Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es Hoodfabulous, yo solo traduzco con su permiso.


Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to Hoodfabulous. I'm only translating with her permission.


Capítulo 26

Reflexiones de una Chica Muerta

"Un centavo por tus pensamientos

Oh, no, los venderé por un dólar

Valen mucho más después que ya no estás

Y quizás escucharás las palabras que he estado cantando

Qué gracioso que las personas comienzan a escuchar cuando estás muerta"

~The Band Perry — If I Die Young~

La funeraria no había cambiado mucho en los años que habían pasado desde que enterraron a mi padre. El edificio era grande y de un triste color gris, con columnas gruesas y blancas cerca del frente. Había mecedoras blancas de madera a cada lado de la puerta en un intento de darle al edificio un aire más simple y campestre. No funcionaba. El edificio destacaba mucho, especialmente con la tienda de todo por un dólar de Birchwood de fondo.

El estacionamiento era pequeño, tan pequeño de hecho, que las personas estacionaban a los a los lados de la calle y llenaba todo el estacionamiento de la tienda todo por un dólar. Si mi hermana estuviera allí, Dios, estaría emocionada de ver a tantas personas paseándose con sus mejores galas de domingo, esperando ver al Swan recién caído.

Carlisle estacionó el coche al otro lado de la calle de la funeraria, y todos salimos lentamente. Si él, Esme o Edward estaban nerviosos por la idea de mezclarse en medio de enemigos jurados en territorio enemigo, no lo demostraron. Tenían un aire de fría indiferencia, con la cabeza bien alta y sonrisas suaves en sus rostros. Edward tomó mi mano sudorosa en la suya y lo miré.

—Respira profundamente —me ordenó, guiándome cuidadosamente al otro lado de la calle—. Solo relájate. Estoy aquí para ti.

Asentí aturdida. Sentía el pecho apretado, contraído, como si alguna fuerza demoníaca lo tuviera bajo control. Noté que mis diversos primos estaban de pie fuera de la funeraria, entremezclados con pequeños grupos diferentes de personas que hablaban en voz baja entre sí. Nos miraron cuando nos acercamos, con una mezcla de disgusto y asombro en sus rasgos.

Sus miradas furiosas eran más vengativas que el día anterior, cuando estuve sentada en la funeraria todo el día saludando a los visitantes, familiares y amigos por igual. Los Cullen no habían honrado a Birchwood con su presencia el día anterior porque yo se los pedí. Pasé el día haciendo de hermana mayor triste, sonriendo y secándome los ojos con un pañuelo, mientras la gente murmuraba sus condolencias. Lo hice por Alice, para rendirle homenaje a mi hermana, pero el día siguiente era mío. Me pertenecía. La conmoción, el enojo, y la traición; los ansiaba, pero solo de una persona.

Aro.

No solo quería que me odiara, necesitaba que me odiara. Los guantes estaban afuera. Al traer a los Cullen al funeral de mi hermana, era como si lo estuviera llamando a mí, desafiándolo a cruzar la misma línea conmigo como él la había cruzado con Alice. Necesitaba que él me buscara, que me pusiera a prueba. Estaba lista para él.

Era hora de que Aro pagara por el dolor y el sufrimiento que nos había infligido a mi familia y a mí durante toda nuestra vida. Era hora de que pagara por sus pecados y se encontrara con su creador. Era hora de que Aro muriera.

Mantuve la cabeza en alto mientras pasaba junto a vecinos y familiares de afuera del pueblo. Un hombre alto de rasgos oscuros y con un elegante traje gris sostuvo la puerta abierta para mí. El hombre no era otro que el agente Uley, que seguía husmeando en los asuntos de mi familia. Tenía la sensación de que no podría quitármelo de encima durante un tiempo, así que decidí que simplemente lo ignoraría, negándome a darle el reconocimiento que él tanto deseaba desesperadamente.

Edward odiaba al agente Uley. Tenía la sensación de que Uley tenía alguna especie de fascinación enfermiza conmigo, y la familia Swan en general. Traté de mirar a Uley a través de los ojos de Edward, pero no había nada allí que indicara que Uley me me veía como nada más que una Swan, una hija del hombre asesinado cuyo caso el propio padre de Uley jamás pudo resolver.

Entramos al vestíbulo y nos fundimos lentamente con la multitud que estaba reunida allí. Sus susurros y risas se fueron desvaneciendo a medida que nuestra presencia se hacía cada vez más evidente. Luego los susurros volvieron multiplicados por diez, los suaves murmullos de los curiosos habitantes del pueblo que no tenían nada mejor que hacer con sus vidas que pasarlas hablando de los demás.

Me ubiqué detrás de Carlisle y Esme, con Edward a mi lado, mientras se turnaban para firmar en el libro de visitas. Edward también tuvo su turno, y los cuatro entramos al santuario. Se formó una fila desde el vestíbulo hasta el pasillo central del santuario, que conducía al ataúd blanco brillante frente a las filas de bancos de madera. El olor a claveles invadió mis sentidos, flotando a mi alrededor, pinchando mi memoria, y recordándome instantáneamente de funerales y muertes pasadas.

Varios individuos valientes hablaron con Carlisle y Esme al pasar; eran hombres de negocios que lo conocían a través de la fábrica que poseía y operaba. Estaba segura de que si Aro hubiera estado cerca, esas almas valientes no se habrían atrevido a hablar con Carlisle y Esme, pero Aro no estaba ni cerca de dónde estábamos. No, Aro se encontraba de pie audazmente frente al ataúd de Alice, junto con otros miembros de la familia, saludando a los visitantes con una sonrisa en el rostro mientras les estrechaba la mano y recibía sus buenos deseos.

Había una suave sonrisa en su rostro curtido, un rostro que se parecía mucho al de mi padre, y odiaba a Aro por eso. Lo odiaba por desempeñar el rol de tío afligido, lo odiaba por el gran parecido que tenía con mi padre, pero sobre todo lo odiaba por enviar a Royce a mi casa para asesinar a mi hermana.

Carlisle, Esme, y Rose estaban en la fila como las personas dignas que sorprendentemente eran. Agarré la mano de Edward con fuerza, antes de deslizar mi brazo alrededor del suyo, y él me acompañó hacia el frente de la funeraria. Pasamos rápidamente entre la multitud de personas que nos esperaban en silencio para abrazar o estrechar las manos de varios miembros de mi familia.

Los rostros de mis tías y tíos se oscurecieron cuando Edward y yo nos acercamos. Les di una pequeña sonrisa sencilla, asentí con la cabeza, y giré rápidamente hacia la izquierda. En el banco delantero estaban mi madre y mi abuela, sentadas en extremos opuestos del banco. Ignoré deliberadamente a mi madre y me senté cerca de Nana, que luchaba, sin éxito, por contener las lágrimas.

A diferencia de todos los demás con los que me había topado, Nana apenas se dio cuenta de mi presencia por un momento. Estaba demasiado absorta en sus propias emociones retorcidas, llorando la pérdida de uno de sus jóvenes nietos. Sus ojos estaban fijos en el ataúd, un color aparentemente demasiado inocente para mi hermana. Después de varios segundos, los ojos de Nana finalmente encontraron los míos. Me miró como si me viera por primera vez, estudiando mi rostro en busca de dolor o incomodidad.

—Oh, Dios mío —jadeó Nana, con la voz quebrada por la fragilidad y la debilidad.

Nana extendió una mano y tomó la mía. Sus dedos arrugados estaban fríos y húmedos, pero no les presté mucha atención mientras los entrelazaba con los míos fríos, firmes y secos. Me encontré inclinándome hacia ella, mostrándole a mi abuela el afecto que nosotros los Swan típicamente manteníamos reprimidos. No deseaba más que absorber su dolor y culpa, y asegurarle que todo estaba bien, pero no podía. La verdad dolía, y la fría y dura verdad era que Alice se había ido, y Nana no la volvería a ver.

Mis ojos se posaron en el ataúd blanco con asas plateadas. No se parecía en nada a Alice. Alice era de colores vivos y llenos de vida. Era rojo, amarillo y azul salpicados sobre un lienzo blanco.

Intenté distraerme de ese ataúd simplista y de lo mal que se sentía admirar el ramo de flores que había colocado sobre él, pero me resultó imposible distraerme. Las flores favoritas de Alice eran las coloridas margaritas gerbera, no la mezcla de claveles que eligió mi madre. La música que sonaba de fondo era lenta y triste. Mi hermana era alegre, divertida y tonta. Claro que siempre se metía en problemas y definitivamente tenía sus peculiaridades, pero aún así era hermosa. Alice se merecía algo más póstumamente que un arreglo floral barato y maloliente y música funeraria deprimente.

Extrañaba a Alice. Dios, cómo la extrañaba.

Solo habían pasado unos días desde el incendio del hospital, el incendio que destruyó toda el ala del Centro Médico Birchwood; era, irónicamente, el ala Cullen la que ardió. Alice y yo nunca habíamos estado separadas más de un día o dos en toda nuestra vida, y solo porque ella había estado borracha o drogada en algún lugar. Siempre la encontraba, sin importar lo que pasara, pero ya no habría forma de encontrar a Alice. No podías encontrar lo que no quería ser encontrado.

La fila de visitantes avanzaba a regañadientes y a paso de tortuga. Después de dar el pésame a quienes estaban sentados alrededor del ataúd de Alice, los visitantes se detenían cerca del primer banco y hablaban en voz baja con mi madre. Las mujeres lanzaban besos al aire cerca de cada una de las mejillas de mi madre, con cuidado de no manchar su impecable maquillaje con su lápiz labial. Luego se dirigían hacia donde yo me encontraba sentada, lanzándome sonrisas tensas y dándome ligeras condolencias antes de alejarse. Sus ojos se posaban en Edward, que estaba sentado a mi lado, y sus mejillas empolvadas ardían cuando él las pillaba mirándolo embobadas.

Kate entró lentamente en algún momento durante el desfile de simpatizantes y se abrió paso con brusquedad entre la multitud. Un vestido negro ajustado se ceñía a su diminuto cuerpo, abrazando las pequeñas curvas que tenía en todas partes, excepto sus grandes pechos. Se dejó caer a mi lado, poniendo los ojos en blanco con un resoplido. El aire a su alrededor olía a alcohol barato, mezclado con el aroma de su perfume floral, y sentí un ardor en la nariz. Arrugué la nariz con disgusto mientras ella metía una mano en su escote, acomodándoselo sin una pizca de remordimiento por su indecencia.

—¿Dónde está Garrett? —susurré, llamando la atención de Kate mientras se tocaba y se pinchaba los pechos.

—Jodidamente borracho y dormido en mi camioneta —respondió con ligereza, con un gesto despectivo de su mano.

Kate terminó con el acto de pincharse los pechos para mirar con enojo a mi madre, que estaba sentada cerca mirándola con frialdad.

—¡Kate! ¡Hace más de treinta y ocho grados afuera! —la regañé en voz baja—. ¡No puedes dejar a Garrett dormido en tu camioneta! ¡Morirá!

—Cielos, Bella —resopló indignada, frunciendo sus labios rosados—. Por el amor de Dios. No soy una completa sádica. Abrí una ventana.

—¿Cómo puedes estar tan despreocupada? —pregunté, mi pecho se contrajo al ver a Makenna sollozar cerca del ataúd de Alice—. Al menos podrías actuar como si tuvieras un poco de pena.

Edward se rió entre dientes mientras yo ponía los ojos en blanco y le fruncía el ceño a mi prima que me miraba echando chispas.

—Iré a ver cómo está Garrett —susurró él, su aliento con olor a miel me hizo cosquillas en la oreja, dejándome temporalmente sin palabras—. Dale un respiro a Kate. No es de las que se comporta como otra cosa que no sea ella misma.

Asentí aturdida, observándolo mientras se ponía de pie, tirando de las solapas de su costoso traje negro. Incluso en medio de la confusión y la tristeza, era el epítome del sexo, caminando tranquilamente junto a los curiosos espectadores con un breve movimiento de cabeza, sus deslumbrantes ojos color musgo eran humildes y fuertes.

Noté que Carlisle, Esme y Rose se acercaban al frente del santuario. Los hombres de mi familia saludaron a Esme con sonrisas rígidas, pero amables. Era casi imposible saludarla de otra manera, con sus ojos sinceros y su sonrisa informal. Era el epítome de la calma y la serenidad. Ella y Carlisle estrecharon la mano a mis tíos, quienes asintieron y sonrieron a Carlisle solo por las apariencias, muy conscientes de los cientos de ojos que los observaban desde los bancos a su alrededor.

Carlisle y Esme se despidieron de mis tíos después de sus breves saludos. Le dijeron unas palabras amables a mi madre, que los ignoró descaradamente, y luego a mi abuela, que miró a Carlisle como si estuviera viendo un fantasma. Me pregunté si se parecía a su padre, si era en él en quien pensaba cada vez que lo veía a lo largo de los años.

Carlisle y Esme desaparecieron después de eso, se mezclaron entre la densa multitud de personas en el lado opuesto del edificio y se sentaron casualmente en un banco cerca de la parte trasera del edificio.

Finalmente se acercaba la hora de comenzar el temido servicio. Un nudo nervioso se me formó en la boca del estómago mientras la gente se dirigía silenciosamente hacia sus asientos, ya secándose los ojos llorosos con pañuelos gastados. Una niña había muerto, y no había mayor dolor que la muerte de una niña, no había mayor pérdida que la vida de alguien que aún no había vivido de verdad. No quedaban posibilidades ni oportunidad de un futuro. Cuando comenzó la música, escuché sollozos y jadeos de la gente reunida en el funeral.

Me permití ver imágenes de una joven Alice abriéndose camino por el mundo, luciendo un largo vestido de novia blanco y con su vientre creciendo con la vida de un niño en su interior. Sabía que esta visión nunca se haría realidad, y finalmente se me llenaron los ojos de lágrimas.

Edward llegó en ese preciso momento, colocando delicadamente algo suave y ligero en mi regazo mientras yo tomaba un pañuelo de papel limpio de la mano de Kate. Al bajar la mirada no pude evitar la pequeña sonrisa que se asomó por las esquinas de mis labios, o el sollozo entrecortado y el agudo dolor de reconocimiento que me apuñaló el pecho. En mi regazo había un ramo de lirios. De un blanco puro, con un toque de amarillo en la base y dolorosamente hermosos, emitían una fragancia celestial que flotaba en el aire a mi alrededor. Los deslumbrantes tallos verdes estaban unidos por un largo lazo blanco y sedoso. Sonreí porque él lo recordaba. Siempre recordaba todo, cada momento importante y cada detalle profundamente arraigado.

Nuestras miradas se encontraron y el tiempo se detuvo. Todo se desvaneció mientras nos mirábamos, mientras nuestras vidas cerraban un círculo en ese mismo momento, recordando la primera vez que nos conocimos, en esa misma funeraria.

Un movimiento repentino de Edward rompió el hechizo. Conscientes de nuestro entorno y de las miradas mordaces de los demás, rompimos nuestra mirada embriagadora. Edward me rodeó los hombros con el brazo derecho y lo apoyó en el respaldo del banco. Sentí las miradas frías y duras de mis tías y tíos, incluido Aro, directamente detrás de nosotros. Imaginaba que Aro deseaba poder extender la mano hacia adelante y rompernos el cuello a ambos en ese momento, pero no podía. Había demasiados testigos. Era demasiado público. Además, el agente Uley estaba sentado en algún lugar cercano. Había vislumbrado su mirada penetrante a través de la abundante multitud. Nos miró a Edward y a mí con dudas arraigadas en las oscuras profundidades de sus ojos castaños.

El servicio comenzó y todos nos pusimos de pie. Me encontré buscando entre las filas y filas de espectadores, que también me miraban a los ojos, mientras luchaba por encontrar a Jasper sentado en algún lugar tranquilo cerca, pero estaba ausente. No lo había visto en días y me preocupaba cómo estaba manejando el estar lejos de su familia. Me preguntaba si luchaba con la ausencia de sus seres queridos, como yo con Alice, pero sabía que no estaba solo. Mantener a su familia a distancia era un precio que había elegido pagar por el resto de su vida.

Escuché la voz de Angie repentinamente, que se abrió paso entre los sollozos y el sofocante aroma de los arreglos florales. El sonido de su voz se extendió por la audiencia y fluyó a través del entorno lúgubre. Angie era un ángel roto, su voz vacilaba y se quebraba a veces, llena de la emoción y la angustia de perder a un amigo. Me sorprendió cuando aceptó, incluso se ofreció, a cantar durante el funeral. La canción que cantaba era una que yo había elegido para Alice.

Alice, sorprendentemente, tenía una lista de reproducción para cada evento de su vida. Fue una nueva revelación para mí, algo que descubrí una vez que recuperé su teléfono celular que Edward había empacado junto con mis pertenencias.

Recuerdo reírme entre dientes ante los diferentes títulos para los acontecimientos de su vida. Suspiré con nostalgia cuando encontré el que decía "Alma Gemela", creado después de que conoció a Jasper. Luego, hacia el final de su lista de reproducción, estaba el que decía "Mi Funeral".

If I die young, bury me in satin. Lay me down on a bed of roses. Sink me in the river at dawn. Send me away with the words of a love song —cantó Angie.

Casi me reí ante la elección de la canción de Alice, regodeándome internamente mientras los sollozos de mi madre se aceleraban a mi lado. Alice realmente sabía cómo dar un golpe bajo cuando era necesario.

Sentí que la mano de Renee buscaba la mía y se lo permití, porque quién sabía cuándo volvería a verla. Por una vez, las emociones de mi madre parecían sinceras. Sus rizos castaños caían flácidos alrededor de su rostro manchado. Sus ojos color avellana estaban enrojecidos y brillaban con lágrimas que se derramaban por sus mejillas.

Carlisle me dijo que el médico de Alice había denunciado a Renee ante el Estado por abandono y negligencia infantil. La muerte de Alice sellaría el trato, por así decirlo, pateando a Renee mientras estaba en el suelo. Iría a prisión, tal vez no por mucho tiempo, pero lo suficiente. Estaba segura de que también perdería su licencia de enfermera en algún futuro cercano. La junta de enfermería era estricta; nunca permitirían que alguien con su historial inminente cuidara de pacientes nuevamente. Tendría que comenzar en algún lugar nuevo, al igual que yo. ¿Tendría a su novio, Phil, esperando su liberación? Lo dudaba. Él ni siquiera tuvo la decencia de sentarse a su lado en el funeral de su propia hija. ¿Por qué esperaría a que ella saliera de prisión?

Lord make me a rainbow. I'll shine down on my mother. She'll know I'm safe with you when she stands under my colors. Oh, and life ain't always what you think it's going to be. Ain't even gray when she buries her baby —cantó Angie.

La canción finalmente se acabó, tal como la vida de mi hermana en el terrible incendio del Centro Médico Birchwood.

Cualquier atisbo de remordimiento que tenía, las lágrimas que brotaban, el dolor que contraía mi pecho, era por los otros que perecieron en ese incendio. Carlisle me aseguró una y otra vez que solo eran víctimas de la guerra, pacientes que no tenían ninguna oportunidad de una vida real, pero eso no alivió la punzante culpa que se infiltraba en mi mente durante las largas noches. El cuerpo cálido de Edward y la distracción sexual que me proporcionaba funcionaban la mayor parte del tiempo, pero la persistente culpa sería algo a lo que me aferraría durante años.

Las lágrimas inundaron mis ojos al pensar en aquellos que habían perecido y en lo completamente devastadas que debieron haber quedado sus familias. Presioné el pañuelo contra mis ojos mientras nuestro pastor pronunciaba el panegírico. Las palabras habladas, las oraciones y la humildad que me rodeaban se desvanecieron en la nada mientras me perdía en mis propios pensamientos y notaba movimiento por el rabillo del ojo.

Una mujer joven se escabulló en la sala, intentando y fallando en pasar desapercibida contra la pared del fondo mientras se sentaba en un espacio vacío cerca del último banco. La chica era hermosa por lo que podía ver. El cabello largo color ébano se asomaba debajo del velo negro de encaje que cubría su rostro. El único color que se asomaba debajo del velo eran los labios carnosos, rojo sangre, que se curvaron en una pequeña sonrisa cuando notó mi mirada curiosa. El vestido que llevaba era modesto con ribetes de encaje negro y una apariencia sexy, pero casi infantil en su pequeña figura. Guantes negros de encaje se extendían por sus brazos, sobre su piel pálida y terminando sobre sus codos. Fruncí el ceño ante la audacia de la chica, que obviamente estaba pidiendo atención.

Regresando mi atención al frente de la sala, escuché el final del panegírico. Angie cantó una última canción, las palabras susurradas y ásperas en su garganta, dolorida por sollozar. Concentré mi atención en el ataúd cerrado, lo único en lo que mi madre y yo habíamos acordado con respecto al servicio fúnebre. El cuerpo estaba demasiado dañado, demasiado roto por el sufrimiento que se le había infligido, para que alguien lo viera.

El servicio finalmente terminó y todos nos pusimos de pie, mi mano firmemente apretada en la de Edward, mientras mis tíos y primos varones actuaban como portadores del féretro, cargando el ataúd a través de la puerta abierta. La luz del sol se filtró en la habitación desde el exterior, el sonido de los pájaros felices y una cortadora de césped cercana llenaron la sala sombría. Las puertas se cerraron silenciosamente detrás de Emmett, y después de una última oración, el funeral llegó a su fin.

Viajé con los Cullen a la tumba. El Cadillac negro y elegante de Carlisle atravesó los caminos de tierra, cubriendo la pintura oscura y brillante con una fina capa de polvo. Divisé el ataúd de mi hermana en la distancia, más allá de las ondulantes colinas verdes y las lápidas grises, suspendida sobre la tumba fresca y abierta debajo de un dosel verde. Había sillas plegables de madera blanca alineadas frente al ataúd, llenas de familiares.

Me uní a ellos, con las manos llenas de las margaritas gerbera que Carlisle me había permitido comprar en la florería local. Permití que mi madre, una vez más, me tomara la mano. El ministro dio un último discurso breve, consolando a los amigos y familiares de la pequeña Alice Swan, y finalmente me permití desmoronarme. Lo sentí todo, el dolor, la pena, el terror agonizante de una vida sin mi hermana, que ya no estaría a mi lado.

Me rodeaban murmullos de preocupación. Sentí que los brazos de mi tía Maggie me abrazaban mientras cedía lo suficiente para consolarme. Dejó de lado su odio por los Cullen lo suficiente para recordar que yo seguía siendo la misma Bella que vio crecer a lo largo de los años.

Hubo una última, larga y triste oración del pastor antes de que una máquina dejara caer lentamente el ataúd de mi hermana en el suelo. La gente se puso de pie, turnándose para dejar caer una sola rosa blanca en la tumba abierta. Los amigos y compañeros de clase de Alice sollozaron y se turnaron para abrazar mi cuerpo entumecido.

Las personas se alejaron de la tumba, charlando en voz baja entre ellas, algunas incluso se echaron a reír suavemente en un vano intento de cortar la seriedad de la situación. Permanecí sentada, mirando aturdida la tumba de mi hermana hasta que Edward me sacudió físicamente y me obligó a salir del cementerio. Tropecé con el césped suave, zigzagueando entre filas de lápidas del siglo XIX, mientras nos dirigíamos al Cadillac de Carlisle.

—Déjenme quedarme un poco más —supliqué, con la cara tensa por las lágrimas secas y saladas—. Aún no estoy lista para irme. Por favor, denme un poco más de tiempo.

Edward, Carlisle, Esme y Rose intercambiaron miradas dubitativas. Edward se pasó la mano por el cabello, mirando a la gente que lentamente se abría paso entre las lápidas hacia el estacionamiento.

—No me siento cómodo dejándote aquí, Bella —confesó Edward—. ¿Y si Aro...?

—¿Puedes esperar, entonces? —interrumpí—. ¿Solo unos minutos? Solo necesito un minuto, ¿de acuerdo?

Edward asintió con vacilación, me dio un beso suave en la frente y se apoyó contra el coche mientras los demás entraban. Sentí que sus ojos me seguían por toda la longitud del cementerio.

El sol se ponía en la distancia, cubriendo la tierra de rosas y púrpuras, dos de los colores favoritos de Alice. Un banco de concreto estaba a unos pasos de las tumbas de mi padre y mi hermana. Me acerqué a este, aliviada de sentarme bajo las ramas y hojas del sauce llorón que colgaba sobre mi cabeza como una nube lúgubre. Me senté en la superficie desgastada del banco. Era el mismo banco que mi abuela compró poco después de la muerte de mi padre.

El tiempo pasó volando. El canto de los pájaros se fue apagando y fue reemplazado por el canto de los grillos y el croar de las ranas. El sol se hundió más en el horizonte y yo seguía sentada, esperando con las flores de Alice.

Entonces ella llegó, silenciosa como un fantasma, flotando sobre las suaves colinas onduladas. No era más que una figura negra, una silueta contra el cielo pintado de púrpura que se desvanecía detrás de ella. El velo negro envolvía su rostro en oscuridad, el cabello negro sintético se derramaba sobre sus hombros y los labios rojo sangre se torcían en una sonrisa.

En lugar de acercarse a mí, se detuvo junto a la tumba fresca y la miró con curiosidad. La arcilla roja de Mississippi yacía en un montículo suave sobre la tumba, ocultando parcialmente la lápida con el nombre de mi hermana grabado estoicamente en la superficie.

—Eres muy descarada, ¿sabes? —refunfuñé, caminando con cautela por el césped húmedo—. Al presentarte a tu propio y maldito funeral.

—No me lo hubiera perdido por nada del mundo —replicó la chica supuestamente muerta, dándose la vuelta y dándome una sonrisa maliciosa desde debajo de las sombras de su velo—. Fue genial, ¿verdad? ¿Esas flores son para mí?

—Oh, sí. Fue genial —gruñí, ignorando su pregunta mientras arrojaba las margaritas sobre la tumba fresca—. El funeral más jodidamente increíble al que he asistido.

Mi hermana resopló y se volvió hacia la tumba, la sonrisa se le esfumó del rostro.

—Odio que esté enterrado junto a papá —susurró, su tono tomando un tono serio.

—Yo también —suspiré con cansancio. —Teníamos que hacer algo con su cuerpo. Estoy tratando de convencerme de que es un lugar apropiado para él. Papá estaría enojado, pero ¿James? ¡Ja! Se enfureció cuando Carlisle le dijo dónde planeaba arrojar su cadáver.

—¿Se lo dijo? —preguntó Alice sorprendida, con una sonrisa traviesa en su rostro.

—Sí. Cuando no le dio la información que necesitaba, Carlisle le dijo que lo mataría y lo enterraría en la parcela de la familia Swan —dije con una risita—. No estaba allí, pero escuché que James se cagó en los pantalones. Literalmente.

Alice se rió, un sonido caprichoso que hizo que se me contrajera el pecho. Extrañaría ese sonido.

—¿Cuándo te vas? —pregunté, tragando el nudo que se me formó en la garganta.

—Hoy, esta noche, ahora —Se encogió de hombros—. Nos dirigimos al oeste.

—¿Qué harás? —pregunté, mirando hacia abajo de la colina y notando el segundo Cadillac negro estacionado cerca del de Carlisle. Jasper estaba apoyado contra el costado, conversando casualmente con Edward mientras nos observaban desde el pie de la colina.

—¿Qué haré? —repitió en un susurro entrecortado—. Cualquier cosa, todo, nada. ¿Quién sabe? En realidad no importa. Mientras esté con él, todo saldrá bien.

—Te extrañaré —admití, con lágrimas formándose en mis ojos.

—Oh, hermanita. Me volverás a ver pronto —susurró, agarrando mis manos entre las suyas pequeñas mientras me atraía para darme un fuerte abrazo—. Volveré antes de que te des cuenta.

—¿Cu... cuándo? —pregunté, frunciendo el ceño con confusión.

—Cuando llegue la tormenta, tonta —Se rió, soltándome.

Alice se llevó la mano a la nuca, desabrochó su collar favorito y lo sacó de donde descansaba, escondido de forma segura debajo de la parte delantera de su vestido. Agarró mi mano abierta y depositó lentamente el collar contra mi piel fría. Miré el collar y la llave antigua que había encontrado en la caja fuerte de Nana.

—¿La tormenta? La tormenta ya llegó —Me reí, un sonido amargo y seco mientras pensaba en los últimos meses, las cosas que todos habíamos soportado juntos desde que conocimos a los Cullen.

—No, la tormenta no ha llegado, hermanita —me dijo con paciencia, cerrando mi mano alrededor del collar—. No está aquí, pero llegará pronto. Volveré cuando llegue.

—¿Qué sucederá cuando llegue la tormenta? —pregunté, confundida por las confusas cavilaciones y divagaciones de Alice, algo a lo que sin duda nunca me acostumbraría—. ¿Cómo sabré cuándo llegue?

Alice me miró fijamente durante un largo momento antes de mirar hacia el pie de la colina, donde Jasper estaba de pie observándola como un halcón. Se volvió hacia mí una última vez.

—Lo sabrás, Bella —me dijo, con una voz escalofriantemente fría y distante mientras sus ojos apenas visibles se oscurecían—. Cuando llegue, tomarás una decisión. La decisión de matar. Tú eres la que tiene que hacerlo, Bella. Tienes que matar a Aro.