzar yendo en ascenso dentro del sistema jerárquico de Arasaka una vez completara su adaptación como runner, cuya razón de ser fue tan mera como un sueño tonto y banal de ir a la luna, tal vez para descubrir el secreto de su fascinación por el astro o para rellenar aquel hueco que tenía, que siempre tuvo.
La soledad había dejado huella en él y no visualizó tales efectos hasta después de la charla con Kenshin. Aquella charla donde cayó de lleno ante los cálidos brazos del desahogo, percatándose del amplio daño que sufrió e ignoró durante tantos años, todo en fomento de mantener su cordura y su mente centrada en lo más importante: sobrevivir. No sabía por qué, ni hasta cuándo, pero el persistió, continuando en su sendero sin rendirse. Aunque, ahora estaba muy hundido en un pozo del cual dudaba poder salir.
Después de todo, ¿qué podría encender ese fuego sagrado que solo obtenía visualizando a la luna? ¿Quién o qué podría reanimar su anhelo ferviente de conocimiento y cambio? ¿Cómo podría devolver algo de vida al llano infértil que era su corazón infeliz, o ayudar a su cabeza desbocada a un sinfín de traumas a recuperar su cordura y estabilidad? ¿Qué podría reavivar el fuego del corazón zagal e infeliz de Uzumaki Naruto? Naruto descreía que su futuro educador tuviera las respuestas. Así que simplemente se colocaría su faceta superficial e intentaría comprender todo aquello que fracasadamente aspirara a inculcarle. Demostraría una atención cabal (y falsa) mientras buscaba una verdadera fuente de, más que aprendizaje, inspiración para salir del ciclo negativo que lo estaba marchitando poco a poco desde sus adentros.
Y justo cuando se estaba realizando estos simples cuestionamientos, sucedió.
De repente apareció en su rango de visión un hombre rubio con un traje cobrizo no muy caro, recatado, todo lo contrario de Anders y sus trajes exóticos de una moda de hace siglos. Una suerte de gabardina lo cubría. Si bien, el sujeto desconocido no utilizaba un traje de la actualidad, claramente no fue por gusto, sino por los recursos limitados que quizá tuviese él en su país de origen. Cabello rubio y nada muy fuera de lo normal a excepción de su… ¿sorpresa?
Naruto pudo captar una pizca de estupor ante la presencia suya, ya que fue justo cuando dirigió la vista hacia él que el semblante del hombre se quebró por unos breves instantes, poniéndolo alerta en un momento. ¿No esperaba su presencia? ¿No era él su mediador para la transacción de favores y «productos»?
Naruto se apartó de la pared donde estaba apoyado hace un rato, y se paró a un costado de Hellman, y obtuvo un pequeño intercambio de miradas con éste que le confirmó la identidad del otro rubio ahora frente a ellos. Era su negociante. Entonces, ¿por qué la sorpresa? ¿Hellman no le contó acerca de su presencia? Algo absurdo considerando la naturaleza de su intercambio, donde Naruto era un valor intrínseco, porque fue él quien se vería favorecido ante el tutelaje de esta profesora particular de nombre tan curioso. Entonces…
Y entonces entendió. Esto era una trampa, no una negociación. Qué gracioso. Vería al mismísimo Anders Hellman actuar en su modo de negociador retorcidamente pragmático, y en persona, y con un extranjero. Pobre diablo que no sabía, o que sí sabía pero creía, en su infinita estupidez, el poder sacar tajada de Hellman, un sórdido negociador que, por poder, habría transaccionado almas con el Shinigami, si éste, en un principio, existiese y se pudiese tratar con él. Una experiencia otorgada con el tiempo y la práctica, que dudaba seriamente el verla superada aquí, ante este retador pueblerino tan ignorante.
Ya se estaba haciendo a la idea de por qué se halló sorprendido su invitado. Trajeron a su contendiente a la boca del lobo y Naruto parecía ser la rabia pestosa y burbujeante que asustaría y sorprendería hasta el invitado más valiente, desafiante de la autoridad excepcional de la que gozaba el rubio de Arasaka en las tierras adyacentes. Naruto activó su modo observador, ya que, como dijo Hellman en alguno de sus tantos intercambios rutinarios, deja que tu oponente se caiga por su propio peso, no oponiendo el tuyo sobre el de él. Aquí Hellman poseía tanta superioridad que podía aplastar a este hombre y seguir su rumbo sin la más mínima consecuencia. Un hecho factual, demostrable por la incomodidad notable de su recién llegado, demasiado inefectivo en ocultar su emocionalidad, o, por lo contrario, quejándose a través de ella de algo inesperado, indeseado para su jugada en planeamiento o ejecución. Un desecho fútil, en forma de un niño bermejo, que interrumpía el correcto establecimiento del tablero predeterminado, necesitando reestablecer sus piezas en un suspiro momentáneo. Pobre infeliz, se metió donde no le llaman y con el peor oponente posible, un sencillo campesino alemán traído y transformado en una temible víbora del poder japonés. Sacando su peor lado en estas situaciones. Naruto ya supo lo que venía. Ahora, se tuvo que preguntar una cosa, un pequeño pero no por ello menos importante detalle. ¿Dónde estaba su futuro tutor? Hellman no degollaría a este pobre cordero polaco por mera petulancia y complacencia, con el motivo singular de mofarse de este sujeto.
Y fue cuando Naruto entretejía sus vicisitudes de lo que estaba ocurriendo cuando algo rompió de lleno con su foco. Justamente desenfocando su espacio y mente a largos caudales de información incontenible, imposible de codificar en pensamientos coherentes. Pues su cerebro tomó la inesperada decisión de apagarse de un momento a otro por un nuevo intruso que captó la totalidad de su capacidad neuronal, en su paso deteniendo cualquier otro proceso cognitivo.
'¿Eh?' Naruto pensó.
El tiempo se detuvo y el sonido de ambiente fue silenciado al completo, fuertes e incesantes murmullos de entes caminantes junto al condenado estupor del cauce de vehículos automotores insonorizados sin previo aviso. Su panorama frente a él fue reducido a un insignificante vértice de su visión, una esquina, la puerta de aquel establecimiento hotelero. De donde salió alguien, alguien además del rubio negociante, un ser superior, una deidad, que le pidió, o bien le exigió, su entera atención. Y simplemente por su forma y andares lo cautivó.
No era para menos. Decidida y a paso seguro y bien medido, vestida con un traje de runner de Arasaka de un gris apagado en su esbelto cuerpo. A su vista llegó el más puro color marfil, blanco como la nieve en una tarde soleada de invierno posterior a una tormenta, natural como aquella mata de cabello nevado a juego con la impoluta palidez de su piel vistamente tersa y suave como la más pura seda, casi más puro e increíblemente magnífico que la corona nívea y cuasi lunar que llevaba. Su piel rozaba lo enfermizo en su blancura, confesando a los vientos y la vista que pocas veces ha sido testigo de la luz radiante del sol y reconociendo su procedencia de unas tierras invernales, ocasionando como su fruto esta divina entidad que parecía brillar en sí misma, madurada bajo el frío del interminable y duro invierno. Eso o animando a creer o suponer sobre sus prácticas poco saludables en su oficio de… ¿corredora? Habría mirado con pánico a su propio tutor si no estuviere tan embelesado por la ignota doncella… lunar.
Creía darse cuenta porque se estaba volviendo loco con la simpleza de esta dama, ya que era como retirar un fragmento de la superficie blancamente perfecta de la luna, vista en una de sus danzas neuronales, y encarnarla en la piel y cabellos de esta… de esta pequeña.
Las palabras no salieron o perecieron perdiendo su significado mientras observaba a esta joven luna caminante que aterrante impacto promulgó en su psiquis con su sola presencia. Su forma extraña que con solo mirarla se perdió embobado en la tierra de los sueños.
En definitiva, un alma chiquilla e ignota, diminuta y anónima: una pequeña extraña…
La pequeña extraña caminó hasta estar frente a los dos, a él y Hellman, y al lado de su patrocinador, el tal Christoff. Pero esto poco le importaba a él en estos momentos, perdido en los rasgos extraordinarios, para él, de esta misteriosa muchacha. Fue una vista a sus ojos malva, que se expresaban algo desabridos y aburridos en cuanto a lo que acontecía, cuando el impacto anterior se duplico, triplico y posiblemente haya ido mucho más allá de cuadruplicarse. Porque cuando vio aquellos iris lavanda su cerebro se aceleró, su ritmo cardíaco se disparó, sus pelos se erizaron y su garganta se secó. Sintiendo ese calor tan característico luego de una mala tarde en la que terminó algo golpeado, mirando a la luna para su reconforte y pronta recuperación. La ingravidez de un viaje lunar se hizo presente, la calidez ardiente del sol en una caminata lunar fue percibida a través de sus mejillas que ardieron con furia, sus pulsaciones se dispararon en su oído interno mientras su cuerpo segregaba la adrenalina de invadir otro espacio orbital. Ausentado en el proceso la sensación gravitatoria tan aplastante y cansadora del planeta Tierra, esa pesadez en su pecho, espalda y huesos que se incrementaba al tiempo que perdía la consciencia de lo anhelado, de lo soñado y de lo realmente deseado.
Ahora había un fuego en él. Un fuego que arde. Arde con pasión. Una pasión fuera de control.
El fuego sagrado se reencendió como nunca antes en él. Con tremendísima animosidad y exuberante de aquello a lo que llaman vida. Explotando en cada célula, en cada fibra, en cada músculo y en toda su construcción nerviosa y circulatoria. Muy notable el bombeo en acelere de su corazón. Dopamina inundando sus sentidos al gusto de su cuerpo y mente descarriados. Sin cese y sin pare, fogueándose así mismo en un ciclo en círculo infinito, concéntrico en su estómago donde la sensación predominaba con fiereza, aumentando la sensación da haber consumido una fuerte bebida alcohólica implacable tanto en sus efectos destructivos como en los placeres obtenidos. Prácticamente electrocutó sus neuronas, quemó su interior con el fuego que había menguado junto a la ida en ascenso de su depresión. De la nada volvió más fuerte y vengativo que nunca consumiéndolo con prepotencia. Sintiendo el sol en su cara, en sus manos, en su pecho, en todo su cuerpo ardiente. Dejó nada menos que cenizas, y de estas mismas renació algo como un ave fénix entrante, vigorizado en los cielos por su victorioso y flamante renacer. Llenó con su flamígero centellear a un ser apagado, avisando a las tempestades rojas que se acercaba el momento de actuar, de despertar.
Fue como viajar a la luna, internándose de lleno en la realidad alterna de una bella danza neuronal que lo abstraiga de todo aquello con lo que es difícil lidiar, viviendo ese hermoso momento en el que te colocas la corona y tu cuerpo siente esa febril sensación, para nada incómoda, todo lo contrario, de ser arrancado de uno mismo como el alma desgraciada que es, saltando al espacio en una decoloración de tu entorno vívido hacia la libertad, gloriosa y subestimada libertad. La razón por la que amaba tanto ir a la luna, además de su incansable enamoramiento por ella, fue el hecho de que nadie lo pudo detener ni imponer sus condiciones allí. Eran solo él, su diversión y la luna. Nada más.
Su desesperanza impertinente e intermitente que golpeaba con clemencia en estos últimos días fue dejada de lado en un rincón abandonado de su mente. Obligada a permanecer apagada mientras se extasiaba con la vista de una pequeña extraña muy parecida a su reconstrucción imaginaria de una diosa lunar. Un ente no perteneciente al plano físico. Un ser extraterrestre, un ser divino que lo abdujo a una realidad paralela donde todo está bien, donde se siente bien y puede ver la luz al final del túnel, donde puede vislumbrar la luz de la esperanza reflejada en todos lados. Donde la mirada de ella lo paralizaban y lo controlaban completamente.
Se sentía como el éxtasis golpeando duramente a su sistema nervioso, salvo por la breve salvedad de que Naruto no consumió ninguna droga en su vida, ni planeaba hacerlo, y solo conoció sus efectos por la mera curiosidad y necesidad de adquirir conocimiento. Se preguntó si esta falta de gravitación en su cuerpo fue un efecto de sustancias desconocidas o conocidas, si Hellman lo había estado distrayendo con sus interrogantes y miradas profundas para terminar inyectándole algo que lo disuadiera del mundo somático cuando menos lo esperaba. Se habría dado cuenta si tal fuera el caso, o de eso quería autoconvencerse. Desde luego este sentimiento tan penetrante en su pecho nunca lo presenció, no de una forma positiva. Conocía el pesar de un corazón desesperanzado y entumecido por el dolor, pero no el de uno repleto de vibraciones incesantes y desesperadas por hacerse notar, gritando a los cuatro vientos su inconmensurable complacencia ante tan extraña presencia.
Sin embargo, la pequeña extraña no compartía su arbitraria alegría…
Atrapado en aquellos ojos enigmáticos que se abrían paso perforando a través de él y que lo destruían tan dulcemente, en un principio, no cayó en el hecho. Gélidos y petrificantes ojos color malva lo analizaron con desidia, revisándolo de arriba abajo en busca de signos, señales que informaran de su identidad. Y dirigió su vista hacia su pecho, donde Naruto sabía que estaba un parche bordado de color dorado con el logo de Arasaka en su propio uniforme de runner. Ella estaba despreciando su sorpresiva y no esperada presencia, pero aún más patente fue su desagrado cuando identificó aquel logo en específico. ¿Habrá pensado que era uno de los niños mimados de Arasaka? Si era así, no había nada más lejano a la verdad, considerando su posición podría decirse que era otro engranaje desechable, o no tanto por sus auténticas excentricidades, que se vio envuelto en el irrefrenable curso del dominio de esta corporación participando como un recurso; valioso, pero, al final, otro recurso.
Los ojos de ella despedían una frialdad reflectante, como si estuviere viéndose a la cara en un charco después de otra noche mal augurada en las calles, destronado en esos iris de toda la calidez y simpatía, o en todo caso, curiosidad que debería de sentir un niño. Pudo congeniar de inmediato con aquellos ojos lavanda, con aquella pequeña extraña que lo observó con tremenda sorpresa y apatía, detrás de eso un mar de inseguridades que él no necesitó ver para creer acerca de su existencia, porque, devuelta, él fue uno de ellos, él fue como ella. Un niño solo y descarriado en un mundo muy hostil para alguien de su situación. Huérfanos desprovistos del calor del abrazo de una madre o padre, guerreros de las calles que sobrevivieron, no sabiendo muy bien cómo. Tampoco fueron sabedores de por qué se vieron envueltos en tal injusticia, partiendo desde los escalones bajos y putrefactos de la sociedad sin nadie que los acompañe, sin nadie que los mime con sus tranquilizadoras palabras de aliento.
Malnacidos nacidos para fenecer. En cualquier esquina, en cualquier momento. Todo siendo un peligro sin escrúpulos que podrían dinamitar su pequeña y pobre existencia. ¿Por qué seguir? Fue la pregunta. No sabía la respuesta, probablemente nadie de su calaña lo supiera.
Ensordecido, enceguecido y absolutamente absorto en la intrusa de corona nívea, Naruto no escuchó el llamado hasta que fue demasiado tarde y evidente su hipnosis.
Chasquido*
Su concentración en la joven muchacha se rompió, algo reverberó. Con sorpresa, contempló a su lado donde Hellman lo esperaba con una faceta exigente preguntando con severidad e intransigencia por su desconexión momentánea tan demorada. Preguntando dónde se había metido su uso de la razón. Su mano distendida hacia el frente, dando el aviso de que fue él quien disparó aquel sonido despertador de sus sueños lúcidos en el plano vívido de la realidad despierta. La ignominia bañó sus rasgos, eso sería innegable, la descompostura se hizo demasiado flagrante, más visible que nunca. Entonces, recuperó la prudencia faltante hace solo unos instantes, secuestrada por una desconocida de la que no conocía ni el nombre, ni la razón de su presencia… ni la…
Aunque…
Miró a la niña. Vio su traje, luego se fijó en el rubio que la acompañaba, y posteriormente regresó su vista traicionada y desorientada al otro blondo que lo acompañaba a él, y exigió con sus ojos violáceos empedernidos una respuesta inmediata. 'No fue capaz, ¿verdad?' Pensó, intentando apaciguar los albores de un nerviosismo desenfrenado. La respuesta que obtuvo no sirvió para calmarlo.
Hellman mostró un mínimo atisbo de una sonrisa triunfante y satisfecha, y con el cigarro todavía en su boca, asintió de manera lacónica e insospechada indicándole que efectivamente cayó en su trampa, otra vez. De nuevo, fue sorprendido y atrapado por este desgraciado genio maniático de Arasaka. ¿En qué momento podría haber pensado que seguirlo como su mascota fue buena idea? ¿Por qué se rehusó a volver a las calles? Habría sido muchísimo más sencillo lidiar con las experiencias cercanas a la muerte en un inmundo callejón que terminar enfangado hasta la cabeza con los planes pérfidos de este lunático experimentador alemán haciéndose pasar por tutor. Qué estupidez la suya.
"Naruto, ¿puedes enseñarle a tu nueva compañera su habitación?" Dijo Anders Hellman, casi regodeándose de su desprevenido pupilo (o eso es lo que interpretó el bermejo). Naruto respondió con una mirada a rebosar de asco contenido, solo expresando la inexpresividad más profesional y absoluta que pudo reunir después del golpe tan bajo que le dio este hombre. En la brevedad cambió su faz al familiar y sonriente imbécil que lo protegía y se comportaba como su escudo externo. Se colocó las tan conocidas facetas ocultadoras de la verdad, fingiendo demencia de su realidad y actuando en conveniencia de su anfitrión. Naruto Uzumaki comenzaría su propio juego, o en realidad, respondería al ataque imprevisto de su genio responsable; gran mente pensante que lo agarró indefenso en ya dos ocasiones. Primero cuando lo encontró mal herido en la puerta de la pensión, con una fotografía y una declaración jurada que admitía sobre el abuso que le fue provocado. Y en este momento incidió en una segunda falta que lo bamboleó hasta las vértebras, una distracción que lo trajo a esta situación y que lo dejó desnudo frente a esta…
Observó a la niña impasible sabiendo que ella estaba tan estupefacta como él. La podía leer con tremenda facilidad, acostumbrado a los juegos mentales de Michiko y a las miradas penetrantes de Hellman y las demás serpientes con las que compartía organización, con las que se la pasaba jugando al críptico y aburrido teatro mudo de las miradas intensas y desnudadoras tanto de sentimientos reales como de los sucesos verosímiles. Exactamente no supo el por qué ella estaba así, pero si sabía lo que ella interpretaba de sus miradas mutuas. Era el momento de descolocarla y actuar en base a las herramientas obtenidas durante tantos años de engaños. Costaría un poco si se volvía a perder embobado y babeante en aquellos iris lavandas tan profusos, pero correría el riesgo. No podía dejar que sus intrínsecos pensamientos personales se salieran al aire. Además, tenía la más ingenua curiosidad de qué tanto lo atrapó Hellman esta vez y con quién le produjo esta sensación. Quería saber más de ella. La pequeña extraña, la extrañeza divina.
"Como usted ordene, Hellman-san." Respondió con sencillez el sonriente y, repentinamente, alegre bermejo, con un ritmo saltarín en su voz. La gesticulación de un soberano idiota puesta falsa y cuidadosamente en aquellos rasgos juveniles. El niño pelirrojo avanzó en una huracanada ristra de pasos osados hacia el frente, listo para otorgar su más atrevida proposición.
Destartalada tempestad roja se paró delante de la inmutable nevada albina. Conectándose sus iris gemelos en la refriega discontinuada de miradas. La niña mirando con algo de impaciencia por no comprender su cambio tan repentino y quién era él. El niño terriblemente feliz, contento de su agraciada audiencia con una diosa lunar. Demasiado feliz. Acercó su rostro con despreocupación a la cara de la desconocida por conocer, peligrosamente cerca, a contados y escasos centímetros de su rostro. Solo allí pudo discernir al completo sus rasgos. Como esa sombra de un tinte rojo coral debajo de sus cuencas oculares, el curioso peinado que dejaba un gran espacio en el lado derecho de su frente y un mechón más largo en el izquierdo, las finas cejas; sus rasgos, en parte, claramente asiáticos de una niña japonesa (al menos Hellman no mintió en ello) y su rostro algo redondo. No pudo evitar admirarla, otra vez. Rápido, como una luz, cambió su pensar por algo que no lo absorbiera tanto. No quería perder el hilo conductor de su actuación y que se notara que estaba falseando una personalidad. No, de ninguna manera.
Extendió su mano y se la ofreció, pidiéndole la mano en el sentido menos romántico de tal acto —aunque, a una parte de Uzumaki, no le molestaría pedir su mano en aquel sentido tan amoroso llegados a este punto—, hizo una gesticulación con ella para que la tomara y partieran al sitio indicado. Ella ignoró al completo sus gestos, reacia, más bien pareciendo querer decapitarlo con la mirada. Ojos aterradores le devolvieron la mirada ante la implicancia del gesto, pero no solo hubo frialdad o asco ante su gesto. Logró captar en las profundidades de esas fuentes lavandas a alguien arrinconado, temeroso de la situación. ¿Tal vez en Polonia no acostumbraban a asirse de la mano? ¿Tal vez en Polonia poseía una significancia alternativa? ¿O solamente fue su miedo intrínseco a relacionarse con otros por sus orígenes desgraciados? ¿Qué clase de vivencias traumáticas habrá traspasado en su pequeña juventud? Estas y otras tantas interrogantes resonaron en la cabeza del niño bermejo quien se halló encandilado y aún más curioso por la perla polaco-japonesa que le fue presentada sin previo aviso. Casi se sintió agradecido de que Hellman no le avisara para poder vivir esta sorpresiva sobreexcitación. Casi. Sea como fuere, tenía que actuar y rápido, no podía quedarse enfrascado en sus malvas mellizas hasta leerle la mente como acostumbra hacer con extraños. Lo haría, pero ulteriormente a tener conocimientos concisos de su identidad y de que Hellman se haya marchado.
Naruto, entonces, le dijo: "Sígueme…" Hizo una pausa. Él ya sabía su nombre a pesar de que no se lo hayan dicho jamás. Se lo dijeron, pero no fue especificado que ella fuera tal. Esa tal Lucyna Kushinada… Bonito nombre. Verdaderamente hermoso. Entonces, siguiendo con su suplantación, ¿cómo debería llamar a esta niña? Resistió el impulso enfermizo de llamarla «copito de nieve» porque un sexto sentido le dijo que no sería la mejor de sus ideas, pues resultaría demasiado ofensivo y no quería iniciar con mal pie su relación. Por ende, ¿cómo llamarla? Oh, sí, cierto. "…pequeña extraña" Finalizó lo dicho. Recordó sus pensamientos anteriores y los reflectó, transformando sus ensoñaciones aisladas en palabras habladas soltadas por su amplia labia tan bien cuidada. El efecto fue inmediato, golpeándola directo en su faceta sosegada que a leguas notó su falsedad el farsante de Uzumaki. Más veloz que nunca tomó la mano de la niña invadiendo su espacio personal que, con el shock inicial de ser llamada de tal manera irrespetuosa, no pudo responder y fue consumida y arrastrada por el tifón carmesí, la tempestad suntuosa reencarnada en un niño de siete años. Más tormenta y más implacable que el temporal anárquico cercano a lo huracanado que presenciaron hace un rato en Japón.
Naruto la llevó a rastras tras de sí. Apresurado como nunca, partió adentro de la instalación, el hotel. Seguido de cerca por la ofuscada niña que intentaba desnucarlo con la mirada ante sus graves faltas continuas, visualizando el momento indicado para soltarse y someter al idiota confianzudo que arremetió en su intimidad con dedicada desfachatez.
De esta forma, solo quedaron dos individuos en escena, dos contrincantes.
"Anders Hellman…" Dijo Christoff con solvencia simulada con esmero. Seriedad impuesta en sus rasgos faciales. Su postura no imponía, pero tampoco se pasaba por alto. Hellman se acercó más, y quedó a tan solo a unos metros, manos en los bolsillos y cigarrillo a medio camino de su última calada puesto en la boca. No hubo lugar a dudas. Christoff había sido engañado, aún no sabía cómo, pero fue timado, encima en su cara. Se suponía que Lucyna respondería a Hellman como su pupila a cambio de un modesto puesto dentro de Arasaka. No recordaba a ningún pelirrojo revoltoso en la ecuación.
"Christoff Wiesław Dymny…" Dijo Hellman, ejecutivo de la corporación más grande y poderosa del mundo, seguro de lo que se avecinaba. No le contó a nadie respecto al plan de contingencia por si Naruto continuaba a la deriva. De hecho, él mismo se sorprendió con sus acciones. Por supuesto, este pobre sujeto tan desesperado tampoco lo supo, ya que él solo era otro medio para un fin mayor, útil a la megacorporación avariciosa en la que trabajó. Otro recurso.
Hellman activó su modo de negociante vil y déspota.
Y así comenzó el soporífero teatro de las miradas agudas expoliadoras de la verdad.
~~o~~
Naruto caminó apresurado. A grandes pasos avanzó, apenas dando tregua a su acompañante quien trastabillaba mientras conseguía, a duras penas, seguirle el ritmo. Se metieron en el ascensor, lujoso y bien cuidado, de un metal tan brilloso que el pelirrojo pudo ver su rostro reflejado en él, más colorido de lo normal, de un rosáceo poco natural y desconcertante en sus facciones. Una vez dentro, y aún con la niña tomada de la mano con él, surgió la duda. ¿Qué piso y qué habitación era el suyo y la de su allegada?
"Planta 110. Habitación G59." Una voz baja y cuasi angelical, al menos para él, le dictó desde su espalda los designios divinos de su voluntad, o, en otras palabras, le dio la información extraviada en el portentoso viaje dimensional que sufrió hace solo unos minutos, cuando se distrajo como un idiota enamoradizo en los rasgos de la niña a quien sostuvo de su mano. Vio hacia atrás, donde la joven extraña se paraba con mirada ensombrecida. Por alguna razón no le dio muy buena espina, pero simplemente sonrío agradecido por el recordatorio (que ningún recordatorio era porque ni siquiera oyó a Hellman cuando le mencionó adónde tenía que ir).
"¡Gracias, pequeña extraña!" Él expresó su gratitud con altavoces en sus pulmones. Aturdió a la temblorosa niña que estaba por explotar, en fugaces instantes. Tardarían mucho en llegar al piso deseado. ¿Era necesario que su habitación estuviese tan en la cima de este edificio? No sabía si llegaría vivo a tal piso. Naruto se preguntó cuánto tardaría en derrumbarse la faceta serena de su acompañante ya que podía sentir el apriete en aumento de su mano por parte de la joven. Él sintió un cosquilleo en la nuca el cual descartó sin pensárselo mucho. Grave error. No transcurrió ni un segundo desde que las puertas del ascensor se cerraran para subir hasta la planta sugerida cuando ella se lanzó vengativa a por el atrevido pelirrojo.
Naruto, quien le dio a la pantalla táctil del ascensor para poder subir, fue ampliamente sorprendido (o no tanto) cuando de un momento a otro lo empujaron atrapándolo contra uno de los lados del elevador. Estaba contra la pared metálica, sus dos manos juntas y sujetas con fuerza desgarradora a ambos lados de su cabeza, mirada ardiente en esos ojos lavandas de la joven, y enfadada, extraña. Poseían casi la misma altura, él siendo más alto por escasos centímetros. Tan cercano el uno del otro estaban que pudo olerla y…
'¿Lilas y grosellas?' Naruto reflexionó. Antes no la había olido. Recordaba de algún lado el agradable olor, o al menos eso creyó. Apaciguó en un mínimo sus latidos, pero era difícil calmarse con esta implacable niña presionándolo con tanta solidez.
"¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?" Ella preguntó… No, más bien, ella exigió una respuesta del aprisionado niño bermejo. El tono era severamente filoso, podría cortarlo en pedacitos con él. El gélido de los ojos de la niña se mantuvo o, inclusive, se intensificó considerablemente. La peliblanca, en su fisonomía, no expresó la agradabilidad y la simpatía conveniente para querer hacer buenos amigos, todo lo contrario. Naruto solo pudo gemir no logrando zafarse ni un poco del agarre; le resultó imposible. Para su vergüenza, Naruto era un niño de músculos débiles que dependía enteramente de su fuego sagrado para sortear momentos como este. Se palpó inviable el escapar sin tener que recurrir a su verdadera fuerza congénita que podría dañar a la joven dama que antes lo tuvo tan ensordecido. Lo entumeció con su sola presencia en una especie de ilusión óptica divina, con su blancura y delgadez que le hizo confundirla con una deidad lunar. Él no quería ser el responsable de dañar su tremenda hermosura… Un momento. ¿En qué estaba pensando? ¿Desde cuándo…?
"¡Responde!" Ella prácticamente gritó. Sus confusos pensares fueron interrumpidos por la exigente y prepotente jovenzuela que lo sacudió con violencia. Tal vez debería prestar más atención a su entorno y dejar de perderse a en sus alucinaciones febriles sobre la dama lunar —o lunática—. Sobre todo, porque esta lo terminaría por matar si no respondía. No tuvo otra opción en realidad. Con una sonrisa apacible y con la pretensión de dar rienda suelta a su perfil locuaz, Naruto se dispuso a hablar.
"Oye, pequeña extraña, no hace falta-AGHH." Él se quejó, su sonrisa se borró en un fallo rotundo de querer hacer uso de su aclamada elocuencia cuando la niña le dio un rodillazo en la entrepierna. Realmente la desgraciada tenía fuerza. Dolió. Y, además, sujetaba fuertemente. Era como tener las manos sujetas a unas pinzas hidráulicas, y sus rodillas no fueron tan suaves como cabría esperar de una niña. Pegaba y apretaba demasiado fuerte para ser los meros miembros de otra niña de ciudad, de pueblo o de cualquier otra zona recóndita de su horrible panorama. Sin lugar a dudas creció en las calles como él y peleó por su vida como él. Si en algún momento se le cruzó por la cabeza compararla con una deidad angelical estaba gravísimamente equivocado. Fue más como un demonio escarchado que en su paso no dejaba más que el escalofriante invierno perpetuo, un frío que provocaría hambruna y, por consiguiente, desolación. Se parecía como a la cacería salvaje de unos escritos polacos que leyó hace unos meses. Vaya casualidad.
La quien presumiblemente era Lucyna Kushinada le lanzó otro rodillazo, pero él alcanzó a cubrirse. Cuando iba a burlarse de ello, la niña cambió de estrategia. Le juntó las manos arriba de la cabeza y, como por arte de magia, sacó un cuchillo de sus mangas. Una navaja normal con nada destacable, pero, al fin y al cabo, una navaja con filo cortante. Es decir, con el riesgo implícito de lastimar, herir, matar. A Naruto se le erizaron los pelos del cuerpo en el momento en el que ella posó el metal en su cuello. 'Un filo guardado en sus mangas, ¿en serio? Ella es literalmente como yo. Esto ya se parece al preámbulo de una jodida rom-com en la que encuentro a mi «media naranja» en la situación más inhóspitamente estrambótica posible.' Pensó él, tragando saliva. Ella lo examinó calculadoramente. Y, entonces, otra rodilla incrustada en sus partes nobles le hizo acordarse de que esto no era el idílico encuentro de un amor a primera vista de una novela o BD soberana y absurdamente romántica. No, no fue el caso.
"Agh." Se volvió a quejar Naruto cuando ella le aplicó el doble de potencia en este golpe a su ingle. Sus golpes no poseían mucha fuerza, pero ella golpeaba con la predisposición natural de dar en los lugares y de la manera más asertivamente dañina. Y puede que Naruto reservase mayores resistencias que los niños de su edad por las golpizas y malas experiencias que sufrió desde joven, pero un rodillazo en las pelotas seguía siendo un rodillazo en las pelotas. Su área testicular era aún sensible a abruptos ataques. Y no hay mucho que valga para amenguar el dolor proveniente de dicha zona. Sea como fuere, tal vez con un filo metálico en el cuello, y con el riesgo continuo de perder las totales probabilidades de concebir una herencia, sea el momento idóneo de responder a las dudas de esta rigurosa y temible femme fatale (o fille fatale, en todo caso).
Naruto concentró su visión en sus perlas lavandas. Encontró algo de duda y nerviosismo en sus iris, profundo y poco perceptible, pero allí estaba. Quizás esta era su respuesta a una situación incomprensible, asustada ante la pérdida de control y visión de sus horizontes, tan imprescindible y primitivo en un superviviente como ellos a los cuales la sola idea de descarriarse, aún más de lo que ya estaban, y adentrarse en las oscuras sendas de lo desconocido los aterraba hasta la médula. Conocía a la perfección esa sensación. No hace menos de un año habían derrumbado todas sus defensas acorralándolo en su inocencia de creer que con todo y todos podía. Joder… Se podía ver tan reflejado a través de aquellos ojos habiendo estado en su misma tesitura no hace demasiado. Tan despavorido por la simple idea de que Kenshin supiese la verdad, su verdadera verdad, para que luego apareciese Hellman y le diese el golpe de gracia, llamándole la atención por sus «disturbios con la ley».
"Deja de quejarte y responde." Ella le dijo en un tono bajo y peligroso, prometiendo dolor. Joder, ¿realmente Hellman lo encomendó a una muerte asegurada con la niña eslava más maniática que encontró? Vaya actitud. La miró a los ojos donde lilas furiosas lo desentrañaban con salvajismo. Por algún motivo sintió la temperatura en ascenso de sus ya de por sí calientes mejillas. Extraño, muy extraño. No era una especie hombre masoquista o algo por el estilo, ¿cierto? Sea como fuere, llegó la hora de responder a las dudas de ella para que se internara en el camino oscuro del desconocimiento, y se hunda en el terror que provoca éste, y tal vez, si está de suerte, halle una salida.
"No sé nada. Lo juro. A mí solo me trajeron aquí para conocer a un posible tutor. De nombre Lucyna Kushinada. Nada más." Dijo Naruto de forma tropezada en búsqueda de calmar la ira de esta furia polaca. Pareció conseguirlo. Se quedó quieta y menguó un poco en su tenaz agarre. Naruto pudo detectar su vista enfocada hacia ningún lado entretanto los engranajes indivisibles de su cabeza giraban, traqueteaban como un mecanismo oxidado y añejo. Las manos de la niña cayeron a un costado soltándolo, ocultó el filo en sus mangas (gracias a Kami), respiró hondo. Por su parte, Naruto, pensando que su interrogatorio repentino había terminado, que sus respuestas habían logrado calmarla, se relajó y exhaló con tranquilidad por primera vez desde que conoció a esta muchachilla. Naruto no lo sabía ciencia cierta, pero tuvo la sensación de que su vida sería muy movediza con esta nueva presencia en ella. El hecho de que debajo de su piel estuviese ardiendo como una masa de magma incandescente, cosa que fingía excelentemente, fue una pista diáfana de lo que le esperaba. Con ella sintió el calor ardiente.
Contrariamente a Naruto, Lucyna estaba en un punto álgido de pánico y estrés. Aunque no lo evidenciara en su faz y compostura, la carcomía en sus adentros el volantazo que dio todo en unos momentos. No podía ser. No podía estar pasándole esto a ella después de todo lo sacrificado. Un mal sueño, una ilusión, tenía que ser eso. Ella no podía ser la tutora de este… este… Se negaba absolutamente a enseñarle algo a este imbécil. Sin embargo, ¿verdaderamente se transformaría en su maestra y el niño bermejo no se estaba quedando con ella? Solo hubo un modo de averiguarlo.
Naruto se acarició las muñecas. Con disimulo, tanteó sus partes privadas previamente atizadas. Suspiró, aliviado de lograr calmar a su futura compañera. O eso pensaba hasta que la furia polaca arremetió con fuerzas y clamores de guerra silenciosos, inaudibles pero perceptibles.
"Agh." Naruto se quejó de nuevo, esta vez apoyado de cara al metal frío del ascensor. Ella lo sometió, otra vez, colocándolo de cara a la pared del elevador, su mejilla apretada dando con el helado acero de la impoluta pieza arquitectónica que tiene como único propósito el subir y bajar, no el generar rehenes ni realizar interrogatorios dentro de él.
Ahora, Naruto estaba con sus manos en la cintura todavía aprisionadas por una las fieras garras Lucyna. Ella tomó algo de su cabello rojizo con su otra mano y revisó detrás de su cráneo, donde su cabello estaba rapado por una reciente operación, donde yacía su puerto de inmersión profunda.
'¿Se dio cuenta de las implicaciones de mis dichos?' Pensó Naruto. Escuchó las respiraciones agitadas, temblorosas de la niña, de una persona temerosa del porvenir. Con el silencio subsiguiente uno podría oír el latir acelerado ambos corazones solitarios habitantes del enano habitáculo. Él sintió algo relativo a la misericordia. Le habría dado una palmada en el hombro y quizá un abrazo si no fuera porque esta pobre niña lo estuviese aprisionando sin piedad alguna como a un animal rabioso, desdeñosa en su trato contra alguien que no tenía la culpa (no toda) de lo que le esté por pasar o de lo que ella piense que le va a ocurrir. Dudaba que Hellman acometiera contra ella duramente, aunque desconocía como trabajaba el hombre con otros niños de su edad. No podía tomar su caso como la norma, menos sabiendo que el rubio de Arasaka tenía un interés superlativo por él.
"De ninguna manera…" Ella soltó en un susurro casi imperceptible, algo confundida y esperanzada de que todo esto fuera una irrealidad, que solo fuese una pesadilla, un mal sueño que con el pellizco de sus parpados sería despertada y traída devuelta al plano material de las cosas. Naruto la oyó, pero prefirió no darle más razones para maltratarlo, así que se calló y dejó que sacara sus propias conclusiones.
Estaban tan absortos en sus mundos, Naruto reflexionando sobre lo que ella pensaba, y Lucyna hundida en un pozo reflexivo tratando de comprender por qué le pasaba esto, que no se dieron cuenta de que el ascensor había llegado a destino, abriendo sus puertas.
Las puertas se abrieron y del otro lado esperaba un hombre trajeado de aspecto refinado. Éste levantó una ceja hacia el dúo, curioso; ellos entremetidos en un ademán de pelea, o de sumisión si es que te fijabas en la postura dócil y sometida del niño de melena carmesí por parte de la subyugadora de corona nívea.
"¿Interrumpo algo?" Preguntó aquel individuo que vio la peculiar posición en la que se encontraban los jóvenes delante de él. Un pelirrojo presionado contra la pared del elevador por una niña albina. El nuevo sujeto en cuestión vestía un traje de un azul marino profundo, podrías verlo negro si descuidabas la vista; una camisa blanca de seda, corbata del mismo color que el traje y unos zapatos elegantes de cuero negrísimo, no parecía sintético; de hecho, todo su conjunto parecía ser altamente costoso pese a la simpleza superficial que demostraba. Medía alrededor del metro ochenta y tenía una complexión normal, ni muy gordo o flaco o marcado por alguna especie de rutina de entrenamiento (o implantes cromados de músculos hipertrofiados). Poseía un cabello azabache peinado con una línea horizontal en el lado derecho, en donde era más corto su pelo, dejando en el contrario una vultuosa mata negra tratada con delicadeza, visible fue lo sedoso de su cabello tan bien cuidado. Ojos de una coloración grisácea semejante al mercurio que incomodaban más combinados con la tez extrañamente pálida de su piel. En su mentón destacaba una forma pentagonal de ciberware plateado que se diluía en dos líneas del mismo color a través de su mandíbula pronunciada, otras dos líneas bajaron por su cuello enmarcando su garganta. Su rostro se hallaba impoluto, ni una arruga, mancha o imperfecto usuales en caras humanas, esto solo reforzó la idea de que estuvieran ante la presencia de un tipo de androide peligrosamente entrañable.
Naruto tomó la delantera, y con Lucyna distraída por la interrupción del hombre de ojos mercurio, se apartó de la pared del ascensor y retomó la mano de la niña de cabellos cenicientos. Las posiciones se reestablecieron tal cual como habían estado cuando las puertas del ascensor se cerraron. Y el bermejo se paró allí como si no hubiese sucedido nada. Y sonrió estúpidamente como el solo sabía hacer. Y, del mar irrefrenable de excusas y menudencias de su cabeza, Naruto escogió sus próximas palabras en un parpadeo.
"Oh, no interrumpes nada. Solamente le estaba dando una clase de defensa personal a mi compañera Lucy. ¿Verdad, Lucy?" Dijo Naruto mirando a su acompañante ahora denominada como «Lucy». Paradójico era pensar que, hace minutos, ella le estaba atizando la ingle a rodillazos y amedrentándolo con una navaja en su cuello. Uzumaki recuperaba la compostura a trepidantes velocidades. Más aún con el fuego sagrado actuando de su lado.
Lucyna lo miró con estupefacción recubierta en neutralidad, pero Naruto, igualmente, poseía la habilidad de leerla como un lienzo que a cada emoción interna experimentada manifestaba un color único e inigualable en toda su amplitud.
"Cla-claro, el solo me estaba adiestrando." Dijo la joven de los cabellos nevados, que se quiso morder la lengua ante las palabras escogidas (como si este idiota pudiera adiestrarla en algo), con nervios y sorpresa claros en su voz, una mano siendo atrapada con amabilidad por su compañero pelirrojo. Luego, devolvió la mirada al simpático hombre trajeado que se topó con un hallazgo bastante curioso. Dos niños, en el ascensor de uno de los hoteles corporativos más presuntuosos y onerosos de todo Japón, practicando maneras de defenderse. Seguramente el hombre no se lo creyó ni por un instante, pero Lucyna no se encontraba con la entereza como para mentir tan raudamente como el Uzumaki hizo en su lugar.
El hombre rio. "No hay problema." Dijo él con tremenda amigabilidad. "Pero asegúrense de practicar en lugares más privados. ¿Ya?" Lucyna se mostró algo aliviada por la afabilidad del sujeto, desajustando, como pudo, el agarre del pelirrojo. Naruto, al contrario, se puso un poco alerta, ajustando, en contramedida del movimiento de su contraparte, su agarre en la peliblanca y activando su sexto sentido que nunca lo engañaba y solía acertar con sus prejuicios. Sin embargo, no supo por qué este sujeto le emanaba esta sensación tan patente de peligro. Era, sin dudas, una de las serpientes compañeras de Hellman, sonrientes y amables de frente y deleznables y traicioneras por la espalda. Visible esto por el traje caro que ensalzaba su figura y significancia para la empresa, cosa que solo podía significar que era un despreciable, repulsivo y abyecto oportunista que ascendió a donde está hoy gracias a aplastarle el cuello a otro centenar de sujetos pobres e inocentes o tan irremediablemente repugnantes como él, sea literal o figurativamente ese aplastamiento. Pero, todavía, fue muy raro para él estar tan alarmado. ¿Quién era realmente este hombre? ¿Fue tan peligroso como sus sentidos le alertaron? Como siempre, su instinto no le fallaría y si le pedía con un grito desaforado que se anduviera con cuidado ante esta desconocida presencia, él seguiría sus juicios connaturales al pie de la letra. Su aprensión sería oculta bajo su primera faceta, la más externa, la feliz y parlanchina. Aunque, si las cosas lo descuadraban lo suficiente, saltaría al ataque con su segunda cara, y de forma inevitable mostraría su apatía súbita por este individuo.
"Seguro." Dijo Naruto, queriendo salir corriendo de allí cuanto antes. Desvió el semblante a su compañera albina. "Vamos, Lucy. Tenemos prisa." Le reclamó con fingida impaciencia alegre. Ella estaba impaciente, pero de escupirle en la cara al pelirrojo y no de relacionarse con él de una manera tan amistosa. No tuvo otra opción que asentir.
Acto seguido la llevó a rastras, nuevamente. Naruto no perdió de vista al sujeto en ningún momento, y éste no les despegó la vista hasta que se hubieren perdido por los pasillos de aquel lujoso alojamiento. Su sonrisa cordial y amistosa, que al Uzumaki le parecía perversa, no abandonó sus facciones en todo el camino hasta doblar la primera esquina que los hizo perderse de la atención incómoda de aquel sombrío ser.
Se metieron en la habitación G59, Naruto le soltó la mano a la niña y caminó hasta quedarse en medio de la amplia estancia. Ella se quedó quieta delante de la puerta todavía analizando lo ocurrido desde que plantó un pie en Japón y, más concretamente, en Tokyo y en este ignominioso lugar reconocido como el Hotel Matsubara. Parecía una niña que se alejó de sus padres en un inmenso supermercado; totalmente perdida. Uzumaki ya la había descolocado lo suficiente como para que ese semblante gélido e inexpresivo se esfumara, siendo reemplazado por una Lucyna más real, una que camina aterrada de su entorno e insegura de las intenciones de los que la rodean.
~~o~~
Anders Hellman. Tan raudo como una liebre en el ámbito de los negocios. Un hombre respetado y conocido incluso por aquellos que no pertenecían a su misma corporación. Temido por cualquiera que tuviere una simple concepción del ámbito corporativo. Dymitri ya veía por qué.
La mascota favorita de Saburo lo llamaban, y no porque fuese un perrito faldero al que nadie respetaba, al contrario, fue el más respetado y temible de los hombres de traje de Arasaka. Le decían de tal forma por ser el favorito del emperador a la hora de negociar con las demás empresas, aun siendo que Hellman no se especializaba normalmente en ello. Pero se le daba muy bien, casi como una segunda naturaleza que le pedía exprimir y extorsionar a los de fuera de su corporación. Un auténtico hombre de negocios y con un genio inconcebible para la innovación. Una pena tenerlo de rival. Una pena que lo fuera a estafar. Y no concretamente Dymitri iba a ser el estafado y Hellman el estafador de esta operación.
"No esperaba que Lucyna obtuviera un compañero de juegos. Es un imprevisto. Y un imprevisto no muy agradable." Dijo Christoff cautelosamente por no ofender a Hellman, pero haciendo ver su apatía por la minúscula variación en lo pactado. Hellman nunca refirió nada con respecto a un niño bermejo de ruidoso comportamiento en sus negociaciones.
"Es lo que hay. En la vida, como en los negocios, surgen muchos imprevistos. Uno procura evitarlos para no caer en contratiempos, pero todo no se puede anticipar." Habló Hellman con el aplomo de haber hecho esto decenas de veces. No el hecho de negociar en sí, sino el de estafar o embustir descaradamente a un trajeado, sea un pobre tipo o un gran magnate, en una transacción. Como se suele decir: «La práctica hace al maestro».
"¿Incluso la inclusión de terceros no previstos en un trato del que se ha pactado su acuerdo desde ya hace meses?" Inquirió Christoff. La faceta de impasibilidad que se leía en su rostro cada vez menos impermeable. Trazos y retazos de una incertidumbre arraigada al no poder controlar las circunstancias del momento comenzaron a hacerse notar.
"Incluso, a veces. Puede suceder." La calma no desapareció, aun con la irrefrenable ola de dudas acusadoras del pequeño empresario polaco. Dio una calada al cigarrillo. "Ciertamente teníamos un acuerdo de palabra donde se establecieron algunas cosas. Y allí nunca mencioné a mi joven pupilo. Eso es tan verdadero como la palabra de nuestro trato. Pero las circunstancias han cambiado. Y una cosa ha llevado a la otra, y hoy nos encontramos aquí: tu obteniendo lo que quieres, tu niña teniendo lo que quiere y yo consiguiendo lo que quiero. Es eso lo que importa. El resto da igual, ¿o no?"
Christoff contuvo un gruñido. "Deje de jugar conmigo, señor Hellman. ¿Qué es lo que realmente está sucediendo?" Preguntó algo impaciente. Y realmente le estaba impacientando Dymitri la actitud pasivo-extorsionadora del otro rubio. Sobre todo, porque transcurrieron hechos inesperados que no previeron por lo antedicho ni en lo planeado por los soviéticos.
"Lucyna será la tutora de mi pequeño aprendiz. Nada más. ¿Tienes algún problema con ello, Christoff? Si es así, adelante, dímelo."
"Mi único problema es la flagrante falta de detalles por tu parte a la hora de establecer nuestro intercambio. Esto no es lo que acordamos." Refunfuñó Christoff. "Se suponía…"
"Se suponía que tú deseabas un puesto en Arasaka y que tú lo tomarías sin rechistar." Frenó Hellman las protestas de Christoff con cierto filo agresivo en su voz. "O es que ahora de pronto, Christoff, te has encariñado con tu pequeña aprendiz que hoy me entregas como la moneda de cambio para tus aspiraciones. Además, según tus propias palabras, la niña está encantada con lo pactado, ansiosa de ser parte de la corporación, ¿verdad?" Cuestionó el rubio de Arasaka intransigentemente.
Dymitri no tenía mucho que hacer y a lo que acudir para sostener una posición de negativa ante los imprevistos que propuso Hellman. ¿Una tutorización, de verdad? ¿Quién diablos era ese niño bermejo para que Hellman considerara darle este trato especial? ¿Y por qué la «Luna» debía de adiestrarlo? Había decenas de hombres y mujeres más capaces que Hellman podía contactar y reunir a montones para tutorizar a su renacuajo rojizo y atrevido. ¿Por qué escoger a otra niña de su, aparentemente, misma edad? No tenía demasiada maniobrabilidad en esta situación, pues la «Luna» cumplía con su objetivo únicamente si lograba progresar a través de los exámenes
"Puede que le haya tomado cierto aprecio a la chica. Y los dos queremos una posición acomodada en tu empresa, señor Hellman. Sin embargo, me gustaría saber adónde acabará la niña una vez tutorice a tu… aprendiz." Dijo Christoff con cuidado, seleccionando sus palabras con minuciosidad. Y tragándose cualquier rastro de orgullo. Aquí de nada le serviría.
En su lugar, Hellman atisbó la más mínima de las sonrisas. Esto duraría menos de los esperado, y eso que él ya se había planteado centenares de escenarios donde siempre terminaba su discusión con el pueblerino polaco aquí presente en tan solo minutos.
Hellman consiguió lo que quiso. Exactamente como lo quiso.
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"¿Cómo te llamas?" Preguntó Naruto de repente. Naruto y Lucyna intercambiaron miradas. Lucyna no respondió.
"Yo soy Naruto Uzumaki. Tú debes de ser Lucyna Kushinada, ¿no?" Lucyna se sacudió ligeramente cuando su nombre fue mencionado, otra vez. Ella asintió levemente, confirmando su nombre de una vez por todas. Él resistió el impulso de liberar un suspiro. Prefirió hallarse a su nuevo entorno antes de caer en cuenta del engaño del que fue partícipe, o realmente, víctima y después partícipe en menor medida.
Se fijó en la suite de primera clase que le agenció su tutor traicionero. Era grande, tal vez de unos doce o trece metros de largo y otros ocho de ancho, y eso solo el salón principal. A su izquierda, nada más entrar, estaba una habitación con su propio baño y guardarropas; enfrente de él la enorme sala de estar que compartía ambiente con la cocina a su derecha, pegada a la entrada. Caminó hasta pasar más allá de las encimeras que servían como división del living y la cocina, allí, adjunto a la zona de la cocina, pudo distinguir una puerta cristalizada que daba al balcón, y visible a través de él estaba la Torre Arasaka de Tokyo, la sede central de la megacorporación japonesa, el sitio donde probablemente fueran realizadas las pruebas de competencia que mencionó Hellman. Por la distribución del inmueble, diría que estaban en una de las esquinas del gran edificio, gigantesco, edificación gigante ahora que pudo observar por una de las ventanas y que mostraban la horrorosa realidad para alguien con vértigo: más de ciento veinte pisos de altura, unas treinta plantas menos que la torre más alta de la ciudad, la de Arasaka. Había un gran ventanal en el lado contrario a la puerta de entrada. Evaluó la pequeña sala de estar compuesta por un conjunto de sillones y recubiertos con una tela negra, encima de estos almohadones del mismo color que contrastaba con el blanco del mármol que había en suelo y paredes. En medio de los muebles del salón había una pequeña mesa de café hecha en su mayoría de cristal y con los soportes de un metal negruzco, sobre esta había un dispositivo holográfico que mostraba las noticias del día.
'Se pronostica una de las tormentas más fuertes en la historia de Japón dentro de…' Leyó distraídamente. No le llamó especialmente la atención. Faltaba mucho para que pasara, y tranquilamente podía estar de paseo por Arizona o quizás en una cueva clandestina de Siberia siendo explotado, con tan solo siete años de edad, por Arasaka cuando aquel tifón golpeara al país. O él esperaba estar lejos de la isla para aquel entonces. Hellman ya le dijo que las pruebas remitirían a sus aprobados a un «laboratorio especial» (en Arasaka tenían una obcecación por lo «especial») Un suplicio, pero por eso tenía pensado fallar a posta las pruebas. Él solamente quiso aprender más sobre ser un corredor buscando inspiración de donde sea, y este proyecto pseudo secreto del que Hellman le habló sonaba de todo menos alentador y positivo para sus aspiraciones. El rubio le había dicho que no era necesario que ingresara al proyecto para ser integrante del cuerpo de corredores de Arasaka, que sería un tanto arduo y difícil sí, pero no imposible para él. Porque él era «especial». Ya había comenzado a aborrecer un poco aquella palabra y el peso de su significancia.
Observó la pared del salón, que daba al dormitorio contiguo, donde pudo ver unas curiosas plantas de bambú real, lo tocó para cerciorarse de ello. Era legítimo. Una planta natural y no aquellas de plástico o silicona que encontrabas en las calles de manera cotidiana. Hacer esto le estaba ayudando a dispersarse de su mayor preocupación en estos momentos.
De soslayo, clavó sus ojos devuelta en la niña albina, la cazó mientras dirigía una profunda mirada analítica hacia su persona. Ella evitó el contacto visual, disparando sus ojos en otra dirección cuando él fue consciente de sus miradas indiscretas. Seguía sin entender el porqué de su primera reacción al verla.
'Esto es absurdo.' Trató de razonar él. No era indiferente a estos sentimientos, no del todo, gracias a que Ikari le había dado charlas efusivas sobre el «verdadero amor» y el valor intrínseco y sobrenatural que adquiría en la mente de las personas. Aun recordaba como ella le contó que estaba segura de que algún día encontraría a su «medio tomate» (esto último dicho en una carcajada descontrolada que él no compartió con ella, para nada. Ikari regentaba un sentido dl humor nefasto). Le resultó nauseosa la idea de ser tan dependiente de alguien ajeno a sí mismo. Se había acomodado a la idea de que, en su pubertad, el cambio hormonal le iba a jugar malas pasadas y que podría caer ante las tentadoras irracionalidades de un enamoramiento juvenil e irrisorio, pero esto estaba lejos de lo que habría esperado, más aún cuando todavía faltaban años —teóricamente— para el inicio de tales procesos. ¿De verdad tuvo que ser el idiota prodigioso y «especial» adelantado a todas las situaciones de la vida incluso ahora?
Se había prometido una ferviente lealtad hacia sí mismo y a todo aquel que resultara o pareciera ser de confianza. Sin embargo, en la actualidad estaría dispuesto a cavarse su propia tumba luego de tal sensacionalismo barato al que fue expuesto y al cual era incapaz de vencer. He aquí él sufriendo una derrota descomunal. Nunca tuvo esta sensación de estar ardiendo bajo la llama sagrada de forma tan manifiesta y continuada. Se estaba convirtiendo en una constante fluctuación que iba y venía sin parar entre su cabeza, su vientre y su pecho. Había pensado, previo a conocerla a ella, que solamente su admiración fiel por la luna podría causar esta alteración interna tan irracional, tan primordial y animal, que solo esa primorosa piedra espacial era la que podía convertirlo en su yo más susceptible, pasional y sensible, haciéndolo adicto al bienestar que le otorgaba el contemplarla en su magnificencia durante las noches, las tan apagadas como solitarias noches. Por lo visto, cometió una grave equivocación y subestimación.
Toda esta situación golpeó su orgullo como un fuerte toro de embestida. Peor que cualquier otra paliza que hubiere recibido.
Entonces, en definitiva, este era el famoso plan del bioingeniero ingenioso de Hellman. Encastrarlo con una niña de su edad como copiloto para ver si de algún modo cuasi místico él cedía ante sus encantos, y que empatizara con ella hasta el punto en el que sea otra pieza fiel de la maquinaria perfectamente engrasada de Arasaka. Un movimiento tan destartalado e improbable de que surtiera efecto que solo podría intentarlo un completo lunático o alguien desesperado utilizando su carta final, o ambas. Sea cual fuere, pasó lo peor. Lo peor para él, ya que Hellman estaría dando brincos en una pierna a esta altura si no fuera porque, ahora mismo, está negociando el alma y el destino de Lucyna Kushinada. Si es que se le puede llamar «negociación» a la clase de extorsión y manipulación que le debe estar dando a ese pobre cordero polaco. Pobre infeliz. Al menos se quedó con algo positivo, y es que él no sería el único animal enjaulado; arrastraría consigo al temerario negociador de la indómita y lejana Polonia. 'Algo es algo, supongo.' Pensó él con amargura retenida.
Anders era un maldito genio, se lo tenía que dar. Él cayó redondo en su maquinación y creyó, tonto de él, ya haber aprendido y estar preparado de la última vez que le pasó algo remotamente parecido. Qué ingenuo fue que no pudo predecirlo y, además, se tragó el cuento del tutor entero y sin sospechar mínimamente. Qué tonto.
Mientras andaba por la estancia Naruto recordó el hecho de que solamente vio un dormitorio.
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El rubio de Arasaka pasó hacia los adentros del establecimiento lujoso en el cual viviría su pupilo y su recientemente adquirida pupila con paso sosegadamente victorioso, como a él le gustaba regodearse de sus ganancias: con calma, pero con una sonrisa imperturbable en su faz. El cigarro yacía en la acera ya muy detrás.
Christoff no tardó en aceptar cualquier condición absurda que Hellman ofreciera. Lo cual podría significar que realmente estaba desesperado por un ascenso en su miserable vida laboral o que quería otra cosa aparte de su recatado puesto, un motivo oculto que lo trajo hasta aquí, y con la pieza exacta que él necesitaba para sus planes. Hellman lo vigilaría de cerca.
Fue hasta las puertas del ascensor y le dio a un botón. Esperó. Y pensó y recordó la reacción de Uzumaki, y sus ojos cerúleos adquirieron un brillo analítico y, desde luego, un tanto perverso. Su tirada de suerte dio con el color y los números ideales, y muchísimo más que eso. Si sus conjeturas eran acertadas, su tirada le entregó en sus manos una carta que le otorgaba cuantiosos poderes sobre el indomable bermejo. Hellman vio su reacción al primer vistazo a la niña y, honestamente, se sorprendió. Jamás habría previsualizado un escenario tan favorable como este, en donde su pequeño aprendiz de corredor se enamoraba, o eso aparentó con su momentánea desconexión, de su actual tutora a primera vista. Qué maravilla su buena fortuna. Ni siquiera pudo contener su jolgorio cuando el niño le rastrilló con sus perlas amatistas en búsqueda de respuestas. Aunque era demasiado temprano para sacar conclusiones, pues lo sucedido con Naruto podía ser réplica a otra cosa que Hellman desconocía. Un sentimiento no admitido por algo que Lucyna preservaba en su haber. ¿Quizás algo tenía que ver con su cabello tan único? ¿Quizás fue un tipo miedo, animadversión u otra sensación resultada de traumas pasados con niñas de su misma edad? ¿Quizás algo relacionado con Michiko? Hellman todo esto lo desconocía, pero en algún momento lo sabría.
Hellman creía haberse ganado un cheque de oro impagable, no sabía por qué aún, pero lo presentía. Sus cálculos rápidos, o sus presentimientos escondidos en estos, le auguraron resultados óptimos u optimistas de este insospechado movimiento.
La puerta del elevador, por fin, se abrió. Y Hellman reconoció al ocupante que bajaba en él de inmediato. Un traje azul oscuro que no distaba en demasía de los que otros corporativos podían permitirse. Una tez algo pálida pero tampoco fantasmalmente perturbadora. Líneas de ciberware que enmarcaban un rostro que exudaba simpatía. Pero Hellman conocía al demonio que verdaderamente yacía a escasos pasos de él. Lo vio a través de sus ojos del color del mercurio.
"¡Anders Hellman! ¡Un grato gusto!" Dijo el trajeado de azulado con prominente diversión y dicha, con volutas palpables de maquiavelismo expulsadas de su lengua, que solo un buen conocedor u observador sería capaz de detectar. E indudablemente el trajeado de ojos mercurio era la personificación más fidedigna de lo retorcido y lo macabro. Su fama se la ganó en la guerra, y ésta se mantuvo aún después de su cambio. Y es que era imposible no reconocer al reconocido hombre delante de él. Hellman sabía perfectamente quién era.
"Takeshi Kushinada…" Para Hellman no fue ningún gusto.
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Ella no solía responder de una manera violenta o agresiva, a no ser que se viera ridiculizada, insultada o amenazada. Este niño bermejo hizo las tres cosas en un lapso exiguo de tiempo, y encima la llevó a rastras como su pequeño juguete, y la tocó. ¡Él la tocó! Ese bastardo pelirrojo se tomó todos los atrevimientos con ella, y ella solo respondió de la única manera en que podría haberse hecho tras sus variadas afrentas. Lo peor es que ni siquiera aprendió su nombre, tampoco entendió que hacía él aquí. ¡Nada tenía sentido!
Lo que más le preocupó no fue la sorpresa en forma de un idiota bermejo, no, para nada. Lo que la inquietaba hasta la médula fue que si las cosas no salían según lo acordado ella corría el riesgo de no obtener su tan preciado puesto en Arasaka. La única razón por la que estaba aquí, la razón por la que se desvivió día y noche entrenando. Todo echado a la basura por un posible desacuerdo entre su tutor y el hombre conocido como Hellman, quien en verdad imponía, y mucho. Cuando el niño la miraba absorto ella pudo notar el ojo examinador del rubio corporativo, como si de un halcón trazando el trayecto para cazar a su presa se tratase, haciendo un análisis excelso y excepcional sobre su persona, casi desentrañándola microscópicamente. Reunió cada gota de su voluntad no caerse de rodillas en aquel entonces.
Y después vino el niño, la arrastró, ella lo sometió y lo interrogó, y él le confirmó lo peor. Iba a ser su… ¿tutora? A quién en su santo juicio se le pudo ocurrir que ella, una niña, podía enseñarle algo a él, un imbécil pelirrojo que a leguas se notaba que se le ausentaban un par de tornillos.
Lucyna lo escudriñó cuando él recorría la habitación. «¿Cómo?» «¿Por qué?» Dos preguntas que no hallaría respuestas de momento. Satisfacerlas se promulgaban como una necesidad primordial, básica. «¿Quién?» Fue otra cuestión. Y la tercera duda iba relacionada al bermejo que inesperadamente abarcó a su vida y, para su agravio, por una amplia temporada por lo visto. ¿Por qué Hellman consideró enclaustrarla con este anormal? ¿Era su hijo escondido en secreto o acaso el hijo de otro gran corporativo o el favorito de alguien? Quizás fue eso, un niño tonto e insulso que requería de una persona de mayor experiencia para mejorar en su habilidad de corredor. Pero entonces, ¡¿por qué ella?! Como si no hubiere miles en todo el mundo, y sobre todo dispuestos a colaborar con Arasaka para adiestrar a tremendo imberbe. ¿Realmente solo ella estaba capacitada para enseñarle, o fue una fantasía del pequeñajo rojizo ser enseñado por una niña, y de su edad?
Él la cazó clavándole los ojos en la espalda y ella esquivó el contacto visual que antes la había turbado. El niño podría ser un idiota, pero poseía una mirada profunda e inobservable, pareció atravesarla, penetrarla con ella.
Pasó un rato mirando la suite memorizando cada detalle. Pero su mente fue incapaz de rehuir y despegarse de los pensamientos insidiosos que inundaban su río de la consciencia. Estaba rebalsado, por un diluvio sin precedentes. Y cuando las dudas sin réplicas la ahogaban, y cuando caía en una desesperación que la quería hacer llorar (aunque se prometió no hacerlo nunca jamás), y cuando su ahora compañero bermejo de repente salió corriendo al dormitorio (por la razón que sea), la puerta corrediza a sus espaladas se abrió, y del otro lado entró Hellman.
Ella dio unos cuantos pasos cautos hacia atrás. El niño bermejo volvió al salón principal en aquel momento, y no con cara de buenos amigos. Los ocupantes masculinos de la sala se miraron, generando un extraño y silencioso momento que incomodó a Lucyna de gran manera, y entonces Hellman habló:
"Naruto, Kristina ya ha llegado con tus maletas. Requerirá de tu ayuda. Ve y hazme el favor." La parsimonia de sus palabras quebrantaban a la niña por lo contrastante que era con su mirada de halcón hambriento y calculador.
"Claro, Hellman-san. La ayudaré a recoger las maletas." El susodicho Naruto escupió las palabras con un evidente disgusto, repugnancia. Lucyna creyó ver sus puños apretujados cuando él salió de la habitación. Y se quedó sola con la rubia eminencia de Arasaka, frente a frente. Para su sorpresa, comenzó a extrañar la presencia de Naruto, a segundos de que él saliera, solamente porque con él adentro evitaba ser el punto absoluto de la atención de este sujeto tan renombrado.
Un juez que dictaminaba sentencia por cada respiración que daba: así se sentía bajo su observancia la enana niña peliblanca.
"Hay algo que me gustaría conversar contigo." Dijo Hellman. Lucyna sintió escalofríos.
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Hellman partió a primera hora de la mañana de regreso a Kyoto. Los dos niños se quedaron solos en su departamento compartido de lujo. Y solo había un dormitorio. Obviamente Naruto durmió en el sofá. Kristina se quedó en la ciudad con ellos como la que se aseguraría de que no holgazanearan y realizaran sus actividades de netrunning correspondientes. El avance de las habilidades de Naruto fue la prioridad y, por lo visto, Hellman parecía haber conseguido el impacto querido sobre la mente del chico. Cayó redondo ante lo que Hellman quisiera que fuera un enamoramiento juvenil o un flechazo, cualquiera servía, después de todo, vio de cerca lo leal y entregada que era la chiquilla a su corporación. No podría ser mejor ya que, si el rebelde Uzumaki se entregaba a ella, obtendría dos grandes recursos valiosos para la empresa y también les salvaría la vida a ambos. Eso fue lo más significativo para Anders ya que aún tenía una deuda por saldar. Con aquella mujer.
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Los días fueron y vinieron y las cosas no parecieron ir en gran mejoría. La joven de los ojos lavanda trataba con desprecio y de manera déspota al joven pelirrojo, seguramente porque pensaba que él fuera una especie de niño mimado de Arasaka que quería hacerse su amigo. Eso o algo por el estilo viendo la amargura que le transmitía a su «pupilo» a través de sus ataques constantes cuestionando su irreversible estupidez, sus incapacidades como corredor y su supuesta inmadurez. Ella se preguntaba cómo alguien tan inocuo y novato en la materia podría ser fijado por una eminencia como Hellman y, además, que tratara a diestra y siniestra que este niño con aptitudes tan precarias se convirtiera en netrunner. Lucyna no pudo comprender cuál era la fijación tan especial que tenía en el «chūkū tomato», que es como ella lo llamaba despectivamente. Encima, si no lograba convertirlo en alguien decente para antes de las pruebas admisión de Arasaka, Hellman le dijo que ella no podría participar de tales pruebas, de este modo echando por la borda todos sus sueños y aspiraciones. Por ello, la joven Kushinada, descargó todas sus frustraciones contra el novicio Uzumaki, tratándolo de la peor forma imaginable.
Naruto, contrariamente a lo que uno podría llegar a imaginarse con tales actos de desprecio, se vio más motivado que nunca en mejorar, casi como un masoquismo redescubierto para él que mientras más dinamitaban, o intentaban dinamitar, su determinación, más fuerte se volvía su convicción. El pelirrojo era un chico especial que nada lo detenía si obtenía la motivación justa. Y ahora parecía estar motivado por algo o, en realidad, alguien.
El Uzumaki sintió el subidón anímico de manera presta luego de conocer a su nueva tutora, algo que jamás se habría imaginado.
Cuando apenas hace unas semanas no podía concentrarse en otra cosa que no fuera la luna, sepultado en el abatimiento por fracasar todo lo que se proponía, ahora estaba sobrevolando los cielos con gracia divina tras haber probado el elixir de un sentimiento inexplorado, desconcertante para el Uzumaki. Él no estaba acostumbrado a nada de esto, nada en absoluto.
Para un sujeto tan acostumbrado a la adrenalina constante de que cualquier día podría ser el último, de que cualquier respiración demás, de que cualquier error infantil lo mataría sin pestañear, fue un gran bajón cuando se encontró en una cómoda vida dentro de las torres vigías; pues él estaba demasiado acostumbrado al deseo imperante de abatir a la adversidad con la simple idea de vivir, adicto a la sensación de muerte inminente por mera costumbre, todo debido a ser un paria descarriado y solitario que destinado estaba su deceso. Pero sobrevivió, y su entorno evolucionó. Y ahora tenía que reacomodar su ideario si quería llevarse bien con los compañeros ajenos a su condición, y aún más importante, cambiar para llevarse bien consigo mismo en un entorno relativamente sano, sin tener que recurrir al borde peligroso de la mortandad con tal de motivarse. Parecía haber encontrado la clave ahora.
Pero todavía se hallaba atrapado bajo la influencia de los pensamientos más destructivos de su persona, incrementados por la niña, con los que se estimuló para demostrar su valía ante este infranqueable percance, inmenso e imposible de derrotar.
Esta característica superflua y tan arraigada al Uzumaki de nunca rendirse y resplandecer ante la negrura ahogante podría verse como una gran contra a situaciones límite o al hundimiento depresivo, pero, aquel que es conocedor, más pronto cae en la trampa de la soberbia. No importa cuantas veces salga del oscuro vacío de su tendenciosa mente, siempre hay una primera vez. Una primera vez para confiar, una primera vez para enamorarse, una primera vez para decepcionarse, una primera vez para matar, una primera vez para caer y no levantarse; una primera, y única, vez para morir.
Y no hay mayor engaño que la auto-convicción de que eres invencible ante cualquier adversidad. Peligroso es su destino si sigue este solitario y pretensioso sendero que solo conducirá al caos y la locura en el mejor de los casos. En el peor, no hay redención. Solo la muerte roja y perenne asecha, quemando por doquier a la joven consciencia. Ya que Amaterasu no suele perdonar a aquellos que viven la vida en soledad y que, creyéndose astutos, la desafían y transitan tales soberbios senderos.
Solos, mueren solos y quemados por las gloriosas llamas de la luz del sol.
Solos.
…Continuará…
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Anotaciones Finales:
Si nota un error en las fuentes (de la nada aparecen párrafos enteros en cursiva o en negrita), por favor, sea tan amable de avisarme para corregirlo. Últimamente me está dando varios errores por el estilo el medio que utilizo para escribir. Esto puede ocurrir tanto en este capítulo como en los subsiguientes. Puede suceder de manera aleatoria y desconozco el origen del error. Disculpen las molestias, y gracias de antemano. Y también gracias por leer.
Saludos cordiales.
(*Editado por última vez el 20 de octubre de 2024.)
