—Murasakibara, deja de comer frituras en medio del entrenamiento.

Takao le vio acomodarse los lentes. Midorima veía con odio como el mencionado degustaba libremente una bolsa de papas fritas en el descanso del entrenamiento de esa tarde, sin represalia alguna. No era la primera vez que lo hacía, tampoco lo era la orden que le daba, pero siempre acababa en lo mismo: Murasakibara se salía con la suya y él terminaba enojado. Esa ves no era la excepción.

—No quiero —hizo una mueca de disgusto, aunque eso no logró evitar que encestara. Se giró aún más enfadado con el más alto.

—No solo va en contra de las reglas, sino que además es grotesco verte.

Takao volteó a ver las migajas en la comisura de los labios y en las mejillas de Murasakibara, notando que también se hallaban varías en la camisa del mismo, hasta en el piso podía hallar papas fritas. Lo bueno es que estaba en las bancas, lejos de la cancha donde un paso en falso podía ocasionar un accidente. Midorima no veía eso, solo veía que se rompía una regla.

Después de la presentación en el equipo 1 Takao fue llevado por varios escenarios parecidos, donde ambos chicos mantenían una discusión por entrenamiento, la cual terminaba en lo mismo. Tardó poco en darse cuenta el porqué de sus peleas y, sinceramente, no le gustó.

—Pues no me veas, Mido-chin.

La vacía bolsa de papas fritas terminó en la basura. Midorima seguía con la mirada al otro, dejando a un lado el balón para acercarse a él y tomar de entre sus manos la nueva víctima del grandulón. La tiraría, y la siguiente también. Atsushi, enojado, se colocó frente a frente con el de lentes.

—Devuélvemela —Midorima no se quedó atrás, aunque era un poco más bajo le hizo frente no dejándose intimidar por la diferencia de alturas. Takao se rio las primeras veces que vio aquello, ahora solo bufaba.

—Ya basta.

La voz del pelirrojo los hizo voltear a ambos. Midorima le veía con el entrecejo fruncido, visiblemente molesto y esperanzado de que, esta vez, tomara una decisión diferente. Mientras que Murasakibara dejaba su enojo a un lado y veía a Akashi con un mohín encaprichado. El azabache que caminaba junto con Akashi solo negó con la cabeza.

Takao los vio entrar a ambos en el gimnasio, rodó los ojos. Esa era la razón por que ambos discutían por cosas sin sentido. Si no era las frituras o los dulces, era porque el titán no quería entrar, o porque según Midorima el otro le hacía caras. Cada pelea que él azabache vio empezaba por un molesto Midorima tentando al flojo Murasakibara. Takao se dio cuenta que era todo porque Akashi terminaba por cumplir los caprichos del número 5 y el otro se moría de celos.

—Aka-chin, Mido-chin no me quiere dar mis papas.

El canturreo de Murasakibara hizo saltar una vena en la frente de Midorima, pero lo que terminó por hacerlo gritar fue la sonrisa amable que le dio Akashi que hizo sonrojar un poco. Definitivamente era por celos.

—¡Está comiendo en medio del entrenamiento! —gritó Midorima.

Tomó asiento a un lado de unos chicos en las bancas, frente a la escena que montaban los jóvenes milagros. Era divertido ver enojar a Shin-chan en cualquier contexto, pensaba antes, pero ahora viendo como buscaba discutir con un Murasakibara obviamente enamorado también del estúpido de Akashi, Takao encontró finalmente un contexto en el que odiaba verlo enojado.

Akashi le dio unas palmadas en la espalda al pelilila antes de dirigirse a Midorima.

—Mientras esté en su descanso y lejos de la cancha está bien.

Con una mirada le dio a entender que le devolviera la bolsa, cosa que hizo de muy mala gana. A Atsushi no le importaba recibir sus papas así siempre y cuando la bolsa no se hubiera abierto, eso las arruinaría. Regresó a la banca, sentándose a un costado de Takao, y empezó a devorar sus papas. Shin-chan tenía razón en que era algo grotesco al comer, pero no lo suficiente para hacer un escándalo.

Midorima retomó sus lanzamientos. El balón no tocaba el aro, pese a ser lanzamientos de tres puntos. Los chicos a su alrededor se habían movido un poco, el aura que desprendía era de furia. Volvió su vista al titán a su costado. Estaba entretenido con sus papas fritas, con la mirada sospechosamente perdida en dirección al pelirrojo quien, a su vez, prestaba atención a los lanzamientos de Shin-chan.

—Midorima debería darse por vencido —una de las voces a su derecha lo distrajo un segundo, eran los chicos que descansaban junto con Murasakibara antes de retomar su rutina—, aunque yo también estaría molesto por el favoritismo.

Akashi dejó de ver a Midorima. Se volvió hacia el azabache con el que había entrado interceptando la mirada de Murasakibara, la cual correspondió con otra antes de acercarse a revolverle los cabellos. Takao notó el rubor en sus mejillas, tampoco es como si Murasakibara hiciera algo para ocultarlo. A lo mejor eso era lo que le molestaba al Midorima que veía a su dirección antes de soltar el balón y anotar un triple más.

Ese era el momento en que el lugar volvía a cambiar, pero tardó más de lo habitual. Confundido, Takao siguió el caminar de Akashi. Aunque no se le dificultó entender las discusiones, seguía sin comprender porque se tomaba esas preferencias con Murasakibara.

Midorima no le contó mucho, de hecho, no le contó nada. Gracias a su gran visión él mismo descubrió los sentimientos que tenía Shin-chan por el emperador después de ese partido contra Rakuzan. Indagó un poco más en una conversación con Kuroko, pero tampoco le dijo gran cosa, simplemente confirmó su teoría.

No le agradaba la forma en que Midorima le veía, parecía que seguía esperando algo que nunca pasó. Y tampoco le gustaba como el Akashi que conoció veía a su Shin-chan, sobreentendiendo que el peliverde siempre estaría ahí para él sin importar qué necesitara. Takao pensaba que con un solo tronar de dedos Akashi lo tendría a sus pies, y lo enojaba.

El pelirrojo finalmente llegó a la par del otro chico. Aquel era más alto, con el cabello negro ligeramente largo y ojos del mismo color. Ese chico recibió a Akashi con un mohín en sus labios y le preguntó algo que Takao no logró escuchar, Akashi asentía y él suspiraba con resignación. Entonces una sonrisa se surcó en sus labios y Takao logró ver, desde la lejanía, como las orejas del más bajo se volvían tan rojas como su cabello.

—Al parecer el favorito es otro.

Susurró Takao, viendo como Atsushi dejaba su bolsa a medias en su mochila y, cabizbajo, tomaba un balón de baloncesto para reiniciar su entrenamiento.


La cara de Aomine era un poema. Frente a él e encontraba una espantada Momoi, cuya gota de sudor frío bajaba al costado de su mejilla y sus manos temblorosas se esforzaban por no dejar caer el cesto ropas sucias del entrenamiento.

—Dicen que ahí aparecen fantasmas…

Fue lo que había dicho su amiga de la infancia tras acercarse a él. Era un rumor que se esparció como el viento luego de unas semanas, Daiki lo había escuchado sin poner mucha atención. Ahora la pelirrosa se lo comentaba con algo de miedo.

—¿De qué hablas, Satsuki?

Sakurai se hubiera entretenido con la cara del moreno de no ser porque también le daban miedo los fantasmas.

Momoi frunció los labios, Aomine seguía viéndola como si estuviera loca. Sus gestos arrugados, como si hubiera chupado un limón, le molestaba de sobre manera. Pataleó un poco.

—¡Lo digo en serio! —gritó —No hay nadie entrenando en el gimnasio del tercer equipo, pero se escucha el sonido del balón— la frente moreno se arrugó aún más antes de que su espalda se presentará a Satsuki. El balón que tenía en sus manos comenzó a dar vueltas sobre el índice y una ignorada Momoi fue despedida.

—¡Qué tonterías!, es imposible.

Sakurai le acompañó, dejando atrás a Momoi refunfuñando. ¿Quién era él para justificar a Aomine? Sí, era su novio, pero a él también le atemorizaban las historias de fantasmas, comprendía totalmente el temor de la manager.

El recorrido de Sakurai desde que dejó a aquella figura no fue nada más que entrenamientos y conversaciones con Momoi de temas varios. Eran temas tan irrelevantes que si le preguntabas ahora no recordaba. Solo era él, observando a Aomine relacionarse con el grupo número 1 de Teiko.

La experiencia con aquella figura de cristal celeste le dejó con el Jesús en la boca. Estaba tan ocupado viendo a Kise derrochar emoción por el moreno que jugaba frente suyo que no se dio cuenta cuando esa entidad se acercaba a él, con pasos lentos pero seguros. En cambio, él no hizo más que retroceder con cada movimiento atemorizado. Si Daiki lo viera lo compararía también con un chihuahua, como a su amigo Furihata, debido al temblor de piernas que le ocasionó aquel encuentro. No parecía hostil, pero Sakurai no lo conocía, y lo desconocido daba más miedo.

Aomine caminó por el pasillo de los gimnasios sin percatarse que el atardecer en el fondo cambiaba rápidamente a un cielo más estrellado, a punto de caer la noche. Los ojos de Sakurai divagaron por el lugar dándose cuenta inmediatamente que no se había movido casi nada a comparación de todo lo que sintió caminar. Él creyó que por todo lo que anduvieron estarían más cerca de la salida, pero a unos metros yacían el lugar donde Momoi contaba aquel rumor, si volteaba la podía ver todavía hablando con un par de chicas.

Los azules ojos miraron poco discretos la puerta abierta del gimnasio del tercer grupo. La luz encendida alumbraba parte del escalón de cemento en el exterior, contrastando con el cielo estrellado sobre ambos. Daiki se cuestionó sobre aquel rumor. ¿Sería cierto o solo eran comentarios tontos de sus compañeros de equipo y su amiga?

Lo primero que vio al entrar al gimnasio fueron un grupo de conos naranjas acomodados cerca de la canasta, cuya disposición era aquella que usaban para entrenar antes de anotar. Algún chico los habrá olvidado al igual que cerrar la puerta y apagar las luces, haría el reporte con su entrenador después. Aomine se acercó a los conos dispuesto a acomodarlos, refunfuñando por lo bajo al verse obligado en hacer actividades de limpieza cuando ni siquiera era el día en que le tocaba. Sakurai le siguió por detrás.

—Lo siento…

Susurró Sakurai. Si estuviera en sus manos obviamente le ayudaría, pero ni interactuar con el entorno podía.

Un balón rebotó en la cancha, haciéndolos brincar a ambos. Vio al moreno palidecer y sudar frío, sus ojos subían y bajaban al compás del balón que, en solitario, botaba en dirección a Daiki. Una vez que dicho objeto llegó a sus pies, Aomine comenzó a temblar y se cubrió la nuca, la habilidad definitiva para espantar fantasmas. A su vez, Sakurai suspiraba aliviado cuando Kuroko apareció desde el otro lado de la cancha.

—¿Quién eres?

Un grito ahogado salió del moreno. Con mucho miedo se giró en dirección al dueño de la voz. Kuroko permanecía parado a unos metros, empapado en sudor y regulando su respiración. La tez de Aomine dejó de verse gris y regresó al moreno que tanto le gustaba a Ryō.

—¿Aomine-kun?


Midorima Shintarō era el mejor tirador de la generación. Al verlo jugar contra Seirin la primera vez le pareció asombroso. ¿Cómo un jugador de preparatoria podía nunca fallar algún tiro? No solo eso, sino que cada que el balón dejaba sus manos lo hacía de una forma tan elegante y, a su vez, feroz. Nunca habían compartido palabras, si acaso lo veía a la distancia preguntándose si todos los demás milagros eran tan imponentes como él o Kise, soñando alguna vez llegarles a los talones.

Eso fue hasta que acompañó a Kagami y Kuroko a la reunión de los milagros y entendió que ni a la sombra les podía llegar. Recordó como todos lo miraban con curiosidad, como depredadores cuestionándose qué tan deliciosa estaría su presa; siendo él la presa. Midorima le vio y acomodó sus lentes, volviéndose a Akashi. Entonces ahí Furihata fue devorado por el emperador.

Ese recuerdo se le vino a la mente al ver a sus versiones más jóvenes jugar shōgi en ese salón de clases. Al igual que sus tiros, Midorima movía las piezas con su vendada mano con delicadeza antes de mirar al pelirrojo con esos ojos que brillaban en un reluciente esmeralda. Y cada que Akashi hablaba el depredador de Midorima atacaba con la mirada a la presa, los rosados labios. Y es que lo entendía, hasta para él se veían jugosos, pero no dejaban de darle celos.

Furihata podía hacer poco en esa situación donde nadie lo veía, nadie le hablaba y nadie lo oía. No le queda más que sentarse y seguir viendo a Sei jugar, claramente ignorando al enamorado Midorima que tenía en frente y seguir hablando de los entrenamientos.

Había descubierto que Midorima era el amigo más cercano a él y que, aunque nunca lo dijo, le encantaba estar en ese club. Hablaban sobre los partidos venideros y Akashi se veía muy emocionado. Sonreía mucho, lo cual era un deleite para los otros dos. Ese Seijūrō era muy tierno.

La partida de shōgi acaba con Akashi victorioso, como era de esperar. Midorima levantó las cosas de la mesa y tomó su bolso, Akashi lo imitó y Furihata se encaminó con ellos al pasillo. El atardecer amenazaba con asomarse en la lejanía, anunciando el tiempo de las actividades curriculares. Los entrenamientos empezarían pronto y el pelirrojo odiaba llegar tarde.

Lo siguiente que Furihata tuvo que observar fue un sinfín de discusiones por parte del tirador estrella con Murasakibara. Sei le contó que ellos nunca se llevaron bien, de hecho, era muy obvio que sus personalidades eran totalmente distintas, pero jamás se imaginó que a tal punto de siempre terminar peleando por pequeñeces. En todas Akashi permitía los caprichos del pelilila. Midorima acababa molesto. Se dedicó a observar, ¿qué más podía hacer?

Su estómago se revolvió cuando, en una de las discusiones, vio en el fondo del gimnasio hablando con el entrenador a un joven que a Furihata no le caía bien. Tenía el cabello ligeramente largo y, al igual que sus ojos, de un negro profundo. Imponía respeto con solo verlo, no más que Akashi, pero lo suficiente para que los alumnos se le acercaran con mucho respeto a preguntarle cualquier cosa.

Aquel joven salió del recinto luego de intercambiar unas palabras más con el entrenador. Instintivamente sus pies se movieron hacia la salida, con solo la espalda del mayor pegada en sus ojos. Él hablaba correctamente, daba algunas sugerencias al superior sobre los entrenamientos del grupo uno, el entrenador solo asentía pensativo.

—Murasakibara, deja de comer frituras en medio del entrenamiento.

Vio a esas figuras siendo reemplazadas por una puerta cerrada, escuchando a sus espaldas a Midorima comenzando una nueva discusión.

Entonces se preguntó por qué lo había seguido. ¿Por qué odiaba tan profundamente a Nijimura Shūzō? Era un sentimiento sin sentido tomando en cuenta que Furihata no lo conocía en absoluto. Quizá era una buena persona, con sentimientos tan nobles y podían llegar a congeniar muy bien, ¿pero por qué con una simple mención o verlo en fotos su estómago ardía?

—Si no la hubiera visto…

Susurró, relajando sus puños que en algún momento se cerraron con fuerza. Masajeó sus manos, descansó su espalda en la pared cerca a la puerta y soltó el aire de sus pulmones en un suspiro. Debía relajarse.

Murasakibara ya había llegado al punto de intimidar al otro cuando la puerta a su costado se abrió a la par, entrando dos jóvenes al lugar. A su nariz llegó una deliciosa fragancia amaderada con notas de frutos rojos y, era obvio, que uno de ellos era Akashi. El pelirrojo se acercó a tranquilizar la discusión, dejando atrás a un Nijimura con ropas diferentes. No iba a poder calmarse en ese momento.

El sentimiento volvió a su cuerpo y, esta vez, sí alcanzó a acercarse lo suficiente para tener al joven Nijimura de frente. Observó su rostro a detalle, sus rasgos eran delicados pese a ser un hombre, pero no tanto como los de Himuro. En realidad, Nijimura era bastante atractivo, y por la loción que usaba podía decir que también era una clase acomodada. Eso lo hizo molestar aún más.

Era atractivo, bueno en el deporte y rico, todo lo que Furihata no era.

—¿Por qué siempre discuten esos dos? —le preguntó a Akashi una vez regresó a su lado. El pelirrojo cerró los ojos por un momento, lo que Kōki comprendió que era para soltar algo de tensión, antes de perderse en los oscuros ojos de Nijimura.

—Aprenderán a llevarse mejor.

Nijimura también suspiró, lo miró a los ojos y le sonrió. El hermoso y carmesí sonrojo que Sei le regresó y el comentario del azabache terminó de descolocar por completo el autoestima de Furihata.

—Ojalá fuera Murasakibara, parece recibir un trato especial de ti.

Se quedó parado, escuchando los pasos de ambos abandonar el lugar, el balón de Midorima pasar la red y la ausencia de las papas fritas quebrarse.

No sabía dónde estaba, pero quería dejar de estar en un lugar donde le restregaban en la cara que el primer amor de Akashi era muchísimo mejor opción que él. Nijimura era guapo, él no. Nijimura era rico, él de clase media. Nijimura era el capitán del equipo, él solo un calienta bancas. Seguramente Nijimura recibiría aceptación de Masaomi sin siquiera preguntar, él…

No se atrevía a ser su relación pública por miedo.

—¿Por qué me elegiste, Sei?

Preguntó una vez más, antes de ver todo negro.


—Ya veo, te quedas entrenando a diario para mejorar.

Le vio asentir y Aomine vio su alma regresar a su cuerpo. Aquellos rumores de un fantasma en el club de baloncesto no eran más que un malentendido, solo se trataba de un chico escuálido practicando a deshoras. Entendía por qué la confusión, él se mantuvo cerca suyo todo el tiempo y no fue capaz de verlo hasta que le habló, sí parecía un fantasma.

Las mejillas le ardieron al recordar cómo se asustó. Era obvio que el otro se dio cuenta, pero rezaba porque no mencionara nada de eso.

—Es impresionante… —continuó hablando, mirando los ojos azulados. ¿Qué acaso ese tipo no tenía expresión? El sudor le corría a chorros por la frente y la blanca camisa lucía casi transparente de lo húmeda que estaba —Ni siquiera en el primer equipo tenemos jugadores que se esfuercen tanto como tú.

Kagami, que permanecía a un lado del pequeño Kuroko, se dio cuenta qué tan agitada estaba la respiración de este. Era una clara señal de lo mucho que se estaba esforzando. Aomine también se dio cuenta de ello y tras verlo nuevamente tomó un balón y empezó a botarlo. Ese chico, perteneciente al grupo 3, no dejaba de quedarse hasta el cierre de la escuela con tal de avanzar hasta el grupo principal. Era digno de admirar.

Llenó en el pecho de Daiki una emoción inexplicable, quería jugar con él y acompañarlo en sus logros. Se notaba que ese muchacho amaba básquet tanto como él.

—Está decidido —dijo emocionado. Kuroko, que a ese punto veía el botar de la pelota, volteó confundido hacia el moreno—, ¡entrenemos juntos todos los días! De ese manera nos reuniremos pronto en la cancha.

—Oi —el pelirrojo vio al joven Aomine levantar su mano y ofrecerle el puño, en aquella muestra de amistad que solían hacer en tiempos de secundaria. No podía evitar sentirse incomodo al saber que su actual muestra de afecto con su novio la creó Aomine.

—¿Estás seguro?

Kuroko intercambió miradas nerviosas entre el puño y los azul eléctricos Aomine. Le estaba pidiendo entrenar con él después de sus propios entrenamientos pese a ser ya una clase de titular en el equipo. Sería una gran oportunidad para aprender más, pero no quería ser él quien orillara a eso. La duda se reflejó en su rostro, siendo captada por el moreno.

—No soy bueno —confesó Tetsuya.

—Idiota, ¡claro que sí! Alguien que ama tanto el básquet no puede ser malo.

Taiga se iba a quedar ciego con el brillo de la sonrisa de Aomine. Ese versión estaba cayéndole mejor, a veces.

Kuroko sonrió, conmovido por ser prácticamente adoptado. Si pudiera aprender algo de Aomine estaría muy agradecido, pero se sentía mal al saber que no sería capaz de corresponder su amabilidad. Jugarían y se divertirían juntos.

Llevó su propio puño y el choque entre ambos se produjo.


—¿La manager de Tōō?

El sedoso cabello rosa se ondeaba frente a su nariz, restregándole el champú de fresas que la chica usaba. Murasakibara ya no estaba presente, sino ahora la habilidosa manager de Tōō vistiendo el uniforme de Teiko. Ahora recordaba su apellido, era Momoi, Shin-chan le habló varias veces de ella durante los partidos.

—D-Dai… ¡Aomine-kun!

Gritó ella. Parecía furiosa, quizá el mencionado la dejó hablando sola. Sin embargo, si volteaba a ver a los alrededores no estaba el moreno. Era un pasillo entre gimnasios, alumbrado por la luz del sol, que brillaba intenso anunciando el próximo atardecer.

Satsuki sostenía una canasta, similar a las chicas que se aproximaban a ella tenían en sus manos. Una de ellas de cabello negro con flequillo, otra de cabello corto castaño. La segunda se le hacía similar, pero sin llegar a recordar a quien bufó.

—¡Satsuki-chan! Aomine-kun y tú son amigos de la infancia, ¿verdad? —preguntó la castaña, recibiendo una mueca de la pelirrosa apenas se volteó hacia ellas, dejando de ver el vacío pasillo por donde, Takao creyó, se perdió el peli azul.

—¿Sabes si tiene novia? —fue el turno de la azabache.

—Bueno…

—Destacó bastante durante el campeonato nacional —complementó —Es guapo, ¿no crees?

Takao y Momoi arrugaron su frente. ¿Guapo? Para el moreno Aomine era solamente un tipo y si querían hablar de chicos atractivos estaban Kise, por algo era modelo, y su Shin-chan. Aunque del último posiblemente hablaba del enamoramiento. Mientras que Momoi siempre lo ha visto como un hermano más, ¿por qué lo miraría como alguien atractivo si a sus ojos es un idiota? Las chicas frente a ellas no creían lo mismo, cómplices se reían emocionadas.

Por el rabillo del ojo Kazunari vio el montón de toallas de la castaña amenazando con caer, tambaleando gracias a las risas y brincos de emoción que daban ambas. Por instinto intentó tomarlas, pero la mano de un pelirrojo le ganó.

Akashi tomó las toallas y, con sumo cuidado, las acomodó nuevamente en la cesta. Por la cercanía, tanto Takao como la chica castaña podían llegar a oler su loción. Era apestosa, pensó él. El rostro de la castaña se pintó de rojo. Akashi le sonreía, atento, muy cerca de ella.

—Te lo agradezco —habló otra vez. Atrás de él se incorporaba Midorima, sin despegar la mirada de la escena —. Siempre apoyas al equipo, muchas gracias.

Momoi podía ver el humo salir de la cabeza de su amiga. Akashi miró a ambas niñas antes de continuar su camino por el pasillo, pasando por en frente del asqueado Takao. Usaba una fragancia de anciano, hasta su abuelo usaba una loción más juvenil. Un segundo después pasó Midorima, con el entrecejo fruncido y el semblante serio.

Atrás de él seguía escuchando a las chicas hablar, pero realmente no prestaba atención a la plática, además de que con cada paso que daba para seguir al peliverde desaparecían sus voces.

En ese punto solo estaba él, Midorima y Akashi cruzando el pasillo exterior y dirigiéndose al pasillo del edificio contiguo. Shin-chan dio un último vistazo por encima de su hombro y una mirada de despreció fue ofrecida a la castaña antes de posarse en el pelirrojo.

—Estás celoso —la mirada esmeralda se suavizó por un segundo al ver a Akashi —. Bueno, yo también lo estoy, Shin-chan.

Akashi lucía con la mirada perdida, así que no notó los ojos que lo miraban ansiosos de atención a su costado. Sin embargo, Midorima no se quedó callado.

—Últimamente estás muy pensativo.

Continuó siguiéndolos y escuchando la conversación. Akashi estaba preocupado por el campeonato, considerando la situación de los partidos anteriores deseaba encontrar a un jugador que fungiera como un sexto hombre capaz de cambiar el rumbo del juego. Midorima lo escuchaba con atención, sin quitar sus ojos de los ajenos.

Era de Kuroko quién esperaba.


—Siempre apoyas al equipo, muchas gracias.

Fue lo que dijo Sei a la chica después de ayudarla. Con el rostro rojo y los nervios al cien Furihata empatizó con ella, Akashi tenía un porte de príncipe que podía sonrojar a cualquiera. Incluso al lanzador que iba llegando, solo que él tenía lentes para disimular.

—¡El príncipe Akashi también es guapo!

Gritó ella y Kōki no pudo estar más de acuerdo. Akashi no la habría escuchado, ya estaba lo suficientemente lejos.

Después de su encuentro con Nijimura había sido llevado al inicio del pasillo, teniendo a su joven novio y a Midorima frente a él en una tranquila conversación. En realidad, Midorima no era mucho de hablar y solo disfrutaba la compañía del pelirrojo. Respondía a los temas de conversación que soltaba el pelirrojo, quien también parecía estar cómodo con su compañía.

Dejó a las emocionadas chicas atrás, corriendo para emparejarse con los otros dos en el pasillo del edificio, llegando a los vestidores. Los vio separarse y abrir cada uno el suyo, teniéndose de espaldas ambos y siendo separados por las bancas. Akashi tomaba un cambio de ropa interior negra y sus artículos de limpieza para darse una ducha rápida. Midorima, en cambio, agarró su uniforme limpio para cambiarse.

Era poco común que los estudiantes usaran las duchas de los gimnasios para lavarse después del entrenamiento, la mayoría esperaba a casa para tomar un caliente baño. Pero a Akashi no le gustaba estar sucio, que se quiera bañar ahora no lo sorprendía en nada.

—No deberías ilusionar a las managers así.

Soltó Midorima, con un tono de molestia en su voz. Furihata miró sorprendido la espalda del peliverde. Este había dicho algo así sin siquiera dignarse a verlo, pero Akashi no pareció molesto.

—¿A qué te refieres? —cuestionó Akashi, dejando sus pertenencias en la banca y tomando el borde de su camisa.

Furihata sentía que era ilegal verlo desnudarse, no importaba si tenían unos años diferencia y eso pareciera ser un sueño. Se cubrió sus ojos y tomó valor para solo ver al de lentes.

—Es obvio que sienten algo por ti —volvió los lentes a su posición original y tragó duro —, si sigues haciendo eso pensarán que te gustan.

Las orejas de Midorima se encendieron y Kōki se sintió mal por él. Ese Midorima estaba interesado en Sei, transpiraba ese sentimiento. Y a Kōki le dolía conocer el hecho de que aquello era un amor no correspondido. Ojalá Midorima fuera el primer amor de Akashi y no…

—Estoy agradecido por todo lo que nuestros compañeros hacen por el equipo —respondió el pelirrojo.

Ya tenía la toalla blanca puesta en la cintura. Dejó la ropa sucia en el casillero antes de cerrarlo. Midorima seguía sin deshacerse de sus prendas, removía constantemente en el interior de su casillero. Furihata notó que no estaba buscando nada.

—Aún así, alguna de ellas pensará que te gustan —la vendada mano tembló al igual que la puerta del casillero que sostenía. Akashi lo miraba confundido. Antes de encaminarse a las regaderas soltó un suspiró.

—No te preocupes por eso, Midorima.

La voz suave de Akashi lo tensó un poco. ¿Por qué se estaba preocupando? No es como si a él le gustara su compañero de equipo… Solo lo quería para él y no para Murasakibara.

El castaño seguía viendo Midorima, por lo que no pudo notar cuando Akashi bajó su mirada al sueño de los vestidores y sonrió sonrojado, observando entre sus cosas un dije de arcoíris meneándose suavemente.

—Me aseguraré de aclararles que no estoy interesado en las mujeres.

Y con eso se fue a bañar, dejando a Midorima sorprendido. Giró a su dirección rápido, con la esperanza de verlo ahí, pero ya se había marchado. Mientras Kōki lo veía cambiándose torpemente intuía sus pensamientos.

El semblante en su rostro era de esperanza, quizá imaginándose el camino de oportunidades que se abrían frente a él. Tal vez Midorima no entendía el por que de su emoción tras esa confesión de orientación. Estaba emocionado por que dentro de él creía que tenía una oportunidad con Akashi.

—Te equivocas, Midorima-kun —susurró Furihata, jugueteando con el anillo en su dedo con una expresión de tristeza—, dudo mucho que seas tú.