El sol estaba a su máximo. Los intensos rayos del sol cubrían a los alumnos que no tomaron una curricular mientras caminaban a la salida, emocionados por el fin de semana que se avecinaba.

Nijimura suspiró, tratando de no hacer demasiado ruido. Hace tiempo que no salía a una actividad recreativa con amigos, sus únicas salidas eran a partidos de práctica con sus compañeros de Teiko. Atesoraba esos momentos, pero no era lo mismo. No se reprochaba, su padre era prioridad. Y, cómo todos los fines de semana, se la pasaría encerrado en el hospital.

—Es una buena idea, Shūzō, ¿pero estás seguro que no te arrepentirás? —Shirogane extendió los papeles al otro lado del escritorio.

Asintió. Ese día llegó más temprano para alcanzar al entrenador Shirogane en su oficina. El día anterior llegó a la conclusión de nombrar a Akashi capitán y se lo comentó, ofreciendo que pasara por vicecapitán para no darle el puesto tan bruscamente y aprovechar sus últimos días jugando. Shirogane había aceptado sin mucho reclamo, después de todo él también tenía sus ojos puestos en el potencial del pelirrojo, pero no dejaba de estar preocupado por la situación de la familia Nijimura.

Se acercó al escritorio y leyó los papeles que el mayor le había extendido. En ellos se leía como título Petición de nombramiento y en negritas del puesto de vicecapitán y el nombre de Akashi. Hasta abajo del papel se hacía notar el sello y la firma del entrenador, algunas líneas en blanco para otras personas y la suya, donde puso su nombre.

—Akashi está más que capacitado para serlo, señor, solo retrasamos lo inevitable.

—Tienes razón —Shirogane guardó los documentos en un sobre manila. A Nijimura no le gustaba esa mirada de lástima que le daban las personas cuando se enteraban de su situación, pero con él era diferente. Consideraba a Shirogane como un tío, al ser cercano a su padre —. Solo digo que me pesa mucho tu renuncia, pero considerando las circunstancias lo mínimo que puedo hacer es apoyarte.

—Gracias.

A él también le pesaba dejar el equipo después de lo mucho que insistió el entrenador para que se uniera. Le mantuvo la mirada unos segundos y después ambos la desviaron a la puerta de la sala de profesores, alguien la estaba tocando.


Seguía al pelirrojo de cerca, tan de cerca que aun estando más joven lograba darse cuenta de la gran cantidad de estrés que llevaba encima.

Acababa de estar presente la conversación más tensa, mas no la primera ni la última, que ha tenido con su padre, dejándolo temblando a ratos y pensando en cómo con unas solas palabras logró poner el peso del mundo en los hombros de un niño de trece años. Él era muy emocional, su hermano se lo decía todo el tiempo, pero eso no significaba que Akashi estaría pasándola mejor. Lo veía ahí, con los hombros tensos y la quijada apretada, tal y como lo conoció en esa Winter Cup. Se aterrorizó unos segundos al pensarlo.

Pero dentro de sus opciones solo estaba el seguirlo. En ese extraño lugar apoyarlo sería un intento en vano.

Caminaban por el vacío pasillo que daba a la sala de profesores, la tarde caía poco a poco y los alumnos se aproximaban con el paso del tiempo a sus casa o clubes. Sei tocó la puerta en cuanto la tuvo en frente y él esperó a que el permiso fuera otorgado. A penas la voz mayor se oyó, Akashi tomó la perilla y avanzó al interior de la habitación.

—Oh, Akashi. Lamento mucho llamarte de repente.

Era el mismo entrenador que Furihata había visto en varios de los entrenamientos del ese pelirrojo y quién, también permaneció observador en la selección de grupos al inicio del año. Se le hacía muy similar, pensó haberlo visto anteriormente, pero no recordaba dónde.

A su lado estaba Nijimura, ocasionándole un gran disgusto.

—No es molestia alguna, Shirogane-san.

—Verás… —comenzó el mayor, dejando su silla y recargándose en el escritorio sin dejar de mirar a Akashi —Seguramente estás enterado de qué aún no se ha nombrado a un vicecapitán —los hombros de Akashi llegaron a tensarse más, suponía a dónde se desviaría la conversación —. Te he estado observando y creo que serías adecuado para el puesto.

Los papeles se volvieron hacia él y una vez los tuvo en sus manos los leyó, dos veces. Era un nombramiento para el puesto de vicecapitán a su nombre, ya firmado por ambas personas en la sala.

La conversación del día anterior con su padre seguía dando vueltas en su mente. Masaomi solo le pidió no dejar de lado sus estudios y la compañía para centrarse un club curricular, pero entre líneas dejó en claro que debía demostrarle que podía con eso y más. Akashi se sentía amenazado, sentía que su preciado deporte estaba siendo acechado por leones satisfechos en búsqueda de más alimento. Él sabía que podía, por supuesto que sí, pero demostraría lo suficiente para que su padre pensara que el básquet no era algo a qué sacarle provecho.

Tomó aire y alzó su mirada hacia Shirogane dispuesto a declinar la oferta, pero antes de que pudiera decir algo Nijimura se le colocó en frente. Se vio perdido en los ojos negros del otro.

—Serás un gran apoyo para nosotros, Akashi —le dijo aquél, con esa sonrisa que al mencionado le gustaba mucho ver. Le hablaba en un tono muy tranquilo y dulce, a comparación de otras personas que le hablaban con respeto y atemorizadas. Le extendió la mano y recordó esos caramelos de fresa —. Pasaremos mucho tiempo juntos, así que esforcémonos.

Y Furihata quería vomitar.

Miraba a Akashi aceptar el puesto y la mano del otro en un apretón que le ocasionó la misma corriente que la vez pasada, y el castaño solo podía pensar si aquel comentario tan bien estructurado fue hecho de forma consciente. Mientras que la plateada pluma del profesor Shirogane escribía sobre el papel el nombre del joven Akashi, Kōki vio con enojo al azabache a su costado. Sonreía casi aliviado, ¿se imaginaba que Sei se negaría? Debía ser así, sino no hubiera dicho ese comentario que parecía tener otro objetivo.

Shirogane le explicaba al nuevo vicecapitán los temas a tratar en adelante, mientras que en otra carpeta le colocaba los documentos necesarios que debía leer como las reglas y normativas del club de baloncesto. Nijimura se había escapado nuevamente a la ventana después de darle unas palmadas en la espalda al pelirrojo, las que hicieron arrugar la frente de Furihata.

Liderar era algo innato en su pareja, y sobre todo en el básquet, por eso no entendía por qué a pesar de amar ese deporte se veía increíblemente incomodo escuchando el discurso del entrenador. ¿Tenía algo que ver con su padre? Y de ser así, ¿por qué aceptó entonces? Desvió la mirada al azabache en el fondo, perdido en el mar de alumnos que seguían su camino a casa.

—Es por ti.

Carraspeó Kōki, acercándose a él para inspeccionarlo más de cerca. Era por Nijimura, porque Akashi estaba perdidamente enamorado de su capitán y él lo sabía, desde que vio aquella foto en el perfil de Kise. Esa estúpida foto dónde Sei sonreía tan intensamente como lo hacía con él, pero a su costado estaba Nijimura abrazándolo por los hombros.

¿Y qué le hacía pensar que no sería por él?

Desvió la mirada a la ventana y pensó que él sería mejor para alguien tan fino como Akashi Seijūrō.

—Tsk.

La lengua del azabache chasqueó en molestia, al igual que se deformó su rostro que aun contemplaba la ventana. Furihata salió de sus inseguridades e imitó el recorrido de aquellos molestos ojos, encontrándose con un alumno de cabello gris que coqueteaba a salidas de la secundaria con una sonrojada chica rubia.

¿No era ese Haizaki Shōgo? Ese tipo que lastimó a Kise en la Winter Cup. Seguramente se estaba saltando el entrenamiento, seguía con el uniforme puesto.

Al mismo tiempo que se giraba a Akashi y se quitaba de encima a Nijimura el lugar pasó de la sala de maestros al poblado gimnasio del grupo 1. La cancha ya estaba preparada y algunos estudiantes ya estaban haciendo calentamientos. Entre ellos los crecientes milagros.

Ya puerta principal se oyó y de ellas salió Shirogane con Nijimura y Akashi de fondo. Hizo llamar a todos los presentes y los reunió alrededor, presentando a Akashi como el nuevo vicecapitán.

Los murmullos no tardaron en llegar, especialmente de aquellos chicos de segundo año llenos de envidia. ¿Por qué ese tipo de primero? ¿Qué tiene de especial? decían, pero un molesto Furihata resoplaba, ellos no tenían idea del monstruo que era Sei.


—A partir de hoy, Akashi Seijūrō será el nuevo vicecapitán.

Realmente Murasakibara había oído el nombre del pelirrojo seguido de la palabra vicecapitán y para su cerebro fue suficiente trámite obligatorio por hacerlo.

Desde que llegó al entrenamiento de ese día sus ojos buscaron al más bajo durante toda la preparación. En su bolsillo guardaba celosamente una bolsa llena de caramelos de fresa que le habían sobrado de la compra de ese día, y como a Aka-chin le habían gustado mucho decidió dárselos. Pero para su desgracia no llegó temprano, sino con el entrenador y el capitán Nijimura.

Entendió algo de que fue nombrado vicecapitán. Akashi se veía feliz, así que él también lo estaba. Era aburrido escuchar al entrenador dar las indicaciones del día, pero agradeció cuando Nijimura lo alejó unos minutos y aprovechó para acercarse al pelirrojo.

—Aka-chin, felicidades —los ojos rojizos le miraron sacar la bolsa de caramelos y ser ofrecida.

—Oh, Murasakibara. ¿Son para mí? —el otro asintió. La bolsa fue recibida con gentileza y cuando Akashi vio que eran otra vez esos caramelos que a Nijimura le habían encantado se emocionó. Podría darle algunos otra vez —Gracias.

Algo le incomodaba a Himuro. Podría estar dando las últimas patadas de ahogado en esa situación, pero su instinto le decía otra cosa. Akashi recibió esos dulces en el salón de clases sin tomar uno y cuando Murasakibara le preguntaba si le gustaban Nijimura estaba en el fondo comiéndose uno. Quizá estaba haciéndose ideas extrañas, después de todo eran dulces que podían comprarse en cualquier tienda, pero haciendo memoria jamás vio al pelirrojo comer algo tan dulce como eso. Él era más de café, amargo, ácido. ¿Entonces?

Se estaba haciendo ideas, era seguro.

—¿Otra vez te sobraron algunos? —preguntó Akashi, guardando el regalo en su bolsa deportiva.

—Sí.

Era un mentiroso. Tan mentiroso como él, qué seguía buscando excusas para no decláresele, pero no era el tema. Akashi le sonrió una última vez antes de empezar a calentar.

Murasakibara era un tipo agradable sus ojos. Aunque se quejara algunas veces terminaba obedeciendo las órdenes de sus superiores, jugaba demasiado bien y ayudaba a los demás si tenían algún problema. A Akashi le agradaba, con sus últimas interacciones sentía que era como un hermano menor y para él, siendo hijo único, le gustaba la idea.

No había hecho muchos amigos, si acaso Midorima con quien empezó a jugar partidos de shōgi y fila al estar en el mismo salón de clases. Poco a poco se hacía se amistades que no quería perder.


El entrenamiento transcurrió de manera normal pese al nombramiento de Akashi como vicecapitán. Aun teniendo esa posición no se libraba de los entrenamientos habituales, aunque seguía desapareciendo entre descansos para irse con Nijimura y el entrenador Shirogane a platicar sobre el club, solo que ahora se sentía más cómodo dando sus opiniones y, siendo apoyado por el azabache, empezaba a mostrar más autoridad.

Parecía que Shirogane aceptaba todas sus propuestas sin chistar, en la expectativa de ver las mejoras que incluiría Akashi en el equipo, pero cuando Nijimura hablaba lo notaba triste. Casi con nostalgia. Era extraño, pero tampoco me dio mucha importancia.

Al final de la jornada se quedó junto con otros chicos de primero a la limpieza del gimnasio como lo indicaba en el rol. Mientras limpiaba y acomodaba los balones en el carrito de metal se escuchó a alguien correr entre los calmados pasos de sus compañeros. Con solo escuchar algunos suspiros y murmullos exclamando su belleza entendió de quién se trataba.

—Momoi.

Ella corría desde la entrada hasta él, dando todo un show visual a los más enfermos y descarados de sus compañeros que no despegaban su vista de aquella sudadera cian. Él también era un hombre, pero no era tan imprudente como los animales de sus compañeros. Además, tampoco es como si le interesaba tanto la chica que respiraba agitada frente a él, tratando te recuperar su respiración habitual apoyada de rodillas.

—¿Estás bien? —preguntó, echando una mirada a los enfermos sonrojados que con solo sentir su mirada regresaron a sus actividades. Menos mal que Momoi no se dio cuenta de aquello.

—Sí —tartamudeó Momoi. Unos segundos después ya era la misma chica de siempre.

—¿Te puedo ayudar en algo? —una pelota más cayó en la celda metálica, terminando así parte de su tarea.

—Quería felicitarte por ser nombrado vicecapitán —comenzó Momoi. Akashi agradeció con un asentimiento —. A partir de hoy trabajaremos juntos mucho tiempo, así que pensé en darte mi número de teléfono para que me ubiques fácilmente —le extendió un pedazo de papel con su número y nombre anotados el cual recibió.

Momoi Satsuki era parte del grupo de chicas que apoyaban al club con las actividades administrativas y de limpieza. Había ocasiones en que la veía platicando seriamente con Aomine, como en aquel partido de práctica que tuvieron hace tiempo, donde después de que Momoi le indicara algunos puntos el moreno había mejorado drásticamente su estrategia individual.

Echó un vistazo al rostro de la chica. Además de estar sonrojado por el esfuerzo de correr, no se le notaba para nada sorprendida ante su nombramiento como todos los demás.

—Momoi, quizá esté equivocado, pero no estás sorprendida por esto, ¿verdad? —primero le vio sorprendida, después sonrió orgullosa, llevando su índice a sus labios y haciendo una falsa expresión de duda.

—Quién sabe… A lo mejor mi intuición de mujer me dijo que lo serías tarde o temprano —rio.

En parte era por eso. Sus ojos veían a Akashi como alguien digno para liderar un equipo, si no era en segundo sería en tercero, aunque tenía la intuición de que podría ser en cualquier momento después de la plática que tuvo con sus amigas en el pasillo, donde Micchan pensó equivocadamente que Akashi ya era el capitán.

El pelirrojo sonrió levemente y analizó la tarjeta. No había sido hasta que la tenía ahí enfrente que se percató qué podría serle de mucha ayuda. ¿Sería ella el cambio que estaba buscando y el que le mencionó a Midorima? No, él quería un sexto hombre, uno al cuál usar para cambiar el ritmo del juego. Pero Momoi estaba ahí, dándole la sensación que ella también era un punto clave para el cambio que quería y empezaba a formular en su mente.

Guardó la tarjeta en su bolsillo.

—Agradezco tu disposición, Momoi.

—De nada, Akashi-kun.

Observó a Momoi irse. Comenzó a empujar la celda llena de pelotas hasta el almacén. Siguió pensando cuáles habilidades podía hacerse con la implementación de Momoi en el grupo 1, dependiendo de ellas nombrarla como manager oficial sería una buena idea.

También sería buena idea preguntarle por qué Aomine no asistió al entrenamiento de ese día. Ni el del día anterior.

Se detuvo un momento. ¿Hace cuánto no asistía?


La jornada escolar terminó en la clase de biología, su favorita. Guardó sus libros y cuadernos en su mochila. Sus ojos cayeron en el tablero de shōgi que guardaba con recelo en su escritorio desde hace días, rogando ser usado en siquiera una partida.

—¿Debería dejar el shōgi en mi casa?

Desde el nombramiento de Akashi como vicecapitán su tiempo juntos había disminuido. No es como si Midorima quisiera pasar tiempo con él, solo disfrutaba de las partidas previas a los entrenamientos ya que le ayudaban a despejar su mente. Pero desde aquel día el tablero se quedaba juntando polvo en su escritorio porque el pelirrojo asistía temprano al club.

—¿Por qué lo harías? —preguntó Akashi, guardando sus propios libros.

Por supuesto que ahí, presenciando esa escena, estaba Takao Kazunari. Sentando en un escritorio adyacente a la línea de los menores se discutía entre reír por los notables celos del su Shin-chan o enojarse por la simple vista de aquel cabello rojizo.

—No lo hemos usado en bastante tiempo —replicó.

—Podemos usarlo después —respondió tranquilo.

—¿No tendrás reuniones con Nijimura después?

Seijūrō alzó la vista, pero no encontró más que el verdoso cabello del contrario, Midorima no se había levantado de su asiento todavía. Sonaba molesto.

—Claro que tendré reuniones con Nijimura —dijo él, sonriendo ante la mención de ese nombre. Sonrisa que Midorima no pudo ver, pero Takao sí —, pero se harán poco frecuentes con el paso del tiempo, hasta que me ponga al día con todo.

Quiso preguntar cuánto durará todo eso, ¿cuántos días más tendría que esperar para pasar tiempo con él? Lo consideraba un buen amigo, y los amigos pasaban tiempo juntos, ¿verdad? Por eso le molestaba que pasara tiempo con Nijimura y no con él. Sin embargo, solo se levantó de su lugar y empezó a andar junto con Akashi hacia el gimnasio.

Takao se preguntaba si la relación de Shin-chan con el loco emperador siempre había sido así, de conversaciones cortas y silencios cómodos, como lo había estado viendo desde que llegó ahí. Al menos con él Midorima tenía de qué hablar, o era que no se callaba y Shin-chan solo asentía a todo lo que decía, proporcionando comentarios recalcando su poco inteligencia de los cuales hacía caso omiso. Midorima era muy especial.

Siguiéndolos por detrás notaba lo incomodo que era ese silencio por parte de la versión joven de su novio. Se le notaba molesto, celoso diría él, de la poca atención que le ponía el pequeño Akashi.

—Últimamente pasas mucho tiempo con él —habló Midorima después de un rato. Takao le vio subir nervioso, otra vez, sus lentes —, ¿no es molesto?

—¿Te parece molesto? —cuestionó Akashi, echándole una mirada al más alto quien seguía sin dignarse a verlo desde que abandonaron el salón. Midorima lo pensó un poco.

—No —suspiró. No es que odiara a Nijimura, simplemente sentía que le estaba quitando a Akashi poco a poco—, es un capitán muy inteligente, solo creo que le estás poniendo mucha atención… —sintió la mirada del pelirrojo sobre él y rápidamente se corrigió— Al equipo, me refiero.

—Pequeño Shin-chan, eres muy obvio.

Takao se había adelantado y se posicionó frente al pequeño y sonrojado peliverde que se escondía detrás de su mano, fingiendo acomodar sus lentes. Ya era la tercera vez que lo hacía. Akashi le miraba analizando su comentario. Era cierto que últimamente pasaba mucho tiempo con el azabache, aunque era por obligación disfrutaba esas juntas y pasar el tiempo con él. Pero Midorima tenía razón, estaba descuidando su amistad con él.

—Solo son unas juntas más y podremos volver a jugar shōgi antes de los entrenamientos, ¿te parece?

Se encogió de hombros, viéndose descubiertas sus verdaderas intenciones. Pero mientras Akashi le prometiera aquello no diría nada más.

Llegaron a los vestidores. Pocos de sus compañeros ya se encontraban ahí, delatándolos como unos de los más puntuales junto con ellos. Cada uno se dirigió a su propio casillero e intercambiaron sus pertenencias, cambiándose de ropa a la que usarían.

Takao, curioso como siempre, inspeccionaba al pequeño Midorima que se desbotonaba la camisa del uniforme. Eso debería ser ilegal, no importaba si solo tuvieran casi cuatro años de diferencia y aún no rozaba la mayoría de edad. Aunque prefería ver al pequeño Shin-chan sin camisa, estaba más enfocado en su rostro.

Pese a aparentar estar más calmado, seguía mirándose ese deje de celos en sus orbes verdes. Midorima no era una persona que supiera expresar sus sentimientos, pero con el tiempo Takao aprendió a leerlo y lo conocía más que él mismo.

Suspiró pesadamente. No conocía el pasado de Midorima con Akashi, solo sabía que esos dos habían tenido algo. ¿Qué tanto más tendría que presenciar para saber qué había pasado? Sus ojos se posaron en Akashi, que doblaba su uniforme con cuidado.

—No quiero verlo, en realidad…

Midorima ya había terminado y cerró su casillero. En la mano tenía un paquete de vendas nuevo que abrió y extendió, comenzando a aplicarlo en su desnuda zurda con cuidado. De vez en cuando veía al pelirrojo compañero de enfrente, suavizando su mirada totalmente enamorado.

No ocupaba girarse a ver al peliverde, con su vista de halcón bastaba para notar esos ojos de idiota enamorado que le brindaba a un despistado Akashi.

—Eres un idiota, Shin-chan —susurró —. ¿Cómo puedes estar tan enamorado de ese loco qué te hará llorar?


Terminó de guardar sus cosas en el casillero y se volteó en busca de Midorima, quien recién terminaba de vendar sus manos. Era un hábito con el que conoció al otro y le parecía bien que cuidara su mano izquierda, esa que anotaba varios puntos en los partidos.

Con una mirada le indicó al otro salir y se fueron juntos al gimnasio.

La rutina en los entrenamientos desde que fue nombrado vicecapitán había cambiado. Hacía el calentamiento y los ejercicios básicos, pero ahora se centraba en la realización de estrategias junto con Nijimura y la modificación de ejercicios con Shirogane. Pese a que nunca había tenido un puesto así y le parecía raro toda la preparación que estaba recibiendo por parte de sus superiores, Akashi seguía todas las indicaciones y procesaba la información totalmente fascinado por el mundo que se abría a sus ojos.

En un principio había querido desistir del puesto, pero algo dentro de él ansiaba devorar toda la red de información y superarse. ¿Era para demostrarle a su padre que podía con todo? En parte, pero si en él había dudas era por eso mismo. El baloncesto era muy preciado para él.

Así como los momentos que pasaba con Nijimura. Esa fue la razón por la cual aceptó. Por qué podía negarse y seguir en el equipo, pero al pensar en estar con ese chico…

—Otra vez no vino Aomine.

La voz de Midorima le sacó de sus pensamientos, en los que se perdió mientras seguía a los chicos de segundo en ese partido de entrenamiento. No le comentó nada a Midorima sobre Aomine, solo fue un comentario al aire por parte del más alto. Aunque su mente se fue volando, sus ojos continuaron registrando las jugadas que hacían y anotaba mentalmente qué se podía mejorar en el futuro.

Sus ojos dejaron de lado la escena y vagaron por todo el gimnasio en busca del moreno de cabellos azules. Lo conoció casi como todos, no había sido hasta hace poco que realmente le prestaba atención a su nombre. No lo encontró, Midorima tenía razón.

—Hablaré con Momoi más tarde —no lo consideraba un amigo, mas sí un buen elemento para el equipo. Su amigo regulaba la respiración a su costado, terminaba su rutina diaria antes que todos los demás como era costumbre, el que se acomodara la venda le indicaba que empezaría a hacer tiros.

—¿Hoy también te quedarás a reunión? —preguntó. Los celos seguían en su voz, pero Akashi hizo caso omiso. Regresó la vista al juego en marcha.

—No —Midorima le vio sorprendido —, los entrenadores se reunirán para ver los resultados de las evaluaciones.

Aunque mañana antes del entrenamiento tendría que ir a una reunión junto con Nijimura para conocer quiénes subirían al grupo uno. Tendría que mencionarlo al día siguiente antes de clases, si es que Midorima no se hubiera dado cuenta ya.

Este le miraba, terminando de ajustar sus vendas. No le quedaba más que resignarse, Akashi le dijo que en algún momento volverían a jugar juntos, pero nunca le aseguró que sería pronto. El shōgi seguiría guardado por lo menos un día más.

Cuando el entrenamiento terminó ambos se encaminaron a los vestidores. A ninguno le tocaba la limpieza ese día, así que podrían irse temprano a descansar. Cómo siempre, su caminata fue en silencio, hasta que fue interrumpido en la salida de los vestidores por cierto chico.

—Aka-chin.

Murasakibara, quien también ya se había cambiado, se le acercó a Akashi, ignorando por completo el disgustado peliverde. El más alto comía, sin recato alguno, un maibu. La comisura de sus labios estaba plagada de migajas que le dieron asco a Midorima. Pensó que Oha Asa le escuchó sus ruegos y le brindó tranquilidad, ya que desde el nombramiento de Akashi sus discusiones disminuyeron. Pero estaba ahí, frente al pelirrojo que le sonreía tranquilamente.

—Come adecuadamente, Murasakibara.

—Has estado muy ocupado, Aka-chin.

Ese idiota le ignoró.

—Puedo decir lo mismo de ti, Murasakibara —respondió Akashi. Continuó su camino hacia la entrada de la escuela, siendo seguido muy de cerca de ambos chicos —. No he recibido de tus dulces como antes.

Murasakibara mordió el maibu y frunció el ceño, como un niño descubierto en una travesura. No le había dejado caramelos al pelirrojo en un tiempo ya que siempre que lo iba a hacer desaparecía con Nijimura.

—Es que Aka-chin siempre se va con el capitán —refunfuñó. Y Midorima volteó a verlo, indignado. ¿Qué se creía él para reclamarle eso? Además, ¿qué era eso de que le daba caramelos como si fuera un niño? Akashi se detuvo en la entrada, un carro negro ya se hallaba estacionado ahí, en la espera de él su chófer.

—¿Tú también crees que te dejo de lado? —preguntó casi risueño, mirando de reojo el rostro que se ocultaba detrás de sus lentes.

—No me importa lo que piense Midorima —masculló, volviendo a ignorar al mencionado —, pero si el capitán no suelta a Aka-chin lo aplastaré.

El berrinche en el rostro de Murasakibara enterneció al pelirrojo, era un niño grande. No solo se trataba de su amigo de lente, sino también Murasakibara percibía un distanciamiento que, para él, no era tan importante. Sin embargo, tomaría en cuenta sus palabras y lo aprovecharía para salir con ellos, como sus amigos. La idea le dibujó una sonrisa en los labios.

—No te preocupes por eso, esas reuniones se harán menos frecuentes.

Los ojos lilas brillaron en emoción. Murasakibara renegó un poco más bajo la atenta mirada de Midorima antes de que ambos se despidieran del pelirrojo. Akashi subió al caro auto y lo vieron marcharse.

Atsushi estaba contento tras oír que su capitán acapararía menos al chico, pero todavía había algo que le incomodaba bastante. Si no estaba con Nijimura, Midorima rondaba a su alrededor con recelo. No podía cruzar palabras con él sin terminar en discusiones, las cuales casualmente surgían cuando el pelirrojo estaba presente.

Incluso segundos antes lo miraba como si tuviera la oportunidad de lastimarlo, ¿no veía qué tan fácil era aplastarlo?

Midorima seguía viendo la mano del contrario agitándose en el aire, disminuyendo la intensidad conforme el automóvil negro se alejaba en la carretera. Inspeccionaba las acciones de su compañero de club. Llamarlo con ese apodo, reclamarle el poco tiempo que le daba, hasta de iba enterando que le regalaba dulces de vez en cuando. ¿En qué momento Akashi se lo pensaba decir? Además, jamás lo había visto comer alguno. Dudaba que se los quedara, pero si Akashi decía lo contrario daba igual.

Vio aquella mano terminar de despedirse y decidió que era un buen momento para irse también. Estaba seguro que si se quedaba a tener una conversación con Murasakibara terminarían en una discusión otra vez, no fue un buen día y el que el otro le ignorara no ayudo mucho a mejorarlo. Se dio vuelta para continuar su camino a casa, ya que a comparación de su compañero él no tenía carro.

—Midorima —sus pasos se detuvieron en seco tras oír la apagada voz del más alto llamarle por su nombre.

—¿Qué quieres?

Oía enojo en su propia voz. ¿Y cómo no? Ahora sí le prestaba atención pese a que segundos atrás ni lo volteó a ver. Quisiera decirle eso, pero estaba fastidiado. Tan harto estaba de ese tipo que continuó dándole la espalda, seguramente Murasakibara hacía lo mismo.

—¿Eres amigo de Aka-chin?

—Por supuesto que lo soy.

Qué pregunta más estúpida. Por supuesto que era amigo de Akashi, siempre estaba con él acompañándolo y compartían clase, eso era suficiente para ser su amigo, ¿verdad? Le gustaba estar con él, quería estar con él.

Tal vez se imaginó el suspiro de alivio que soltó el otro antes de hablar.

—Qué bien…—la pereza en su voz no era suficiente para ocultar ese deje de felicidad que Midorima alcanzó a percibir —Porque me gusta Aka-chin.

El comentario de Murasakibara logró hacer que se volteara a verlo. Contrario a lo que él pensó, Atsushi lo estaba viendo fijamente, con una sonrisa en el rostro en vez de migajas y sus dulces bien guardados en el maletín escolar. No entendía por qué el rubor en las mejillas y las orejas rojas del pívot le hervían la sangre, tampoco ese malestar en el pecho que le daban ganas de dejar atrás su buena educación y agarrarse a golpes como un animal.

—¿Qué…? —el resto de la pregunta quedó en el aire al ver que Murasakibara retomaba la costumbre de ignorarlo y caminaba a su dirección, pasándole a un costado.

Murasakibara se iba satisfecho. Tanto la respuesta de Midorima como la propuesta de Akashi fueron suficientes para alegrarle el día. Aunque le dijera que era su amigo, él sabía que no era el único que sentía cosas por el pelirrojo. Solo bastaba con girarse a verlo, todavía parado en el mismo lugar procesando lo dicho. ¿Midorima se atrevería a hacer algo?

—Adiós, Mido-chin.

Aquel cantado apodo le puso rojo. No entendía, no entendía absolutamente nada de lo que estaba pasando por su mente. A Murasakibara le gustaba Akashi, y él aborrecía la idea de verlos juntos. Así como también detestaba imaginárselo con Nijimura. ¿Pero por qué? ¿De verdad le gustaba el pelirrojo?

¿Ese sentimiento que tuvo al verlo por primera vez sí significó algo?


Aomine pensaba qué dolía más, si la pobre taza de cerámica siendo golpeada brutalmente por esa cuchara que usaba Momoi para revolver el azúcar o su hinchada mejilla que se volvía cada vez más de color morado.

Quiso tocar la zona para ver su el dolor se apaciguaba, pero en vez de eso el ardor aumentaba más. Y su tetona amiga no regresaba de la cocina con la estúpida bolsa de hielos que le prometió. Estaba de acuerdo, a lo mejor se pasó un poco en la forma en qué le confesó aquello, pero no era su culpa que la otra malentendiera las cosas. Al fin y al cabo, él solo dijo que estaba enamorado, mas no de quién. Solita se inventó que era de ella. ¿Cómo por qué se enamoraría de Satsuki? Era fastidiosa.

Se enderezó en automático cuando la pelirrosa entró a la sala de estar, como si sus pensamientos pudieran transmitirse telepáticamente y le pudiera oír. No quería otra mejilla hinchada.

—Ten.

Le extendió una bolsa con hielos que tomó gustoso y, con la delicadeza que lo distingue, se la azotó en la morada mejilla soltando un grito. Satsuki rodó los ojos con fastidio y tomó asiento, sorbiendo ese té que el moreno esperaba estuviera delicioso.

—No seas un bruto, Dai-chan.

—Mira quién lo dice… —Momoi se cruzó de brazos, indignada.

—No es mi culpa que hayas dicho eso de esa forma —refutó —. Mi papá pudo haber bajado en ese momento y jamás entras a esta casa de nuevo. ¡Mira la hora qué es!, ¿te parecería correcto?

—No es tan tarde —el reloj marcaba pasadas las nueves. Para la familia Momoi sí era algo tarde, pero jamás le daría la razón a su amiga en esa discusión.

—Da igual —dijo ella, tomando nuevamente su taza de té. Hizo menos la mirada resentida del otro —, mejor explícame a qué vino eso.

Aomine se revolvió incómodo en el sillón. Había tenido más tiempo para pensar la situación y ahora sentía que estaba exagerando. Seguramente estaba confundiendo las cosas y lo que sentía era admiración, pero luego recordaba ciertas clavículas y cuello y en el sur la junta directiva pensaba otra cosa.

—Verás… Conocí a esta persona— Momoi sorbió al té y asintió para que continuara. Bajo esos ojos de vieja chismosa Aomine no podía continuar, le ponían muy nervioso— Y puede que esté confundido, mejor me voy.

—Dai-chan —no le dejó ni levantarse del sillón cuando Momoi ya se encontraba a su lado, sosteniéndole la bolsa con hielos ella misma. Sí, quería saber qué desafortunada se había llevado el corazón de su amigo, pero entendía que era difícil para una persona como Aomine expresarse —. No creo que te estés confundiendo, ¿cuántas veces has venido a mi casa si no es por cenar?

—Ninguna —contestó después de hacer memoria. No había ocasiones anteriores donde hiciera lo de esa noche.

—Así es. Entonces significa que esa persona es algo —lo vio dudar. Dejó la bolsa en la mesa e hizo girar a Aomine para tenerlo de frente. Tomó ambas manos entre las suyas y las acarició, buscando tranquilizarlo —. Cuéntame qué sientes cuando la ves.

—Pues… Me siento muy feliz, supongo —se removió en su lugar. Intentó apartar sus manos, pero la chica no le dejó. Tampoco dejó de mirarlo, esperando más. Qué molestia— ¿Qué más quieres, Satsuki?

—Que me digas todo, así sabre si te gusta o no —Aomine chasqueó la lengua, y lo tomó unos segundos volver a hablar.

—Me gusta estar con esa persona. Me hace sentir motivado. Es divertido estar juntos, hablar. Creo que es alguien especial, aunque esa persona no lo crea o no lo quiera ver. Siento que a su lado crezco y puedo ser mejor.

Aomine, quien no había volteado a ver a Momoi mientras hablaba, sintió arder su rostro con cada palabra que salía de su boca. Por más que pensaba y pensaba todo lo que le provocaba ese chico no encontraba la forma de ponerlo en palabras, pero la imagen de él se mantenía firme en su mente.

Por su parte, Satsuki veía emocionada ese abrir de sentimientos que tenía su amigo con ella. ¡Era increíblemente tierno! Jamás, desde que lo conocía, había visto a su estúpido amigo caer rendido al amor de esa manera. Ni cuando empezó a jugar baloncesto se veía tan emocionado como ahora. ¿Quién sería ella? Quería conocerla y, más que nada, advertirle con quién se estaba metiendo y darle sus mejores consejos para que esa relación durara.

—¡Dai-chan, estás enamorado! —era la primera en decir que mantuvieran la calma por sus padres y la primera en saltar gritando de alegría. Ojalá el señor Momoi no estuviera despierto —¿Quién es?, ¿la conozco?

—No lo sé —avergonzado liberó sus manos y regresó esa fría bolsa a su mejilla —, pero no te pienso decir quién es.

Obviamente su amiga haría un berrinche, pero Aomine no estaba dispuesto a revelar su identidad. Sabría qué cosas haría la loca esa, tal vez y hasta espantaba a Kuroko con ideas equivocas y perdería siquiera la oportunidad de confesarse. Además, no estaba seguro si él sentía lo mismo. ¿Y si solo lo veía como un amigo? Existía esa posibilidad.

Aguantó unos minutos más en casa de la pelirrosa y se despidió, dejándola con la intriga de quién se trataba. Conociéndola, lo descubriría por ella misma en cuestión de días, pero de eso se encarga después.

Camino a su casa, que no estaba tan lejos de la de la familia Momoi, agradeció ser escuchado. Sus sentimientos seguían sin aclararse del todo puesto que omitió el hecho de que su amigo más íntimo reaccionó contento con ciertas escenas, pero partiendo del punto de que sí sentía algo por Kuroko lo emocionaba.

Echó un vistazo a la blanca luna. Podría confesarse mañana, después de que suban a Kuroko al grupo dos.

—Está decidido.

Comentó para sí mismo antes de adentrarse a su hogar. Esperaba que su madre no se pusiera histérica por la hora que era.


—Respecto al examen de ascenso de otoño… —el entrenador revisó sus anotaciones decepcionado —nadie pasará al segundo grupo esta ocasión.

Si Kagami, quién conoce su poder actual, le pareció duro escuchar esa noticia, no quería imaginarse qué pensaba el pequeño Kuroko frente suyo. Se dio cuenta que en esa época Kuroko era muy expresivo. Lo había visto reír, divertirse y, como ahora, sentirse frustrado.

No quería darse golpes de pecho, pero hasta ese momento fue testigo de cuánto se esforzó para avanzar, y lo único que recibía era una mirada de desaprobación y un «puntuación más baja» remarcada con rojo en la tabla del mismo.

—Quiero que reflexionen acerca de sus carencias y que lo apliquen en su entrenamiento. ¡Es todo!

Kuroko logró responder con un flojo «Sí» junto con sus compañeros. A diferencia de ellos permaneció en la cancha, con la mirada perdida en el piso de madera. A Kagami no le gustaba verlo así, se cuestionaba si realmente estaba preparado para lo que venía después.

Matsouka, el entrenador del tercer grupo, intercaló miradas en el chico y su tabla.

—Ven un momento, Kuroko —le pidió, sacándolo de su pensamientos. Kuroko avanzó desganado hacia él —. Voy a ser muy claro contigo, no tienes lo necesario para pertenecer al equipo.

Sus celestes ojos se abrieron al tope. Escucharlo dolía, dolía en el pecho. Era una verdad que Kuroko intentaba esconder dónde sea, para no tener que sobrellevarla y darse cuenta de qué era inútil esforzarse.

—¿Qué?

—Comparados con otros clubes, el nuestro tiene una enorme cantidad de miembros, y de entre ellos solo un puñado disputará partidos—por ese motivo se dividían en grupos, evaluándolos cada cierto tiempo —. Por ello le recomiendo a los cinco jugadores con rendimiento más bajo del tercer grupo que abandonen el equipo.

Matsouka se tomó un tiempo para mirar al derrotado chico frente a él. No era el primero ni el último niño que se topaba intentando debutar en un arte que no era lo suyo. Tenía que hablarles claro, o de lo contrario se aferrarían a falsas esperanzas perdiendo así el valioso tiempo para desarrollarse en algo en lo que sí eran buenos.

Eso no quitaba el hecho de que, en ese momento, sentía que estaba siendo muy brusco por la mirada derrotada del menor.

—Sé que te has esforzado mucho… —titubeó por un segundo el continuar —, pero tu lugar en la tabla solo ha bajado.

Tabla. Su maldita tabla. Kagami quería tomar esa dichosa tabla y romperla en pedazos. ¿Quién se creía él para decirle a su sombra que no era suficiente para el equipo? ¿Acaso no veía el potencial que tenía? Ese chico en un futuro llevará a su equipo a ganar el torneo más importante de baloncesto en Japón y su entrenador le decía que debía abandonar el equipo.

Bueno, era el entrenador y en ese momento Kuroko no sabía su poder, pero no esa justificación.

—¿Tú qué sabes? —gruñó el pelirrojo a un adulto qué jamás le respondería. Y eso lo hizo enojar más.

—No es una orden —aclaró Matsouka al cabizbajo Kuroko —, al final depende de ti. No obstante, es mejor que aceptes la idea de que es prácticamente imposible que juegues un partido.

Matsouka tomó el silencio de Kuroko de la misma manera que los demás, que estaba procesando el duro golpe de la realidad. No le agradaba ver a jóvenes esperanzados de esa forma, pero era parte de su trabajo. Lo que el chico decidiera, él estaría ahí para apoyarlo, pero si se podía evitar el sufrimiento se haría.

Totalmente ajeno a el pelirrojo que levantaba amenazante su puño dejó el gimnasio.

Kagami resopló molesto. Pese a tener unas inmensas ganas de decirle a aquel viejo lo que pensaba era inútil, no lo escucharía. Miró el puño que había levantado, aquello también era en vano.

Escuchó los pasos de Kuroko a su espalda. Al girarse para verlo antes de abandonar el recinto el lugar cambió, ya no era más el gimnasio del grupo tres sino las canchas en las que había estado momentos antes. Las canchas del parque comunitario del vecindario de Kuroko. Era de noche, las farolas gubernamentales ya alumbraban escasamente las canchas.

«¿A ti cómo te va, Kuroko?»

Una voz familiar le hizo voltear de nuevo a su espalda, a aquel lugar donde estaba el entrenador segundos antes. Bajo a la canasta en la que tanto había practicado yacía Kuroko pensativo. Una luz lo alumbraba especialmente, como si le indicara a Kagami que debía acercarse a él.

—Kuroko… —susurró el pelirrojo. Paso a paso se acercaba cuidadoso hacia el menor, con miedo a que una pisada en falso lo asustara y huyera de él. A kilómetros se sentía la desesperación en el ambiente.

«Esforcémonos para enfrentarnos algún día… como prometimos.»

Nuevamente se hizo presente esa voz. No era de Kuroko, ni de alguien presente en el lugar. Era más bien como un eco que resonaba dentro de su cabeza. Tanto la voz como lo que decía le sonaba tan familiar… como si ya lo hubiera leído antes.

«¡De esa manera nos reuniremos en la cancha!»

Otra voz se alzó en las sombras de la cancha una vez estuvo parado justo detrás de Kuroko, solo que esta sí lograba reconocerla.

—¿Aomine?

Sus ojos buscaron en todo el lugar al moreno, pero falló. En vez de encontrarse con él o con la otra voz se halló que parte de la cancha había desaparecido a sus espaldas. Las calles del vecindario habían sido reemplazadas por una manta de negro absoluto, al igual que los arbustos y todo lo demás. Sintió frío al pensar que también el devastado Kuroko se había ido.

—¡Kuroko!

Gritó su nombre y al voltearse a buscarlo lo encontró todavía de pie bajo la canasta. Temblaba como si el otoño estuviera tan avanzado, Kagami sabía que era por otra cosa. Entonces la voz de Aomine volvió a hablar, haciéndolo sobre saltar.

«¡Tetsu!»

—Lo lamento.

Las fuerzas se le fueron del cuerpo. Sus brazos, flojos, se balanceaban a los costados de su cuerpo y sus piernas se arrastraban solas hacia la canasta. Cuando su frente tocó el frío metal esta se dejó guiar por toda la extensión hasta que Kagami lo vio caer de rodillas.

—Oe… —corrió a él, poniéndose a su altura. Lágrimas ya se había formado en los ojos de Kuroko y sus cejas, fruncidas, demostraban todo el dolor que sentía.

—Pero la verdad… —su voz salía con dificultad, la garganta le ardía —ya no sé qué hacer.

Maldijo internamente a su novio. Sí, él había escuchado la historia de Teiko antes del partido contra Rakuzan en esa Winter Cup, pero no sabía si había sido intencional que omitiera ciertos hechos. Como el que veía actualmente. Eso no era un simple «sentirse frustrado» como Kuroko lo relató, el chico llorando pesadamente frente a él era más que eso.

Quiso palmear su espalda, pero el frío y ver su mano atravesar el cuerpo más chico le dijeron que él solo estaba ahí para presenciar, no intervenir.

—No tengo idea…

Kagami se quedó de cuclillas con él, impotente.


Ese día se quedó hasta tarde en el entrenamiento. A diferencia de otros días en los que tenía que despedirse del club temprano para irse a juntas en el corporativo Akashi, pudo darse el lujo de disfrutar del entrenamiento como cualquier otro. Su padre le avisó a medio día que la junta de esa noche se reagendaría por cuestiones personales de un socio y no pudo estar más feliz.

La reunión previa al club duró poco. El entrenador del grupo dos aprobó por lo menos a cinco alumnos, mientras que el del grupo tres declaró con resignación que ninguno de sus chicos logró subir. Fue una reunión sosa, lo único destacable fue regresar al club en compañía de Nijimura.

—Hoy sí se presentó Aomine.

La voz de Midorima resonaba a sus espaldas. Él, Murasakibara y algunos otros chicos continuaban en los vestidores cambiándose la ropa sucia por el impecable uniforme de Teiko. Akashi terminaba de ajustar su corbata, Midorima cambiaba sus vendajes y Murasakibara abotonaba con desgano la celeste camisa. Se lo había comentado con algo de molestia, pero quizá lo hacía por que le interesaba el tema. El que se haya presentado ese día, después de semanas de ausencia, seguía picando su curiosidad. También el hecho de que los entrenadores no mencionaran al moreno en las juntas era extraño.

—¿Hablaste con Momoi?

—No he tenido tiempo —respondió Akashi. Con junta tras junta se quedó sin oportunidad de hacerlo. Pero no parecía importarles mucho a los entrenadores, en ninguna reunión se mencionó el nombre del moreno.

—Yo creo…

Ne, Aka-chin —interrumpió Murasakibara, cerrando el casillero con la suficiente fuera para apagar la voz de Midorima, quien volteó a verlo indignado. El pelilila ya se ponía el saco blanco encima de sus hombros —, ¿me acompañas a comprar más dulces?

Después de la conversación del día anterior todas las acciones de su compañero quedaron claras. Murasakibara intentaba llamar la atención de Akashi porque le gustaba, y si eso significaba alejarlo a él por supuesto que lo haría. Justo como ahora, que empezaba a acompañarlos a los vestidores. Por que había notado como se hacía el tonto en las bancas esperando a que Akashi terminara de hablar con los entrenadores para acompañarlo a cambiarse, así como él.

No le dirigió la palabra en todo el camino, tampoco lo hacía ahora. Sus orbes lilas estaban fijos en la cabellera rojiza, que cerraba su propio casillero con delicadeza. No estará considerando la propuesta, ¿verdad?

Akashi cerró la puerta de su casillero y miró a Murasakibara, pensativo. No tenía pendientes después de la escuela y tristemente su padre no se daría cuenta a qué hora llegaría. Lo único que podía ser obstáculo sería su chófer, pero él demostró lealtad cuando desistió de sus servicios a inicio del periodo escolar. Si su padre no notaba su ausencia no mandaría al chófer. Aun así, le mandaría un mensaje para prevenirle el plan.

Los lilas le miraban expectantes, con notable ilusión. No le diría que no a una salida de amigos.

—Me encantaría, Murasakibara. Solo mando un mensaje y nos vamos.

Mientras él tomaba su celular y tecleaba, Midorima sintió los arrogantes ojos de Murasakibara posarse encima de él. Le estaba restregando victorioso esa batalla en la que no sabía que estaba metido, pero le ardía estarla perdiendo. El idiota no perdió el tiempo y en un gesto que él consideró innecesario tomó el maletín de Akashi junto el suyo.

Akashi sonrió agradecido.

Chasqueó su lengua y terminó se colocar sus preciadas vendas en la zurda para cerrar su casillero y tomar su maletín, quería irse de ahí. Humillación era lo que sentía. Seguía recordando la conversación de ayer con dudas de sus propios sentimientos por el que él consideraba su amigo. Durmió mal tratando de averiguar qué sentía, y para su pesar Oha Asa indicaba que no sería un buen día para cáncer. De todos modos, a Akashi no le gustaban las mujeres. Murasakibara tenía una oportunidad con él.

—Adiós entonces.

Midorima salió tan rápido de los vestidores que Akashi no tuvo tiempo se siquiera llamarlo. Era raro en él, solía acompañarlo hasta la salida y dejarlo en manos del chófer, pero seguramente tenía otros asuntos qué resolver. Irónico si pensaba que fue el primero en reclamarle la falta de atención.

Murasakibara frunció el ceño al ver que el pelirrojo seguía atento a la puerta que atravesó Midorima. Posó suavemente su mano en el hombro del más chico y habló.

—Aka-chin… —el mencionado parpadeó un par de veces antes de dirigir su mirada al más alto.

—¿Nos vamos?


—Lo siento, hoy no puedes entrenar aquí.

Jamás no había pensado hasta que entró al gimnasio del grupo 3 en la tarde. El entrenador Matsouka lo había detenido a unos pasos de a entrada, redirigiéndolo al gimnasio que pertenecía debido a los exámenes para subir de grupo de ese día. Estaba tan emocionado de ver a Kuroko después de aquel descubrimiento que no pensó que eran a puertas cerradas. No podía hacer su voluntad todo el tiempo.

Así que por ello regresó a entrenar donde siempre, temeroso de que le llamaran la atención por no presentarse. Gracias al cielo que ni su vicecapitán lo había notado, o eso creía.

Tras terminar sus deberes de limpieza a como Dios le dio a entender se fue a toda prisa hacia el tercer gimnasio para encontrarse con Kuroko. Había decidido la noche anterior tomar todo el valor de su moreno cuerpo para confesar sus sentimientos. La plática con Momoi le había dado las ilusiones de qué podía hacer sentir al otro lo mismo que él con un simple «Me gustas», así que con su corazón en mano corrió por el pasillo exterior.

Solo era un preadolescente enamorado.

Grande fue su sorpresa al encontrar las luces apagadas y la puerta bloqueada. Por más que intentó abrirla el seguro no se lo permitía.

—Ya se han marchado todos.

Escuchó al maduro conserje decir, saliendo de las sombras del cuarto de intendencia más cercano. Sí, le asustó, pero ya nada se comparaba con la poca presencia de Kuroko.

Le echó un vistazo más a la puerta antes de soltarla y dirigirse a él.

—¿Ha visto a un chico de cabellos celestes salir? —el conserje lo pensó un poco y negó —Siempre se queda al final…—y una negativa más.

—El señor Matsouka fue el último en irse, jovencito.

Pero Kuroko se quedaba todos los días a entrenar un poco más. Él lo había visto, él lo había acompañado. ¿Cómo era posible que no estuviera?

—Pero, ¿no tienes tú un juego de llaves?

Aomine cayó en cuenta que el viejo empleado no lograba ver a Kuroko y pensaba que él era quien se quedaba a jugar por la noche. No lo culparía. Le restó importancia al asunto y se despidió de él.

Al siguiente día, cuando Kuroko le diga que subió de grupo, se le declararía.


No se pasen de lanzaaaaa. 20 páginas y casi 9,000 palabras para este capítulo y no he avanzado del tomo 23. Alguien ayúdemeeeeee.

¿Qué les parece? ¿Cómo creen que va la historia? Me está costando mucho escribir sobre shipps que no me gustan, pero es un reto que estoy dispuesta a pasar.

En este capítulo vimos mucho AoKuro y sobre los intereses amorosos de Akashi. ¿Les está gustando?

Estoy haciendo ya anotaciones para el próximo capítulo, ¡esperenlo con ansias!