Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es Hoodfabulous, yo solo traduzco con su permiso.
Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to Hoodfabulous. I'm only translating with her permission.
Capítulo 5
Manchas de Carbón
"La tinta más pobre de color vale más que el mejor recuerdo."
~Proverbio Chino~
Kate y yo desarrollamos un acuerdo silencioso entre las dos. Ella no cuestionó la identidad del chico destrozado y molesto que había estado a mi lado mientras entrábamos a Mayhaw y yo no mencioné a Garrett. A veces, sentía que Kate me conocía mejor que mi propia hermana.
Mi mente estaba perdida en una profunda contemplación cuando finalmente llegamos a mi casa. Alice y Makenna estaban acostadas justo donde las dejamos, afortunadamente todavía respirando. Kate se quedó dormida en la cama de Alice. Me lanzó una última mirada pensativa mientras desaparecía detrás de una puerta cerrada suavemente.
Mi mente estaba demasiado ocupada y demasiado alerta con pensamientos sobre Edward como para dormir. Caminando por mi cuarto, me senté en el borde de mi cama y miré el pequeño estante lleno de libros. Con vacilación, quité varios clásicos. Estaban cuidadosamente alineados y ordenados por tamaño. Los coloqué gentilmente sobre la cama a mi lado. Algunos me los regaló mi padre cuando era niña como su manera de reconocer con cuidado mi amor por la lectura.
Algunos de ellos pertenecían a mi propio padre, incluyendo los libros de Mark Twain y William Faulkner que había robado de debajo de su vieja mesa de puros antes de su muerte. Mi madre nunca lo notó siquiera. Ella nunca entendió su amor por la lectura, ni la mía, ya que prefería vivir su vida en el aquí y ahora en vez de perderse en los mundos de los otros. Las páginas de los viejos libros de mi padre aún olían a humo de puro acre, ya que él amaba sentarse en su viejo sillón y fumar sus puros mientras leía a altas horas de la noche.
Escondido detrás de la pila de libros desgastados se encontraba uno de mis preciados cuadernos de bocetos. El color estaba ligeramente amarillento por el tiempo. Saqué el cuaderno del estante por primera vez en años, me puse de pie y lo metí debajo de mi brazo. Caminando hacia las puertas corredizas de vidrio, las abrí, salí al balcón y me senté en una de las sillas de plástico descoloridas. Miré el cuaderno de bocetos en mi regazo por un largo tiempo antes de finalmente abrirlo aproximadamente a la mitad. Pasé las páginas de bocetos hasta que encontré el dibujo que sabía que seguía allí después de todos esos años.
Un rostro angelical me miraba. Su rostro era ligeramente redondo debido a su juventud. Pasé incontables horas enredando su cabello rebelde con mi lápiz de carbón hasta que dibujé el perfecto desastre. Sus pómulos no eran tan marcados en la juventud como lo eran en la adultez y su nariz no estaba torcida, como si alguna vez hubiera sido rota, pero seguía siendo él en toda su gloria juvenil. Un Edward Cullen de doce años me miraba con curiosidad y arrepentimiento grabados en sus ojos. Esos ojos seguían siendo los mismos orbes verdes que había pasado una enorme cantidad de tiempo perfeccionando. El color era prácticamente imposible de replicar. Páginas y páginas de bocetos seguían en el libro. Los ojos fueron borrados y vueltos a pintar hasta que finalmente encontré el tono de verde más cercano al suyo.
En un boceto, él sostenía un puñado de lirios blancos. Estaban amarillentos cerca de los tallos. La forma de trompeta de los pétalos se curvaban sobre sus dedos. La cinta blanca estaba atada en un lazo alrededor de los tallos y se extendía a lo largo de la página.
Colocando el cuaderno de bocetos en la pequeña mesa cercana, regresé a mi cuarto y busqué en el escritorio plegable mi cinta secreta. Una pequeña sonrisa apareció en mi rostro mientras mis dedos tocaban la superficie sedosa donde yacía en el fondo del cajón. La saqué de su escondite y la enrosqué alrededor de mis dedos, maravillada de que permaneciera completamente blanca.
Cambiándome por una camisola y unos pantalones cortos para dormir, trencé mi cabello flojamente hacia un lado, tomé la cinta y la usé para atar mi trenza. Entonces, llevé el cuaderno de bocetos a la cama conmigo y dejé la puerta corrediza de vidrio abierta, permitiendo que la luz de la luna entrara a mi cuarto. Busqué mis viejos lápices de dibujo y los encontré en el cajón superior de mi mesa de noche.
Pasé el resto de mi noche lentamente dibujando los contornos del rostro de Edward Cullen. Pasé horas recordando sus cejas gruesas y bajas, sus ojos verdes expresivos, sus labios rojos perfectos, y la estructura cincelada de sus pómulos. Su rostro estaba oscurecido en las sombras de la luz de la luna mientras difuminaba el carboncillo contra el fino papel con las puntas de mis dedos sucios. El rostro de Edward fue lo último que vi cuando me quedé dormida, justo cuando el sol comenzaba a asomarse por el horizonte. El cuaderno de bocetos estaba abierto a mi lado. Una cinta blanca estaba atada flojamente en mi cabello.
La alarma en mi teléfono me despertó un rato después y gemí al pensar en trabajar todo el día después de la noche emotiva que había tenido. Después de esconder mi cuaderno, me di una ducha larga. Me puse mi camisa rosa requerida y un par de pantalones cortos, y evité las miradas sospechosas de mi hermana y mi prima soñolienta, Makenna.
Kate desapareció en algún momento de la noche. La cama de Alice estaba vacía y la camioneta de Kate ya no se encontraba estacionada en la entrada de nuestra casa. Makenna condujo a casa y Alice viajó en silencio a mi lado en mi Jeep de camino al trabajo. Mi mente estaba demasiado distraída para notar la tensión entre nosotras dos. Si hubiera estado prestando atención, habría notado la facilidad con la que ella había captado mi humor, probablemente sabiendo que algo sucedió durante la noche mientras estaba dormida en una neblina causada por la marihuana morada.
El día comenzó como cualquier otro. Alice estaba tumbada cerca de la caja registradora entre la llegada de clientes, y quejándose sobre su miserable vida de registrar pedidos. Cuando ella no se quejaba o registraba los pedidos, estaba ocupada revisando su teléfono, desperdiciando su tiempo en Facebook.
Kate y yo estábamos demasiado ocupadas para preocuparnos por su actitud, ya que Nana me llamó esa mañana temprano quejándose de un resfriado de verano, haciendo que estemos cortos de personal en el trabajo. Nuestra abuela se encontraba en sus sesentas, pero tenía más energía que todos nosotros juntos y eso era evidente durante su ausencia. Afortunadamente, todos los pedidos de pasteles se completaron pero los sábados eran extremadamente ajetreados, lo que quería decir que tendría que hacer galletas frescas y otros dulces para satisfacer las demandas de nuestros clientes.
Kate era una decoradora increíble, pero era pésima horneando. Esto generaba un gran desafío ya que nuestra abuela y yo típicamente nos encargábamos de todas las tareas de horneado. Hornear no se parece en nada a cocinar. Cuando cocinas algo, si no sabes cómo te gusta, puedes añadir especias u otros ingredientes. Al hornear, o lo haces correctamente la primera vez o está arruinado y Kate era maravillosa arruinando la comida.
Fue a mitad de su tercera tanda de galletas de chispas de chocolates con un sabor horriblemente amargo que el teléfono comenzó a sonar. Ahora, no lo tomen a mal, el teléfono sonaba constantemente, pero ese día, no paró. No fue hasta que escuché la voz chillona de Alice que me di cuenta porqué sonaba más de lo usual ese día.
—Ya te lo he dicho una vez —siseó ella en el teléfono inalámbrico, fulminando con la mirada a la caja registradora, su archienemiga, mientras hablaba—. No trabaja nadie aquí que se llame 'Cassie' o 'Marie'! ¡Deja de llamar, demente!
Alice furiosamente presionó el botón para terminar la llamada con su pequeño pulgar. Sus ojos oscuros se entrecerraron en dirección al ofensivo objeto que aferraba en su mano. Kate y yo la escuchamos desde la habitación de atrás donde nos encontrábamos discutiendo por las galletas. Nuestra discusión se detuvo abruptamente cuando escuchamos su lado de la conversación, nuestros ojos reflejando la sorpresa de la otra. El teléfono sonó de nuevo casi de inmediato.
—¿Puede alguna de ustedes contestar ese teléfono? —Escuché a Alice decir con una voz dulce y melosa—. Hay un par de clientes en la entrada.
—Al diablo mi vida —murmuró Kate mientras caminábamos hacia el teléfono inalámbrico en la pared de la habitación en la que estábamos.
El identificador de llamadas anunciaba que el número estaba bloqueado e intercambiamos miradas nerviosas cuando el teléfono finalmente dejó de sonar, solo para comenzar a sonar de nuevo casi de inmediato.
—¿Crees que sea Garrett... o ese otro chico? —preguntó Kate.
Su ceño estaba fruncido por la preocupación mientras seguíamos mirando el teléfono sonar. Alice probablemente estaba a punto de enloquecer en el frente de la tienda.
—No sé quién más puede ser —contesté mientras me apresuraba a extender una mano y tocar el teléfono—. No hemos usado nuestros alias en un par de meses, e incluso entonces no intercambiamos números con nadie.
—¿Cómo saben dónde trabajamos? —preguntó, mirando al ofensivo teléfono.
—Yo... mencioné que trabajaba en una pastelería —admití—. Somos las únicas en el condado. ¿Quizás asumieron que trabajamos juntas? ¿Quién sabe?
Respirando profundamente una última vez, tomé el teléfono de su soporte. La pantalla se iluminó mientras me conectaba automáticamente con la persona que llamaba.
—Dulces Confecciones Swan. Me llamo Bella, ¿cómo puedo ayudarle? —dije con una mueca al darme cuenta que habitualmente daba mi primer nombre al responder el teléfono de la manera en que normalmente lo hacía.
La línea estaba en silencio excepto por el sonido revelador de alguien que presionaba su mano sobre el altavoz. Se podía escuchar voces masculinas murmurando de fondo. Mi nombre, mi verdadero nombre, fue dicho y ni bien las palabras salieron de quienquiera que estuviera llamando, colgué, colocando con terror el teléfono de vuelta en su base con un golpe.
—¿Quién era? —preguntó Kate, echando su cabello rubio sobre un hombro mientras sus ojos azules se movían de mi rostro al teléfono silencioso.
—Nadie —susurré, mis ojos fijos en los de ella—. Quiero decir, no dijeron nada.
Kate me miró con dudas mientras me alejaba arrastrando los pies para hornear una nueva tanda de galletas con chispas de chocolate. La dejé allí de pie, contemplando mi cambio de humor.
Mientras tiraba las galletas arruinadas a la basura y comenzaba una nueva tanda, mi mente estaba perdida en mis pensamientos, preguntándome sobre la extraña llamada telefónica. ¿Era Garrett que estaba llamando... o Edward? Mi nombre fue repetido por la persona que llamó... probablemente Garrett a Edward o viceversa. Dios, odiaba mi momentáneo lapso de estupidez al contestar el teléfono de la manera que normalmente lo hacía usando mi primer nombre.
Edward probablemente ya lo había descifrado todo. Probablemente había atado los cabos de mi rechazo, formulando un razonamiento para mi desesperación por alejarme de él la noche anterior. El nombre de la pastelería era Dulce Confecciones Swan. Contesté el teléfono como Bella. Era bastante evidente que él había unido los cabos.
¿Qué pasaría si él se enteraba que Marie era realmente Bella? ¿Estaría molesto? ¿Indiferente? ¿Kate y yo comenzamos inadvertidamente una nueva guerra? De repente estaba furiosa conmigo misma por aceptar cruzar ese estúpido puente y asistir a esta fiesta tonta... pero si no hubiera cruzado ese puente, no hubiera visto a Edward esa noche. El riesgo que tomamos casi hacía que valiera la pena. Casi.
De alguna manera, logré evitar las miradas críticas e interrogantes de Kate el resto de la mañana. Era casi hora del cierre cuando el teléfono comenzó a sonar de nuevo. Alice resopló enojada al frente de la tienda, agitada por el molesto sonido. Kate se apresuró desde su lugar, expicándole rápidamente a Alice que ella se encargaría de la insistente persona que llamaba. Alice asintió, demasiado distraída con un cliente que estaba recogiendo un gran pastel como para prestarle atención a Kate.
Kate corrió hacia donde yo me encontraba, ocupada apilando galletas en una rejilla para enfriarlas. Grité cuando ella me jaló hacia la oficina de Nana, cerrando la puerta de un golpe detrás de nosotras y poniéndole llave. Con ojos muy abiertos, me dejé caer en la silla frente al escritorio de Nana, mirando como Kate presionaba un botón en el teléfono grande y negro que estaba al lado de la computadora de Nana. Kate puso el altavoz en el teléfono.
—Dulces Confecciones Swan, habla Cassie. ¿En qué puedo ayudarle? —preguntó con un tono aburrido, opuesto al brillo que había en sus ojos azules emocionados.
Sacudiendo la cabeza con vergüenza y decepción, me incliné sobre el escritorio esperando a que la persona respondiera y me pregunté qué planeaba Kate.
—¿Cassie? Eh... Soy Garrett. Garrett Cullen —dijo la voz.
No podía decir si era la misma voz amortiguada que había escuchado en el teléfono antes, pero definitivamente era el mismo Garrett de la noche anterior. Excepto que él sonaba sobrio, ligeramente nervioso, y más que un poco incómodo.
—¿Nos conocimos anoche? —continuó. Sonaba más como una pregunta que como una afirmación.
—Garrett Cullen —comentó ella, sonriéndome mientras sonaba pensativa—. No me suena.
Se escuchó una risa masculina de fondo y supe de inmediato que era Edward. Un pequeño escalofrío de emoción atravesó mi pecho y mi corazón comenzó a acelerarse.
—¿No me recuerdas? —preguntó Garrett, sonando desconsolado.
La sonrisa de suficiencia desapareció del rostro de Kate al oír su voz descorazonada. Rompió el contacto visual conmigo por un momento y miró con nerviosismo al teléfono blanco. Kate tragó fuerte antes de respirar hondo y traer de vuelta la sonrisa sarcástica a su rostro.
—Por supuesto que te recuerdo, Garrett. —Sonrió, poniendo los ojos en blanco—. No todos los días un idiota me persigue hasta mi camioneta declarando a gritos su eterna devoción por mí.
—Sabía que me recordarías —dijo mientras su voz pasaba de tímida e insegura a arrogante y deliberada—. Me preguntaba si te gustaría salir, quizás ver una película o repetir lo de anoche. Menos las bofetadas. Bueno, quizás no. Las bofetadas fueron un poco sexys. —Hubo más risitas de fondo mientras la voz de Garrett ronroneaba al teléfono.
—Mira —dijo Kate con un suspiro—, parecer ser un buen chico y es por eso que te rechazaré amablemente. Los dos estábamos ebrios anoche. Nos besamos en el baño de una persona cualquiera. No fue el lugar más romántico, pero fue sorprendentemente agradable. Y apesta que no podamos llevar las cosas más allá, pero no podemos porque hay algunas... circunstancias subyacentes que se interponen en el camino. Ahora, por favor, deja de llamar a mi lugar de trabajo antes que hagas que me echen. —Su voz sonaba sorprendentemente arrepentida y agradable cuando terminó la llamada. La voz amortiguada de Garrett gritó al teléfono en objeción.
Kate se encontró con mis ojos y nos miramos la una a la otra por un largo momento mientras el teléfono comenzaba a sonar una vez más. Ella lo tomó y lo dejó caer de golpe antes de quitarlo de su base por completo. Colocó el teléfono en el escritorio, haciendo que la línea estuviera ocupada y efectivamente terminando las futuras llamadas.
—Necesitamos hablar —dijo ella, alzando una ceja. Asentí con la cabeza y ella suspiró pesadamente, pasándose los dedos por su cabello liso como pelo de maíz.
—Algo sucedió entre tú y ese tipo anoche —comenzó—. Y no intentes negarlo. Vi la manera en que él no podía dejar de verte y la manera en que tratabas de dejar de mirarlo. No funcionó, por cierto. Sabes que respeto tu privacidad, pero a la luz de estas circunstancias tal vez deberías confesar lo que pasó anoche.
Por costumbre, comencé a girar un mechón de cabello alrededor de mi dedo mientras mi prima hablaba. Sus ojos se fijaron en la acción, automáticamente notando mi tic nervioso. Soltando el mechón alrededor de mi dedo, gemí y me froté la frente con frustración.
—Ese tipo de anoche... Ese era Edward Cullen —admití, reclinándome en mi silla mientras los ojos de Kate se agrandaron en sorpresa.
—¿Edward Cullen? ¿El mismo Edward Cullen cuyo padre el tío Charlie supuestamente mató? —preguntó.
Su rostro palideció debajo de su bronceado de verano. Asintiendo con vacilación, miré como ella sacudía la cabeza con asombro.
—¡Cállate! Vaya, eso es un completo desastre —reflexionó, mirando profundamente a mis ojos avergonzados—. ¿Lo besaste?
—Eh, sí, nos besamos —murmuré, mis mejillas enrojecieron.
No me había sonrojado desde que era una niña. Kate gimió, se inclinó hacia abajo, y golpeó su frente contra el escritorio una y otra vez, lo que me alarmó un poco.
—¿Y te gusta, o no? Puedo verlo en esos ojos grandes y tontos que tienes. Oh, por Dios, Bella. No puedes estar cerca de él. Eso lo sabes, ¿cierto? Y no puedo estar cerca de Garrett. Papi, tío Aro, tío Marcus... ¡nos matarían si se enteran que nos besamos con un par de hombres Cullen! —Soltó un quejido y presionó su frente contra el escritorio, sin moverse.
—Es por eso que no pueden enterarse —mascullé. Ella levantó la cabeza y frunció el ceño en mi dirección—. Hasta donde sabemos, Aro nunca ha mencionado a alguien en nuestra familia lo que pasó entre mi madre y James Cullen. Y todos están demasiado asustados como para mencionárselo. Digo que solo mantengamos la cabeza baja y no nos metamos en problemas. Fingiremos que lo de anoche no pasó. —Sí, claro. Incluso yo no creía mis propias palabras.
Kate asintió, se sentó lentamente y respiró hondo. Extendió una mano y colocó el teléfono de vuelta en su base, y lo miramos fijamente por un largo momento, esperando que comenzara a sonar de nuevo. El cuarto estuvo en silencio por un largo momento hasta que un fuerte golpe nos hizo gritar de la sorpresa.
—¿Qué están haciendo? —gritó una pequeña y molesta voz mientras los golpes continuaban—. ¡Será mejor que no esperen que yo limpie la tienda mientras ustedes, perras, pasan el rato en la oficina de Nana chismorreando! ¡Tengo una cita esta noche y necesito llegar a casa así puedo prepararme!
Sí, la pequeña Alice tiene una cita con un tipo fuera del pueblo que conoció en Facebook. Iba a la cita a pesar de mi opinión, pero ¿qué podía hacer? ¿Atarla?
Cerramos la tienda y nos separamos. Kate se fue a encontrar con Jessica y Lauren, las Gemelas de Parador de Casas Rodantes, para hacer Dios sabía qué toda la noche. Sintiéndome mal porque mi abuela estaba resfriada, pasé por la tienda para comprar varias cosas para prepararle una sopa de pollo casera. Alice se quejó en todo momento mientras estudiaba el pasillo en busca de ingredientes.
Aparentemente estaba interrumpiendo su "régimen de belleza". Esas fueron sus palabras, no las mías. Resopló, parándose detrás de mí en la caja registradora. Ojeaba una revista de chismes de celebridades mientras rebotaba su pequeño pie con impaciencia. Yo estaba ocupada abriendo la aplicación de mi cuenta corriente en mi teléfono cuando me detuve y fruncí el ceño.
—Alice, ¿sacaste dinero de nuestra cuenta conjunta sin decirme? —pregunté con sospecha.
Mis ojos iban del teléfono a mi hermana. La cantidad de dinero en el banco era inmensamente menor a lo que debería ser.
Alice me fulminó con la mirada, metiendo la revista de vuelta en el estante y cruzándose de brazos mientras le tendía a la cajera mi tarjeta de débito. La cajera nos lanzó una mirada nerviosa mientras sus ojos comenzaban a captar una posible discusión entre sus dos clientas.
—Jamás he vuelto a sacar dinero de nuestra cuenta sin preguntarte de nuevo —siseó, poniendo los ojos en blanco—. Aprendí mi lección hace mucho tiempo. La última vez que hice eso fue hace dos años y ese es el tiempo que te quejaste por eso.
Pasó por mi lado empujándome y tomando la bolsa de comestibles bruscamente del chico empaquetador con acné, que se tambaleó y tartamudeó sorprendido. La cajera me tendió un recibo con una sonrisa apologética. Dándole una pequeña sonrisa en respuesta, salí de la tienda mientras revisaba la información del giro bancario en mi cuenta.
—Con razón es tan bajo —mascullé mientras me ubicaba detrás del volante del Jeep. Alice seguía mirándome con enojo desde el asiento del pasajero—. No nos han depositado nuestros cheques mensuales allí.
Alice y yo recibíamos seguridad social debido a la muerte de nuestro padre y seguiríamos recibiéndola mientras que siguiéramos en la escuela o cumpliéramos veintiún años primero. La factura de la electricidad era solo una de muchas facturas que vencían en los próximos días y una ola de pánico me invadió al pensar en los recargos por pagos atrasados que se acumularían si no pudiéramos pagar las facturas a tiempo. Esos recargos por pagos atrasados realmente se sumaban.
—Quizás llegará en un par de días. —Alice se encogió de hombros, despreocupada mientras sus pequeños dedos escribían frenéticamente en su teléfono.
Por supuesto que a ella no le preocupaba. Ella no estaba a cargo de pagar las facturas a tiempo.
—Sino, entonces solo llama el lunes y aclara todo. O llama a mamá. Ella puede prestarnos dinero. Apuesto que ella está ganando mucho dinero en Birmingham.
Negando con la cabeza, casi me reí al pensar en pedirle dinero a mamá. Mamá no había venido a casa en casi un mes y ya nunca se ofrecía a pagar las facturas. Afirmaba que no debería ser tan difícil para nosotras ya que la casa y el terreno estaban pagados y las dos teníamos trabajos además de nuestro cheque mensual de la seguridad social.
Mi mente estaba consumida por la preocupación cuando finalmente llegamos a casa y comencé a preparar la sopa de pollo. Alice desapareció escaleras arriba pasando horas embelleciéndose en nuestro pequeño baño. Cuando la sopa estaba hecha, me serví un tazón pequeño y tomé un bocado tentativamente de la mezcla caliente, casi ahogándome con un pedazo de pollo cuando Alice finalmente bajó las escaleras. ¿Recuerdan cuando dije que Alice se vestía de acuerdo a su estado de ánimo? Bueno, esa noche ella se sentía como una completa puta.
—Alice, no saldrás de la casa vestida así —le dije a mi hermanita con un tono de voz firme.
Dejé caer mi tazón en el fregadero, repentinamente perdiendo el apetito. Me di la vuelta y me apoyé contra la encimera en la cocina mirando con escepticismo a mi hermana.
Alice tenía puesto un corsé rosa claro y blanco con pequeños volados de encaje blanco a lo largo del busto. Unos jeans oscuros ajustados cubrían sus pequeñas piernas. Estaban rotos desde las rodillas hasta la parte superior de sus muslos. Un par de botas vaqueras iban desde las pantorrillas y llegaban a las rodillas.
El corsé y los jeans daban la ilusión de un busto más grande y una cintura estrecha, dos cosas de las que Alice carecía, ya que era tan delgada como un palo y no tenía curvas. El pobre tipo con el que se encontraría no tenía ninguna posibilidad con la pequeña Alice vestida así. Para empezar, no tenía pensado darle una posibilidad.
Al principio ella hizo un puchero, luego me miró con enojo mientras colocaba una mano en su pequeña cadera, gruñendo, «¡No puedes decirme qué hacer, Bella Swan! ¡No eres mi madre!».
—No, no soy mamá —espeté, lavándome las manos en el fregadero y secándolas con una toalla de mano que lancé con rabia contra la encimera—. Ella vive en Birmingham sin ninguna preocupación en el mundo. Ella ciertamente no está en esta cocina preocupada por con quién te irás o qué te pondrás esta noche.
Alice abrió la boca para discutir pero fue interrumpida por el sonido de alguien tocando la bocina. Me di la vuelta, mirando a través de las cortinas con estampados de flores que colgaban sobre el fregadero de la cocina para ver a un chico alto y de cabello oscuro en un coche demasiado pequeño para su delgada figura. ¡Qué grosero detenerse y tocar la bocina, sin siquiera caminar hasta la puerta para acompañarla hasta el auto!
—¡Tengo que irme! —dijo con una sonrisa relajada.
Alice tomó su pequeña cartera de la encimera y caminó hacia donde me encontraba con mi boca ligeramente abierta. Me besó en la mejilla y se fue antes de que tuviera la oportunidad de discutir.
La miré por la ventana con el ceño fruncido mientras subía al asiento del pasajero del coche. Tenía una sonrisa enorme y coqueta en su rostro, igual al tamaño de la de su cita. Se marcharon, dejándome sola en la cocina frunciendo el ceño ante su partida.
Tomando el enorme contenedor Tupperware con sopa y la bandeja de pan de maíz que había hecho, me dirigí al campo donde vivía Nana Swan. Ella vivía en la misma casa antigua de dos pisos, de madera blanca y rodeada de pastos y bosques, donde había criado a todos sus hijos. Respiré profundamente y los pocos recuerdos felices de mi infancia pasaron por mi mente mientras entraba en ese largo camino de grava y me detenía frente a la casa de dos pisos con la pintura ligeramente descascarada. Había flores por todas partes. El amor de mi abuela por la jardinería era evidente para cualquiera que pasara por allí.
Llevando la comida hacia la puerta principal en el porche, sujeté el pan de maíz sobre el contenedor de sopa con un brazo y golpeé torpemente la puerta con la otra. Después de un largo tiempo sin una respuesta, coloqué la comida en el porche y giré el pomo de la puerta. La puerta se abrió con un sonido pesado y chirriante.
—¿Nana? —llamé desde la puerta.
El olor a manzanas y canela invadió mis sentidos. Se oía un gemido que provenía de la sala de estar. Dejé la sopa y el pan de maíz en el porche delantero, olvidados, mientras me invadía una nueva preocupación. Encontré a Nana en la sala rodeada de lo que parecían ser cientos de fotografías de nuestra familia colgando en las paredes, junto con otras chucherías y porquerías que había coleccionado a lo largo de los años.
Se encontraba tumbada en el sillón reclinable azul del abuelo Swan, envuelta en un viejo edredón gimiendo y gruñendo. Su frente pálida estaba cubierta de sudor. No tenía maquillaje en su rostro y su cabello que normalmente llevaba la permanente a la perfección, estaba enmarañado y pegado a su cabeza en un desorden desaliñado.
—¡Nana! —espeté, levantando las manos con disgusto—. ¿Por qué no me dijiste que estabas muy mal?
Ella gruñó en respuesta y de repente me sentí culpable por estar molesta. La terquedad corría profundamente en nuestra familia, y muy posiblemente se debía a la miserable mujer que yacía frente a mí. Nana nunca quería parecer una carga para nadie y siempre ponía a los demás primero y se dejaba a sí misma para el final. Extendí la mano, presionándola contra su frente sudorosa para encontrar su piel ardiendo.
—¿Qué síntomas tienes? —pregunté con un tono más amable.
Nana me miró con ojos entrecerrados y vidriosos. Le faltaban los anteojos en su rostro ligeramente arrugado. Los vi sobre la pequeña mesa que tenía la lámpara, el control remoto, y el teléfono inalámbrico.
—Fiebre, escalofríos, náuseas, dolor de espalda —gimió mientras se retorcía en el sillón reclinable.
Suspirando, le arranqué el viejo edredón de retazos de sus manos que protestaban.
—Está bien, iremos al doctor. Ponte en marcha.
—¡No iré al doctor! ¡Tengo un resfriado! —espetó, con un tono muy parecido al de Alice mientras se frotaba el rostro con las manos. El pequeño anillo de bodas que todavía llevaba brillaba bajo la luz de la lámpara—. Además, la clínica está cerrada hoy.
Pensé en sus palabras por un segundo mientras tiraba de un mechón de mi cabello. Ella tenía razón; la única clínica en nuestro pequeño pueblo de Mayhaw cerraba alrededor de las cuatro. Había una clínica en uno de los pueblos vecinos, pero probablemente estaba cerrada también. Había solo una solución y era una que temía, pero no había otra.
—Iremos al hospital en Birchwood —decidí en voz alta.
Estiré la mano, agarré el mango de madera en el costado del sillón y lo jalé, lo que provocó que el reposapiés cayera y el cuerpo flojo de mi abuela se elevara.
Ella comenzó a protestar fuerte mientras trataba de convencerme de que no estaba lo suficientemente enferma para ir a Birchwood. No era que le molestara ir al territorio de los Cullen. Ella solo quería revolcarse en su propia miseria con la mentalidad de que se pondría mejor por sí sola.
—Nana, has tenido alrededor de una docena de infecciones renales a lo largo de los años —le recordé, levantando su cuerpo débil de donde se sentaba—. Tu doctor te dijo en tu última cita lo peligroso que es aguantar una infección renal. ¿Quieres ponerte séptica y morir?
—Qué el señor tenga piedad, niña. Me estoy muriendo un poco cada día —murmuró, poniéndose de pie con inestabilidad.
Afortunadamente, ella estaba completamente vestida y no hizo falta insistir mucho para que saliera hacia mi Jeep. Es entonces que comenzó con su charla disparada.
—Ve a mi cuarto y busca en el fondo del armario —instruyó, jadeando mientras la levantaba físicamente para colocarla en el asiento del pasajero del Jeep—. Hay una caja fuerte allí. Tómala y ponla en la parte trasera de tu Jeep.
—¿Por qué quieres que vaya a buscar tu caja fuerte, Nana? —pregunté pacientemente, insegura de si sus divagaciones estaban vinculadas con su fiebre o con su habitual histeria.
—Porque, cielo, creo que me voy a morir —gruñó mientras terminaba de meterla en el Jeep. Las lágrimas se formaron en los ojos y arqueé una ceja cuando comenzó a abanicarse dramáticamente—. Esa caja fuerte está repleta de lo que necesitas en caso de que me muera. ¡Mi madre se murió a mi edad y ahora voy a morir yo!
—Nana, la abuela Swan murió de un problema cardíaco —comencé, mi voz apagándose mientras la veía tomar las llaves del encendido y guardarla en el bolsillo de sus pantalones caqui—. ¿Qué estás haciendo con mis llaves?
—¡Ve a buscar la maldita caja fuerte o no saldremos de esta entrada! ¿Me entiendes, Isabella Marie Swan? —siseó y mis ojos se abrieron de par en par por su tono.
Nana agarró mi camisa rosa que todavía tenía puesta, ya que no me cambié después de salir de la pastelería. Me empujó hacia adelante, abriendo los ojos aún más, y asentí solemnemente, ligeramente aterrada de mi abuela en ese momento.
Dejándola sentada en mi Jeep, regresé a la casa. Me detuve para agarrar la cena que había cocinado para ella y la metí en su viejo refrigerador. Mascullando amargamente para mí misma, subí la larga escalera hasta el segundo piso, dirigiéndome hacia su habitación. Mis pies se hundieron en la alfombra peluda de color beige cuando pasé por su cama que estaba cubierta con un edredón con estampado de anillos de boda que mi bisabuela le hizo a Nana cuando se casó con el abuelo Swan.
La puerta de su armario estaba entreabierta y busqué a tientas en la oscuridad. Agarré el cable que colgaba de una única bombilla situada en la parte superior del armario. Una luz suave y amarilla inundó el armario mientras me dejaba caer de rodillas. Mis dedos torpes tantearon en el tenue resplandor entre las pilas de zapatos que se alineaban en el suelo hasta que encontraron algo frío y metálico escondido debajo de los estantes de ropas que colgaban.
¡Mierda! La caja fuerte era pequeña, pero ¡la maldita cosa era pesada! Medía aproximadamente medio metro de alto y treinta centímetros de ancho, pero el peso compensaba con creces su falta de tamaño. Tirando y jalando sin aliento de alguna manera logré arrastrar la pequeña caja fuerte gris hasta la escalera, donde me detuve y debatí en silencio cómo me las arreglaría para bajarla.
Murmurando y maldiciendo en voz baja, me armé de valor y lentamente bajé las escaleras tirando de la caja fuerte mientras avanzaba. Chocaba ruidosamente contra cada escalón hasta que finalmente llegué a la planta baja y de alguna manera al exterior. Mis brazos se sentían como dos fideos flácidos cuando la deposité de forma segura en la parte trasera de mi Jeep. Había una vieja y sucia sudadera amarilla metida debajo del asiento del pasajero abandonada hace mucho tiempo por mi hermana espástica. Lancé la sudadera con capucha manchada sobre la caja fuerte para ocultarla de la vista de cualquiera en el estacionamiento del hospital.
—¿Qué hay en la caja fuerte, de todos modos? —le pregunté a mi abuela.
Aferré el volante mientras cruzábamos ese gran puente. Mis brazos seguían entumecidos y mis pensamientos volvieron a Edward mientras el alto puente traía de vuelta un torrente de recuerdos de la noche anterior.
Mi abuela guardó silencio por un largo rato. El aire estaba lleno con los sonidos del traqueteo del Jeep y del viento que entraba por la suave capota. La mirada de Nana estaba entretenida con una barcaza abandonada que viajaba a lo lejos por el río fangoso.
—Muchas cosas —murmuró finalmente, su cuerpo temblando mientras los escalofríos la invadían de nuevo.
Ella se giró para mirarme y la miré de reojo. Mis ojos marrones se posaron en sus ojos azules antes de volver a fijarse en la carretera que tenía delante.
—Vas a necesitar esa caja fuerte algún día, cariño. Está llena de todo tipo de secretos. No le cuentes a nadie que la tienes. ¿Me entiendes, Isabella? No te atrevas a contarle a nadie que tienes esa caja fuerte. Escóndela en algún lugar... donde nadie piense en buscarla. ¿De acuerdo?
La miré a los ojos de nuevo. La intensidad de su mirada provocó escalofríos en todo mi cuerpo mientras asentía con la cabeza aturdida. Probablemente era la fiebre que estaba hablando y no mi abuela, pero la mirada en sus ojos y su voz solemne... me aterraba.
Mientras viajábamos hacia Birchwood, mis pensamientos ya no estaban en Edward, ya que de repente se centraban en el contenido de esa caja fuerte. No sabía que el contenido de esa caja fuerte cambiaría no sólo mi vida, sino que también la vida de todos los que me rodeaban.
¿Qué esconde la Nana Swan?
Gracias por leer :3
