XCVIII

El pasillo está vacío. Es lógico: todos están en clase. Solo son Mike y ella y el sonido del balón rebotando dentro del polideportivo y el chirrido de los zapatos deportivos deslizándose por el suelo de madera.

Mike se cruza de brazos y la observa con una expresión que ella no alcanza a descifrar con exactitud.

Parece… molesto. Frustrado.

Ninguno de los dos habla por unos segundos. Al fin, la expresión de Mike parece suavizarse; lentamente, descruza los brazos y pregunta:

—Entonces…, ¿no vamos a hablar sobre el tema?

Eleven frunce el ceño.

—¿Sobre qué?

Mike enarca una ceja.

—No sé… Quizá… ¿sobre lo del otro día o…, bueno, todo?

No sabe qué espera que le diga. Se encoge de hombros.

—No hay nada que decir.

El chico inspira nuevamente.

—Supongo… que estoy un poco… Bueno, no entiendo.

—Tú estuviste ahí —replica Eleven.

—Sí, y vi lo que pasó en primera fila —le recuerda Mike—. Y es por eso que no entiendo… Jane, tú sabes que yo también he sido víctima de acoso escolar, ¿verdad? —Ella no dice nada; tan solo lo observa—. Quiero decir, no soy «el señor popularidad», exactamente…

Eleven supone que esa admisión no le cuesta nada:

—Sí… Lo sé.

—Entonces, debes saber que nunca he reaccionado como tú lo has hecho.

Eleven frunce el ceño.

—¿Qué estás…?

—Lo siento, Jane, pero, como tu novio, debo decírtelo —insiste él—: Lo que hiciste estuvo mal.

Le gustaría defenderse. Le gustaría señalarle que de hecho se hubo contenido.

Pero eso solo me haría un monstruo, se dice.

—Sí —admite entonces—. Lo sé.

Esto parece desarmar a Mike, quien da un suspiro.

—Jane… —El chico se acerca y toma sus manos entre las suyas; ella se lo permite—. No quiero que pienses que no estoy de tu lado, porque lo estoy. Pero estar de tu lado también es querer que seas mejor persona y…

—Basta.

Una pausa. Mike tarda un momento en recobrarse.

—¿Qué…?

Eleven tampoco sabe de dónde ha venido, mas aprieta los labios y baja la mirada.

—Si estás de mi lado, si realmente lo estás, no digas nada más.

—Jane…

Ella niega con la cabeza y retrocede un paso; las manos de Mike caen laxas a sus costados.

—Ya no… No quiero oírlo —farfulla, y no sabe por qué está siendo tan irracional, por qué no puede sencillamente aceptar las palabras de Mike (es decir, ¡ya ha admitido que ha obrado mal!) y dar vuelta la página.

—Pero, Jane

Echa a correr por el pasillo hacia el baño de damas.

Mike no la sigue.