«Porque me gusta Aka-chin»
Ya eran casi las diez y, como el día anterior, su mente no le daba tregua. Por más que cambiara de posición o hiciera ejercicios de respiración no podía dormir, a odiosa voz de Murasakibara se repetía en bucle dentro de su cabeza, desatando miles de pensamientos más que no ayudaban en nada.
Cuando Murasakibara lo dejó frente a la entrada de Teiko estaba muy confundido para contestarle, para mirarlo siquiera. Esa confesión le había caído como un balde de agua fría, puso sus sentimientos sobre la mesa para que él se dignara a ordenarlos.
La primera vez que vio a Akashi ignoró ese sentimiento raro en el pecho, que solo crecía a medida que lo conocía y pasaba el tiempo con él. Jugar shōgi empezó como una excusa para estar a su lado. Para ver sus largas pestañas, su piel porcelana, escuchar su aterciopelada voz y disfrutar del chico inteligente que era. Era su orgullo el que se negaba a admitir que estaba interesado en él y, luego, cayó totalmente enamorado. Pero el orgullo se hizo ligeramente a un lado al ser consciente que otro también pudo enamorarse profundamente del vicecapitán.
Debía admitir que Murasakibara no era feo, tenía su pequeño club de fanáticas que lo apoyaban en los partidos de práctica y que lo iban a ver a los entrenamientos, pero el chico jamás les hacía caso. Y Akashi también podría ver eso, después de todo él mismo declaró que no le gustaban las chicas. Se sentía mal por las amigas de Momoi que habían quedado encantadas por el príncipe Akashi, pero no las culpaba. Andaba en las mismas.
Suspiró pesadamente, fijando su mirada el techo. ¿Qué debía hacer? Murasakibara no lo dijo explícitamente, pero ayer inició la guerra por el amor del pelirrojo y él, estúpidamente, se condenó en la posición de amistad sin darse cuenta. Frunció el ceño al recordar lo de los vestidores. El pelilila lo miraba ganador, arrogante, llevándose a Akashi una posible cita. Midorima cedió, nuevamente, todos sus recursos al irse enojado.
—Idiota.
Sus mejillas ardían, reconocer sus sentimientos jamás había sido su punto fuerte. Sin embargo, Midorima tenía algo que su ahora declarado rival de amor no, y era la cantidad de tiempo que pasaba con él. A diferencia de Murasakibara, que todas sus clases las llevaba en el salón vecino, él solo estaba a centímetros de distancia, en la misma fila, un mesabanco delante. Y lo usaría a su favor.
Un patito. Un adorable, pequeño y amarillo patito. De esos que se ponían con un broche en el cabello de la persona para que no se cayera, justo eso era lo que veía Takao en los verdes cabellos de un joven Midorima, mientras caminaban por el pasillo hacia su salón.
A comparación de los otros alumnos que miraban raro al pequeño Shin-chan, los ojos de Takao irradiaban ternura y, para no perder la costumbre, burla que acompañaba con una sonora risa que solo él oía. El rostro serio de Midorima contrastaba muy bien con el patito bailarín en su cabeza. Tenía que reír, el camino que recorría era hacia el salón de clases donde un pelirrojo estaría leyendo y cuando estuviera en su visión el estómago se le revolvería.
Dicho y hecho. A penas pusieron un pie en el salón encontró a Akashi. La apariencia del libro entre sus manos hizo bostezar a Takao. Otros alumnos ya estaban en el salón, pero Midorima los ignoró dejando sus cosas en el escritorio.
El latido de su corazón lo ponía más nervioso que la misma mirada de Akashi Seijūrō sobre su persona tomando en cuenta el descubrimiento de la noche anterior.
—Interesante accesorio —comentó una vez tomó asiento. Lentes en su lugar y Takao sintió las risas subir por su garganta, las cuales tuvo que tragar al tener algo relacionado con él.
—Es mi Lucky Item de hoy.
Akashi regresó a su libro, acostumbrado a esa respuesta. Tocar el tema de Oha Asa con Midorima era casi meterse a la guerra por decisión propia, y no sería el primero en apretar el gatillo. Shintarō colocó encima de su escritorio los libros de la primera clase y, en el apartado de abajo, los de la siguiente hasta el descanso. El tablero de shōgi estaba ahí, acumulando polvo. Recordó las palabras de Akashi fuera de la escuela y, a su vez, la plática con Murasakibara y la petición de la noche anterior.
—¿Cómo te fue con Murasakibara? —su interés era, más que nada, en conocer qué avances realizó el centro en la disfrazada cita. En el fondo sabía si la respuesta le beneficiaba sería el siguiente en poner las armas en el campo.
—Excelente —respondió calmado, como si del clima se tratara para los ojos de Takao. En cambio, para el peliverde no. ¿Qué tan excelente le fue?
—¿Qué hicieron? —abrió su cuaderno, fingiendo repasar sus apuntes de la clase. Takao rio burlón pues, como él sí conocía a Shin-chan pudo darse cuenta de que no estaba estudiando. Cuando lo hacía se quedaba en cada una por lo menos un minuto, leyendo, no como ahora que con suerte se quedaba un segundo antes de cambiarla. Miró a Akashi concentrado en su libro, él no miraría esos detalles.
—Ir por los dulces que quería comprar, por supuesto.
Midorima relajó sus hombros, parcialmente satisfecho. Solo salieron a comprar caramelos y no a una salida romántica bajo la luz de la luna donde Murasakibara le confesaría su ferviente amor al pelirrojo. Murasakibara era lento, podía aprovecharse de ello. Así como la vez en que Akashi el confesó que le gustaban los hombres veía una nueva oportunidad de quedarse con él.
¿Pero qué le decía que ahora no omitía información sobre la salida? Si pudo restarle importancia a su orientación, ¿qué le decía que no podía hacerlo con una relación amorosa?
Nuevamente sus músculos se tensaron, siendo percibido por el pelirrojo. Este, curioso por la actitud tan sospechosa de su amigo con ese interrogatorio, dejó el libro de lado y enfocó su vista a la nuca verde frente a él.
—¿A qué vienen tus preguntas, Midorima?
Kazunari no le vio molesto, sino algo juguetón en sus palabras. Shintarō se vio acorralado, fue muy directo a hacer las preguntas. Respiró hondo.
—No es nada.
En un abrir y cerrar de ojos Takao ya se encontraba, como casi todas las veces, en el gimnasio del primer grupo. No batalló mucho para encontrar entre todo el mar de cabellos naturales los raritos de sus conocidos. El ambiente tan relajado del lugar le indicaba que al entrenamiento le quedaba poco para pasar a las actividades de limpieza. Agradeció al ser superior que le evitara ver todo, como otras veces.
Sin mucho problema y atravesando a algunos niños de por medio, caminó hasta donde localizó a Shin-chan, quien acomodaba los balones en la grande caja metálica ya que era su turno de guardarlos. Muy cerca de él estaba Murasakibara, ya devorando su dotación de dulces post ejercicio. La ceja brincó irritada en el que Takao consideraba un bonito rostro, pues a parte de estar haciendo mucho ruido con esa bolsa de papas fritas Midorima intuía que Murasakibara esperaba a que el pelirrojo terminara de hablar con el entrenador Shirogane para abarcarlo.
Realmente dudaba si solo se quedó en una salida amistosa. Pensaría lo contrario de no ser porque no era la primera vez que Murasakibara se quedaba esperando al vicecapitán, pero algo en el rostro de Akashi le decía que no hubo confesión amorosa alguna. ¿De verdad podía quedarse tranquilo?
Los balones se acabaron y llevó la gran jaula metálica sin mucha dificultad al almacén interior del gimnasio. Murasakibara seguía ahí cuando regreso, con la mirada fija en Akashi, quien seguía hablando con el entrenador. Sintió su estómago arder al ver los ojos lilas de Murasakibara brillando. Estaba admirándolo, pese a ser el vicecapitán quien daba las órdenes al superior.
Takao, entonces, vio a su pequeño Shin-chan acercarse con recelo al pequeño titán de Yosen. Cuando este lo notó con pereza separó sus ojos de la mata rojiza y los fijó en los verdes. Juraría que una pequeña sonrisa socarrona se dibujó fugazmente en los labios de Murasakibara.
—El entrenamiento terminó y no te toca la limpieza, ¿por qué sigues aquí?
Los lilas regresaron a Akashi, siendo seguidos por Midorima, volviéndose más obvia la respuesta. Ante el silencio del más alto se recargó en la pared, lo suficientemente cerca de él. Takao los imitó, terminando con Murasakibara en medio de ambos. Aun siendo de secundaria Murasakibara le sacaba varios metros de diferencia.
Como le disgustaba ser ignorado, y más si se trataba de la persona descuidada a su costado. Migajas ya se encontraban en el piso alrededor de él y en la comisura de sus labios, sin contar que en sus dedos reposaba el aceite industrial con el que se hacía el bocadillo. Arrugó la frente asqueado, ¿Akashi sería capaz de fijarse en alguien así?
Midorima sintió su mirada encima. Alzando un poco el rostro se halló con los ojos de Murasakibara observándole a través de sus cabellos. Él sonrió. Parecía haberle leído la mente al lamer la grasa de su pulgar sin dejar de verlo. Desvió la mirada, fastidiado.
—Pagó por algunos de mis dulces —aquello le hizo verlo nuevamente, confundido. Atsushi lo notó y señaló al pelirrojo en el fondo, sonriendo —. Aka-chin.
—¿Por qué me importa eso? —inquirió. Él invitaba y Akashi terminaba pagando por la salida, ¿qué clase de cita era esa? De hecho, sí le interesaba saber qué había pasado, solo le disgustaba que parecía recalcarle las cosas en vez de informárselas.
—Mnh… —un montón de papas fritas fueron a parar a su boca, terminándose así la bolsa —Me estás viendo como si quisieras saber qué pasó anoche, Mido-chin —y la mirada que se aferraba en su espalda desde el inicio de la práctica empezó a molestar al momento de cruzarse con la propia.
—Por supuesto que no —acomodó sus lentes en el arco de su nariz y volvió a Akashi, notando que un atento Nijimura se unía a la conversación. Ese era otro tema que le molestaba incluso desde antes de Murasakibara, también volaba alrededor de Akashi y este le prestaba más atención que él —, ¿por qué me importaría lo que haces con tu… novio?
Más que desinterés, la voz de Midorima se oía con algo de envidia. Aquello había sido dicho sin preocupación alguna, ocasionando que sus verdaderos sentimientos tiñeran de rojo sus orejas. Atsushi entendió que Midorima comenzaba a darse cuenta de sus sentimientos hacia Akashi, y no le convenía para nada. Apenas anoche logró salir a solas con él y, estúpidamente, no dio ningún avance. ¿Cómo? Si lo conocía lo suficiente para ser considerado un amigo, no una posible pareja.
Observó al que era su capitán hablar con Akashi, seguramente intercambiando opiniones junto con el entrenador. A Murasakibara le caía bien Nijimura, le tenía mucho respeto como su capitán y superior, aunque no le gustara admitirlo el equipo con él se sentía cálido. Pero eso cambiaba cuando le veía tan cerca de Akashi, tan risueño y atento. Con Midorima era diferente, a él no le sonreía como lo hacía con el capitán, con él algunos dulces no tuvieron que morir en sus manos del coraje.
Sus hombros se relajaron cuando Nijimura dio unos pasos atrás y se alejó del dúo, siendo seguido por el pelirrojo que con unas palabras más despidió al entrenador y empezó a buscar a alguien con la mirada. Sonrió al toparse con las matas de color lila y verde, sonrisa que derritió por completo el corazón de Murasakibara. Rápidamente se enderezó, tomó su bolso con dulces y esperó al pelirrojo, acción que fue imitada por el chico a su costado quien también pareció relajarse.
Por más que le encantara ser nombrado como su novio no era el momento. Tampoco lo era decirle al que se iba convirtiendo en su rival de amor que lo que tenían, por el momento, una simple amistad, ya que lo ponía en una posición peligrosa. Sumando a eso a Nijimura, una preocupación llenaba su pecho.
La vista de Takao pasó entre verde y morado. Nunca se llevaron bien. En las reuniones que tenían los que, él denominada, niños arcoíris, las discusiones entre ellos nunca debían faltar. Era tan indispensables como los alegatos de Kise hacía Aomine o las pláticas silenciosas entre Akashi y Kuroko. Ahora entendía el porqué. ¿Una espinilla sin arrancar del corazón de ambos? Quizá, solo que con el tiempo se había retirado del músculo poco a poco, ya siendo casi por costumbre. Los chicos que tenía ahora enfrente sí irradiaban celos de verdad, no como los suyos.
Vio a Akashi saludarlos, teniendo a un Murasakibara colgando de su cuello de inmediato, Midorima lo miraba enfadado. Las voces empezaron a distorsionarse y la imagen se desvanecía en un fondo negro, indicando que todo cambiaría otra vez.
Nunca se había lucido por ser alguien puntual. Solía llegar a sus reuniones o pendientes con máximo cinco minutos de tardanza, pero jamás llegaba puntual o antes, eso era algo impensable para un Aomine, maña que la heredó de sus padres a muy corta edad. Por eso, cuando le dijo a Momoi que se adelantaría al club de baloncesto y no la iría a recoger a su salón de clases la sorprendió, hasta le preguntó si se encontraba bien y tocó su frente antes de entender de qué se trataba. Sus mejillas se colorearon en un estúpido rojo cuando la chica le mencionó su enamoramiento. Maldita Satsuki.
Grande fue su sorpresa al entrar al gimnasio tres y encontrándose con la nula presencia de Kuroko. Pese a presentarle tremendos sustos, incluido su primer encuentro, siempre lograba hallar con él cuando ponía un pie en la cancha. Sin embargo, ese día había sido la excepción. No lo vio por ningún lado, pero era demasiado tarde para regresar al gimnasio que le correspondía.
Así pasó todo el entrenamiento, tratando de localizar con la mirada al pequeño de cabellos celestes que comenzó a robarle los suspiros. Estaba ansioso, pues además de declararse quería escuchar de su voz que fue promovido al segundo equipo. Los entrenamientos actualizados empezarían ya la próxima semana, serían los últimos días antes del cambio. Sí o sí, debía estar ahí.
Los nervios aparecieron una vez se quedó solo en el lugar. Intentó calmarlos botando la pelota y haciendo anotaciones, pero no lograba nada. ¿Qué diría? ¿Cómo lo felicitaría y después dejaría caer la bomba de qué estaba enamorado de él? ¿Kuroko lo aceptaría? Eran las dudas que carcomían su pequeño cerebro a medida que contaba sus anotaciones.
No podía verse más patético a los ojos de un recién aparecido Kagami.
El pequeño Aomine daba vueltas visiblemente ansioso. Verlo era ver a un gato negro encerrado en una habitación, pensamiento que le hizo reír. Lo agradeció, pues la pesadez en sus hombros y ardor en la garganta que le causó ver a Kuroko llorar seguían presentes después del cambio de escenario.
Las puertas del gimnasio se abrieron, siendo atravesadas por un Kuroko cabizbajo. A Aomine le sorprendió verlo con el uniforme puesto y no con ropas casuales, pero Kagami ya estaba consciente el motivo.
Aomine dejó de hacer jugadas imaginarias y se quedó mirando el semblante del pequeño. No estaba feliz.
—Tetsu, ¿qué pasa? —tanto Kagami como él se acercaron, quedando en medio de la cancha frente a Kuroko. Curiosamente, ambos queriendo abrazarlo con todas sus fuerzas —¿Por qué traes el uniforme?
No era tonto, Kagami lo sabía. Era una pregunta de prueba, en la que esperaba equivocarse con sus presentimientos. No lo veía bien, pero seguramente era algo de un solo día, ¿verdad? Un solo día en el que se sentía mal y por eso no acudió a entrenar, por eso el día anterior se fue temprano a descansar, por eso y no por… otra cosa.
Aquellos ojos celestes intentaron alzarse, verle, en vano. Kuroko no se sentía capaz de siquiera mirar a ese chico que le acompañó a entrenar todo los días, que le ayudo a ser mejor y le brindó montones de consejos para avanzar en su juego. Todo eso no funcionó, ¿cómo podría verlo a los ojos con la vergüenza en todo su rostro? Él era incapaz, de eso y más.
Kuroko tembló antes de hablar.
—Dejaré el club de baloncesto.
—¿Qué?
Buscó su mirada, buscó toparse con los ojos celestes de aquel chico que amaba el baloncesto más que él mismo, pero permanecían pegados en el suelo. Caídos, como el ánimo que tenía el contrario, totalmente abatido. El balón, que hasta esos momentos seguía pegando en el suelo, terminó por irse de su mano y rebotar lejos de ellos, haciendo un eco doloroso en el gimnasio.
Llevaba conociendo poco a Kuroko, pero sabía que era un tipo que, aunque no lo demostrara disfrutaba jugar. Hace dos días que lo vio en ese mismo lugar, emocionado por dar todo de sí en el examen de…
El examen.
Una de sus cejas se alzó, cuestionando en silencio. Si él hubiera pasado no estaría diciendo eso.
—¿Por qué? —Kuroko brincó en un espasmo ante la voz ronca de Aomine, uno de los tirantes de su bolso escolar cayó de su hombro y su entrecejo vibró con aparente dolor.
—Me gusta el básquetbol, pero… —pausó por un segundo que a Aomine le pareció eterno solo para tomar algo de aire— ya pasó medio año desde que me uní al equipo, y en verdad siento que no estoy hecho para esto. No va conmigo.
La cara de Aomine reflejaba indignación. Ningún otro miembro del club se esforzaba tanto como él. Ni él, amante del deporte, se quedaba hasta tarde para seguir practicando de no ser por su presencia. Las habilidades físicas de Kuroko estaban listas para ser debatidas, pero él, Aomine Daiki, daría todo para que esos expresión de decepción fuera borrada del pálido rostro.
—Sin mencionar qué… —volvió a hablar una vez más al recordar las palabras dichas por el entrenador Matsouka el día anterior— no le sirvo de nada a una escuela como Teiko.
Kagami observó al pequeño moreno inhalar profundo, en afán de lograr un poco de calmar en el remolino de furia que las palabras dichas por su amigo habían desatado. El silencio perturbó a Kuroko, quien ya pensaba que el otro estaba de acuerdo.
—No hay jugador que no sea necesario para el equipo.
Declaró, fuerte y claro. Con los puños apretados y el pecho vibrando en nervios, pues era pésimo reconfortando a las personas, pero por alguien como él estaba dispuesto a hacerlo. Le tomó dos pasos estar más cerca, notando que los ojos que se entrecerraban agobiados estaban abiertos por completo, pero reacios a mirarlo.
—Aunque no puedas jugar partidos, dudo que alguien que se queda hasta tarde para entrenar no sirva de algo. No conozco a nadie más que lo haga, ni siquiera el primer equipo —vio al más bajo removerse incomodo ante la mención del grupo donde los titulares eran nombrados. Tan tierno le pareció que un tinte rosado le coloreó las mejillas—. Sinceramente sentí un enorme respeto por ti cuando te vi, tú me diste ánimos para esforzarme aún más.
Finalmente, sus miradas se encontraron. Rojizos e hinchados eran como se veían sus ojos, la blanquecina piel alrededor de sus ojos estaba tan rosada que si no supiera el contexto pensaría que estaba enfermo. Aomine pensó que era mejor, pues eso significaba que no estaba llorando.
Los comentarios de Aomine le reconfortaron, pero no lo suficiente para desistir de su idea. Dejaría el club. Explicárselo a Ogiwara sería un martirio, asumir la realidad otro.
Aun viendo la duda en su rostro, Aomine prosiguió.
—No te diré que obtendrás resultados si perseveras, pero si renuncias ahora… nunca lo sabrás.
«Y si te vas, ya no podré verte» quiso decir, pero las palabras se quedaron atrapadas en sus labios. Con la mirada más seria que antes observaba en silencio, al contrario, pensando que Kuroko seguía debatiéndose qué hacer sin darse cuenta de su determinación por abandonar el club. Quiso decir algo más, pero la puerta del gimnasio se abrió de golpe.
—Aomine.
Akashi entraba con unos Murasakibara y Midorima distantes a su espalda. El centro cambió las papas fritas por galletas pocky y el escolta se acomodaba al pequeño y adorable patito amarillo en su hombro, sacándole a Kagami una pequeña risa.
—Con razón no te había visto últimamente… has estado aquí —obvio el vicecapitán. Murasakibara arrugó la frente, ¿no les había dicho hace unos minutos en los vestidores que Momoi le dijo dónde se encontraba Aomine en los últimos días? Comió del pocky, no le importaba mucho de todas formas.
—Sí, el gimnasio de allá está atiborrado —comentó a la ligera, sintiendo un leve calor en sus pómulos. En realidad, estaba ahí por Kuroko, pero de ninguna manera lo sabrían los demás.
—Bueno —suspiró Akashi —, realmente no importa dónde entrenes —mientras lo hiciera, el gimnasio era lo menos importante. Sus ojos, que hasta ese momento se mantuvieron puestos en el moreno chico, se plantaron directamente en el chico de cabellos celestes a sus espaldas. Éste, sorprendido de que alguien lo notara de inmediato, dio un respingo—. ¿Quién es él?
—Es alguien que siempre práctica conmigo.
—¿Está en el equipo?
—No en el primero.
Y Aomine no le gustó mucho la mirada fascinada que lanzaba su vicecapitán. No lo había dejado de ver pese a estar hablando con él. Instintivamente se colocó un poco más enfrente de Kuroko, queriendo protegerlo de la fría mirada que tenía Akashi.
—Mnh… Ya veo.
Sus otros dos compañeros también notaron el repentino interés del pelirrojo por el chico que acababa de conocer. Quien parecía más molesto era Midorima, que ajustando sus lentes en el puente de su nariz carraspeó, intentando vanamente llamar la atención de Akashi.
—Vámonos —Murasakibara estuvo de acuerdo con aquello y se giró en dirección a la puerta, deteniéndose al no sentir cooperación del susodicho.
—Todavía no. Me intriga un poco —Murasakibara le vio por encima del hombro y Midorima abrió los ojos sorprendido, ambos sintiendo una gota de sudor frío por el noto usado por el más bajo —. Es interesante… Nunca había visto a alguien como él.
—¿De qué hablas, Akashi? —pensó Midorima —Dista de verse como un jugador de primera.
Pero, aunque se lo dijera Akashi insistiría con lo mismo, bastaba con ver sus ojos ardiendo en determinación para entenderlo. Compartió una mirada rápida con Aomine y Murasakibara, pensaban lo mismo. ¿De qué demonios estaba hablando? Los ojos de Aomine decían algo más, con preocupación.
—Quizá tenga algún talento oculto completamente diferente al nuestro.
Kagami sabía qué estaba presenciando. En cuestión de tiempo Akashi se desharía de los sobrantes y se quedaría con Kuroko a solas, listo para motivarlo a encontrar su forma de juego que lo llevaría hasta Seirin. Pero, antes de eso, debería pasar por aquel juego que tanto rompió su corazón. Suspiró pesado.
Kuroko había dejado las preocupaciones a un lado y le mantenía la mirada a Akashi, aquel que fue uno de los cuatro nombrados para entrar directo al grupo uno. ¿A qué se refería sobre algún talento oculto? ¿Podría alguien como él tenerlo?
—¿Podrían adelantarse? —pidió, más bien ordenó, sin voltear a verlos —Quiero hablar con él a sola.
La grave voz de Akashi fue lo último que Kagami vio de esa escena volverse todo negro.
Los fríos aires de octubre se hacían cada vez más presente, especialmente por las noches. Sentía las frías ráfagas pegarle en el rostro mientras esperaba a que Akashi terminara de hablar con aquel extraño chico. Aomine se marchó en cuestión de segundos diciendo que tenía que acompañar a Momoi en la cena familiar, aunque por su rostro parecía querer quedarse a resolver un asunto pendiente. Murasakibara le siguió luego, él duró mucho más que Aomine con él, pero sin decir una palabra terminó por irse. ¿Qué clase de novio haría eso? En fin, al final se quedó solo.
Apoyado en la pared, cerca de la puerta, podía escuchar a ambos chicos platicar. Primero le pidió hacer alguna jugadas básicas, después realizó algunas preguntas y el rumbo que tomó la conversación le causó un escalofríos.
Akashi era inteligente, después de todo era el primero de la clase y no dudaba que en un futuro se volvería parte del comité escolar, pero en lo que lo conocía jamás había escuchado esa forma conversar tan… manipuladora. Decía todo, pero a la vez nada. Aquel chico se veía inteligente, ¿podría averiguar lo que estaba diciendo? Hasta a él, el segundo mejor de la clase, le costó descubrir a qué se refería.
La puerta del gimnasio se abrió.
—Una vez que lo consigas, búscame. Te recomendaré con el entrenador y el capitán para que te evalúen desde otra perspectiva.
Escuchó decir a Akashi y luego la puerta cerrándose sola, dejando al chico dentro. De inmediato atrapó aquella mirada rojiza que le gustaba sobre él y se le emparejó para acompañarlo a la salida de la escuela.
—Midorima, ¿estabas escuchando?
—Me interesó saber cómo es el chico que llamó tu atención —¿sería aquel su sexto hombre? Si bien lo vio de reojo cuando entraron al gimnasio, no fue consciente de su presencia hasta que Akashi puso sus ojos en él —. Cómo sea… No puedo creerlo —¿acaso podría usar esa poca presencia para algo útil en el juego? Si su persona dibujó una mueca de interés en el vicecapitán, Midorima no podía hacer nada más que observar —¿Realmente crees que pueda transformarse?
—Quién sabe —contestó casi burlón. Midorima volteó a verlo. Una sensación de temor y un pulso de adrenalina pura le recorrió el cuerpo al verle los ojos. Su iris izquierda lucía diferente, ligeramente dorada, y lo afilado de su mirada podía cortarle la mejilla de ser necesario —. Veo potencial en él, pero sigue siendo un extraño. Ni siquiera es mi amigo —el silencio reinó en Midorima —. Solo le arroje una soga, usarla depende de él.
No le quedó más que asentir silenciosamente ante aquellos arrogantes y fríos comentarios que dio Akashi. Desesperadamente buscó poner la mirada al camino, pues esos ojos rojizos cálidos con los que solía mirarlo a él y a sus compañeros le incomodaron. ¿Qué había ocurrido?
Llegaron a la entrada de la secundaria, ahí ya los esperaba el chófer. Akashi arrugó la frente, molesto. ¿No le había dicho que no lo recogiera tan cerca? Algunos alumnos que también salían tarde de sus actividades curriculares lo miraban desde lejos, murmurando. Midorima se despidió de él en cuanto pusieron un pie fuera, correspondió con un asentimiento. En otro contexto le habría cuestionado su urgencia.
Nakamura-san era un señor increíblemente atento, respetuoso y lleno de sabiduría. La primera vez que lo conoció fue un alivio en su intranquilo y muy nervioso corazón, le lleno cariño como un padre lo haría y le reconfortó una vez que Akashi lo dejó solo en el coche para hacer una llamada importante. Le había dicho lo que ya sabía, que el señorito Akashi era un joven de buen corazón y que él, que lo conocía desde pequeño, haría lo que fue para que su vida estuviera llena de felicidad. Por ello, en sus recurrentes visitas, era el alcahuete que los ayudaba a verse después de días separados uno del otro.
Furihata lo apreciaba mucho, después de la pérdida de su padre a muy temprana edad fue como una figura paterna cuando empezó a tratar con él. A veces le llevaba de esos chocolates envinados que tanto le gustaba como regalo, aunque su novio le reclamara su propio regalo después.
Al tenerle tanto cariño se enojó consigo mismo al percatarse que no lo reconoció la primera vez que lo vio junto al pequeño Sei en la entrada de Teiko. Debía haberlo hecho, Nakamura llevaba trabajando para la familia Akashi desde muy joven, ser el chófer del Akashi de secundaria era un hecho obvio. Se dio cuenta a penas, cuando apareció nuevamente frente a ellos dos en, irónicamente, la entrada de Teiko.
El cielo era estrellado, de un azul marino profundo, el viento soplaba fríamente avisando el otoño. El clima combinaba con la fría mirada del pequeño Sei.
—Creí haberte dicho que no te estacionaras aquí.
Nakamura, con su sombrero pegado en el pecho, saludó con una reverencia al pequeño Akashi. Algunas canas ya se hacían presentes en su cabello, las comisuras de sus ojos ya presentaban arrugas, pero eso no lo detenían de mirar al señorito con ese amor que le faltaba a su suegro.
—Lo siento, joven Seijūrō, su padre me pidió que lo recogiera de inmediato.
—¿Mi padre? —alzó una ceja intrigado. Nakamura lucía preocupado, la mención de Masaomi logró que sus ojos se desviaran al suelo por unos segundos, brevemente entristecido —¿A qué se debe?
—Me pidió que lo llevara al corporativo.
Nakamura-san era un hombre trabajador, honrado y educado. El día que Furihata lo conoció y se presentó ante él de inmediato lo llamo con honorifico, sacándole unas risas Seijūrō al ver su reacción llena de pena e incomodidad. Él no era el señor de la casa, llamarlo así no era necesario, pero Nakamura insistió diciendo que era su deber llamarle así, aunque solo fuera amigo de joven Akashi. Lo conoció así, por ello no se le hacía raro que pese a la expresión de molestia del pequeño Sei permaneció estático. Tampoco se le hizo raro que, aunque el pelirrojo no dijo nada más y se subió al carro casi a regañadientes Nakamura le abrió la puerta con educación y la cerró el mismo modo antes de llegar a ver la tristeza entre las arrugas del rostro más adulto.
Alcanzando a entrar al auto Furihata notó el pequeño berrinche en los labios del niño rico. Era imperceptible a simple vista, pero para él que ya había besado varias veces esos labios era fácil notar la ligera curva.
Akashi soltó el aire de sus pulmones poco a poco, intentando no demostrar sus verdaderos sentimientos. Estaba enfadado pues, el gran señor Akashi, le prometió estar libre de juntas también el día de hoy. De no haber sido por el llamado de su padre pudo haber acompañado a Midorima hasta, al menos, la tienda de conveniencia.
No iba a mentir, acompañar a Murasakibara el día anterior fue divertido. Tan de buen humor estaba que pagó por algunos de los caramelos de su amigo. Le hubiera encantado hacer lo mismo con Midorima.
El aire se acabó y liberó la presión de sus hombros. Kōki le vio enderezarse en el asiento antes de entrar nuevamente en ese estado pensativo.
Pensó en aquel chico, amigo de Aomine Daiki. Le perdonaría la falta de entrenamiento en el grupo uno por aquella presentación. Kuroko, como se había hecho llamar, tenía dentro de él un don sin descubrir que podría serle útil en el futuro. El uso de esa poca presencia podía ser aquello que estuvo buscando, eso que transformaría al equipo para mejor. ¿Sería capaz de encontrar la respuesta?
Lucía algo abatido. Lo más probable es que fuera de los primeros en entrar al club y, al no haber subido de grupo, estuviera a punto de renunciar. Claro, alguien con su físico no podía aspirar a más. Pero el básquet no solo se trataba de habilidades físicas, sino también se inteligencia. Si Kuroko agarraba la soga que dejó y subía por esa pared que se le presentó confirmaría que su madre no se equivocaba al enseñarle el deporte.
Furihata, a su costado, le observó en silencio. Miraba a la ventana con elegancia, sin siquiera recargar el brazo en la puerta. Le gustaba verlo pensativo, sus facciones se volvían más relajadas y no se veía estresado. Sei pequeño también era muy tierno.
Sonreía cuando, en cuestión de segundos, el Akashi menor giró su rostro para mirar el exterior de la otra ventana. Su piel se enchinó y un escalofrío le recorrió la espalda al notar, en su ojo izquierdo, un reflejo dorado. Las piernas le comenzaron a temblar, como en aquel partido donde fue su primer encuentro.
—A-Akashi-sama.
Pero solo fueron milésimas en que esa luz dorada se vio en el mar carmesí.
Ser de los mejores de segundo año le traía varios beneficios, uno de los que usaba con frecuencia era el salir antes de la clase y fugarse temprano al club de baloncesto. Le gustaba mucho estar en clases, siempre había sido bueno en la escuela y no se le dificultaba ninguna asignatura en particular, si pudiera llegaría hasta el final de clases sin problemas.
Con el diagnostico de su padre tuvo que sacrificar parte de ese tiempo para invertirlo en otro gusto: el baloncesto. Era un deporte que en un principio no le llamó la atención, pero después de que Shirogane lo invitara al verlo jugar en una reunión familiar aceptó. Era amigo de su padre, después de todo, y la verdad es que una vez lo probó quedó encantando. Por ello, disfrutaba todo lo posible el club, era culpable al titubear un poco en la responsabilidad, pero su objetivo principal era disfrutar lo máximo antes de dejarlo en manos de otra persona.
Menos mal encontró a Akashi para reemplazarlo.
Era un buen chico, él llevaría al equipo a su punto más alto sin tener que esforzarse mucho, lamentable sería el hecho no estar ahí cuando eso sucediera. El plan con Shirogane ya estaba trazado, era cuestión de tiempo para llevarlo a cabo.
Terminó de bajar las escaleras a la planta baja del edificio, donde las oficinas administrativas de Teiko se encontraban. Haciendo uso de sus beneficios dejó las clases primero y se dirigió a los vestidores del gimnasio a prepararse para el entrenamiento. En el camino saludó a algunos docentes que le impartieron clases el año pasado, siempre fue el favorito de ellos. Al salir del edifico sintió los fríos vientos de otoño entrar por su uniforme, ya era hora de sacar la versión de invierno si no quería congelarse.
Llegando a los edificios destinados para las actividades deportivas una risa femenina llamó su atención. A lo lejos, escondidos entre los arbustos cercanos del club de atletismo, una pareja jugueteaba tan íntimamente que le indignó. La chica, recargada en la malla metálica, tenía prácticamente encima a un joven de cabellos grisáceos susurrándole en la oreja. La chica se reía, correspondiendo al estúpido coqueteo que podría terminar en exhibicionismo.
Era indecente, sí, pero ¿qué le importaba a él? Se iría y los dejaría continuar, no era su problema, después de todo el gimnasio estaba del otro lado y gracias a Dios no tendría que pasar a su lado.
Eso hubiera pasado, pero en vez de eso camino a paso apresurado y tomó al indecente chico de la chaqueta, arrancándolo de las manos femeninas de inmediato. La chica, primero impresionada por la repentina acción, se ruborizó por completo al entender que alguien los había visto. Era linda, de cabello rubio y ojos de color, claramente extranjera. De primero, pues sus ojos no la vieron antes.
—¡Y-Yo…! —estaba espantada, le dio lástima.
—Vete tranquila, no diré nada.
La pobre niña asintió y corrió de la escena. Ni siquiera se preocupó en mirar al desgraciado que se quejaba en su mano.
—¿¡Qué demonios te ocurre!? ¡Estaba por cogerla!
Haizaki Shōgo, el estúpido Haizaki Shōgo fue el motivo porque se desvió de su camino. Y qué bueno que lo hizo tras escuchar tal declaración. No era la primer víctima, tampoco sería la última, pero si con eso lograba alejarla estaría satisfecho.
—Menos mal intervine.
Haizaki continuó renegando hasta que, con la magia de una mirada, logró callarlo. Redirigió sus pasos nuevamente el gimnasio. Llevando a rastras al fastidiado Haizaki se sintió mal por quien fuera a lavar su uniforme. ¿Sería su madre? Debería comprarle un detalle por aguantar al rebelde de su hijo, ojalá ella pensara lo mismo de él y le consiguiera un regalo también. También era culpa de Teiko por implementar un saco del blanco más difícil de lavar.
Una vez pisaron los vestidores Haizaki logró ver la libertad.
Chasqueó la lengua y se dirigió a su casillero. Escabullirse en presencia de Nijimura no era opción a menos de que quisiera sumar golpes en la lista personalizada del capitán. No le quedó de otra más que comenzar a cambiarse y resignarse que ese día llegaría temprano al entrenamiento.
Obviamente estaba frustrado. Esa tipa, Melissa recordaba que se llamaba, había sido su conquista más complicada hasta el momento. Era de primero, como todas las demás zorras con las que se acostó, pero al ser extranjera conocía un poco más de la vida a diferencia de las chicas japonesas. Era un hueso complicado de roer, pero después de algunos intentos logró que se saltara la última clase y se escabullera junto con él. Si no fuera por la intervención del estúpido capitán don perfecto ya tendría sus calzones en el suelo.
Refunfuño, quitándose el ahora saco café. Quitarle esa mancha sería un martirio.
—Se ve que está enamorada.
El resorte de su short deportivo azotó en sus caderas. Observó a Nijimura por encima del hombro, el desgraciado soltó ese comentario estúpido sin siquiera mirarlo, seguía doblando su uniforme con delicadeza. Haizaki rio en seco, casi sarcástico.
—¿Y a mí que me importa que esa puta esté enamorada? Solo la quiero para el sexo, ¿no has visto lo buena que está? —Melissa era toda una belleza rubia, con el pequeño defecto de que tenía inteligencia.
—¿Y que esté buena es todo lo que te interesa?
—Tengo mis requisitos —respondió burlón, alzando un poco su orgullo para continuar —. Deben de estar buenísimas, no me importa si de grandes pechos o buen trasero. Para que aflojen fácil deben de ser menores que yo, aunque las de mi edad también son idiotas —empezó a doblar con cuidado la camisa celeste del uniforme, podía ser un desalmado pero lo que más odiaba era traer la ropa arrugada. El aire que se colaba por la apagada ventilación rozó su desnuda espalda, pero Haizaki continuó parloteando sin darse cuenta de una mirada que le recorría por la espalda—. Ese es otro punto, deben ser completamente pendejas par-
Un tacto húmedo y suave se depositó en su hombro antes de volverse en un dolor agudo. No era la primera vez que recibía un beso en esa zona, sabía identificar muy bien la sensación de un beso húmedo en su piel. Fue rápido, antes de que un par de hileras de dientes se presionaran con lujuria, lo suficiente para dejar una marca visible.
Se apartó, pegando su espalda al frío metal del casillero. Su mano se elevó hacia la zona afectada, aun húmeda por el acto. Nijimura, frente a él, le encerró poniendo ambos brazos a los costados de su rostro.
—¿¡Qué haces!? —las marcas de sus dientes podían sentirse en la piel. Nijimura le veía desde arriba, con esa expresión de indiferencia que odiaba.
—La vista era demasiado buena, quise probar un poco —sus ojos vagaron por todo su torso. La piel de Haizaki era blanca, haciendo resaltar sus rosados pezones increíblemente apetitosos. Las ganas de morder también aquellas zonas descubiertas de su cuerpo le invadieron. Cerró la distancia, tratando de no despegar la mirada de esos labios que se fruncían inquietos —. ¿Qué decías?
¿En qué momento se acercó tanto? Era un maldito gato que no hacía ruido al caminar, ni lo sintió acercarse a su espalda mientras hablaba. Su casillero seguía abierto, no lo habría cerrado para no hacer ruido.
La fragancia de niño rico que usaba le inundaba la nariz, era fresca, pero a la vez tan varonil que jamás admitiría que le gustaba. Así como la situación.
Haizaki era fanático de hacer cosas indebidas en sitios prohibidos. Le excitaba muchísimo llevar a sus conquistas a sitios algo escondidos y, a la vez, públicos. La adrenalina de ser descubiertos era algo que le hacía llegar al máximo. Dogging, le llamó algún pendejo.
Sin embargo, y aunque no le disgustaran los hombres, que Nijimura se le estuviera insinuando por segunda vez le parecía asquerosamente placentero. Tener su mirada encima de su cuerpo le daba escalofríos, y no sabía si era mejor que le viera con intenciones de golpearlo.
Alto, atractivo, deportista. Sería el sueño de toda chiquilla calenturienta. Besar esos jugosos labios que se relamían ansiosos cuando se quedaban atrapados en sus pezones sería un sueño. Tal vez sabrían a fresa, como aquella vez.
—Quítate de encima, das asco —ordenó firme, pero Nijimura solo rio.
—No decías eso la vez pasada —y esa sonrisa se ensanchó cuando una mano del mayor se posó con absurda delicadeza en su cadera, dejando atrás todo intento de Haizaki de apartarlo—, incluso ahora sigues viendo mis labios como un idiota. ¿Quieres más?
Tragó saliva al verse atrapado. No supo en qué momento se había quedado observando no solo sus labios, sino también la desarrollada manzana de Adán del capitán, la cual subía y bajaba con cada arrogante palabra que lo hundía más y más. Se estaba poniendo caliente, y pensar que alguien podría entrar a los vestidores no ayudaba con su situación.
Sin saber qué hacer realmente usó uno de sus brazos para ponerlo en el pecho del azabache y empujarlo.
—¿Más? ¿Por qué querría más de un degenerado como tú?
—¿Por qué no soy como una de tus chicas tontas que caen en tu coqueteo absurdo? —apretó el agarre en la cadera del menor, sacando un suspiro que Haizaki hizo todo lo posible por ocultar —No, Haizaki, no soy como esas niñas —los grisáceos le miraron, sarcásticos entre el rubor que se ocultaba en sus mechones grises. Nijimura sonrió complacido.
—¡Claro que no! —gritó enfurecido. No sabía si por humillación de que otra vez ese hombre lo manejara a su antojo o por placer de que Nijimura lo manejara a su antojo— ¡Yo no soy un gay com-!
Y no entendió por que cerró los ojos con tanta satisfacción al sentir, por fin, la boca del mayor sobre la suya. Esta vez no sabían a fresa, pero le correspondió el beso con intensidad. La camisa que dobló con tanto esmero acabó en el suelo, sus brazos se apoyaron en los hombros y sus manos buscaron desesperadamente los cabellos negros. Nijimura no se molestó en empezar con suaves caricias, directamente atacó con su lengua su cavidad y, demostrando inútilmente que él tenía el control, movió su lengua al ritmo del ajeno.
Sentía la otra mano tomarlo de la cadera y apretarle con esa agresividad que gemir una o dos veces fue inevitable. Las manos del capitán, frías en un principio, se volvieron calientes a medida que subían y bajaban por sus costados y la espalda, acariciando la tersa piel del menor.
Nijimura era jodidamente ardiente, pero jamás lo iba a admitir.
Estaba fascinado con esa faceta sucia y agresiva que le demostraba solo a él, que si en ese momento de lujuria le preguntaban si faltaba para que lo fuera a buscar diría que sí, aunque no fuera del todo cierto.
Por más que le besó y le tocó, Nijimura respetó una distancia entre pelvis que le pareció tan imprudente. No era suficiente, quería más.
Se elevó en puntitas y profundizó el besó hacia delante, tomando los cabellos azabache con ambas manos y, con inercia, jaló hacía él para echarse encima el cuerpo del más alto. A Nijimura le encantó la acción. Abrazó al menor con ambos brazos y recargo su cuerpo los casilleros. Que el casillero de Haizaki continuara abierto solo logró que su cabeza quedara parcialmente dentro y su cadera alzada a su favor. Ambos mientras chocaron inevitablemente, provocando que el sucio beso se rompiera y los dos gimieran.
Haizaki permaneció en silencio, jadeando por la falta de aire. Nijimura no perdió el tiempo y llevó su boca al expuesto cuello del menor. Si el rebelde en causa estuviera en sus cinco sentidos probablemente se reiría de los delicados besos que dejó en la extensión, pero quería disfrutar de la piel porcelana, pues a saber cuando volviera a tenerlo así para él.
Por su parte, suspiraba. Aun húmedos, los labios dejaron un recorrido de saliva desde la parte de atrás de su oreja hasta el hombro que no fue mordido, causándole escalofríos. Nijimura le apretaba contra su cuerpo, restregando lascivamente sus miembros mientras sus manos jugueteaban con el elástico de sus shorts deportivos.
Y cuando Nijimura mordió su otro hombro y la diestra empezaba a sumergirse en la intimidad de su trasero unas voces se escucharon en el exterior, por el pasillo que daba al gimnasio.
Haizaki lo apartó de golpe y se miraron, ambos espantados. Con una sola mirada entendieron que podían ser unos adolescentes indecentes, pero no querían ser atrapados en el acto todavía. Nijimura corrió a su casillero y tomó las notas del día, tomó asiento en la banca y fingió leerlas en lo que su erección se iba. Mientras que Haizaki tomó la camisa del suelo y la aventó entre sus cosas, vistiendo rápidamente la camisa de entrenamiento.
Las voces se detuvieron en la entrada, pero a pesar de ser dos solo entró uno.
—Nijimura —el pelicenizo no logró identificar de quién era hasta que habló. Lo tenía de espaldas, y así se quedaría hasta que pene se calmara y el tinte rosa de sus mejillas se largara.
—Oh, Akashi —¿cómo sonaba tan tranquilo después de dejarlo nuevamente con una erección? Ahora le convenía que estuviera así, pero la próxima vez diría algo—, otra vez tan temprano. ¿Quién te acompañaba?
—Era Midorima —contestó el pelirrojo, avanzando a su casillero para cambiarse, o eso creyó Shōgo al escuchar un seguro desbloquearse—. En un momento vendrá a cambiarse, un profesor le pidió que llevara una documentación a la administración.
Nijimura respondió con un monosílabo y siguió fingiendo leer las anotaciones que los entrenadores le entregaron días antes. Era un expediente muy corto a comparación de otras rondas de evaluaciones, lo que significaba que pocos lograron subir de grupo. Tan seca fue esa cosecha de nuevos talentos que ni un solo fruto del grupo tres logró madurar. Cuando la temperatura de su cuerpo se regulara lo hablaría con Akashi.
Hizo a un lado la ropa de entrenamiento que usaría ese día y empezó a desvestirse. No es que no lo haya notado, simplemente ignoró su presencia. Después de todo si el que Haizaki estuviera en los entrenamientos a tiempo era un logró, que lo hiciera temprano era un milagro. Pediría un deseo esa noche después de las clases particulares de chino y antes de dormir, eso no se veía todos los días.
Pero no estaba cómodo, algo molestaba al pequeño Akashi.
La aparente tranquilidad del más rebelde del equipo le pareció molesta, le disgustaba. Y si eso le sumaba que Nijimura no lo vio a la cara como otras veces que le saludaba la arruga en su frente se volvía más tensa.
Echó la cabeza ligeramente hacia atrás el suficiente espacio para abrir la vista de su ojo. Haizaki estaba dándole la espalda a su costado derecho, en la fila de casilleros frente a la entrada, el suyo era perpendicular. Seguía doblando torpemente esa camisa celeste, ignorando la presencia de las otras dos personas en el lugar.
Lo que lo terminó de molestar, logrando que apretara con fuerza la puerta de su casillero, era encontrarse con la punta de sus orejas tan rojas como sus propias hebras.
Mientras que Nijimura a su espalda llevaba leyendo el resumen de un chico del segundo grupo, un resumen que no constaba de más de media cuartilla.
Se cambió de ropa, con el ambiente húmedo e incómodo ahogándole.
