CXXI

La criatura frente a él sonríe con dientes ennegrecidos y carcomidos por el paso del tiempo y la hostil dimensión. A Henry, por su parte, no le interesa andarse con miramientos.

—Me estabas espiando —afirma, pues sabe que es la verdad—. ¿Por qué?

Esa horrible sonrisa no hace más que ensancharse. Como respuesta, Henry extiende el brazo hacia el monstruo.

—Si no vas a responderme, no tiene sentido mantenerte con vida.

—Espera. —Pese a su petición, no nota urgencia alguna en sus palabras—. Como ves, estoy malherido. —Dirige su mirada hacia las marcas de quemadura que desfiguran su abdomen—. Además, no tengo interés en pelear contigo.

—Entonces estamos de acuerdo —replica Henry con una sonrisa beatífica surcando sus labios, pero sin bajar el brazo—. Si no deseas pelear conmigo, empieza a hablar. Ahora.

Lejos de mostrarse intimidado, el monstruo responde:

—Haré algo mejor que eso: te lo mostraré todo.

Lo siente al instante: una intrusión cortés, como alguien llamando a la puerta en su mente.

¿Comparte… mis habilidades?

—Comparto mucho más que eso contigo, Henry —el ser responde, obviamente habiéndose deslizado tras sus barreras mentales debido a su sorpresa.

¿Qué…?

Y entonces, con la fuerza aplastante de un tsunami, Henry lo ve todo.


Lo primero que inunda su mente son sus propios recuerdos: el momento en que Eleven lo desobedece y lo descubre acabando con los demás sujetos de prueba.

El momento en que él extiende su mano hacia ella.

—Si vienes conmigo, por primera vez en tu vida, serás libre.

Los ojos castaños de Eleven no se despegan de él. Eso es bueno: mejor que los fije en los suyos antes que en los cadáveres de sus hermanos.

—Imagina —prosigue Henry— lo que podríamos hacer juntos. Podríamos reformar el mundo, rehacerlo a nuestro criterio.

Ahora o nunca, Henry.

—Únete a mí.

Empero, cuando Eleven levanta la vista y lo mira fijamente a los ojos, casi sin miedo —porque, ciertamente, sería imposible que no lo temiese tras su demostración anterior, en especial porque ambos siguen parados en el medio de la devastación, los cuerpos de todos los sujetos de prueba restantes ensangrentados y desparramados por la habitación—, el «sí» que Henry espera nunca viene.

En su lugar, ella elige mal.

—No.


Años de soledad, de sufrimiento. El dolor es incapacitante y no se detiene; tan solo logra sobrellevarlo.

Lo único que lo mantiene a flote es la sed de venganza que consume su mente mientras construye un monumento a lo que pudieron haber logrado juntos.

Eleven.

Es el rostro que Henry conoce y, a la vez, no. La Eleven que reacciona con odio y disgusto ante cada una de sus encarnaciones, aquellas que buscan aproximarse a ella y devorarla.

En estos recuerdos, Henry experimenta un hambre voraz: el hambre por volverla parte de sí, aunque sea canibalizándola.

Aun así, pese al dolor que estas memorias le infligen, Henry no puede evitar sentirse aliviado cada vez que Eleven lo hace pedazos. Cada vez que Eleven lo sobrevive.

Lo más parecido a la felicidad que alcanza a experimentar se da cuando logra robarse sus poderes y atraparla en la mente maltrecha de Max. Cuando vuelve a tenerla frente a sí —o, al menos, a su conciencia—, sin trucos, sin cuerpos prestados, lágrimas en sus ojos al ver a su mejor amiga en sus garras.

La forma en la que ella intenta apelar a esperanzas hace años muertas lo repugna. Lo lastima aún más. Sí, Brenner lo ha herido, claro está: pero ¿y ella?

Ella debería saberlo.

Y por eso se lo dice.

—¿Acaso no lo ves, Eleven? —inquiere Henry en esta forma monstruosa, cada palabra quemando su garganta—. Él no me convirtió en esto; lo hiciste.

Cuando vuelve al mundo físico, está siendo atacado por dos chicos que desconoce —¿y Nancy Wheeler?—. Esto lo deja al borde de la muerte; apenas se las arregla para escapar.

Pero volveré. Sí, claro que lo hará. Y me adueñaré de todo y de todos.


Una vez que abre los ojos, Henry no duda: con sus poderes, estruja el cuello de la criatura frente a sí.

—¿Qué eres?

El monstruo no se inmuta, sino que desliza sus ojos hacia su brazo izquierdo.

—Yo soy…

Las lianas retroceden, dejando la piel libre. Y aunque Henry ya sabe lo que verá bajo la piel putrefacta, eso no lo hace más fácil.

—… .

Aun así, no está en sus genes el dejarse intimidar.

—Vi los recuerdos que tan amablemente compartiste conmigo —insiste sin aflojar su presa—. Sin embargo, eso no responde mi pregunta: ¿qué eres?

Por primera vez, la criatura parece dudar.

—Supongo… que otra versión de ti.

—¿Y cómo es eso posible? —demanda Henry, decidiendo deshacer su agarre y bajar su brazo al notar su actitud cooperadora—. Si estás tan tranquilo ante mi presencia, debes tener una idea bastante clara de lo que está ocurriendo aquí.

El ser no intenta negarlo. Al contrario, resopla y responde con un tono entre curioso y disconforme:

—Empecé a sentir tu presencia recientemente…, como una mancha en la esquina de mi conciencia. Si debo conjeturar…, supongo que en esta dimensión los límites entre… universos… son menos rígidos.

Henry entiende lo que está diciendo. Y el prospecto es… por lo menos inquietante.

Porque si así son las cosas, lo que ve frente a sí es un recordatorio del alarmante potencial de Eleven.

Y de la posibilidad de encontrarse a sí mismo enfrentado a ella.

Su otro yo parece leerlo en su rostro:

—¿Estás preocupado ante lo que Eleven pueda hacerte?

Si sabe de su relación con Eleven, es lógico asumir que la conexión de minutos atrás hubo ocurrido en ambas direcciones.

—No recuerdo haberte dado permiso de escarbar en mi mente.

La criatura ríe, entonces. Una risa honda, profunda y amarga.

—¿Cuándo hemos dado algo sin tomar nada a cambio? No está en nuestra naturaleza.

Henry hace una mueca: no puede negarlo.

—Eleven te dijo que sí —murmura entonces esta versión suya, y Henry distingue trazos de melancolía en su voz—. ¿Por qué?

¿Por qué, en verdad? No existe diferencia palpable entre sus recuerdos, y ambos lo saben. Se observan en silencio, dos depredadores analizando las fortalezas y debilidades de una inesperada amenaza.

—¿Cómo se siente? ¿Cómo se siente obtener lo que querías? —cuestiona entonces el otro Henry—. El tenerla junto a ti, mientras yo planeo consumirla…

Como que todo lo que deseo es posible.

Pero solo dice:

—Eso suena como un pésimo plan.

—Uno que tú eres incapaz de poner en marcha. Pero lo entiendo: eres débil. Débil por ella.

Ahora es el turno de Henry de reír.

—Creo que ya sé en qué fallaste. —Ante la mirada gélida del monstruo, Henry replica—: La subestimaste.

Henry reacciona justo a tiempo para detener las lianas que amenazan con cernirse sobre él. Chasquea la lengua y observa burlón al ser frente a sí.

—¿Cambiaste de opinión sobre lo de pelear conmigo? —lo increpa.

La otra versión, empero, parece haberse serenado: las lianas retroceden en silencio.

—En realidad…, no creo haberla subestimado. No: creo que te he sobreestimado a ti.

Él no se deja provocar.

—Hm, ¿eso piensas?

—Sí. —El monstruo exhala una bocanada de aire y añade—: Aunque creas que dominas la dimensión espejo de tu universo…, no es así. Estás incompleto. Defectuoso.

Henry debe admitir que sabe a lo que se refiere: esta versión suya se ha vuelto una con esta dimensión, un ser simbiótico. Incluso si pudiese enfrentarse a él, duda que este sea el momento, sorprendido y rodeado por una dimensión domada por otro.

—Pero estás herido —le recuerda entonces, metiendo sus manos en los bolsillos de sus pantalones—. En una batalla, las probabilidades están de mi lado.

El otro Henry no lo contradice; tan solo lo mira fijamente, renuente a dejarlo fuera de su vista.

Perfecto.

—¿Por qué no hacemos un trato? —propone entonces Henry—. Yo me mantengo en mi universo, y tú en el tuyo. No hay razón por la que debamos chocar el uno con el otro.

Es una mentira, por supuesto: esta criatura es una amenaza demasiado grande como para que la deje vivir.

No obstante, el Henry frente a él responde a su proposición con una sonrisa y una mentira de igual calibre que la suya:

—De acuerdo.