Aviso: Tercera parte del fic Life Unexpected.


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2. De regreso en Londres

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Durante sus años como estudiante, Regulus Black nunca visitó la oficina del director.

Escuchó todo sobre ella de la boca de varios de sus compañeros, sobre todo en los últimos años, cuando miembros de su casa empezaron a involucrarse en situaciones más escabrosas y no travesuras inocentes. Incluso en esa época, cuando él mismo estaba empezando a interesarse por la magia negra, tuvo la astucia de mantenerse fuera del radar de sus profesores. Siempre fue una persona prudente, que veía la capacidad para pasar desapercibido como una valiosa arma para lograr sus objetivos. Era otra de las infinitas diferencias que guardaba con su hermano, quien, por cierto, debía tener una especie de récord en lo que paseos por el despacho de Dumbledore se trataba.

Resultaba irónico, sin duda alguna, que la vida lo hubiese llevado tantas veces a ese lugar ahora que era un adulto.

—Parece que la consideración es algo imposible de obtener estos días. Dumbledore siempre tiene algo que pedir en las horas menos adecuadas —seguía quejándose la voz del retrato de su tatara tatara abuelo, Phineas Nigellus—. ¿Qué se ha creído? ¿Que somos sirvientes puestos a su disposición? En ese caso…

—Gracias por informarme, Phineas —le repitió Regulus, filtrando la exasperación en su voz, mientras terminaba de arreglarse—. Por favor, dile a Dumbledore que estaré ahí en unos minutos.

Sus quejidos continuaron durante un par de segundos, sin negarse, pero tampoco confirmando que lo haría. Debía apresurarse para que el director no pensara que no había recibido el recado.

Bajó hacia el primer piso, reparando, no por primera vez, el absoluto silencio que se respiraba esa noche en la casa. Las personas todavía iban y venían con frecuencia —después de todo, seguía siendo el cuartel de la Orden—, pero la diferencia entre ese verano y el anterior estaba resultaba imposible de ignorar para él. Ya no había nadie quedándose allí, ni los chicos Weasley, Lupin o los Potter. Sirius tampoco lo hacía. Desde su reconciliación con Mar, no había pasado una sola noche allí. Con Regulus haciendo de dueño no oficial, ya no era necesaria su presencia.

Eso le había bastado para regresar a su vida normal, a la que había escogido hacía tantos años. Separado de él.

Kreacher estaba contento por la renovada soledad, cosa que se notaba en su buen humor, y él compartía su dicha. Algo. No tanto como hubiera esperado, si tenía que ser honesto. Tal vez se había acostumbrado un poco al constante alboroto que implicaba tener adolescentes corriendo de un lado a otro, metiéndose en problemas con sus padres y a un drama nuevo de su hermano con su novia cada día.

Eran cosas que habían hecho a Grimmauld Place un lugar diferente a la casa en la que había crecido. Las paredes de papel tapiz oscuro se habían vuelto cálidas, y el aire una vez pesado era más fácil de respirar.

Caminó rápido junto al retrato de su madre, tratando de ignorar las punzadas de culpa en su espalda. Sabía, en una forma racional, que no había forma de que ella supiera que a veces consentía esos pensamientos. O que había luchado junto a la Orden del Fénix tres semanas atrás.

Eso no desaparecía la sensación de sus ojos cargados de ira siguiéndolo en cada esquina.

Cogió los polvos Flu, se metió a la chimenea y dio la dirección con firmeza. A esas alturas, estaba tan acostumbrado al viaje que ya se le hacía rápido, sin mayores contratiempos. Supo que estaba a punto de llegar cuando empezó a escuchar voces conocidas.

—Supongo que no tengo que decirte lo absurdamente inconsciente que fue usar un anillo como este sin antes consultarme que…

—No voy a negar que me merezco tu reprimenda, Severus, pero me temo que tendrá que esperar. Tenemos compañía. —Reconoció la voz de Albus Dumbledore de inmediato, quien estaba sentado detrás de su escritorio cuando él salió de la chimenea. Lo recibió con una sonrisa amable—. Regulus, qué placer recibirte por aquí de nuevo.

—Buenas noches —dijo él, mirando a Snape como única forma de reconocimiento a su presencia. No lo odiaba, pero tampoco eran particularmente unidos. Nunca lo habían sido—. Lamento interrumpir. Phineas me informó que había pedido verme.

—Hace unas horas, sí, pero sabemos que conceder favores no es de sus tareas favoritas —reconoció Dumbledore, con un brillo de diversión en sus ojos azules—. No te preocupes. De cualquier forma, Severus ya…

—¿Se encuentra bien?

Regulus no acostumbraba a interrumpir a las personas cuando hablaban, pero no pudo contener el impulso cuando se fijó en el aspecto que tenía la mano derecha del director. Tuvo que parpadear varias veces para confirmar que no lo estaba imaginando. No lo hacía. Sus dedos, hasta casi alcanzar la muñeca, lucían negros, marchitos y chamuscados. Parecía una terrible quemada, la peor que había visto en su vida.

Dumbledore le echó un vistazo, sin compartir su sentido de la urgencia.

—Una pequeña imprudencia de mi parte. De hecho, es la razón por la que te pedí venir esta noche —le explicó, sin entrar en detalles. Desvió su atención hacia el otro hombre para decir, a modo de despedida—: Severus, gracias por la poción. Definitivamente está ayudando.

Snape no pareció muy contento con ser despachado de la oficina, pero no puso objeción alguna. Recogió una copa dorada del escritorio antes de dirigirse a la escaleras de caracol que lo guiaban de regreso a Hogwarts.

—No voy a retenerte mucho tiempo, Regulus. Es tarde y la medicina que me he tomado me vencerá en cualquier momento —dijo el director, retomando la conversación una vez estuvieron solos—. Quería comunicarte que la idea que tuviste sobre el lugar para buscar los horrocruxes de Voldemort resultó exitosa, afortunadamente.

En ese momento, hizo un gesto con la mano sana hacia el escritorio, en dónde Regulus notó por primera vez un anillo de oro con una piedra negra en el centro. Se le erizó la piel al comprender, de pronto, las palabras que había escuchado de Snape.

No hizo falta que preguntara para saber de qué se trataba.

—No sabía que había regresado a la casa de los Riddle —respondió él, sin ocultar su sorpresa.

—Fue muy cerca, de hecho. Tuve la idea de volver luego de una de nuestras excursiones —explicó el hombre, dedicándole una mirada que pareció de agradecimiento—. Y dio sus frutos.

—¿Le importa? —preguntó Regulus, haciendo un ademán hacia el anillo—. Tal vez haya algo que pueda ayudarnos.

—Desde luego, pero me parece que no hay mucho más que saber. Tanto Severus como yo lo inspeccionamos a fondo.

Si le resultó decepcionante saber que Dumbledore había acudido a Snape antes que a él —la persona cuya información era la única razón por la que sabían sobre los horrocruxes—, no lo demostró.

Regulus no era ajeno a ser la segunda opción. Después de todo, era el hijo menor, el repuesto en caso de que a Sirius le ocurriera algo que le impidiera cumplir con sus labores de heredero. Sus padres no lo habían considerado de valía antes de que se marchara, y su hermano había sido muy rápido al dejarle saber que había otras personas más calificadas para ocupar su puesto.

No creía que fuera ese el caso, pero ser reemplazado tampoco era algo que desconociera.

—No debió haberlo usado. Es magia negra extremadamente peligrosa que podría resultar mortífera —le comentó, a pesar de que ya debía saberlo. Ignoró el escalofrīo que le recorrió la espalda ante sus propias palabras y se atrevió a preguntar—: ¿Está seguro de que se encuentra bien?

—No negaré que pequé de arrogante al pensar que no tendría ningún efecto. Entenderás que, cuando se llega a mi edad, la toma de decisiones empieza a flaquear. —El hombre ensanchó su sonrisa, como si se burlara de sí mismo, sin embargo, sus ojos parecían más fríos que un segundo atrás—. Me conmueve tu preocupación, Regulus. No eres tan distinto a tu hermano como crees.

No pudo contener el respingo de sorpresa ante el inesperado comentario. Jamás le habían dicho eso, no para resaltar algo que no fueran sus obvio rasgos físicos. De hecho, durante años, lo contrario había sido el mayor halago dentro de su casa.

Decidió no darle mayor importancia.

—Tuviste razón al creer que Voldemort utilizaría algo que tuviera valor para él —continuó Dumbledore, observando el objeto sobre su escritorio—. Este anillo es una reliquia que estuvo en su familia durante generaciones.

Regulus se regodeó en la satisfacción de haber acertado en su teoría. Conocer el origen del guardapelo había ayudado, claro, pero su propia historia también lo había llevado a esa conclusión.

Había crecido con la idea de que los objetos heredados eran lo más valioso que podía existir dentro de una familia. No las personas ni los afectos, sino algo con lo que pudieran demostrar su valía, lo lejos que llegaba su estirpe.

Lo cerca que un día había estado al Señor Tenebroso le dejaba saber que también valoraba ese tipo de simbolismo.

—Al menos estamos yendo en la dirección correcta —señaló, aunque no pudo contener la mueca de disgusto—. El problema sigue siendo saber cuántos horrocruxes creó con exactitud. No tenemos tiempo de sombra.

—Me parece que he encontrado una forma de averiguarlo. Necesito unos días para poner en marcha ese plan.

No dio indicio de querer darle detalles, así que Regulus no preguntó.

Antes de continuar, el director movió su varita para atraer, de algún lugar de la oficina, una caja negra de la que extrajo dos artículos más. Eran el guardapelo que el Señor Tenebroso le había dado a Regulus para destruir, y el diario que Peter Pettigrew había recuperado de la Mansión Malfoy.

—Ahora, lo importante es que tenemos tres. Solo necesitamos deshacernos de ellos —concluyó Dumbledore, adquiriendo una expresión más severa para decir—: Y es una tarea que voy a confiarte.

Regulus asintió con firmeza, listo para aceptar esa labor con la responsabilidad que ameritaba.

Todavía tenía un trabajo que cumplir.

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Cerca de Grimmauld Place, había un pequeño parque infantil al que Mar insistía en llevar a Ophelia cada vez que tenía la oportunidad.

A Sirius le daba repelús, como todo lo que quedaba a los alrededores de su antigua casa familiar, en especial porque siempre estaba repleto de niños. Que le gustara estar con su hija no significaba que disfrutara rodearse de los niños de los demás, cosa que había explicado en varias oportunidades, recibiendo como respuesta una acusación de sociópata por parte de Lily, y carcajadas de James. Mar lo había ignorado, como era su costumbre, y los había obligado a seguir asistiendo al menos una vez a la semana.

En verdad, obligar no era la palabra correcta, porque eso habría implicado resistencia de su parte, cosa que no pasaba. Ya no tenía energías para eso.

Su rechazo por ese lugar era tal que nunca hubiera esperado que dejar de asistir provocara en él cualquier sentimiento que no fuera júbilo. Claro que era difícil sentir algo positivo cuando cada decisión que tomaban últimamente estaba forzada por fuerzas que día a día los arrinconaban más a un laberinto sin salida.

El lugar estaba casi vacío en esa ocasión, a pesar de ser una tarde de inicios de verano. Sirius sabía, porque lo había vivido una vez, que aunque no pudieran ponerle un nombre a lo que ocurría, los muggles también percibían la pesadez del aire, la amenaza del peligro acechando desde las esquinas. Nadie podía escapar de la oscuridad.

Echó un vistazo a su alrededor con disimulo, vigilando cada posible espacio de ataque, organizando planes de escape en su mente. Sus costillas magulladas empezaron a palpitar de dolor, al igual que su pierna todavía vendada. Tener todo el cuerpo en tensión no ayudaba a su recuperación, pero le importaba una mierda.

Necesitaba saber que estaban a salvo. Que ellas lo estaban.

—Marlene —la llamó, apenas conteniendo un gruñido de estrés—. ¿Puedes apresurar lo que sea que…?

—Bien, cielo, ahora quiero que sonrías mucho y te rías muy alto —le estaba indicando ella a su hija, acomodándola en uno de los columpios—. Hazlo mirando a papá, ¿sí? Míralo a él.

La niña la obedeció, fijando sus ojos en él antes de apuntarlo con su minúsculo dedo, echándose a reír como su madre le había indicado. Sirius tragó saliva y se las arregló para sonreírle de regreso, sin permitir que su expresión reflejara la marea de sentimientos en su interior.

Se tomó unos segundos para observarla, los dos dientes que habían aparecido en sus encías inferiores, el pelo cada vez más rubio y largo. Reconocía quién era él, quién era Mar y la mayoría de los adultos a su alrededor. Cada vez quedaba menos de la recién nacida que lo hacía temblar de terror, a pesar de apenas poder levantar la cabeza.

Ophelia ya no era solo una bebé o su bebé, sino una niña que día a día se convertía más en su propia persona, con un carácter único, gustos y disgustos particulares, y una forma de ser que ellos todavía estaban descubriendo. Era fascinante de ver, pero también aterrador.

Sirius seguía intentando acostumbrarse a sentirse de esa forma, a estar preocupado y angustiado cada maldito segundo que no estaba junto a ella. Y también cuando sí estaba.

Porque el tiempo seguía corriendo. No importaba que estuvieran en el inicio de una guerra que amenazaba con destruir todo, no importaba que la oscuridad se escabullera entre las rendijas de las puertas para alcanzarlos. Los días de igual forma llegaban y se iban, Ophelia alcanzaba un nuevo centímetro y caminaba con más estabilidad. Seguía creciendo, cambiando, haciéndoles más difícil la tarea de protegerla.

Siempre había odiado la idea de envejecer. Era muy egocéntrico, muy rebelde y desafiante como para entregarse tan fácil a la decadencia de la vida humana, sin mencionar que se negaba a enfrentar su propia vulnerabilidad. Ya no se trataba de eso. Ahora, negociaba con el tiempo para mantener a su hija así como estaba en ese momento, en una forma en la que él pudiera tenerla a salvo.

O que le diera tregua hasta que construyeran un mundo en el que pudiera crecer sin peligro.

—¿La tomaste?

—¿Cómo dices? —preguntó él, saliendo de sus pensamientos.

—Que si la tomaste —insistió Mar, subiendo una ceja—. La fotografía.

Bajó la mirada hacia sus manos que sostenían la cámara muggle que ella le había dado esa mañana antes de salir del apartamento. De pronto, recordó por qué estaban ahí en primer lugar.

—Ah… No, no lo hice. —Se aclaró la garganta—. Me distraje.

—Vaya sorpresa. —Mar puso los ojos en blanco antes de preguntar con ironía—: ¿Con qué? ¿Algún juego en particular que te llame la atención?

—No, es que… —No iba a explicarle su línea de pensamientos allí, frente a ese montón de mocosos. Se limitó a esbozar una sonrisa socarrona—. El culo se te ve increíble en esos jeans. ¿Son nuevos?

—Cállate. Hay niños —le cortó ella, en un infructuoso intento por sonar severa—. Tómala para poder irnos, ¿de acuerdo? Creo que está por llover.

—No serán niños toda la vida, Mar. Tienen que saber cómo identificar un buen culo cuando lo ven.

Le lanzó un insulto que él no tomó en cuenta, echándose a reír de nuevo. Un intercambio común para ellos, tan viejo como su misma relación. Sirius se obligó a refugiarse en la familiaridad, en el instante cotidiano en medio del desastre. Era lo que habían estado intentando esas últimas semanas: aferrarse a los últimos rastros de su vida antes de la guerra.

Hacía mucho que había estado esperando el momento de decirle adiós a su falsa sensación de seguridad. Los eventos en el Ministerio apresuraron esa despedida, empujándolos de bruces al punto en el que estaban ahora. Era la razón por la que Mar lo arrastró a allí ese día, para capturar a su hija en un contexto al que no regresaría hasta que fuera seguro. Ninguno de los dos tenía idea de cuándo sería eso.

Enfocado en su tarea, empezó a tomar las fotografías. Muchas, todas las que la cámara le permitió. No solo a la niña, sino a Mar también, a ambas juntas y a cada una por separado. Las quería para sí mismo, para no volver a perder el Norte de lo que realmente importaba. Para capturar en una imagen lo que se había convertido en su mundo entero.

No se demoraron mucho, recordando que no tenían ese privilegio, y agradeció por enésima vez el poder regresar a casa con ellas. No había dormido prácticamente nada desde que había salido el hospital, menos desde que James y Lily se habían marchado con Harry de vacaciones, pero al menos saberlas a ellas bajo su mismo techo le impedía perder la cabeza.

Se aparecieron cerca del Caldero Chorreante para entrar por allí al Callejón Diagon. Lo hicieron de forma rápida, sin detenerse a hablar con nadie. Cada vez era más difícil saber en quién podía confiar, y a Sirius ya le daban suficiente repelús pasearse por allí sin la paranoia de estar saludando a un posible mortífago.

El Callejón que hasta hacía poco había rebozado de vida y color se convertía poco a poco en una postal lúgubre. Tiendas cerradas, carteles de desaparecidos y anuncios del Ministerio pidiendo información que no iban a obtener. El único punto de luz era la tienda de bromas de los gemelos, que seguía atrayendo clientes, para su gran satisfacción. Hizo una nota mental de pasarse al día siguiente.

No pudo respirar tranquilo hasta que estuvo adentro del apartamento, aunque ni siquiera eso lograba desaparecer por completo la sensación de incertidumbre que lo acosaba.

Decidió, no por primera vez en el día, que tenía que hablar con Mar.

—¿Ya se durmió? —le preguntó él, un par de horas más tarde cuando la escuchó entrar a la cocina.

—Más rápido de lo que esperaba. Creo que finalmente está apegándose a una rutina de sueño.

—respondió Mar, tomando asiento en la barra del desayuno—. ¿Qué vamos a cenar?

—Lo mismo de ayer. —Movió la varita para poner acercar dos platos y llenarlos con la comida que acababa de calentar—. Quedó suficiente para ambos.

—Qué alivio que Lily regresa en dos días. —Suspiró ella con añoranza, cogiendo el tenedor para empezar a comer—. Estoy cansada de cenar sobras del día anterior.

—Ey, eso no es muy amable —se quejó Sirius, frunciendo el ceño, ofendido—. Soy un excelente cocinero que se ha esforzado por mantenerte alimentada, pero gracias por lo que me toca.

—No voy a sentirme mal. No cuando te quejas cada cinco minutos por la ausencia de James y de Remus —se burló ella, subiendo una ceja.

—Hoy no me he quejado —masculló él de mala gana.

Giró la cabeza hacia el calendario sobre la pared, sintiendo un vacío en el estómago al ver la posición de la luna llena ese mes. Dos semanas, casi en el cumpleaños de Harry.

Gruñó por lo bajo, luchando contra la mezcla de ira y preocupación en su estómago. El idiota de Remus todavía no respondía su última carta, pero estaba demente si pensaba que no iba a buscarlo en dónde fuera que estuviera para arrastrar su culo de regreso a casa.

—Hay mucho que hacer. Es más sencillo cuando tenemos a alguien más que cuide a Ophelia. —dijo Mar, antes de agregar con un tono de tristeza—: Andrómeda volvió a escribir. Le diré que no hemos cambiado de opinión.

—No, no lo hemos hecho —confirmó Sirius con amargura.

No lo hacía feliz negarle a su prima la posibilidad de cuidar a la niña, no después de que le hubiera cogido tanto cariño durante el último año. Sin embargo, Mar y él ya lo habían discutido. Era muy riesgoso, para Ophelia, por supuesto, pero también para Andrómeda. Con la maldita de Bellatrix suelta, tenerlas juntas era un imán para el desastre.

Era uno de los muchos cambios que tenían que hacer, aun cuando doliera como la mierda.

Siguieron comiendo mientras conversaban sobre otros temas. Al menos, ella lo hizo. Sirius la escuchaba a medias, terminando de macerar la idea a la que llevaba días dándole vueltas.

—Tal vez Tonks pueda quedarse con ella mañana, ¿qué piensas? —le preguntó Mar cuando terminaron de cenar, recogiendo los platos—. Puedo pedirle que venga aquí. Estoy segura de que necesita la distracción.

—Claro —murmuró Sirius, mirando a la nada de forma distraída—. Como quieras.

—O podemos dejarla en Grimmauld Place con Regulus, aprovechando que ya casi no huye cuando la tiene cerca, ¿tú qué opinas?

—Sí, eso… —Calló de golpe cuando su cerebro registró lo que acababa de decir. Se giró hacia ella tan rápido que se lastimó el cuello—. Espera, ¡¿qué?! ¿Te volviste loca? ¿Cómo demonios la vamos a dejar con…?

—Ah, entonces sí me estás escuchando. —Mar se puso los puños en las caderas y entrecerró los ojos—. Tu falta de respuesta durante los últimos diez minutos me hizo dudar.

—La próxima vez lánzame una maldición. No me causes un aneurisma diciendo disparates —dijo él, chasqueando la lengua.

Mar puso los ojos en blanco y, dejando los platos para lavar después, volvió a tomar asiento a su lado.

—¿Vas a decirme qué ocurre o tendré que convencerte usando mi cuerpo? —bromeó ella para bajar la tensión, sujetándose los pechos de una forma absurda que lo hizo reír.

—Podemos hacer ambas, no veo qué nos detiene. —Sirius le siguió el juego un segundo antes de soltar un suspiro. No tenía sentido seguir retrasando lo inevitable—. Hay algo que quiero hablar contigo.

—Eso es obvio. —Mar se puso seria y ladeo la cabeza, observándolo con atención—. ¿Todo en orden?

—Ya nada está en orden, Mar. Es más o menos el punto —dijo él entre dientes. Dejó correr unos segundos antes de volver a hablar—. Creo que deberíamos mudarnos.

—¿Qué? —Ella dio un respingo, agrandando los ojos. Era obvio que no se lo esperaba—. ¿Mudarnos de aquí?

Sirius asintió con firmeza, sin una pizca de diversión o burla en su rostro. Necesitaba que entendiera lo serio que estaba hablando.

—Lo he pensado desde que inició el verano, y la verdad es que no confío en que esté lugar siga siendo lo suficientemente seguro. Hace un año estaba bien, pero ahora… —Chasqueó la lengua al sentir el agujero que se abría en su estómago. Pensar en las diferencias entre el pasado y el ahora lo ponía enfermo—. Me parece que tenemos que buscar algo mejor.

—¿Qué te hace creer que no es seguro? —preguntó Mar, poniéndose a la defensiva, justo como él había esperado—. Le pusimos todos los hechizos protectores que existen. La chimenea está bloqueada y desconectada de la Red Flu, nadie puede aparecerse, la puerta solo la podemos abrir nosotros o James…

—Estamos en el corazón del Callejón Diagon, Mar. A minutos caminando del Ministerio —señaló él, poniendo en práctica su recién estrenada paciencia—. A estas alturas dudo mucho que exista un maldito mortífago que no sepa donde vivimos.

—Saben donde vivimos todos, Sirius —replicó ella, sonriendo con amargura—. Y que nos vayamos de aquí no va a cambiar eso. Despistarlos es imposible, lo sabes tan bien como yo, ya… Ya lo vivimos la primera vez.

—También vivimos el ver este lugar convertido en un puto cementerio —le recordó con más crudeza de lo que hubiera querido. La expresión de Mar se oscureció, y se odió por ello, pero necesitaba que lo escuchara—. La mayoría de los negocios están cerrando. Nadie quiere estar aquí porque todos recordamos lo que pasó, y sabemos lo que está a punto de pasar. Es cuestión de tiempo para que lancen un ataque en esta zona, y una vez que lo hagan, será solo el primero de muchos.

—Pero…

Ella boqueó varias veces antes de apretar los labios con fuerza. Echó un vistazo a su alrededor, dejando que la nostalgia se adueñara de su expresión.

—¿Qué? No sabía que le tenías tanto cariño a este chiquero —soltó Sirius, harto de soportar el silencio—. Creí que todavía me resentías por haberte hecho mudarte de tu adorado apartamento.

—Nunca dije que no lo hiciera —murmuró Mar, suspirando antes de regresar la mirada hacia él—. Comprendo lo que dices, pero…Pasé la mayor parte del embarazo aquí, Sirius. Fue a donde trajimos a Ophi luego del hospital, es dónde ha vivido siempre, yo… —Dejó caer la mirada y torció la boca en una mueca amarga—. Supongo que le tomé cariño.

—También fue el lugar dónde me mandaste a la mierda por ser el peor padre del mundo —masculló Sirius, subiendo las cejas con ironía—. A mí no me molestaría empezar de cero.

—Nunca dije que fueras el peor padre del mundo.

—Pues debiste hacerlo. —Él apoyó los codos sobre la mesa, estirando una mano para coger la de ella—. No será para siempre, Mar. Es nada más una solución temporal mientras… Mientras esto pasa. Regresaremos cuando haya acabado.

Dejaron que la promesa flotara entre ambos, reluciente de esperanza, de la perspectiva del futuro, haciendo caso omiso a que también cargaba con una realidad que ninguno de los dos estaba listo para enfrentar. No aun.

Todavía había tiempo de ganar.

—Ya, está bien. Supongo que tienes razón, pero que no se te suba a la cabeza —le advirtió al ver su expresión triunfante—. Podemos empezar a buscar mañana.

—Está resuelto. —Sirius buscó en el bolsillo de su pantalón para sacar el anuncio que había recortado de El Profeta—. En el edificio de Remus hay un apartamento disponible, un piso arriba del suyo. Tiene dos habitaciones, que sé que no es gran cosa, pero para nosotros tres me parece que servirá.

—De verdad estuviste pensando en esto —dijo Mar, agrandando los ojos con impresión.

—¿Crees que te conozco desde ayer? Tenía que venir preparado o ibas a encontrar la forma de llevarme la contraria —explicó él, poniendo los ojos en blanco.

—Me haces sonar como una cabeza dura.

—Estaba pensando en irracional e imposible de tratar, pero eso también sirve. —Mar le dedicó una mirada hostil que él ignoró. Luego agregó, imposiblemente serio—: Necesito poder estar tranquilo en las noches que no esté con ustedes.

—Yo puedo cuidar de nosotras —replicó ella, levantando la barbilla.

—Amelia Bones fue asesinada en su hogar hace menos de una semana, Marlene. Disculpa si esto que te estoy pidiendo es lo único que puede impedir que pierda por completo la cabeza.

La observó estremecerse, incapaz de contener el horror que manchó su expresión. Sirius, por su parte, sintió que sus venas se llenaban de hielo.

Había sido un infierno. Recibir la noticia, asistir al lugar aun sabiendo que no podrían hacer nada, informar al Ministerio para recibir ninguna respuesta satisfactoria. La peor reunión de la Orden que habían tenido hasta el momento, con el aire contaminado por el miedo y las preguntas que nadie se atrevía a hacer.

Recordaba haber discutido con Mar, quién insistió en que no valía la pena escribirles a James y a Lily. ¿Qué sentido tenía? Arruinar sus vacaciones cuando no había nada que pudieran hacer.

La muerte de Amelia Bones era un mensaje, uno clarísimo para cualquiera que quisiera aceptarlo. Y Sirius sabía, tan bien como Mar, que cualquiera podía ser el siguiente.

Soltó un suspiro, resignada y estiró la mano para coger el anuncio, examinándolo en silencio.

—James se sentirá muy lastimado cuando sepa que escogiste estar cerca de Remus en vez de mudarnos con ellos.

Dejó salir una bocanada de aire que no sabía que había estado conteniendo. Aliviado, agradecido. Enfadado por tener que obligarla a hacer algo que no quería.

—Bueno, a mí me lastimó que se fuera a Grecia una puta semana y no me llevara con él. Estamos atravesando una etapa difícil en nuestra relación, por favor trátalo con delicadeza.

Mar rió por lo bajo y se puso de pie, enredando los dedos en su nuca a la vez que se inclinaba sobre él. Sirius recibió el beso con gusto, sujetándola por la cintura para sostenerla contra él durante un segundo.

Era la única forma de no preocuparse por ella. Tenerla así, a su lado. Entre sus brazos.

—Vamos a estar bien —murmuró ella sobre sus labios, sonriéndole—. Las dos lo estaremos.

Sirius asintió antes de retomar el beso. Él ya lo sabía. No necesitaba que se lo jurara.

Se encargaría de quemar con sus propias manos hasta el rincón más lejano del mundo si no era así.

—Es tarde —le dijo ella, tomándolo de la mano antes de dedicarle una sonrisa llena de picardía—. ¿Me acompañas a disfrutar de los últimos momentos con nuestra ducha?

—Mar, si algún día digo que no a esa pregunta, arrójame en Azkaban, tira la llave y nunca me dejes salir.

Volvió a reírse, a lo que Sirius esbozó una sonrisa amplia. Era su sonido favorito en el mundo. Uno de ellos, al menos. Los otros pensaba arrancárselos en unos minutos.

Se metieron al baño sin dejar de besarse, acariciando cualquier trozo de piel con el que el otro pudiera hacerse. Volver a caminar y poder hacer esfuerzo era un alivio, porque necesitaba esas noches, esos momentos en los que unía su cuerpo al de ella y, en medio del placer, se permitía recordar que estaban bien.

La oscuridad no los devoraba todavía.

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La señora Mildred Griffin era una bruja simpática que había sido amiga de su madre desde que Hannah tenía memoria. Vivía en su mismo vecindario, a unas cuadras de ella, junto a su marido y dos gatos que la chica había ayudado a engordar a base de leche y golosinas. Su casa siempre le había parecido acogedora en las ocasiones que la había visitado con su madre, bastante a menudo, de hecho. Lo familiarizada que se sentía con el lugar había resultado una fortuna durante las dos tardes a la semana que había pasado allí desde el inicio del verano.

Porque la señora Griffin también era terapeuta. Y después del año que había tenido, Hannah necesitaba uno desesperadamente.

—¿Alguna vez les ha dado zanahorias? A Crookshanks, el gato de mi amiga Hermione, le encantan —preguntó la chica, acariciando la oreja de la bola de pelo que se restregaba contra su pierna—. Son muy buenas para ellos. Les deja el pelo más brillante y los ayuda con la vista también.

—Nunca las han probado, de hecho —respondió Mildred, sentada en el sillón frente a ella, sonriendo de forma cortés—. Lo tomaré en cuenta para su dieta.

—¡Puedo traerles la próxima vez que venga! No es que sea difícil comprar zanahorias, solo me gustaría…

—Hannah, me alegra que te lleves también con mis gatos. Ellos también te quieren mucho —la interrumpió la mujer, subiendo la cejas al agregar con suavidad—: Pero, tal vez, deberíamos empezar con la sesión, ¿no te parece?

—Ah, sí. Claro —murmuró la chica, sonrojándose. Había esperado que su intento por retrasar el momento pasara desapercibido—. Lo siento. Me dejé llevar.

—Lo comprendo, solo prefiero no retenerte hasta que anochezca. —La señora Griffins miró hacia la ventana de su consultorio, revisando el cielo por encima de sus gafas—. Es mejor que no andes por ahí tú sola.

Hannah la imitó, sintiendo un escalofrío al ver las nubes grises que se acentuaban en el firmamento. El verano ya había iniciado, no había razón para que estuviera anocheciendo tan pronto.

Al menos, no una razón que el mundo mágico pudiera compartir con el resto de la población.

Tragó saliva y, por inercia, se acarició la cicatriz que le había quedado en la sien, ahora completamente curada. No recordaba cómo se la había hecho, si por caerse mientras intentaban huir de los mortífagos o por alguna de las explosiones de las que apenas había podido protegerse en medio de la batalla. El ardor fantasma aparecía cada vez que intentaba recordarlo, cuando pensaba en las historias que seguían apareciendo en el periódico, y cómo se volvían más macabras a medida que pasaban los días.

Sí, ella también prefería no regresar sin compañía una vez se hiciera de noche.

—Entonces, ¿cómo estuvo tu fin de semana? —preguntó la mujer, regresando su atención a ella.

—Pudo ir mejor —murmuró Hannah, ojeando con desconfianza la pluma que flotaba junto a la cabeza de la terapeuta, anotando sus comentarios. Suspiró profundamente antes de decir—: Tuve otra discusión con mis padres.

—¿Sobre el mismo tema?

Ella asintió, mordiéndose el labio inferior con angustia.

No recordaba haber vivido una situación tan tensa en su hogar como la que estaba experimentando durante esas últimas semanas. Sus padres se habían puesto histéricos luego de enterarse lo que había pasado, como era de esperarse, y desde entonces su estado de paranoia era uno imposible de combatir.

Las discusiones que no parecían llegar a algún lado estaban empeorando la de por sí débil fortaleza mental de la chica. No quería discutir con ellos, tampoco estaba acostumbrada a desobedecer, pero lo que pedían era inviable.

No había forma de que la hicieran ceder.

—Yo solo… No puedo no regresar a Hogwarts este año —explicó Hannah, aunque ya habían tocado ese asunto varias veces y su posición seguía sin cambiar—. ¡Es absurdo! Eso no va a ocurrir. No hay forma de que acceda a eso.

—Estoy segura de que entiendes por qué les preocupa que lo hagas. Las cosas no están mejorando por aquí…

—Por eso no debería quedarme —insistió ella, sin poder evitar sonar exasperada—. Voy a estar a salvo en el colegio. Sigue siendo el lugar más seguro de todo el mundo mágico.

—Estuviste allí el año pasado y terminaste poniendo en riesgo tu vida hace menos de un mes —le recordó la mujer, ladeando la cabeza—. Al menos, así es como lo ven tus padres.

Si lo ponía así, la verdad era que no tenía mucho que decir a su favor.

El último año, su escuela apenas se había sentido menos como el oasis de tranquilidad que había aprendido a valorar. Por Umbridge, claramente, pero también por otras razones en las que prefería no volver a pensar.

Comprendía el terror que sus padres sentían, ella misma lo vivía a diario, en carne propia, pero enviarla a Irlanda con tíos que había visto dos veces no era una solución aceptable.

—Eso no… No fue exactamente así cómo ocurrió, yo solo… —Boqueó varias veces, resoplando al no encontrar un argumento sólido. Se cruzó de brazos para preguntar—: ¿Mamá le dijo que me convenciera de no regresar?

—No, y aunque lo hubiera intentado, no sería muy ético de mi parte aceptar —respondió, sin ofenderse—. Solo quiero que estés segura de que quieres regresar por las razones correctas.

—Lo estoy —afirmó ella, sin titubear—. No puedo ir a esconderme en una montaña de Irlanda mientras mis amigos se quedan aquí. Digo, no es que vaya a ayudarlos mucho, y seguramente sería mejor para ellos que sí me marchara, pero no creo que pueda hacerlo. No me lo perdonaría.

—¿En qué sentido crees que sería mejor para ellos?

Cerró la boca, horrorizada, al darse cuenta de que había dicho algo tan personal en voz alta.

Era el punto de ir a terapia, y no que fuera una persona que le costara particularmente hablar, pero había ciertos pensamientos que todavía se avergonzaba de poner en palabras. Eran muy privados, muy cercanos al apartado de su corazón en el que guardaba sus mayores inseguridades.

Respiró hondo y pensó su respuesta por un segundo. Se recordó a sí misma en el ED, apena siguiendo el paso de la mayoría, en especial de Harry y de Hermione. También se vio en el Ministerio tres semanas atrás, demasiado asustada para recordar las lecciones, salvándose por los pelos gracias a la presencia de sus amigos.

La asaltó la imagen de su encuentro con los Dementores, quedando paralizada mientras que Harry se ponía en riesgo por ella. Luego, la profecía quebrándose en el suelo, él dispuesto a entregar información que podía ponerlo en peligro solo para que estuviera bien. Para salvarla, porque no podía cuidarse sola.

Se mordió la lengua para no echarse a llorar.

—Solo… No creo que me necesiten tanto como yo los necesito a ellos. Lo que tiene sentido, porque no soy la mejor cuando se trata de situaciones de riesgo. Sé que voy a estorbar, y que debería irme para no hacerlo, pero… —Se relamió los labios que empezaba a sentir fríos. Cuando volvió a hablar, la voz le salió en un hilo—. ¿Qué pasa si ellos también lo notan? Si comprueban que las cosas funcionan mejor sin mí, que es más sencillo resolver este desastre si no tienen que cuidarme. ¿Qué pasa si se dan cuenta de que…?

De que no me aman.

El pensamiento llevó lágrimas a sus ojos, pero se apresuró a secarlas. No hubiera sido la primera vez que lloraba sentada en ese sofá durante esas semanas, pero estaba intentando mantenerlo en lo mínimo posible.

—¿Alguno de ellos te ha hecho sentir de esa forma en el pasado? —le preguntó la señora Griffin.

—No —murmuró ella, desviando la mirada hacia la ventana—. No, ellos no lo han hecho.

Había empezado a lloviznar, y mientras observaba las gotas suicidarse sobre el cristal, volvió a pensar en Hailey, su hermana menor. Y en Helen, en cómo no había vuelto a saber nada de ella, ni lo sabría, seguramente.

La herida abierta en su corazón volvía a supurar, llevando el dolor a las esquinas más recónditas de su interior.

Mildred no sabía de eso, ni que había sido la verdadera razón por la que se había quebrado lo suficiente para terminar allí. Su madre había asumido que se debía al estrés del año anterior, y no se había atrevido a contradecirla.

Se sentía muy culpable y avergonzada como para ser sincera. No podía lastimarlos de esa forma, nunca se lo perdonaría.

—El amor de tus amigos no está condicionado por tu utilidad para ellos, Hannah. Estoy segura de que solo quieren que estés a salvo, sin importar lo que implique.

La chica asintió, esbozando una sonrisa triste. Con los antecedentes de su infancia, creer en el amor incondicional de las personas hacia ella era algo que se le hacía cuesta arriba.

Lo había esperado de Harry, durante años, hasta la navidad pasada, cuando el mundo que habían construido se desmoronó a su alrededor.

No podía deshacerse de la voz en su cabeza que le decía que había algo mal en ella, algo que la hacía imposible de querer. No era suficiente para nadie.

Nunca lo sería.

—¿Les has dicho que estás viniendo a verme?

—No he tenido la oportunidad —respondió ella, encogiéndose de hombros—. No los he visto desde que terminó el curso.

—Deberías hacerlo —la instó la señora Griffin—. Aislarte del mundo no va a ayudarte a superar lo que ocurrió. Necesitas estar con tus amigos, despejarte tanto como puedas.

Sabía que tenía la razón, en especial porque nunca había sido una persona que sobrellevara bien la soledad, pero no los estaba evitando, aunque eso pareciera.

Harry se había ido de viaje con sus padres, mientras que Hermione estaba pasando el verano con Ron en la madriguera, un plan al que se podría haber unido… Si no hubiera decidido que lo mejor sería dejarlos solos un par de días. Tenía el presentimiento de que no debía interrumpir todavía.

Estaba a punto de explicarle eso cuando recordó, de golpe, la carta que había llegado a su casa el lunes, la misma que había entrado a su mente como el sol en medio de la oscuridad.

Su corazón se aceleró ante el recuerdo.

—Draco me escribió hace unos días —comentó, apenas disimulando su emoción—. Me preguntó si podía venir a verme.

—¿Y qué le dijiste? —preguntó la mujer, interesada.

—No he respondido. ¿Qué cree que debería decirle?

—Esa no es una decisión que me corresponda. ¿Cómo te sentiste la última vez que se vieron?

Hannah se estremeció. Sus palabras hirientes, la negativa de él a escucharla, a aceptar lo que su padre le había hecho, el dolor en sus ojos que la había atravesado hasta casi quebrarla.

—No muy bien, ya se lo conté —murmuró con amargura, aunque la esperanza ciega se coló en su voz a continuación—: Tal vez quiera resolver las cosas, ¿no? Puede que lo haya pensado mejor y haya cambiado de opinión.

—¿Es algo que te parece posible o algo en lo que quieres tener fe? —preguntó la terapeuta, sonriendo con comprensión—. ¿Cómo crees que vas a sentirte después de encontrarte con él?

Ella bajó la mirada, deseando, con todo su corazón, poder mentirse a sí misma, ocultar la verdad con un dedo y dejarse ganar por el optimismo radiante que siempre la había caracterizado.

Había sufrido mucho el último año como para permitirse eso.

—¿Le dirías a alguno de tus amigos que vas a verlo?

—Merlín, no. Nunca —soltó de inmediato, horrorizada ante la idea—. No después de todo lo que…

Movió las manos con exasperación, sin poder meter en una sola frase todo lo que eso implicaría.

¿Cómo iba a ver a Harry a los ojos y decirle que todavía guardaba en su corazón un lugar para Draco? Luego de que él mismo había tenido que salvarla de su padre.

—No querer que tus amigos se enteren, no estar segura de que el resultado de la reunión sea positivo… No son buenos indicadores de lo que deberías hacer, ¿no te parece?

No, no lo eran, y si hubieran tenido esa conversación dos días antes, en lugar de en ese momento, tal vez las cosas habrían sido diferentes.

Tal vez no se hubiera dejado llevar por el alivio de saber que todavía no lo había perdido, por lo conmovida que se sintió al decirle que la extrañaba, al rogarle que lo dejarla verla. Tal vez no habría sucumbido tan fácil a su propio deseo desesperado de estar entre sus brazos, y entonces, no le habría respondido de inmediato, invitándolo a su casa al día siguiente.

Tenía el presentimiento de que mentir en terapia no iba a ayudarla mucho, de hecho, iba a ser totalmente contraproducente. Se consoló pensando que si salía bien, entonces podría regresar con una historia menos deprimente.

Por su propia cordura, esperaba que así fuera.

.


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—¡Te extrañé a ti más que a nadie, muñeca!

—Voy a fingir que no estoy ofendida por eso —señaló Marlene, pretendiendo estar dolida, pero siendo delatada por el indicio de una sonrisa—. La próxima, al menos no lo digas en mi cara.

—Vamos, ¿puedes culparme? —preguntó Lily, pegando su mejilla a la de Ophelia, quien solo balbuceaba sinsentidos—. Se pone más linda cada vez que la veo.

—Eso no voy a negarlo. —Mar observó a su hija con adoración antes de volverse a su amiga, con algo más parecido al alivio—. Me alegra que todo haya salido bien.

Lily le dedicó una sonrisa tranquilizadora, recordando el abrazo sentido que habían compartido un rato antes al llegar a casa.

Odiaba eso, ser embargada por ese sentimiento de alivio al ver que las personas que amaba estaban bien, solo porque cualquier instante separados podía ser el último. Era el miedo que no se había despegado de ella ni un minuto durante su viaje.

Pero no tenía que pensar en eso. En su lugar, prefirió regodearse en la alegría de estar de regreso en su hogar, con su mejor amiga recibiéndola y la dulzura de su ahijada entre sus brazos.

Habían sido unas vacaciones maravillosas, pero estaba feliz de regresar. La pasaba mejor con cada miembro de su familia cerca.

—Debo decir que siento un poco de envidia por tu bronceado. ¿Me alegro por ti? Por supuesto, pero una semana en la playa también me vendría bien.

—Podrías irte ahora —bromeó Lily, empezando a caminar juntas hacia la cocina—. Sirius estará tan entretenido con James y Harry durante los próximos días que no se dará cuenta.

Sonrió con la mirada fija en las escaleras, por dónde los tres habían desaparecido unos minutos atrás para subir el equipaje, muy felices de reencontrarse y listos para intercambiar sus anécdotas.

—Sé que es un chiste, pero no me sorprendería que se hiciera realidad —respondió Mar, poniendo los ojos en blanco—. ¿Qué tal el viaje de regreso?

—Todo en orden. Tonks nos recogió junto a uno de sus compañeros del departamento —le contó Lily, tomando asiento frente a ella en la mesa de la cocina. Arrugó el ceño—. No me encanta la idea de que el Ministerio nos haya puesto guardaespaldas.

—Podemos utilizar la única ayuda efectiva del nuevo Ministro, ya que está estorbando más que colaborando —resopló Marlene, con una expresión de desagrado que reflejaba lo que su amiga sentía—. Justo como esperábamos.

—Su ayuda no va a venir de forma gratuita, Mar. —Ophelia se movía en sus brazos, pidiendo que la regresara al suelo, así que se inclinó para complacerla, ante agregar con amargura—: Nos quieren manipular con protección para que aceptemos unirnos a su teatro.

—Deja que lo intenten. Ya sabemos que no va a pasar —la tranquilizó Mar, observando a su hija gatear hasta los juguetes que había olvidado en una esquina—. Podemos aprovecharlo durante este par de meses, ¿sí? Hasta que Harry regrese a Hogwarts.

Lily tomó una profunda respiración a la vez que levantaba una mano para acariciarse la sien.

Un año atrás, la idea de dejar que Harry volviera al colegio le hubiera puesto los pelos de punta, y hubiera hecho cualquier cosa para evitarlo. Era irónico que, en ese momento, saber que se marcharía era el único consuelo que encontraba para dormir por las noches.

Sí, la paralizaba de terror el no tenerlo bajo su protección, o la de James, cada minuto del día, pero no solo eso no sería posible —sus labores en la Orden los mantendrían ocupados la mayoría del tiempo—, sino que, en ese punto, la situación en Inglaterra solamente podía empeorar. Sabía lo que se les venía encima, porque ya lo había vivido, y el momento de esperar que fuera diferente ya había pasado.

Mantener a su hijo tan lejos del desastre como pudiera, bajo el cuidado estricto de Dumbledore y en la fortaleza que era Hogwarts, ahora sin Umbridge, le devolvía la capacidad de respirar.

Sí, el colegio era el mejor lugar para él, y esa vez no iba a ponerlo en duda.

—¡Es un necio idiota, James! No necesita que lo defiendas. —La voz malhumorada de Sirius la sacó de sus pensamientos. Ambos entraron un segundo después, cargando una expresión de pocos amigos—. Prometió que nos mantendría al tanto y no ha respondido ninguna de nuestras cartas. ¿Cuál es su maldito problema?

—Tal vez se sentiría más inclinado a responder si dejaras de insultarlo a cada oportunidad —señaló su amigo, mirándolo de forma significativa.

—¿No han sabido nada de Remus? —preguntó Lily, adivinando el tema de conversación.

—No desde que ustedes se marcharon —le respondió Mar, suspirando, sin saber que acababa de provocarle a su amiga un vacío en el estómago—, pero Ojoloco nos dijo que mantiene comunicación constante con Dumbledore, así que no tenemos de qué preocuparnos… Técnicamente.

—Ah, entonces resulta que es más cercano a Dumbledore que a nosotros. Eso es genial —soltó Sirius con sarcasmo, dejándose caer con brusquedad junto a Mar—. Tampoco le ha escrito a Tonks, así que podemos decirle adiós a su única esperanza de finalmente dejar de ser virgen.

—Deja de ser tan desagradable —le ordenó Lily, censurándolo con la mirada—. Y es comprensible que estés preocupado, pero lo que Remus está haciendo es muy delicado. ¿Imaginas lo que ocurriría si lo descubren enviándonos cartas?

Una brisa fría los envolvió a los cuatro ante su pregunta tan desestabilizadora. Se odió por decirlo, por enviar la terrible posibilidad al universo, pero sabía que era la única forma de que Sirius reflexionara y dejara de comportarse cómo un energúmeno.

Supo que había funcionado cuando la ira abandonó su rostro y tuvo que apretar las mandíbulas para ocultar su propio temor.

—No hace falta que te pongas tétrica —masculló, chasqueando la lengua.

—Al menos así entiendes lo mismo que llevo una semana intentando decirte —le dijo Mar en forma de reproche.

—Ya, yo le escribiré mañana, ¿de acuerdo? —prometió James, regresando a la mesa con un vaso de agua. Acarició la cabeza de Ophelia antes de sentarse junto a su esposa—. Puede que una carta enviada con sensibilidad haga que se sienta más motivado a responder.

—¡Gracias! —exclamó Sirius, lanzando los brazos al aire—. Es lo único que esperaba de ti.

—Harry también iba a escribirle a sus amigos. Bajará cuando termine —les contó James, antes de aclararse la garganta y ponerse serio—. Ahora, ¿qué les parece si nos ponen al día?

Mar y Sirius se miraron entre ellos, apenas disimulando sus expresiones contrariadas con retazos de mortificación.

Por un momento, no se escuchó en la cocina nada que no fueran sus respiraciones y los balbuceos de Ophelia, que jugaba divertida a su pies, ajena a la tribulación que caía sobre los adultos en su vida.

—No ambos a la vez o vamos a pensar que ocurrió algo malo —intentó bromear James, muy nervioso como para que fuera efectivo.

—Sería quedarse corto —murmuró Sirius, dejando correr un segundo antes de decir, despacio, pero sin rodeos—: Amelia Bones fue asesinada.

Tanto James como Lily soltaron idénticos jadeos de sorpresa y horror. No tuvo que preguntarle para saber que había experimentando el mismo vacío en el medio del pecho.

—¿Qué? —soltó James con un hilo de voz, agrandando los ojos—. ¿Cómo?

—La encontraron muerta dentro de su casa —les explicó Mar, tan tensa que parecía que la más mínima brisa podría quebrarla—. El lugar estaba hecho un desastre, así que suponemos que dio una buena pelea.

—Pero… Pero era una bruja brillante. De las mejores —murmuró James, pensativo y sin salir de su asombro—. No cualquiera hubiera podido acabar con ella.

Lily se sacudió al comprender lo que estaba implicando. Nadie le llevó la contraria, haciendo que su silencio confirmara que estaban pensando lo mismo.

Había sido él. Lo más seguro era que Voldemort en persona la hubiera asesinado.

Lily tomó aire para controlar las náuseas, buscando la mano de James sobre la mesa

—¿Cuándo ocurrió? —se atrevió a preguntar.

—Dos o tres días luego de que se marcharan —le respondió Mar, agregando de inmediato, con una mirada severa—: Pero esto no es culpa de ustedes, Lily.

—Sé que no, es solo que es difícil pensar que mataron brutalmente a una mujer mientras nosotros…

—Pelirroja, la Orden le ofreció protección. Kingsley le insistió más de una vez que accediera a ser escoltada por alguno de nosotros. Ella no aceptó —le recordó Sirius, con un tacto que no era usual en él, pero sí efectivo—. No hubo nada que pudiéramos hacer.

—Era un blanco fijo desde el minuto en que Fudge renunció. Quieren eliminar cualquier bastión de resistencia que quede en el Ministerio —continuó Mar, apretando los labios—. Y dejarnos saber que a partir de ahora nadie es intocable.

Lily se sintió mareada. Le pasaba mucho últimamente, producto del deja vu que ahora experimentaba de forma constante. Era bizarro la exactitud con la que todo se estaba repitiendo, como si el universo estuviera empeñado en burlarse de ellos, de los traumas que todavía arrastraban y las heridas que no habían sanado.

Un quejido de Ophelia la trajo de regreso. Sintiendo la tensión en el ambiente, había gateado de regreso a la mesa y, con pasos inestables, se puso de pie junto a su padre para exigir que la tomara en brazos. Sirius le dedicó una sonrisa apretada antes de inclinarse para cargarla.

—¿Algo más? —preguntó James, sonando agotado.

—Ayer atacaron el Callejón Diagon —les contó Sirius, acomodando a la niña en su regazo—. Destruyeron la tienda de Ollivander y se lo llevaron. Nadie sabe dónde están.

—Por Merlín —soltó Lily, sin salir de su horror.

—¿Ustedes están bien? —se apresuró a preguntar James.

—No nos dio tiempo de pelear. Llegamos y nos encontramos con el desastre —explicó Mar, frotándose los ojos con los dedos—. La mitad de las tiendas que no habían cerrado ahora están destruidas.

—Quiero pensar que pasaron la noche aquí —dijo Lily, angustiada al imaginarlos tan cerca del conflicto.

—Lo hicimos. Nosotros… —Mar suspiró, como si le pesara lo que iba a decir a continuación—. Decidimos que será mejor mudarnos del apartamento.

—Sonaba tan contenta con la idea ahora como cuando lo propuse —añadió Sirius con ironía, meciendo a Ophelia de forma descoordinada. La niña empezaba a quedarse dormida contra su pecho.

—Es lo mejor que pueden hacer —afirmó Lily, contenta de escucharlo—. Necesitan estar en un lugar seguro.

—Y pueden quedarse aquí el tiempo que quieran.

—Lo sabemos —dijo Mar, sonriéndole a James con gratitud—. Nos quedaremos un par de semanas hasta que podamos mudarnos. Sirius ya encontró un lugar para rentar.

—¿En serio? —preguntó Lily, subiendo las cejas.

—Dile a tu esposa que no parezca tan sorprendida por mis hazañas de adulto responsable. Es ofensivo.

—Te has ganado a pulso tu reputación —le dijo James, esbozando una sonrisa que no le llegó a los ojos. Movió su varita para acercar el periódico que descansaba sobre una de las encimeras—. ¿Qué han dicho en El Profeta? ¿Decidieron ponerse del lado correcto de la historia?

—Es menos rancio que el año pasado, pero no esperes milagros —gruñó Sirius de mala gana—. Deberían empezar a cobrarles por cada fotografía de Harry. Duplicarían su fortuna para el final de la semana.

—Cállate —le dijo Mar entre dientes.

Lily tampoco agradeció el chiste, no cuando una de las columnas de la portada era, de nuevo, una fotografía de su hijo, con la expresión desencajada, pálido de terror luego de haberse enfrentado de nuevo a Voldemort tres semanas atrás.

Se sintió enferma al leer el titular.

El Elegido. Lily odiaba ese apodo, lo detestaba con una pasión que rara vez dedicaba a sentimientos tan negativos. No podía evitarlo, porque siempre que lo leía o escuchaba le recordaba a algo que Harry le había dicho una vez.

A mí nadie me escogió. Ni siquiera tú.

Apretó los dientes con fuerza, conteniendo las ganas de echarse a llorar de impotencia. La Profecía de la que ahora todo hablaban, la misma que Dumbledore les había contado, volvió a reproducirse en su mente. Pensar que Voldemort había escogido a su hijo primero que ella era suficiente para orillarla al límite de su cordura.

James lo sabía, porque era uno de los muchos arrepentimientos que solo se atrevía a expresar frente a él. Y sentir su mano acariciándole la espalda le confirmó, por vez infinita, que nunca se iba a arrepentir de eso.

—Bueno, parece que tenemos trabajo por hacer —dijo al cabo de uno segundos, intentando sonar compuesta—. Al menos el verano no será tan aburrido como el anterior.

—Eso puedes asegurarlo, pelirroja. —Sirius esbozó una sonrisa llena de travesuras y subió las cejas, con la mirada fija en la puerta de la cocina—. Le prometí a mi ahijado favorito que íbamos a practicar hasta convertirlo en el jugador de quidditch joven más prometedor de la historia de Hogwarts.

—¿Cuántos ahijados se supone que tienes? —preguntó Harry, resoplando con diversión.

—Pues, tengo una vida que no necesariamente los incluye a ustedes, mocoso.

—Eso nos ahorraría algunos problemas —bromeó Lily, ignorando su expresión indignada. Se giró hacia su hijo con la sonrisa más sincera que podía esbozar en ese momento—. ¿Enviaste tus cartas?

—Sí, después de convencer a Hedwig de perdonarme por abandonarla —dijo el chico con una risita.

—Ah, eres igual a mí. Volviendo locas a las chicas sin importar la especie —se jactó Sirius, obteniendo tres miradas asqueadas y una carcajada por parte de James—. Te van a llover si consigues un puesto en el equipo, así que prepárate.

—¿Puedo no ser parte de esta conversación? —preguntó Harry, con un gruñido, sonrojándose.

—Desearía que dejaras de hacer que la gente se pregunte cómo he pasado veinte años de mi vida contigo —le dijo Mar, poniendo los ojos en blanco. Se puso de pie para tomar a Ophelia y llevarla arriba—. Es vergonzoso.

—¿Qué? Solo intento darle un preaviso de cómo será su vida —se defendió él, antes de mirar a su amigo con malicia—. A James le pasó. Diles.

—Yo no… No fueron tantas chicas —murmuró el aludido, lanzándole una mirada exasperada—. Una que otra, no recuerdo… Era más que todo por el uniforme. Yo no…

—Merlín, basta. Ya Lily se casó contigo —exclamó Mar, saliendo de la cocina—. No hace falta que mientas.

A pesar de que todos se rieron a su costa, James esbozó una sonrisa. Lily sabía que debía estar tan aliviado de dejar el tema atrás como ella.

Iban a contarle a Harry lo que Mar y Sirius les habían dicho. Serían honestos y transparentes, aunque doliera, aunque hubieran preferido blindarlo ante todo lo que quería hacerles daño. Pero, primero, podían tener una noche familiar libre del horror.

El futuro inmediato les deparaba muy pocas.

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¡Hola, hola!

Primero que todo, ¡gracias a quienes dejaron comentarios en el capítulo anterior! Me hace muy feliz que me hayan esperado y que les haga ilusión leer esta tercera parte.

También espero que disfrutaran el capítulo de hoy, y de conocer un poco más sobre en qué andan el resto de los personajes. Creo que ya empiezan a ver cuáles serán los conflictos en esta nueva parte de la historia.

No los entretendré mucho más. Si llegaste hasta aquí y quieres decirme qué te pareció, ¡lo agradeceré muchísimo!

Un abrazo gigante. Nos leemos pronto.

bye.