Cuando Himuro Tatsuya terminó su ducha se dio cuenta que el contorno de ojos que solía usar no le ayudaría en disminuir lo hinchado de sus ojeras. Su negro cabello goteaba en la alfombra del baño del hotel mientras hacía el vano intento de apaciguar la rojez de sus ojos y nariz, y si no lo conseguía dejar la luz apagada siempre era una buena opción.
Procuro no hacer mucho ruido mientras se desahogaba debajo del agua y tampoco es como si le preocupase que la razón de su llanto quisiera bañarse, Murasakibara siempre fue fanático de asearse en la mañana.
Al salir del baño, con solo un camisón y un sencillo bóxer negro puestos, se percató que el otro yacía ya dormido en una de las dos camas de la habitación. No le importó mucho acostarse con el short deportivo que llevaba usando toda la tarde, solo que la sábana le cubriera encima del hombro era suficiente.
A Himuro le pareció infantil que el grandulón del equipo se hiciera bolita al dormir desde que compartieron habitación en uno de sus primeros partidos en tierras foráneas.
Con mucho cuidado de no despertarlo se acercó a verlo dormir. El vaivén de su pecho respirando con total calma tranquilizó un poco su mallugado corazón y delinear sus toscas facciones ahora relajadas por el descanso era un pequeño deleite que se atrevía a tomar en momentos así. Siempre que no se propasara, Himuro aprovechaba a un Murasakibara dormido para copiar y pegar su él en lo más profundo de su corazón. ¿Podía hacer algo más?
Recordó la conversación con su bro unas horas atrás y cómo todo había fallado nuevamente. Quizá el confesarse no es lo más adecuado y tenía que sobrevivir con esos sentimientos hasta finales de la preparatoria, pidiendo después al cielo que no coincidieran en la misma universidad.
Retiró con delicadeza un mechón de cabello lila que estaba incordiando la nariz del chico, devolviendo la tranquilidad al ceño que se había fruncido antes de dirigirse a su cama. Atsushi no era suyo, ¿qué le hizo pensar que existía una posibilidad de serlo? Prefirió tomar un libro de su maleta y hacer tiempo en lo que su cabello secaba antes de dormir.
Cuando por fin se tumbó y cerró los ojos para descansar volvió abrirlos, encontrando frente a él un vacío y basto blanco rodeándolo. Era un pasillo llenó de arbustos y ladrillos, asemejando a los típicos pasillos escolares de los animes que Taiga le mostró y luego conocería entrando a Teiko, solo que ese era diferente.
Montones de mesas se mostraba en hileras, algunas con hojas igual de blancas tanto encimas como pegadas en frente. Notó que sus prendas pasaron de pijama a ropa casual, a juego con el ambiente.
Las personas, o más bien los jóvenes, comenzaron a aparecer pasando de transparentes y a sólidos. Los veía caminar de un lado a otro, incluso detenerse en algunas mesas que también iban tomando forma. Algunos de ellos gritaban y meneaban pancartas en los que Himuro comprendió que era en afán de promocionar los stands de clubes.
Tatsuya aún estaba desorientado. Hacía unos segundos sostenía un libro en sus manos con la sábanas en su regazo y ahora caminaba por un pasillo que pasó de blanco a colores brillantes en segundos y vacío con estudiantes de secundaria disfrutando su juventud. Seguramente era producto de la trama del libro que leía lo que afectó sus sueños o los Bettarazuke rompieron la racha de encurtidos que le hacían daño.
Caminó sin darse cuenta entre la multitud. Las pláticas entre los chicos le rodeaban mientras avanzaba entre los mismos, tomaba su tiempo para humear también en los stands. Se encontró con varios artísticos, incluso algunos que parecían más pasatiempos que clubes como tal. Le recordó en su época de secundaria en América.
—¡Guau!, ¡eso es increíble!
Un grito proveniente de la mesa más cercana a la entrada llamó su atención. La cabellera lila, que se hacía resaltar aún a mitad del pasillo, estaba rodeada de varios chicos más bajos totalmente emocionados. Para él no era necesario acercarse para reafirmar la identidad de la celebridad del equipo de vóley, pero decidió hacerlo en vista de las suplicas de estos para que Murasakibara se anotara en el club. Era obvio, con esa altura sería un jugador fantástico bloqueando en la red, también lo había pensado.
—¡Qué genial!, ven al club de voleibol —decían los chicos, Atsushi los miraba hartado y con pereza.
—No sé, me da flojera.
Sabía que diría eso, era algo normal en Atsushi sentirse así por cualquier cosa que no fueran los caramelos o algo dulce. Estando a la par de él, con solo tres chicos insistentes rodeándolo de distancia, Himuro se dio cuenta que seguía siendo igual de alto aún por tres centímetros, aunque su cara era más infantil. Quizá apenas tomó la decisión de dejarse crecer el cabello puesto que las puntas tocaban los hombros, pero como siempre en sus manos se hallaban montones de dulces a degustar por el grandulón. Tatsuya sonrió.
El equipo de vóley seguía insistiendo en inscribir a Murasakibara en su equipo, pese a sus negativas, cuando los murmullos femeninos se hacían presentes en el lugar. Las chicas que se habían detenido en su caminar volteaban curiosas a la entrada de la escuela donde un joven pelirrojo entraba con un elegante porte y una tenue sonrisa en el rostro. "¿Será alguien rico?" se preguntaban algunas, mientras que otras solo se quedaban atentas al atractivo del chico sintiendo sus rostros arder.
—Seijūrō Akashi.
Himuro le reconoció de lejos, sorprendido ante el chico gentil y educado que llamaba la atención del público femenino. Algunos hombres también tenían su atención puesta en él, solo que de envidia al notar que las chicas deliraban por el recién llegado. Uno que otro expresaba su admiración, era muy raro que un estudiante de primero captara la atención de esa forma. Tatsuya estaba seguro que por dentro todos hervían en ira ante el chico rico recién llegado.
Desvió su mirada a Atsushi. El capitán del equipo seguía con los intentos de sacarle una firma para el registro, pero el gigante tenía puesta su atención en otra persona. El brillo en sus ojos y las mejillas levemente coloradas causaron punzadas en el pecho de Tatsuya, pero comprendió que era inevitable. Parecía que Murasakibara encontró un nuevo dulce que llamó su atención y el maibu que acababa de abrir lo dejó con cero gentileza en la boca del capitán.
—No quiero.
Himuro lo siguió. Akashi entró directo a la escuela en busca de su salón de clases ignorando por completo el revuelto de chicas enamoradas que dejó afuera y empezaba a ocasionar por los pasillos. No podía negar que la presencia del pelirrojo era muy fuerte, a como lo veía en esos momentos parecía el porte de un príncipe gentil combinado con la fuerza de caballero más fuerte del reino. Se lo imaginó como un personaje de RPG y, si no estuviera interesado en Murasakibara, quizá pondría su ojo en él.
Se detuvo junto con Atsushi cuando el más bajo entró a su salón y dejó sus pertenecías. Le vio voltear al cartel con el número del salón contiguo antes de entrar a ese. No estaban en el mismo salón de clases, pero eran vecinos. Las ventanas eran amplias y si las persianas se encontraban arriba podrían ver a los alumnos del otro salón sin problemas, a lo mejor por eso Atsushi eligió un mesabanco cerca.
Seijūrō se sentó en su lugar y sacó un libro de shōgi, Atsushi igual tomó asiento y en su lugar abrió otro maibu. La mirada que el pelilila tenía Tatsuya la conocía bien. Aunque parecía tener la mirada perdida y su entrecejo denotara flojera, sabía que disimulaba para mirar a niño rico que tenía a unos metros disfrutar de las reglas de ese juego de mesa.
—¿Fue aquí, Atsushi?
Preguntó al aire, esperando que ninguna respuesta le fuera entregada. Hasta ahora se cuestionaba el por qué nadie le veía o notaba su existencia, pero era mejor así, no quería que nadie más que Taiga miraba su cara de tristeza al darse cuenta que estaba viviendo como el chico del que estaba enamorado caía rendido ante su primer y único amor.
Seijūrō alzó la mirada y se topó con la de Atsushi viéndolo. En vez de incomodarse le sonrió y le saludó antes de continuar su lectura. Tatsuya también se hubiera sonrojado como Atsushi si fuera él quien recibiera ese saludo con las flores de cerezo de fondo. Claramente fue ahí.
—Ne, ne, Dai-chan. ¿Ya decidiste en qué club vas a entrar? —preguntó la joven de cabello rosa.
—¡No preguntes si la respuesta es obvia! —le contestó el moreno caminando a su costado, aun buscando con la mirada cierta mesa— Al club de básquet, es obvio. Dicen que los de aquí son buenos, ¡tengo muchas ganas de ver eso!
Sakurai, quien también caminada al costado de una Momoi Satsuki más joven, suspiró agotado al escuchar lo último. Aomine Daiki se la pasaba dando comentarios similares en antes de sus partidos, aunque después diría que por más buenos que fueran seguramente no se acercarían mucho a él. Así que para él ya era normal que sus ánimos se subieran e inmediatamente se bajaran. Aunque la emoción continuó en su rostro.
—¿Eh? —alargó Momoi —Entonces yo podría entrar de manager.
Era encantador ver que Aomine fuera tan expresivo con Momoi. Sakurai estaba al tanto del tipo de relación que tenían ellos dos como amigos de la infancia. A veces le tocaba consolar a la chica por las imprudencias que hacía su pareja y, más que hacerlo por obligación, Ryō sentía una profunda amistad con ella que no le molestaba hacerlo. Antes del gran cambio de personalidad, Momoi le contó que Aomine era un chico alegre y protector con ella y que, en su forma de ser, le mostraba mucho cariño. Entendía a lo que se refería al verle sonreír tan cálidamente a la propuesta de la chica de acompañarlo al club de baloncesto como manager.
—¿Quieres que te prepare los almuerzos?
—No —sonrisa que desapareció en segundos después de la segunda propuesta—. Si cocinas tú después no saldré en los partidos.
—¡Oye!, ¿qué quieres decir?
Reclamó Momoi, recibiendo una mueca de molestia del otro. No es como si Ryō no estuviera de acuerdo con el comentario de Aomine sobre la poca o nula habilidad de la manager en la cocina, al fin y al cabo, era él quien se designó como cocinero estrella para los bentos de los partidos importantes y brillaba cada que preparaba sus limones en miel.
Estaba disfrutando de esa alegre plática, todavía sin entender qué estaba pasando. Lo último que recordaba era irse a dormir en su cama después de prepararle un futón a Aomine en el piso. Después de su intento de hablar lo ocurrido en la tarde de reunión dejó que Daiki se quedara a dormir en su casa debido a la hora.
Dejó las hortensias en un florero en el escritorio de su cuarto y preparó el futón. Sabía que Daiki preferiría dormirse con él en la cama, pero entre que preferiría su espacio y se estaba quedando a dormir sin permiso era mejor estar separados por esa noche. Le ofreció irse a bañar, pero Aomine dijo que sería mucho ruido y ya eran muchas imprudencias en pocas horas. Entonces se fueron a dormir.
Luego apareció en lugar muy blanco que se transformó en la secundaria Teiko. Reconoció de inmediato el lugar ya que Satsuki se la pasaba enseñando fotos de sus épocas de secundaria, hasta mandó a imprimir algunas que Sakurai guardaba con mucho cariño en una carpeta. Por ello no le resultó difícil identificar al pequeño Aomine Daiki y a la pequeña Momoi Satsuki mientras caminaban en busca de la mesa de básquet para que ambos se registraran.
Aomine media lo mismo estando en la secundaria que él en la actualidad, mientras que Momoi siempre había sido más pequeña que él y de la secundaria a la preparatoria siquiera creció un par de centímetros. Era incomodo no tener que alzar la cabeza para mirar al moreno, siempre le gustó la diferencia de alturas entre ambos, pero verlo de pequeño le parecía tierno.
Momoi seguía cuestionando a Aomine cuando este último chocó con alguien quien de inmediato se disculpó.
—Perdona —dijo a aquella voz, pero cuando Aomine se giró buscando al chico no encontró a nadie. Su sonrisa pasó a confusión mientras volteaba a todos lados, pero aparte de los chichos que estaban detenidos en los stands cercanos no parecía ver a alguien que pudiera haber chocado con su brazo —¿Eh?
—¿Qué pasa? —preguntó Satsuki, siguiendo con la mirada la del moreno. Aomine se dio por vencido, fue un accidente.
—No, no es nada.
Continuaron su camino hacia el stand deseado. Sakurai se quedó atrás unos segundos viendo al pequeño Kuroko caminar con el libro en su mano. Si no fuera porque lo conocía bastante bien por ambos chicos y por él mismo tampoco se hubiera percatado de su presencia y, al igual que el joven Aomine, habría ignorado ese choque.
Dio un paso en dirección a donde Aomine y Momoi caminaron, pero al darse la vuelta por completo el lugar cambió. Parecía el mismo pasillo, pero los edificios que lo rodeaban eran diferentes. A su derecha ya no estaba el gran árbol de Sakura floreciendo, en cambio era un gimnasio abierto y activo del que se escuchaban las suelas rechinas y las pelotas rebotar. A su izquierda se hallaba el edificio principal donde los alumnos tomaban clases. En cielo, en tonos más amarillos que azules, avecinaba el atardecer. Era la hora de los clubes curriculares.
Le tomó unos segundos para avanzar al gimnasio. Dentro estaba el equipo de baloncesto calentando en grupos, casi como juegos casuales en los que Aomine estaba brillando.
—Aomine-san…
Sentía que estaba viendo a su novio actual disfrutar el juego y no al Aomine Daiki egoísta que conoció cuando entró a Tōō. Ese Aomine que faltaba a los entrenamientos y llegaba a la hora que quería en los partidos oficiales no era el niño que hacía puntos sonriendo. Se recargó en la puerta y cruzado de brazos disfrutó la escena. Si Wakamatsu lo viera así le diría que parecía una mamá orgullosa e Imayoshi se reiría. Tal vez lo era.
Uno de los jugadores falló en atrapar la pelota haciendo que saliera del gimnasio en dirección al pasillo detrás suyo. Escuchó a un chico quejarse del dolor cuando Aomine le pasó por enfrente a buscar el balón, pero no le gustó que la voz se le hiciera tan familiar.
Se giró en sí y encontró lo que no quería. Era Kise sobándose la nuca y Aomine corriendo hacia él por la pelota.
—Lo siento, lo siento —escuchó Sakurai una vez se acercó al costado del moreno. Kise aún lo veía con algo de resentimiento—. Ah, eres el famoso modelo Kise-kun,
A Sakurai se le revolvió el estómago al escucharle usar honoríficos. No porque Daiki no estuviera acostumbrado a usarlos, sino porque era al rubio quién se los ponía. ¿Cómo que Kise-kun? Quería vomitar.
—¿Cuál es tu problema?
Agradeció que Kise estuviera molesto por el inconveniente y le devolviera el balón lo antes posible. Aún si Aomine agradeció sonriendo se fue de ahí haciendo la conversación muy corta. Le echó un último vistazo al rubio antes de seguir al moreno, pero no espero que Kise también lo siguiera con curiosidad a la puerta y se quedara viéndolo jugar.
Tomó su distancia, haciendo que él se quedara dentro del lugar y Kise ahora ocupara su lugar en la puerta. Desde ahí podía verlos a ambos. ¿Por qué Kise le siguió? ¿Por qué estaba viendo eso? No le agradaba ya estar ahí.
Aomine hizo una buena jugada y un superior le empezó a dar consejos. Estaba muy ocupado repudiando el brillo en los ojos de Kise para sorprenderse de la humildad de Daiki con el superior. Ese maldito brillo, odiaba ver ese brillo. Odiaba que Kise estuviera cerca de Aomine. Odiaba a Kise.
Estaba demasiado ocupado mirando a Kise y apretando los puños que no notó la figura humanoide de un azulado cristal que miraba en su dirección.
Era casi de su misma altura, si acaso él le ganaba con unos tres centímetros, pero eran casi iguales. Aun estando a unos metros de distancia Kasamatsu podía notar el color carmesí que brillaba dentro de él moviéndose como si de agua se tratara, pero dentro de él sabía que si llegaba a tocarlo estaría tan duro como el cristal.
La figura parecía no haberlo notarlo todavía. No tenía rasgos específicos, solo era como si un guante transparente se llenara de agua y se hiciera pasar por un humano. Pese a eso, sentía que tenía unos ojos que se fijaba al rubio que tenía a su costado y, por el ambiente, no creía que se tratara de algo bueno.
Dejó al emocionado Kise de lado y se encaminó a paso lento hacia la figura, quien por fin lo notó y giró leve su acuosa cabeza. De rojo pasó a un leve lila. ¿Qué significaban esos cambios de colores tan repentinos?, ¿era alguna forma de expresar sus sentimientos? Por qué no encontraba forma alguna en la que pudiera hablar.
Paso que daba Yukio, paso que retrocedía la entidad. ¿Qué le pasaba? ¿Estaba asustado de lo que él podría hacerle? Más asustado estaba Yukio al no entender dónde se hallaba, por qué estaba con un Kise y un Aomine más jóvenes; y ahora tenía que lidiar con una cosa que sabía qué intenciones tenía con el rubio.
Los pasos seguían, el mundo a su alrededor se detuvo sin que ellos se dieran cuenta. Kasamatsu estaba a punto de arrinconar a la entidad de cristal. La tonalidad lila que esta tenía se volvía más oscura con cada paso, a tal punto en que se podría confundir con un negro más que morado. Yukio consideró el hecho de regresarle con Kise, pero su mano ya se había alzado con afán de tocar y descubrir si era cristal o agua, pero antes de que pudiera hacerlo el ambiente cambió.
—Anunciaré a los integrantes del grupo 3.
Kagami vio cómo el entrenador de entre treinta y cuarenta años nombraba varios nombres de una lista, a su vez dichas personas nombradas pasaban del centro del gimnasio a un costado reuniéndose a otro entrenador quien también hacía anotaciones.
Fueron unos segundos en los que pasó de estar en la cancha comunitaria del vecindario de Kuroko a la secundaria Teiko. Lo bueno de estar solo ahí era que nadie se pudo burlar de su poca capacidad para darse cuenta de dónde se encontraba, si no fuera porque unos chicos habían gritado lo emocionados que estaban por haber entrado ahí Kagami seguiría preguntándose por qué existía una escuela cristiana en Japón. Esos uniformes confundían.
Al pasar el pequeño Kuroko cerca de su hombro el libro en sus manos llamó su atención. Era una novela ligera parecida a las que tenía su novio en casa la que le hizo recordar que debía terminar de tomar valor para armar el librero de Kuroko en su casa antes de que se enojara por fin, era buenísimo para procrastinar ese tipo de proyectos.
Kagami había estado siguiendo a esa versión más joven de Kuroko por todo la escuela, riéndose de aquellos que no se daban cuenta de su presencia como si él no formó parte de ese grupo a inicios de preparatoria. Con el tiempo se acostumbró al chico, mucho de hecho.
Lo único que perturbó su caminata fue el idiota de Aomine, quien chocó sin querer con el pequeño. Aunque se disculpó, Aomine no logró encontrar el culpable del accidente y lo dejó estar. Era raro para Kagami ver al que consideraba su némesis tener una actitud tan relajada. Era bienvenido al grupo de personas que se impresionaban ante un Daiki gentil, sin traumas. Momoi seguía siendo Momoi.
Duró un par de segundos más ahí en lo que se alejaban antes de que el lugar se transformara en un gimnasio de calidad, tal como se esperaba de la Secundaria Teiko, y estuviera frente a frente con el entrenador principal que hacía algunos llamados. Escuchaba algunos nombres mientras se giraba en su eje explorando el recinto. Era un gimnasio bien cuidado, con canastas casi nuevas y cancha bien pulida. Los balones estaban en tan buen estado que le dieron ganas de jugar hasta desgastarlos.
—Número 31, Kuroko Tetsuya.
Kagami encontró al nombrado aún en la multitud principal. Por su expresión estaba sorprendido de haber sido elegido. Qué importaba el grupo, con ser elegido en alguno era más que suficiente. Las grandes perlas de sudor bajaban de su cien a la mejilla, era mucho el esfuerzo que Kuroko estaba haciendo. Sintió que podría romperse si lo tocaba, totalmente diferente al Tetsuya que conocía.
Una sonrisa que Kagami no pudo entender si era de tristeza u orgullo apareció en los labios del menor antes de que una imagen apareciera en su cabeza. La mano de Tetsuya sostenía con delicadeza una carta firmada por Ogiwara en la que declaraba que ya era parte del club de baloncesto y hacía hincapié en la promesa hecha anteriormente. La carta se le hacía tan familiar, pero nunca la había visto. ¿La tendría guardada entre sus cosas y llegó a verla en la mudanza?
Un frío recorrió su cuerpo. Alcanzó a ver los cabellos celestes de Kuroko atravesar su pecho antes de que la temperatura de su cuerpo volviera a la habitual.
—¿Qué demonios?
Al voltear hacia atrás lo encontró uniéndose al grupo 3. Kuroko le había atravesado el cuerpo sin problema y solo sintió frío. ¿Qué era ese lugar?
Bastó un pestañear para que, de nuevo, todo el mundo desapareciera. La cancha se volvió oscura y solitaria, estaba solo. Kagami no era miedoso, pero juraba que, si de las sombras del fondo salía un fantasma, o peor aún, un perro ocuparía unos pantalones nuevos.
Volvió a respirar cuando las luces se prendieron. El grupo de chicos que vio antes estaban usando toda la cancha, parecían llevar tiempo practicando por sus respiraciones agitadas y cansadas. El entrenador declaró un descanso de un solo minuto, era poco para ser llamado descanso, pero más de lo que les daba Aida en Seirin. Eran afortunados.
—¡No vomites!, eh… ¿Cómo te llamas? —gritó un chico — D-Da igual, ¡tómate un descanso!
—Algunas cosas nunca cambian— dijo para sí Kagami de cuclillas frente al pequeño Kuroko que luchaba por no vomitar.
La escena duró poco antes de transformarse nuevamente. Las caras seguían sin cambiar, solo estaban es posiciones diferentes y más tranquilos. Era otro día, ya que sus prendas sí lucían diferentes.
—¿Conoces a las cuatro tipos que entraron de inmediato al primer equipo? —dijo uno de ellos a otro mientras le pasaba el balón —Parece que formarán parte de la alineación principal —el chico le miró sorprendido, pasando el balón a otro que recién se unía la conversación. El lugar estaba calmado, además de sus voces se oían los balones rebotar, así que todos estaban atentos al tema.
—¿Serán prodigios?
—¡Y otro tipo se unió a ellos! —gritó emocionado uno más —Se llama Haizaki, si no mal recuerdo.
—Uh… —Kagami imitó la expresión de incomodidad del segundo chico, ese nombre no le traía buenos recuerdos— ¿E-Ese que da un poco de miedo?
Unos pasos se escucharon a lo lejos, todo el grupo giró a la dirección de la puerta secundaria del gimnasio en espera de los dueños. Era un grupo grande el que se avecinaba, pero no pensaron que serían los jugadores de los cuales hablaban.
—Hablando del rey de roma…
Era la dichosa alineación principal liderada por un chico de cabellos negros seguido de varios jugadores más. Kagami reconoció de inmediato a la generación milagrosa apunto de nacer. Hasta en frente estaba Akashi, atrás Midorima y Murasakibara, y hasta el fondo Aomine. Iban camino a un partido de práctica por los uniformes se portaban. Ni siquiera los notó cuando estaban divididos por grupos, a lo mejor se movió de lugar antes de siquiera mencionarlos.
Pese a los jóvenes que se veían desprendían un aura de superioridad increíble, pero no una como la de aquella reunión en la Winter Cup, sino una más… ¿Cómo describirlo? ¿Humilde?
Dejó de escuchar los comentarios de los chicos y el rebotar del balón, se habían reunido todos alrededor del entrenador de antes que sostenía unos documentos y decía algunos nombres. Los mencionados celebraban y se hacían a un lado.
—Los que no lograron entrar al grupo dos sigan esforzándose.
Kuroko se sentía frustrado. Tenía en mente lo difícil que sería para él ir escalando en la jerarquía del equipo con su poca resistencia y habilidad para el juego, pero no pensó que sería así de cansado. Hacía un esfuerzo extra en los entrenamientos y en sus tiempos libres salía a practicar en la cancha del vecindario, y por más que se esforzaba sentía que no avanzaba. Apretó los puños con molestia, rendirse no era una opción.
El pelirrojo observó de lejos su molestia y le comprendió. En la historia contada antes de Rakuzan Kuroko había abierto sus sentimientos y confesó lo frustrado que se sentía en esa época donde por más que corría todos los demás avanzaban caminando y que todo el mundo le decía que lo dejara. Culpable era también él quien le dio el mismo mal consejo la primera vez que jugaron juntos.
No se dio cuenta cuando el gimnasio se volvió el vecindario de Kuroko por la noche, tampoco cuando caminó a su lado viéndole leer otra carta firmada por Ogiwara. La carta decía ya ser parte del equipo al haber recibido el uniforme, aunque solo era de la banca. Sintió la motivación de Tetsuya desbordar por sus cuerpo antes de alzar la vista al cielo. Era espeluznante verlo sonreír de esa forma.
Al llegar a su casa saludó a sus padres. Estaban sentados en la cocina esperándolo para cenar antes de ir a dormir, así que Kuroko prometió bajar enseguida de su habitación después de cambiarse. Estando ahí sacó del armario una caja de madera algo pequeña, pero lo suficientemente grande para almacenar cartas del tamaño que le mandaba Ogiwara. Kagami frunció el ceño, recordaba haber visto esa caja en algún lado de su departamento, entre las cosas de Kuroko. Quizá de ahí vio la carta de antes, pero seguía sin acordarse.
—No ha vuelto a vomitar recientemente.
Iba a volverse loco con tantos cambios de escenario. Regresó al gimnasio solo para ver a dos compañeros del grupo 3 hablar de Kuroko a sus espaldas. Este se mantenía de pie dribleando el balón, con algo de dificultad respiraba y el sudor empapaba su camisa. Era quien más se esforzaba en todo el entrenamiento.
—Se llama Kuroko, creo…
—Considerando su físico —dijo el otro chico tras tomar agua—, es un logro sorprendente todo lo que ha avanzado.
Por un momento pensó que lo iban a juzgar duramente, se alivió al ver que no era así y reconocían su esfuerzo.
El lugar se volvió completamente oscuro. A la lejanía se prendió una sola luz que alumbraba un escritorio de profesor, parecido a los que tenían en la sala de profesores de Seirin, completamente lleno de papeles y carpetas. En el fondo se veía el atardecer a través de una ventana.
—¿Quieres quedarte a entrenar?
La voz se hizo presente antes, después apareció poco a poco un profesor que reconoció como el entrenador del grupo tres, pero en traje. Sentado en su silla volteaba a ver a un Kuroko en ropa de entrenamiento asintiendo.
—Por mí no hay problema —dijo, sacando la llave de su bolsillo—, pero asegúrate de regresar la llave y respetar el horario de la escuela.
Su corazón latía muy, muy rápido.
Llevaba unos minutos, creía él, intentando calmarse sentado en el pasillo de la escuela. Ver a los estudiantes pasar haciendo su ruta diaria sí le ayudaba, pero solo recordaba como esa figura de cristal volteaba a verlo tan lentamente hacía temblar otra vez sus piernas. ¿Qué era eso? ¿Qué intenciones tenía con el niño Akashi y por qué le dio tanto miedo la forma en que se giró? Era cierto que antes escuchó una declaración de odio que, quizá, era para el pelirrojo. ¿La cosa esa no quería a Sei? Si se tratara del Akashi Seijūrō de preparatoria podría estar de acuerdo, ¿pero del de secundaria? No entendía nada.
Decidió levantarse al sentir el trasero doler, no era nada cómodo el piso. Además, sentía que iba a hiperventilarse a nivel del suelo y no quería eso. Sacudió sus blancas ropas y volvió la atención a su anillo. Era muy lindo, pero no recordaba que alguien se lo hubiera regalado. Por lo costoso que era solo Sei podría pagarlo, pero no fue él, ni se han visto esa semana.
Con el corazón calmándose poco a poco caminó hacia el salón más cercano en el que vio al pequeño Sei entrar minutos atrás. Estaba sentado en su lugar leyendo uno de esos libros que tanto le gustaban, reglas de shōgi.
En unas de sus citas pasaron a una librería y mientras Kōki se encaminó a la sección de novelas literarias y mangas, Sei se desvió a las de juegos de mesa y cultura. Era un contraste evidente, además de sus posiciones sociales y formas de ser. Furihata se sentó a un lado de Akashi y le observó leer.
Un chico tan atractivo como él pudo haber tenido a cualquier mujer, o si de plano le gustaran los hombres había muchos de sus circulo social que podía tener. Antes de salir pensó que Mibuchi Reo estaba muy interesado en él, Sei lo pudo haber tenido si quería.
—¿Por qué me elegiste a mí, Sei?
Acostó su cabeza en los brazos, sobre la mesa. Las pestañas de Akashi eran largas, bien cuidadas como su cabello que, juraba, se sentiría sedoso. Bajó los ojos a los labios rosados del otro. ¿También se sentirían más suaves o seguirían siendo los labios de su Sei? Ahora quería besarlos.
"Cálmate, Kōki"
Era atractivo, rico, inteligente y de buen cuerpo. ¿Por qué alguien así se fijaría en un chico escuálido, normal, de clase media y de calificaciones promedio? ¿Masaomi aceptaría a Furihata? Quizá lo aceptaría siendo homosexual, podría organizar un casamiento con uno de los hijos de sus socios, ¿pero aceptaría que un chico cualquiera fuera su yerno?
Akashi tenía muchos problemas con su padre desde la muerte de su madre, Furihata sabía lo básico de eso. Lo menos que quería era causar más problemas en su relación, por ello pidió que lo suyo fuera lo más privado posible con sus amigos hasta que él se sintiera listo, o hasta que Akashi terminara por aburrirse de él y lo dejara.
Mirando ahora a su versión pequeña se preguntaba en qué punto de la relación con su padre se encontraba, ¿a penas estarían saliendo las espinas o estaba a punto de ser envenenado?
O el envenenado acabaría siendo Furihata si continuaba esperando ser despreciado por el emperador, quien cada vez se sentía más enamorado.
—Akashi.
Midorima entró al salón sacándolo de sus pensamientos. Akashi dejó el libro a la vez que Furihata se enderezaba en su lugar, como si Midorima realmente pudiera verlo. Entró al salón y se sentó frente Akashi, sacando el tablero de shōgi y acomodando las piezas.
—Pensé que no vendrías, Midorima —sonrió antes de dejar el libro en su maletín. Para Furihata el sonrojo y acomodo de lentes no pasó desapercibido.
—¿Por qué no lo haría?
Las piezas se acomodaron y Midorima permitió que el pelirrojo hiciera el primer movimiento.
¿No se dio cuenta o solo no hizo ningún comentario al respecto? Midorima actuaba como si nada hubiera pasado, pero Furihata sabía que estaba nervioso por la sonrisa de Akashi. Bueno, él también se puso nervioso ante la primera sonrisa que le dio, hasta la sangre se le fue al rostro justo como a…
A este Midorima le gusta Akashi.
Hizo una mueca. Viéndolos juntos, hacían una linda pareja.
