[Capítulo 2: Él]

"Cuando sientas mi calor

Mira dentro de mis ojos

Allí es donde se esconden mis demonios."

- Imagine Dragons - Demons

"No grites." La voz ronca y grave sono baja. "Será peor para los dos si descubren que estoy aquí."

Mimi notó que su respiración se hacía pesada, dio unos pasos hacia atrás hasta que su espalda quedó contra la pared helada del baño, cerró los ojos tratando de quitarse la imagen del chico frente a ella, debía estar en otro de sus sueños. Tenía que estar en otro de sus sueños.
"Abre los ojos, elegida, no desapareceré aunque quieras."
"¿Quién eres?" Abrió los ojos lentamente, despegándose de la pared, dando un paso adelante.
"Bueno, no puedo creer que después de tantas visitas no te hayan hablado de mí." Una sonrisa se dibujó en sus labios. "Es una gran inutilidad tenerte aquí si ni siquiera se molestan en advertir a la preciada elegida de los peligros y tentaciones del mundo."
"¿Eres un demonio?" Un paso más, quería observarlo de cerca, ver su rostro, algo más que los ojos aterradores.
"¿De verdad crees que a los demonios les gusta este tipo de lugar, niña? Es obvio que no soy un demonio." Puso los ojos en blanco. "Al menos no uno completo."
"Entonces, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Quién eres? ¡Hasta ahora no me has respondido una sola pregunta!" Mimi alzó la voz, vio que el chico soltaba una risita baja dando unos pasos hacia ella, el extraño la miraba fijamente con el rostro a unos centímetros del suyo.
"Vaya, vaya tenemos una niña valiente por aquí." Mostró una gran y brillante sonrisa, haciendo que Mimi se estremeciera. "Como tú, yo también fui elegido, pero, digamos que mi lado de la moneda no es tan hermoso y ciertamente mi misión no es nada noble. En cuanto a lo que quiero, es algo simple: a ti."
"No puedes sacarme de aquí." Susurró con firmeza, aunque por dentro su corazón vibraba, sentía el sudor frío correr por su espalda, moriría en un rato si continuaba mirando los iris amarillos que parecían más un remolino arrastrándola hacia las profundidades. Tuvo que mirar el suelo.

"No seas tonta, Mimi, no puedes quedarte aquí para siempre." Pasó sus dedos por la cara de la chica suavemente, observándola cerrar los ojos y tragar saliva. "Mi amo te quiere, y te tendrá por el bien de todos, preferiblemente muerta."

Sintió un escalofrío ante la última palabra, muerta. Alguien la quería fuera del camino, pero ¿por qué? No entendía ni un tercio de lo que era ser elegida y por eso no veía ninguna razón para que alguien la quisiera muerta, después de todo, ¿no era su misión salvar a todos? Por otro lado, una parte de ella se preguntaba por qué le importaba tanto la muerte, no había nada que dejar atrás, no había pasado, no había historia y ni siquiera alguien por quien luchar.
"Entonces mátame." Su voz salió en un hilo, sus ojos volvieron a los del chico, su sonrisa había muerto y se había formado un frunce en su frente.

Y tal respuesta, el extraño no esperaba. Todo lo que había aprendido era que la naturaleza humana siempre se inclinaría hacia la súplica, el miedo y el temor al final de la vida, y ese era el tipo de reacción que esperaba que tuviera Mimi. Esperaba verla a sus pies suplicando clemencia para convencerlo de que debía ir con él y que sería salvada.Pero no, Mimi no era como los demás, era diferente.
"No puedo matarte ahora." Tragó su frustración y se alejó de ella. "Hay un momento adecuado para todo, incluso para ti."

El silencio se instaló entre ellos, solo se escuchaba la respiración, el chico la miraba fijamente, se veía tan frágil y tan común, parecía una más en medio de la multitud. Y aún así, la fuerza que emanaba de su cuerpo lo atrajo hacia sí, lo obligó a permanecer conectado, porque esa era la única forma en que su maestro tendría éxito. Y si su amo tenía éxito, él sería libre. Vio a Mimi respirar hondo, sentada en el suelo, apoyó la cabeza contra la pared fría y dejó que las lágrimas rodaran libremente por su rostro, era la primera vez en años que lloraba, y era la primera vez que lo hacía frente a un completo extraño.
"Oye, deja de llorar, niña." La voz del chico era unos tonos más baja, más suave. "Esta cosa de la muerte, sé que puede ser pesada pero-"
"Tú no sabes nada de mí." Lo cortó. "No sabes nada sobre crecer dentro de paredes invisibles en una protección que no entiendes, no tienes nada que ver con mis lágrimas."
"Créeme, te entiendo mucho más que-"
"¡No sabes nada!" Gritó, interrumpiéndolo de nuevo, golpeando la pared, levantándose y dirigiéndose hacia el chico, quien dio unos pasos dentro de la habitación, su expresión sorprendida por la reacción. "¡No me importa lo que tú y el mundo entero llamen muerte! ¡Nací muerta!" Le dio un empujón a sus hombros, él vaciló y casi se cae apoyado en la estantería en la esquina al lado de la puerta del baño provocando que algunos libros cayeran. "Alguien que ni siquiera conoce su pasado es alguien que no puede afirmar que estaba vivo. Soy alguien así. No me importa cuántas personas quieran mi cabeza en una bandeja. ¡Estaré bien estando lejos y no necesito más peso sobre mis hombros!"

La voz de Mimi sonaba fuerte y llena de dolor, un dolor que ni siquiera sabía que tenía dentro. ¿Desde cuándo le preocupaba no tener un pasado? ¿Desde cuándo le importaba si existía o no? Todo era demasiado contradictorio, por dentro sentía que se estaba destruyendo lentamente, por fuera era tan indiferente, nada de lo que decía correspondía a sus verdaderos sentimientos.
"Mimi, ¿qué está pasando? ¿Está todo bien?" La voz de la Madre Superiora resonó, junto con algunos golpes en la puerta del dormitorio. "Abre la puerta."
"Necesitas irte." Tomó al chico de la muñeca yendo hacia la ventana,era una locura pero era la única salida."Hani no puede verte aquí."
"Envíala lejos, todavía tenemos que hablar, Mimi." El chico se liberó del agarre en su muñeca, señalando la puerta.
"¡No, tienes que irte, ahora!" Insistió susurrando para que no sean escuchados, abrió la ventana dejando que la brisa fría de la noche entrara a la habitación. "Llegaste aquí de alguna manera, espero que logres salir."
"Volveré, elegida, y cuando lo haga, debes estar preparada." Se sentó en el alféizar y se inclinó hacia atrás, cayendo desde la ventana a la noche oscura.

Mimi ahogó un grito, miró por la ventana hacia el patio. Sin ruido, sin impacto, solo vacío, dondequiera que fuera o hiciera lo que hiciera, ese extraño definitivamente no se había caído de su ventana. Oyó girar el pomo de la puerta, la madre entró preocupada preguntando mil y un cosas sobre su estado, pero Mimi no pudo contestar, sus ojos, pensamientos, su ser estaban clavados en la oscuridad que se tragaba al extraño chico de ojos amarillos. Hani llevó a Mimi a la enfermería, le dio un tranquilizante y la volvió a acostar poco después, pero incluso con la medicación no podía dormir, su mente daba vueltas en las palabras del chico.

Soy elegido, como tú.

Mimi no quería ser la elegida, prefería sufrir como toda la humanidad antes que tener la obligación de salvarla.

Mi amo te quiere, preferiblemente muerta.

Si el Señor era su amo, entonces, ¿quién sería el amo de aquel muchacho? ¿De verdad se suponía que debía temerle? Pero, lo que más perturbaba a Mimi era el sentimiento que traía, no era desesperación, no era dolor, no era miedo o desasosiego, cada vez que la pesadilla se iba, todo lo que quedaba después era paz.

La paz más profunda que ni los ángeles más santos del cielo pudieron traerle.

"En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén."

Era una mañana gris, la iglesia estaba abarrotada y los residentes del pueblo cercano estaban celebrando la unión de una joven pareja, Mimi estaba sentada en el último banco de la iglesia observando la celebración que ya llegaba a su fin. Rio mientras pensaba en lo locos que le parecían esos dos, el mundo estaba en perfecto caos y se estaba desmoronando, pero aun así dejaban espacio para pensar en el amor, en construir una familia. Pensar en la familia le inquietaba, realmente no tenía una y sabía que por la forma en que iban las cosas, nunca tendría una que pudiera llamar propia, apenas entendía sobre el amor, y mucho menos tener la capacidad de sentirlo.

El reverendo dio por terminada la ceremonia y poco a poco la iglesia se fue vaciando, apoyó la cabeza en la banca mirando la pintura del techo, había ángeles y la imagen de Jesús en las nubes rodeada de ellos, pensó que tal vez Él debería estar de esa manera allí arriba, observando cómo la humanidad se destruía a sí misma y preguntándose dónde se había equivocado. El mundo estaba condenado y ninguna de las Capitales sería capaz de restaurarlo, cada día moría más y más gente en los campos y en los pueblos pequeños por falta de agua y comida y, a veces cuando acompañaba a las hermanas del convento en acciones de caridad, podía observar situaciones extremas, como el caso de una familia que comió la carne de su propio abuelo durante meses porque no había más para comer.

La humanidad estaba podrida y cada día, los corazones humanos se volvían más y más podridos.

Oyó truenos afuera, pronto llovería como de costumbre, cerró los ojos inhalando y sintiendo el viento húmedo que traía la lluvia a sus fosas nasales. No sabe cuánto tiempo se quedó así, vagando en pensamientos y posibilidades, pensando en el tiempo que había pasado desde que el chico la había visitado, tres semanas y llenas de una ansiedad infundada esperando que algo sucediera, pero nada sucedió y Mimi se perdió en el silencio.

Hasta ese momento.

El sonido de pasos en la iglesia vacía sonaba fuerte, Mimi abrió los ojos mirando fijamente a la figura parada a su lado, era un chico delgado, cabello castaño desordenado, rasgos atractivos, sonrió haciendo que sus ojos formaran media luna. Vestía jeans claros y rasgados, una camisa de manga larga negra, así como las botas que usaba.
"Espero no estar perturbando tu sueño." Comenzó.
"De ninguna manera." Le devolvió la sonrisa.
"De cerca eres más bonita, él no sabe hacer buenas descripciones." Observó a la chica arquear una ceja, parecía confundida. "Mi amigo te visitó hace unas semanas, pero parece que no pudieron hablar bien y por eso estoy aquí."
"Tu amigo es raro." Anotó.
"Lo sé." Rio bajo. "Mi nombre es Taichi, Taichi Yagami." Extendió la mano para que la estrechara.
"Mimi, Mimi Tachikawa." Le sonrió al chico, apretando su mano.
"¿Sera que podemos salir de aquí?" preguntó.
Mimi asintió, a diferencia del otro, el chico llamado Taichi le daba confianza. Caminaron por la iglesia hasta la parte trasera de la misma, sentándose en las escaleras donde había visto por primera vez al desconocido. Observaron el campo seco por unos momentos, hasta que el chico dejó escapar un largo suspiro y comenzó la conversación.
"Mi maestro habla mucho de ti, tiene una obsesión contigo, ¿sabes?"
"¿Y quién es él?" Miró el cielo gris, mientras escuchaba al chico.
"No depende de mí revelarlo, todo tiene que hacerse en el momento adecuado, no hay prisa, Mimi." Sonrió.
"Espero verte pronto." Le devolvió la sonrisa.
"¿Te gusta estar aquí?" preguntó Taichi con la mirada fija en ella.

"Un poco, es confuso." Mimi no podía apartar los ojos del cielo gris.

"¿Es confuso no saber dónde está uno ¿no?" preguntó Taichi, viéndola asentir con la cabeza en afirmación. "Sé donde estás. Este lugar donde vives es el Convento de Santa Cecilia, ubicado a cuatro horas de la capital de Japón, Tokio. Estás en Asia, uno de los pocos lugares aún habitables en el mundo."

Mimi dejó de mirar el cielo y se enfocó en el chico, su rostro inexpresivo. ¿Por qué ese extraño sabía tanto y ella nunca tuvo información sobre el mundo en el que vivía?

"¿Cómo sabes todo esto?"

"Yo vivo, a diferencia de lo que hacen los sacerdotes contigo, que simplemente existes. Salgo y busco formas e información en los lugares adecuados para encontrar comida y refugio."

"Entonces, ¿qué quieres de mí?"

"Impaciente, eres muy impaciente." Taichi rio. "Pero está bien, creo que has esperado demasiado para obtener respuestas sobre tu propia vida."

"No te imaginas cuánto." Mimi esbozó una media sonrisa.

"Bueno, creo que el sacerdote te ha estado dando vueltas con la historia de que eres la salvadora de la época, pero creo que no ha mencionado tu don."

"¿Don?" Mimi frunció el ceño.

"Sí, Mimi, tu don." Taichi suspiró mientras se levantaba de las escaleras y comenzaba a descender hacia el campo. "Tienes una energía dentro de ti que puede darle vida a cualquier cosa que toques, cualquier animal, cualquier planta o fruta, solo tienes que ser consciente de ello. En este momento podrías traer vitalidad a todo este campo si quisieras." Señaló la hierba que tenía delante,

"Eso es imposible." Mimi rio caminando al lado del chico.

"Ese es tu problema, Mimi, no crees en nada. ¿Cómo puedes decir que crees en Dios?"

"Yo..." Mimi se quedó en silencio, nunca se había detenido a pensar en eso. ¿Cómo podía afirmar que creía en el Todopoderoso cuando ya ni siquiera creía en la solución de la humanidad? "No lo sé."

"Tienes demasiadas dudas." El trueno sonó en el cielo. "Está lloviendo muy a menudo, ¿no crees? El maestro dijo que durante la guerra también llovió mucho, ¿crees que la guerra volverá?"

"El reverendo dijo que sí, y que voy a tener que detenerla."

"Él quiere que mueras por miles de personas que ni siquiera conoces." Rio sin humor, "¿No crees que eso es demasiado suicida? ¿Por qué no detienen la guerra y tratan de convencer a todos estos idiotas para no destruir el mundo en el que viven?"

"La gente no sabe lo que está haciendo, Taichi, tienen miedo, hacen todo por puro instinto, para sobrevivir."

"¿Acabando con los demás? Perdí a mi hermana en la guerra, sé de lo que es capaz la gente."

"Entonces, ¿qué sugieres que haga?"

"Ven conmigo, te enseñaré cómo usar esto para beneficiar a las personas de manera que no tengas que morir para salvarles la vida."

"Tu amo me quiere muerta."

"No, él quiere muerta a la Mimi del convento, puedes hacerlo cambiar de opinión si le ofreces las cosas correctas. Dale comida y agua y estarás a salvo."

"No puedo dejar mi misión, Taichi, necesito seguir-"

"¿Tienes que seguir a los sacerdotes? Mimi mira a tu alrededor, ¿qué ves?"

Mimi apartó los ojos del chico y comenzó a observar la inmensidad opaca que la rodeaba, el edificio del convento con sus enormes grietas, los moribundos caminando por el sendero de tierra hacia sus distritos de origen, los árboles secos, la fuente de agua del centro del patio en ruinas del que por mucho tiempo ya no corría agua, el cielo oscuro advertía que pronto caería otra lluvia mortal y la mitad de aquellas personas no llegarían con vida a su destino.

Podía cambiar todo eso, solo necesitaba querer.

"Enviaré a alguien a recogerte, decide para entonces." Palmeó a Mimi en el hombro dos veces y comenzó a caminar sin rumbo por el campo seco. "Recuerda, Mimi, no es la gran guerra la que nos mata, sino la guerra que libramos dentro de nosotros mismos. Elige tu lado, espero que elijas el correcto."

Mimi apartó la mirada del cielo y cuando hizo el amago de responderle a Taichi, el chico ya había desaparecido. Tal vez se hubiera asustado por tal acto, si no fuera por el hecho de que su propia vida giraba en torno a cosas anormales, solo suspiró cansada al ver algunas gotas mojar su ropa antes de comenzar a correr de regreso al convento. De lo que ni Taichi ni nadie se dio cuenta fue que, en el lugar exacto donde Mimi estaba minutos antes, nació una diminuta flor y alrededor de esta la hierba se volvió verde.

Lo que no demuestras, lo siente tu corazón.

Y en el corazón de Mimi había esperanza.

-.-

El clima era frío como si el sol nunca hubiera bañado ese pedacito de mundo, en medio de unos árboles muertos, tras un prado de hierba alta y seca, el gran edificio de piedra se erguía desgastado por el tiempo, era una mansión de siglos atrás, conservada por sus antiguos pobladores pero que ahora servía de albergue y refugio a otro grupo de personas. Un pasillo lleno de polvo y telarañas, una cocina en mal estado y parcialmente destruida, los únicos lugares intactos eran los dormitorios y una sala al final del largo pasillo en el segundo piso.

Estaba repleto de libros y fotografías, muchos mapas y grabados. Un escritorio con una silla de madera, algunas fotos en el escritorio y algunos libros antiguos.

Junto a la ventana de la sala estaba sentada una chica jugando con un cubo mágico de madera, tenía la piel clara, de apariencia elegante y tenía cabello corto y rojo, parecía una chica interesada en su mejor juguete, pero la verdad es que estaba pensativa.

La puerta de la habitación se abrió revelando una figura con grandes ojos negros que lleva una bandeja con algunas rebanadas de pan y un vaso de agua.

"¿Señorita?" La voz era baja y temerosa.

"¿Sí?" La chica apartó la mirada del cubo hacia la figura que acababa de entrar.

"El amo llegó hace un rato y me dijo que le trajera estas rebanadas de pan, solo fueron unas pocas que pudo conseguir, dijo que usted tiene que comer."

"Oh, sí, gracias." Se levantó, tomando la bandeja de las manos de la otra chica y volviendo a su asiento. "Ven, siéntate y come también, sé que no te dio nada de comer, y de eso ya hace varios días."

"G-gracias..." la chica se sentó temerosa, tomando una de las rebanadas de pan.

"¿Yamato ya regresó de la capital?"

"No, señorita."

"¿Y Taichi?"

"Tampoco, señorita."

"¿Crees que consiguieron algo, Rei?"

"No lo sé señorita, pero es seguro que al Sr. Yagami le resulta más fácil dialogar con la gente, tal vez pueda traer a la elegida más fácilmente de lo esperado."

"Espero que la traiga, de lo contrario nos moriremos de hambre."

-.-

La lluvia era fuerte y las ramas secas de los árboles golpeaban violentamente las ventanas del convento, Mimi estaba dando vueltas en la cama inquieta, la conversación con Taichi la había dejado pensando, ¿por qué debería quedarse allí de todos modos? ¿Por qué debería continuar siguiendo al sacerdote y las hermanas cuando simplemente podía salir del convento y vagar por los distritos probando este don suyo que supuestamente poseía? ¿Los reverendos la querían allí solo para su propio beneficio?

"Los sacerdotes son gente podrida." La misma voz profunda de hace tres semanas le hizo saltar sobre la cama, sentándose.

"¿Cómo entraste aquí? Está lloviendo." Mimi se acurrucó en la cama acercando la manta a ella.

"Esa no es una pregunta muy inteligente para hacerle a un enemigo, ¿sabes? Lo correcto sería ponerse de pie y luchar o, en tu caso, gritar pidiendo ayuda." Los ojos azules se volvieron amarillos y brillaron en medio de la oscuridad de la habitación.

"Pensé que tú y Taichi pertenecen al mismo lugar, siguiendo al mismo maestro."

"Oh, y así es, pero Taichi es demasiado bueno." El chico caminó por la habitación jugando con algunas de las cosas de Mimi que estaban en el tocador.

"Me dijo que tu amo no me quiere muerta."

"Para nada, solo quería asustarte, probar tu fuerza y por lo que he visto te asustas y lloras más fácilmente que un bebé en brazos."

"Nunca salí de este convento, ¿cómo esperas que sepa algo sobre vivir o morir?"

"Oye, ¿no es eso lo que enseñan aquí? ¿Sobre cómo vivir como un esclavo para tener tu pequeño pedazo de tierra cuando vayas al paraíso?" El chico tomó un frasco transparente y comenzó a jugar con él distraídamente.

"El Señor es justo, haz buenas obras y tendrás un buen lugar para morar después de tu muerte."

"Genial, pero ¿alguna vez te contaron sobre la parte en la que los sacerdotes tienen encuentros sexuales con las monjas y luego las obligan a abortar a sus hijos?"

"¿Estás loco?" Mimi se levantó de la cama y caminó hacia el otro.

"No. Este lugar es el más podrido de la Tierra, Mimi, aquí nadie es santo." Arrojó el frasco hacia atrás escuchándolo romperse en el suelo.

"Eso era agua bendita, no deberías hacer eso, es una falta de respeto."

"Mira, si vas a ir conmigo a donde está Taichi, será mejor que dejes estas cosas ridículas de adorar objetos que ni siquiera tienen ningún significado. ¡Es solo agua!"

"Escucha, no sé qué o quién eres, pero quiero que te vayas, ¡vete!" Cambió el tono de voz.

"No, tú no quieres eso." El chico empujó a Mimi contra la pared de la habitación, presionándola contra la misma, en su cuello afirmó una afilada hoja dorada haciendo brotar un hilo de sangre.

"V-vete." Trató de decir con los dientes apretados, sus ojos ardían.

"Deja de llorar, escúchame." El extraño tomó la cara de Mimi con la mano libre asegurándose de que solo lo mirara. "Mi nombre es Yamato Ishida y por tu seguridad, Elegida, me temo que es mejor no hacerme enojar, no soy tan amable como Taichi."

"¿Y por qué debería creer eso?" Mimi sintió que cada nervio de su cuerpo se tensaba ante el toque del chico.

"¿Por qué?" Se rio con desdén. "Porque soy lo que vino al mundo para destruirte. Mimi. Yo soy el heredero de Lucifer."


Muchas gracias por el comentario mimato bombon kou, pronto traeré el siguiente capítulo 😊