Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es Hoodfabulous, yo solo traduzco con su permiso.


Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to Hoodfabulous. I'm only translating with her permission.


Capítulo 27

Extraño Conocido

"No hay nada subliminal sobre mismensajesz."

~Jhood~

EPOV

Siempre había escuchado que no conocías de verdad a una persona hasta que vivías con ella. Nunca entendí ese dicho hasta que Bella Swan se mudó.

—Bella —susurré, inclinándome y apartando la sábana de su cuerpo dormido—. Despierta, cariño.

La noche anterior había sido calurosa. Bella y yo nos quedamos dormidos con los brazos y las piernas enredados, el calor de nuestros cuerpos amplificado por el calor de la noche. En algún momento durante las primeras horas de la mañana, Bella se quitó la camiseta, arrancándosela de la piel sudorosa y pegajosa, y la arrojó al suelo. Se quedó allí prácticamente desnuda, boca abajo, sus pequeñas y firmes tetas escondidas de mi vista, sin llevar nada más que un par de bragas negras que ella llamaba "culotte". Se parecían un poco a los pantalones cortos; pantalones cortos jodidamente diminutos con sus deliciosas nalgas asomándose.

El cabello color chocolate de Bella estaba desparramado a su alrededor en espesas marañas, ocultando su rostro. Recogí su cabello y lo coloqué sobre su hombro izquierdo, estudiando su rostro sereno. Deslicé mis dedos desde la base de su cuello hasta su columna vertebral, observando con fascinación y asombro cómo su piel desnuda se erizaba instantáneamente. Bella soltó un gemido bajo y sensual, enterrando el rostro contra el colchón, el sonido amortiguado por las almohadas y las sábanas suaves. Las yemas de mis dedos se demoraron en la cintura de sus bragas, que comencé a tirar suavemente hacia abajo en el momento en que comenzó a contonear su trasero y frotar sus muslos.

Entonces, como los cuatro días anteriores, su cuerpo se tensó. Se dio la vuelta, se tapó con la sábana y se la colocó firmemente alrededor de las tetas. Sus ojos marrones somnolientos se fijaron en mi rostro. Me miró nerviosamente mientras comenzaba a tartamudear.

—Yo... todavía no me siento muy bien, Edward —se quejó, presionando dramáticamente su mano contra su sien y cerrando los ojos brevemente.

—No te has sentido bien desde hace un tiempo —espeté, irritado por la forma en que ella me rechazaba constantemente—. He tenido bolas azules durante los últimos cuatro días.

Los ojos de Bella se abrieron aún más y luego se entrecerraron en pequeñas rendijas enojadas, mirándome fijamente. Mi polla lentamente se volvió flácida mientras ella me miraba como si sus ojos lanzaran rayos láser.

—¿Eso es todo lo que soy para ti? —gruñó—. ¿Un pedazo de culo? ¿Si no me entrego te conviertes en un mocoso llorón?

—¡No! —argumenté, mi polla completamente flácida por su acusación—. ¡No, carajo! Solo... ¿he hecho algo malo? ¿Ya no te atraigo?

Demonios, esas palabras tenían un sabor amargo al salir de mi boca. Yo era un tipo seguro de sí mismo, que nunca se preocupaba por su apariencia o personalidad. Me importaba una mierda si alguien encontraba alguna cualidad redentora en mí, excepto ella. Ella era todo lo que importaba en mi vida y no podía evitar cuestionarme. ¿Había hecho algo para alejarla de mí? Bella no se había quejado ni una sola vez de cómo la trataba en la cama, pero habíamos pasado de tener sexo a diario a no tenerlo en los últimos cuatro días.

La ira se esfumó del rostro de Bella y fue reemplazada de inmediato por remordimiento. Sus ojos oscuros se llenaron de lágrimas y sentí que se me oprimía el pecho. Odiaba verla llorar, lo odiaba más que nada, y yo lo había provocado.

—Oh, Edward —susurró, pasándose el dorso de la mano por las mejillas, quitando las lágrimas que finalmente se derramaron—. ¿Crees que es tu culpa que me sienta mal? Honestamente no me siento bien, Edward. No es nada que hayas hecho, lo juro. Por favor, no te culpes. Por supuesto que me atraes.

—Gracias a Dios —susurré, inundado de alivio—. No quiero que me dejes, cariño.

Bella soltó un sollozo y luego se arrojó hacia mí, la acción fue tan extraña que me tomó por sorpresa. Atacó mi boca, succionando mi labio inferior entre sus dientes mientras se sentaba a horcajadas sobre mí. Tomé los costados de su rostro, dando tanto como recibía. Me aparté de su boca cuando echó la cabeza hacia atrás y me aferré a la delicada piel de su cuello. Comenzó a frotarse contra mí, haciéndome endurecer una vez más. Podía sentir su pequeño y caliente centro a través de los delgados confines de nuestra ropa interior.

Entonces, tal como había hecho una y otra vez durante los últimos días, su cuerpo se puso rígido como si se diera cuenta de lo que estaba haciendo y se arrepintiera de inmediato. Bella se apartó de mí, se bajó de la cama tambaleándose y soltó una disculpa poco convincente por encima del hombro. Desapareció en el baño, cerrando la puerta de un portazo.

—Al diablo con eso —gruñí, cruzando el dormitorio a grandes zancadas.

Aferré el pomo de la puerta del baño, girándolo y girándolo en ambas direcciones, pero la puerta estaba con llave. Golpeando la puerta, grité su nombre, exigiéndole que me dejara entrar o derribaría la puerta.

—Edward, me siento mal —La escuché murmurar.

Entonces me impactó como un balde de agua helada.

—Bella, ¿estás embarazada?

—¡No! —la escuché chillar—. ¡No, no estoy embarazada! Simplemente no me siento bien. Por favor, vete, Edward. Déjame un poco de dignidad y vete.

Golpeé mi cabeza con rabia contra la puerta, ignorando el alivio mutuo y la decepción que se arremolinaban en mi pecho. No había forma de que estuviéramos listos para un niño, especialmente siendo tan jóvenes o con el lío en el que nos encontrábamos, pero sabía que sucedería algún día. Un día, cuando estuviéramos solos, con suerte después de graduarme de la universidad y tener un buen trabajo estable, tendríamos hijos. No tenía ninguna duda al respecto, a menos que Bella cambiara de opinión sobre nosotros.

Bajé las escaleras pisando fuerte, luchando contra la confusión, la irritación y la maldita tristeza que sentía. Esme estaba de pie en la cocina, extendiendo masa de galletas sobre la encimera enharinada. Me dio una dulce sonrisa, que rápidamente desapareció cuando notó mi expresión preocupada. Me senté frente a la barra, esquivando su mirada, y miré sombríamente la masa mientras ella comenzaba a cortarla con un cortador de galletas plateado brillante.

—Edward, ¿qué te pasa, cielo? —preguntó, mirando con curiosidad la expresión en mi rostro antes de volver a su trabajo.

—Bella está actuando de forma extraña —refunfuñé, frotándome la cara con las manos con fuerza—. Sus cambios de humor me están dando dolor de cabeza. No sé qué le pasa.

Esme no dijo nada al principio. Rápidamente se sumergió en su trabajo, frunciendo los labios pensativamente mientras colocaba con cuidado cada galleta en una bandeja vieja para hornear. La estudié con atención, observando la forma en que evitaba mis ojos, la forma en que fingía perderse en su tarea de preparar el desayuno.

—Sabes qué le pasa, ¿no? —pregunté con sospecha, mi pregunta se confirmó silenciosamente cuando levantó la vista y me miró solemnemente a los ojos.

—Oh, cielo. No es nada que hayas hecho. Probablemente le dé un poco de vergüenza decírtelo —su voz se fue apagando.

—Bella no se avergüenza fácilmente —argumenté—. Siempre somos honestos el uno con el otro.

—Cielos, Edward —espetó una voz a mi derecha—. ¿En serio eres tan despistado?

Me di la vuelta en el taburete de la barra y miré con enojo a Rose mientras entraba tranquilamente en la habitación. Tomó una manzana de la canasta de frutas que estaba en la barra. Después de frotarla contra su camisa y de sentarse a mi lado, le dio un pequeño mordisco. Los ojos de Rose brillaban con humor mientras me sonreía sardónicamente.

—Tal vez todo le esté afectando ahora. El funeral, la disputa —sugirió.

—Sabes muy bien que no está mal por ese maldito funeral —refunfuñé—. No, hay algo más que está mal.

—Déjame adivinar. Dijiste que tiene cambios de humor. Apuesto a que un minuto te quiere y al siguiente no. Inventa excusas para no tener sexo. Está cansada y de mal humor todo el tiempo. Tiene dolores de cabeza y, en general, no se siente bien. ¿Algo de esto te suena familiar? —inquirió Rose con una ceja levantada mientras enumeraba todos los síntomas de Bella.

—¡Sí! Así es exactamente como está actuando —me quejé—. Me está volviendo loco, no me deja tocarla.

—Está en su ciclo, bastardo insensible —resopló Rose, sus mejillas se pusieron rojas de frustración.

¿Ciclo? ¿Qué diablos es un ciclo?

—¡Su período, idiota! —espetó Rose, golpeándome la frente con una uña roja brillante.

Caí en cuenta y de repente me sentí como la mierda. Me froté el lugar donde Rose me había golpeado, con la cara dolorida y sintiéndome culpable.

—Sí, me alegra ver esa expresión de remordimiento en tu rostro. —Rose suspiró, frunciendo el ceño mientras apartaba la mirada de mí—. La pobre chica probablemente está en una montaña rusa emocional con todo el drama que ha ocurrido en los últimos días. El incendio en el hospital, el funeral, y luego la llegada de su período. Probablemente la has estado acosando para tener sexo, usando eso como una distracción de la tormenta de mierda que se ha estado gestando. Eres su primer novio y le da vergüenza hablar de su período contigo. Probablemente la has hecho sentir muy incómoda. Honestamente, me avergüenzo de ti, Edward.

—Oye —dije, levantando las manos en defensa—. ¿Cómo se supone que voy a saber que tiene el período si no me lo dice? Tú y Esme nunca han hablado de esas... cosas del período delante de mí. Cuando las dos actúan como perras, simplemente las ignoro. Todo esto es territorio desconocido para mí.

—Será mejor que te acostumbres si planeas pasar el resto de sus vidas juntos —aconsejó Esme, metiendo las galletas en el horno y olvidándose de poner el temporizador—. La vida juntos no siempre será sol y arcoíris, mi querido. Se quejarán, se pelearán y seguirán adelante de vez en cuando.

Rose se bajó del taburete de la barra y puso el temporizador para Esme, quien le dio una sonrisa vergonzosa. Luego Rose rebuscó en el refrigerador y me arrojó una botella de agua que atrapé en el aire.

—Sé que no todo siempre será perfecto —gruñí, desenroscando la tapa de la botella y tomando un largo trago del líquido frío—. Se niega a hablar sobre que Alice ya no esté, aunque sé que le molesta. No solo eso, ya hemos tenido una discusión sobre su regreso a clases la semana que viene.

—En eso sí que estoy de acuerdo contigo —murmuró Esme, mientras tomaba un trapo húmedo y quitaba la harina desperdiciada de la encimera—. No me siento cómoda con que vuelva a la secundaria Mayhaw. No con sus tíos y Billy Black rondando por ahí. ¿Y si le hacen daño? ¡Nunca podría vivir conmigo misma! Debería transferirse a Birchwood y terminar la secundaria aquí.

—Bella es obstinada. —Suspiré—. Quiere graduarse con su clase. Le dije que no iba a ceder con eso, pero ella simplemente no me escucha. No puede entender lo peligroso que es que ella esté en Birchwood, especialmente ahora que nuestra relación es de conocimiento público.

—No puedes culparla, Edward —comentó Rose, lanzando el carozo de su manzana en el cesto de basura, y sentándose en el taburete frente a la barra a mi lado una vez más—. Ella es de allí, es donde vive su familia, no solo los que están en su contra, sino los que están de su lado.

—Nadie de su familia está de su lado —discutí, mirándola furiosamente a sus ojos azules y compasivos.

—En eso te equivocas —Escuché decir a Carlisle, divertido.

Los tres nos dimos la vuelta y miramos hacia la sala, donde Carlisle se encontraba mirando por la enorme ventana que daba al exterior. Había una taza de café caliente color borgoña en su mano de la que tomaba pequeños sorbos con cuidado.

—Diría que ese es el Sr. Emmett Swan que está sentado en nuestra entrada ahora mismo —continuó con una sonrisa divertida en su rostro—. No se ha bajado de la camioneta todavía. No, está nervioso, sentado en la entrada de la casa Cullen. Está debatiendo si venir aquí sin avisar fue un error o no, pero al final se bajará de esa vieja camioneta. Le importa su prima. Vi la expresión en su rostro en el hospital y en la funeraria. Está preocupado por ella.

—Iré a invitarlo a pasar —dijo Rose suavemente, bajándose del taburete.

—Como un demonio que lo harás —gruñí, agarrándola ligeramente del brazo—. ¿Y si Aro lo envió aquí?

—Él es diferente —insistió Rose, zafando su brazo obstinadamente de mi mano.

—Emmett no es como el resto de los hombres Swan. Me ayudó la noche en que Royce me atacó. No he hablado con él, ni una sola vez, desde esa noche. Creo que la verdad se debió haber dicho hace tiempo, ¿no creen?

Rose caminó por la habitación con la cabeza en alto. Miré a Carlisle esperando algún tipo de reacción, pero me sorprendí al descubrir que en lugar de detenerla, él seguía mirando por la ventana, sorbiendo tranquilamente su café.

—¿No vas a detenerla? —exigí—. ¿No vas a seguirla?

—No. —Se encogió de hombros, apartando la mirada de la ventana para darme una sonrisa torcida—. Creo que puedes manejar eso por tu cuenta. Me sentaré con mi hermosa esposa y disfrutaré de una deliciosa comida que, con suerte, no habrá quemado.

—Imbécil —escuché a mi tía espetar, pero no le presté mucha atención.

Seguí a Rose hasta la puerta principal, entrecerrando los ojos ante la brillante luz del sol que inundaba la casa una vez que la abrió. Ambos salimos al porche y fuimos recibidos por el calor de la mañana, el sonido y el olor del agua del río agitándose en algún lugar cercano, y las semillas blancas de diente de león flotando perezosamente entre los rayos de sol que se filtraban a través de los altos árboles que se alzaban sobre nuestras cabezas.

La camioneta de Emmett Swan estaba cerca, grande y feroz. No esperó mucho antes de salir del vehículo. Su cuerpo típicamente monstruoso parecía pequeño y poco amenazante al lado de la camioneta. Cerró la puerta detrás de él, acercándose a la casa con cautela, sus ojos yendo de los míos a los de Rose.

Rose estaba a mi lado, retorciéndose las manos. La expresión normalmente estoica, a veces sarcástica, que tenía había desaparecido, reemplazada por una casi tierna, pero nerviosa. Emmett no estaba seguro de su sonrisa honesta y tímida y la forma en que sus ojos se movían rápidamente por su rostro. Podría jurar que posiblemente se sentía atraída por el enorme matón, pero eso no podía ser correcto.

El paso de Emmett se detuvo al pie de los escalones del porche. Tenía los brazos cruzados en una postura defensiva cuando finalmente habló.

—Estoy aquí para hablar con Bella —dijo con voz firme, sin mucho margen para la discusión.

—Bella no se siente bien —respondí.

Los ojos de Emmett se entrecerraron en los míos, mirándome con el ceño fruncido con incredulidad.

—No te creo —espetó—. ¿Le has hecho algo? ¿Está muerta también?

Di un paso hacia adelante, con los puños cerrados firmemente, enfurecido por su insinuación, pero Rose jaló de mi camisa y me lanzó una mirada suplicante.

—Bella está bien —le aseguró Rose, bajando un escalón del porche.

Extendí la mano para jalarla hacia atrás, pero ella se encogió de hombros y zafó mi mano de su brazo con facilidad, acelerando sus pasos mientras se acercaba a Emmett.

—Honestamente, Bella no se siente bien —explicó, deteniéndose a solo unos centímetros de donde él se encontraba—. Antes de bajar a desayunar, asomé la cabeza en su habitación. Acababa de ducharse y se volvió a dormir. Puedo despertarla si quieres.

—No, está bien. Volveré más tarde —gruñó, pasándose los dedos por el cabello—. Me alegra ver que estás bien, por cierto. Quería decírtelo en el funeral de Alice, pero no pensé que fuera el mejor momento, con todos los sentimientos a flor de piel y todo eso.

—Gracias —dijo Rose en un tono extrañamente suave—. ¿Te quedas un rato? Bella debería despertarse pronto. Podemos sentarnos en el porche y hablar. Dame una oportunidad de explicar lo que pasó la noche en que me encontraron en el puente. Te debo una explicación.

Emmett se quedó de pie, vacilante, en la entrada por un momento antes de finalmente ceder. Siguió a Rose por los escalones del porche, tratando de no mirarle el trasero mientras lo hacía, pero no lo logró. Le lancé una mirada de desaprobación cuando vio que notaba su mirada en el trasero de mi pseudo prima. El enorme idiota tuvo la audacia de lanzarme una sonrisa tímida y encogerse de hombros, como si dijera: "Oye, no pude evitarlo".

Seguí echando humos por la insinuación de Emmett de que lastimaría a Bella, pero dejé de lado la ira. Lo hice por Rose. Lo hice por Bella, sabiendo que ella no quería nada más que todos trabajáramos juntos de alguna manera, jugando con las malas cartas que la vida nos había repartido.

Los tres nos reunimos alrededor de la mesa, sentados rígidamente en las sillas blancas de mimbre. Hubo un largo silencio, interrumpido sólo ocasionalmente por el canto de un pájaro o el chapoteo de un pez al caer al agua. Entonces Rose comenzó a hablar, detallando los eventos de la noche en que Emmett, Bella, Kate y Alice la encontraron al costado del camino. Ella explicó todo, incluyendo cada pequeño detalle de esa noche. Luego le contó a Emmett sobre la conversación de Aro y Billy Black que escuché en el hospital, cómo hicieron que Royce le inyectara a Alice suficiente heroína para ponerla en coma.

—Tu prima, Makenna, escuchó una conversación entre los hombres Swan antes de que Alice muriera —confesé, observando atentamente su reacción a mis palabras—. Tu padre, su padre, diablos, todos los hombres Swan... ayudaron a asesinar a Charlie Swan. Hicieron que James matara al padre de Bella.

—Eres una maldito mentiroso —susurró y su rostro se tornó de un brillante tono rojo debajo de su bronceado—. Mi padre nunca estaría involucrado en el asesinato de su propio hermano.

Sin decir nada en respuesta, me recliné en la silla de mimbre, alcé una ceja y miré condescendientemente a Emmett, quien obviamente estaba en un profundo estado de negación. Él también se reclinó, encontrando mi mirada de manera uniforme mientras Rose nos miraba a los dos.

—Todo es verdad, Em. —Una voz cansada bostezó, lo que me hizo saltar de mi silla.

Bella estaba de pie apoyada en la puerta, con una de mis camisetas blancas y un par de pantalones cortos grises. Me lanzó una sonrisa de disculpa y le di una pequeña sonrisa en respuesta. Se apartó de la puerta y cruzó el porche, sus pequeños pies descalzos pisando suavemente las tablas de madera. Mantuve mis manos quietas, inseguro de si sería capaz de manejar su rechazo nuevamente sin saltar al maldito abismo. El alivio inundó mi cuerpo una vez que sus brazos rodearon mi cintura, atrayéndome hacia ella. Pasé mis dedos por su cabello largo, quitando los mechones rebeldes y enredados mientras le daba un suave beso en la frente.

—De acuerdo, no creo que alguna vez me vaya a acostumbrar a eso —escuché a Emmett quejarse.

Bella soltó un resoplido y una risita ante la admisión de su primo.

—Será mejor que te acostumbres, Em —Se rió entre dientes—. Es decir, si quieres seguir visitando a tu prima favorita de vez en cuando, porque Edward no se va a ir a ningún lado.

Emmett murmuró algo en voz baja, pero no entendí sus palabras. Me recliné en la silla de mimbre, jalando a Bella hacia mi regazo. Ella se acurrucó contra mí, su cabeza descansando perfectamente en la curva de mi cuello, tan perfecta de hecho, que creí que era intencional, como si alguna gran deidad nos hubiera diseñado a los dos específicamente el uno para el otro. Tal vez fuera obra de Zeus, o algún otro dios de mierda sobre el que Bella balbuceaba en sueños.

—¿Cómo estás, Bells? —preguntó Emmett en voz baja.

—Estoy bien, Em —murmuró Bella, entrelazando sus dedos con los míos—. Quiero decir, teniendo en cuenta...

—Sí —murmuró él.

—Realmente extraño a mi hermana —dijo en un suave susurro.

—Sí. Yo también —concordó él, con una voz extrañamente débil.

El aire se volvió tenso y ligeramente incómodo mientras todos, sin duda, pensábamos en Alice. Me pregunté si Bella colapsaría e intentaría convencer a Emmett de que la muerte de Alice era un engaño, pero me sorprendió al dejar el tema.

—¿Entonces Rose te lo explicó todo? —preguntó finalmente Bella, rompiendo el silencio—. ¿Te explicó lo que pasó la noche en que la encontramos en el puente? Solo escuché el final de su conversación.

—Sí, me contó —le aseguró Emmett, mirando a Rose por un momento—. Yo, eh, solo quería ver cómo estabas. No hemos sabido de ti tanto como nos gustaría, Bells. Nana ha estado preocupada. Realmente las extraña a ti y a Alice. ¿Vas a volver a la escuela pronto? ¿Vas a dejar la pastelería?

—Volveré a la escuela la semana que viene —respondió Bella, ignorando mi intensa mirada mientras la miraba—. Seguiré trabajando en la tienda después de clases.

—Quizás no sea una buena idea —dijo Emmett, sorprendiéndome lo suficiente como para que levantara la cabeza de golpe.

—Escúchame —continuó, levantando las manos cuando notó la mirada enojada de Bella—. Si Aro y Billy están detrás de la sobredosis de Alice, ¿qué te hace pensar que tú no eres la siguiente? ¡No puedes volver a Mayhaw! Estarías más segura aquí con Edward.

Emmett pronunció mi nombre como si fuera una maldición. No pude evitar la risita que se escapó de mi boca. Emmett me fulminó con la mirada mientras le lanzaba una sonrisa presumida y perezosa. Que el bastardo admitiera que yo podía cuidar de Bella mejor que nadie era nada menos que perfecto.

—No lo sé, Em —dijo con evasivas—. No conozco a nadie en Birchwood, aparte de Edward, Rose y Garrett. Rose va y viene de la universidad todas las semanas, así que solo la veo los fines de semana. Creo que me sentiría muy perdida yendo a la secundaria aquí.

—¿Qué pasa con el programa de GED*? —preguntó Emmett, haciéndome estremecer.

Sabía exactamente cómo ella se tomaría esta pregunta; de la misma manera que reaccionó cuando le pregunté exactamente lo mismo.

—No voy a abandonar —gruñó—. ¡No voy a dejar la escuela secundaria por Aro! ¡No soy una maldita estadística!

—¿A quién le importa si obtienes tu GED o si tienes un diploma de escuela secundaria? —preguntó Rose, tratando de convencerla—. Básicamente, son lo mismo. Ninguna universidad te va a rechazar sólo porque tengas un GED. No se trata de abandonar, se trata de ser razonable y tomar una decisión inteligente. Estoy de acuerdo con Emmett. Es mucho más seguro quedarse aquí con Edward, Carlisle y Esme que andar por Mayhaw. Solo piénsalo, Bella. No nos conocemos desde hace mucho, pero me preocupo por ti. De verdad. Y Esme piensa en ti como la hija que nunca tuvo. Estaría devastada si algo te pasara.

—La chica sexy con el cuerpo despampanante tiene razón —Sonrió Emmett, haciendo que Bella se riera y Rose se sonrojara—. Hermosa e inteligente. Genial.

—Te he extrañado, Em. —Se rió Bella, sacudiendo la cabeza divertida.

—¡Ese es el viejo Em que conozco y amo! Realmente deberíamos salir y hacer algo juntos alguna vez. Me estoy volviendo loca sentada en esta vieja casa grande.

—¿Qué tal una cita doble?

¿Quién diablos dijo eso? ¿Yo? ¿Esas palabras realmente salieron de mi boca?

—Mierda, lo siento —refunfuñé, sacudiendo la cabeza—. No sé qué demonios estaba pensando.

De hecho, lo sabía. Necesitábamos a Emmett de nuestro lado. Yo era el bastardo que estaba usando el evidente enamoramiento de Rose por el chico a mi favor.

—Me parece bien —susurró Rose, sonando frustrantemente tímida e insegura de sí misma mientras miraba a Emmett.

—¿Lo dices en serio? —cuestionó Em, mirando a Rose, dándole una sonrisa deslumbrante—. No estás jugando conmigo, ¿verdad?

—Eh, no —dijo Rose, tropezando con las dos palabras—. A menos que no quieras salir alguna vez.

—¿Qué tal mañana por la noche? Podemos ir a comer algo y luego ir al cine. Ustedes, chicas, pueden elegir lo que quieran —sugirió con entusiasmo.

—¡Suena genial! —Rose aceptó con una sonrisa.

—Me siento como si estuviera en un episodio de La Dimensión Desconocida —me quejé, frotándome las sienes con frustración—. Nada bueno sale cuando nosotros, los Cullen y los Swan, nos mezclamos.

Rose se rió, una carcajada fuerte, mientras su timidez se esfumaba. Se echó el pelo hacia atrás, sin siquiera darse cuenta de la forma en que Emmett la miraba fascinado.

—Es bueno que no sea una Cullen entonces —Sonrió.

Sí. Había escuchado eso antes.

~DSDW~

Salí de casa tarde esa noche, más tarde de lo que normalmente salía para hacer una entrega.

Recorrí los caminos sucios y polvorientos, preguntándome por qué elegí pintar mi auto de negro. Una fina capa de polvo rojo cubría la superficie de la pintura brillante y suspiré, refunfuñando para mis adentros ante la idea de lavar el coche a mano. Otra vez.

En las afueras de la ciudad había una caravana vieja, escondida entre pinos y robles, fuera de la vista. El césped delantero no era más que hierba alta, maleza y vehículos averiados que se oxidaban. La base de la caravana no existía. Viejos perros de caza holgazaneaban debajo de la caravana, donde se veían los bloques de hormigón que sostenían la casa móvil. La superficie de la caravana estaba cubierta de pequeñas abolladuras, resultado de una tormenta de granizo en algún momento de los últimos treinta años en que el ocupante vivió allí.

Estacioné el coche bajo un árbol frondoso y caminé por la espesa hierba. Los perros, que estaban entrenados para alertar al dueño de la casa de la aparición de un extraño, me ignoraron. Esos perros se acostumbraron a mí en los últimos años, a veces incluso me saludaban moviendo la cola y con la lengua húmeda, pero supuse que hacía demasiado calor ese día para saludarme.

Subí los desvencijados escalones de madera y golpeé la puerta, sosteniendo mi mensaje bajo un brazo. El hombre respondió rápidamente, consciente de lo rápido que yo solía ser.

—Edward —me saludó, con una sonrisa brillante en su rostro cansado—. Entra, muchacho.

Asentí con la cabeza en respuesta, y pasé junto a él para entrar en la caravana. El interior de la casa rodante era muy diferente al exterior. El aire olía a una mezcla de incienso y hierba, dos cosas que Ryan quemaba a diario.

La alfombra y los muebles estaban limpios, las encimeras y las superficies impecables, resultado de un hombre que rara vez se aventuraba fuera de los confines de la casa rodante. Prácticamente se había convertido en un ermitaño con los años, desde que su visión empezó a deteriorarse y las múltiples caídas que había tenido en lugares públicos, causadas por el debilitamiento de sus extremidades. En ese mismo momento se apoyaba en un andador.

Me tragué el nudo que se formó en mi garganta, comprendiendo cuánto había empeorado, en términos de salud, desde la última vez que lo vi. La esclerosis múltiple era una perra desagradable. Dejé caer su paquete en la mesa de café, pasándome los dedos por el cabello.

—¿Ya le pagaste a Carlisle? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

—El primer día de cada mes, como un reloj —dijo, señalando el sofá—. ¿No te apiadas de un anciano que vive solo? Descansa las piernas un rato y cuéntame qué pasa en el mundo exterior. Carlisle dice que ahora tienes una chica.

—Carlisle habla demasiado —me quejé, pero lo hice con una sonrisa mientras me dejaba caer en el sofá, reclinándome en los profundos cojines—. Herí sus sentimientos esta mañana. No a propósito ni nada.

—Oh, ¿cómo vas a compensarla? —preguntó Ryan, arrastrando los pies hasta el sillón reclinable cercano, sentándose con cuidado y dejando a un lado su andador.

—No sé. Mañana por la noche tendremos una cita, nuestra primera cita real —Sonreí.

—Deberías darle algo —sugirió Ryan, sus ojos oscuros brillando mientras buscaba debajo de la mesa de café y sacaba una pipa de vidrio—. A las mujeres les encantan los regalos.

—Bella no es del tipo que se deja comprar —resoplé.

—No, no deberías comprarle algo extravagante —regañó Ryan, llenando su pipa con hierba y encendiéndola—. Deberías darle algo que salga del corazón.

Pensé en sus palabras, observando atentamente al hombre moreno mientras disfrutaba de la pipa. Sus músculos rígidos se relajaron visiblemente mientras exhalaba el humo al aire y me hacía un gesto con la pipa.

—No, amigo. Tengo mucha en casa —le rechacé—. Además, necesitas esa mierda más que yo.

—Tú y Carlisle son unos santos —reflexionó, guardando la pipa cuando terminó—. Si supieras cuánto me ayuda esto con el dolor.

—Sí lo sé —corregí, levantándome del sofá mientras el rostro de mi padre pasaba por mi mente.

Me puse de pie y me estiré, mirando mi reloj y anotando la hora.

—Necesito regresar a casa con mi chica —admití, sacudiendo la cabeza con fingida molestia por su sonrisa cómplice—. Te veré bastante pronto. En el mismo lugar, a la misma hora.

—Piensa en lo que te dije —gritó mientras abría la puerta y salía al porche destrozado—. ¡Algo que salga del corazón!

—Sí, sí —murmuré, saludando con la mano por encima del hombro mientras cerraba la puerta detrás de mí.

El consejo de Ryan seguía fresco en mi mente mientras conducía por Birchwood, sus palabras se repetían una y otra vez en mi cabeza mientras recordaba los últimos meses. Diablos, lo único que le había dado a Bella, además de mí mismo, era una maldita caja de MoonPies.

Mis manos aferraron el volante, mis nudillos se pusieron blancos mientras pensaba en todo lo que Bella perdió por mi culpa y por mi familia. Perdió a su padre, a su madre, a su hermana. Muy probablemente ya no asistiría a la misma escuela, ya no pasaría tiempo con las mismas personas con las que creció toda su vida. Se mudó de su casa para vivir conmigo y un grupo de extraños, y yo no le había dado nada a cambio. Nada.

—Voy a arreglar esto —decidí, sabiendo exactamente lo que le daría a Bella Swan para demostrarle mi amor.


*El GED o General Educational Development Test («examen de desarrollo de educación general») es ungrupo de cuatro exámenes de materias académicas en los Estados Unidos y Canadá que certifican conocimientos académicos equivalentes a un diploma de escuela secundaria.