Genuiness

Vomitar es asqueroso. Me quiero bajar. Degradante. Me quiero bajar. Es revolcarte en tu suciedad. Quiero bajar. Quiero bajar. Quiero bajar. Nunca te atrevas a hacerlo.

Agua mezclada con los restos de siete uvas (7 x 3 = 21), eso fue lo que salió; no con calma, no con gracia o delicadeza. Fue una explosión que manchó la taza del baño, que salpicó hasta el suelo y, por una vez, Mika se sintió demasiado cansada como para limpiar. Volar no era algo a lo que estuviera acostumbrada, y esa primera experiencia no fue algo agradable. No habían pasado más de veinte minutos desde que el dirigible alzó el vuelo y ella ya había perdido toda su compostura—aunque intentó de todo para evitarlo.

Se lavó la cara, se mojó la nunca, se sentó asegurándose de no tocar los restos de vómito esparcidos, se recordó a si misma cómo respirar. Tragó tantas veces aquello que subía por su garganta e intentaba salir por su boca—un ácido mucho más fuerte que cualquiera de las mentiras que había contado.

Volar era vomitar, y vomitar era repugnante; algo rancio y pútrido de cuya esencia no se podía desprender. Hizo todo lo que pudo para evitarlo y, cuando acabó pasando de todas maneras, llegó a la simple conclusión de que odiaba volar. Por eso era tanto más fácil cuidar lo que entraba por su boca antes de correr el riesgo de que cualquier tipo de culpa la obligara a acabar así.

Pero nada de esto estaba en sus planes, y vaya que viaje tan largo quedaba por delante.

Mientras se enjuagaba la boca, una y otra vez, no pudo evitar sentirse sola. Cada quien había ido a hacer lo suyo, como Gon y Kilua quienes fueron a explorar, que incluso invitaron a Kurapika cuyas únicas palabras –inteligentes palabras– de respuesta fueron "Paso—fue un día muy largo, mejor descansar mientras puedo."

A ella le encantaría descansar.

Pero por el momento su mente y su cuerpo se lo impedían, y la solución más cercana que encontró fue ir por un té (5); algo reconfortante, cálido, apaciguador, y dentro de su rango calórico. Le recordaba a las noches en las que los pensamientos intrusivos le impedían dormir, cuando se escabullía a la cocina a hervir agua y colocar una bolsa de té –de esas que escondía en su habitación para que su madre no supiera que estaba ingiriendo de más– y encontrar un atisbo de calma en esos días tan largos.

Se lavó las manos, tiró de la cadena del baño dos veces, limpió los restos de vómito, se lavó las manos nuevamente –palmas, dedos [pulgar, índice, medio, anular, meñique, uñas– y salió en dirección a la cafetería.

Al llegar se puso a escanear la lista de tés, pensando aún en la infancia que nunca tuvo, hasta que finalmente se decidió por un té verde (2). Poco después de tener su taza lista escuchó, con poco control de volumen, a alguien llamarla.

"¡Señorita Mika! ¡Estamos aquí!"

Existía un factor reconfortante en ese niño, algo agradable, casi cálido… y ella lo odiaba. Bien puede que en su momento haya sentido curiosidad por él, pero ahora, especialmente ahora, no podía soportar esa alegría—pero por desgracia ya se había creado ese personaje lleno de amabilidd, por lo que no podía darle la espalda, sino acercarse con una sonrisa.

"Hey. Qué bueno verte, ¿fuiste a explorar?"

"¡Sí! Oye, mira, este es mi amigo Kilua, ¿recuerdas que te hablé de él?" Le habló con una amplia sonrisa, llena de vitalidad. "¡Mira! Te dije que eres más pálida."

"Supongo que sí," comentó con descuido, volteando para mirar a ese chico de pelo blanco. "Un gusto."

Pero no lo era; no era un gusto y no le gustaba la forma en la que él la miró. Como si fuera un mentiroso que sabe reconocer a los de su clase. Le parecía divertido en cierta forma, el traer un nuevo personaje al juego, pero le complicaba levemente que dicho personaje pudiera exponerla potencialmente, motivado por algo que ella conocía muy bien: el aburrimiento.

"Oye, um, señorita Mika," titubeó Gon. "No luces muy bien."

"Estoy cansada, eso es todo. Tú debes de estarlo igualmente, ¿no? Aunque todas maneras te veo con mucha energía."

¡Sí! Pero… ¿y si le pones un poco de azúcar a tu té? Te hará bien."

Azúcar (16). Era algo que no tenía contemplado y que no pensaba contemplar en absoluto; ella y sólo ella era quien decidía lo que entraba en su cuerpo y lo que no.

"¿Por qué arruinaría el sabor natural del té echándole azúcar?" Contestó con una pequeña risa, casi como si fuera un juego.

"Porque," empezó Kilua. "No queremos tener que lidiar con una debilucha desmayándose por ahí."

Grosero.

"Kilua… no lo digas así. Señorita Mika, es porque, bueno, de seguro te haría bien. Mi tía solía darme agua con azúcar cuando regresaba muy exhausto a casa. Mira, toma."

Y le echó azúcar al té.

Le echó azúcar al té y no fue una cucharadita como ella había visualizado, fue una gran cucharada (48). Le costó mucho reprimir su cara de incomodidad, encubriéndola con una sonrisa y un falso sorbo de ese té contaminado.

"¿Mejor?"

"Por supuesto, ¡gracias!" Rodó los ojos internamente y dejó la taza reposar en la mesa, pensando en cómo dejar el tiempo pasar y librarse de eso.

Puede que no fuera una fan de las peleas espontaneas a menos que sea ella quien las haya causado—pero sí agradeció cuando llegó Anita a interrumpirlos, agradeció a Leorio y sus comentarios inapropiados, agradeció a Kurapika y su cambió de tema y ambiente, agradeció que la familia de Kilua haya matado al padre de esa chica. Agradeció todo lo ocurrido y sonrió para sus adentros cuando las cosas se descontrolaron.

Agradeció porque ahí quedaron el té y el azúcar, esparcidos por el suelo.

"¿Estás bien?" Le preguntó Kurapika, ofreciéndole una mano para ayudarla a pararse, mas ella no hizo ningún empeño por tomarla o por ponerse de pie en absoluto.

"¿Qué hay de ti?"

"¿Sabes que es de mala educación responder a una pregunta con otra pregunta?" Dijo con un tono de irritación, esa irritación que a ella le encantaba provocar—algo que ella buscaba que pasara a ser una fuente de confusión. Y para acentuar eso buscó hacer lo contrario a la impresión que había dado, otro calculado paso en falso.

"No fue para tanto," contestó tomando la mano del muchacho, a sabiendas de que aún quería ayudarla. "Ya deberías comenzar a hastiarte de mí, ¿no crees?"

"Debería." Él la ayudó y se quedó mirándola mientras ella se incorporaba, una leve sensación de vacío al momento en que dejó ir su mano.

"Entonces, ¿cómo te encuentras?"

"Estoy bie—"

"Yo también estoy bien, por si se lo estaban preguntando." Interrumpió Leorio.

"Lo podemos ver." Kurapika rodó los ojos y ella simplemente rió—si fue genuino o no, era irrelevante. La cosa es que rió y el ambiente cambió, como si la pelea no hubiera ocurrido y la mesa volcada fuera sólo parte de la decoración.

"Ven, consigámoste otro té y sentémonos un rato, necesito un respiro de todo esto," propuso el mayor. Los otros asintieron y prepararon todo para instalarse en otra mesa. "¿Dónde está el azucarero?"

"¿Por qué arruinarías el té echándole azúcar?" Le respondió Kurapika, y ella sonrió para sus adentros.

Aunque quisiera negarlo, había algo atrayente en ese chico, alguien único en su clase. Quizás de allí surgía el concepto que le cautivaba, el querer desmontar a una persona tan bien construida. Porque no vale la pena construir relaciones a menos que sea para desmoronarlas, eso es lo que había aprendido a lo largo de los años y de lo que no estaba dispuesta a desaprender.

Hablaron de cosas triviales, de esas a las que ella no estaba acostumbrada y que tanto le incomodaban—en parte es por eso que agradecía lo hablador que puede ser Leorio, lo expresivo que puede ser Kurapika –cuando y si quería– con tan sólo una mirada. No hacía falta que ella hablara, no con todas esas cosas que rellenaban los espacios vacíos de su silencio.

Pero de las bromas el tema se desvió a uno un poco más importante, el querer informar sobre lo ocurrido a alguno de los examinadores—casi como una carga moral que debieran de cumplir y que a ella no podría importarle menos, mas ya se veía involucrada en lo que fuera que hagan esos dos.

Tocaron a la puerta de Menchi y, al no obtener respuesta, Leorio la abrió sin preguntar. Allí estaba ella, desnuda entre los vapores de la ducha, su delgada silueta colocando una toalla alrededor de su pelo. Cuando el vapor se disipó, Mika se dio un momento para verla con atención; era alguien como quien no querría lucir, alguien con un cuerpo tonificado, demasiado fuerte y presente.

No pasó mucho hasta que la examinadora se percatara de la presencia de los tres, furiosa ante el sentirse tan invadida. Tildó al grupo –aunque probablemente excluyéndola a ella– de pervertidos, y con rapidez cogió una toalla y se cubrió para acercarse con rabia.

Ocurrió algo que Mika no se esperaba, algo que no esperaba y que le hizo cambiar en parte su percepción de Kurapika: el escucharlo mentir con tal soltura y tranquilidad, aunque fuera en algo tan trivial.

Le resultaba curioso cómo algo tan simple como decir por lo menos nosotros somos inocentes. Nunca haríamos algo tan vergonzoso, la hiciera sentirse… ¿atraída? no. ¿Interesada? Sí, pero en una forma distinta, una a la que no podía ponerle palabras y que le molestaba profundamente.

Tras el incidente se retiraron, Leorio con una herida en su cara y Mika aún pensando en esa oculta facilidad que tenia el rubio para mentir. No se esperaba que esa forma tan natural para poner una fachada se escondiera tras esos ojos endurecidos por la vida. ¿Había buscado defenderla cuando habló en plural? ¿De exonerarla de culpa? Podría haber hablado sólo por sí mismo. Pero no lo hizo.

Maldito.

Maldito por atreverse a pensar en ella como alguien que necesita ayuda. Maldito por su forma de ser. Maldito por su forma de contenerse y de expresarse. Maldito por sus secretos y sus sinceridades.

Maldito por preocuparse por ella, por genuinamente preocuparse.