Hola!, nuevo capítulo, en teoría tengo algo más de tiempo libre ya.
Advertencias: Contenido sexual ligero y cierta homofobia implícita.
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―No soy ningún repartidor, vine a ver a William.
Había soltado la frase con toda la convicción del mundo, y pareció hacer eco entre las paredes ante la ausencia de cualquier otro sonido. Con la puerta a medio cerrar, aquel hombre comenzó a observarlo con desconfianza. Sin embargo, sus ojos negros, duros como pedernal, no le intimidaron ni una pizca.
―¿Quién eres tú para preguntar por él? ―Había también un ligero tono amenazador en su voz. Sherlock estaba más que preparado para responder cuando oyó pasos a su espalda.
Giró la vista en dirección a las escaleras y se encontró con Louis, que venía por el pasillo y ya estaba a pocos metros de los dos. Con el rostro tenso, el joven se apresuró a llegar a su lado, como si quisiera evitar una catástrofe.
―Señor Moran, Holmes, ¿hay algún problema? ―les preguntó, mirando a uno y a otro.
―¿Conoces a este tipo? ―espetó aquel, con evidente sorpresa.
―Lo mismo pregunto, pensaba que aquí solo vivían ustedes dos ―dijo, y a la vez aprovechó de echar un vistazo dentro pero no vio a Liam por ninguna parte.
Ante la incomodidad del ambiente, Louis suspiró y empujó la puerta con intención de entrar.
―Esperen adentro los dos, por favor. Mi hermano ya estará por volver ―contestó y les hizo un gesto a ambos para que lo siguiesen―. No hay para qué molestar a los vecinos.
Ingresaron y Sherlock podía sentir su mirada fija sobre sí, como si fuese una especie de depredador listo para lanzarse sobre él y despedazarlo. Con todo, no estaba seguro aún de si era también un vampiro, aunque al observar su comportamiento pudo deducir varias cosas respecto a él.
Mientras Sherlock tomaba asiento en el sofá donde tantas veces acompañó a Liam, el tal Moran se acercó a Louis, que en aquel momento escribía en su teléfono (seguramente para notificar a su hermano de lo que estaba sucediendo en casa), y le volvió a preguntar:
―Oye, ¿quién es este y qué tiene que ver con William? ―Ni siquiera intentó bajar mucho la voz.
―El señor Holmes es cercano a él ―fue todo lo que respondió, mientras le daba la espalda. Sherlock estuvo a punto de saltar al oírlo; le escocía la lengua por decir que era su novio y que él lo sabía bien, pero comprendía lo que estaba haciendo. Desconocía qué tipo de relación unía a su pareja con ese hombre, pero Louis eligió esperar a que el propio Liam diese las explicaciones del caso.
Era probable que su novio hubiese estado alimentándose, especuló. Lo prefería a los otros escenarios que llegó a imaginarse antes.
Menos de quince minutos después, él apareció luciendo a primera vista igual de inalterable que siempre. Su rostro no estaba demacrado, sino que poseía la misma belleza etérea de la última vez que se reunieron, lo que le tranquilizó. Nada más entrar se quitó el abrigo; debajo vestía un suéter azul delgado a juego con unos pantalones oscuros acorde al clima fresco de la noche. Luego de colgar la prenda, intercambió miradas con Louis. Este asintió y se dispuso a retirarse de la estancia.
―Ah, Liam… ―pronunció Sherlock con algo de pesadumbre. No podía olvidar la última vez que hablaron; tal vez él ni siquiera deseara verlo ahora.
Pero entonces le observó por apenas un par de segundos, y fue suficiente para hacerle comprender que no estaba molesto. Aunque la ligera calidez se esfumó deprisa de sus ojos, como si hubiese sido producto de su imaginación, Sherlock sabía que no lo era.
―¡Eh, William! ―espetó Moran para atraer su atención, rompiendo el instante de complicidad muda―. ¿Qué es lo que te traes? No me imaginé que ahora traías tus presas a casa.
Él estaba de pie al lado de su novio, pero enseguida Liam le instó con un gesto suave a que se sentara también. No le pasó desapercibida a Sherlock la forma en que aquel sujeto obedeció sin siquiera cuestionarlo y tomó asiento delante de él, en uno de los sillones individuales forrados en terciopelo.
―Supongo que Louis aún no los ha presentado ―empezó a decir, de pie entre ambos―. Sherly, este es Sebastian Moran, un antiguo amigo mío.
Arqueó una ceja en su dirección; eso no le aclaraba absolutamente nada, pero era un punto para comenzar.
―Y Moran, él es Sherlock Holmes ―dijo, señalándolo y haciendo una breve pausa―. Nosotros somos pareja desde hace un tiempo.
Por poco se le acelera el pulso al escucharlo reconocer abiertamente su relación; la boca se le estiró por sí sola en una sonrisa triunfal. La reacción del otro hombre, sin embargo, también fue instantánea.
―¿Qué? ¿Tú, con este sujeto? ―soltó, haciendo un rictus de asco―No creí que…
―Los tiempos cambian, Moran ―contestó Liam con una delicadeza que no escondía por completo la tensión de su cara, aunque era probable que solo Sherlock pudiese notarlo.
―¿Cuál es tu problema? ―Se había contenido tanto como pudo, por consideración a su novio y para analizar la situación, pero ya era suficiente. Se puso en pie y dio un paso hacia adelante, sin quitar la vista de su rostro―. Diría que es un placer conocer a un amigo de Liam, pero parece que tienes algo en contra mío desde que me viste.
Moran descruzó las piernas y se levantó, pero antes de que dijera nada, Liam volvió a interceder.
―Él solo estaría sorprendido por verte aquí, sabe que no soy dado a las visitas. ―Aparentando un gesto casual, el vampiro posó la diestra encima de su brazo, como si le quisiese detener―. ¿Por qué más si no?
Después de vacilar por un segundo, el otro chasqueó la lengua, desentendiéndose de la situación, y sacudió la cabeza.
―Pues claro ―soltó, despectivo―, ni siquiera te conozco. Voy a salir, William. Volveré cuando no tengas invitados.
Le dio la espalda y se fue, sin dedicarle más atención. El lugar quedó en silencio por unos instantes después de que la puerta se cerrara. Tenía cosas que preguntar, muchísimas, pero las palabras se le atascaban en el paladar.
―¿Vamos a mi cuarto? ―Le pidió Liam de pronto. La expresión de su cara era gentil cuando levantó la vista, y en esta ocasión estaba seguro de que no estaba fingiendo, puesto que estaban a solas.
Respondió que sí entre dientes y partió con él rumbo al pasillo. El vampiro permaneció callado, dándole a Sherlock tiempo para ordenar sus ideas, aunque estas fueron haciéndose más tumultuosas a cada paso. Se rascó la cabeza con incomodidad. Disculparse no se le daba bien…
―Siento no haber contestado tus llamadas ―se le adelantó él antes de que pudiese abrir la boca―, mi teléfono se apagó mientras dormía y olvidé cargarlo.
―¿Lo adivinaste o leíste mi mente? ―inquirió.
―Sé que lo harías antes de venir directamente aquí.
Acababa de cerrar y estaba dándole la espalda; se había detenido en la acción más tiempo del necesario, observó.
―No te preocupes por eso, soy yo el que lo siente ―dijo y avanzó un paso. Apoyó las manos en su cintura y las dejó ahí, sin decidirse a estrecharlo con ellas―. La forma en que reaccioné… solo no esperaba que cambiaras de idea tan repentinamente.
Liam no parecía convencido, dado que dirigió la vista al suelo y allí la mantuvo hasta medio minuto más tarde, cuando Sherlock ya comenzaba a entrar en pánico. Entonces se giró de forma lenta y presionó las palmas contra su pecho.
―No eres un donante de sangre para mí, Sherly ―expresó, y aunque su tono era firme, tuvo la impresión de que algo lo perturbaba―. Ahora, sé que sientes mucha curiosidad por lo que ocurrió recién. Voy a responder lo que necesites.
―…Déjame hacer esto antes.
Lo abrazó al fin y respiró profundo, sintiéndose mejor por el solo hecho de sostenerlo. Liam se recargó en él, como si verdaderamente necesitara el apoyo. Le gustó saber que lo había extrañado con la misma intensidad; si bien le preocupaba descubrir cuál sería el motivo de su desánimo. Le dio un beso que esperaba transmitiera su sentir. No halló el sabor de la sangre en su boca, solo la suavidad que adoraba debajo de sus colmillos. Pero como si quisiera controlarse, Liam rompió el contacto más pronto de lo que querría y le instó a que tomara asiento.
Se sentó encima del ataúd negro que asemejaba un arcón, esperando que Liam se le uniese. Él, no obstante, acercó la silla del escritorio de madera y la acomodó frente a él.
Bueno, esta iba a ser una conversación más seria de lo que estimó.
―Entonces ―empezó al cabo de un minuto― ¿Ese tipo, Moran, es un vampiro también?
―Es lógico pensar que sí, pero no, no lo es ―negó, para su sorpresa―. Él es un humano igual que tú.
―Se conocen desde hace mucho, y por lo que vi se trata de un exmilitar ―dijo, dejando salir todo lo que había estado dando vueltas en su mente―. Sabe lo que eres y actúa como si hubiese estado alguna vez bajo tus órdenes, aunque creo que tú jamás estuviste en el ejército.
―Tus deducciones son correctas ―contestó y sus ojos escarlata relucieron―. Nosotros conocemos a Moran desde hace más de 100 años; trabajó para mí entonces en algunas cosas.
―¿Y cómo es posible que esté igual? ―pensó en voz alta. Repasó todos los datos que había recabado de aquella especie hasta ahora, pero carecía de muchos aún para lograr concluir algo. Liam siempre trataba el tema con un deje de hermetismo. También le intrigaba terriblemente cuáles serían esas "cosas" que un militar hizo para él durante el siglo XIX.
―No es que no cambie, solo envejece a un ritmo significativamente más lento que los demás ―explicó, con distancia, y Sherlock pudo entrever que el asunto no le era grato―. Es el resultado del vínculo alimentario con uno de mi clase.
Aquello lo impresionó un poco, también por las implicancias que tenía para sí mismo.
―¿Voy a dejar de envejecer también por el hecho de que bebas de mí? ―Necesitaba saber aunque no le asustaba, pero Liam se apresuró a negar con ahínco.
―No, eso no te ocurrirá a ti. ―dijo, y una ligera arruga había aparecido en su frente blanca―. Con solo beber no te arriesgas más que a tener anemia.
Era obvio que tendrían que cumplirse condiciones especiales; no era mala idea, aun así. Vivir más tiempo podría ser una molestia para algunos, pero no se negaría a la posibilidad de pasar 100 años con Liam o más. Quiso preguntarle por qué es que parecía detestar aquel método, tanto que evitó mencionárselo hasta ahora que no tuvo alternativa; pero entonces una pregunta más urgente le surgió, una que le hizo detener todas las elucubraciones que el nuevo descubrimiento estaba generando en su cabeza.
―¿Has estado bebiendo la sangre de ese hombre estos días? ―soltó, sintiendo que el estómago se le agarrotaba al decirlo― ¿Estás vinculado con él?
―No, Sherly, no soy yo el vampiro con el que Moran comparte su sangre. ―Fue como si el corazón le volviera a latir dentro del pecho cuando lo oyó. Exhaló con alivio, sin importarle nada durante una fracción de segundo.
―Pero hay algo más ―Retomó luego. Inclinándose hacia adelante, estiró la mano para tocar su piel. Delineó suavemente sus dedos largos con la punta de los suyos―. ¿Me dirás?
En sus labios se levantó una sonrisa cansada. Giró la muñeca, buscando más contacto.
―Él vino de parte de mi hermano Albert. Nosotros tenemos asuntos que resolver. ―Era la primera vez que Sherlock escuchaba ese nombre salir de su boca y le sonó pesado, como si arrastrara una historia que a duras penas podía silenciar. ―Se quedará aquí por un tiempo, espero que no te incomode.
―Ah, claro que no. ―Se esforzó en no poner mala cara para evitar preocuparlo; no estaba seguro de haberlo conseguido. Sintió malestar al acordarse del fiasco que fue su primer encuentro con él, aunque ni siquiera haya sido su culpa.
Mientras pensaba en eso, Liam se incorporó. Puso la silla de nuevo en su lugar y, sin decirle nada, dio la vuelta al lecho para tenderse encima. De espaldas, dejó caer la mano sobre la almohada esponjosa, junto a su rostro. Todo él era oro sobre blanco.
―Ven aquí, Sherly ―le llamó lánguidamente, los párpados ocultando parte de sus ojos―. Quédate conmigo hasta que el sol esté allá arriba.
Esa era una petición a la que no podía negarse. Trepó a la cama y apoyó una mano sobre su mejilla; lo oyó suspirar como si hubiese estado esperando por aquel gesto desde el principio de la noche. Casi le temblaron los labios cuando le besó. Quería tocarlo, sentirlo por completo, pero podía notar también su sed. Se acariciaron mutuamente, y cuando Liam estaba metiendo la mano dentro de su pantalón, puso la muñeca enfrente de su cara.
―Bebe aunque sea un poco. ―No hizo falta que lo convenciera: él clavó los dientes y succionó el flujo de su sangre mientras se frotaban el uno contra el otro.
Igual que siempre, el placer que le acometía era desmedido. Una burbuja le absorbía sobre esa amplia y cómoda cama, con Liam debajo de él moviendo las caderas. Él bebió apenas un sorbo pero no se necesitaba más para disparar su adrenalina.
Entre gemidos, lamió su boca con frenesí. Los brazos de Liam le ciñeron por la espalda, con fuerza, mientras se corría en su mano. Se ahogaba en su respiración dulce, en el ligero sabor a óxido. No quería cerrar los ojos y dejar de mirarlo; besó las pestañas doradas con cariño en tanto sentía que el fuego de su estómago comenzaba a inundarlo todo.
Entre los resquicios de su consciencia, se sintió caer de espaldas junto a él. Besos le empaparon la mandíbula en tanto salía a flote y sus miembros recordaban cómo abrazarlo con propiedad. Liam se le aferraba como si temiera que fuera a abandonarlo; saboreó su garganta incontables veces sin llegar a enterrar en ella los colmillos, solo deleitándose con el rápido golpeteo de su pulso.
Cerca del amanecer, luchó contra la somnolencia y se levantó dando tumbos para cerrar las cortinas oscuras. Comenzaban a asomarse las primeras luces cuando lo hizo, pero Liam ni siquiera se movió entre las sábanas. Al regresar junto a él, constató que su cuerpo a medio desvestir estaba rígido y que su respiración era poco perceptible. Verlo en ese estado despertaba su curiosidad aunque no fuera la primera vez; parecía como si estuviese muerto. Un fenómeno magnífico que no tenía explicación, como todo acerca de su naturaleza.
Sherlock se habría quedado observándolo por años, pero prefirió limpiar el desastre de sus ropas y recostarse junto a él para conciliar el sueño por al menos un rato. No se despertó sino hasta cerca del mediodía.
A regañadientes, se dijo entonces que debería retornar a casa. Con parsimonia, tomó a Liam entre sus brazos y lo depositó al interior de aquel cajón largo de aspecto elegante. Por muy acolchado que luciese el fondo, desde su punto de vista mortal no se comparaba con descansar sobre el lecho. Aun así, sabía que era más seguro para él permanecer al resguardo de esa oscuridad compacta.
Tras arreglarse un poco en el baño contiguo, salió con cautela. No se oía el menor ruido en el departamento; era de suponer que Louis estaría dormido también ya en su propia habitación, aunque tenía serias dudas respecto al invitado.
Echó un vistazo hacia la habitación que antes permanecía desocupada, más allá de las que pertenecían a los dos hermanos. Nunca había entrado en ella porque solía quedarse a dormir en la de su novio, pero ahora aquel hombre estaría hospedándose allí y de alguna manera le causaba escalofríos. Sea como fuere, Liam parecía confiar en él, y si era así no tenía derecho a protestar.
Entonces, mientras estaba plantado en el pasillo contemplando la puerta cerrada, recordó un incidente que días atrás tachó de insignificante. Contuvo una exclamación. Moran, el antiguo compañero de su pareja, era el desconocido con el que tropezó accidentalmente hacía un par de noches atrás. Justo antes de que él le pidiera dejar de reunirse por un rato.
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―¿Cuál era el mensaje, Moran? ―le había increpado William el día en que apareció. Para entonces tanto él como Louis aguardaban, sentados en los sillones, a que el hombre frente a ellos aclarara sus dudas.
Y así lo hizo, después de terminarse la botella de agua embotellada que le sirvieron. No tenían alcohol en casa, para su disgusto.
―Te lo debes de imaginar, pero a Albert gustaría verlos a ustedes dos. ―Por supuesto que lo hacía, pero aun así se sintió conmocionado. Transcurrió demasiado tiempo sin tener noticias de él, muchísimos años para fingir que no pasaba nada―. Así que si no tienen inconveniente, pueden venir conmigo y…
―¿Por qué no viniste con él? ―le interrumpió. A su lado, notó que los ojos de Louis se desplazaban hacia su rostro―. Mi hermano Albert sabe que estamos en Londres, que lo recibiríamos.
―Es cierto ―secundó Louis, despacio, con cierta duda―. ¿Es que le sucedió algo malo?
Moran negó, levantando la mano del respaldo del sofá y agitándola como para disipar su preocupación.
―¿Qué le iba a pasar? Solo está ahí, entreteniéndose con sus asuntos. ―Se encogió de hombros y explicó―: Yo en cambio no tenía mucho que hacer, así que se aprovechó para enviarme en su lugar.
Nadie agregó nada más en tanto se sumía en reflexiones. Obtuvo un vistazo del lugar en que residía ahora su hermano mayor desde la mente de Moran, pero no podía precipitarse en tomar una decisión. La imagen de Sherlock vino a él, pero la borró lo más rápido que pudo.
―Si no es por motivos urgentes, supongo que no habrá problema con que traigas tus cosas y te quedes aquí unos días. No es como si pudiéramos hacer un viaje como ese de buenas a primeras ―dijo, y volteó hacia Louis, quien asintió al tiempo que le devolvía la mirada. Ya hablarían de todo aquello cuando estuviesen a solas.
―Como tú digas, aunque no puedo quedarme por mucho, ya lo sabes.
William sonrió. Lo sabía perfectamente.
