Aquel verano, Rose había pasado mucho tiempo en la casa de sus tíos, los Potter. Volver a casa tras lo que había sucedido en primavera se sentía extraño e incómodo, incluso cuando su habitación era tan reconfortante y cómoda y se sentía como un lugar seguro al volver de un curso tan ajetreado.
Encontrarse con sus padres en la estación, decir adiós a Scorpius después de saludar a los Malfoy, con el peso de la mirada de su padre cayéndole sobre los hombros, había sido logrado por fuerza de voluntad más que por cualquier otra cosa. Astoria había dicho que Rose era bienvenida a visitarlos y quedarse por unos días, pero Scorpius y su padre sabían qué tan improbable era aquello, igual que la misma Rose.
Su padre no la abrazó. No parecía tampoco tan molesto como la última vez que se habían visto, pero ella se tensó de todas formas. Lo amaba, igual que a su madre, y necesitaba desesperadamente que ellos la amaran a ella. Sin embargo, sabía que el verano sería largo y lleno de interrogatorios.
Y así fue.
Los primeros días que Rose estuvo de vuelta en casa, Hermione Weasley se dedicó a vigilarla. Estaba decidida a pasar tiempo con su hija, intentando coser cualquiera de las roturas de la tela de su confianza, tan rasgada como estaba. En general aquello era, aunque exasperante, no del todo malo. Durante las tardes, cuando Hermione llegaba de trabajar, tocaba a la puerta de Rose y le pedía amablemente que la acompañara a completar algunos pendientes. Comprar comida para la cena, hacer una visita de rutina al Callejón Diagon, incluso visitar a sus padres. Los abuelos Granger, descubrió Rose, no sabían absolutamente nada de lo que había pasado a inicios del año. No sabían que Rose, su nieta primogénita, había estado embarazada, que había tenido un accidente donde había perdido al bebé y que, como consecuencia de ello, se encontraba inmersa en una lucha interna por mantener su salud mental a flote.
Lo cual, por cierto, estaba bien. Rose prefería, en verdad, que no lo supieran. Sería demasiado para explicar. Demasiado dolor para desenterrar. Era lindo ir a visitar a sus abuelos sin la espera constante de un interrogatorio, o de una mirada decepcionada.
Hermione hablaba, o lo intentaba, con Rose sobre el tema. Sobre todo cuando se encontraban solas. Sobre todo cuando papá no estaba.
Y así, los días más tiernos del verano se fueron rápido. Rose recibía cartas de Scorpius más de una vez al día, con la misma frecuencia con que ella enviaba las propias. Leer sus palabras era reconfortante, encendía un calor especial en su corazón. Pero incluso con ello, había tantas cosas que simplemente no estaban bien, tanto que le gustaría arreglar…
Como de costumbre, durante los fines de semana la familia solía ir de visita al lugar favorito del clan, la casa de sus abuelos. El primer fin de semana Rose supo, de inmediato, que ya fuera porque sus padres o alguien más lo había comentado, el resto de la familia sabía de lo ocurrido. Fue una tarde incómoda, con miradas extrañadas y suspicaces yendo de sus tíos a ella, de sus abuelos a ella, y el saludo seco de su abuelo…
Por supuesto que ella no los culpaba. Sabía de todos los horrores que los Malfoy habían hecho durante la lucha contra Lord Voldemort, sabía que sus padres y el tío Harry por poco habían muerto ahí, en esa casa enorme y oscura, tan alejada de toda bondad, con la constante presencia del Señor Tenebroso en ella. Scorpius le había confesado, alguna vez, que su madre prefería que siempre hubiese música en la casa, pues servía para acallar los ecos terribles que en ocasiones encontraban su salida hasta el mundo de su familia.
Y no era un tema agradable, ni siquiera con la confianza que tenía con su novio. Pero ella entendía que los Malfoy, al menos Draco, Astoria y su hijo Scorpius, no eran lo que la familia había sido antes. Sin embargo, la sensación que tenía al recibir ciertas miradas de su familia era la de alguien que está siendo constantemente juzgado por haber hecho un mal imperdonable. Como si, por el hecho de haber llevado al primogénito de Scorpius en el vientre, ella estuviera… contaminada.
La hizo hundirse en los sillones cada vez que podía. La hizo sentir que no tenía permitido subir a las habitaciones donde ella y sus primos solían quedarse, e incluso dudar si estaba bien que se sentara a la mesa con el resto de la familia.
Sus primos, para enorme alivio de Rose, eran una situación completamente diferente. Aquel día, cuando el tema de conversación de la mesa en general se desvió hacia el bebé de Victoire y Teddy, un recién nacido que pasaba de brazos en brazos, Albus tuvo el gesto tan cariñoso de captar la atención de Rose, que no podía dejar de mirarlo.
Su propio bebé habría estado por nacer, o tal vez ya lo tendría entre sus brazos.
—La fiesta de este año será espectacular —comentó. —Será en el departamento de James, así que puedes quedarte a dormir si quieres. Porque irás, ¿cierto?
Rose enrojeció. Por supuesto, Albus hablaba sobre su propia fiesta de cumpleaños, aquella que el año anterior había tenido lugar en la casa de los tíos de Rose. Pero este año James se había mudado y planeaba festejar la bienvenida a su nuevo hogar dando una fiesta de cumpleaños de su hermano menor. De todos los detalles sobre su situación, uno de los que Rose se había guardado para sí misma era ese. Durante aquella fiesta, hacía un año, había quedado embarazada.
Ahí había comenzado todo.
Incluso cuando Al pretendía distraer su mente, ella no logró evitar que sus recuerdos viajaran allá.
—Eso sólo si mis padres lo permiten, Al —suspiró. Frunciendo el entrecejo, agregó: —papá se niega a dejarme salir sola a ningún lado. Y mamá parece que se ha propuesto ser mi acompañante durante todo el verano.
Su primo hizo un puchero.
—No te negarán el festejo del nacimiento de tu primo favorito, ¿o sí?
—Tal vez no —coincidió ella. —Pero estoy segura de que estarán demasiado alerta. Después de todo, saben que Scor y tú son los mejores amigos. Y ellos…
Albus exhaló.
—Siguen sin aprobarlo, ¿cierto? —cuando vio los ojos de Rose, cristalinos, decidió que era momento de hablar acerca de algo que habían evitado durante un tiempo. Tocó su brazo, incitándola a levantarse de su asiento. —Ven conmigo, vamos afuera.
Los dos se levantaron, dejando los platos de la comida vacíos en el fregador antes de ir al jardín. Mientras salían por la puerta, ella sintió la mirada pesada de su padre siguiéndola.
—Sé que hemos evitado hablar de esto, pero es importante. ¿Qué piensas hacer cuando terminemos Hogwarts, Rose?
Antes, mucho antes, ella había tenido claro su mundo, su vida y destino. Incluso cuando su relación con Scorpius Malfoy era un secreto, Rose se planteaba su futuro con él. Había pensado que cada uno rentaría su propio departamento una vez fuera de Hogwarts, mientras trabajaban para llegar a aquellos puestos que aspiraban. Scorpius había heredado el don de su padre para las pociones, lo cual lo capacitaba para obtener un puesto en uno de los departamentos más prestigiosos y exclusivos del Ministerio de Magia, donde podría explorar su capacidad para inventar y examinar nuevos componentes. Y Rose era brillante con el lenguaje, por lo cual podría llegar a ser una brillante editora. Aquello, por supuesto, había sido antes de Antares. Ahora se preguntaba qué debían hacer. La casa de sus padres no se sentía como su casa del todo, y se preguntaba si alguna vez la querrían volver a ver si decidía casarse y vivir con Scorpius.
Se preguntaba si ellos, alguna vez, volverían a aventurarse por aquel camino de convertirse en padres. Si después de Hogwarts existía la posibilidad…
Y Rose se halló a sí misma deseando, con su corazón expuesto, sostener a su bebé entre sus brazos. Sólo que algo cambió esta vez. No sabía si era Antares aquel a quien anhelaba.
—La verdad es que no lo sé, Al. Todo parece demasiado difuso ahora. Aún tenemos un año en Hogwarts, ¿cierto? Espero resolverlo para entonces.
—Pero él está en esos planes, ¿verdad? —preguntó su primo.
—Tal vez es lo más certero de todo lo que hay en esos planes —respondió Rose.
Antes de irse, aquella noche, la tía Ginny se acercó a Rose para despedirse. Al contrario que lo que esperaba, ella le proporcionó un abrazo fuerte y cálido y una sonrisa segura.
—He hablado con tus padres para que te dejen visitarnos pronto —le contó. Y luego, de repente parecía ligeramente insegura sobre cómo decir algo. —Creo que no hemos tenido oportunidad de decir lo siento por lo que pasó el año pasado, Rose. Siempre que lo requieras, tu tío y yo estaremos dispuestos a escuchar, ¿de acuerdo?
Rose, sorprendida, no supo qué decir. Asintió con la cabeza y devolvió el abrazo a su tía. Vio a Albus sonreírle. Y cuando regresó a casa, a su habitación de hija imperfecta, no se sintió tan sola.
Cuando llegó el día de la fiesta de cumpleaños de Albus, Hermione llevó a Rose y a Hugo hasta el camino boscoso que llevaba a los departamentos donde vivía James. Al contrario de lo que habían pensado, había elegido vivir en un condominio exclusivo de brujas y magos, y parecía que su sueldo como jugador de quidditch profesional era suficiente para darle una vida hasta cierto punto lujosa. Incluso Hermione, que era ministro de magia, pareció cautivada con la zona residencial donde ahora vivía su sobrino.
—Papá vendrá a recogerlos a las doce, ¿de acuerdo? —les dijo a sus hijos. Y mientras Hugo se bajaba del auto (habrían podido aparecerse, pero Hermione insistía en mezclar aspectos de la vida muggle y la vida mágica siempre que pudiesen), la madre de Rose le dio una mirada severa, que suavizó enseguida. —Rose, no hace falta que te recuerde que seas cuidadosa y prudente, ¿verdad?
Parecía que aquella petición tenía algún significado oculto, uno que la hizo sonrojarse. Por supuesto, su corazón latía con demasiada fuerza ya en ese momento, pues en el jardín del condominio de su primo podía distinguir ya una figura alta, rubia y conocida junto a su primo Albus. Hermione sonaba preocupada, alerta, e hizo sentir a Rose como una joven descarriada que ocasionaba preocupaciones a sus padres.
Luchando entre el latido encarrerado de su corazón, y la fachada prudente que sabía que debía adoptar, asintió.
—Lo seré, mamá.
Hermione se fue un par de minutos después. Cuando Rose pudo abrazar su novio al fin, su corazón parecía estar a punto de salir de su pecho. El cuerpo se le encendió al contacto con la piel de él. Scorpius la sostenía como si fuera lo más valioso del mundo, por primera vez en una fiesta pública, con sus primos mirando, con los demás invitados viendo.
Por supuesto, los padres de Rose habían prohibido tajantemente que ella y su hermano se quedaran a dormir donde sabían que estaría él. Y sin embargo, ella sabía que durante esa fiesta, más temprano que tarde ella acabaría jadeando entre sus brazos.
