A Murasakibara le gustaba comer. Pero no comer cualquier tipo de alimento, no, le encantaba devorar cosas dulces. Cada mañana pasaba a una tienda de conveniencia que le quedaba de pasada a la secundaria, donde se hacía de una bolsa entera llena de caramelos de diferentes sabores para degustar durante las clases. También compraba algunos bocadillos salados, con el objetivo de cambiar de sabor su boca antes de devorar otra tanda de caramelos, para apreciar mejor su sabor.
Ese día unos dulces de sabor fresa se atravesaron por sus ojos, llamando completamente su atención. El empaque los vendía como una fresa de caramelo macizo de dos colores, uno rojo para la fruta y uno verde para las hojas. Tomó unos diez totalmente sonrojado al tener a cierto pelirrojo en su mente, para Atsushi parecía una pequeña y jugosa fresa que probar.
Desde aquel día no había día que no volteara a la ventana buscando a Akashi en el salón vecino, encontrándolo tomando apuntes y escuchando atento a sus profesores. El hábito siguió aun después de inscribirse en el club de baloncesto. Realmente disfrutaba el deporte, y fue un plus encontrar a dicho chico en el mismo grupo que él tras la selección de nuevo ingreso. Murasakibara estaba emocionado, aunque no lo demostraba. Pronto se encontró buscando la pelirroja cabellera en los entrenamientos.
No se había animado a hablarle hasta ese día. En sus manos se posaban dichos caramelos y él, frente al mesabanco del más bajo, luchaba por dejar sus preciados dulces en la madera. Le regalaría algunos a Akashi. Así se apellidaba, ¿verdad? El entrenador lo llamó así.
El macizo caramelo golpeó la madera y Atsushi se alejó a su propio lugar, a dos paredes de distancia. Himuro, quien veía las acciones del otro desde que entró a aquella tienda, le vio algo molesto. Era difícil abandonar sus, como él los llamaba, bebés. Bajó a su altura, sonriendo tiernamente al semblante enojado del pequeño Atsushi.
—Lo harán muy feliz.
Si pudiera le daría algunas palmaditas en la espalda para reconfortarlo. Sí, ese acto haría muy feliz a Akashi, si solo Akashi supiera qué tan preciado era el gesto. Murasakibara se preguntaba qué tanto tardaría en llegar, su pie se movía nervioso y la mirada veía al pasillo cada que alguien lo doblaba. Lo estaría buscando a él.
Hasta ese punto, Himuro estuvo presente en cada mirada lila hacia la carmín, pero jamás cruzaron palabra hasta los entrenamientos. Pese a eso, solo compartían cosas básicas como saludos o agradecimientos, pero nunca una plática adecuada. Esa era la primera interacción algo real que veía. Y no sabía qué sentir al ver como los ojos de Atsushi brillaban y su mirada se desviaba a la otra ventana cuando, finalmente, Akashi llegó al pasillo.
Entró a su salón y dejó sus pertenencias en su lugar, notando rápidamente los caramelos sobre el escritorio. Sus blancas manos tomaron los caramelos, ¿quién se los había dejado? Pronto su cabeza se giraba en todas direcciones buscando al posible culpable, y Himuro pensó que hasta para eso se veía elegante.
Los ojos magenta su posicionaron en él. Bueno, más bien en Atsushi, quien nada discreto desenvolvía uno de sus caramelos de fresa y lo comía sin más. Estaba nervioso.
Akashi sonrió un poco y guardó los dulces en el bolsillo de su saco, después tomó asiento y preparó sus cosas para la primera clase del día. Cuando Himuro regresó la mirada al pequeño titán las envolturas eran lo único que sobrevivieron de aquellos dulces, y el sonrojo en sus mejillas permanecía. Era un tonto enamorado.
Ahora veía el gimnasio, era el inicio de las prácticas por la tarde. Los alumnos de primero preparaban los instrumentos mientras que otros limpiaban la cancha bajo la mirada de los superiores. Akashi se mantenía en un extremo colocando conos naranjas, Atsushi en el otro ubicando las redes de separación para los grupos. Discretamente, Murasakibara buscaba muy intensamente al chico. Lo cachó sonrojándose varias veces cuando sus miradas se cruzaban. Eso no había pasado antes. ¿Habrá sido por los dulces?
Terminaron de acomodar todo. Murasakibara se unió al grupo uno para iniciar los calentamientos. Himuro veía otras dos cabelleras conocidas, pero su atención estaba totalmente en las dos de siempre.
—Murasakibara, ¿verdad?
Akashi se acercó al mencionado, quien detuvo el estiramiento de brazos tras oír su voz a sus espaldas. Himuro le vio tomar un poco de aire y el sonrojo que amenazaba con salir regresó al interior de sus mejillas antes de voltearse a verlo.
—¿Sí?
—Quiero agradecerte por los caramelos que me dejaste en mi escritorio —dijo Akashi, sacando un rostro de sorpresa del más alto, ¿cómo supo que fue él? El rostro de Akashi se inclinó en confusión al verle —. ¿No fuiste tú? Comías unos iguales.
—Ah…—Himuro iba a golpearse la frente, pero no era el animal de Taiga —Me sobraban algunos.
—Mientes —susurró Himuro a su costado. A su Atsushi nunca le sobraban dulces, de hecho, siempre le hacían falta. Por eso él llevaba un guardadito de emergencia sobre él, en caso de que a Murasakibara le faltaran caramelos o botanas y una tienda no estuviera cerca.
—Estaban deliciosos —sonrió el pelirrojo, sacando por fin el rubor en sus mejillas. Aunque Akashi no lo vio, el cabello lila le cubría parte de su rostro —, gracias.
Entonces Akashi inclinó ligeramente y se posicionó para empezar su calentamiento. El corazón de Murasakibara latía emocionado. No le gustaba sentirse así, estar enamorado le daba mucha pereza.
—¡A-Aka-chin!
Gritó, haciendo que Akashi volviera a verlo. Fue por instinto que lo nombró, incluso sin saber si ese era su verdadero apellido. Pero lo confirmó viendo los ojos magentas totalmente puestos en él.
—Yo puedo darte más dulces si quieres…
Pensó en aquello un segundo, desviando la mirada a la izquierda momentáneamente. Sonrió una vez más al pelilila.
—Sería un placer.
Y le dejó ahí. Sonrojado, ligeramente temblando y enojado. Himuro lo entendía. Estaba por explotar de nervios por hablarse al guapo chico que veía todos los días a través de la ventana y enojado por tener que compartir sus preciados caramelos al mismo chico. Le tomó un tiempo para calmarse y continuar estirando sus brazos, evitando la mirada de los chicos curiosos a su alrededor.
La garganta de Himuro ardía. Odiaba sentir eso, puesto que conllevaba a llorar después. Su mano tomó el anillo que colgaba de su pecho, buscando algo de apoyo. Ojalá Taiga estuviera ahí para abrazarlo.
Ojalá él no estuviera viendo todo eso. ¿Quién era el culpable de esa tortura?
Le di la espalda al joven Atsushi. Aunque nadie más lo viera, estarlo observando en ese estado hacía su corazón apretarse, rogando ser él quien ocasionara esas reacciones.
Cuando su mirada se enfocó a lo que tenía a la izquierda se encontró con un joven de cabellos azabache. Hablaba seriamente con un entrenador mientras que una mano sacaba de su short deportivo un caramelo en forma de fresa y lo sacaba de su envoltura para devorarlo.
—¿Shūzō?
A sus ojos regresaron las lágrimas que amenazaban con caer. Descubrió al pelirrojo echando miradas casuales a Nijimura mientras estiraba, así como lo hacía Atsushi minutos antes.
Escuchó su apellido salir de los labios de cierto pelirrojo que entrababa a los vestidores del gimnasio.
Como todos los días, llegó temprano al club para cambiarse y revisar los entrenamientos del día, así como las estrategias planteadas para el próximo partido de práctica. Teiko se tomaba muy en serio cada partido, aún si no fuera uno oficial. Jamás llegó a entender tanto el lema de la secundaria hasta que tomó la batuta de capitán al pasar el segundo año y el entrenador en jefe, Shirogane Kōzō, lo nombró su mano derecha.
Ahora, después de cambiarse a la ropa de entrenamiento, estaba repasando los documentos del día en busca de alguna sugerencia qué hacer hasta que llegó a las hojas de presentación de los nuevos alumnos donde Shirogane había escrito sus ejercicios individuales. Sus ojos se posaron en la hoja de Akashi Seijūrō un buen rato. Ese chico tenía demasiado potencial. Se dio cuenta de cuan estratégico era en los partidos de práctica internos y su aura era tan imponente que sería un buen capitán. Podía ser un buen reemplazo suyo cuando…
Entonces escuchó que lo llamaron y sus ojos se alzaron encontrándose al tan analizado Akashi.
—Ah, Akashi.
No eran exactamente mejores amigos, pero cruzaban palabras muy seguido entrenando. A veces Nijimura le preguntaba su opinión en algunas cosas y Akashi le contestaba respetuosamente, siempre atinando con sus comentarios. Parecía que también Shirogane estaba interesado en qué tanto podía evolucionar ese chico de primer año.
Akashi abrió su casillero, tomando su cambio de ropa. Él guardó los documentos en su maletín y se dirigió a su propio lugar, guardando todo. Miró de reojo a Akashi.
—También llegas temprano hoy.
—Tenemos un partido de práctica la próxima semana, solo quiero prepararme adecuadamente.
Cerró su casillero. Olvidó ese partido. ¿Cómo podía hacerlo si él también iría como líder del equipo de práctica? Anotó eso en la lista de por qué Akashi sería un buen capitán. Se lo diría a Shirogane cuando lo viera, aunque primero sugeriría que tomara la posición de vicecapitán en lo que la fecha llegara. Le sonrió al pelirrojo, quien no pareció notar aquello.
El saco de Akashi había dejado sus hombros. El pelirrojo abrió los ojos con algo de sorpresa al sentir un peso diferente, recordando de inmediato los caramelos que aquel chico le había dejado en su escritorio. Los tomó, eran tres de ellos que permanecían intactos. No le gustaba mucho la fresa, en realidad, era más de sabores fuertes y algo amargos como el chocolate, así que no se los había comido. Nijimura seguía parado a su lado, esperándolo para irse juntos al gimnasio. Sus ojos brillaron cuando le vio cruzado de brazos, con la mirada perdida en el techo.
Le atraía demasiado.
—Nijimura —el azabache volteó hacia él. Los dulces yacían en la palma del más chico, claramente ofreciéndoselos —, luce como alguien que le gusta la fresa, ¿gusta?
Shūzō los aceptó. Akashi sintió un escalofrío cuando la mano del superior toco la suya en busca del regalo, pero la mirada tranquila que le daba jamás desapareció. Él agradeció.
El pelirrojo fue rápidamente a cambiarse de ropa dentro de la regaderas. Era algo de Nijimura se preguntaba mucho, ¿por qué decidía hacerlo allá cuando todos los demás se cambiaban en los casilleros? Será por intimidad, suponía él, pero la duda seguía en su cabeza.
Abrió uno de los dulces y lo echó a su boca. No solo parecía una fresa, sabía demasiado a ella. Estaba rico, pero a su parecer era un sabor demasiado empalagoso. Mientras esperaba al chico agarró su celular y tecleó un mensaje.
«Tenemos partido de práctica la próxima semana. Te quiero ver ahí, no me hagas ir por ti, estés donde estés.»
Recibió una respuesta de inmediato.
«Cómo sea.»
«Ahorita te veo.» «Porque ya vienes en camino, ¿verdad?»
La vena en su frente apareció cuando ya no recibió ningún mensaje.
«¿Dónde carajos estás, Haizaki?»
̈́Acompañó al pelirrojo hasta el gimnasio. Shirogane y Sanada ya se encontraban ahí, algunos estudiantes de primero iban llegando directo a acomodar todo para la práctica. En el camino conversaba con Akashi sobre el próximo partido que tendrían. Irían ellos dos, Midorima Shintarō, Murasakibara Atsushi, Aomine Daiki y, su preocupación en ese momento, Haizaki Shōgo.
Ahí Akashi se enteró del nombre del chico que le regaló aquellos dulces, interceptándolo de inmediato una vez pisaron la cancha. Le agradecería aquel gesto después, primero sus actividades del día.
Nijimura se dirigió a los entrenadores, solicitando permiso para ir en búsqueda de aquel chico. Los adultos ya conocían la rutina de ambos, donde Nijimura lo buscaba y lo traía a los entrenamientos a cumplir sus responsabilidades, así que solo lo dejaron ser, después de todo ocupaban que practicara previo al partido.
Entonces Nijimura lo buscó por los lugares donde Haizaki solía estar en la escuela. Si no era coqueteando con chicas en la entrada estaba en la parte trasera de la escuela, rompiendo como un estúpido la regla de fumar. En este último lugar lo encontró.
Estaba recargado en la pared, con una mano en el bolsillo y otra en el cigarro, ensuciando la blanca pintura con sus zapatos sucios. En cuanto Haizaki notó la presencia del azabache sus ojos se abrieron en susto. Intentó correr, pero el mayor era más rápido.
—Haizaki —carraspeó. Tomó el cigarro de su mano y lo tiró al suelo, pisándolo de inmediato —, ¿qué te he dicho de fumar aquí?
Haizaki vio parte de sus yenes caer al piso. Como era menor de edad conseguir cigarros le costaba un montón de dinero, pero eso no le importaba al idiota de Nijimura. Intentó deshacerse del agarre de su muñeca, ocasionando que solo se hiciera más fuerte. Qué molesto.
—¿Entonces puedo fumar en cualquier lado? —cuestionó —, porque me agrada la idea de hacerlo cerca del gimnasio —otra vena se saltó en la frente de Nijimura.
—Agradecería que usaras el gimnasio para entrenar, que para eso te inscribiste.
Los puños se le estaban calentando. Su Haizaki decía una estupidez más tendría que recurrir a llevárselo a entrenar a base de golpes, que no sería la primera vez.
Los ojos ceniza recorrieron las facciones molestas del mayor. Estaba consciente de la suerte que tentaba en ese momento. Estaban solos, si Nijimura quería podía molerlo a golpes y nadie se enteraría que fue él. La primera vez que pasó intentó decir la verdad, que el intachable Nijimura Shūzō le había sacado la mierda a golpes cuando se saltó una semana consecutiva el entrenamiento, pero este solo contestó que cuando fue a buscarlo estaba a media pelea callejera, quitándose toda la culpa. Eran las consecuencias de tener una pésima reputación.
Un dolor fantasma apareció en su mejilla recordando ese día. Por hoy, tendría que jugar al estúpido básquet.
Entonces sus ojos se posicionaron en los rosados labios del chico y no pudo evitar seguirse burlando.
—¿Tú usas el gimnasio para cogerte a tu novia o por qué tienes labial?
Haizaki le vio relamerse los labios, pero no la tinta del supuesto labial desaparecer. Nijimura solo se quedó atento a la mirada del menor, que en vez de parecer estar burlando podía pasar por estarle comiendo la boca con los ojos, ese tipo le iba a volver loco. Una ceja se alzó, y aquella sonrisa que Haizaki temía apareció, le iba a pegar.
Cerró con fuerza sus ojos, esperando el duro y certero golpe llegar a su mejilla. Nunca llegó.
Un sabor a fresa se posó en sus resecos labios, humedeciéndolos por completo. Nijimura le estaba besando. No era un beso casto, digno del chico más listo del segundo año, era uno de los que a Haizaki le encantaba darles a las chicas antes de ignorarlas por completo.
La lengua del mayor se coló por su boca, depositando un extraño objeto irregular en el interior. Ah, ya entendía, no era labial de su novia, sino un caramelo de fresa el que pintó sus jugosos y deliciosos labios de ese color. Shūzō había tomado con una sola mano sus dos muñecas y las colocó por encima de su cabeza, usando la otra mano para atraerlo a su cuerpo desde la cadera.
Haizaki no se consideraba homosexual. De hecho, tuvo algunos encuentros con uno que otro hombre que, al igual que con las chicas, acabaron en un simple juegos para él. Dejarse llevar por la intensa lengua que le recorría todo el interior de su boca no sería más que otro juego, ¿verdad? Ese tipo era sexy, podría jugar con él un poco y así quitarse de encima los golpes por un tiempo. Sí, eso haría.
Una mordida en los labios de Nijimura apareció cuando la diestra se deslizó descaradamente dentro de la espalda baja del pelicenizo, acariciando peligrosamente la división de su trasero. Shōgo solía ser quien llevaba el control con los otros chicos, pero no le pareció incómodo darle, por ahora, las riendas al superior.
Antes de que Haizaki pensara siquiera en restregarse en el cuerpo del más alto, Nijimura se apartó y la mano que se coló en sus ropas la usó para limpiarse el hilo de saliva que conectaba sus bocas. Socarronamente rio, para desgracia del pelicenizo, contento con el lujurioso sonrojo y la mirada de insatisfacción frente a él.
—Fue un dulce de fresa.
Ya lo sabía, podía saborearlo en su propia boca. Nijimura no se lo acabó, aún quedaba un cubo de aquel caramelo macizo y se lo había pasado en ese beso. Si pudiera le borraría esa sonrisa victoriosa de sus dulces labios a base de golpes, pero al no tener oportunidad no le quedó de otra que verlo apartarse. El azabache retrocedió y sus muñecas fueron liberadas.
—Te quiero en el entrenamiento ya.
Dijo aquello, sin tener la decencia de mirarlo. Como si no le hubiera casi manoseado el trasero hace unos segundos. Maldijo por lo bajo cuando Nijimura se encaminó de vuelta al gimnasio, dejándolo solo con la camisa arrugada.
Tendría que irse a cambiar y aun así llegaría tarde.
—Jódete, Nijimura.
Gruñó, viendo la dura erección en sus pantalones.
̈́Ya conocía la mansión de los Akashi.
La primera vez que la visitó fue cuando llevaban dos meses de noviazgo. Le pidió quedarse a dormir con él ese fin de semana para que no gastara en viajar a Tokio. Era una petición tonta, Akashi era demasiado rico como para costearse unos boletos de tren o simplemente podía pedirle a su chofer hacer todo el viaje, pero Furihata sentía que esos detalles eran demasiado para un chico como él. Quería poner de su parte en esa relación, así sentía que la balanza no se desviaba a favor del otro.
Akashi cuestionó esa petición. No le molestaba llevar a su novio hasta su casa, es más, deseaba hacerlo y con ello presentarlo con su padre. Pero conocía al castaño y a su progenitor, no creía que Kōki estuviera preparado para un encuentro. Aun así, le hacía mucha ilusión, no insistió más ante el semblante determinado del chico.
Su plan se vio afectado cuando, un día antes de que Kōki llegara, su padre le mencionó que saldría a un viaje de negocios, imposibilitando que le presentara a su pareja. En un principio estuvo de mal humor, pero después pensó que eso haría sentir más cómodo a su pareja y podrían tener momentos a solas. Entonces despidió a su padre con mucho gusto.
Kōki veía asombrado la mansión. Le parecía hermosa y elegante. Aunque esperaba más decoración, la sencillez hacía resaltar más los lujos de la familia. Seijūrō le dio un recorrido rápido por el interior de la casa, como si no quisiera que estuviera dentro de ella más de lo necesario. Pero hizo mucho énfasis en el gran jardín, casi presentándole cada flor del lugar, la fuente, la piscina y la mesa de exterior. Claro que su novio tenía dinero, si incluso una cancha de baloncesto bien cuidada estaba dentro de sus terrenos. La verdad se sintió intimidado.
El único lugar que nunca conoció fue la oficina de Masaomi. Sabía en qué pasillo de la casa estaba, Akashi se lo dijo antes de seguir caminando. Había ignorado la puerta. Kōki tampoco quería preguntar, con saber que su suegro no estaba era lo suficiente para rezarle a buda cuando llegara a su casa. Sin embargo, en ese extraño lugar se encontraba atrás del escritorio de Akashi Masaomi.
Al igual que la mansión, la oficina de Akashi Masaomi era sencilla. El escritorio frente a un ventanal de cortinas blancas, a los costados de la ventana unas macetas con plantas decorativas y unos libreros llenos de documentos. Una gran alfombra roja se ubicaba en medio del salón, sosteniendo encima una mesa cafetera y un par de sofás; para recibir visitas.
Masaomi estaba a su derecha, sentado en la silla de cuero negro frente a una gran cantidad de documentos. Sabía que tenía como 40 años de edad, pero las canas de su castaña cabellera lo hacían ver mayor. Se asomó a ver su rostro, curioso, ya que solo lo conocía por fotos familiares de cuando Sei tenía 10 años. ¿Cómo sería actualmente?
Unos golpes en la puerta le interrumpieron. Masaomi, inmutable, dio acceso a la persona sin siquiera despegar su vista de la carpeta manila que sostenía. Kōki se encontró con el joven Akashi entrando a la oficina, portando aún el uniforme de Teiko.
—Buenas noches, padre —dio una reverencia frente a los sofás. No se había alejado mucho de la puerta —. ¿Me mandó a llamar?
Estaba serio. Miraba a su padre con firmeza, pero con sus ojos sumamente tristes. Kōki conocía de la difícil relación que tenía Sei con él. Kuroko les contó, desde antes de ser novios, que Akashi Masaomi era un hombre muy estricto y frío, superando con creces la personalidad del Emperador que le daba tanto miedo.
—A partir de mañana trabajaras en la empresa —ordenó. Akashi simplemente asintió. Era inevitable, terminaría tomando las riendas de la empresa familiar en unos años, para eso su padre lo había preparado prácticamente desde que nació —. Tendrás que dejar el club de baloncesto, tú atención estará en la escuela y en el trabajo.
Ahí fue que la mirada magenta se atrevió a reflejar algún sentimiento hacia el adulto. No, no dejaría el club. Masaomi leía el documento sin importarle que su hijo se enderezaba en su lugar, apretando sus puños con molestia.
—Participaré gustoso en las actividades laborales, padre — «Para eso me criaste» pensó —, pero no dejaré el deporte.
Finalmente alcanzó a ver qué era aquel documento que su suegro leía tanto, era un estado de cuenta del mes pasado, una vez lo dejó sobre el escritorio. Masaomi alzó la mirada a su hijo, inspeccionándolo. En sus orbes se notaba la determinación. El ambiente se quedó en silencio unos minutos antes de que el mayor hablara.
—Algunas juntas directivas se hacen a la hora del club, no te permitiré faltar a ninguna —también se enderezó en su asiento. El gesto de apoyar su barbilla sobre el dorsal de sus manos era de herencia.
—Será algo que nunca pasará —aclaró de inmediato Sei. Masaomi mantuvo la mirada unos segundos más antes de volver al estado de cuenta.
—A la primera falta te olvidas de básquet —sentenció. Akashi soltó el aire de su pecho, mas su entrecejo continuaba fruncido —. Te puedes retirar.
Akashi tomó la perilla de la puerta luego de brindar una reverencia. Furihata estaba muy seguro que si en su mano tenía un cuchillo podía usarlo para cortar el ambiente. Él también se apresuró a dejar el costado de Masaomi y se puso a la par del pequeño Sei.
—Seijūrō —su voz detuvo a ambos. El castaño sí se había atrevido a girar. Los ojos del Akashi mayor eran de un dorado tan brillante y su semblante lo hacía ver muy amenazador. Akashi permaneció dándole la espalda —. Eres mi hijo, no quiero imperfecciones.
—Sí, padre.
Abandonaron el estudio.
No se lo dijo directamente, pero sabía a qué se refería. Iba a poner todo su empeño y divertirse en aquel club antes de que su padre lo arruinara todo con su perfección.
Caminó en silencio, siendo observado por un castaño preocupado que no sabía ni qué pensar. A medio pasillo, entre dos ventanas abiertas que dejaban pasar el aire y movían las cortinas blancas, estaba un enorme cuadro pintado a mano. Un cuadro familiar que jamás vio en esa casa. Masaomi permanecía de pie, apoyaba su mano en una silla de terciopelo rojo y detalles dorados donde una hermosa mujer de cabellera roja y larga estaba sentada. En sus piernas un pequeño Akashi de no más de seis años sonería. Todos mirando en frente.
Akashi se detuvo ahí mismo, frente el hermoso cuadro, y lo miró con nostalgia y tristeza. No era muy tonto, sabía que era la mamá de Sei la hermosa mujer pálida pintada. Sei heredó la belleza de su madre.
La expresión de enojo desapareció tras ver el cuadro unos segundos y Kōki se calmó.
No dejaría que le arrebataran el básquet.
Momoi guardaba en su mochila los apuntes de historia. Una de sus compañeras de clase se los había pedido hacía dos días y se los regresaba justo a tiempo, mañana tenía clase. No los necesitaba, ella era buenísima en esa materia, por eso su compañera le pidió ver sus apuntes ya que estaba a punto de dar por perdida la materia; simplemente quería agregar unas notas más al capítulo del siguiente día, ya lo había estudiado, pero encontró algunos datos curiosos que merecía la pena mencionar. Era la única materia en la que se podía considerar la enfadosa de la clase, sin contar el básquet.
En la salida del salón ya la esperaba un moreno. Dai-chan iba por ella para caminar juntos a la práctica, como todos los días. Cuando recién entraron muchas de sus compañeras la bombardearon preguntándole si era su novio, a lo que ella con mucho disgusto aclaró el malentendido, consiguiendo después que babearan por él y le pidieran consejos para conquistarlo. Momoi se los daba, compadeciéndose de la pobre que tuviera que soportar al idiota de Aomine. Fue cuestión de tiempo para que la mayoría se rindiera y pudiera disfrutar de su intimidad como siempre.
—Dai-chan.
Le llamó, y juntos caminaron al club.
Momoi hablaba de temas varias. Que si la rubia extranjera sacó la mejor calificación en inglés o que si el guapo del salón ganó en todos los récords en educación física. Aomine hacía como si no le importaba la plática de la pelirrosa, pero Sakurai, quién seguía presente observándolos, sabía la atención que le ponía. Si le preguntaban al moreno sobre aquellos chicos sabría decir que la rubia era Yoshino Melissa, la tetona de padre japonés y madre americana, y Kisa Satō, el cara bonita de la clase 1-C; aunque una vez Momoi le preguntó si recordaba a alguno de ellos y él se hizo el loco.
A medida que se acercaban al club la cara de Aomine pasó de fingido aburrimiento a una sonrisa emocionada. Satsuki, como todos los días, notó el cambio. Su mejor amigo llevaba así desde varias semanas, las mismas que comenzó a pedirle que se fuera temprano y no se molestara en esperarlo. Jamás preguntó el por qué, aun si su madre le cuestionara dónde estaría Daiki para la cena de cada dos días en su casa. Sinceramente no sabía, pero su madre no indagó mucho y ella tampoco, hasta ahora.
El brillo en sus azules eléctricos se daba a notar con cada paso al igual que el silbido que Aomine hacía inconscientemente cuando estaba feliz.
—Últimamente luces muy animado.
El silbido se detuvo y Aomine volteó a verla antes de reír. A Momoi le gustaba verlo así, y a Sakurai le encantaba la faceta expresiva de su moreno novio.
—Sí, un poco. Conocí a un tipo que adora el básquet —confesó. Recordó la noche que se topó a Kuroko en el tercer gimnasio y sus mejillas se tintaron levemente de rosa —, quizá más que yo.
Y Momoi, incrédula ante el enrojecimiento de su amigo, sonrió. Para Aomine era fácil hacer amigos si se trataba de baloncesto, pero ninguno sacó de él ese tipo de expresiones. Entonces le cuadraban todos los días que se quedaba hasta tarde y la necesidad de llegar temprano a los entrenamiento, era para verse con aquel chico y jugar.
—Vaya…
El castaño entendió de inmediato que se refería a Kuroko, pero no se sintió celoso, Kuroko le agradaba muchísimo.
El entrenamiento duró mucho, hicieron ejercicios de más y encuentros innecesarios. O eso pensaba Aomine, quién sintió pasar el tiempo lento y solo quería acabar para irse corriendo al tercer gimnasio y encontrarse con Kuroko.
Llevaba así días, donde la necesitad de ver a su nuevo amigo lo mataba por dentro. Al principio no era así, jugaba con él y le daba consejos de cómo podría mejorar para terminar pasando un tiempo agradable, pero de unos días acá le emocionaba verse con el más bajo. El solo pensar que lo vería en la tarde hacía latir su corazón. ¿Qué podrían hacer ahora? ¿Practicar tiros, pases o bloqueos? Cualquiera estaba bien, siempre que fuera con él.
El entrenamiento pasó más lento, le tocaba el aseo de la cancha. Aunque él era rápido, unas simples mopas no lo harían llegar tarde al encuentro con Kuroko, sin importarle que nunca hayan acordado un horario oficial. Fue el primero en acabar su parte del aseo, sorprendiendo a todos incluida su mejor amigo, de la que se despidió con un «Discúlpame con tu mamá hoy también» antes de irse corriendo a su encuentro. Momoi solo suspiró, pero hoy no le reclamó, al menos esa noche ya tenía excusa que darle a su madre.
Kuroko ya estaba practicando tiros cuando llegó. El tercer grupo solía acabar más temprano así que el aseo estaba hecho, solo iban a tener que limpiar por encima antes de cerrar. Sakurai vio a Aomine entrar corriendo y saludar a Kuroko, su poca presencia ya no le hacía efecto.
—¡Tetsu!
Los celestes le miraron. Era increíble que ese niño fuera tan inexpresivo con el rostro y que sus ojos hablaran más que su boca, brillaron ilusionados al encontrarse con los de Aomine; resplandecían igual o incluso más.
El blanco pecho de Kuroko subía y baja con dificultad. Las gruesas gotas de sudor caían a chorros por su frente, humedeciendo su cabello por completo. No llevaba solo unos minutos calentando, el temblar de sus piernas denotaba el sobreesfuerzo. Eso no evito que Kuroko le lanzara, con algo de problemas, el balón a Aomine.
—Aomine-kun, bienvenido.
—Oi, ¿estás bien? —recibió el balón en sus manos. Sin pensarlo mucho, qué era lo normal en Aomine, se acercó al pequeño fantasma con preocupación. Al tenerlo más se dio cuenta de lo mojada que estaba su camisa.
—Sí.
Kuroko humedeció sus labios con su propia saliva, estaban tan resecos que era obvio la falta de agua en aquel cuerpo. ¿Y cómo no? Si todo el líquido que tenía Kuroko se regaba por su frente y pecho. Si se quedaba quieto el sudor se mantenía en sus clavículas. Aomine se encontró viendo la piel desnuda del contrario, la agitada respiración y esas rosas mejillas por el calor…
Tosió. ¿En qué estaba pensando?
—Descansa un poco, ¿quieres? Se nota a kilómetros que estás en tu límite.
—No puedo —le contestó Kuroko, intentando tomar el balón de las morenas manos, fallando cuando el más alto llevó al cielo el objeto. Kuroko ni podía saltar bien para alcanzar la pelota, ¿por qué insistía? —, mañana son las evaluaciones para subir de grupo.
La evaluaciones las realizaban a todos los estudiantes a excepción de los titulares. Su objetivo era analizar el potencial de cada jugador y determinar en qué grupo estaría entrenando. La única que recibió él fue al inicio del club, llegando rápidamente al grupo. Poco después fue nombrado titular, si oía algo de dicha evaluación era por los otros compañeros de equipo. Gracias a esto algunos chicos subieron del grupo más bajo al más alto, otros hacían la estupidez de quedarse en el grupo más cómodo para no sacar todo su potencial. Esos chicos no le agradaban a Aomine.
Con una mano detuvo a Kuroko en la cabeza de seguir saltando. Ahora entendía porque se encontraba así, a punto de vomitar del esfuerzo. Habría dado todo de sí en la práctica normal y, antes de que llegara, siguió jugando arduamente, preparándose para la evaluación del día siguiente. Tetsu amaba el básquet.
—Eso no significa que puedas ponerte en riesgo —si Momoi lo escuchara… Menos mal solo estaba ellos dos. Bueno, Sakurai los veía desde otro plano, enternecido por la preocupación del moreno. Kuroko intentó decir algo más antes de ponerse pálido —O-Oi… —tapó con la mano su boca y respiró hondo un par de veces, bajo la atenta mirada del Aomine. Estaba a punto de llamar una ambulancia, ojalá su teléfono tuviera saldo.
—E-Estoy bien —dijo, una vez la piel volvió a tomar su tono habitual de color. Sus ojos llorosos le vieron, vencidos —. Tienes razón, Aomine-kun, descansemos un poco.
Suspiró aliviado y acompañó a su amigo hasta las bancas. Sorprendentemente Sakurai no tuvo que moverse de donde estaba sentado, ahora observaría la escena a su costado.
Aomine sacó de su bolsa una botella de agua y se la ofreció al más chico. Aunque estuviera a punto de vomitar debía hidratarse. ¿O era por eso que tenía que tomar agua? No sabía, no era médico, pero el agua era importante. Kuroko la aceptó y tomó de ella.
Un chorro del líquido transparente le corrió por la barbilla, fusionándose con el sudor que bajaba de su cien por su cuello y caía en sus clavículas. Ahí estaba, otra vez, perdiéndose en la piel porcelana de su amigo. Una intensa necesidad de lamer le llegó, provocándole nuevamente sed. ¿Estaría salado por el sudor u otro sabor abarcaría sus labios?
—Aomine-san… —el castaño, desde su lugar, tenía en frente a un Aomine que él, en momentos de intimidad, había conocido muchas veces. Sus ojos se afilaron y los labios se apretaron con fuerza, si llegaba a moverse lo haría con sigilo, como una pantera analizando su presa—, un poco más y…
No logró decirlo sin que la cara le ardiera.
Kuroko era ajeno a la intensa mirada que recibía del moreno, así como dicho moreno sería incapaz de percibir los aquellas dos cenas cortadas que se fruncían en molestia.
Kagami también estaba sentado en las bancas de aquel gimnasio, solo que a diferencia de Sakurai él estaba unos asientos más arriba. Seguía viendo a Aomine, pero también tenía bajo su radar al pequeño Kuroko. Hasta ese punto se dedicó a estar presenten en todos los entrenamientos fuera de horario del chico fantasma. Agradecía que los chicos de Seirin no estuvieran presentes en ese tipo de ilusión o sueño y que no pudieran verle aquella mirada de orgullo. Se sentía así, puesto que él más que nadie entendía lo mucho que se esforzó su pareja por ser quién era ahora, y verlo hacerlo desde la secundaria le llenaba el pecho de una sensación cálida.
Pero Kiyoshi no debía enterarse de eso.
La inclusión de Aomine a esos entrenamientos sí le movió algo, no iba a mentir. Sabía a qué se acercaba, a la unión de vínculos entre su sombra y la primera luz; pero, sinceramente, no se sentía listo para ello. ¿Qué iba a hacer? No podía irse, aunque quisiera.
Así que ahí estaba, con mano sosteniendo su mentón y las cejas fruncidas viendo aburrido el entrenamiento de esa noche, hasta que se abrió la puerta y Aomine entró corriendo al interior. Le vio preocuparse por el sobreesfuerzo del más chico y hasta casi llevarlo en los brazos a las bancas, o eso a su percepción.
Kuroko muchas veces le ha dicho que es un idiota. Y, bueno, muchas de esas veces lo era. Pero cuando esa no fue una de ellas.
Hasta un descerebrado como Kise se daría cuenta de cómo el moreno miraba a Kuroko. Por eso estaba al acecho, esperando el momento para lanzarse a golpes hacia él si e atrevía a ponerle una mano encima a Kuroko.
—Cómo si pudiera.
Lo había intentado un par de veces en el transcurso de esa aventura. Si intentaba tocar a alguna persona su mano se iba de largo, volviéndose transparente y atravesando la materia. Primero se asustó, pensó que ya estaba muerto, pero después se resignó a ser un espectador. Extrañamente su trasero se sostenía en la banca, pero deba igual, mientras pudiera sentarse un poco estaba bien. La idea de agarrarse a golpes con un menor de edad, quedaría fuera de su lista por el momento. Más bien para siempre.
—¿Qué pasa, Aomine-kun? —la pregunta hizo saltar y enrojecer al mencionado. Él creyó que no se daba cuenta de que lo veía, de hecho, ni él mismo notó en qué momento se perdió en la porcelana piel de su acompañante. Pero Kuroko sí —Has estado viéndome así desde que llegaste.
—Yo… —se vio arrinconado. ¿También notó lo de hace rato? Le estaba poniendo muy nervioso. Kagami, por su parte, tenía la carcajada atorada en la garganta —, solo pensaba en lo mucho que te esfuerzas.
«Buena esquivada», pensó Kagami. Conocía a su chico, sabía que Kuroko no se tragó esa excusa por completo, aunque era la verdad a medias. Aomine estaba realmente sorprendido del empeño que le ponía en los entrenamientos y fuera de ellos, y cuando Kuroko sonrió con un deje de tristeza se preguntó si había dicho algo mal.
—Gracias, espero sea suficiente para mañana.
El corazón de ambos chicos se apretó. El de Aomine por la poca fe en sí mismo que demostraba Kuroko, él apostaría una muerte asegurando que subirían de grupo a su amigo. El de Kagami, bueno, conocía a palabras la historia y estaba consciente de qué era lo que se aproximaba.
—¡Verás que sí! Mañana serás parte del grupo dos y le demostrarás a todos de lo que estás hecho —la zurda morena revolvió los celestes cabellos, más seguro de que Momoi era talla E —Por eso entreno contigo, porque lo vales.
Ahora era turno de Kuroko de ponerse rojo. No tanto como lo hizo Aomine hace unos segundos, pero sí lo suficiente para que el otro lo notara. Era un sonrojo leve, abarcando solo la parte superior de los pómulos, cerca del ojo; pero en su blanca piel se notaba a montones. Alejó la mano apenado y cubrió su propio rostro buscando ocultar lo mucho que le gustó ver esa expresión.
Tetsuya se sintió apoyado e ilusionado. Esas palabras de aliento le dieron la fuerza suficiente para continuar el entrenamiento y encuentro amistoso con Aomine. Colocó la botella de agua en la mochila del moreno y brincó de la banca, tomando enseguida el balón.
—Vas lento, Aomine-kun.
Ofendido, Daiki dejó atrás la pena y se alzó en búsqueda de arrebatarle la pelota. Sería todo, menos lento.
Eran un idiota enamorado a ojos de Sakurai.
—Pues dile a Daiki-kun que no me importa.
Fue lo último que dijo su madre esa noche antes de por fin tener una cena tranquila gracias a su padre, quien la terminó de tranquilizar, supuestamente. Se enojó mucho cuando Momoi, emocionada con el hecho de tener un por qué a las ausencias del moreno, comentó alegremente que ya no era la única amiga de Aomine y que su frío y negro corazón se abrió a más gente. La señora Momoi, por supuesto, echó humo diciendo que, aunque estuviera bien, ellos siempre lo han visto como un segundo hijo y no le permitirían faltar una noche más. Prometió hacérselo saber y su padre, como un gran controlador de pelirrosas, zanjó el tema a con acaramelados besos a su esposa.
La interceptaría después para dejarle claro que ya no tenía armas en contra de la furia de su madre si Aomine volvía a faltar, que se lo encargaba. Pobrecito de su padre.
Tomó su baño nocturno y se dirigió a su habitación con la intención de repasar los análisis de los partidos anteriores en los que la escuela que enfrentarían la próxima semana participaba. No por que alguien se lo haya encargado, simplemente le gustaba mucho hacerlo y ayudar al idiota de su amigo.
Solo alcanzó a retirar la silla cuando el timbre de su hogar sonó por la casa.
—¿Quién será a estas horas?
Susurró para sí, volteando a ver el reloj de mesa en su escritorio. Eran poco más de las 9 de la noche, solo los vagos estaban fuera tan tarde. Bufó, antes de salir a su habitación.
En el pasillo se encontró a su padre. Los entrecerrados ojos delataban que apenas había alcanzado el sueño.
—Yo voy, papá —el hombre asintió adormilado.
—Cualquier cosa me hablas, amor.
Era un hombre muy preocupón, pero, ¿qué más daba? Ella como toda una princesa se lo merecía. Le despidió con un beso en la mejilla y lo mandó a dormir. Susurró algo como «Estaré despierto por si las dudas», pero Momoi sabía que no sería así. Caería en sueños nomás tocara la cama.
Bajó las escaleras e hizo uso de la mirilla para asegurarse de que no era un ladrón, o peor, un chacal. ¿No debería ser al revés? Aun así, lo que se halló en frente era peor.
Abrió la puerta.
—¿¡Dai-chan!?
Aomine estaba frente a su puerta. Momoi no lograba entender qué era peor, si Daiki aún usaba la ropa deportiva pese a la hora o que la cara la tuviera casi morada.
—¿Qué pasó? ¿Qué haces aquí?
Daiki intentaba regular su respiración. Había corrido de la secundaria hasta la casa de Momoi sin siquiera importarle que su mochila se quedó en su casillero y trajera consigo únicamente la bolsa deportiva y una botella de agua vacía. Satsuki le tomó por el brazo, haciéndole pasar a la sala de estar y sentándolo en el sofá, aunque le dejaría una marca de sudor después.
Fue a la cocina por un vaso de agua y se lo extendió al moreno, acabándoselo por completo de un solo trago.
—Dai-chan, ¿le hablo a una ambulancia? —el celular yacía en sus manos, solo ocupaba que le dijeran que sí —Pareces un betabel.
¿Por qué le veía con esa cara de asco? Maldita Satsuki.
Respiró profundo. Una vez. Una más. Bueno, quizá una tercera. Momoi le veía incómoda, no sabía qué hacer.
Su amigo entonces se enderezó de golpe, apretó los labios y soltó una cuarta vez el aire en su pecho antes de hincarse frente a chica. Momoi vio aterrada como ponía la mano en su desnuda rodilla y le miraba con esos ojos a punto de llorar, pero con el sonrojo más intenso que antes.
Que no bajara su papá que Dai-chan no entraba más a la casa.
—D-Dai-chan…
—Satsuki, creo que estoy enamorado.
Cristo bendito.
¡Buenas madrugadas!–para mí (?)–
Esta vez decidí hacer más largo el capítulo y cambiar la narrativa. Creo que ya todos entendimos que los chicos estaban observando todo, siempre y cuando se mencionen en algún momento. Habrá ocasiones en que ninguno estará observando las cosas y serán narraciones para dar más contexto. Me parece bien esta nueva narrativa.
¿Qué piensan de la historia? Me gustaría mucho saber sus opiniones y sus reacciones. Este fic se basa mucho en mis HC personales y como veo yo que pasaron las cosas en Teiko. Estoy tratando mucho de no salirme del canon, recurro siempre a mis mangas y a la Wikia para ver si no me equivoco en algo.
Otro punto es que no todo está narrado de manera cronológica entre milagros. O sea, en un milagro todo irá lineal, pero si comparamos entre morros no lo estará. Por ejemplo, Akashi está a punto de ser nombra Vicecapitán, pero para la historia de Kuroko ya lo es, y si se dan cuenta las historia individuales van cronológicamente. Espero darme a entender. xd
¡Espero que hayan disfrutado mucho el capítulo!
