Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es Hoodfabulous, yo solo traduzco con su permiso.
Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to Hoodfabulous. I'm only translating with her permission.
Capítulo 37
Último adiós
"Es hora de decir adiós,
pero creo que las despedidas son tristes
y preferiría mejor decir hola.
Hola a una nueva aventura.
~Ernie Harwell~
Sábanas de algodón frescas me reconfortaban mientras despertaba de un sueño profundo y sin sueños. Me estiré, eché un vistazo alrededor del dormitorio de Edward y me encontré sola. El sol de la mañana se filtraba por la ventana, la luz se atenuaba y cambiaba con el movimiento de las ramas y hojas de los árboles que se cernían sobre la propiedad de los Cullen.
Salí de debajo de las mantas, bostezando y estirándome, antes de que un ligero escalofrío se apoderara de mí. Mis ojos buscaron por la habitación, la buscaron, pero no encontraron nada fuera de lo normal. Decidí que el frío era el amargo viento de finales de noviembre que se filtraba en el interior, me encogí de hombros y luego entré al baño de Edward para tomar una ducha larga y caliente.
No fue hasta más tarde, después de secarme el cabello con secador, ponerme un viejo y familiar vestido negro y aplicarme cuidadosamente el maquillaje, que el frío regresó. Mirándome en el espejo, justo por encima de mi hombro derecho en el reflejo, me encontré con un par de ojos oscuros, tan similares, pero tan diferentes a los míos.
—De verdad tienes que dejar de aparecer cada vez que te doy la espalda, Ali —Suspiré.
Mi hermana sonrió con picardía, sus ojos brillaban de diversión mientras me observaba terminar de maquillarme casualmente. No era la primera vez que me visitaba desde la muerte de mi tío. Estuvo allí conmigo cuando encontré a Edward dentro de la casa de mi abuela, de pie junto a su cuerpo desolado, lo que me hizo soltar un grito. Estuvo allí en el bosque cerca del río cuando tiramos el cuerpo y arrojamos las armas, y estuvo allí la noche en que nuestra abuela me llamó sollozando, explicándome que Makenna finalmente había fallecido.
Deslicé mis dedos dentro de un guante de encaje negro. Luego sostuve mi mano en el aire, girándola de un lado a otro, admirando el patrón similar a una telaraña que el encaje formaba contra mi piel. Mi hermana me miraba con esa sonrisa tonta en su rostro, satisfecha por el hecho de que me había sorprendido una vez más al aparecer sin previo aviso.
—La gente ya piensa que estoy loca —murmuré, echando un vistazo a la puerta entreabierta de Edward—. Si me escuchan hablar con mi hermana muerta, pensarán que he perdido la cabeza.
—Me siento cada vez más insignificante cada vez que mencionas la palabra "muerta". ¿Cómo te sentirías si siguiera restregándote tu muerte en la cara? —preguntó, con una amplia sonrisa en su pálido rostro—. Quizá seas tú la que está muerta y yo estoy realmente viva.
—¿Qué? —jadeé, volviéndome hacia ella con los ojos muy abiertos.
Alice se carcajeó, luego giró y se puso de costado, apoyando la cabeza en la mano. El vestido negro que llevaba estaba arrugado, las profundas arrugas incrustadas en la seda oscura. Estaba recostada en la cama de Edward como si fuera lo más natural del mundo, como lo había hecho durante las últimas semanas, apareciendo cuando menos lo esperaba y asustándome muchísimo cada vez.
—Me agradabas más cuando estabas viva —murmuré, entrecerrando los ojos.
—Bueno, ¡eso espero!
—Ali, ¿puedo hacerte una pregunta? ¿Eres un fantasma o solo un producto de mi imaginación?
Mi hermana suspiró, luego se sentó en la cama, cruzando sus pequeñas piernas debajo de ella. Estaba descalza, sin zapatos a la vista.
—Odio la palabra "fantasma". Me hace sentir invisible... tan vacía —reflexionó, lanzándome otra de esas sonrisas, que rápidamente se esfumó cuando notó mi expresión seria—. Está bien, está bien. Basta de bromas. Cielos. Te tomas las cosas demasiado en serio. Para ser honesta contigo, no sé qué soy, pero me gustaría pensar que soy más que un fantasma, más que una ilusión que has conjurado. Me gusta imaginar que soy recuerdos, recuerdos que puedes ver si miras lo suficiente.
Asimilé sus palabras por un momento, luego asentí, pasando a mi siguiente pregunta.
—¿Has conocido a Dios?
—¿Dios? —Frunció el ceño, poniendo los ojos en blanco—. Diablos, no, hermanita. Si conociera a Dios, ¿crees que todavía estaría rondando por este lugar?
—Entonces, ¿por qué estás aquí?
—Vine a despedirme, una última vez.
La miré fijamente durante un largo rato, su humor ya no era evidente. Sus ojos oscuros eran algo tímidos y estaban completamente llenos de tristeza mientras jugaba con el dobladillo de su vestido.
—Si eres un recuerdo, entonces nunca te irás —susurré, mi corazón se retorció dentro de mi pecho al pensar en no volver a ver a mi hermana.
—Los recuerdos se desvanecen con el tiempo —respondió, descruzando las piernas y sentándose en el borde de la cama, alisando las arrugas de su vestido—. Estoy empezando a olvidar cosas. No puedo recordar casi nada de nuestra infancia. Apenas recuerdo a nuestro padre. Recuerdo a mamá, pero no puedo recordar cómo luce. El rostro de mamá ya no permanece en mi mente.
—Esa no es una gran pérdida —me quejé.
—Es nuestra madre —me dijo Alice, mirándome con solemnidad—. No importa lo mal que nos haya tratado, encuentra el perdón de alguna manera, Bella. Es la única forma en que podrás seguir adelante en la vida.
—¿Vendrás al funeral antes de irte? —pregunté, ignorando su declaración, porque el perdón no era factible en ningún lugar en el futuro cercano, ni para mi madre, ni para nadie.
—Nah. Una vez que has estado en tu propio funeral, has estado en todos —soltó, lanzándome otra sonrisa.
—Mi hermana muerta está llena de bromas hoy.
—¡Deja de llamarme muerta! —gruñó, presionando su pequeña mano delicadamente contra su corazón quieto—. ¡Estás aplastando mi espíritu por completo! ¿Lo entiendes? ¿Aplastando mi espíritu?
Abrí la boca para responderle bruscamente, pero el suave ruido de unas botas en las escaleras me hizo detenerme. Alice también oyó los pasos. Se levantó rápidamente de la cama, cruzó la habitación y luego me sorprendió al rodearme el cuello con sus pequeños brazos.
La sentí.
Sentí su cuerpo frío presionado contra el mío, la suave tela del vestido deslizándose contra mi piel helada. El olor de su champú me envolvió en una neblina inducida por Alice. Sentí que sus mejillas se levantaban contra mi rostro mientras sonreía. Escuché su respiración, la respiración de una niña muerta. Luego comenzó a alejarse.
—Vaya —susurré, mirándola con los ojos muy abiertos mientras sus suaves manos se posaban sobre mis hombros—. Puedo sentirte. Es increíble.
—Por supuesto que puedes sentirme —resopló, los contornos de su rostro se suavizaron a medida que comenzaban a desvanecerse—. Soy tu hermana.
Una mano se alejó de mi cuerpo, la otra se deslizó debajo de la cadena que colgaba de mi cuello. Levantó la llave que colgaba allí, frunciendo las cejas en concentración mientras el contorno de su cuerpo comenzaba a desvanecerse rápidamente.
—Ali —jadeé, triste porque se iba, horrorizada de no volver a verla, aferrándome a las preguntas para obligarla a quedarse—. Espera, no te vayas. ¿Qué pasa con la llave? Quédate y cuéntame sobre la llave.
—La llave —murmuró, con las cejas todavía fruncidas por la confusión mientras levantaba la mirada y se encontraba con la mía—. ¿Sabes? Parece que no puedo recordar nada sobre una llave.
Y así, se fue.
—¿Bella?
El frío metal golpeó mi cuello cuando la llave cayó sobre mi piel, aterrizando entre mis pechos. Cerré los ojos y respiré profundamente antes de girarme hacia la puerta. Edward se encontraba en la puerta, su cabello desordenado estaba aún más rebelde de lo habitual y tenía ojeras debajo de los ojos.
—¿Estás bien?
Me reí de sus palabras, sacudiendo la cabeza ligeramente ante la ironía de todo.
Definitivamente no estaba "bien".
—Estoy bien —respondí con una suave sonrisa, esperando que llegara a mis ojos.
Edward se levantó de donde estaba apoyado contra el marco de la puerta y luego cruzó la habitación. Mi estómago se revolvió al ver cómo lucía con un traje gris carbón, hecho a medida, con las manos metidas en los bolsillos. Una corbata rosa colgaba de su cuello que usé para acercarlo a mí, deslizando mis dedos alrededor del material resbaladizo y tirando de ella. Él sonrió con esa famosa sonrisa torcida, luego se fundió en mí, envolviendo sus brazos fuertemente alrededor de mi cintura.
—¿Estás segura de que puedes hacer esto? —preguntó, su cálido aliento apenas un susurro mientras me daba dulces besos debajo de la oreja.
—Sí, ya me he acostumbrado un poco —dije, ignorando el nudo emocional que se alojaba en mi garganta.
—Eso no significa que se vuelva más fácil —respondió, apoyando sus manos en la parte baja de mi espalda—. Si quieres decir "al diablo, vamos a comer una hamburguesa y un batido", lo haremos. Haremos lo que quieras hacer. Solo quiero que seas feliz. Estoy cansada de verte triste.
—Veré cómo entierran a mi prima —respondí, cerrando los ojos y respirando profundamente mientras él apoyaba su frente contra la mía—. Y enterraré mi tristeza con ella también.
~DSDW~
El vestíbulo de la funeraria estaba repleto de amigos y familiares que se abrazaban y se aferraban el uno al otro, murmurando sus condolencias por un rato antes de pasar a otros temas como el trabajo, la familia, qué pasó con la prima Tracey, y demás.
Una vez describí los funerales como un evento social importante en el Sur, lo cual era cierto. Habían los inevitables forasteros, esos parientes a los que uno no veía a menos que hubiera algún evento importante en la vida.
Esos familiares no regresarían al pueblo pronto a menos que hubiera otra muerte, matrimonio, nacimiento o reunión familiar. Alguien en dicho evento inevitablemente iba a estar borracho o drogado, y alguien seguramente iba a pelearse antes de que terminara de la noche. Así eran las cosas a veces.
El santuario estaba lleno de gente presionando sus pañuelos contra las esquinas de sus ojos. La pérdida de una persona tan joven flotaba en el aire. Una tragedia tan terrible, murmuraban. Un accidente extraño, afirmaban, un cableado defectuoso en la camioneta. Solo unos pocos de nosotros sabíamos la verdad sobre la noche del "accidente" de Makenna.
Las miradas curiosas de los habitantes del pueblo continuaron deteniéndose en nosotros, en mí y el clan Cullen, quienes estábamos todos sentados en el último banco de la iglesia. Rechacé la sugerencia de Emmett de sentarme cerca del frente en un banco reservado solo para familiares cercanos.
La única familia que deseaba se sentaba a mi lado: los Cullen.
Me encrespé al ver a Kate entrar en la sala, sus ojos azul hielo recorriendo el santuario hasta que se encontraron con los míos. Ver los rasguños rosados en el costado de su rostro me hizo encogerme, pero sostuve su mirada, inclinando la cabeza en alto.
Sin remordimientos.
Kate me sorprendió al brindarme una suave sonrisa, luego jaló a Garrett hacia su lado. Cruzaron la sala, abriéndose camino entre los dolientes que estaban en fila por el pasillo central del santuario, esperando su turno para ver el cuerpo y abrazar a los afligidos padres de mi pequeño prima.
Mi cuerpo se puso rígido cuando los dos pasaron junto a nosotros en el banco, la suave falda azul de Kate flotando sobre mis rodillas desnudas. Se sentó a mi lado y le di una sonrisa tensa, tratando de no mirar las marcas debajo de su espeso maquillaje.
—Me veo fatal. Lo sé —susurró, dándome una media sonrisa—. Está bien. Me lo merecía.
—Sí, en cierto modo lo merecías —admití, mi sonrisa no tan tensa después de eso, luchando por recordar el consejo de Alice sobre el perdón.
—¿El FBI te ha estado interrogando sobre Aro?
Mi prima nunca fue de las que se andaban con rodeos. Miré detrás de mí a los dolientes, contenta de que todos los que estaban cerca estuvieran profundamente absortos en sus propias conversaciones en voz baja.
—Vinieron a investigar, hicieron preguntas sobre Aro —le dije, mientras el brazo de Edward se deslizaba alrededor de mis hombros.
—¿Qué les dijiste?
—La verdad —Sonreí—. Les dije la verdad, hasta cierto punto. Estuve con Edward la noche de la tormenta. Era demasiado complicado salir con ese tipo de clima.
—¿Crees que se lo creyeron? —preguntó.
Me encogí de hombros, sin estar segura de la respuesta. Los policías y detectives eran persistentes, en todo caso. No me sorprendería que siguieran acosándonos para obtener respuestas. Desafortunadamente para ellos, los muertos no hablaban, especialmente el que arrojamos al río. Ojalá Billy estuviera allí para unirse a su amigo y a su propio hijo en sus tumbas acuáticas.
—¿Has oído algo sobre Billy Black? —preguntó, como si estuviera leyendo mi mente—. ¿Alguna novedad?
—Nah —Suspiré, pasándome los dedos por el pelo oscuro y tirando de un mechón entre los dedos—. Prácticamente vive en la comisaría. Está aterrado, como debería estarlo. Carlisle está deseando ponerle las manos encima. Nos dijo a Edward y a mí que él será el que acabe con Billy. Paul sigue dentro vigilando cada movimiento de Billy e informando a Carlisle, pero Billy nunca está solo y siempre está en la comisaría. Edward cree que deberíamos entregar al FBI los informes policiales manipulados de mi padre junto con los originales que encontramos en la caja fuerte de Nana, pero Carlisle no lo quiere. Creo que él realmente quería ser el que acabara con la vida de Aro por matar a Edward Padre. Se hizo a un lado y nos dejó encargarnos de ello porque fueron nuestros padres los que fueron asesinados, pero Billy... Billy es completamente de Carlisle.
—Me encantaría ayudar a Carlisle a acabar con la vida de Billy Black —confesó, con los ojos brillando con picardía—. Necesito otro dedo para reemplazar al que me deshice.
—Kate —jadeé—. ¡Eso es horrible! Agh.
—Meh —dijo encogiéndose de hombros, bajando tanto la voz que me costó escucharla cuando el pastor hizo un gesto para que la audiencia se pusiera de pie—. Lo sé. Soy un poco retorcida. Garrett dice que soy inquietante, pero no lo creo. Cortar un dedo o dos no es nada comparado con las cosas que nos han hecho a nosotros, a nuestra familia y a los Cullen.
Asentí con la cabeza, estando de acuerdo silenciosamente con sus palabras pronunciadas en voz baja. Luego nos pusimos de pie, inclinamos la cabeza en oración y lamentamos la pérdida de nuestra prima, aunque entre Kate y yo derramamos pocas lágrimas.
~DSDW~
—Esto está mal en muchos sentidos.
—Shhh, sólo una calada —suplicó Edward, mostrando esos dientes blancos detrás de sus labios rosados y besables—. Sólo para relajarno.
—¿Vamos a sentarnos aquí todo el día y discutir esto, o vamos a emporrarnos? —se quejó Garrett, arrebatando el porro de las yemas de los dedos de mi novio.
Los cuatro estábamos sentados en el pajar del granero de Nana, con los pies colgando del borde de la plataforma. Me sentaba entre las piernas de Edward mientras él se apoyaba sobre los codos, con la camisa de vestir desabotonada hasta la mitad del pecho. Se veía delicioso.
Rose y Emmett estaban en algún lugar dentro de la casa de Nana distrayendo a todos para que no nos espiaran, no era que pensara que alguien realmente vendría a buscarnos. Todos estaban demasiado ocupados chismorreando y comiendo, lamentándose y luego riendo.
—¿Y si hay una pelea entre los Cullen y los Swan, justo en medio del comedor de Nana? —pregunté, frunciendo el ceño mientras Garrett daba una calada al porro, sus mejillas ahuecándose mientras aspiraba el humo hacia sus pulmones.
—Bella, todo el maldito pueblo está en la casa de tu abuela atiborrándose de guisados y pasteles —Suspiró Edward, jalándome hacia su regazo—. Rose es la única "Cullen" en la casa de tu abuela, y sabes que nadie más que nuestra familia piensa en ella como una verdadera Cullen. Además, tus tíos están muertos de miedo ahora mismo. No harán nada para atraer más atención hacia tu familia, así que deja de preocuparte. No habrá una pelea, a menos que quieras que te dé unas nalgadas por ser tan jodidamente terca.
Respondí hundiendo mis dedos con rabia en sus costillas, lo que le hizo reír. Sus ojos recorrieron mis rasgos, observándome con una expresión suave, y descubrí que no podía permanecer enojada con él por mucho tiempo. Las partículas de polvo flotaban a través de la luz del sol que se filtraba por una grieta en el granero, bailando alrededor de su rostro. Nunca se vio tan hermoso.
—Búsquense a una habitación —nos regañó Kate juguetonamente, su sonrisa se desvaneció cuando Garrett acercó su rostro al suyo y exhaló, soltando el humo de su boca al de ella.
Había algo extremadamente íntimo en el acto, la forma en que sus labios se rozaban suavemente, la forma en que el humo pasaba de su boca a la de ella. De repente, ya no me oponía tanto a la idea de drogarme horas después de enterrar a mi prima, especialmente si eso significaba presionar mis labios contra los de Edward.
Edward extendió la mano para tomar el porro, pero yo me adelanté, se lo arrebaté a Garrett y le di una calada profunda. Me giré de costado en el regazo de Edward, imité a Garrett y a mi prima, rozando ligeramente mis labios contra los de Edward, exhalando mientras él a su vez inhalaba. Sentí que se ponía duro debajo de mí mientras me movía en el lugar, atrapada bajo un hechizo cuando sus ojos se fijaron en los míos y el humo se deslizó sobre su labio inferior.
—Vamos a ir a buscar un plato —Se rió Garrett, rompiendo efectivamente el hechizo mientras tomaba el porro y daba una calada—. Tómense su tiempo.
Kate y Garrett se rieron entre dientes mientras bajaban por la escalera de madera apoyada contra el altillo. Edward se rió cuando las puertas del granero crujieron detrás de ellos, dejándonos parcialmente a oscuras, salvo por la luz del sol que se filtraba por las grietas ocasionales en la madera.
—¿Podrían haber sido más sutiles? —preguntó Edward, moviendo las cejas sugestivamente, ganándose otro pinchazo en las costillas.
—Solo cállate y bésame —susurré con una sonrisa, viendo cómo su propia sonrisa se desvanecía y era reemplazada por una mirada de anhelo.
Inclinando mi cabeza hacia atrás y hacia un lado, cerré los ojos, separando mis labios cuando los suyos se fundían con los míos. Su cálida lengua se deslizó dentro, saludando a la mía, acariciándola lentamente, tan lento como su mano que se deslizaba por mi rodilla desnuda. Subí mi falda negra por mi muslo y automáticamente separé mis piernas, jadeando en su boca mientras sus dedos rozaban la tela sedosa entre mis muslos.
—Ya estás muy húmeda —murmuró entre besos, apenas acariciando mi clítoris palpitante, provocándome con su toque ligero como una pluma—. Tan húmeda para mí.
Acerqué su rostro hacia el mío, forzando sus labios bruscamente contra los míos, desesperada por su beso, su toque. Gimió ante mi insistencia, empujando la fina tela de mis bragas a un lado y rozando sus dedos contra mi piel desnuda. Mis caderas se sacudieron y sentí que estaba a punto de explotar.
—Dios, te necesito —susurré, presionándome contra sus dedos provocadores—. Te necesito dentro de mí.
—¿No crees que debemos movernos del borde de este altillo antes de que te emociones demasiado? —bromeó, moviéndose de nuevo por la superficie polvorienta del altillo vacío.
Le lancé una sonrisa maliciosa, me di vuelta y me arrastré sobre él. Sus ojos se abrieron aún más y se oscurecieron cuando me ubiqué sobre su cuerpo, abriendo mis piernas y plantando mis rodillas a cada lado de sus caderas. Estaba duro donde yo estaba caliente, y no pude evitar reírme mientras giraba lentamente mis caderas, meciéndome hacia adelante y hacia atrás sobre su longitud.
—Maldita sea, Bella —murmuró, pasando sus dedos por mis muslos—. ¿Podríamos haber elegido un peor lugar para hacer esto?
Inclinándome, presioné mis labios contra su manzana de Adán, besando un camino a lo largo de su cuello y a través de la barba de su mandíbula. Tomé su lóbulo de la oreja entre mis labios, tirando y succionando suavemente, disfrutando de sus gemidos entrecortados y la forma en que comenzó a frotarse contra mí.
—Te prometo —susurré en su oído mientras soltaba su lóbulo de la oreja— que en unos minutos estas tablas de madera debajo de nosotros no importarán mucho.
Edward respondió con un beso, succionando mi labio inferior entre sus dientes y mordiéndolo suavemente. Su lengua se deslizó dentro de mi boca justo cuando sus manos levantaron mi falda, tirando hábilmente de la fina tela de mis bragas hacia abajo.
Sonriendo, me aparté y me puse de pie. Me miró con los ojos muy abiertos, observando cómo me quitaba las bragas de debajo de mi falda y las arrojaba a un lado.
—Desabrocha ese cinturón —le exigí.
Me lamí los labios y sonreí ante la sorpresa y la diversión que se reflejaban en sus ojos. Sus largos dedos se movieron por el cinturón hasta que lo soltaron. Se detuvo y me miró con una ceja levantada y una sonrisa en el rostro, como si estuviera esperando que le dijera el siguiente paso.
—Si me deseas —le dije, dando unos pasos hacia atrás, con cuidado de no estar muy cerca del borde—, tienes que venir a buscarme.
Me reí cuando él maldijo en voz baja, luchando con sus pantalones. Me escabullí detrás de una viga de madera y observé con los ojos muy abiertos cómo me sonreía con satisfacción, luciendo absolutamente letal mientras se quitaba rápidamente los zapatos de vestir y dejaba que sus pantalones se deslizaran de sus caderas. Edward desabrochó lentamente los botones restantes que sujetaban su camisa. La tela se deslizó de sus brazos antes de que avanzara a grandes zancadas como un depredador que acecha a su presa. Los ágiles movimientos de su cuerpo hicieron que un calor líquido me recorriera el cuerpo y terminara entre mis muslos. Me quedé inmóvil, mordiéndome el labio y aferrando la viga de madera mientras él se acercaba a mí, y se ubicaba detrás de mí.
—Necesitarás esa viga —susurró, con el sonido revelador de sus boxers bajando por sus caderas.
—¿Por qué? —susurré, jadeando cuando su mano encontró inmediatamente mis pechos.
—Me temo que la gravedad no es tu amiga hoy.
Edward se tomó su tiempo para soltar los botones de mi blusa ajustada y luego abrirla. Suspiró cuando se dio cuenta de que llevaba sujetador, lo que me hizo reír. Un hábil movimiento de sus dedos y el material ofensivo desapareció, deslizándose de mis hombros mientras me aferraba en toples a la viga de madera.
Edward me subió la falda, frotando su polla entre mis piernas, provocándome mientras la punta se deslizaba desde mi clítoris hinchado hasta mi entrada. La punta se hundió dentro, abriéndome a un ritmo agonizante y lánguido mientras agarraba mi cintura con fuerza bajo sus dedos. Me incliné ligeramente contra el poste, intentando acomodar su alta estatura contra mi pequeña estatura. Ambos emitimos un gemido mutuo ante mi nueva posición.
Entonces empezó a moverse, lentamente al principio, masajeando mi delicada piel bajo sus dedos y luego deslizándolos hacia mis nalgas. Gemí, sosteniendo la viga con fuerza, mientras él apretaba cada nalga con sus manos, sus pulgares deslizándose hacia donde embestía dentro de mí.
—¿Lista para esas nalgadas, Bella?
Se escuchó un fuerte golpe que resonó por todo el granero, entremezclado con el gemido ahogado que se escapó de mi garganta. Mi trasero ardía en el lugar donde lo golpeó, pero me acarició suavemente la zona, lo que ayudó a aliviar el escozor inicial.
—Tan bueno —jadeé, sonrojándome ligeramente mientras sentía que me humedecía más, los sonidos húmedos de su penetración aumentaron enormemente.
—A alguien le gusta una nalgada ocasional, ¿eh? —preguntó, dándome también una más en la otra nalga, lo que me hizo gritar una vez más.
—Tócate, Bella.
Mis dedos dejaron la viga de madera y se hundieron entre mis piernas. Gemí cuando la punta de un dedo encontró mi clítoris hinchada, el suave roce casi haciéndome perder el control. Me mordí el labio, luchando por retener la sensación tanto como podía, frotándome constantemente en suaves círculos con las puntas de mis dos dedos. Edward aceleró el ritmo. Sus manos abandonaron mi trasero y sujetaron mis pechos, retorciendo y tirando de mis pezones endurecidos entre sus dedos.
—Déjame probarte, Bella.
Mi dedo abandonó mi piel húmeda. Levanté mi mano sobre mi hombro, gimiendo cuando sentí sus cálidos labios rodear mis dedos. Él succionó y lamió, tarareando por el sabor, una de sus manos reemplazando la mía al hundir sus dedos entre mis piernas. Bombeando dentro de mí más fuerte, más rápido, frotó pequeños círculos ligeros sobre mi clítoris.
Esa tensa bola de calor que lentamente se formó en la boca de mi estómago finalmente se derritió cuando encontré mi liberación. Me desplomé contra la viga cansada mientras él continuaba embistiendo dentro de mí, todavía frotando mi clítoris hipersensible, haciendo que palpitara y se contrajera. Me atrajo hacia él cuando se corrió, sus dedos acariciando suavemente mi clítoris. Palmeando mi pecho, se derramó dentro de mí con un gemido ahogado, justo cuando la luz del exterior se abría paso en el granero.
—Mierda —dijimos los dos sin aliento.
Lo empujé detrás de mí, riéndome de la expresión de su rostro.
—¿Bella? ¿Estás aquí?
Era la voz de mi abuela la que me llamaba, el tono confuso resonando en las paredes de madera, su tenor bailando alrededor de las vigas. Presionando un dedo sobre mis labios, Edward y yo nos quedamos quietos, yo medio desnuda, él completamente desnudo, con sus manos frente a él para ocultar su polla.
Estaba fallando. Miserablemente.
Tuve que hacer un gran esfuerzo para no estallar en carcajadas. Llevando mis manos sobre mi boca y apartando mis ojos de su entrepierna, presioné mi espalda firmemente contra la pared de madera toscamente cortada en el altillo, conteniendo la respiración. Nana dijo mi nombre dos veces más antes de murmurar incoherencias bajo su aliento y desaparecer afuera, cerrando la puerta del granero detrás de ella. Contuve la risa tanto como pude antes de estallar en carcajadas.
—Esto no es nada vergonzoso —murmuró Edward, lanzándome una mirada de fingido fastidio mientras luchaba por ocultar su sonrisa.
—Me mataría si supiera lo que estamos haciendo —susurré, buscando mi ropa interior y ansiosa por encontrar un baño.
—Es un hecho comprobado que las bodas y los funerales son los mejores lugares para... ¡Ay! ¿Qué mierda?
Frunciendo el ceño, le di un pinchazo en las costillas una vez más, sintiéndome un poco culpable por lo que acabábamos de hacer en el pajar después de enterrar a mi prima pequeña.
—Es la verdad —Sonrió, agarrando sus calzoncillos y poniéndoselos—. ¿Le vas a preguntar a tu abuela por la llave hoy?
—Sí —Suspiré, arrojándole su camisa, la preocupación asomándose en mi sistema una vez más—. Esta llave... me pone nerviosa. Pertenece a algo importante. Puedo sentirlo.
—Bueno —dijo con una sonrisa, poniéndose un zapato, luego el otro—. Sólo hay una manera de averiguarlo.
