¡Hola! Lamento la tardanza, pero acá está el nuevo capítulo. Es un poco más largo que los anteriores.
Advertencia: Contiene escenas sexuales.
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Sobresaltado hasta la médula, William miró hacia arriba aunque ni siquiera era necesario. La intensidad de su aroma hizo que el pecho se le oprimiera; él era real hasta el último cabello.
―¡Qué inesperado! Mira que encontrarte justo cuando me voy vacaciones ―soltó Sherlock, que acababa de aparecer por el pasillo. Dejó caer la mano sobre la parte superior del asiento de William y casi rozó su pelo―. ¿Ya ves? El destino nos une siempre.
Su mente quedó en blanco e hizo cuanto pudo por ocultar las emociones ambiguas que le surgieron.
―Holmes, ¿qué clase de juego es este? ―intervino Louis, inclinándose sobre él para mirar al hombre con una mezcla de confusión y molestia. Sin embargo, no esperó a que le contestara y enseguida se dirigió a su hermano―. ¿Tú sabías que vendría?
―A mí también me sorprende ―dijo. Sabía que tanto él como Moran (el cual vigilaba las acciones de Sherlock desde su asiento, en la fila del otro lado del corredor) creerían en sus palabras. No importaba que fuese una verdad a medias.
Cruzando las manos sobre el regazo, se volvió hacia su novio y le dedicó una fría sonrisa, sin apenas abrir la boca. Este ni siquiera parpadeó.
―El destino no tiene nada que ver con esto, señor detective. Y usted ni siquiera es asiduo a salir de casa.
―Yo salgo cuando tengo un buen motivo, eso también lo sabes ―dijo levantando un dedo, y luego se rio―. E imagino que tú también tienes unos cuantos para partir a… ¿Cluj-Napoca? Al menos el nombre suena interesante, no te lo negaré.
―Sherly, no vamos a hablar de eso en el pasillo de un avión ―zanjó William antes de que lo envolviese con sus interminables palabras―. Regresa a tu asiento antes del despegue si no quieres accidentarte.
Sherlock le miró con los labios fruncidos, muriéndose de ganas de decir otra cosa. Pero era como él advirtió: medio minuto más tarde anunciaron por los altavoces que todos los pasajeros debían estar en sus lugares con el cinturón de seguridad puesto. No le quedó de otra que emprender la retirada, aunque no sin antes lanzarle una mirada intensa.
«¡Liam! Hablaremos al llegar», lo pensó las suficientes veces mientras se alejaba para que William lo oyera.
―Ese hombre no aprende ―se quejó Louis con un resoplido; no dudaba de que también lo hubiese escuchado―. ¿Cómo fue que nos encontró?
No podía responder a ciencia cierta esa pregunta.
Solo tenía claro que al elevarse de la ciudad en que vivió durante los últimos 150 años, sintió el corazón ligero. Sherlock en verdad nunca lo decepcionaba.
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El lugar al que se dirigían, Cluj-Napoca, era una ciudad rumana con una gran cantidad de habitantes, según pudo averiguar Sherlock durante las 12 horas previas a lanzarse a aquella travesía. No obstante, apenas fue consciente de que iban a la mítica región de Transilvania hasta que tuvo en mano su boleto. Una experiencia alucinante, sin duda, y como tal su cerebro no tardó en intentar rellenar los huecos del puzle. ¿Los vampiros efectivamente procederían de allí? ¿Era el hermano de Liam el mismísimo Drácula? ¿Viviría en un castillo gótico sobre los Cárpatos? Estas trivialidades mantenían a raya su preocupación por él. Al menos comprobó que se encontraba en buen estado de salud, pero le hubiese gustado encerrarse con él en el baño para conversar. Habría tratado de convencerlo sino estuviese bajo la vigilancia de sus dos guardianes.
Se pasó el resto del tiempo de viaje ojeando sin verdadero interés un folleto de turismo que consiguió en el aeropuerto. A su lado el asiento iba vacío, al igual que varios más. No le sorprendía: no era común tomarse vacaciones en esa época del año y más aún en primera clase. Cuando sus pensamientos comenzaron a girar con insistencia en torno al deseo de fumarse un cigarro, fue tiempo de aterrizar. Era la medianoche y todo estaba en silencio; a excepción de los vampiros a bordo, imaginaba que la mayoría acababa de despertarse.
Una vez que fue tiempo de descender, procuró hacerlo después de Liam y su grupo. Así pues, casi pisándole los talones arribó a aquel país desconocido cuyo cielo lucía bastante más despejado que el de la capital de su patria. Casi no existían nubes que obstruyeran la luna menguante.
De repente, Liam se detuvo en medio de la iluminada terminal.
―Adelántense por favor ―oyó que les comunicaba, en voz lo bastante alta para que le escuchase él también sin necesidad de voltearse―. Debemos hablar en privado.
Le obedecieron rápido, como siempre. Antes de marcharse, sin embargo, vio que Louis sacudía la cabeza con resignación y que el otro sujeto, el militar, le dirigía una mirada de disgusto, como quien observa algo asqueroso que se pudre sobre el pavimento.
Estaba más que harto de que le viesen así.
Dejó de darle vueltas a la evidente antipatía que absolutamente todos los cercanos de su novio le profesaban, porque entonces Liam se giró hacia él. Tenía en el rostro una expresión tranquila que le recordó a la superficie de un vaso de agua a punto de rebalsarse. Solo faltaba una gota.
―Ya estás aquí, ¿pero qué pretendes hacer ahora? ―le preguntó―. ¿Planeas seguirme allá donde vaya?
―Si es otra invitación oculta, ya conoces mi respuesta. ―Sonrió de forma incitadora, pero él no estaba de humor para tonterías. Se detuvo justo al frente de Sherlock y aquellos ojos agudos examinaron su equipaje de mano; una simple mochila negra en la que traía un cambio de ropa y un pequeño presente para él.
―¿Tienes siquiera pensado dónde pasarás la noche?
―Me las voy a arreglar. Vi por ahí algunos lugares económicos. ―Lo cierto es que no tuvo oportunidad de reservar ni un cuartucho. Las horas previas al viaje fueron una carrera contra el tiempo.
―Tus imprudencias un día te costarán caro ―le regañó, aunque no subió el tono. Parecía más preocupado que molesto―. No puedes lanzarte a la nada de esta forma, Sherly.
―¿Ni siquiera por ti?
―Mucho menos por mí ―repuso, con los ojos entrecerrados. La sola idea pareció infundirle culpa―. Ahora vendrás conmigo al hotel.
Ante esa orden no tuvo problemas en seguirle mansamente a través del enorme recinto. Buscaron su equipaje, el que solo consistía en una maleta pequeña, y tras algunos minutos se dirigieron al exterior. Los acompañantes de Liam, tan veloces como se imaginaba que eran, no solo habían recogido ya sus propias cosas junto con las de él, sino que se encontraban ahora a bordo de un taxi. Su novio le condujo a través de la fila de vehículos que esperaban por pasajeros junto a la calzada, y sin siquiera mirar por las ventanillas ni usar el teléfono para contactarlos, dio con el indicado. Entonces abrió la puerta e hizo un gesto para que subiera al asiento trasero.
―Dame tus cosas, yo las meteré en el maletero ―le explicó, tendiéndole la mano.
―Me echas a la boca del lobo, eh ―dijo, pero le entregó sus pertenecías. Una sonrisa minúscula se dibujó en el rostro de Liam.
Mientras él se acercaba al conductor por fuera para pedirle la llave del portaequipajes, Sherlock ingresó en el automóvil sin mirar ningún rostro. Pudo sentir la tensión que emanaba Louis, que se encontraba sentado atrás, así como el reproche de sus ojos acusadores, pero se hizo el tonto y lo ignoró.
―¿Y qué está haciendo este aquí? ―Él que sí no estaba dispuesto a callar era Moran, que se volvió de inmediato y lo increpó, apuntándole con el dedo― ¿William te invitó? Responde.
―¿Hay algún problema con que lo haya hecho? ―Contestó por él la voz impasible de su pareja. Su cabeza rubia se agachó por debajo del marco para ingresar, y acto seguido se acomodó a su lado, de cara a la ventana izquierda―. Sherly necesita hospedaje, así que pasará la noche con nosotros y después ya veremos. Señor, llévenos hasta el Hotel Platinia.
Con eso dio término a toda discusión, aunque Sherlock pudo oír con claridad a Sebastian Moran refunfuñando por lo bajo mientras el auto se ponía en marcha. Escudriñó el rostro de Liam, que observaba hacia afuera con frialdad. Sabía que estaba molesto con él, pero le alegraba que no lo suficiente para dejarlo tirado.
El clima dentro del taxi era tan denso que se sentía incómodo incluso al cambiar levemente de posición. Atrapado entre los dos hermanos, hacía lo posible por no tropezar los pies con los de Louis y ganarse un mordisco. El taxista les lanzaba miradas curiosas por el retrovisor cada tanto. Sin embargo, nadie pronunció palabra y Liam continuó inmóvil, sin siquiera mirarlo, por el resto del trayecto. Las luces de la calle se proyectaban sobre su piel blanca como un lienzo vacío.
Aunque se le hizo eterno, en realidad no debieron tardarse más de 20 minutos en llegar a su destino. Ansioso de tomar aire, descendió del vehículo detrás de él y observó los alrededores con detenimiento. El hotel se erguía justo delante; era un edificio ancho con líneas de luces de neón doradas en ciertos lugares a lo largo de toda su estructura. Tales bordes brillantes acentuaban la simetría de sus ventanas y le conferían un extraño aspecto a cubo rubik. Tras solo un vistazo Sherlock dedujo que cualquiera de sus habitaciones escapaba de su presupuesto con creces.
Teniendo en cuenta estas consideraciones, ingresó al vestíbulo junto al grupo. Con muros de ladrillo grisáceo y sillones de tonos verde alrededor de mesas de café, además de paneles de madera, la estancia tenía un aire acogedor que no esperaba. Una vez dentro, Liam tomó de nuevo el liderazgo y se hizo cargo del registro. Louis había hecho ademán de encargarse por él para evitarle molestias, pero este lo disuadió con una leve sonrisa de agradecimiento.
―No hay problema ―le aseguró.
De una u otra manera, Sherlock últimamente había visto a Liam disculpándose y excusándose debido a él en reiteradas ocasiones. Siempre intentaba cargar con todo y protegerle, y parecía que incluso sus intentos de hacer algo por su bien terminaban dañándolo. Se frotó la nuca con saña y se alejó un poco de los demás, fingiendo contemplar uno de los cuadros que colgaban encima de las paredes. No tenía mucho derecho a pensar así después de todos los problemas que le causó y que quizá iba a traerle en el futuro.
Rebuscó dentro de su chaqueta hasta dar con los cigarrillos; pero cuando lo tenía entre los labios se fijó en el pequeño cartel de no fumar encima de una de las mesas. Chistó y maldijo a aquel lugar en su mente.
―Sherly ―le llamó Liam al fin. Levantó la vista, aún con el cigarro en la boca―. Ya he terminado, subiremos. Te quedarás conmigo esta noche.
Asintió frunciendo las cejas y guardó el tabaco. Él le esperó hasta que terminó con ello antes de encaminarse hacia los ascensores, donde se encontraban los otros dos. Subieron hasta el piso 7 de un total de 10, de nuevo en silencio absoluto. Su cara ojerosa sobre el espejo de la pared le devolvió la mirada de cansancio. Antes de que las puertas se abrieran, Liam posó los ojos sobre su reflejó y pareció sonreírle durante medio segundo.
Las despedidas fueron breves, a pesar de que tanto Louis como el tal Moran parecían tener muchos reparos en dejarlos marcharse así como así. Tanta aprensión comenzaba a parecerle absurda; era bastante evidente que no se debía solo al hecho de que no les agradase como novio de Liam.
―Nos vemos más tarde, hermano ―le dijo Louis por último, a lo que este asintió.
―Te avisaré.
Tras eso, se dirigieron finalmente a sus propias habitaciones y su novio le indicó que le siguiera un poco más lejos en el pasillo. El cuarto que les correspondía se encontraba a la distancia de dos del de Louis, lo que Sherlock agradeció. Pasó la tarjeta sobre el identificador y abrió la puerta de una más que espaciosa suite. Dividida entre una sala de estar, una especie de oficina pequeña y un dormitorio con una cama matrimonial, traía más pantallas planas de los que podrían hacerles falta. Además, tenía dos baños y un balcón con un juego de sillas y mesa daba paso a la vista de un complejo residencial interior. Sherlock se asomó a través de la cortina blanca para contemplar parte de la ciudad durmiente.
Liam se acercó hacia él con pasos apenas audibles sobre el piso flotante.
―Nos quedaremos solo por esta noche ―le informó, ahora a su espalda―. Mañana partiremos a encontrarnos con mi hermano.
Se veía cansado, y eso solo podía significar que estaba hambriento. Había hecho un buen trabajo ocultándolo hasta entonces.
―¿Vive realmente en un castillo sobre las montañas? ―bromeó al dar un paso.
―No lo creo.
―¿Por qué Rumanía, entonces? ―Pasó los brazos entorno a su cuerpo y lo estrechó de forma lenta. Liam no le empujó, sino que como reconociéndole, arrastró sus dedos por sus hombros hasta asentar su rostro allí. Soltó una exhalación pesada.
―Ya se lo preguntaré cuando lo vea.
―No me voy a disculpar por venir, no aún al menos ―dijo Sherlock de pronto, ante el silencio que se abría paso―. Tenía que seguir tus huellas y atraparte.
―Es lo que siempre haces, Sherly. Eres un detective al fin y al cabo ―escuchó su risa desgastada junto a su oído.
―Sí. Pero fue porque soy tu pareja. Quiero estar contigo si las cosas se vuelven difíciles.
Los músculos de Liam parecieron contraerse para luego relajarse; retrocedió y tomó su cara entre las manos. Al mirarlo tenía los ojos brillantes de tristeza.
―No salgas esta noche ―casi le imploró, liberando una mano para apoyarla sobre la de él―. Bebe de mí como hiciste hasta ahora.
―¿Lo extrañas tanto? ―inquirió y cerró los ojos. Sin abrirlos, ladeó la cabeza. Lo siguiente que notó Sherlock fue su respiración en el cuello, la punta de esa lengua dibujando una línea invisible.
Un destello eléctrico recorrió su columna, pero hizo como si sus pies estuvieran clavados en el piso y no se movió.
―Hay algunas cosas que extraño más, en realidad.
Sintió su mano acariciándole la nuca descubierta y su estremecimiento fue más prolongado ahora. Los dientes traspasaron su piel con una lentitud que no le parecía real; era como si sus pensamientos fluyeran más despacio. Un entumecimiento delicioso le invadía. El sonido de su sangre al ser engullida le supo tremendamente erótico y estiró la garganta para permitirle tomar cuanto quisiera. Los brazos de Liam eran implacables; incluso si desfallecía fue consciente de que no iban a dejar que se cayera. Se notaba insignificante, frágil, entre ellos. Saberlo no le produjo inquietud. Solo quería estar cerca, más y más próximo a él.
Cuando la boca de Liam se despegó de su carne, fue como si saliera a la superficie del océano. No sabía que necesitaba tanto respirar hasta que tomó una bocanada detrás de otra. El rostro de Liam flotaba debajo de la luz amarillenta de la habitación, su cabello le resguardaba las mejillas rosas como un velo de oro. Tenía los labios manchados.
Alzó la mano para tocarlos, como en hechizo, y él le besó los dedos con actitud de reverencia.
―Háblame de esas cosas ―le pidió Liam, aun con su firme agarre alrededor de su cuerpo tembloroso. Tuvo que luchar por aclararse la mente.
―Mejor te las muestro. Y puedo caminar, no te preocupes.
Recuperando el dominio sobre sí, o al menos aparentando que lo hacía, se enderezó con su beneplácito. Tomó entonces la muñeca de Liam. Con una sonrisa silenciosa, él le dejó conducirlo obedientemente hasta el dormitorio, lugar en que por fin probó sus labios. Sabían a su sangre, por supuesto, la misma que le teñía los dedos que besó.
Luego de empujarlo sobre la enorme cama, se tomó un momento para observarlo y recuperar el aliento. Una parte de Sherlock no se creía que pudiese estar así con él, tan fácil, como si temiese que una fuerza indescriptible viniera a impedírselo.
―¿Estás seguro de que tienes energías para esto? ―le preguntó Liam, levantando la cabeza con una expresión maliciosa. Aquella desagradable sensación se esfumó casi al instante.
―No me subestimes, que ahora es mi turno ―dijo, agarrándole por el tobillo, ante lo cual el otro rio―. Espero que hayas disfrutado mi sangre.
Le quitó los mocasines y después trepó sobre sus piernas. Liam llevaba un suéter café y una camisa; el abrigo, como era lógico, se lo había quitado al entrar. Sherlock metió los dedos bajo las capas de ropa para sentir su piel; con la otra mano comenzó a quitarle el cinturón. De repente estaba ansioso, como si no lo hubiese tocado en años. Él, en cambio, le permitía hacer a su antojo, con el cuerpo lánguido y lleno de calma luego de beber. ¿Qué era el sexo para un vampiro? La pregunta se apagó en sus labios mientras comenzaba a sorber con ellos su piel, desde la ingle hasta la entrepierna.
Su pene no estaba del todo erecto aún y se lo tomó personal. Quería que Liam sintiera también en su carne aquello que lo recorría, de manera que abarcándolo con sus manos y boca se esmeró en hacerlo retorcerse encima de ese lujoso colchón en que parecían caber 5 personas. Lo haría hasta que se le cayera lengua del cansancio.
Miró hacia arriba en medio del menester, y se lo encontró incorporándose a medias. Su respiración era pesada ahora y sus ojos estaban velados de manera similar a cuando le hincó los colmillos. Se inclinó entonces para masajearle el cuero cabelludo con las yemas, como si quisiera ejercer presión pero se contuviese.
―Hazlo ―le incentivó, apartándose un momento―, yo no tengo dientes afilados que te vayan a lastimar.
Liam lanzó una risa que terminó siendo un jadeo. Sus muslos temblaban de una forma bastante agradable.
―Me gustaría hacértelo a ti alguna vez ―soltó junto con un suave gemido. Tragó profundamente, con los ojos cerrados, y presionó la palma sobre sus cabellos.
Iba a decir un chiste sobre mantener tales objetos peligrosos lejos de esa zona, pero la idea se le hizo algo excitante al pensárselo dos veces. Tal vez le gustaría recibir una caricia como esa, al filo del dolor.
Inspirado, retomó lo que hacía con mayor deseo. A este paso acabaría antes que él si no se entregaba; siempre era así, él conseguía ir dos pasos por delante. Dio succiones profundas, a un ritmo autoinmpuesto y reafirmado por la mano sobre su cabeza. Deseó haberle quitado los pantalones para apretar su trasero, pero se conformó con estimular sus testículos. Gracias a que las paredes eran insonorizadas, como leyó al pasar en recepción, era libre para oírlo gemir con claridad. Tragó de él para llevarlo al límite.
A pesar de que no le importaba que se corriera en su paladar, (incluso lo quería), Liam le empujó antes de que reaccionara. Cuando pudo hacerlo, él ya había terminado y estaba derrumbándose sobre su hombro mientras le limpiaba la mejilla con la manga. Le hubiese objetado, sino fuese porque él ya se lo imaginaría. Era más productivo apresar su cintura para tumbarlo nuevamente.
Una vez que lo consiguió, se hizo espacio entre sus piernas y acercó su rostro hasta su cuello blanco como tiza. No importaba cuanto lo marcase, la piel siempre recuperaba su aspecto prístino en minutos.
Si Sherlock era bueno con las manos, debía admitir que Liam lo era el doble. Le desnudó antes de que consiguiera quitarle a él todas las capas que traía encima. Rio mientras lanzaba los jeans desgastados por encima de su cabeza.
―Creía que tenías más prisa, Sherly. ―Le encerró dentro de su mano suave y comenzó a recorrerlo con toques tentativos.
―… Levanta los brazos para quitarte esto.
Sonriendo con suficiencia, su novio se alzó y rodeó su cuello en un abrazo. Le dio un profundo beso que le resultó embriagador, como todo él. Solo cuando dejó ir su lengua pudo deslizar la camisa, ahora abierta, por sus hombros cincelados. Hubiese querido tomarse el tiempo para husmear en cada rincón de piel, pero la urgencia le llamaba. Temía que en cualquier momento Louis viniese a tocarles la puerta con alguna excusa.
Procuró que su cuerpo estuviera en condiciones antes de seguir, aunque solo tuviera saliva para lubricarlo. A los 5 minutos Liam levantó las caderas, con impaciencia rampante, y le clavó los dedos en las costillas. Le gimió al oído que se apurara, palabras melosas convertidas en órdenes. La punta de los colmillos raspó el lóbulo de su oreja.
Sobrepasado por tantas provocaciones, se introdujo de a poco, permitiéndose relajarse a medida que su calor lo rodeaba. Las piernas de Liam se tensaron, no obstante, permaneció quieto hasta que no hubo más espacio entre los dos. El cabello rubio le caía desordenado encima de los ojos oscurecidos y su respiración era irregular; componía un instante que a Sherlock le gustaría alargar tanto como pudiera. Afirmándose del colchón, bajó sobre él para besarlo una vez antes de empezar a moverse.
Al poco tiempo, Liam empujó hacia arriba, y la sensación de sus esfuerzos conjuntos fue arrolladora. Aquellos labios parecían querer absorberle mientras se rozaban al jadear, y sus pensamientos se diluyeron al igual que la fuerza en sus extremidades. Sintió que le desataba el pelo y enseguida este cayó a su alrededor.
«Cambiemos», oía de pronto al interior de su mente. Dado que entonces gemía delante de sus ojos con los labios entreabiertos, el contraste por poco le hace reír.
La telepatía era de ayuda en momentos inesperados.
Cedió el control e intercambiaron posiciones; en menos de dos segundos ya estaba sobre el lecho y el vampiro se alzaba sobre él con las piernas a cada lado de su pelvis. A pesar de que se encontrara extenuado, la imagen de su cuerpo esbelto era tan revitalizante como una inyección de cocaína. El movimiento que dibujaron sus caderas a partir de entonces, en semicírculos lentos, le supo enloquecedor. Hundió los dedos en sus caderas de marfil, aunque él no necesitaba de su ayuda para impulsarse hacia arriba y hacia abajo.
La presión acumulándose en su estómago le indicó que el final se acercaba. Lo último que vio antes de que escalofríos de placer le obligasen a cerrar los ojos fue a Liam arqueando la espalda, la cabeza inclinada hacia atrás y su nuez sobresaliente.
―¡L-Liam! ―tartamudeó en medio de las tinieblas del orgasmo. No quería desprenderse de la comodidad que le amparaba y tampoco tenía necesidad.
La siguiente vez que pestañeó estaba debajo de las sábanas, con el rostro enterrado en una voluminosa almohada de seda. Las luces de la suite se habían reducido al par de lámparas dispuestas sobre la pared, a ambos lado de la cama, lo que le hizo sentirse aún más desorientado.
Se sentó y estiró despacio los músculos del cuello. Aún era de noche, por lo que en realidad no podían haber transcurrido tantas horas.
De pronto, Liam apareció por el pasillo lateral que conducía a los baños. Estaba vestido con una bata blanca y tenía el cabello húmedo. Sin embargo, llevaba en la mano el celular.
―Me hubieras despertado para tomar esa ducha contigo ―dijo en broma al verlo.
Él tomó asiento en la cama y se apoyó de medio lado para verle, con un atisbo de sonrisa.
—No seas tan codicioso, Sherly. Los humanos deberían dormir de noche.
―Y tú eres muy rígido con eso. Como sea, supongo que hablaste con Louis. ―Señaló el teléfono que había dejado sobre la colcha―. Espero que no hayas tenido problemas con él.
―Louis siempre es comprensivo, aunque no quisiera que se sienta solo. ―Observó a la nada con ojos distantes mientras lo decía, y el sentimiento de culpa pareció revivir dentro de Sherlock―. Pero al menos será solo un día.
Se revolvió el cabello, queriendo compensarlo y borrar de su cara aquella expresión. Incluso durante el sexo, cuando el plan de Sherlock era que pasara un buen rato después de la tensión que experimentaron en el viaje, fue Liam el que terminó ocupándose de él. De una forma o de otra, siempre acababa convirtiéndose en una carga.
De repente se acordó de algo. Instado por la idea, se levantó desnudo y fue a por su equipaje. La mochila estaba en el mismo sitio, encima del largo sofá de color grisáceo; abrió uno de los compartimentos interiores y sacó una bolsa grande de tela. Tal vez no era el mejor momento, pero valía la pena intentarlo.
Oyó los pasos de su novio, y cuando levantó la vista luego de volver a cerrar el cierre exterior, lo encontró inclinándose sobre él.
Le puso una manta sobre los hombros en cuanto se incorporó a su altura.
―Antes de andar desnudo por ahí, aumenta la calefacción. ―Tiró de ambos extremos para así acercarlo a su rostro y darle énfasis a sus palabras durante un segundo, después lo dejó ir.
Medio encantado por sus acciones, Sherlock lo observó darse media vuelta y luego tomar el pequeño control remoto de la mesa de mármol negro dispuesta delante del sofá. Apuntó entonces al aire acondicionado cerca del techo.
―¿Intentas seducirme otra vez? ―Hizo ademán de abrazarlo por la espalda mientras estaba en ello.
Liam lo esquivó con un movimiento fluido, aunque le sonrió de manera juguetona por encima del hombro.
―No por ahora. ¿Qué es lo que venías a buscar? Pudiste pedírmelo a mí, no me habría molestado llevártelo.
―Entonces se perdería el elemento sorpresa ―replicó Sherlock, poniéndose enfrente de él para mostrarle la bolsa―. Aunque se trate de baratijas que encontré en internet, esto es para ti. Te daré algo mejor cuando regresemos a Londres.
Se rascó la nuca con algo de vergüenza; ese viaje en primera clase junto a él había consumido la mayoría de sus ahorros, y lo que sobró tendría que utilizarlo para sobrevivir un par de días en aquel país. Apenas tenía para darle un obsequio en condiciones ahora.
―Mañana serán 3 meses… ―dijo, en tanto se ataba aquella manta alrededor de la cintura.
―Desde que estamos juntos. Por supuesto que lo recuerdo, Sherly. ―completó por él. Le dirigió una mirada cálida, de esas que solían agitarle por dentro.
Entonces, con cuidado Liam sacó del interior de la bolsa una caja de cartón algo pesada. En su interior encontró varios objetos envueltos por plástico de burbujas que tuvo que retirar: un conjunto de plato y taza de color negro con un patrón gris alrededor, y además una especie de ataúd negro en miniatura.
Parpadeó y sus brillantes ojos se abrieron; dejó el resto del paquete sobre la mesa y contempló la tacita. El asa tenía un diseño ondulante que simulaba un ala, y en su interior blanco, cerca del borde, lucía estampado el dibujo de un murciélago negro.
―Un diseño muy original ―comentó, con el semblante iluminado―. Desde luego es muy diferente de las que tenemos en casa.
En alguna oportunidad Liam le contó respecto al té que su hermano le preparaba antaño, y también pudo ver que tenía bastantes juegos de porcelana en su cocina, incluso aunque no pudiese beber en ellas algo que no fuese sangre.
―¿Y esto? ―dijo para sí mientras levantaba el ataúd, el cual era un poco más pequeño que su mano.
―Abre la parte de arriba ―le señaló.
Liam siguió su consejo, y al tirar de la parte superior del artefacto, quedó a la vista la figura caricaturesca de un vampiro sobre un fondo rojo. El personaje tenía el rostro blanco como la cal y una boca ensangrentada con colmillos a la vista; en su pecho, vestido de traje, había un profundo hueco circular, justo encima del corazón.
―Es un sacapuntas ―le aclaró, antes de que él pudiese preguntarle―. Se supone que metes el lápiz allí, como si fuese una estaca.
―Oh. ―Pronunció por lo bajo. Observaba el artículo con atención, le dio la vuelta hacia uno y otro lado. Entonces giró el rostro hacia Sherlock, quien empezaba a temer por su reacción. Quizás, muy probablemente, era un regalo de mal gusto.
―Me pareció gracioso, pero está bien si a ti no te gusta. ―Se adelantó, queriendo tomarlo de sus manos.
Pero Liam lo alejó de su alcance y empezó a reír; una risa suave que le hizo cerrar los ojos. Enseguida se tapó la boca con la palma que tenía libre. Sherlock perdió la cuenta de las noches que transcurrieron desde la última vez que lo vio hacerlo de forma sincera.
―Tienes razón; es divertido. Gracias por tan interesantes regalos, Sherly. Los atesoraré.
―No quería incomodarte ―insistió, frunciendo las cejas, no del todo convencido.
―Y no lo has hecho en absoluto. ―Repasó con el dedo la hendidura en el torso de plástico―. Además, tu obsequio me recuerda que quería hablarte sobre esto, precisamente.
No fue necesario que contestara nada; por la forma en que observaba a aquel cachivache supo perfectamente a qué se refería.
―Todavía no te dije cómo se mata a un vampiro.
―Creí que era uno de los temas que preferías evitar ―dijo, evitando mirar su cara. No le agradaron las implicancias de esta conversación.
Pero él hizo caso omiso de su comentario; dejó el presente junto al otro y tomó su muñeca.
―Es justo como en la literatura ―reconoció. Disponiendo de su mano libremente, la posó encima de su propio corazón―. Debes clavar una estaca justo aquí, con toda la fuerza de la que seas capaz. Después decapitas el cuerpo e incineras ambas partes hasta que sea solo cenizas. Es la única forma de estar seguro de que no retornará.
El fuego de sus pupilas fue encendiéndose conforme lo explicaba y la cadencia de su discurso le hizo parecer una especie de maestro.
―¿Hay alguna otra razón para que me lo digas ahora? ―inquirió, enfrentando su mirada penetrante. Él aún le apresaba la mano.
―Ya que estás involucrado en este mundo, es mejor que estés preparado para defenderte, sea cual sea el caso. No sé qué tan peligroso pueda ser este lugar. ―Fue su explicación, pero Sherlock intuía que no era la historia completa. Ya estaba habituado a sus medias verdades.
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El hotel y los regalos que Sherly le dio existen, aquí algunos enlaces donde pueden hacerse una idea de cómo se ven en la realidad:
/ hotelplatinia. ro/wp-content/ uploads/ 2018/01/ hotel-platinia. jpg
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