El inicio de la última prueba la tomó por sorpresa, a ella y a todos; fue el pie forzado para un choque de trenes, para un choque de realidad del que nadie estaba dispuesto a recoger los escombros. Existía una tensión general en el ambiente, un nerviosismo anticipatorio corriendo por las venas de cada uno de los aspirantes. Pero el de ella era distinto.
Era por la primera batalla, la suya aún no importaba—lo haría tras ver la resolución de esta, lo haría si es que las cosas se torcieran y él fuera quien acabara perdiendo por incapacidad para continuar, pues ella sabía que era demasiado orgulloso como para admitir su derrota. No quería concebir la idea de tener que entablar una pelea real contra él, algo que fuera más allá de juegos mentales y escapismos.
No tendría por qué importarle, no sabiendo quién era él, no tras haber visto todo de lo que era –de lo que es– capaz. Una parte de ella lo admiraba; admiraba su constancia frente al camino que tuvo que recorrer, admiraba el conocimiento que poseía, en el que se apoyaba, y admiraba esa obstinada voluntad que tenía para lograr sus objetivos. Lo admiraba y jamás se lo diría, prefiriendo observar desde la distancia el cómo se desenvolvió y lidió con cada una de las cosas a las que se tuvo que enfrentar a lo largo de esos últimos días, con lo que tenía que lidiar en ese mismo momento. Lo veía capaz de todo.
Hasta que se rompió el silencio.
"Vaya pelea que estás dando," dijo Hizoka entre risas. "Pienso que sería una lástima entorpecerla por pararse a pensar en quién de nosotros avanzará al siguiente combate, ¿no lo crees?"
Mika sabía de qué iba eso, lo sabía y le incomodaba profundamente; era otro juego y nada más, un retorcido y vil juego en el que buscaba usar a Kurapika como un mero peón de este, ya sea para distraerlo, debilitarlo o por macabra entretención. Estaba forzando en su mente la encrucijada de qué pasaría con la resolución de la pelea: ¿quién peleará contra ella? ¿El mago o el superviviente?
Podía ver cómo la transformó en un simple recurso que, en primera instancia, ella no vio como peligroso. No era nadie lo suficientemente importante en la vida del rubio como para que eso fuera una preocupación.
[ "Porque tú me importas."]
Retumbaba en su mente y de golpe la hizo dudar, eso ver sus puños apretados, su cuerpo paralizado. Él era demasiado inteligente como para caer en eso, se repite y consuela con dicho pensamiento.
"¿Serás tú o yo quien tenga el honor de hacerla sangrar?"
Y es que pronto se daría cuenta de dónde estaba el problema: su orgullo. Su orgullo en contraste con lo impotente que se sentía ante esa situación que iba más allá de su control. El perdedor será quien se enfrente a ella y no estaba seguro de cuál opción le parecía peor—consideró rendirse con tal de evitar ver a esos dos luchar, con tal de no exponerla a ese peligro. Pero su orgullo entraba en juego, la vergüenza de rendirse, de no ser capaz, de permitir que una mera relación humana se interpusiera con el único objetivo que le quedaba en la vida.
Se sentía atrapado, demasiado humano, humano, débil, impotente—
"¡Kurapika!" esa voz lo hizo levantar la mirada de golpe "¡Concéntrate! ¡Si pierdes esta batalla te juro que te mato!"
Y fue con esas palabras que algo dentro de él reaccionó, más decidido a pelear que nunca. Con ese nuevo ímpetu se lanzó a la batalla con decisión. Logró coger una de las cartas que le arrojó Hisoka y lanzársela de vuelta, hiriéndolo en el hombro. Logró golpearlo en el estómago, haciéndolo retroceder con fuerza. Podría haber hecho tantas cosas pero no hubo espacio para nada ya que el tiempo se detuvo en el instante en que Hizoka lanzó esa risa maniaca que todos reconocían por su peligro, para luego caminar con una calma angustiante hasta Kurapika, susurrándole un algo en el oído antes de rendirse.
Se dio inicio a la pausa y la gente se comenzó a disipar con tranquilidad del lugar, cuchicheando por lo bajo de lo que acababa de ocurrir. Mika pudo ver a Gon acercarse a felicitar con ansias al rubio, pero en lugar de quedarse a presenciar eso prefirió retirarse, ahora demasiado distraída con la idea de su propia batalla.
Recorrió el lugar brevemente, tarareando para sus adentros una canción cuya letra ya no recordaba, dándose un tiempo para estirar su cuerpo sutilmente, ya sea en un intento por prepararse para lo que venía o bien para calmar esa incómoda sensación que la invadía.
Se topó por casualidad con uno de los árbitros, quien fumaba a la par de que leía un libro de una letra demasiado pequeña como para que pudiera distinguir lo que decía. Le pidió un cigarro con ligereza e internamente agradeció que su respuesta fuera encogerse de hombros y ofrecerle dos. Ella le dio las gracias, encendió uno y se guardó el segundo detrás de la oreja.
No era la primera vez que fumaba, mas nunca fue una fan de ello, era solo que necesitaba ese gentil golpe de nicotina para distraerse de alguna manera. Caminó con lentitud por los pasillos, acabando en el patio donde, a la distancia, podía ver a alguien sentado en las escalerillas. Con otra bocanada de humo decidió acercarse.
"Hey," murmuró ella para llamar su atención, sentándose a su lado sin preguntar. "No sabía que tu forma de celebrar es recluirte para evadir los restos de realidad."
"No sabía que fumabas."
En respuesta ella sólo tomó una larga calada para dejar salir el humo con lentitud. Extendió la mano para ofrecerle el cigarro al rubio como un tiro al aire para ver su reacción. Tal y como esperaba, él negó con la cabeza.
"¿Qué pasa? ¿No lo suficientemente atormentado internamente como para permitirte un momento de autodestrucción física?"
Él sonrió de medio lado, casi amargamente, y extendió su mano para coger el cigarro y darle una calada. Ella no esperaba que fuera a hacerlo, y se preguntó qué tan ausente debía de estar como para no buscar rebatirle.
"¿Estás nerviosa?" se atrevió a preguntar finalmente.
"¿Por qué lo dices?"
"Sería lo normal con lo que está por venir," dijo ante de apuntar a las manos de la joven. "Eso y que te has estado comiendo las uñas, algunas incluso están sangrando."
Ella no había reparado en ese hecho. Se sintió levemente avergonzada ante lo observador que era él, ante lo invasivo que se sentía el que alguien se fijara en ella en absoluto.
"A veces me las como por aburrimiento." Se encogió de hombros, tratando de restarle importancia.
"Y a veces por nerviosismo o ansiedad, no sacamos nada con recalcar lo obvio." Rodó los ojos y volvió a fumar antes de devolverle el cigarro a la muchacha.
Le dieron ganas de clavarle el cigarro contra la piel, ya sea por frustración o como una forma de darle un nuevo motivo para que se aleje de ella. En lugar de eso prefirió volver a lo clásico: las palabras.
"¿Qué fue lo que Hisoka te dijo antes de terminar la batalla?" Preguntó aparentemente de la nada, en un intento por redirigir la conversación.
"¿Piensas evadir el tema con esa pregunta tan abrupta?" Pero eso no funcionaba, no con él.
"También me gustaría que contestaras." Y con eso admitía dos cosas que hubiera preferido negar: que ella también podía sentirse nerviosa y que, de alguna manera, se interesaba por él.
Él rodó los ojos y rió por lo bajo, encontrando alguna especie de calma en esa dinámica que existía entre ambos; ese constante tira y afloja con respecto a quién debía de ceder primero ante las preguntas del otro. Por esta vez decidió dar el primer paso.
"Me dijo Tengo algo que decirte sobre la araña," apretó los puños, cosa que no pasó desapercibida para ella y que él tampoco se molestó en ocultar. "No esperaba que mi búsqueda del Genei Ryodan fuera a desviarme por ese camino."
"¿No creerás que él…?"
"No me cierro a la posibilidad," murmuró. "Todo esto me ha enseñado a no dar nada por sentado."
Ella guardó silencio por un largo rato, levemente sorprendida de que él fuera capaz de admitir tal cosa, capaz de admitir que era tan humano como para dudar—y hay un algo en eso que rompía con su esquema y el imaginario que se había creado de él; alguien tan calculador y en control de todos sus actos y pensamientos. Alguien incapaz de dudar.
"Al principio pensaba que él era alguien predecible, ¿sabes? Al menos dentro de su insanidad," dijo finalmente. "Pero todas las cosas que dijo durante la batalla me hicieron preguntarme cuán capaz es de tocar las fibras nerviosa de la gente con tan poca información."
"Lo subestimaste demasiado."
"En ese sentido, sí. Y tú también, ¿verdad?" Cogió el segundo cigarro y usó el primero para encenderlo, para posteriormente arrojarlo a la distancia. Inhaló con fuerza antes de tendérselo al rubio. "Dudo que esperaras que dijera cosas que te fueran a afectar tanto."
"¿Tienes miedo de que haga lo mismo contigo?"
"No lo sé," admitió tras una larga pausa. "No creo estar muy familiarizada con el miedo."
"¿Hay alguna de las cuatro emociones básicas con la que sí estés familiarizada?" Preguntó como una amarga broma, haciendo que ella se quedara en silencio. Pensando.
Rabia.Despecho.
Miedo.Repulsión.
Tristeza.Vacío.
Alegría…
A veces se preguntaba si había nacido defectuosa, como si faltara un engranaje en su receptor de las emociones, haciendo que estas se queden atascadas en algún lugar de su cerebro.
"Creo que mi madre hizo un excelente trabajo impidiéndolo," soltó con una risa vacía. "Quizás eso me de algún tipo de ventaja en la pelea."
Él negó con la cabeza, levemente frustrado de que incluso ante esas situaciones, ante esos problemas, ella siguiera tan empeñada en bromear con ese dolor que tanto se esforzaba en negar. Volvió a inhalar humo para posteriormente ofrecerle el cigarro a la pelinegra; sus manos se rozaron por un instante demasiado largo, ya sea porque uno o ambos inconscientemente prolongaron el contacto—y fue allí donde él creyó sentir en las manos temblorosas de la muchacha un deje de ese nerviosismo que ocultaba con tal maestría.
Quiso decir algo para ayudarla, pero en ese sentido su hablar era torpe, inexperto. E incluso si pensó en hacerlo ya no tuvo oportunidad puesto que pudieron escuchar cómo eran llamados para la siguiente pelea.
Vio de reojo cómo la muchacha dejaba caer el cigarro al suelo para apagarlo con el pie, estirando un poco su cuerpo antes de empezar a caminar en dirección a la puerta, sin mirar hacia atrás.
Mika entendía el concepto de cómo calificaron a cada participante para crear el orden de los combates: agudeza mental, cosa que sabía que tenía y de la que le gustaba jactarse para sus adentros; capacidades físicas de las cuales dudaba tener algo fuera de su flexibilidad y capacidad de reacción ya que todo el resto era por esas famosas bayas de las que abusaba con descaro; y esa cualidad especial que nadie sabía cómo nombrar realmente y que ella dudaba poseer en absoluto.
Había manifestado su falta de interés por continuar en el examen, y se preguntaba cómo es que eso no fue un motivo de peso para que incluso la descalificaran. Pero eso ya no importaba –o al menos eso es de lo que se intentaba convencer– estaba en el aquí y el ahora y era demasiado testaruda como para no dar la pelea, incluso a sabiendas de que estaba en desventaja.
Lo primero que hizo antes de comenzar la batalla fue quitarse esa gran sudadera negra que usaba todo el tiempo, dejándola caer al suelo con descuido, exponiendo ese cuerpo que ocultaba al mundo. Huesos, era todo lo que veían los demás. Huesos protuberantes bajo una piel grisácea y pálida cubierta de un fino vello que había nacido para protegerla del frío, para ofrecerle el calor que le fue negado a lo largo de su vida.
Pero un esternón marcado no es una medalla de honor.
Una espina sobresaliente no es un soporte real.
Y costillas que traslucen incluso por debajo de su ropa no son una forma de honestidad.
El vacío entre sus piernas no era la apertura a oportunidades y esos brazos que podía rodear con sus dedos por completo –y con espacio de sobra– no eran una herramienta para tocar al mundo.
Sabía que todos la estaban mirando, y es que con el tiempo ella creía ya estar acostumbrada a los murmullos. No eran nada nuevo, nada interesante. Por ahora lo único que sentía realmente, y lo único en lo que quería enfocarse, eran el sabor amargo que dejó esa última baya en su boca y la ansiedad anticipatoria por el inicio de la pelea.
Y es que al principio no parecía una pelea como tal sino una coreografía en la que se movían en perfecta sincronía; él, atacando, lanzando cartas con precisión, marcando el tempo; y ella, esquivando con soltura, saltando y girando con elegancia, la prima ballerina le dirían. Guiados con ese control de cada movimiento es que crearon esa presentación improvisada frente a los espectadores de ojos atónitos que bien podría haber estado aplaudiendo.
Fue durante más tiempo del que cualquiera de los presentes hubiera esperado; pero no se puede ganar una batalla sólo esquivando. Necesitaba encontrar una forma de atacar, mas no tenía cómo— sus capacidades físicas no se lo permitirían. Otra baya, otro golpe de amargor, otras 237 calorías. Y, aún así, no era suficiente. Ni eso ni ella.
Y bien pudo haber continuado en el constante inconveniente, en esquivar, en lo único que su cuerpo le permitía, pero el mundo se detuvo en el momento en que Hisoka paró de atacar y se puso a aplaudir.
"Vaya," dijo con una sonrisa macabra. "Qué espectáculo estás dando. Verte bailar es toda una experiencia."
"¿Bailar?"
"Sí, un gran arte, si me lo preguntas," se pasó la mano por el cabello y volvió a sonreírle. "Has aguantado tanto que creo que rompiste un nuevo record—no he logrado herirte ni una sola vez y ya me estoy quedando sin cartas."
No sabía si sentirse alagada al ser reconocida por las características que eso implicaba, u ofendida por ser reducida algo tan banal para el contexto.
"Tampoco es como si las necesitaras para pelear."
"Es verdad," asintió. "Pero bueno, ¿Y si ocupara otros medios con tal de que salgas gravemente herida? ¿Crees que a alguno de los presentes le afectaría? ¿Qué incluso le haría sufrir?"
Para la mayoría de los presentes eso no significaba nada, sólo eran meras palabras vacías. Pero a uno de ellos le calaron hondo. La forma en la que había estado hablando le daba un mal presentimiento; una bomba de maldad y locura que podría estallar en cualquier momento.
"Ambos sabemos que no sacarías nada de eso más que fomentar tu ego." Apretó los puños con fuerza, sintiendo un nivel de impotencia del que no se creía capaz. No podía permitir que jugaran con su psique. No, nunca más.
"Hagamos algo. Demuéstrame que sabes hacer algo más que esquivar y te dejaré salir libre. Es lo menos que puedo hacer por tan maravilloso espectáculo," guardó un par de segundos de silencio antes de largar a reír. "Pero me pregunto, ¿Qué pasaría si te mato? ¿Crees que él trataría de matarme a mí? ¡Vaya diversión que eso sería! ¡Y todo en un solo día!"
"¡Cállate! Esta pelea es entre tú y yo, nadie más." Explotó finalmente, aunque sólo de forma verbal, puesto que su cuerpo se sentía paralizado y su mente desconectada. El tiempo se detuvo. Se olvidó del mundo y se olvidó de sí misma. Olvidó la situación en la que estaba y no reaccionó del todo a tiempo cuando Hisoka apareció detrás de ella, arrojando una carta de la que no pudo salir del todo ilesa.
Sangre y dolor en el costado derecho de su cuerpo, huesos manchados de rojo acechando con protuberar bajo piel tensante.
"Despues de todo, siempre quisiste que tus huesos se asomaran al mundo. La piel sólo se interponía." Creyó oír a su madre, hablándole con esa sonrisa irónica que tanto recordaba.
Bien podría haber gritado de dolor, pero años de enseñanzas sobre cómo suprimir emociones la habían entrenado para reducir todo eso a un mero quejido, inaudible para casi todos. Se decidió a no perder más el tiempo, rajando un pedazo de tela de su camiseta para improvisar un vendaje que presionara la herida, asqueada ante la imagen de ese hombre lamiendo sangre de sus dedos.
"El rojo se ve bien en ti." Dijo de una forma casi lasciva, provocándole un leve escalofrío a la muchacha.
"Eres despreciable." Murmuró, adoptando nuevamente una postura de combate.
Él simplemente se lamió los labios y sonrió antes de hacer su siguiente movimiento, uno que ella –por fin– supo cómo intuir. Supo que aparecería detrás suyo nuevamente. Supo que volvería a arrojar dos cartas, una a cada lado de su cuerpo, y en un reflejo ella saltó inclinando su espalda hacia atrás, estirando sus brazos para coger esas dos cartas.
Cuatro de Trébol y Reina de Corazones.
La ironía.
Y lo que sucedió después le pareció casi sureal, reducido a escenas fragmentadas en su mente. El mago aplaudiendo. Esa risa casi maniaca. "Me doy por vencido." La habitación se sintió más saturada de golpe. Necesidad de escapar. Correr. Sonido de pasos veloces por un pasillo vació. Sombras. Luz. Un jardín. Escaleras. Dolor. Agotamiento. Suelo.
Fueron sólo un par de segundos que estuvo allí tendido antes de incorporarse levemente y sentarse bajo un árbol, abrazando sus piernas y con la cabeza agachada, escondida del mundo. Había un algo en toda esa situación que la hacía sentir humillada—no tanto por la herida física sino por lo magullado que sentía su orgullo.
Se había reído de ella, o al menos así es cómo experimentaba la situación, el cómo vivía el que alguien pretendiera imponer sus juegos mentales en ella. No le gustaba estar al otro lado en esa dinámica.
"Se te quedó esto." Escuchó con dificultad, aún aturdida por el cúmulo de sensaciones. Levantó la mirada para ver a Kurapika, quien le tendía su suéter. "¿Te duele mucho?"
Ella no respondió, sólo se limitó a recibir la prenda de ropa, apretándola con fuerza contra su cuerpo, viendo cómo el muchacho se sentaba a su lado sin preguntar y sacaba un cigarro de detrás de su oreja para ofrecérselo a la joven. Ella lo cogió con manos temblorosas y lo llevó hasta su boca, murmurando un leves "gracias" al momento en que él se lo encendió con un fósforo.
"Deberías ir a que te curen esa herida."
"¿Y quién me cura el orgullo?" Negó con la cabeza, tomando una calada del cigarro y reteniendo el humo lo más que pudo, con la esperanza de sentir algún tipo de mareo que la alejara de la realidad.
"¿No es por el daño físico, ¿Verdad?"
"Se rió de mí. Se rió y se puso a jugar con mis…" emociones. "Pensamientos."
Y eso no era justo puesto que era ella quien se aprovechaba de las vulnerabilidadesde los demás, no al revés. Pero, por sobre todo, se preguntaba qué –o cómo– fue lo que Hisoka logró desentrañar de su persona que ella había pasado por alto.
"¿Te devuelve a un mal lugar?"
"Si borras esto, si borras la Torre de los Engaños, ya iban tres años desde la última vez que permití que pasara." Rió amargamente antes de pasarle el cigarro al rubio. "E hizo lo mismo contigo."
Ambos sabían que era verdad, y quizás una de las cosas que más le molestaba a ella es el hecho de cómo usó a cada uno como un recurso para exponer al otro.
"Pero a ti pareciera sorprenderte más que a mí," negó con la cabeza. "¿No era simplemente algo esperable de él?"
"Aún así…" se mordió el labio, dejando esas palabras en el aire para que se las llevara el viento.
Fue allí cuando él la vio, cuando realmente la vio; cansada, ojerosa, agotada, y tan hermosa ante sus ojos. Esa sinceridad reprimida que se le escapaba por despecho, esa humanidad latente que tanto se empeñó en ocultar. Por un instante quiso besarla, un mero impulso que quizás tenía guardado desde hace más tiempo del que podía admitir. Un impulso del que se avergonzaba.
"¿Crees que podrás dejarlo ir algún día?"
"No."
"Eres demasiado rencorosa." Negó con la cabeza, dándole otra calada al cigarro antes de tendérselo de vuelta.
"Pero no es contra él por hacerlo, es contra mí por permitir que me afecte tanto," admitió resignada. "No puedo perdonarme por eso."
"Eso no es algo que puedas controlar."
"Supongo que no pero… ¿cómo dejar ir la rabia?" Se giró levemente para mirarlo directo a los ojos. "Yo no puedo, y tú tampoco. Y lo sabes."
Es distinto, busca convencerse él.
Estamos condenados por nuestras emociones, asevera ella.
"Vivir guiados por la rabia –o el despecho– implica sacrificar una parte de nosotros mismos." Eso lo tenía más que claro, estuvo preparándose para todo lo que eso pudiera implicar por quizás demasiado tiempo—y tiempo después descubriría que existen cosas que nunca imaginó; miedos y sensaciones e incluso arrepentimientos para los cuales no se encontraba preparado para afrontar.
"Si no se tiene una motivación real en la vida, a veces vale la pena perderse por el camino," dijo con un deje de amargura, disimulado precariamente tras una sonrisa. "Ya sabes, para pasar el rato."
Había algo en todo esto, en esas palabras que le causaban al muchacho algo que preferiría identificar como incomodidad en lugar de dolor. Ella era un choque de trenes en cámara lenta, y a él le hubiera gustado poder hacer algo más que sólo mirar. Pero, por el momento, se limitó a coger su mano y apretarla levemente, buscando entregarle algún tipo de lejano consuelo. Y ella no se negó, sólo permaneció allí, con la mirada en la distancia; agotada, desconectada, e incómodamente vulnerable.
