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Corre como si la persiguieran, aunque sabe que nadie la está siguiendo.

No: de seguro ni Mike ni Will quieren saber nada de ella luego de lo que ha hecho…

Cuando se queda sin aire, opta por caminar sin rumbo. Y es así como arriba a un parque en particular… Tal vez inconscientemente ha buscado este lugar del cual guarda bonitos recuerdos; después de todo, Henry la hubo traído aquí el día de su cumpleaños, entre tantas otras actividades que hubo planeado durante ese maravilloso día…

En aquel entonces, era solo una niña feliz. Feliz de ser libre, de jugar con otros niños…

De no tener que vivir en un ambiente cargado de violencia.

Eleven se desploma a la sombra de un árbol y presiona las muñecas de sus manos contra sus ojos.

¿Es que no puedo escapar de eso?

Es consciente de que Angela no se compara a papá ni a sus hermanos, pero el tener que lidiar con ella todos los días es sencillamente agotador. Y ese agotamiento la ha llevado a sentirse acorralada…

Y un animal acorralado es capaz de lo que sea.

De pronto, el razonamiento de Henry se le hace transparente.

Y lo detesta: no quiere ser así. No quiere ser capaz de asesinar a un montón de niños y llamarlo «la ley del más fuerte». Se ha esforzado tanto por domesticar —a falta de una mejor palabra— esos impulsos en él, solo para terminar descubriendo que ella es más de lo mismo…

Se encuentra asediada por estos pensamientos cuando un quejido la distrae. Eleven aparta las manos de su rostro y endereza el cuello, atenta. Con torpeza, se levanta. Entre la malteada y la tierra del parque, los colores originales de su vestido apenas se distinguen, mas esto no la preocupa ahora mismo.

Porque vuelve a escuchar el débil lloriqueo…

Con cuidado, sigue el sonido hasta llegar a la zona de juegos infantiles. Siente un pequeño dolor en el pecho al verla vacía en un día soleado como este —supone que es obra de las alternativas de diversión que los nuevos establecimientos de Hawkins ofrecen—; sin embargo, pronto vuelve a centrarse en hallar la fuente del sonido. Se imagina que se trata de un niño perdido.

—¿Hola…?

El quejido, nuevamente, más fuerte, más desesperado.

Al fin encuentra al causante: debajo del tobogán, sobre la arena, yace acostado un enorme gato de largo pelaje blanco.

—Oh…

Al verla, el gato maúlla con mayor insistencia.

—¿Qué sucede…?

Entonces, nota que en su lomo hay algo… extraño. Una especie de hoyo en carne viva, que despide un olor sumamente desagradable. Obviamente, el animal está sufriendo; no puede dejarlo a su suerte.

Con cuidado, Eleven se arrodilla a su lado y coloca una mano sobre su cabeza. El gato tiembla bajo sus dedos.

—Voy a ayudarte, ¿sí? Pero… no me arañes…

Los ojos azules del gato brillan con —algo que espera que sea— entendimiento.

Lentamente, desliza sus manos y luego sus brazos debajo del animal para levantarlo con suma delicadeza a la par que ella misma se pone de pie. Como pesa bastante, lo presiona contra su pecho. Ante su acción, el gato sisea y sus garras se clavan en la piel de su pecho a través de la tela de su vestido. Eleven se muerde la lengua para no emitir sonido alguno que pueda asustarlo; pronto, el animal se tranquiliza. Supone que solo hubo reaccionado de esa manera a causa del dolor.

No obstante, ahora que solo es ella la que se mueve —pues el felino permanece a salvo entre sus brazos—, el gatito cierra los ojos y los quejidos cesan.

Solo se siente un rumor extraño, como…

Como si fuera un motorcito…