El entrenamiento en Teiko se había detenido. Bueno, al menos el hecho por los titulares de primero que brillaban alto en el torneo de secundarias.

Todo había sido por una simple pregunta hecha por Kuroko Tetsuya, quien en sus manos sostenía un balón anaranjado y sorprendido trataba de ocultar su expresión.

—¿Aún no me darán uniforme?

Su pregunta fue sencilla, pero hizo que una gota de frío sudor corriera por la sien de los compañeros que lo miraban, intentando encontrar las palabras adecuadas para explicarle. ¿Cómo decirle, a ese rostro ilusionado, que el uniforme brindado era meramente provisional?

Aomine había buscado ayuda en Akashi, pero al pareces estaba igual de sorprendido que él. Quizá hasta preocupado.

—¡Oh! Disculpa, no te dije…

Su voz salió con culpa. Detalles importantes se le habían olvidado comentarle a Kuroko previo el partido, seguramente por la presión del mismo.

Aomine dio un golpe de karate en la celeste cabellera al entender las palabras de su vicecapitán.

—Era obligatorio que usáramos integrantes de primero en el partido anterior, por eso te prestamos uno —corrigió el malentendido de inmediato, causando en Kuroko una mueca de desilusión.

—Pensé que tendría uno propio en cuanto me uniera al club… —susurró, sobando la zona golpeada por el moreno. Este sintió nuevamente la gotita de sudor bajarle hasta la mejilla.

—Veo que eres muy optimista, Tetsu.

Kuroko no estuvo con ellos el día que Nijimura dio la noticia, así que esa información no la escuchó hasta ese momento. Akashi disimuló un suspiro y se regañó por olvidarse de mencionarlo. No podía culpar la poca presencia del jugador.

La desilusión en los celestes ojos le causaron el suficiente remordimiento para alentarlo, mientras Aomine despeinaba sus cabellos y Kuroko limpiaba unas cuantas lágrimas que salieron de sus ojos por el dolor.

A este punto, los demás retomaron el entrenamiento, dejándolos solos.

—Lo importante es que exhibiste tu potencial, sin mencionar que el manager no dijo nada al final… —miró a Aomine, dando a entender que conocía la propuesta de aquel día —Así que digamos que fuiste aceptado en el primer equipo.

Eso pareció regresarle algo de felicidad a su jugador fantasma.

Una vez aclarado el asunto y con el golpe de Aomine tratado, Akashi dio la orden de continuar con el entrenamiento. Dos líneas rectas de alumnos que se turnaban para encestar, con el objetivo de hacerlo sin errores. La línea de donde Akashi, Haizaki y Aomine encestaban trabajaba sin problemas, mientras que la de Midorima, Murasakibara y Kuroko debían repetir una y otra vez la secuencia debido a este último.

—Maldición, que remedio… —jadeó Kubota. Los de segundo observaban a los de primero y segundo terminar las líneas, impresionados con cada canasta errada del más nuevo.

—¡Una vez más! ¡No terminaremos hasta que encesten en secuencia! —gritó otro de segundo, animándolos. Sekiguchi miró a Nijimura en su costado, con una sonrisa entre burlona y cansada, secando el sudor de su nariz con el borde de su camisa.

—Cómo sea… —una canasta errada más por parte de Kuroko le hizo una mueca de dolor, pobres chicos —Ahora puede seguir el ritmo de los entrenamientos.

Nijimura estaba de acuerdo. Consideraba un gran avance que Kuroko ya no vomitara después de cada ejercicio, aunque todavía le costaba al inicio ajustarse al ritmo de los demás. Lo lograba a media rutina, cada vez más rápido, pero seguía sudando mares.

—Aunque a duras penas.

Murmuró después de ver la pausa que hizo el menor para tomar aire.

Kuroko Tetsuya era un jugador inusual. Debía admitir que al conocerlo consideró que no daría el ancho. Siendo un chico bajo, delgado, con poca resistencia, sus expectativas eran increíblemente bajas.

Pero Akashi lo había elegido, y él puso su fe en él.

Cada uno de los chicos eran especiales. Podía ver, con el pasar de los entrenamientos, que sus habilidades se pulían. Estaba casi seguro de que un equipo interesante se formaría con su salida y la idea de dejar a ese equipo bajo las manos de Akashi seguía sonando perfecta.

Incluso, el ambiente había cambiado.

Kuroko había tomado la tensión que sentía y la transformaba en un ambiente donde se relajaban. Más risas se oían, hasta los de tercero llegaban más animados a practicar, emocionados de ver con que sorpresas saldrían los nuevos.

La de ese día era Midorima enfadado y Murasakibara tomando de la cabeza a Kuroko cada que este no metía el balón. Cosa que pasaba muy seguido.

No le daría todo el crédito a Kuroko, pues fue idea de Akashi de incluirlo.

Metido en sus pensamientos, cruzó miradas con su vicecapitán cuando este regresaba al final de la fila. Akashi le mostró una linda sonrisa, que tuvo que corresponder por obligación.

Después de aquel beso no habían tenido tiempo de platicar. No le pesaba tanto como Haizaki, quien ni se dignaba a mirarlo. Desde la pequeña discusión en su casa permanecieron con un tipo de contacto cero que a Nijimura no le agradaba del todo.

Lo peor es que el menor asistía puntualmente a todos los entrenamientos, quitándole la excusa de ir a buscarlo.

Akashi se formó en la fila y Nijimura aprovechó para busca la cabellera de cabellos grises entre los alumnos, encontrándolo extrañamente calmado frente a Akashi.

Podía observar su cuello bañado en sudor, secándole la garganta. Pero Haizaki jamás le regresó la mirada, y aunque eso la causara un dolorcito en el pecho tuvo que conformarse con la inocente sonrisa de Akashi, quien acababa de encestar.


—¿Qué harás en las vacaciones, Tetsu?

Preguntó Aomine, caminando a la par de Kuroko.

Habían salido del gimnasio cuando Nijimura terminó de hablar, se habían despedido de Midorima y Murasakibara, quienes se quedaron esperando al pelirrojo en la salida del gimnasio.

Kuroko bebía una malteada de vainilla que Aomine le compró en la pasada.

—Creo que seguiré estudiando mi tipo de juego.

Necesitaba mejorar. Si bien sus resultados en los últimos partidos eran decentes, sabía que para el estándar de Teiko y ayudar a sus amigos en los partidos debía hacerse más fuerte. Dentro de lo que fueran sus posibilidades, claro.

Aomine estaba particularmente nervioso ese día, podía notarlo.

No dejaba de mirarlo cuando, supuestamente, él estaba enfocado en otra cosa. Había captado sus miradas durante toda la tarde, y después de ser despedidos por el entrenador y caminar a casa se volvieron más intensas.

No se sentía incómodo, por alguna razón el corazón de Kuroko latía acelerado cada que se percataba de los azulados ojos sobre él. Como en ese momento. Al verse atrapado, Aomine desvió el rostro y rascó su nuca, Kuroko solo sonrió sorbiendo la malteada.

—¿Y tú, Aomine-kun?

—Creo que iré a visitar a mis abuelos.

Sus padres planearon aquel viaje. Visitar a sus abuelos significaba festines diarios realizados por su abuela y viajes a la montaña con su abuelo, los últimos siendo sus favoritos desde niño ya que le encantaba atrapar cigarras. Y en verano salían muchas de ellas.

Pero había un tema que a Aomine le inquietaba desde hace meses.

Sus intentos de confesársele a Kuroko seguían fallando estrepitosamente. Pasar tiempo a solas con él no le ayudaba en ideas una estrategia para hacerlo, le ponía demasiado nervioso. Convivir junto con los demás le ayudaba a desenvolverse.

Satsuki tampoco ayudaba mucho que digamos, ella seguía ensoñada con la idea de una declaración demasiado romántica y fuera de su personalidad que desde hace tiempo no había vuelto a tocar el tema con ella.

Pero siempre que miraba a Kuroko sentía que la chica tenía razón. Él se merecía algo así, romántico e ideal.

Sin embargo, eso era difícil viniendo de Aomine.

—Eso es triste —dijo Kuroko, sorbiendo lo último del vaso y tirándolo a la basura bajo la confundida mirada del moreno. Él le sonrió, tomando su bolso deportivo y listo para doblar en la esquina en dirección a su casa —, pensé que podríamos salir juntos algún día.

Decir que Kuroko, en ese momento, no le complació la mirada llena de preocupación y sonrojo de Aomine sería mentir descaradamente.

Él empezó a balbucear alguna excusa, diciendo que podría hacer un espacio o incluso no asistir al viaje, pero la risa de Kuroko le calló.

—No te preocupes, Aomine-kun, cuando regreses podremos pasar unos días juntos —dijo, sonriéndole una última vez antes de girarse por completo hacia su casa, sin esperar alguna respuesta de su parte —. Nos veremos en la escuela.

Aomine se quedó quieto, perdido en esa sonrisa juguetona que Kuroko le mostraba.

Verlo algunos días antes de que las vacaciones se acabaran estaba bien, verlo en la escuela durante descansos y en los entrenamientos era mejor. ¿Entonces por qué una sensación de vacío se alojaba en su pecho cuando lo veía caminar a su casa en los últimos días de escuela?

No era suficiente, le decía. Quería estar con él todo el tiempo, tomarlo de la mano, besarlo y acariciarlo. ¿Cómo podía sentir algo así por un hombre?

Eso era lo de menos, Kuroko lo valía.

Sin embargo, verlo caminar y desaparecerse en la lejanía le saltaba los signos de alarma.

¿Podría estar así todo el tiempo? ¿Suprimiendo sus deseos?

—¡T-Tetsu!

Llamó en un grito desesperado y verlo girarse a él, con esos ojos que brillaban en ilusión lo pudo. Sintió su rostro arde, sus manos sudar y sus labios temblar buscando las palabras adecuadas para decirle lo que sentía.

Con el atardecer a su izquierda, que lo hacía ver extremadamente bello, Aomine volvió a balbucear.

—Yo... Quería decirte...

Kuroko inclinó su cabeza a la dirección del sol, mirándolo con esa calma oculta en sus facciones estoicas, aquella con la que lo conoció y le miraba todo el tiempo.

Pero sus ojos, celestes y vibrantes, se humedecieron en un cariño que envolvió a Aomine descaradamente.

Se sintió abrumado, y las palabras quedaron en su garganta. Apretó las manos en puños, y bajó el cabeza avergonzado.

—Que tengas un lindo verano.

Menos mal que Aomine había salido corriendo de ahí en dirección a su casa, así no pudo ver la cara llena de desilusión de parte de Kuroko.

Miró la espalda de Aomine desaparecer por la esquina, soltó el aire y observó el atardecer del cielo. Su corazón latía acelerado, desesperado por oír aquellas palabras que, sin saberlo, estaba buscando.

—Tú también, Aomine-kun.


—Revísenlo —Sanada le extendió a cada uno un juego de documentos —, cuando regresen espero sus comentarios y aportaciones —dijo, mirando por más tiempo a cierto pelirrojo —. Qué tengan buenas vacaciones.

Ambos hojearon los documentos que resultaron ser las rutinas de ejercicios, juegos próximos y aspirantes a subir de grupo. Por sus posiciones debía estudiarlo durante las vacaciones y regresaron compartirían opiniones junto con los demás entrenadores, como era costumbre.

Sanada tomó sus cosas y los dejó, despidiéndose una vez más.

Para Nijimura era la segunda vez que realizaba esa tarea y, acostumbrado, recibió la papelería guardándola en su maletín para revisarla esa misma noche antes de dormir.

Por otro lado, Akashi no hizo más que observa paciente la carpeta en sus manos, pensando en la actividad que se le acababa de sumar a su itinerario. Tendría que leer poco a poco, usando sus espacios libres entre actividades artísticas y la empresa familiar, pues su padre se había vuelto más autoritario que de costumbre.

Furihata fisgoneó las hojas, asomándose por encima del hombro del pequeño Akashi. Era más formales que las de Aida, pero seguían siendo notas de cualquier entrenador de baloncesto. Incluso si tenía los ojos rojos e hinchados podía entender lo escrito ahí.

Ya no le estaba gustando ese lugar. Se sentía asfixiado. Estaba siendo obligado por sabe quién a ver cosas de un pasado que no le correspondían. Era curioso, sí. Tenía que admitir que desde la historia de Kuroko y su acercamiento con Akashi se llenó de curiosidad por saber más sobre Teiko.

¿Qué detalles omitió Kuroko en su anécdota? ¿Qué cosas vivió Seijūrō que Kuroko no sabía?

Por que su compañero les contó lo que él vivió, pero las historias se vuelven otras cuando el narrador es diferente.

Mirando al pequeño Akashi pensaba, ¿qué lo llevó a ser el temible emperador que logró hacerlo temblar con una mirada? ¿Qué situaciones tuvo que vivir para desatar una doble personalidad de la cual su actual novio no se sentía listo contarle?

De hecho, ¿estaba bien ser espectador de una historia que alguien no quería contar?

Pequeño, frágil y elegante; así veía al Akashi Seijūrō de 13 años que pasaba las hojas en sus manos rápidamente, en un hojeo exprés para tener una idea sobre lo que vendría después.

—Sigues teniendo esa manía, Sei.

Susurró divertido Furihata, recordando todas las veces que su pareja hacía eso con los documentos de la empresa, en esos días que lo visitaba una vez su padre se iba de negocios al extranjero y, por algún imprevisto, Akashi tenía que resolver una problemática en el despacho, con él leyendo alguna novela en el sofá.

Verlo hacer lo mismo con tres años menos le parecía tierno. Eran tics, manías, que por más educado y refinado se volviera Sei las mantenía consigo.

No pudo evitar mirarlo tiernamente y volver a pensar qué tipo de situación desagradable tuvo que vivir para volverse frío, sin corazón.

¿Sería la muerte de su madre o el estrés que le ponía su padre?

Quizá podía ser…

Sacudió la cabeza, queriendo borrar todas las dudas de su mente. Eran respuestas que no le correspondían encontrar por sí solo. La confianza que Seijūrō puso en él era lo más valioso que Kōki tenía, y estar ahí ya se sentía como romperla. Si seguía indagando y eso lo llevara a ver más atrás, Furihata no se lo permitiría.

—Sería como pisarla y escupirla…

Y no era capaz de eso.

Nijimura suspiró, haciéndole recordar, no solo a Furihata, sino también a Akashi su amarga existencia. Solo que, a diferencia del castaño, Seijūrō inmediatamente le miró con una emoción que hizo que sus ojos ardieran.

—Cómo si no tuviéramos tarea que hacer, ¿no?

Nijimura guardó los documentos en su maletín, siendo imitado por Akashi quién sonreía discreto. Quizá para el capitán era una tarea más, pero el castaño sabía que en su lujosa mansión le esperaban no solo tareas veraniegas, sino también clases de violín, piano, caligrafía y un sinfín más de actividades artísticas. Y eso sin contar con su atribuciones a la empresa familiar.

Sin embargo, Akashi parecía hacer menos todo eso y se burlaba del comentario hecho por el mayor.

—Mi madre solía decir, que aquellos que se esfuerzan más serán recompensados al final.

La madre de Akashi, de la cual no conocía su nombre, debía ser una persona demasiado buena.

La idea de conocerla a través de ese lugar de ensueño le asqueaba, hubiera preferido que Seijūrō se encargara de enseñarle una fotografía y platicarle de ella, pero no pudo ser así.

Piel blanca, cabello rojizo, ojos carmesí. Podía ser la descripción de una mujer arrogante y sensual, sin embargo en el cuadro de la mansión Akashi parecía todo lo contrario. Gentil, amable, amorosa.

Y las palabras que su no novio acababa de decirle a Nijimura, acompañadas de una preciosa y triste sonrisa, lo confirmaban.

Si se le permitiera ser egoísta, quería ser el receptor de tan bonita frase.

Bufó, sacando esa extraña mezcla de ternura y envidia de su interior, y miró al sorprendido Nijimura. Por su expresión, no se esperaba un comentario tan nostálgico del contrario.

—Tu madre suena como una mujer muy sabia.

Akashi abrió la boca para corregirle, pero la negativa sorprendió a Furihata. Dejó que Nijimura hablara de ella como si siguiera viva, quizá en un deseo de que así fuera.

El capitán se estiró y revolvió sus rojizos cabellos.

Furihata no sabía cómo explicar que Nijimura se comportaba como, si en verdad, no quisiera estar ahí. Le desviaba la mirada a Sei, terminaba la conversación de inmediato, incluso se revolvía incómodo cuando el pelirrojo se acercaba.

Era como si no lo quisiera cerca, pero Akashi no se daba cuenta.

Forzó una sonrisa, intentando no perderse en el abismo de los ojos rojos que él mismo había creado. Esos que le veía con tanta admiración y amor.

—Bueno, creo que deberíamos irnos. Disfruta tu verano, Akashi.

Tomó su bolso y quiso huir. Así lo vio Furihata, así se sintió en el lugar. Pero Akashi era el único que no veía más allá de la perfección de Nijimura. Le tomó de la mano, deteniendo su caminar, pero sin exaltarse como el chico rico que decían sus amigos que era.

Furihata rodeó a Akashi, mirando la expresión de miedo que el agarre había causado.

—Debemos hablar, Nijimura —dijo, aflojando el agarre al mayor y acariciando su mano con delicadeza. Mirándola como si hubiera sido tan inalcanzable. Furihata arrugó la frente —, de nosotros.

Vio a Nijimura tensarse, pero lo disimuló bastante bien antes de encararlo. Akashi seguía perdido en el tacto, con un temor tan impropio de él.

—¿Akashi?

—Yo… —Seijūrō respiró profundo, tratando de controlarse y volviendo al elegante Akashi de siempre. Soltó el agarre —¿Qué somos, Nijimura?

Era una pregunta que ninguno de los dos quería escuchar.

¿Qué eran? Ni siquiera Shūzō lo sabía. ¿Qué era para él Akashi además de ser su reemplazo una vez abandonara el equipo? No importaba cuántas veces le mirara y se recordara a sí mismo que era una mejor opción, Nijimura no podía dejar de verlo como el próximo capitán de Teiko.

—¿Qué es para ti, capitán?

Su pregunta salía con odio, con veneno.

En su mano temblorosa pudo recordar la primera vez que le tomó la mano Akashi. En una de sus primeras salidas como amigos, antes de despedirse, Akashi le había dado la mano para un simple apretón y él, inocente, se la aceptó.

Pero cuando la tocó sintió arder su piel, sintió un tacto tan cálido que no quiso apartarse de ella. Mirar el agarre se sintió como años pasando en segundos. Luego, la risa del pelirrojo fue una caricia delicada sobre sus sonrojadas mejillas y al volver a la realidad se dio cuenta que no quería soltarse jamás.

Entendía muy bien como Akashi se sintió al agarrar la mano de Nijimura, y por eso estaba ardiendo en celos.

¿Por qué Akashi sí se dio cuenta de lo que él sintió y Nijimura no pudo hacerlo con Akashi?

Era eso o…

—¿De verdad te gusta? —inquirió Furihata —¿De verdad sientes algo por él o solo estás jugando? —preguntó a la nerviosa mirada azabache.

—Me gustas, Nijimura. Me has gustado desde que entré al equipo y por el beso que compartimos hace días puedo asumir que sientes lo mismo —mantuvo la mirada firme, queriendo por dentro esconderse de aquel golpe de realidad que le daban los ojos cargados de enamoramiento juvenil del menor—, pero no me gusta asumir. Dime de una vez si soy correspondido, así evitaré derrochar mis sentimientos y tiempo contigo.

Furihata pudo encontrar algo de esperanza dentro del abismo de confusión y arrepentimiento que tenía por ojos Nijimura. Las palabras de Akashi, duras y honestas, habían quitado momentáneamente un peso de los hombros del mayor.

Era su oportunidad. Era el momento de poder hacerse para atrás y correr en búsqueda de Haizaki, de tomar todo el falso amor que construyó y devolverlo en las delicadas manos del vicecapitán.

El poco tiempo que duró pensándolo fue suficiente para que la firme mirada de Akashi se debilitara. Fue si acaso un segundo en el que sus preciosas orbes rojas miraron al suelo, desesperado, queriendo ignorar la duda en la cara de Nijimura.

Entonces, Shūzō volvió a pensar.

Akashi estaba enamorado de él desde que entró al equipo, ¿qué le hacía pensar que si le rechazaba en ese lugar al día siguiente no presentaría su renuncia al club? Podía ser el futuro capitán de Teiko, pero seguía siendo un niño.

Un niño enamorado de la persona incorrecta.

Haizaki no era para él. ¿Cómo llegaría con sus padres y les presentaría un tipo rebelde y violento como su pareja? Akashi era mejor prospecto en todo.

Y no podía irse tan fácilmente.

Furihata tembló al ver que Nijimura redujo la distancia entre el pelirrojo. Tembló de impotencia, rabia y celos. El mayor envolvió a Akashi entre sus brazos, haciéndole abrir sus ojos con sorpresa y pintar su mejillas de rosa antes de hundirse en su pecho y aspirar su loción con necesidad.

Ver al pequeño emperador temblar le dio más rabia.

—También me gustas, Akashi —el tono dulce que usó cubría perfectamente la necesidad de creerse la mentira, o eso pensó Kōki. Nijimura acarició los cabellos rojizos y apoyó el mentón en su cabeza, sintiendo el agarre de Akashi en su espalda —. Quiero estar contigo, permíteme ser tu novio.

Se podía apreciar como la respiración de Akashi estaba descontrolada al igual que el sonrojo en su rostro que rivalizaba con su cabello. Furihata sintió en su pecho el latido desenfrenado del corazón de Seijūrō, motivado por las palabras de Nijimura.

De ser posible, se arrancaría el corazón ahí mismo.

Era despreciable que Nijimura pudiera decir esas palabras con un rostro tan estoico.

Akashi se apartó lo suficiente para encarar al mayor, sonriéndole satisfecho por el resultado a su pregunta. Solo ahí, Nijimura también sonrió.

—Te lo permito, capitán.

Furihata esperaba que ese beso que llegó a ver antes de que todo se volviera negro fuera producto de su imaginación o del mareo repentino provocado por la furia.


En realidad, no tenía idea de cuánto tiempo llevaba viendo la palma de su mano.

¿Minutos, horas? El tiempo parecía fluir si él estar pendiente. Juraba que si después le ponían varias fotos de palmas de manos y entre ellas estuviera la suya, sabría identificarla sin errores.

¿Qué había sido esa figura extraña? Parecía un humanoide de cristal o agua. Era extraño, como aquel lugar.

Omitiendo el hecho de que estaba a centímetros de la versión joven de Kise, no se veía que tuviera malas intenciones. Pero seguía preguntándose qué tenían que ver los cambios de colores con él, la teoría de que demostraban sus sentimientos era la ganadora hasta el momento.

—Hubiera sido más rápido…

Susurró, mirando aun su mano. Pudo llegar a tocarlo si el shock inicial no lo hubiera dejado anonadado por tanto tiempo. A lo mejor era buena idea, ¿y si llegaba a tocarlo y algo malo le pasaba?

Bufó, por fin despegando sus ojos de la piel y moviendo sus dedos para recuperar algo de movilidad de su entumida extremidad, sintiendo la pulsera que le regaló Kise moverse en su muñeca. Echó un vistazo al lugar al que había sido teletransportado (o algo así) y se encontró en la cafetería exterior de Teiko.

Conectadas con la cafetería interior, unas puertas de cristal dejaban ver las mesas de comedor con la cocina de fondo. En el exterior, algunas mesas eran ocupadas por alumnos que en vez de comer hacían deberes, algunas máquinas expendedoras pegadas a la pared y macetas que servían de decoración.

Los chicos eran particularmente aburridos si los comparaba con un rubio que hacía resaltar la mesa en la que estaba sentado. Kasamatsu se apresuró y fue con él, encontrándolo garabateando en una libreta.

—Hasta en secundaria perdías el tiempo, idiota.

Kise firmaba una y otra vez una hoja, con la mejilla apoyada en su mano y la mirada perdida en algún punto de la libreta, escribía en automático.

—¿Qué piensas?

Kasamatsu sabía que cuando Kise se ponía así era que su mente por fin carburaba información, y estaba seguro que no se trataba de ninguna materia escolar.

Como si el rubio lo escuchó, dejó de firmar su nombre y cambió la hoja a una anterior. Era una lista con todos los clubes de deportes que una secundaria como Teiko podía tener, todos ya tachados a excepción de uno.

—Club de baloncesto… —murmuró Kise, aun pensativo.

—¿Ah?

Sin título, simplemente los deportes tachados como si Kise ya los hubiera jugado. Le hacía recordar una conversación entre Moriyama y él, en la que llegó a oír algo parecido a que Kise se aburría rápidamente de los deportes que jugaba.

—¿Es por eso?

Se sentía un idiota por hablarle a un tipo que ni de su existencia sabía. Sin embargo, le hacía una ilusión poder mantener una conversación con un pequeño y adorable Kise, antes de ser el arrogante y estúpido rubio del que estaba enamorado.

Pero claro, Kasamatsu jamás diría eso en voz alta.

La punta de la pluma dio golpecitos en los rosado labios del modelo, quien volvió a meterse en sus pensamientos.

Kasamatsu, sintiendo sus mejillas arder, se dio el lujo de ver a detalle a su joven novio.

Kise siempre había sido alguien guapo, pero con sus facciones más jóvenes se veía adorable. Su rostro, aun sin definirse tan masculinamente, era redondo, con pómulos perfectos. Sus labios se veían tan humectados y cuidados que la idea de besarlo le pasó por la mente tan rápido como la desechó. Y sus pestañas, tan largas y tupidas, de las que cualquier chica tendría envidia.

—Maldita sea, Kise…

Cubrió su rostro avergonzado, ¿cómo era posible que Kise Ryōta fuera divino?

Algunas voces conocidas llegaron su oído, bajándolo de su rosada nube. Kise también las había escuchado y volteó a su dirección.

—¡Oe, Murasakibara, dame un poco!

Dentro de la cafetería, en una de las mesas interiores, estaba el dueño de la voz que revolvió el estómago de Kasamatsu.

Aomine discutía con un joven Murasakibara por un pedazo de tempura de su almuerzo, intentando alcanzarlo para devorarlo. Ahí también estaba Kuroko, quien tomó el camino fácil e ignoraba la situación.

Su entrecejo fruncido volvió a la normalidad, asumiendo el hecho de que el rubio miraba totalmente perdido la situación en el interior. Riendo como un estúpido cuando Murasakibara finalmente comió el tempura y Aomine se sentó indignado.

Kise volvió a su libreta, dibujando un corazón a lado de la palabra Baloncesto, siendo visto por el azabache.

—Tch.

—¡Entonces el próximo año será! —canturreó, remarcando una y otra vez el corazón. Kasamatsu desvió su mirar, enfadado.

—No sabes cuánto te vas a arrepentir de eso, Ryōta.