Aviso: Tercera parte del fic Life Unexpected.
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1. Vacaciones Familiares
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La isla de Creta era uno de los lugares más hermosos que Harry había visto en su vida.
El puñado de viajes que había hecho a la costa se limitaban a la temporada que había vivido con una familia de acogida en Dover, y a Brighton durante algún que otro verano en que al orfanato de turno le sobraba dinero del presupuesto. De más estaba decir que el calor mediterráneo, las aguas de una gama infinita de azules y la arena tostada de Grecia dejaban en vergüenza a sus humildes playas inglesas. Tres semanas atrás, cuando su madre le había dado la noticia del viaje, había incluido un amplio repertorio de revistas y folletos sobre su destino, llenándolo de expectativas sobre lo que iban a encontrar. La realidad las estaba superando con creces.
Tomó una profunda respiración, manteniendo el aire salado en sus pulmones mientras capturaba la imagen frente a sus ojos. Las olas rompían a escasos milímetros de él, deslizándose por la arena para lamerle la punta de los pies, y más allá, en el horizonte, el sol les regalaba los últimos rayos de la jornada. Era un sol del que pronto tendría que despedirse para intercambiarlo por el cielo de Londres, cada vez más frío y gris.
Quería poder evocar ese momento cuando lo necesitara.
—Entonces, ¿te dije o no te dije que bucear era lo más divertido que ibas a hacer en tu vida?
Se giró hacia su izquierda, donde encontró la mirada de Alison, quien sonreía satisfecha y pagada de sí misma. Su pelo castaño claro —todavía empapado tras la lección de buceo que la chica lo había convencido de tomar— se volvía casi rubio con la luz del sol, contrastando con la piel dorada después de tantos días disfrutando de la playa.
Harry se encontró sonriendo de regreso, ligeramente irónico. Sí, había sido divertido, pero seguía estando varios puestos más abajo de surcar los aires sobre su Saeta de Fuego en busca de una pelotita dorada que zumbaba de un lado a otro. Claro que esa no era una respuesta que pudiera darle a su nueva amiga muggle.
—Lo dijiste. Y estuvo genial —aceptó el chico, pasándose una mano por el cabello. Era un gesto de su padre que él había hecho suyo hacía tanto que ya ni siquiera lo registraba—. Aunque hubiera estado mejor sin la pareja que seguía haciéndole millones de preguntas a los instructores.
—Por Dios, ¡qué insoportables! —exclamó ella, dejando que su acento australiano se sintiera en cada sílaba—. Solo había que sumergirse, mantenerse cerca del grupo y no aguantar la respiración. ¿Qué tan difícil podía ser?
—Considerando que el esposo casi se ahoga, parece que bastante.
Ali soltó una carcajada, haciendo que la sonrisa de Harry se pronunciara. Le gustaba hacerla reír, y estar con ella en general.
La había conocido en su primera mañana desayunando en el buffet del hotel, cuando Ali lo había ayudado en su torpe intento de tostar pan en aquella complicadísima máquina muggle. Su absurda excusa sobre que en Inglaterra utilizaban un aparato diferente no había servido de nada, pero la chica había pensado que solo estaba bromeando. Luego coincidieron un par de veces en la piscina, con ella claramente buscando razones para pasar tiempo juntos.
Había estado algo reticente al principio, porque compartir con James y Lily seguía siendo su prioridad en ese viaje, sin embargo, con sus padres sorprendentemente encantados con la idea de que hiciera una amiga, se le había hecho más sencillo aceptar. Y se alegraba de haberlo hecho.
La había pasado increíble con Ali durante esa semana. Era una chica con la que era fácil conversar y que siempre parecía saber cómo divertirse. También era bonita, muy bonita, además de inteligente y graciosa. Estar junto a ella lo había hecho sentir bien de una forma que no sabía que necesitaba.
Para Ali, Harry era solo un chico de su edad que había ido de vacaciones con sus padres al mismo hotel que ella, no alguien que tres semanas atrás había estado a punto de morir —por tercera vez— en manos de un mago tenebroso que amenazaba con acabar con su mundo.
Ali no sabía que, de regreso en Inglaterra, a Harry lo esperaban una pila de cartas del Ministerio de Magia rogándole que los ayudara luego de haber convertido su vida en un infierno todo el año anterior. No sabía sobre las infinitas ediciones de periódico hablando sobre él, discutiendo la Profecía que para el resto del mundo mágico seguía siendo solo un rumor. Tampoco sabía que la gente había empezado a referirse a él como el elegido para acabar con el mismo mago que había intentado matarlo. No tenía idea de que la cicatriz con forma de relámpago que llevaba en la frente no era una curiosa marca de nacimiento, como le había dicho, sino la razón de todo lo anterior.
No sabía que su destino era asesinar o ser asesinado.
Durante esa semana a su lado, no había sido Harry Potter, el protagonista de una vida que cada vez se tornaba más turbia. Para Ali, él era solo Harry, un chico tan normal como ella. Y honestamente, era un alivio.
—Me alegra haberme escapado del día que tenían planeado mis padres. No me apetecía para nada visitar ese viejo palacio —comenta Ali, arrugando la nariz—. ¿Por qué querría ver ruinas cuando tenemos tanto océano para disfrutar?
—¿El Palacio de Cnosos? —preguntó Harry—. No es tan aburrido como parece.
Lo sabía de primera mano porque había hecho esa misma excursión dos días atrás. Desde su llegada, Lily no había dejado de hablar sobre el principal centro arqueológico de Creta, el que, cuatro mil años atrás, fue el elegante palacio de un poderoso rey. Había sido muy obvio cuánta ilusión le hacía visitarlo, y aunque ni James ni él se habían sentido fascinados con la idea, ninguno había dudado en complacerla. Al final, resultó más interesante de lo que esperaba, tanto que hasta había hecho anotaciones para contarle todo a Hermione apenas pudiera. Sabía que su amiga iba a apreciarlo.
—Me pondrán al día apenas los vea, así que no me perderé de nada. ¡Por cierto! —exclamó Ali, girándose hacia él con una amplia sonrisa llena de emoción—. Hay una fiesta esta noche en el club para menores de dieciocho. ¿Quieres venir conmigo?
—¿Esta noche? —Harry hizo una mueca cuando ella asintió, alentando la respuesta que no tuvo que pensar—. No creo que pueda. Voy a cenar con mis padres.
—Vamos, ya mañana regresas. ¿No puedes faltar a la cena? —preguntó Ali, luciendo decepcionada.
—Pues, no. El restaurante estuvo ocupado toda la semana y es el único espacio que había —le explicó el chico, encogiéndose de hombros con una expresión compungida—. Lo siento.
Sí lo sentía, en eso estaba siendo honesto, pero por decepcionarla más que por no poder ir con ella a la fiesta.
La comida griega estaba siendo un delicioso descubrimiento del que todavía no se quería despedir, y de acuerdo a lo que James había averiguado, el restaurante del hotel era uno que no se podían ir sin probar. Aparentemente, había que hacer reservación con meses de anticipación, por lo que Harry no tenía idea de cómo su padre se las había arreglado para conseguir una en pocos días, pero prefería no averiguarlo. Lily había dejado claro que tampoco quería saberlo.
Era su última noche antes de regresar a casa, al desastre y a la guerra que ya les tocaba la puerta. Por mucho que Ali le gustara, no iba a reemplazarlo por una fiesta.
—Eres muy cercano a tus padres, ¿cierto?
—Eh, sí. Supongo que sí —respondió Harry, incómodo—. ¿Tú no?
—Claro, pero me vuelven loca la mayoría del tiempo. —La chica puso los ojos en blanco, sin perder la sonrisa, pero con un aire de exasperación—. Están obsesionados con pasar cada minuto del día juntos, y sé que son vacaciones familiares, pero quiero hacer cosas por mi cuenta, ¿sabes? Ellos nunca entienden nada.
Harry asintió, pero prefirió guardar silencio. Comprendía lo que ella estaba diciendo, solo que, para él, la situación era diferente.
Mientras que para Ali este era otro de los muchos viajes que había hecho con su familia, para Harry era el primero de toda su vida. Su primera oportunidad para crear recuerdos lejos de casa junto a sus padres, luego de dieciséis años soñándolo y un puñado resignado a que nunca ocurriría.
Una corriente helada lo abrazó al pensar que, por cómo iban las cosas, tampoco sabía cuándo podrían repetirlo. O si lo harían en absoluto.
—Mis padres también me enloquecen —admitió al cabo de unos segundos, ahorrándole la explicación de su específica dinámica familiar. Sonrió al agregar—: Bastante a menudo.
—Es lo que hacen. No pueden evitarlo, pero me parece lindo que disfrutes su compañía. —Ali volvió a sonreírle a la vez que giraba todo el cuerpo hacia él. Estiró una mano para ajustarle los lentes—. Y que aún así hayas hecho tiempo para pasarlo conmigo.
El corazón de Harry se estrelló contra su pecho cuando, de un momento a otro, la tuvo casi encima de él. Ali enredó las manos en la parte de atrás de su nuca, provocándole un estremecimiento con su tacto, y él la sujetó por la cintura con gentileza cuando se inclinó para besarlo.
Sus labios tenían regusto a sal marina y al labial de piña que la observaba aplicarse cada tanto. Se sentían suaves contra los suyos, mucho más habilidosos, pero ella no se lo había tomado en cuenta. Harry se adaptó a su ritmo y la besó como había estado haciendo esos últimos días, disfrutándolo casi lo suficiente para no sentirse culpable. Casi.
No estaba haciendo nada malo, lo sabía. No tenía ningún compromiso previo que le impidiera continuar con eso. Ojalá saberlo hubiera bastado para no recordar el pasado.
—Me alegra que hayas venido hoy —murmuró ella, entre besos.
—A mí… —Harry tragó saliva para intentar arreglar su voz ronca—, me alegra que tus padres no te hayan obligado a ir con ellos a esa expedición.
—Exacto. —Ali volvió a reírse, encantada, y se echó hacia atrás para pedirle—: Escríbeme, ¿sí? Quiero saber todo sobre tu peculiar internado. ¡Y te enviaré una postal en tu cumpleaños!
Harry le prometió que lo haría, aun cuando tendría que pedirle ayuda a Lily para utilizar el correo muggle. No le encantaba la idea de involucrar a su madre en su correspondencia con una chica, pero la otra alternativa era Mar y lo último que quería era que Sirius empezara a molestarlo si se enteraba.
La mejor solución sería Remus, siempre prudente y dispuesto a ayudarlo sin preguntar más de lo que necesitaba saber. Por desgracia, pensó Harry con amargura, él no era una opción en ese momento.
Intercambiaron más besos durante un rato hasta que el chico lo cortó con delicadeza. Tenía que ducharse y cambiarse si quería llegar a tiempo a cenar.
Hizo el camino de regreso a un paso rápido, pero tomándose el detenimiento de disfrutar aquellos paisajes una última vez. Había sido una semana perfecta, de las mejores de su vida, y quería poder capturar cada detalle a su alrededor para regresar en su mente después. Era un hotel encantador, con varias piscinas, acceso a la playa y un sinfín de actividades que nadie podría realizar en una sola visita. Ellos lo habían intentado.
A pesar de haber pasado grandes momentos con Ali, la mayoría de sus recuerdos los recolectó junto a sus padres. Habían tomado paseos en bote por las islas cercanas, ido a excursiones por antiguas ruinas griegas, James y él habían rentado motos de agua —no podía esperar para contárselo a Sirius y a Ron—, y había acompañado a Lily a una clase de cocina en la que no había sido un completo fracasado. También pasaron horas infinitas tendidos en la arena, nadando en el mar o solo observándolo de lejos, buscando en sus profundidades la paz que cada vez se les hacía más foránea.
Se sintió culpable en más de una ocasión. Mientras ellos se relajaban en Grecia, la Orden del Fénix seguía intentando contener las fuerzas de Lord Voldemort y sus seguidores, enfrentándose a situaciones de las que ellos no se enterarían hasta regresar. Por seguridad, habían decidido no intercambiar cartas con nadie a menos que fuera una emergencia. Que todos los hubieran animado a irse, incluso ofreciendo doblar sus turnos hasta que sus padres regresaran, empeoraba sus sentimientos de culpa, como sabía que debía pasarles a James y a Lily.
Quería regresar para ayudar en lo que pudiera, pero una parte de él, la que albergaba sus sentimientos más egoístas, le habría encantado refugiarse más tiempo en ese paraíso.
Harry no quería ni pensar en cuánto habían gastado sus padres en aquel viaje, aun cuando era Lily quien se había encargado. No debía ser una cifra tan absurda cómo algo organizado por James, pero ella no se daba cuenta de que, a ojos de su hijo, sus gastos también eran exorbitantes.
Llegó a la cabaña con vista al mar en la que se estaban hospedando, pensando con nostalgia en el día que habían llegado. No era justo que el tiempo estuviera pasando tan rápido.
Sacó la llave de su bolsillo y se disponía a abrir la puerta cuando las voces de sus padres adentro lo hicieron tomarse un momento.
—¿Crees que esté aquí para la cena? ¿O deberíamos ir sin él?
—Es nuestra última noche, no creo que vaya a faltar.
—Pero la chica es muy bonita, y con nosotros cena todos los días. Yo no vendría.
—Me parece que Harry tiene más sentido del compromiso que tú, James. —Aunque no podía verla, Harry pudo visualizar a su madre poniendo los ojos en blanco—. Esperemos diez minutos, ¿sí? Luego puedes ir a buscarlo.
—¿Qué? Yo no pienso ir. Todavía tengo pesadillas de la última vez que hice algo así.
—Estás siendo ridículo. Ni siquiera Harry recuerda eso.
Claro que lo recordaba. De hecho, solo pensar en la noche a la que James se estaba refiriendo, dos años atrás cuando lo había abordado en el baile de Navidad del Torneo de los Tres Magos, hizo que el chico arrugara la cara, abochornado. No había sido uno de sus momentos más brillantes como padre, sin duda alguna.
—Te aseguro que sí lo hace —confirmó James, sonando tan horrorizado como Harry todavía se sentía—. Lo mejor será que vayas tú por él.
—¿Estás loco? Sabes que detesta cuando me entrometo. No puedo ir, en especial si está con esa chica tan linda.
—Y creo que en serio se gustan.
—¡Pensé lo mismo! Estaba muy entusiasmado. Adoro verlo así.
Harry resopló, exasperado. Ya había escuchado suficiente.
—Ey, niño, bienvenido de regreso —lo saludó James con una amplia sonrisa. Estaba sentado en el sofá cama del saloncito, listo para salir—. Nos preguntábamos cuándo regresarías.
—Sí, lamento interrumpir su entretenida charla sobre mi vida —respondió Harry, cerrando tras de él y lanzándoles una mirada llena de censura—. No iba a morderlos si iban a buscarme. Dejen de hablar de mí como si fuera un basilisco.
—No creemos que seas un basilisco, solo heredaste el temperamento de tu madre —bromeó James, esbozando una mueca de horror fingido.
—Para lo bueno y lo malo —confirmó Lily, sonriéndole desde la mesita en la que estaba sentada, arreglándose el cabello con frascos de pociones que había llevado con ella. Insistía en que solo la magia podía resolver el desastre de la humedad, aunque Harry apenas notaba la diferencia—. ¿Cómo estuvo tu excursión? ¿Te divertiste?
—¡Lo hice! Bucear es tan increíble como dijiste —respondió él, recordando la conversación que habían tenido cuando le habló sobre la idea de Ali—. Les cuento en la cena.
—Nos encantará escucharlo —dijo Lily, satisfecha. Miró el reloj sobre la pared antes de decir—: Tenemos la reservación a las nueve, ¿por qué no te das una ducha?
—Si quieres, puedes invitar a tu amiga a cenar con nosotros —le dijo James, muy encantado con su propia idea como para estar bromeando—. No creo que haya problema en el restaurante.
—Cuando tenías mi edad, ¿hubieras llevado a Lily a cenar con tus padres? —le preguntó Harry, subiendo una ceja.
—Claro que no, pero nosotros no somos como mis padres. ¿Cierto, Lily?
—Ve a ducharte —le pidió su madre, ignorando a su marido, apenas mordiéndose la sonrisa divertida—. No le rompas el corazón.
Harry no pudo tragarse la carcajada sincera que le nació del pecho, ni siquiera ante la expresión indignada de su padre. De hecho, eso solo lo incentivó más.
No era una comparación justa. Por mucho que Ali le gustara, sabía que no era lo mismo que James sentía por Lily, lo que había sentido desde que eran adolescentes, por su propio testimonio y el de todos a su alrededor. Sus primeros pasos en el amor habían sido tan catastróficos que no creía estar cerca de encontrar algo que se le pareciera.
La imagen del rostro de Hannah apareció frente a sus ojos y se apresuró a apartarlo. No necesitaba sentirse más culpable durante la cena.
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James no había dejado de pensar en lo que ocurría en casa ni un minuto de todo el viaje.
Aun cuando la había pasado increíble, riéndose a carcajadas con su hijo y viviendo el sueño de conocer un destino paradisiaco junto a la mujer que amaba, no había podido frenar su mente de viajar de regreso a Inglaterra, dónde sus amigos estaban lidiando con el desastre que se les echaba encima. No podía hacer nada, dar un paso o realizar un movimiento, sin preocuparse por Sirius y su impulsividad, o por Mar que había decidido no seguir dejando a la niña a cargo de Andrómeda. Pensaba en Remus y en la misión que Dumbledore le había asignado más que en cualquier otra cosa.
Y en Peter, muchas veces. Más de las que hubiera querido.
Las responsabilidades de la vida adulta y el sentido del deber eran cosas de las que había huido por más tiempo del que se sentía cómodo admitiendo, pero una vez que habían llegado, ignorarlas era una tarea imposible. No le gustaba no estar ahí para cumplir con sus labores, para ayudar tanto como pudiera e incluso más.
Y a pesar de todo eso, de lo exhaustivo que era fingir que no vivía cada segundo del día preocupado, no se arrepentía de haber ido. No podía.
Verlos a ellos, justo cómo estaban en ese momento, era suficiente para limpiar su conciencia.
—Parecía complicado al principio, pero fue increíble una vez me acostumbré al peso del traje y a respirar con normalidad —les estaba contando Harry, dando los últimos bocados a su cena—. Vimos un banco de peces, un pez globo, ¡hasta una estrella de mar! Y los corales fueron impresionantes.
—¡Esa fue mi parte favorita! Mar y yo fuimos a bucear cuando estuvimos en Las Bahamas y nos encantó —respondió Lily, tan entusiasmada como él por el tema—. Ella lo hizo dos veces, de hecho. Una con un tiburón.
—¿Un tiburón? —El chico agrandó los ojos, sin dar crédito a lo que su madre acababa de decir—. ¿Tú lo viste?
—Oh, no. Mis límites son mucho más recatados que los de ella. —Lily se echó a reír antes de darle un trago a su copa de vino—. Siempre le han encantado esas actividades extremas.
—Uno pensaría que estar con Sirius durante veinte años sería suficiente.
Los tres se echaron a reír luego de eso, logrando que el pecho de James se hinchara hasta hacerlo pensar que estaba a punto de explotar.
Con el propósito de no llamar demasiado la atención, Lily y él habían acordado usar magia lo menos que fuera posible durante todo el viaje. Y James estaba orgulloso de decir que lo había cumplido… Casi a cabalidad. Haber usado su varita para anotar sus nombres en la lista de reservas de aquel restaurante no era algo de lo que fuera a arrepentirse.
Estaban sentados en la parte de afuera, disfrutando de la brisa marina, de la imagen del océano frente a ellos y de una cena estupenda. A pesar de su breve indignación, se alegraba de que Harry no hubiera invitado a su amiga a unirse. Tener ese instante solo para ellos tres era infinitamente mejor.
Se sentía codicioso, porque a pesar de la infinita cantidad de momentos iguales a ese que habían vivido durante esa semana, su alma seguía anhelando más.
Quería cada uno de los que pudieran compensar el terror que se acumulaba en su estómago.
—Las Bahamas… ¿Esa es una de las fotos que tienes enmarcadas en casa? Dónde salen las dos con el océano de fondo.
—Um, no. Creo que esa es de cuando estuvimos en Egipto —le explicó Lily, haciendo que su hijo la mirara impresionado—. ¡No solo son pirámides y desierto! También hay playas bellísimas.
James no había intervenido mucho durante esa parte de la conversación, decantándose por escucharlos a ellos dos, por mirarlos y guardarlos en su memoria justo cómo estaban en ese momento.
Harry sonreía y reía como no lo había hecho en casi un año, mientras que Lily lo observaba con ojos rebosantes de amor, luciendo como si le hubieran quitado una tonelada de peso de los hombros. Y James habría dado cualquier cosa, incluso su vida misma, para mantenerlos siempre así. Felices. A salvo.
¿Por qué lo que más quería en el mundo tenía que ser lo último que, de momento, podía obtener?
Debió haberse reflejado en su rostro, ya que Harry se giró hacia él con una sonrisa llena de extrañeza.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué nos miras así?
—No, por nada —mintió él de inmediato, sonriendo con falsa modestia—. Solo no quiero interrumpirlos mientras hablan de sus grandes aventuras. Me temo que mi vida es muy aburrida en comparación con viajes por el mundo y excursiones de buceo.
—Estoy segura de que puedes contribuir con algo —le dijo Lily, subiendo una ceja, sin perder el buen humor—. ¿No quieres contarle a Harry sobre todas las veces que nadaste ilegalmente en el Lago Negro?
—Lo hice porque me dijiste que saldrías conmigo si vencía al calamar gigante en un duelo. ¡Tenía que arriesgarme!
—Eso no es cierto. Nunca dije tal cosa. —Levantó la copa de forma muy digna, solo para entrecerrar los ojos en un gesto lleno de duda—. Al menos no recuerdo haberlo dicho.
James movió los labios para gesticular un claro que lo dijo en silencio, haciendo que Harry volviera a reír.
—¿Alguna vez te fuiste de vacaciones con tus padres? —le preguntó el chico, ahora enfocando su atención en él.
—Um, en un par de ocasiones, pero nunca fueron de organizar grandes vacaciones. Una vez fuimos a Italia durante el verano, y a Transilvania por el trabajo de papá. La mayoría del tiempo solía ser Escocia en Navidad e Irlanda durante el verano —le contó él, sonriendo nostálgico ante los recuerdos. Hizo una nota mental de escribirle a su madre al regresar y luego agregó, lleno de impostada inocencia—: Me aburría siempre y por eso desarrollé una increíble imaginación.
—Por favor, mi familia tampoco acostumbraba a hacer viajes y mi imaginación es perfectamente normal —soltó Lily, resoplando con diversión.
—Tú tenías una hermana, ¿sabes qué tenía yo hasta que los chicos aparecieron? Elfos domésticos que nunca querían jugar conmigo porque usar el techo de la casa cómo rampa de trineos era "peligroso". —Hizo comillas en el aire al decir esa palabra y puso los ojos en blanco, como si la idea le resultara absurda.
Lily le dedicó una expresión horrorizada, aunque eso no impidió que se echara a reír. De no haber conocido tan bien a su esposa, habría pasado por alto el leve brillo de amargura en su mirada ante la mención de su hermana. James sabía que habían intercambiado un par de cartas durante el último año, pero no se habían vuelto a ver desde la horrible fiesta de navidad a la que él la acompañó.
Su corazón se sacudió ante el recuerdo que empezaba a parecerle tan lejano, perteneciente a una vida completamente diferente.
Luego de terminar con la cena, compartieron un postre delicioso entre los tres, Lily y él bebieron otra copa de vino, y charlaron un rato antes de dejar el restaurante. Empezaron el camino de regreso a la cabaña por la línea de playa, disfrutando de lo casi desierta que estaba debido a la hora.
—Bueno, ahora tienes tus propias historias de vacaciones para contar —le dijo Lily a Harry, sonriéndole a la vez que le pasaba una mano por el pelo de forma cariñosa—. Esperamos que te hayas divertido, tesoro.
—Lo hice. Fue incluso mejor de lo que imaginaba, yo… Gracias, chicos —murmuró él, bajando la mirada para que no notaran su sonrisa amarga al agregar—: Casi desearía no tener que regresar.
No fue necesario que le preguntaran a qué se refería, no cuando los tres estaban siendo atacados por los mismos miedos.
El aire se enrareció a su alrededor, lo que le dio pie a James para intervenir de inmediato.
—Ey, no te pongas así. Hay muchas cosas geniales esperándonos en casa —saltó, obligándose a sonar entusiasmado—. ¡Vamos a practicar quidditch! Y podrás conocer la tienda de Fred y George que, perdónenme que se los diga, pero va a hacernos ricos.
—¿Qué más rico quieres ser? —preguntó Harry, subiendo una ceja y regresando la sonrisa a su rostro.
—¡También vamos a recibir los resultados de tus TIMOS! —agregó Lily, luciendo tan entusiasmada que incluso para alguien que no la conociera hubiera sido sencillo saber que no estaba siendo sarcástica—. ¡Eso es emocionante!
—Oficialmente no quiero regresar.
—Lily, por favor. ¿Ves lo que haces?
—Ay, estoy segura de que te fue muy bien. No estoy para nada preocupada —aseguró ella, asintiendo con un orgullo que hizo que el chico se sonrojara—. Además, pronto volverás a Hogwarts y estarás con tus amigos. A mí eso siempre me animaba.
—Estoy de acuerdo —confirmó James, sintiéndose reconfortado por los recuerdos de su adolescencia—. Sexto año es un curso genial. ¡Tendrás lecciones de Aparición y escogerás tus propias clases! Puedes decirle hasta nunca a Pociones y al idiota de…
—Pero no debería —le cortó Lily, frunciendo el ceño—. Es una asignatura importante que le va a servir muchísimo en la vida. Además, muchas carreras la requieren para…
—¿Les puedo hacer una pregunta? —preguntó Harry, interrumpiendo de golpe.
Se detuvo en seco, obligándolos a ellos a hacer lo mismo. El momento de confusión fue acompañado por el sonido de las olas rompiendo a pocos metros de ellos.
—Claro, niño, ¿cómo te cuestionas eso a estas alturas? —replicó James, con una sonrisa tranquila a pesar de haberse puesto nervioso.
—Es que… Va en contra de la regla que pusimos al llegar —explicó Harry, cambiando el peso de un pie al otro—. Lo de no preocuparnos por lo que está ocurriendo en casa.
De pronto, la brisa del mar se volvió gélida, muy parecida a la que los había acompañado en Inglaterra antes de iniciar su viaje. Pudo ver de reojo como Lily se tensaba, dejándose envolver por los demonios que lo habían seguido a él desde el primer día, aunque no dudaba que a ella tampoco la hubieran abandonado ni un segundo.
Aun así, se las arregló para respirar profundo y poner una expresión afable.
—Bueno, cómo James y Sirius me obligaron a aceptar hace tiempo, en ocasiones las reglas pueden romperse —respondió ella, sonriendo con cansancio—. ¿Qué quieres saber, tesoro?
—Yo… Me estaba preguntando cómo fue. Ya saben. —Harry apretó los labios, tomándose un momento antes de susurrar, muy bajito—: La guerra.
La pregunta tan inesperada los tomó a ambos por sorpresa. Si lo anterior había creado tensión en el ambiente, esto terminó de cambiar por completo el ánimo de la noche.
James no lo culpaba, nunca habría podido. Si él era incapaz de dejar de pensar en Voldemort, en lo que su aparición en el Ministerio significaba para ellos, mucho menos lo haría su hijo, de todas las personas del mundo. Lo duro que Lily y él estuvieran trabajando para distraer su mente del horror que se avecinaba no iba a cambiar la realidad.
La observó de reojo, apretando la mandíbula con fuerza para contener sus sentimientos, y supo que tenía que intervenir.
—Ya lo sabes. Te hemos hablado al respecto.
—No, realmente no —insistió Harry, sacudiendo la cabeza—. Digo, tengo una idea general y conozco los hechos más importantes, pero no sé cómo eran sus vidas en ese entonces. El día a día. —Parpadeó varias veces y los observó con una expresión afligida—. Lo siento, sé que no les gusta hablar de eso, pero es que quiero hacerme una idea de cómo… De lo que estarán haciendo mientras yo esté en el colegio.
—No queremos que te preocupes por nosotros, Harry —se apresuró a decirle Lily.
—Pues, no es algo que esté precisamente en discusión, mamá —replicó él, sin poder evitar sonar exasperado.
El estómago de James se encogió ante eso, indeciso entre estar conmovido y frustrado. Que su hijo se preocupara por ellos de forma genuina, con el corazón tan noble que tenía —corazón que, James agradecía a diario, había heredado de su madre—, solo exacerbaba sus deseos de protegerlo, si es que acaso era posible quererlo más. Sin embargo, lo mortificaba pensar que en circunstancias normales, Harry no tendría que haberse preocupado por ellos. No a su edad, no de esa forma.
Resignado a que no había manera de luchar contra ello, intercambió una breve mirada con Lily, decidiendo en silencio que lo mejor sería contarle. Ya lo habían prometido: no más secretos, mucho menos mentiras. El precio a pagar por ellas era muy alto.
Lily asintió y tomó la palabra luego de respirar profundamente.
—En su mayoría hacíamos guardias, algo que retomamos el año pasado, como bien sabes. Nos distribuíamos en puntos estratégicos para cuidar a la mayor cantidad de gente posible en caso de que alguien quisiera atacar —empezó a contarle ella, mirando varias veces por encima de su hombro para asegurarse de que seguían solos—. Al principio parecía una pérdida de tiempo, pero a medida que ellos fueron avanzando, los ataques se hicieron más frecuentes y nuestra presencia se volvió imprescindible… Es lo que seguramente empiece a pasar muy pronto.
Los hombros de James cayeron por el peso de esos recuerdos, tan lejanos y, a la vez, presentes de nuevo.
—También atendíamos emergencias —continuó Lily—. Más veces que no, los ataques ocurrían en zonas que nadie estaba vigilando, así que nos alertaban y nos trasladábamos para intentar ayudar.
—A veces íbamos en misiones —agregó James.
—¿Qué clase de misiones? —preguntó Harry, interesado.
—Mandados especiales que Moody o Dumbledore planificaban. Si recibíamos información de una guarida de mortífagos, o de un lugar en dónde se estuviera haciendo algo ilegal, llegábamos de sorpresa para intentar hacer arrestos —le explicó James, sonriendo con amargura al agregar—: Algunas misiones tenían como finalidad capturar a Voldemort, pero ya sabemos que ninguna fue exitosa.
Lily se abrazó a sí misma luego de que un temblor le sacudiera el cuerpo, y él tuvo que contener el impulso de pasarle un brazo por encima de los hombros.
Por su parte, Harry solo escuchaba con una expresión seria, digiriendo la nueva información.
—¿Enfrentarse a ellos era cómo lo que vivimos en el Ministerio? —quiso saber al cabo de unos segundos.
—Sí. Algunas veces las batallas eran más peligrosas que otras. —James suspiró y se pasó una mano por el pelo—. Esa fue una de las malas.
Esa vez, una estela fugaz de miedo sí apareció en los ojos verdes de su hijo, tan imperceptible que él no la habría reconocido de no haber pasado tanto tiempo de su vida aprendiendo a leerlos a la perfección.
Lily fue más rápida que él para darle confort.
—Harry, James y yo sabemos perfectamente lo que estamos haciendo. No es la primera vez que nos enfrentamos a esto —le recordó su madre con la voz más dulce que tenía. Le puso una mano en el hombro antes de sonreír con cierta arrogancia—. No quiero presumir, pero ambos somos muy buenos en hechizos de duelo y defensa.
—Los mejores de la clase —se jactó James, agradeciendo el momento de ligereza—. Bueno, Sirius y Remus siempre fueron mejores que yo, pero el tercer lugar también recibe una medalla.
—Los hirieron en el Ministerio —apuntó Harry, tragando saliva, sin seguirles el juego—. A ambos.
—¿Y qué esperabas, niño? Estábamos preocupados tratando de sacarte de ahí entero. —James resopló antes de recibir una mirada horrorizada de Lily. Él se aclaró la garganta para dar una respuesta menos brusca—. Fue nuestra primera pelea real en catorce años, Harry. No puedes culparnos por estar fuera de forma. Y, de cualquier modo, ya decidimos que vamos a tener prácticas de duelo cuando regresemos a…
—¿Puedo hacerlo? —saltó el chico de inmediato, paseando la mirada entre ambos—. ¿Puedo practicar con ustedes?
—Tú no eres parte de la Orden, Harry. No necesitas…
—Algún día lo seré —afirmó él, subiendo la barbilla con una determinación que hizo a James inflarse de orgullo—. E incluso sin serlo, necesito seguir aprendiendo formas de pelear. Quiero poder defenderme, a mis amigos, a otras personas. —Sus ojos se suavizaron al agregar—: A ustedes, si fuera necesario.
James quiso recordarle que ese no era su trabajo, que eran ellos quienes debían preocuparse por defenderlo a él. No lo hizo, porque supo que no tendría sentido. Harry era muy su hijo, muy suyo y de Lily. Por su sangre corría la misma sangre obstinada, valiente hasta casi tornarse irresponsable y tan profundamente protectora que se volvía incapaz de escuchar razones.
Era igual a ellos, a todas las personas que integraban su pequeña familia. Gryffindor hasta la médula.
Ambos lo sabían, e intentar cambiarlo a esa altura era un despropósito. Cuando Lily lo miró, esbozando una sonrisa resignada, supo que estaba pensando lo mismo que él.
—Hiciste un trabajo más que estupendo peleando en el Ministerio. Creo que nunca te lo dijimos —señaló Lily, observándolo con el mismo orgullo que a James lo estaba ahogando. Extendió la mano para mover unos mechones de su cabello, tapándole la cicatriz—. Si en serio quieres practicar con nosotros, no veo por qué no.
Harry abrió la boca, pero volvió a cerrarla casi de inmediato, luciendo desconcertado. Era obvio que había estado preparado para pelear más su petición, y ellos no podían culparlo, no después del año que habían tenido.
Cuando sonrió satisfecho, James no pudo evitar soltar una carcajada. Era como verse en un espejo, y le parecía ridículo pensar que alguna vez eso podría haberle dado miedo.
—Pero tendrá que ser después de las prácticas de quidditch —le recordó, sonriéndole con complicidad—. Te quiero en plena forma para entrar al equipo. Esta vez no aceptaremos ningún contratiempo.
Por fortuna, Harry le siguió el juego, aceptando cambiar el tema hacia algo menos tétrico, esforzándose entre los dos para levantar el ánimo de nuevo. Lily suspiró con una sonrisa aliviada, muy contenta de dejar atrás la charla sobre guerra, aun cuando la cambiaran por quidditch.
James volvió a coger su mano para darle un apretón alentador. Todo estaba en orden, al menos durante esa noche.
—Eh, mira eso. Parece que hay una fiesta esta noche —señaló James cuando pasaron frente a un club al que estaban entrando chicos de la edad de Harry. Desde afuera se escuchaba la música que estaban tocando—. Ah, qué maravilla ser joven y estar lleno de vida.
—No has llegado ni a los treinta y cinco años, James. Te pido que controles el drama —se burló Lily.
—Oh, sí. Ali me habló sobre esto —respondió el chico, mirando la puerta de reojo—. Ya debe estar adentro con el resto de sus amigos.
—¿Y no te invitó? —preguntó Lily, extrañada.
—Claro, pero teníamos la reservación para cenar. No iba a faltar.
—No, claro que no, pero ya nosotros terminamos. —Lily se encogió de hombros—. Puedes ir si te apetece.
—¿Lo dices en serio? —Harry agrandó los ojos, sorprendido por segunda vez en los últimos diez minutos.
—¡Por supuesto! Se ve que estará divertido. ¿Por qué no irías?
—¿Estás tratando de deshacerte de mí? —Entrecerró los ojos, mirándola con sospecha manchada de diversión. James no pudo sino reírse ante eso.
—Solo quiero que la pases bien. Ya estuviste la mayor parte del tiempo con nosotros —explicó Lily, mordiéndose el labio para no sonreír demasiado al agregar—: Y ella es una chica muy linda.
—Mamá… —gruñó Harry, poniendo los ojos en blanco.
—¡Nada más lo comento! —Levantó las manos en señal de inocencia, pero sin perder la sonrisa—. Si quieres ir, puedes hacerlo, tesoro.
—Bueno… Ya nos íbamos a la cabaña de todas formas —comentó el chico, mirando entre ellos y la puerta del club—. Y no creo que vuelva a ver a Ali después de hoy…
—El amor adolescente no puede frenarse. —James suspiró de forma exagerada, ganándose una mirada hostil que desestimó con una risita—. ¿Tienes tu varita? —Harry se palmeó el pantalón antes de asentir—. Entonces, no se diga más. Anda y diviértete.
—Recuerda que mañana salimos a primera hora, así que regresa temprano para que puedas descansar —le pidió Lily, guiñándole un ojo—. Nos vemos en la cabaña.
Harry les sonrió y se despidió con la mano antes de alejarse de ellos. Lo siguieron con la mirada hasta que atravesó la puerta del lugar.
—Manejamos muy bien esta situación, ¿no te parece?
—Increíblemente bien, si me preguntas —confirmó James, pagado de sí mismo—. Tal vez esto de la paternidad se nos da mejor de lo que creíamos.
—Dos años después ocurrió el milagro. —Lily soltó una risita antes de abrazarse a James, suspirando—. Es lo que él se merece.
Su marido le devolvió el abrazo y dejó un beso sobre su pelo, compartiendo un mismo pensamiento.
Estaba a salvo allí, habían tomado todas las precauciones necesarias y nadie iba a seguirlos hasta el extranjero. No iban a desperdiciar la oportunidad de darle lo que en casa no podían conseguir: un fragmento, por más pequeño que fuera, de una adolescencia normal.
—Y dígame, señora Potter —empezó él, obligándola a levantar la cabeza para dedicarle su sonrisa más sugerente—. ¿Algo especial que se le antoje hacer ahora que estamos solos?
—No tengo nada planeado, la verdad. —Ella parpadeó varias veces, mirándolo con falsa inocencia a través de sus pestañas—. Pero me casé contigo por tu capacidad de sorprenderme.
—Oh, estaré más que encantado de sorprender a mi hermosa esposa. —Se inclinó sobre ella para darle un beso, sintiendo a su cuerpo empezar a reaccionar ante la expectativa. Se separó apenas, para murmurar sobre sus labios—: Puedo sorprenderla el doble si se pone ese conjunto negro que me cuesta tanto no romper.
—¿Es esa una forma apropiada de hablarle a la madre de tu hijo? —Lily subió las cejas, fingiendo escandalizarse. El brillo de emoción en sus ojos delataba sus verdaderos sentimientos.
—No te imaginas las cosas inapropiadas que quiero hacerle a la madre de mi hijo.
Lily se echó a reír, con las mejillas manchadas de rojo de una forma tan preciosa que James no pudo contener las ganas de besarlas. Sin agregar nada más ella, lo tomó por la mano para iniciar el camino a la cabaña, a lo que él accedió más que encantado.
Por haberlo manejado tan bien cómo lidiar con su hijo, pensó James, merecían un premio.
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Lily recordaba con un cariño profundo su improvisada luna de miel. La noche que había pasado junto a James en ese lindo hotel de Londres era una de las mejores de su vida, y aunque él a veces se lamentara de lo poco fastuoso que había sido, ella no la habría cambiado por algo más elegante o elaborado.
Tampoco le molestaba empezar a considerar ese viaje a Grecia como una segunda oportunidad.
—James… —jadeó ella, extasiada.
Él sonrió contra su muslo antes de darle un suave mordisco y volver a enterrar la boca en su intimidad. Lily escondió el rostro contra una de las almohadas, sabiendo que no podría contener sus gemidos una vez empezara a acariciarla con la lengua. Estiró la columna y abrió más las piernas para darle todo el espacio que necesitara. Estaba completamente entregada a él, como siempre.
A lo largo de sus veinte, Lily había disfrutado explorando su sexualidad. Había tenido buen sexo, mediocre, fantástico y olvidable, por lo que guardaba suficientes recuerdos con los que contrastar su presente. Casi desde el inicio le había quedado claro que sería en vano.
Nada de lo que había vivido podía compararse con estar con James. Nadie la había hecho sentir tan deseada, tan caliente y ansiosa de retribuir cada sensación. La confianza plena que tenía en él, así como su capacidad para hacerla abrir cada rincón de su alma, sin temor, habían marcado la diferencia desde el primer día.
No era una gran sorpresa. Al fin y al cabo, todo en su vida se sentía mejor desde que James estaba en ella.
Apretó los ojos y se aferró a las sábanas con las uñas, gimiendo con arrojo cuando consiguió arrancarle el segundo orgasmo de la noche. Apenas le dio tiempo de recuperar la respiración cuando lo sintió acomodarse detrás de ella, tomándole las caderas para acercarla más a él y empezar a penetrarla con firmeza. Lily gimoteó al percibir su interior hipersensibilizado. Balbuceaba incoherencias sin poder contenerse.
—¿Qué dices? —le preguntó James, con la respiración acelerada, sin detener sus embestidas.
—Se… siente bien. —Lily tragó saliva y se relamió los labios—. Muy bien.
—¿En serio? —No tuvo que verlo para reconocer la sonrisa engreída que adornaba su rostro.
—Sí… Contigo todo se siente bien.
James soltó un gruñido desde el fondo del pecho, dejando que sus movimientos se volvieran más erráticos. La embistió una, dos, tres veces más antes de dejarse ir, soltando un gemido que se alojó en el pecho de Lily, a la altura de su corazón.
Salió de su interior y la observó darse la vuelta antes dejarse caer a su lado, sin aliento. Ella soltó una risita y se apresuró a acurrucarse contra su costado, sonriendo cuando él la abrazó.
—En serio… —empezó a decir Lily, todavía ronca—. Esta vez sí lo rompiste.
—¿Qué? Claro que no. —James movió la mano sobre el colchón hasta dar con el retazo de encaje negro que, hasta una hora atrás, había servido como brasier—. Bueno, prometo comprarte otro.
Lily rió por lo bajo, con el pecho repleto de un cosquilleo de lo más agradable que se extendió cuando él empezó a acariciarle el rostro a la vez que dejaba un beso sobre su cabello.
Cada músculo y hueso de su cuerpo se suavizó, rindiéndose ante la oleada de amor que la había arropado toda la semana. Nunca dejaba de estar consciente de cuánto lo amaba, pero últimamente, lo pensaba con una frecuencia casi obsesiva.
Tal vez por el miedo de perderlo que la acechaba de forma constante. A cada segundo.
—Me quedaría aquí contigo toda la vida —murmuró contra su pecho.
—No mientas, Lily. Aguantarías menos de medio día sin darle de comer a Harry.
—Todavía no ha terminado de crecer. Necesita sus nutrientes —replicó ella. James soltó una carcajada que hizo vibrar sus cuerpos y le arrancó una sonrisa—. Me alegra que haya conocido a esa chica.
—A mí también, aunque sigo sin entender por qué no quiso invitarla a cenar. No somos tan malos.
—Sh… Déjalo ir.
Se impulsó hacia arriba para robarle un beso que él le respondió de forma perezosa, enterrando una mano en su cabello.
No era la primera vez que discutían su mutua gratitud con la nueva amiga de Harry. Gran parte de ello se debía a que verlo tener unos días de tranquilidad, juntándose con alguien de su edad que no estuviera muerta de preocupación por él —como la mayoría de las personas a su alrededor—, era un cambio más que merecido. Sin embargo, desde un prisma más egoísta, también les había dado muchas oportunidades para estar a solas, algo tan inesperado como agradable.
Adoraban estar con su hijo y pasar tiempo en familia, pero era cierto que, con los tiempos que corrían, no les sobraban espacios para convertirlos en momentos románticos.
Lily no podía evitar sentir que estaba haciendo trampa, como si engañaran al universo, empeñado en arrebatarles cada segundo de paz, para poder obtener esos pequeños instantes de felicidad.
El tic tac del reloj en su cabeza seguía andando, recordándole que el tiempo no se detenía, aunque desnuda entre los brazos de James, escondidos de la oscuridad en ese hermoso hotel griego, el mundo parecía dispuesto a hacer una pausa.
—¿Estás segura de que quieres que practique duelo con nosotros? —le preguntó James, separándose para verla a los ojos.
—Fue lo que estuvo haciendo casi todo el año pasado con sus amigos. —Ella suspiró con pesadez, recordando la conversación que habían tenido con Harry horas atrás—. Desear que no vaya a necesitarlo no lo hará realidad.
—Es realmente bueno —señaló él, sonriendo de forma tranquilizadora.
—Es nuestro hijo, James. Nunca estuvo en duda que lo fuera —se jactó ella, levantando la barbilla con orgullo—. Es una suerte que tuviera a Remus durante todo un año.
—Sí —murmuró James, dejando que su expresión cayera—. Lo fue.
Fijó la mirada en el techo, arrugando la frente como cada vez que estaba preocupado. Lily no tuvo que preguntar para saber exactamente en lo que estaba pensando.
—Ey, regresa —lo llamó con suavidad, cogiéndolo de la barbilla para obligarlo a verla—. Todavía tenemos doce horas para no preocuparnos por lo que ocurre en casa.
—Ah, pensé que era una regla inventada que los tres estábamos fingiendo seguir para pasarla bien —respondió él, fingiendo estar sorprendido—. ¿Se suponía que era en serio?
—Idiota. —Lily puso los ojos en blanco, sin contener la sonrisa amarga—. Me hacía sentir mejor creer que ustedes sí lo estaban cumpliendo.
—Lamento decepcionarte —murmuró James, tomando un suspiro antes de confiarle, en voz muy baja—: Estoy preocupado por él, Lily.
—Lo sé. Yo igual.
Para variar, no estaban hablando de Harry.
Se quedaron un momento en silencio, reflexionando sobre una de las últimas bombas que había caído sobre su familia. Apenas se habían recuperado de la escalofriante pelea en el Ministerio cuando Remus les había comunicado que Dumbledore le había encomendado una tarea, una que solo podía cumplir él.
Lily todavía recordaba la angustia de pensar que Sirius se iba a romper otra costilla cuando su amigo les dijo que pasaría una temporada conviviendo con otros licántropo.
No quería ser prejuiciosa, después de todo, las infinitas veces que le había dicho a Remus que su condición no era una condena intrínseca a su humanidad habían sido completamente sinceras. Sin embargo, no era tan tonta como para no saber cómo vivían la mayoría de las personas como él. No en un lindo apartamento a las afueras de Londres que James los había obligado a rentar, eso seguro.
—James, si Remus aceptó esa misión, es porque confía en que podrá manejarlo.
—Claro, nunca haría nada estúpido cómo sufrir en silencio porque cree que se lo merece o para que no nos angustiemos. —Resopló con ironía—. No sería propio de él.
—Sabe cuidarse… Algo debe haber aprendido —agregó cuando James la miró como si estuviera diciendo una locura—. Y Sirius está en casa, en caso de que lo necesite.
—No se lo digas, pero eso no me hace sentir mejor. —Sonrió con angustia y se pasó una mano por el rostro—. Sé que no nos lo dirá si la está pasando mal, tendríamos que sacárselo con veritaserum —agregó él, poniendo lo ojo en blanco—, pero espero que, al menos, se lo cuente a Tonks.
Lily asintió, sin atreverse a compartir una de sus mayores preocupaciones sobre el tema. Lo último que quería cargarlo con más angustia.
—Dijeron que nos escribirían si algo urgente ocurría, y no hemos recibido una sola carta —le recordó ella, tratando de subirle los ánimos.
—Una verdadera sorpresa —dijo James, esbozando una sonrisa cargada de ironía—. Estaba convencido de que Scrimgeour encontraría la forma de seguir acosándonos.
—Qué hombre insoportable —gruñó Lily con desagrado, apretando las mandíbulas como lo hacía ante la mínima mención del nuevo Ministro de Magia—. Si vuelve a aparecer por la casa sin invitación lo voy a maldecir de regreso al Ministerio.
—No hace falta que me lo jures. Amaría ver eso, y creo que Sirius te daría una mano —respondió él, riendo por lo bajo. Se encogió de hombros para agregar—: Supongo que cree que está ayudando.
—Que ayude dándole a la Orden más recursos y escuchando lo que Dumbledore dice, no convirtiendo a nuestro hijo en la imagen pública de esta maldita guerra.
Tuvo que respirar hondo para intentar calmar la marea de rabia e indignación que crecía dentro de ella. Todavía recordaba los intentos de James de convencerla de que la renuncia de Fudge sería una oportunidad de contar con alguien eficiente en el puesto, alguien que pudiera ayudarlos de verdad. Ella lo dudó desde el inicio, pero no se alegró cuando Rufus Scrimgeour dejó claro que le importaba más dar la impresión de que hacía algo, en lugar de hacerlo.
No era más que un inútil al que no pensaba volver a dejar acercarse a su hijo.
—Lo detesto tanto como tú, Lily, y a menos que Harry desee lo contrario, no vamos a darle lo que está buscando —le aseguró James, con una firmeza que no dejaba lugar a dudas. No pudo mantenerla por mucho tiempo, ya que lo próximo que agregó estuvo acompañado por una sonrisa peligrosa—. Pero viéndolo por el lado positivo, si sigue insistiendo, no dudo que en verdad vas a lanzarle una maldición. Personalmente, yo encontraría eso muy divertido.
Lily se echó a reír y le dio un golpe suave en el pecho. Ambos sabían que no estaba tan loca como para herir en alguna forma al Ministro de Magia. No mientras se supiera que había sido ella, al menos.
Iba a hacer un chiste al respecto cuando escucharon que se abría la puerta de la entrada, seguida de pasos cautelosos.
—Ya llegó —soltó Lily, empezando a incorporarse—. Voy a vestirme.
—Dudo mucho que vaya a entrar a saludar. —James afianzó el agarre en su cintura para evitar que se alejara—. Seguro se lavará los dientes y se irá a la cama.
Ella se mordió el labio y asintió, insegura de si debía obedecerlo. Técnicamente, tenían que asegurarse de que sí era su hijo con las preguntas de seguridad que los tres habían establecido y que, a su pesar, todavía no utilizaban.
Justo como había dicho James, lo siguiente que escucharon fue la puerta del baño abriéndose, y ella estaba a punto de dejarlo estar hasta que el claro sonido de unas arcadas irrumpió el ambiente.
—¿Harry? —lo llamó Lily, poniéndose alerta de inmediato.
No hubo respuesta más allá de nuevas arcadas y tos. Estaba vomitando.
Intercambiaron una rápida mirada antes de ponerse de pie, ahora sin siquiera discutirlo. Lily cogió su bata de baño y James recuperó su pijama junto a sus anteojos antes de salir juntos de la habitación.
—¿Tesoro, estás bien? —preguntó ella, atravesando la puerta que había dejado entreabierta. Lo encontró justo como esperaba: sentado en el piso con la mejilla apoyada en la taza del inodoro—. ¿Qué…?
—No es nada —masculló él, arrastrando las palabras como si le pesara cada letra. Estaba pálido, con el pelo pegado a la frente por el sudor—. Váyanse.
—Pero dinos qué…
La oración quedó a la mitad cuando, más allá del vómito, reconoció un ligero olor a alcohol.
Rápidamente, su preocupación se desvaneció para dejar espacio al enfado.
—Niño, ¿estuviste bebiendo? —preguntó James, dándose cuenta de lo mismo que ella.
—No. —La respuesta, aunque rápida, vino acompañada de otra arcada que lo hizo repensarlo. Abrió un ojo para mirarlos al admitir—: Un poco, creo.
—¡¿Crees?! —exclamó Lily, agrandando los ojos en una mezcla de incredulidad y enfado—. ¡Son menores de edad! No se supone que habría alcohol, y definitivamente no debiste beberlo.
—Todo el mudo lo estaba haciendo —explicó él, débilmente.
—¿Y desde cuándo haces lo mismo que todo el mundo? —Lily resopló, llevándose las manos a las caderas—. Tú eres más inteligente que eso, Harry. Siempre has sido un chico responsable, por qué… ¡James, no te rías!
—¡No me río! —se defendió el aludido, aunque la sonrisa divertida que bailaba en sus labios lo desmentía—. Vamos, Lily, es gracioso.
—¡Tu hijo se embriagó y ahora está enfermo! ¿Eso te parece gracioso?
—No estoy enfermo —aseguró Harry, aunque su tez casi verde contaba otra historia—. Estoy bien.
—Ah, claro. Se nota —soltó Lily con ironía, muy enfadada como para sentirse mal por él. Se giró hacia James, mirándolo con severidad—. Ayúdalo a ponerse de pie, que se vista y lávale la cara, ¿entendido?
—Bien, bien. Yo me encargo —dijo él, apenas disimulando las ganas de reírse. Era obvio que estaba disfrutando de la situación—. Ven acá, niño. No sé cómo tú te embriagas y yo me meto en problemas, pero nadie me advirtió sobre esta parte de la paternidad.
Lily chasqueó la lengua y salió del baño. Estaba enfadada, pero no tanto como para dejarlos a su suerte, así que se marchó a la salita a prepararle el sofá para que se metiera a la cama apenas saliera. Luego fue por un vaso de agua y le agregó unas gotitas de poción para los mareos. Con suerte, sería suficiente para evitar que siguiera vomitando.
Terminó justo cuando salieron, con Harry apoyándose en James para poder caminar.
—Eso, acuéstate ahí —le dijo su padre, ayudándolo a tenderse en la cama—. Y te dejo el bote de basura por si lo necesitas más tarde.
—Espero que no —murmuró el chico, arrugando la nariz con desagrado—. Esto es un asco.
—No traje ninguna poción para la resaca, así que tendrás que vivirla como los muggles —señaló Lily, regresando con ellos, sin perder el tono severo—. Y como los adultos.
—Lily, no seas tan dura con él —le pidió James, conciliador—. Es obvio que aprendió su lección por sí solo.
—Bien. Lo pensará dos veces la próxima vez que quiera hacer algo como esto. —A pesar de su voz firme, no pudo evitar flaquear un poco al verlo hecho un ovillo sobre el sofá cama. Suspiró hondo y se sentó junto a él, suavizando su tono—. Tómate esto. Necesitas hidratarte.
Lo cogió con delicadeza por la mejilla para ayudarlo a beber el vaso de agua que le había traído. Él arrugó la nariz al percibir el sabor de la poción, pero no puso objeción alguna y se lo tomó completo. Debía sentirse realmente mal.
—¿Mejor?
—No —respondió, enfurruñado. Le abrazó por la cintura y se acurrucó contra ella, pegando la cabeza a su abdomen. Todavía arrastraba las palabras al decir—: Mami, lo siento.
—Aw. —James hizo un pequeño puchero y se llevó una mano al pecho, fingiendo estar conmovido—. ¿No es tierno?
—Lo sería si estuviera hablando él y no lo que sea que se haya bebido —replicó Lily, poniendo los ojo en blanco.
—¿Puedes hacer que la habitación deje de dar vueltas? —le pidió Harry, abriendo apenas los ojos para mirarla de forma suplicante—. Por favor.
Aunque intentó mantener su enfado, no pudo luchar contra la calidez líquida que goteo por su pecho, derritiéndola entera. Era muy débil cuando se trataba de él, lo había sido desde el primer día.
—Ya, no pasa nada —le susurró, sosteniendo su cabeza entre ambas manos, acariciándole las mejillas—. Estarás bien.
—Gracias. —Harry le sonrió, tan adormilado que apenas podía mantener los ojos abiertos—. Eres muy bonita.
—Si sigues así, vas a conseguir que te emborrache ella misma una vez a la semana —dijo James, echándose a reír.
—Cállate —le ordenó Lily, a pesar de sentir el calor acumularse en sus mejillas.
—Mamá…
—¿Y ahora qué?
La respuesta tardó en llegar. Harry cerró los ojos por completo, abrazándose más a ella antes de tragar saliva. Cuando volvió a hablar, lo hizo en un tono de voz casi inaudible.
—Tengo miedo.
Lily enderezó la espalda, tensándose de inmediato. Intercambió una rápida mirada con James, dándose cuenta de que la diversión en su rostro empezaba a flaquear.
A pesar de que no quería escuchar el resto, porque tenía una idea muy buena de lo que sería, Lily se obligó a preguntarle, con la voz temblorosa.
—¿A qué le tienes miedo, Harry?
Un suspiro suave escapó de los labios de sus hijos antes de murmurar su respuesta.
—No quiero morir.
Lily apretó los labios para no quebrarse en llanto. Los latidos de su corazón se volvieron lentos, pesados. Cada uno más doloroso que el anterior.
Levantó la mirada para suplicarle a James, cuya expresión lucía tan descompuesta como ella se sentía. Necesitaba que se encargara, porque no podía hablar, no sabía qué decir para arreglarlo, no de una forma que resultara efectiva.
Por suerte, él era mejor en esa parte.
—Eso no va a pasar, niño —le prometió con la voz en un hilo, sentándose a sus pies para sujetarle la mano con firmeza—. Nunca lo permitiríamos.
Harry no respondió, y ambos esperaban que se hubiera quedado dormido. Era mejor a que notara el estado descompuesto en que los había dejado.
Lily echó la cabeza hacia atrás, manteniendo a raya las lágrimas que ya sentía picando sus ojos. Envolvió a sus hijos con sus brazos, acercándolo a ella tanto como fuera físicamente posible. Hubiera deseado adherirlo a su piel, resguardarlo en el espacio infinito que su corazón guardaba para él.
Fueron incapaces de moverse durante un tiempo que se les antojó eterno. Se quedaron sentados a su lado en silencio, cuidándole el sueño con mimo, incapaces de dejarlo solo.
Irónicamente, era la forma más apropiada de reventar la burbuja en la que se habían refugiado esa última semana: dejándose consumir por el miedo paralizante, que los empujaba con violencia a la realidad que los esperaba en casa.
Las vacaciones habían terminado.
.
.
No puedo creer que estoy escribiendo esto…
¡Hola, mis amores!
Ha pasado mucho tiempo, ¿no? Tres, casi cuatro, años desde la última vez que aparecí por aquí con esta historia. La verdad es que no esperaba que me tomara tanto tiempo regresar, pero cómo les comenté al final de LU2, si iba a seguir esta historia, no quería hacerlo de una forma se sintiera forzada de mi parte. Aunque me tomó bastante, ahora me siento lista para continuar.
Como ya vieron, continuamos esta tercera parte justo dónde terminamos la anterior. Si necesitan refrescar su memoria, recomiendo que lean los últimos capítulos de LU2 para tener todo más fresco. De igual forma, este nuevo fic abarcará los eventos del sexto libro con algunos cambios, por supuesto.
Por ahora, pretendo cumplir con un régimen de un capítulo cada dos semanas. Voy a intentar cumplir con ello, pero si en algún momento se vuelve cuesta arriba, se los dejaré saber.
Obviamente, habrá mucha gente que ya no esté interesada en este fic, cosa que me parece por completo entendible. Pero si estás leyendo esto, y estuviste esperando todo este tiempo, ¡gracias infinitas! Espero que disfrutes esta nueva parte de la historia.
Creo que es todo por ahora. Ojalá les guste esta nueva parte y, si siguen ahí, me encantaría leerlos en los reviews.
¡Gracias de nuevo! Nos leemos pronto.
