Situadas en las profundidades de Cybertron, las grandes minas de Energon se extendían por el subsuelo como un laberinto interminable de oscuridad y ruido. Las paredes, cubiertas de un polvo metálico, reflejaban la luz intermitente de las lámparas que apenas lograban iluminar los vastos túneles. La atmósfera era densa, cargada de la vibración constante de maquinaria pesada y el retumbar de las herramientas perforando la roca en busca de cristales de Energon.

Entre los trabajadores, se encontraba D-16. Su silueta robusta se movía con precisión, acostumbrada a las largas jornadas y al peso de los contenedores de Energon que debía cargar y transportar. En silencio, miraba a su alrededor, observando a los demás trabajadores, a los rostros cansados de aquellos que, como él, habían nacido para esta labor y parecían condenados a pasar sus días bajo tierra, lejos de la superficie brillante de Cybertron.

D-16 no solía hablar mucho, pero había algo en su mirada, una determinación que lo hacía destacar entre los demás.

Los mineros eran bots huérfanos, aquellos que no tuvieron la fortuna de ser adoptados por una familia o un clan después de surgir del Pozo de las Chispas. Cada uno de ellos recibía solo una letra y un número en lugar de un nombre real, una combinación que los despojaba de cualquier identidad propia y les recordaba su condición de obreros anónimos. Eran llamados como si fueran piezas de repuesto en una maquinaria inmensa, sin rostros ni historias que contar, solo números que se sucedían unos a otros en un sistema que los consideraba reemplazables.

D-16 era uno de ellos. Cada día lo destinaban a los sectores más profundos de la mina, donde el Energon era más difícil de extraer. En sus silenciosas jornadas, seguía con el mismo ritmo incansable de trabajo, observando cómo aquellos que compartían su suerte se movían en automático, sin esperanza de cambiar su destino.

Mientras D-16 manejaba las herramientas de extracción, sus sensores captaban el pulso constante del Energon en las paredes metálicas de la mina, un destello azul brillante que prometía vida, aunque nunca para él ni para sus compañeros. Algunos mineros bromeaban entre murmullos, diciendo que el Energon que ellos mismos extraían terminaría alimentando a los líderes y las familias de la superficie, mientras ellos se mantenían al margen, olvidados y agotados.

– Cuidado con eso. –Murmuró uno de sus compañeros, R-32, mientras D-16 golpeaba con la perforadora una veta especialmente dura de Energon. – Si el Energon se acumula demasiado en un punto, puede explotar en cualquier momento.

D-16 se detuvo y observó a R-32 con curiosidad, sintiendo que la dureza de su entorno empezaba a acumularse también dentro de él. Sentía la injusticia en cada carga de Energon que extraía, en cada turno extenuante, en cada compañero que caía de agotamiento o sufría heridas sin recibir ayuda.

– ¿Nunca te has preguntado por qué seguimos haciendo esto? –Preguntó D-16 de forma casi inaudible, como si temiera romper el silencio de la mina con sus dudas.

R-32 lo miró un instante, luego volvió a su trabajo con una mirada resignada.

– Porque no somos más que números –respondió con amargura–. Nadie nos extrañará si dejamos de serlo.

Esa noche, mientras regresaba a su área de descanso, D-16 se quedó mirando sus manos, manchadas del polvo y la energía residual del Energon. No podía sacarse de la cabeza la pregunta que se había hecho: ¿Por qué seguimos haciendo esto?

– ¿Todo bien? –preguntó una voz que lo sacó de sus pensamientos.

D-16 levantó la vista y se encontró con su compañera, C-24, quien lo observaba con preocupación. Su expresión siempre traía algo de alivio a la dureza de sus días; en un mundo donde cada uno era solo un número, C-24 era una de las pocas que le hacía sentir algo más cercano a una amistad.

– Sí, solo… pensando – Respondió D-16, desviando la mirada hacia sus manos aún manchadas de Energon. Después de un breve silencio, volvió a hablar, sintiendo que podía ser sincero con ella. – A veces siento que esto no debería ser nuestra vida, que… merecemos algo más.

C-24 asintió lentamente, como si ella también hubiese pensado lo mismo en algún momento.

– Yo también lo siento. – Dijo en voz baja, con un susurro que apenas superaba el zumbido de las máquinas a su alrededor. – Pero ¿qué podemos hacer? Aquí abajo, somos solo engranajes en una máquina mucho más grande. -Ella suspiró. – Ni siquiera podemos transformarnos.

D-16 la miró fijamente, notando la chispa de inquietud en sus ojos. Por primera vez, sintió que no estaba solo en sus pensamientos, que quizá esa chispa de rebeldía que comenzaba a encenderse en su interior podría propagarse a otros.

– No lo sé –respondió finalmente, con un leve tono de determinación en su voz. – Pero algún día, esto tendrá que cambiar.

– Y si las cosas llegan a cambiar –continuó D-16, bajando la voz como si compartiera un secreto–, me gustaría tener un nombre. Se me ocurrió uno hace tiempo: Megatron.

C-24 lo miró con sorpresa.

– ¿Como Megatronus Prime?

D-16 asintió lentamente, con una leve sonrisa orgullosa.

– Sí. Las leyendas cuentan que él era el más fuerte de los Trece. –Una chispa de admiración iluminaba sus ojos mientras hablaba–. Megatronus desafió el orden establecido… fue un guerrero sin igual.

C-24 guardó silencio por un momento, dejando que el nombre resonara en el aire. Luego le sonrió, como si también pudiera ver algo de ese guerrero en él.

– Entonces… algún día serás Megatron.

– ¿Y cómo te llamarías tú? –preguntó D-16, con una leve sonrisa mientras esperaba la respuesta de C-24.

Ella lo miró con un brillo en sus ópticos y luego volvió su mirada hacia las profundidades de la mina.

– Si pudiera elegir… me llamaría Nightbird. Es un nombre que escuché en una vieja historia. Representa algo silencioso, pero letal.

D-16 asintió, intrigado y algo fascinado.

– Nightbird… Es un nombre que tiene fuerza.


D-16 observaba las paredes de la mina mientras el sonido de las herramientas resonaba en el ambiente. Era un día como cualquier otro, pero en el fondo, algo en él deseaba que no siempre fuera así.

– ¿Te imaginas una vida fuera de las minas? –preguntó C-24, rompiendo el silencio mientras limpiaba sus manos cubiertas de polvo de Energon.

D-16 soltó una breve risa. – ¿Qué haría alguien como yo fuera de aquí? No conozco nada más que este lugar.

C-24 le miró con una sonrisa suave. – Tal vez, si tuvieras un nombre, podrías encontrar algo más. Es como si… un nombre te diera una razón, un propósito.

Él la miró por un instante, como si sus palabras hubieran despertado algo. – Quizás algún día… Pero eso solo pasará si algo realmente cambia en Cybertron.

Algo lo sacó de sus pensamientos de golpe: una voz dura resonando más allá de las paredes de la mina. Alzó la vista y vio a uno de los supervisores regañando a un minero más joven que apenas se mantenía en pie, exhausto.

– ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo? –Gruñía el supervisor, acercándose al minero con una mirada severa.– No estás aquí para descansar; ¡Ponte a trabajar o serás reemplazado!

D-16 apretó los puños al ver la escena. Sabía lo que era soportar esas palabras día tras día, cada vez que alguien estaba a punto de colapsar. Miró de reojo a C-24, quien le devolvió una mirada que reflejaba la misma rabia contenida.

– Es lo mismo siempre. –Susurró C-24, apenas audible. – Nos ven como herramientas, no como seres con chispas.

D-16 sintió el peso de su frustración aumentar. Tal vez por eso, en su interior, anhelaba tanto ser algo más.

En el fondo, deseaba ayudarlo. Cada fibra de su ser le pedía que interviniera, que defendiera a ese minero que apenas se sostenía en pie, agotado por el trabajo incansable. D-16 apretó los puños, sintiendo cómo la rabia se mezclaba con una profunda compasión, aunque sabía que cualquier intento de intervenir le traería consecuencias.

– Algún día… –Murmuró para sí mismo, con los ojos fijos en la escena. – Algún día las cosas van a cambiar.

C-24 lo miró de reojo, captando las palabras apenas audibles y asintiendo en silencio. Ambos compartían ese deseo de algo mejor, esa esperanza de que, algún día, ya no serían solo números en la inmensa maquinaria de Cybertron.

D-16 continuó trabajando con una intensidad inusual, sus movimientos más firmes y rápidos, como si cada golpe de sus herramientas en las rocas fuera una forma de liberar toda la frustración que cargaba dentro. El eco de los golpes retumbaba por los túneles, atrayendo la mirada de algunos supervisores que, aunque sorprendidos por la ferocidad en su trabajo, lo ignoraron. Para ellos, lo único que importaba era la eficiencia.

A cierta distancia, C-24 observaba en silencio. A pesar de que compartían el mismo destino en las minas, el temperamento de D-16 siempre había sido distinto al suyo: fuerte, inconformista. Ella podía ver el descontento y la fuerza contenida en cada uno de sus gestos, en cómo se esforzaba hasta el agotamiento.

Cuando finalmente llegó el final del turno, los mineros empezaron a encaminarse hacia sus cuartos de descanso. Mientras caminaban entre las sombras del túnel, C-24 alcanzó a D-16 y, sin decir una palabra, caminó a su lado por unos segundos antes de hablar.

– ¿Crees que sirve de algo agotarte así todos los días? –le susurró con un tono que mezclaba advertencia y preocupación.

D-16 no le devolvió la mirada. En cambio, continuó mirando al frente, con su rostro ensombrecido por el cansancio y la determinación.

– Si no lo hago yo, nadie lo hará. Estamos aquí sin voz, sin nombre… pero algún día las cosas cambiarán. Lo sé.

C-24 suspiró, sintiendo una mezcla de inquietud y admiración por él. Su voz tenía una convicción que a ella le resultaba imposible ignorar.

Pero antes de que pudiera decir algo más, un supervisor se acercó, lanzándoles una mirada fría y severa.

– Vamos, no os quedéis ahí. ¡A los alojamientos! –ordenó, rompiendo la burbuja de su conversación.

Ambos se movieron rápidamente, acatando la orden. Al caminar hacia la penumbra de los alojamientos, D-16 y C-24 cruzaron una última mirada. No necesitaban palabras para saber que compartían el mismo anhelo, aunque en ese momento pareciera imposible.

Esa noche, después de asegurarse de que los supervisores no estaban en las cercanías, D-16 siguió a C-24 por un estrecho pasillo entre las paredes de metal oxidado y las tuberías que recorrían las profundidades. Se movían en silencio, como sombras entre las sombras, hasta llegar a una escalera de acceso, desgastada y polvorienta, que subía hacia los niveles superiores.


Finalmente, tras varios tramos, alcanzaron una pequeña puerta que daba a una azotea. Apenas cruzaron el umbral, D-16 quedó impresionado. La vista que se desplegaba ante ellos era asombrosa: al fondo, las luces de Iacon brillaban, marcando el contorno de sus altísimas torres y de sus estructuras de metal y cristal que resplandecían bajo el cielo estrellado.

C-24 caminó hasta el borde de la azotea y se sentó, mirando con nostalgia hacia la ciudad.

– Este es mi lugar secreto –murmuró, casi como si temiera que sus palabras pudieran romper la paz del momento.

D-16 se acercó y, en silencio, se sentó junto a ella. Observó las luces de Iacon, sintiendo una mezcla de asombro y añoranza. Había escuchado muchas historias de la ciudad, de su vibrante vida y de las oportunidades que ofrecía. Para él, Iacon era como una promesa lejana, un mundo al que quizá nunca perteneciera.

– ¿Alguna vez has deseado… ir allí? –preguntó D-16, sin apartar la mirada de las torres que se alzaban en el horizonte.

C-24 asintió con una sonrisa triste.

– Siempre. A veces, cuando estamos trabajando y todo se vuelve insoportable, pienso en este lugar, en cómo se ve desde aquí. Imagino cómo sería estar allí… sin miedo, sin límites.

D-16 la escuchaba en silencio, sus palabras resonando en él con una fuerza inesperada. Allí, bajo el cielo estrellado y con la luz de Iacon titilando en la distancia, el mundo de las minas parecía aún más opresivo, más injusto. Sin embargo, también sentía una chispa de esperanza.

– Algún día, iremos allí –dijo D-16, con una determinación firme.

C-24 lo miró, sorprendida por la intensidad en sus palabras.

– ¿De verdad lo crees? –preguntó, con una mezcla de duda y esperanza en sus ojos.

D-16 asintió lentamente, sin apartar la vista de la ciudad en la distancia.

– Lo sé. Tal vez no hoy, ni mañana… pero un día las cosas cambiarán. Para todos nosotros.

La ciudad de Iacon parpadeaba a lo lejos, ajena a sus promesas y a sus sueños, mientras los dos mineros, bajo la inmensidad del cielo, compartían un momento de anhelo y determinación.

- ¿y si fuéramos dentro de pocos días? - Preguntó C-24.

- ¿Hablas de escapar? Sabes lo que les pasa a los que intentan fugarse.

- La carrera de Iacon es dentro de unos cuantos días, es uno de los únicos momentos que nos dejan salir de las minas. Tal vez podamos llevarnos un poco de Energon

D-16 la miró, sorprendido por su atrevimiento. El brillo decidido en los ojos de C-24 era algo que pocas veces había visto en ella, o en cualquier otro minero. La idea de escapar… era tan impensable como peligrosa. Sabían bien lo que les sucedía a aquellos que intentaban fugarse. Las historias sobre los castigos eran suficientes para detener a la mayoría antes de siquiera considerarlo.

– ¿Hablas en serio? –preguntó D-16, susurrando como si temiera que hasta las paredes pudieran escucharlos.

C-24 asintió, sus palabras llenas de una determinación que no dejaba lugar a dudas.

– La carrera de Iacon será nuestra oportunidad. –Insistió ella. – Con toda la energía y el movimiento en la ciudad, podrían no fijarse en nosotros. Si logramos llevar algo de Energon, tendríamos suficiente para ocultarnos durante un tiempo.

D-16 miró hacia la ciudad. La idea era tan arriesgada como atractiva. Sabía que la posibilidad de una vida libre, lejos de las minas, siempre había sido una fantasía para ellos, algo a lo que aferrarse en los momentos de desesperación. Pero ahora, con C-24 a su lado, ese sueño parecía, por primera vez, casi alcanzable.

– ¿Y después qué? –preguntó, tratando de ser el más sensato. – ¿A dónde iríamos? ¿Cómo sobreviviríamos?

C-24 sonrió con un atisbo de esperanza.

– Primero, tenemos que lograr salir. Después, ya encontraremos la forma de vivir. ¿No estás cansado de esta vida, D-16? ¿De ser solo un número?

Él no pudo evitar asentir. Estaba cansado, sí, y la idea de escapar y ser libre, aunque fuera solo por un instante, era tentadora.

– Está bien. –Respondió finalmente. – Lo intentaremos.


Aquí está el nuevo capítulo, junto con la presentación de D-16, quien se convertirá en Megatron, y mi OC, C-24, la cual le da un nuevo origen al personsje de Nightbird de G1. Espero que os halla gustado. Puede que tarde bastante debido a la universidad. Si te gusta esta historia, añadela a favoritos o síguela. También agradezco comentarios.

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