Los personajes de attack on titan no me pertenecen.
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No todos los días presencias el fin del mundo.
Y no es como si ella fuera fácilmente impresionable. Pero el mundo -su mundo, el de los demás, el del ruido a su alrededor
Veía su fin. En realidad, veía el comienzo -huellas monstruosas, el temblor de la tierra que se hacía más intenso a medida que se acercaban, los pájaros, un millar- pasando velozmente sobre el cielo, estelas oscuras que buscaban en el aire un escape, un refugio, un rincón donde no los alcanzaran.
No lo había. El fin del mundo era abrasador, terrorífico, infinito casi. Los titanes colosales se fusionaban con el cielo y la bóveda celeste reflejaba monstruos, fuego y terror. Dioses indiferentes caminando con la parsimonia de quién es invencible y con la velocidad de un tren para las insignificantes hormigas.
Ella fue un dios-no, monstruo, alguna vez.
Sabe que es increíblemente fácil aplastar lo que no se ve, lo que se oye como un lamento lejano: alturas diferentes, seres distintos, ellos -hormigas, minúsculos; abundantes, sí, pero trágicamente sin importancia.
Eso -titanes, dioses, monstruos, máquinas, volcanes andantes. Sus pasos que pueden modificar el paisaje, destruir montes, abrir caminos, secar ríos.
Así que lo entiende, un poco. El miedo le sube como la bilis, pero muere como un suspiro entre sus dientes, una resignación.
Estoy cansada.
Piensa, frecuentemente es lo único que siente. Pero ahí está: mujer-titan, instrumento de guerra, dando su último esfuerzo para intentar detener lo que parece el fin del mundo.
Por un segundo, sin embargo, se resigna y mira el cielo, siente por todo su cuerpo las emociones fantasmagóricas y atroces de todas las hormigas que alguna vez aplastó, acumulándose por su columna, emergiendo por su cuerpo y agolpándose en su pecho, en un grito que nunca sale.
—Hum, así que así se siente saber que vas a morir.
Nadie la escucha.
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Debe admitir que cuando ve la cabeza de Eren Yeager en las manos de Mikasa -como acunando un animalito herido- el cansancio le ha atravesado los huesos y estar de pie arde, los pies en llamas, las manos a punto de resquebrajarse, sin embargo, casi sonríe.
Quizás lo hace.
Se siente tranquila. No hay más ruido, de alguna extraña manera. Cierra los ojos: sobreviví. Estoy tranquila.
Nunca lo dirá en voz alta, pero ver la cabeza de Eren Yeager fue como ver un nuevo amanecer. La muerte del fin del mundo parecía alguna vez irrisoria y ahora estaba derrotada, en los brazos de la vida nueva.
Luego todo el sonido se acumula y-
Son tantas las voces, las ondas, los ruidos, que no discierne una de la otra, se fusionan como un solo sonido blanco que tiembla bajo sus parpados, taladra su cabeza. Se la agarra, quiere gritar - ¡cállense todos! - pero aun así lo escucha.
El lamento parece escalar con el humo, quiere cubrir el cielo. Viene desde el centro, y Annie lo reconoce, no sabe cómo, por qué, pero lo distingue claro entre la multitud de sonidos.
Es Armin.
El pecho le duele, una mano invisible apretando sus costillas, clavándose en sus ventrículos. Siente miedo de que el fin del mundo se haya llevado con él a Armin, lo haya roto en diminutos pedazos y los haya arrojado fuera de su alcance. Quiere buscarlo, acercarse, decirle-
Imposible.
Niega con la cabeza, levanta la mirada y ve a su padre-
No recuerda que le dice, si él habla primero o si ella se arroja de bocajarro, pero se abrazan por un tiempo necesario, lo suficiente para ella no desfallecer ahí mismo y yacer en la tierra derrotada. Escucha que le habla, pero ella está demasiado abrumada para hilar alguna respuesta.
Toda su vida sintió vehemente y claramente y ahora todo se agrupa, se desorganiza, pero no se mezclan. Felicidad y tristeza absoluta.
Parece que ella también está re naciendo pero ahora es solo una imagen imprecisa y nebulosa.
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¿Desde cuándo piensa tanto antes de actuar? Quiere darse un golpe, pero ni eso puede hacer. La incesante energía que cargaba y la impulsaba como una bala parece haberse enfriado, solidificado y moverla cuesta un montón.
Si quisiera, podría cruzar la calle rota y tocar su brazo, preguntarle con los ojos, musitar su nombre, saber que él también la entendería: no lo haría incomodo, solo asentiría y quizás, le sonreiría suavemente. Pero siempre que lo divisa entre la multitud que pasa como líneas paralelas a ella (que cargan ayudas, objetos, madera)dolor); siente que las piernas le vibran ligeramente, su cuerpo recibiendo la orden de su inconsciente, de caminar, atravesar y acercarse, pero no puede hacerlo. Armin nunca gira, siempre está dirigiendo algo, hablando con personas importantes o Mikasa está en su radar y cuando eso sucede, de repente, la energía que los envuelve parece incluso alejar las líneas paralelas de personas, ella inclusive, siente que la empuja hasta los límites del terreno del barrio en el que estén en Marley.
Mírame, piensa.
Mírame, maldita sea.
—Qué cobarde —lo dice tan suave que apenas abre los labios.
Teme admitir que no quiere estrellarse con la idea de que Armin también murió y que su presencia física envuelve otra persona que se modificó después de ver a su mejor amigo decapitado. Teme que quizás, esa persona no vaya a hablarle por años mientras ella está atrapada en un nido de cristal, generándole el único consuelo y alivio en medio de la oscuridad y el estancamiento de la realidad. Teme que de pronto, este nuevo ser no la agarre de la mano para pedirle que se quede, aún cuando ella nunca se pediría eso mismo, puesto que reconoce y entiende y acepta todo el sufrimiento que ha causado. Recuerda que aquella vez lo observó con incredulidad por unos segundos, pensando que habría que estar loco para desear su presencia, a ella, de entre todas las personas, quién quizás fuera una de las principales razones que impulsó el viaje de Armin por su sufrimiento.
Alguien loco, o alguien irremediablemente bueno. Tonto, quizás. Un visionario de la vida, un soñador.
Todo lo que ella no era y quizás por eso aceptaba que se deslizara en su vida con tanta delicadeza, pero con firmeza, no lo entendía, aunque no importaba, a fin de cuentas, acostumbrada a tomar las cosas por la fuerza y la violencia y el arma de la traición, que el hecho de que le fuera entregado esto con tanto respeto y consideración a sus manos casi le hacía creer que ella podría ser feliz, buena, vivir en paz. Es un sentimiento tan frágil y abrumador, la rodea como la brisa del mar y se le pega como una fina tela transparente.
Se agarra las manos sobre su abdomen, se aprieta los nudillos con suavidad, como queriendo sentir de nuevo la energía que siente cuando Armin está en su órbita.
Teme que quizás ya no la quiera.
Que se haya dado cuenta de que ella no tiene salvación, que es fea, que es cruel y egoísta. Que fue algo del momento, fruto de la ansiedad del presente escabroso y negro que se les abría con los pasos del titan fundador, y de la necesidad de compañía por la ausencia de otras personas más importantes, porque ella justo estuvo allí, al frente del cañón con él, dos bombas andantes que coincidieron intentando no auto-detonarse.
Se muerde el labio y suspira, hoy no será ese día, hoy no se armará, solo se dejará (abandonará) ser y se perderá entre el gentío.
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—Annie, qué bueno verte.
Siente un hueco en el estomago y gira su cabeza con tanta velocidad, que cree casi se cae de la silla. (En realidad no fue así, pero su cabeza le hace sentir expuesta). Por supuesto que es Armin quién le habla y el hueco parece que quiere comerse también su corazón, pero éste palpita rápido por todo su pecho, como un mosquito buscando luz, huyendo de la oscuridad.
—Armin…
Es todo lo que dice e intenta enfocarlo, pero su retina parece estar agarrando todo a la vez. Su pelo rubio como el maíz, ligeramente largo, sus facciones definidas pero juveniles, sus ojos sinceros. Su pecho que parece envolverla aún cuando está de pie a unos pasos de ella. Un traje azul marino. La mano derecha en el bolsillo. ¿Tendrá él también un hueco hambriento en su estómago?
—Te he buscado, pero nadie me daba razón. Pensé que te habías ido en un barco, como aquella vez —dice despacio, pero increíblemente seguro. Hay algo en su voz que le da tranquilidad, aunque nota una pequeña velocidad en sus ultimas palabras. Como aquella vez. Cobarde.
Ella está sentada en una mesa de madera improvisada, con restos de una comida compartida con su padre y algunos niños huérfanos que se acercaron. Después de oírlo le da la espalda, y apoya sus brazos sobre la mesa, su mejilla en su palma izquierda. Siente un poco de rabia, pero no le dirá. ¿Por qué es tan bueno?, así diga lo contrario.
Los demonios de la isla resultaron tener alas también.
—Pensé que tendrías cosas más importantes que ver —responde aburridamente, escondiendo un reclamo infantil. Lo siente sentarse a su lado y respirar.
—Tú eres importante —dice rápidamente, ligeramente, por instinto. Es ahí cuando ella decide mirarlo, encontrándolo sonrojado, pero en sus ojos había una claridad propia de quién se ha decidido hace mucho tiempo y no va a cambiar de opinión sin importar cuantos argumentos le arrojen.
Tampoco cree que le pueda ganar, honestamente. Decide abandonar su actitud indiferente y baja el brazo, se endereza y lo mira fijamente.
—¿Qué soy para ti? ¿Un acto de rendición? ¿Una obra de bondad? ¿Alguien con quién quieres hablar de vez en cuando? —pregunta todo serenamente. Ya es consciente que gustaba de él (sentados sintiendo las olas del mar bajo el acero del barco, agazapados como escondiéndose del cielo) pero el mundo se acabó, ella murió (algo así) y quiere tener la seguridad de qué es real en este nuevo mundo y qué no.
El hueco en su estomago parece agrandarse un poco más cuando ve que él se demora unos segundos en contestar, como meditando su respuesta. Su pecho sube y baja y siente que está respirando un poco más rápido de lo normal, quiere decirle que le ponga la mano ahí y pare su corazón con la suya, que desmienta todo.
Al final la mira (previamente estaba mirando a su alrededor)
—Nada de eso, ya te he dicho que no soy ningún héroe y tampoco hay nada que salvar —se humedece los labios rápidamente, el brazo apoyado en la mesa, de frente a ella— quiero decir, tú no necesitas que te salven. —Hace una pequeña pausa, las palabras meciéndose en su boca— Me gustas, me importas, no por altruismo, por puro egoísmo, de hecho.
Sonríe pequeño al final, como si eso le divirtiera por encima.
—No soy fácil y de pronto en algún momento podría irme —le responde honestamente, quiere ser directa y crudamente honesta, porque no hay más que escoger sino la realidad y lo que puede suceder. Ofrecerle el regalo de la decisión, algo que en repetidas ocasiones no pudieron tener.
—Está bien.
Por supuesto que Armin le iba a dejar elegir, la iba a dejar ser, de las maneras y formas y colores que ella deseara y quisiese. El hueco en su estomago agarra una fuerza descomunal y se engulle su corazón, dejándola con un vacío angustioso que le hace sentir como una maraña de ruido en el aire, buscando algo firme que la devuelva a la tierra, le de forma. Siente la ansiedad recorrer sus piernas y sus brazos y su cara, y es una sensación tan desconocida y familiar a la vez. ¿Es esta la juventud que se me escapó? ¿Estuvo encarcelada conmigo todo este tiempo?
Ella es quién lo besa.
Nunca fue de palabras, de todas maneras.
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