Error
Tw: números
Se encontraba de regreso en el dirigible, y ella ya no aguantaba esos viajes. De por sí ya era complicado evadir a la gente para que no la vieran en ese estado, y a eso le sumaba el hecho de lo físicamente agotador que era el tener a su cuerpo rechazando cada trozo de comida que pasaba por sus labios. Ante la imposibilidad de frenar eso pensaba en que simplemente necesitaba un momento de desconección, que prefería sentarse en un rincón alejada del mundo por unos instantes. Solo eso y nada más.
Intentó brevemente entrar a una de las salas de descanso, pero se arrepintió al momento en que pudo divisar a Kurapika sentado en el suelo, acompañado por Hisoka y Bodoro. Prefirió dar media vuelta y vagar hasta dar con otra puerta que estuviera abierta, un lugar donde se pudiera esconder.
La habitación era limpia y femenina, una pila de ropa reposando en el suelo junto a la cama y un olor a lavanda inundando la habitación. Probablemente fue eso último lo que hizo que las nauseas volvieran, lo que la impulsó a, sin permiso alguno, correr hasta el baño para vomitar un poco de bilis. Mientras se lavaba la cara sentía cómo le corroía la garganta, y fue allí cuando vio de reojo, en un rincón, una báscula.
No pensó mucho al respecto, simplemente dejó que la tentación le ganara aún a sabiendas de que estar en un dirigible afectaría el número en una manera que no podía predecir. Cerró el baño con llave y comenzó a quitarse prenda tras prenda la ropa. La sudadera, los pantalones, la camiseta, zapatos y calcetines; todo hasta quedar sólo en ropa interior y esos vendajes que llevaba alrededor de sus senos inexistentes. Cerró los ojos y se subió a la báscula.
32.8
Se miró al espejo, su piel reseca y cubierta por esos finos pelillos que le salían en el cuerpo para protegerla del frío. En un pasado hubiera jugado a contar sus costillas, a delinear su espina dorsal como una ráfaga de viento u oscuridad. Pero ahora sus manos sólo temblaban a la par de que tocaba su esternón.
Iban años desde la última vez que había pesado tan poco, y desde entonces ya había crecido tres centímetros.
No quería aceptar que su índice de masa corporal había bajado con rapidez–si hubiera sido deliberado y controlado no le hubiera importado, pero ahora eso era algo que salía de sus planes y que, de paso, era prueba de que Kurapika tenía razón. Su orgullo estaba manchado,
Con lentitud se colocó la ropa y limpió para dejar todo tal cual como estaba antes de abandonar el lugar. Ya sea por crueldad del universo o ironía de la realidad se topó con él,
de nuevo. Como siempre. Pudo sentir cómo sus mejillas se sonrojaron, como si acabara de ser atrapada haciendo una travesura.
"¿Qué hacías en la habitación de Menchi?" Le pregunta él.
"Tuve una confusión… ¿Cómo se supone que sabes de quién es?" Dijo arqueando una ceja, o al menos intentándolo, pues nunca pudo hacerlo con facilidad, a diferencia de él y su trato tan calmado, tan calculado.
"Tuvimos un… percance aquí en el pasado, ¿Recuerdas?" Explicó con tranquilidad, haciendo que ella se sintiera levemente tonta al olvidar algo como eso. "Tu sudadera está al revés."
Mika sintió cómo se sonrojaba cada vez más, sintiéndose expuesta e ingenua. Intentó dejar ir esos pensamientos y, con toda la calma que pudo juntar, se quitó la prenda y la dio vuelta, pero antes de tener la oportunidad de volver a colocársela Kurapika la tomó del brazo.
"¡Hey!" Clamó ella sin hacer ningún esfuerzo por alejarse. "¿Qué demonios haces?" "No me imaginaba que así es como luces realmente." Murmuró por lo bajo.
"¿Qué se supone que significa eso?"
"Significa…" No terminó su frase. Pocas veces en su vida había sentido el impulso de actuar por sobre pensar, e incluso siendo así sólo podía pensar en rodearla con sus brazos. Podría haberla abrazado, un impulso un poco tonto, un poco inexplicable, mas no lo hizo. No lo hizo y se convence a sí mismo de que no lo haría jamás.
Él se miente a sí mismo: no le tengo cariño.
O más bien deja que la vida le mienta a él: ninguno de los dos es capaz de querer.
Ella le miente al resto del mundo pero por sobre todo a sí misma: va a estar bien, nada ocurrirá.
Y juntos mienten: esto está mal, tú estás mal, tú…
Ninguno de los dos estaba seguro de cuánto tiempo pasó, y al final fue la voz de Netero a través del parlante, llamando a la muchacha, lo que quebró el momento. Ella retrocedió un paso y se colocó la sudadera. No dijo palabra alguna, no sonrió ni frunció el ceño, no buscó hacer ningún tipo de interacción con Kurapika sino que simplemente se marchó, avergonzada.
"¿Cuáles son tus motivos para querer ser un Cazador?" Le preguntó el presidente del comité.
"Pues…" A estas alturas ya no vio el punto en mentir, en cierta forma todo le daba igual. "No tengo reales intenciones de ser Cazador. Entré porque mi madre, a la que no veía desde
hace tres años, es una convicta que estaba en las trampas de la Torre de los Engaños. Sólo quería volver a verla."
"Vaya," dijo pensativo. "¿Y lograste encontrarla?" "Sí…"
"¿Y qué tal fue?"
"Me dio una paliza de la que no quiero hablar."
"Ya veo," se rascó la barba y colocó una serie de fotos de cada aspirante sobre la mesa que tenía enfrente. "Dime, de todos ellos, ¿A cuál consideras el más interesante?"
No es algo que tuvo que pensar mucho, sino más bien una imagen que apareció en su cabeza de forma casi instantánea. Él era quizás la única persona por la que se sentía genuinamente interesada–mas no era algo que estuviera dispuesta a admitir, por lo que finalmente acabó señalando a lo que consideraba la respuesta más razonable.
"Él." Dijo apuntando a la imagen de Hisoka.
"No sacas nada con mentir. Es importante que seas honesta con esta entrevista para la prueba final."
Ella rodó los ojos, no sabía si frustrada o avergonzada por el hecho de que pudieran ver a través de ella, y soltó un bufido antes de apuntar a la foto de Kurapika.
"Es una persona muy completa. Su forma de pensar, de moverse, de actuar; me parece alguien… especial… supongo."
Netero sonrió, se volvió a rascar la barba, y le preguntó con cuál aspirante menos le gustaría pelear. Eso fue algo que no le costó responder, sabía que le daba igual, que cualquiera era sólo otra parte de ese juego que se había montado y que, a esas alturas, no estaba dispuesta a abandonar.
Le dijo que sería capaz de pelear con quien hiciera falta, que no dejaría que alguien la detuviera siendo que ya había llegado demasiado lejos como para que su orgullo no se viera en juego.
La conversación no duró mucho más, se despidieron brevemente y ella se dirigió con lentitud hacia la cafetería por un café (5). Al terminar reposó sus brazos y su cabeza sobre la mesa y cerró los ojos, agotada por todo lo ocurrido. No se quedó dormida pero bien lo parecía, su respiración era lenta y su mente estaba ajena al mundo.
Se preguntaba qué hacer con respecto a su peso. Su metabolismo basal era poco más de mil calorías, cosa que un par de bayas al día no podían suplir y que, por sobre eso, las náuseas y los vómitos no ayudaban–incluso en ese mismo momento podía sentir el ácido del café subiendo desde su garganta hasta su boca. Tragó junto con su orgullo.
Alguien tocó su espalda, haciéndola reaccionar y enderezarse con lentitud. Sabía quién era, así como sabía que no le interesaba interactuar con él en absoluto. Reconocía su presencia incluso a la distancia, así como también reconocía cuándo él estaba por ponerla en una situación incómoda. Rió amargamente para sus adentros al ver que el joven sujetaba en su mano un bowl con arroz (210) y un par de trozos de zanahoria (35).
"¿Sabes que es de mala suerte clavar la cuchara en el arroz?" Dijo ella, haciendo un gesto con la mano, invitándolo a sentarse incluso a sabiendas de a dónde iba la conversación.
"Eso es con los palillos, dudo que aplique a cualquier utensilio de cocina," respondió él, rodando los ojos antes de sentarse y colocar con cuidado el cuenco frente a ella. "No lo tomes como excusa para escapar de esto."
"No me siento con ganas," respondió ella. "Volar me da nauseas." "¿Y el café no te da nauseas?"
"Es distinto… los sólidos son más complicados."
"A veces me pregunto cómo es que tienes una excusa para todo." Negó con la cabeza y le acercó un poco más el pocillo con comida.
"... no me gusta comer sola." Fue lo único que se le ocurrió–y era verdad, no le gustaba comer sola, o con gente, o en absoluto. Simplemente no le gustaba comer y no pudo evitar sentir una punzada de angustia o frustración en el momento en que Kurapika se puso de pie.
¿Por qué tenía que hacer eso?
¿Por qué pareciera importarle?
¿Por qué?
Suspiró, sabiendo lo que estaba por venir, y estiró su brazo para coger un puñado de arroz a mano limpia y guardarlo en su bolsillo. Redistribuyó el resto para que pareciera que nada faltaba y se enderezó un poco más en su silla al momento en que vio al muchacho regresar con un cuenco con comida igual al de ella, con una cuchara en la mano en vez de clavada en el arroz.
¿Por qué haces todo esto?
"Supongo que esto debería ser un indicio de buena suerte, ¿no?" La incitó con un gesto. "Vamos, ponle un poco de empeño."
Pero esa no era una situación que a ella le importara lo suficiente como para esforzarse, sin embargo tampoco le era del todo indiferente. Quería acabar con eso de una vez, y sabía que podía simplemente ponerse de pie e irse pero estaba empeñada en demostrar[le] que todo esto no le suponía nada y demostrar[se] que estaba en completo control.
"¿Cuál es tu color favorito?" Le preguntó de la nada, en un intento por aplazar el momento.
"Prueba la comida y te respondo."
Ella sintió ganas de golpearlo, pensando en lo infantil que eran esas palabras, en lo ridículo que era ese escenario que él había creado. Se masajeó las sienes, respiró hondo, y tomó la cuchara para llevarse un poco de arroz a la boca. Tenía un sabor insípido y plano, sin sal o aliños, que le resultó reconfortante y que le hizo preguntarse si él se lo trajo así deliberadamente, como si supiera que así le sería mucho más fácil.
¿Por qué te importa?
"Ya," dijo como si nada, como si no estuviera pasando por ese conflicto mental. "Ahora te toca responder."
"¿Qué más te da?" Murmuró él. "Es el verde. Piensa en un bosque, uno que aún no ha sido destrozado por el ser humano y piensa en algún lugar recóndito de este, en el musgo que crece sobre las rocas y las hojas movidas por el viento. Ese verde."
"Suenas como todo un poeta." Dijo ella con un deje de sorna para apartarse de la idea de que la imagen que ese muchacho había creado en verdad le agradaba.
"Hago lo que puedo," se encogió de hombros con el atisbo de una sonrisa. "¿Y el tuyo?"
"Primero prueba la comida y te respondo." Respondió con tal burla que Kurapika no pudo evitar rodar los ojos antes de llevarse una cucharada de comida a la boca, tildándola mentalmente como infantil, incluso a sabiendas de que fue él quien inició ese juego.
"¿Entonces?"
"¿Recuerdas el mar durante la tormenta del barco?" Él asintió. "¿Y recuerdas el color del mar al amanecer de la mañana siguiente? Bueno, esos azules. Depende del día."
"¿No te parece curioso ese contraste tan marcado?"
"Hay muchas cosas que me parecen curiosas en esta vida, pero esa no es una de ellas," se encogió de hombros. "¿Cuándo es tu cumpleaños?"
Kurapika no respondió al instante, sino que le hizo un gesto con la mano invitándola a comer otra cucharada, como si tuviera que pagar ese precio en calorías para tener una respuesta a cada una de sus preguntas–y así continuaron, pregunta tras pregunta. Cucharada tras cucharada. Entré burlas y sonrisas suprimidas hasta acabar la comida que tenían enfrente.
Podría haber sido un momento ameno, una desconexión de todo por lo que estaban pasando. Quizás podría haberlo sido si no fuera porque ella sintió cómo las náuseas volvían a golpearla, sabiendo lo que estaba por venir. Se llevó la mano a la boca, trató de enderezar su cuerpo, sintió cómo sus ojos se aguaron un poco a la vez que se forzaba repetidamente a tragar saliva. Corrió al baño con la esperanza de llegar a tiempo, demasiado concentrada en eso como para notar que Kurapika la estaba siguiendo.
¿Por qué te preocupas?
El arroz que abandonó su cuerpo ya no era blanco sino de un color mucho más oscuro, entremezclado con café o bilis o ambos. Se limpió la boca con la manga de su sudadera y se sentó en el suelo, agachando la cabeza y cubriendo su cara con sus manos.
[ Vomitar es asqueroso. Esto no está pasando. Degradante. No estoy aquí. Es revolcarte en tu suciedad. Esto no es justo no es justo. No es justo. Nunca te atrevas a hacerlo.]
Por primera vez desde que lo conocía no fue capaz de sentir la presencia del muchacho, no se dio cuenta de que se arrodilló junto a ella o de la mirada de dolor que tenía en sus ojos. Lo que sí notó fue su mano apoyándose tímidamente en su espalda, como si estuviera tanteando qué tanto se podía acercar sin que a la muchacha le resultara invasivo.
Sentía el calor de su mano y el cómo trazaba caminos imaginarios por encima de huesos que no deberían sobresalir. La hizo sentir tan vulnerable, y aún así no lo apartó.
Podría haber llorado, pero eso no era lo suyo. No lo había hecho en años y ese no era el momento para empezar, menos aún frente a él. No se volteó a mirarlo ni levantó la mirada. No pronunció palabra alguna, simplemente se quedó en silencio, su respiración cada vez más pausada.
Te odio. ¿Por qué te preocupas? Aléjate. No lo hagas. ¿Por qué te importa? No me toques. Suéltame. ¿Por qué haces esto? Gracias. ¿Por qué?
