Era la mañana de navidad y la Madriguera se había convertido en un festín para los sentidos, iluminada por luces y velas y tan acogedora que daban ganas de relajarse y quedarse ahí por siempre. Rose exhaló un suspiro de alivio cuando ella y su familia arribaron al hogar de la infancia de su padre. No había lugar donde se sintiera más segura y feliz que ahí, donde sabía que era amada y respetada.
A su lado, su novio Scorpius también dejó escapar un exhalo de alivio.
—No hay nada mejor que navidad en la Madriguera —dijo, sonriendo. El olor de la cocina se filtraba por todas partes, inundando todo de naranja, romero y caramelo casero.
—Cuida que tu madre no te escuche decir eso, Scor —bromeó ella, —o puede que no te permitan volver a casa después de las fiestas.
El joven hijo de los Malfoy rio, una risa hermosa, segura y grave que Rose amaba.
—En casa todo lo hacen los elfos domésticos —señaló. —Te aseguro que no podría imaginar a mi propia abuela cocinando un pastel de carne para su nieto ni aunque me pagaran todo el oro del mundo.
—En eso tienes razón, querido —dijo otra voz a su lado. Era la madre de Scorpius, Astoria. Rose apenas notó dentro de ella que algo debía andar terriblemente patas arriba como para que los Malfoy pudiesen estar en la casa de los Weasley, pero de alguna forma lo dejó pasar. No importaba nada más allá del hambre atroz que sentía. Se llevó una mano al vientre abultado y sonrió para sus adentros.
—Bienvenidos, bienvenidos, queridos —dijo la abuela Molly. —Rose, amor, ¡qué bueno que están aquí! Hay mucho lugar para todos.
Se acomodaron en la sala con el resto de la familia. El señor Malfoy, el tío Harry y el tío Ron charlaban animadamente. Todo parecía estar de maravilla, y entonces llegó la hora de abrir los regalos. Rose sintió la emoción invadiéndola al tiempo en que todos desenvolvían los que eran de parte de ella y Scor, pequeños baberos color rosa.
—¡Estoy embarazada, familia! Scorpius y yo seremos padres —se oyó decir con alegría, pese al vértigo que comenzaba a sentir y que era mucho más incómodo, gritándole que estaba loca, que no debía exponerse de aquella forma, no debía dejar que su ser saliera a la luz así.
Se imaginó a sí misma siendo envuelta en los brazos de todos justo como Victoire. Y en algunos momentos, ella era Victoire, siendo felicitada, amada y bendecida. Pero el rostro de su padre se desencajó, su madre lloraba y los abuelos la miraban con tristeza y pena, como se mira a alguien que ha sido condenado y aún no lo sabe.
El dolor le atravesó el vientre en un segundo, indecible y potente. Se vio a sí misma manchar su abrigo con la sangre de otro aborto...
Y entonces despertó en medio de un grito, segura de que el dolor era real y aquello estaba sucediendo. Estaba llena de sudor, en medio de la noche, en su habitación en casa, y tuvo que obligarse a respirar varias veces y ser consciente de su propio cuerpo para poder darse cuenta de que era un sueño, sólo un sueño, otra vez.
Afortunadamente el encantamiento silenciador que había colocado en su puerta para evitar que sus padres escucharan las vomitonas mañaneras seguía siendo útil, y nadie acudió con preocupación a confirmar si estaba bien. De haberlo hecho, la habrían visto sujetar su vientre llena de miedo y angustia, hasta calmarse.
Desde que habían ido a San Mungo, Rose sabía que dar la noticia a sus padres y a los demás miembros de las familias era inminente, pero seguía demasiado nerviosa como para atreverse a hacerlo. Se obligó a recordar que la medimaga había confirmado que todo iba bien, tenía su historial clínico, y ella estaba haciéndose cargo de la situación.
El día comenzaba a clarear, debían ser las primeras horas de la madrugada, y ella no pudo volver a dormir, por lo que decidió hacer lo posible por leer y olvidarse del asunto. Tenía un día intenso por delante, con la cena del ministerio a la que ellos estaban obligados como familia a ir (su madre era nada menos que la ministra de magia), y aquello podía ofrecerle un escape, al menos momentáneo, a sus constantes pesadillas y preocupaciones.
Logró leer un capítulo entero sin distraerse, lo cual fue todo un logro, y luego escuchó los habituales ruidos del hogar que indicaban que los demás estaban despiertos. Esa mañana no hubo náuseas, por lo que Rose se sintió más animada cuando salió de ducharse y se unió al resto de la familia en el desayuno.
Su madre leía el periódico mientras su padre preparaba el desayuno. Incluso la saludó con un beso en la frente cuando ella dijo "¡buenos días!" y Rose sabía que Ron estaba intentando con todas sus fuerzas demostrarle que la quería. Pensar en ello le apretaba el corazón, pero se permitió disfrutar de ese momento y de la charla casual y ligera de la familia mientras comenzaban a desperezarse.
—Rose —llamó su madre, despegando los ojos del periódico. —Te dejé un vestido en el armario para esta noche, ¿podrías probártelo más tarde y decirme si la talla es correcta?
Ella se sintió atragantarse con el jugo de naranja, pero evitó hacer ruido y se intentó calmar a sí misma.
—¿Es una cena formal? —inquirió. De alguna manera, había estado tan preocupada por otras cosas que la perspectiva de aquel compromiso se le había pasado por alto. Con todo y el hecho de que probablemente debería llevar un vestido de gala.
—Sí —dijo Hermione, luciendo emocionada. —Será una noche estupenda. Por favor, no permitan que su padre los engañe otra vez para que lo saquen de ahí antes de que la noche termine, ¿sí?
Ron rezongó desde la cocina.
—Es mi última palabra, Ron.
—Como tú ordenes, señora ministra —bromeó su padre, llegando a la mesa con un plato humeante de salchichas y scones. El aroma despertó la inquietud del estómago de Rose, que se debatía entre el hambre y las náuseas. Ron depositó un beso en la sien de Hermione, y Rose observó el rostro de su madre relajarse ante aquel gesto.
Siempre los había admirado. Cuando Rose pensaba en lo que quería para ella, definitivamente siempre había sido algo como lo de sus padres. Su madre nunca había dejado de ser ella misma y Ron siempre la admiró, siendo un constante apoyo para llegar hasta sus metas, incluso si eso a veces alertaba sus propias inseguridades, a lo que su madre siempre lograba tranquilizarlo.
Sabía que habían pasado muchísimas cosas difíciles cuando eran jóvenes, junto con el tío Harry. La carga que había caído sobre sus hombros en una edad tan temprana los había hecho crecer rápido. Pero ahora parecían felices y Rose sintió una repentina ansia de que se sintieran orgullosos de ella.
La vergüenza y la duda la atacaron por sorpresa. ¿Y si en verdad había hecho algo de lo que debía avergonzarse, si sus padres nunca volvían a sentirse del todo orgullosos de que ella fuera su hija?
Intentó quitarse aquel pensamiento de la mente tan rápido como había llegado. No podía dudar, no podía permitir que este bebé pensara que no era amado o deseado, incluso si eso la privaba del amor que anhelaba.
—¿Rose, te pasa algo? —inquirió Hugo por lo bajo, sentado junto a ella. —Te pusiste pálida.
Sus padres seguían absortos en su momento, pero Rose agradeció el cuidado de su hermano con un apretón en la mano, rápido, y una sonrisa que no le llegó a los ojos.
—Estoy bien, hermanito. No te preocupes.
Pero terminó el desayuno lo más rápido que pudo y se disculpó antes de subir apresuradamente a su habitación.
El vestido era azul brillante, claro, de ese que recuerda a la nieve del invierno. Era precioso y fue un alivio notar que tenía volantes y textura y no era demasiado pegado al cuerpo como para hacer evidente su vientre de tres meses. No sabía a qué providencia debía agradecer aquello, pero sin duda lo haría. El cierre se atascó a mitad de su espalda, lo cual ella sabía que iba a suceder, pero lo arregló con un hechizo ampliador y nunca había estado tan agradecida de tener diecisiete años y poder hacer magia en casa.
La mañana puso de nervios a Rose. Escribió una carta a Scorpius, contándole qué haría más tarde, y decidió empezar a envolver los obsequios que había comprado con su madre la tarde anterior, todo para ayudarse a pensar en cualquier otra cosa. Ayudó a Hugo con tareas de vacaciones y decidió que era hora de limpiar su habitación.
Hermione nunca dejaba que se acumulara el polvo en las habitaciones de sus hijos, ni siquiera en los largos meses que pasaban en Hogwarts, Rose lo sabía. Pero había tantas cosas ahí que le parecían recordatorios de una Rose con la que ya no se sentía identificada, que le causaba consternación y nostalgia al mismo tiempo.
El armario estaba lleno de cosas que Rose se había negado a dejar de lado mientras crecía. Estaba su primera escoba de juguete, que Ron le había comprado apenas logró caminar, y algunos de los abrigos y suéteres que su abuela le había tejido y que habían dejado de quedarle cuando entró a Hogwarts. Juguetes, fotografías y libros infantiles que ya no cabían en su librero. Rose sintió una pulgada de nostalgia directo en el corazón, y se preguntó si alguna vez podría darle a ese bebé creciendo dentro de ella una infancia tan luminosa y llena de amor como la que ella había tenido.
La tarde comenzaba a dar paso a la noche cuando la familia Weasley-Granger salió de su hogar en dirección al Ministerio de Magia. Hubiesen podido utilizar la red flú, por supuesto, pero no querían llegar llenos de hollín sobre las ropas elegantes. Rose lo agradeció porque estaba segura de que utilizar la red flú le habría hecho no sólo llegar llena de hollín a la fiesta, sino probablemente también vomitarle encima a la primera persona que se le cruzara enfrente.
Su madre y su padre discutían en broma sobre las habilidades de manejo del auto que tenía su padre, y Rose se sintió cálida de repente, tranquila, ahí en el asiento trasero con Hugo a su lado, como si por un segundo todo estuviera bien y fuera certero. Su madre le había ayudado a peinarse y le había contado sobre su primer baile de navidad en el mundo mágico. Rose ya se sabía la historia, pero siempre había amado escucharla, no particularmente porque fuera una historia feliz (la noche había terminado con su madre llorando por culpa de su padre) sino porque la misma Hermione reconocía que, a partir de ese momento, había sido mucho más fácil darse cuenta de que estaba enamorada de Ron.
Los pensamientos le vagaron hacia Scorpius, no había tenido respuesta de su parte a la última carta que le había enviado por la mañana, pero Rose no se sentía preocupada. Sabía que él estaría bien, con sus padres, en ese momento. Contó mentalmente los días que faltaban para Navidad, cuando por fin podrían verse de nuevo...
El Ministerio estaba lleno de gente. Rose se sintió aturdida con tanto embrollo. Toda la gente quería saludar a sus padres, no únicamente a la ministra. Ron era una leyenda por sí mismo, aunque aquello era algo con lo que Rose estaba familiarizada desde siempre. Jamás había tenido el pensamiento de que la fama de sus padres era extraña, era como el mismo aire que respiraba, siempre había estado ahí.
Hugo buscó a Lily nada más llegar al evento, y Rose se dispuso a hacer lo mismo con Albus. No todos sus tíos estaban involucrados en el Ministerio, como el tío George cuyo ámbito era más bien otro, pero el tío Harry sí, porque era jefe de la oficina de aurores, por lo que su familia también debía acompañarlo a aquel tipo de eventos.
Los padres de Rose, nada más llegar, se adhirieron al tío Harry como abejas a la miel. Era una dinámica que todos conocían y nadie cuestionaba. La tía Ginny hablaba con otra bruja y la saludó desde lejos, y cuando Rose levantó la mano para devolverle el saludo, sus ojos encontraron a Albus, que se dirigió hacia ella en cuanto la notó.
—Albus, gracias a Merlín. Comenzaba a pensar que tendría que pasar la noche sola.
—Vaya que eres dramática, Ro —se burló Al. —Te ves bien.
Tenía una sonrisita petulante que irritó a su prima; como si supiera algo que ella no, lo cual era inaudito.
—Son los nervios —se excusó ella. —Ha sido un día duro, por favor no preguntes.
Albus se encogió de hombros.
—De acuerdo —aceptó. —¿Cómo está mi sobrino favorito?
—Técnicamente no eres el tío, ya sabes, ese sería Hugo.
—Pero Scorpius es prácticamente mi hermano.
—Díselo a mi padre y tendremos una excelente noche.
Albus se rio, relajado y alegre. A Rose se le hizo un nudo en la garganta con emoción.
—Espera a que te lo cuente todo. El bebé está de maravilla.
—Espero que no estés pensando en contarle las buenas nuevas a Al sin mí, Rosie —dijo detrás de ella una voz que hizo que su corazón literalmente quisiera salirse de su pecho. Al soltó una carcajada alegre y Rose se giró para encontrar a Scorpius vestido de gala, elegante de pies a cabeza, listo para recibirla en sus brazos.
