Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "My Roommate is a Vampire" de Jenna Levine, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.


Capitulo Dieciocho

Mensajes de texto entre Felix y Alec, guardianes nocturnos de la mazmorra de Naperville

Alec: Ey Felix

Felix: Ey tío qué pasa

Alec: Esta madrugada he pillado a la policía de Naperville husmeando por aquí

Felix: No fastidies

Alec: Ya. Qué mal

Felix: Se lo has dicho al jefe?

Alec: Todavía no. Ahora voy

Felix: Mira, entre el prisionero nuevo, que desde que llegó anoche no ha parado de llorar y escribirle cartas a no sé qué humana y la policía rondando por aquí, menuda semanita llevamos ya. Y aún estamos a martes!

Alec: Buah, ya te digo

Felix: Quieres que le pida a Dem que se encargue de los polis? Sabes qué? Olvídalo

Llevo bastante sin comer

Ya me ocupo yo

Alec: Gracias

Te debo una

Felix: Nah

De momento más me vale pillarme unos tapones para los oídos antes de que el conde Von Romeo este me vuelva majara


Comencé a sospechar que algo no iba bien cuando me desperté en mitad de la noche y Edward todavía no había vuelto del Ritz-Carlton.

Como ya habían pasado quince horas y seguía sin tener noticias de él, estaba muerta de preocupación y aún más convencida de que aceptar reunirse con su madre y los Denali había sido una decisión pésima.

Detestaba la idea de que, si Edward estaba en apuros, no hubiese literalmente nada que yo, humana, pudiera hacer al respecto. Pero, por desgracia, así era.

Y en ese momento tenía que concentrarme en la entrevista en Harmony Academy que, por una cruel carambola del destino, me habían puesto esa misma tarde. Me dije que en cuanto acabara trataría de encontrar la forma de contactar con Lorenzo para ver si podía ayudarme a averiguar qué había sucedido. Tal vez fuera un idiota, pero estaba convencida de que apreciaba a Edward a su manera y que, si había algo que pudiera hacer, me ayudaría.

Y lo que era aún más importante: Lorenzo era el único vampiro que conocía. Tampoco es que tuviera muchas más opciones.

Entretanto, pensar que esa misma tarde tenía una entrevista para un puesto que podía cambiar mi vida constituía una agradable distracción de lo que tanto me preocupaba. Y de lo impotente que me sentía.

Me examiné en el espejo de cuerpo entero de mi dormitorio y fruncí el ceño ante la imagen que me devolvió. El traje azul marino que llevaba era lo único que tenía que pudiera pasar como atuendo formal. No sabía si en Harmony Academy esperaban que llevase traje y una parte de mí deseaba que quisieran que los aspirantes al puesto se presentaran con un mono salpicado de pintura. Pero Jake me dijo que para las entrevistas de trabajo era mejor arreglarse de más que de menos.

Dada mi escasísima experiencia en entrevistas para puestos de trabajo en empresas potentes, y mis terribles habilidades de búsqueda de empleo en general, le hice caso y me planté el traje.

No obstante, todavía tenía que hacerme algo en el pelo. Aún no se había recuperado del todo del experimento de hacía unas semanas y los mechones se me ponían de punta en lugares insospechados de la coronilla; y casi siempre era un incordio.

Puede que tuviera que presentarme a la entrevista pareciendo y sintiéndome un fraude, pero si era posible, debía evitar parecer también un teleñeco.

Mascullando entre dientes, salí del dormitorio y me encaminé al cuarto de baño, donde tenía los productos capilares. Justo cuando cerré los dedos alrededor del mango del cepillo, oí cómo alguien carraspeaba con fuerza a unos metros de mí.

—Disculpa.

Me quedé de piedra.

Conocía esa voz. Estaba grabada en mi memoria desde la noche en que me enteré de que mi compañero de piso era un vampiro.

—¿Lorenzo?

¿Qué estaba haciendo ahí? ¿Y cómo había llegado? ¿No había dicho Edward que los vampiros necesitaban invitación expresa para entrar en casa de alguien?

Pero mi sorpresa se desvaneció en cuanto le vi la cara. Las pocas veces que habíamos coincidido, había visto a Lorenzo con expresión divertida, descarada y aburrida. Pero nunca lo había visto preocupado.

En aquel momento, sin embargo, la preocupación que traslucía era evidente.

Más que evidente.

—Estoy preocupado por Ed. Ha… —dejó la frase inacabada y me miró de arriba abajo arrugando la nariz con desaprobación—. ¿Qué demonios llevas puesto, Isabella?

—Bella —lo corregí—. Y olvídate de mi ropa. ¿Por qué estás preocupado por Ed? —El corazón se me aceleró—. ¿Le ha… pasado algo?

Se adentró en el salón y se sentó en una de las butacas de cuero sin esperar siquiera a que lo invitara a ponerse cómodo.

—Eso sospecho, sí. Llevo sin saber de él desde que se marchó a la reunión con su madre y los Denali.

Traté de reprimir el pánico que empezaba a invadirme. Yo tampoco sabía nada de él.

—¿Y esperabas haber tenido ya noticias suyas?

—Desde luego. —Enzo dudó—. Es verdad que en cierto modo nos odiamos…

—Eso ya me había quedado claro.

—… pero también somos muy unidos.

Me fijé en las arrugas de preocupación del ceño, que no mostraba otros signos de edad, de Lorenzo. En la rigidez de los hombros. En la mandíbula tensa.

—Eso también me lo había imaginado.

—No quiero ponerme en lo peor —continuó—, pero va siendo hora de que nos planteemos que puedan haberle hecho algo.

Así que mis miedos no habían sido infundados.

—¿Lo crees de verdad?

—La señora Cullen no es alguien a quien tomarse a la ligera. Por no hablar de lo que Irina y su familia son capaces de hacer. —Volvió a detenerse—. La verdad es que Irina es un pedazo de zorra.

Normalmente no me gustaba un pelo que los hombres usaran esa palabra para describir a ninguna mujer. Pero, en ese caso, me pareció extrañamente justificado.

—¿Sí?

—No la conozco demasiado bien —reconoció—. Pero digamos que la impresión que me dio en París allá por 1820 no fue demasiado buena. Y, desde luego, me alegro de que sea Edward con quien haya decidido casarse y no conmigo.

Cada interacción que tenía con Lorenzo me dejaba mucho más claro por qué Edward le tenía tanta tirria.

Le lancé una mirada asesina.

—Así que te alegras de que quiera casarse con él, ¿no?

Lorenzo se encogió de hombros.

—Sin ánimo de ofender, por supuesto. Busca información sobre ella si quieres. Tiene mucha más presencia en internet que la mayoría de los vampiros. Sus perfiles en redes sociales dan a entender bastante bien qué tipo de persona es. —Se quedó callado antes de añadir—: Y no es que esté de mal ver, tú ya me entiendes…

Cerré los ojos con fuerza. Tenía que terminar de prepararme y luego ir a humillarme delante de un comité de contratación que, con toda probabilidad, jamás me daría trabajo. No me importaba que Enzo se quedara un rato por casa, pero en ese momento no tenía tiempo que perder pensando en lo atractiva que podía ser Irina Denali.

—Debo irme. —Señalé con un gesto el traje que llevaba—. Tengo una entrevista dentro de dos horas y queda bastante lejos.

Enzo se levantó.

—¿Quieres que te lleve volando?

—¿Cómo?

—He dicho… —carraspeó y pronunció las siguientes palabras muy despacio—: que… si quieres… que… te lleve… volando.

—Te he oído —repliqué, con los ojos en blanco—. Es que… no me esperaba un ofrecimiento así. —Me detuve antes de añadir—: Así que ¿es cierto? ¿Algunos de ustedes pueden volar?

Con una sonrisita ufana, Lorenzo se elevó por encima del suelo sin prevenirme siquiera. Fue elevándose cada vez más hasta que casi rozó con la coronilla el alto techo del salón. De repente sentí que la estancia daba vueltas. Una cosa es que Edward me hubiera contado que algunos vampiros podían hacerlo y otra completamente distinta ver a alguien desafiar las leyes de la gravedad en vivo y en directo.

—No suelo hacer esto delante de Edward: sus poderes son una porquería.

—Sus poderes no son una porquería —respondí ofendida—. Las piñas que hace aparecer están deliciosas, que lo sepas.

Sin hacer caso de mi comentario, Enzo comenzó a dar vueltas con toda tranquilidad por el salón y no se detuvo más que para pasar el dedo por encima de una de las librerías. Tal vez para comprobar si tenía polvo. Era evidente que estaba presumiendo, pero ni siquiera podía enfadarme con él. De verdad que verlo volar era impresionante.

—Te equivocas, Isabella. Sus poderes son, de hecho, cutrísimos en comparación con los de otros vampiros. Pero, tal y como te he dicho, no soy tan capullo como para restregarle por la cara lo que molan los míos. Al menos no más de una o dos veces a la semana.

—¿Cómo…? —Observé, todavía fascinada a mi pesar, cómo descendía con lentitud hasta posarse de nuevo en el suelo—. ¿Cómo lo haces?

—No tengo ni la más remota idea —respondió, encogiéndose de hombros—. ¿Cómo hacemos los vampiros todo lo que hacemos? Magia, supongo.

—Magia —repetí, sintiéndome bastante lerda.

—Magia —confirmó—. Entonces, ¿quieres que te lleve volando adonde sea que tienes que ir?

Consideré la propuesta de Lorenzo todo lo que mi mente aturdida me permitió y hube de reconocer que era sincera, pero la descarté. Era una mala idea: ya estaba demasiado distraída y preocupada por la desaparición de Edward como para sentirme suficientemente preparada para la entrevista. Si encima volaba hasta Evanston con Lorenzo —y sin avión, nada menos—, era probable que se hiciera añicos la poca concentración que me quedaba.

Además, era de día. Puede que volar molase, pero la gente nos vería flotando en el aire. ¿Y qué iba a pensar?

—Te agradezco el ofrecimiento —dije, sorprendida al darme cuenta de que era verdad—. Pero creo que tomare el metro.

—¿Estás segura? —me preguntó, enarcando una ceja.

—Segurísima.

Lorenzo suspiró.

—Como tú veas. —Me dirigió una inclinación de cabeza antes de encaminarse a la puerta—. Si Ed se pone en contacto contigo, ¿podrías decirle que su viejo amigo anda preocupado por él? Entretanto, voy a llevar a cabo algunas tareas de reconocimiento para ver si averiguo qué pasa.

No podía ni imaginar a qué se refería con lo de «llevar a cabo tareas de reconocimiento», pero puede que fuese mejor así.

—Lo haré —respondí—. Te lo prometo. Y, si tú te enteras de algo, ¿me lo dirás?

Lorenzo se me quedó mirando como si tratase de llegar a alguna conclusión. Al cabo de unos instantes pareció tomar una decisión y me sonrió.

—Lo haré.


Las fotografías que aparecían en la página web de Harmony Academy no hacían justicia al campus. Era grande y hermoso, y estaba ubicado en una propiedad de varias hectáreas de bosque a poco más de un kilómetro del lago Michigan. En el centro había un pequeño estanque medio congelado, bordeado por un sendero pavimentado que daba a entender que a la gente le gustaba pasear por allí cuando no hacía el tiempo típico de noviembre.

Había decidido ponerme para la entrevista el único par de zapatos de tacón que tenía. Por suerte, si uno achicaba los ojos y la luz no era demasiado buena, casi pegaban con el traje. Pero me arrepentí de mi decisión en el instante en que atravesé el arco de entrada del edificio de administración. El repiqueteo contra el suelo de baldosas de mármol resonaba con fuerza mientras caminaba hacia la oficina de la directora para la entrevista de las once en punto, reverberando por todo el vestíbulo de altas bóvedas.

El único otro sonido que oía era el latido de mi corazón, martillándome en los oídos como un mazo. No recordaba la última vez que había estado tan nerviosa. Pensé en el instituto al que había asistido, más bien funcional y genérico. En Carbonway High no había vestíbulos de mármol ni profesores de Arte especialistas en objetos encontrados.

Tenía más claro que el agua que, de un momento al otro, alguien se me plantaría delante y me diría que habían cometido un error al invitarme a aquel lugar.

—Buenos días. —La recepcionista, que debía de tener la edad de mi madre, llevaba un vestido de un verde discreto que me hizo pensar en un día primaveral en el campo. La mesa tras la que se sentaba era casi tan grande como el dormitorio de mi último apartamento—. Usted debe de ser Bella Swan.

Aferré el bolso un poquitín más fuerte mientras en la parte posterior del cuello se me formaba una gota de sudor.

—Sí.

La mujer señaló con un gesto un par de butacas mullidas en un extremo de la sala.

—Siéntese mientras voy a ver si ya están preparados para recibirla. ¿Quiere que le traiga algo? ¿Café? ¿Agua?

—Agua, por favor. —Ya estaba nerviosa; añadir cafeína a la mezcla podía tener efectos catastróficos—. Gracias.

Junto a las escaleras había un montón de folletos satinados en los que podía verse a unos alumnos sonrientes con uniformes verdes a juego. Mientras esperaba a que volviera la recepcionista, hojeé uno de ellos, tratando de digerir lo que estaba viendo y esforzándome por que las manos me dejaran de temblar.

Saqué el teléfono y releí los mensajes que Jake me había enviado esa mañana.

Jake: ¡Buena suerte!

Lo vas a hacer genial.

Ayer se había pasado una hora conmigo repasando las posibles preguntas que me harían en la entrevista y cómo responderlas. Me dijo que las había clavado y que no podía estar mejor preparada. Ojalá hubiera podido creerlo.

—Ya están listos para recibirla, señorita Swan. —Alcé la mirada a la recepcionista, que me tendía un vaso alto con agua—. Sígame, por favor.

Cogí el vaso y, con la mano libre, agarré la correa del bolso con tanta fuerza que los nudillos me dolieron.

La sala a la que me condujo era pequeña y con una decoración mucho más informal que lo que había visto hasta entonces. En las paredes no había más que un cuadro enmarcado de un jarrón con girasoles y un ventanal que daba a la verde pradera situada detrás del colegio.

—Tome asiento.

La mujer que habló, quien según la búsqueda que había hecho en internet era Jane Vulturi, la directora, estaba sentada en un extremo de una pequeña mesa rectangular. A su lado había dos personas a quienes no identifiqué. Una de ellas parecía de mi edad y llevaba el pelo de color rosa chicle.

Por motivos que no habría sabido explicar con exactitud, ver aquella cabellera rosa en un lugar que, por lo demás, parecía tan convencional y austero me tranquilizó un poco.

Me senté frente a ellos y dejé el vaso de agua sobre la mesa.

Solté aire con lentitud.

Podía hacerlo.

—Bienvenida, Bella —me saludó la directora. Entonces, volviéndose a las otras dos personas a la mesa, añadió—: Empecemos presentándonos nosotros.

—Me llamo Jeff Castor —comenzó el hombre sentado a la izquierda de Jane. Rondaría los cincuenta y llevaba la camisa blanca arrugada y una pajarita de cuadros. La viva imagen del profesor despistado—. Soy el subdirector de los cursos superiores.

—Y yo soy Bethany Powers —añadió la mujer del pelo rosa—. Dirijo el programa de artes de los cursos medios y superiores.

—Encantada de conocerlos —respondí.

—Igualmente —dijo Bethany—. Bueno, cuéntanos un poco por qué quieres trabajar como profesora de Arte. —Estaba ojeando una carpeta con las fotografías impresas que les había enviado con mi solicitud. Mis paisajes de Saugatuck. La obra que había enviado a la exposición de arte de la River North Gallery—. Por tu porfolio, es evidente que tienes una visión muy específica y estás comprometida con tu carrera artística. Así que, ¿por qué querrías enseñar a niños? Eso es lo que no acabamos de entender.

La pregunta era difícil, pero lógica. Mi currículo era extenso, pero mi experiencia con niños se limitaba más que nada a las noches de arte en la biblioteca. Si me hubieran pedido que entrevistara a un nuevo profesor de Arte y hubiese llegado alguien con mis credenciales, le habría preguntado lo mismito.

Por suerte, estaba preparada.

—Ahora mismo trabajo en una biblioteca. Los martes por la noche organizamos talleres artísticos: los padres dejan a sus hijos y nos pasamos dos horas haciendo actividades con ellos. —Me detuve y pensé en el último que habíamos celebrado—. Me resulta increíblemente satisfactorio ayudar a niños que, de otro modo, no estarían expuestos a formas de expresión artística a plasmar sus ideas mediante la pintura y el modelado de arcilla.

Bethany y Jeff tomaron algunas notas. Jane Vulturi se inclinó un poco hacia delante sobre la mesa, con las manos entrelazadas delante de ella.

—¿Por qué no te habías planteado enseñar arte hasta ahora?

Me quedé pensando. La noche anterior, mientras practicaba las respuestas con Jake, llegamos a la conclusión de que podía surgir una pregunta parecida. Sin embargo, la respuesta que acordamos dar —que simplemente estaba esperando la oportunidad adecuada y que Harmony Academy era el primer colegio en el que creía que podría encajar a la perfección— no me acababa de gustar una vez allí.

Para empezar, era mentira. Me había presentado a varios puestos docentes durante los últimos años y me habían rechazado en todos.

Además, allí sentada, en esa sala de conferencias de mobiliario austero con tres personas que —si todo iba bien— pronto podrían convertirse en mis compañeros de trabajo, se me ocurrió una respuesta mejor.

—No creí que ningún colegio fuera a aceptarme.

Mi respuesta hizo que Bethany levantara la vista de su cuaderno.

—¿Por qué? —preguntó.

Nos habíamos salido del guion que Jake y yo habíamos ensayado, pero no importaba. Me sabía la respuesta.

—Mi arte no es convencional. —Señalé con un gesto la copia de mi porfolio que descansaba en el centro de la mesa—. Yo no pinto cuadros bonitos ni utilizo el torno alfarero para hacer esas tazas que uno le regalaría a su hermana en Navidad. Yo cojo basura, objetos efímeros, cosas que los demás desechan, y las convierto en algo bello. —Negué con la cabeza—. No creo que mi visión encaje con lo que solían enseñar en las clases de plástica cuando yo iba al colegio.

—No obstante, has decidido intentarlo con nosotros —dijo Jane—. ¿Qué ha hecho que cambies de opinión?

Reflexioné un momento. ¿Qué era lo que había hecho que cambiara de opinión?

De pronto lo supe.

Fue cuando Edward me dijo en nuestro salón que me veía capaz de aportar una visión única y real al trabajo. La admiración en su voz al pronunciar aquellas palabras. Su mirada al afirmar que cualquiera que no me contratase sería un necio.

—Me he dado cuenta de que, en realidad, soy buena. —Sonreí y me erguí un poco en la silla—. Y de que Harmony tendría suerte de contar conmigo.

Los tres asintieron levemente. La mujer del pelo rosa tomó algunas notas más. Conforme seguían haciéndome preguntas sobre mis objetivos profesionales y mi currículo, comencé a preocuparme por si la respuesta que les había dado no era la que buscaban. Pero al menos era la verdad.

Y, de todas formas, ya era demasiado tarde para desdecirme.

—¿Tienes alguna pregunta que hacernos? —inquirió Jeff al tiempo que cerraba la carpeta que había estado consultando a lo largo de la entrevista. Poseía una voz cálida que invitaba a expresarse y que me tranquilizó a pesar de tener los nervios a flor de piel.

Pensé en todo lo que Jake y yo habíamos hablado, tratando de filtrar lo que ya se había abordado en la entrevista.

—Sí —respondí—. Me gustaría saber más sobre cómo es el trabajo aquí. ¿Qué pueden decirme sobre los distintos programas de arte que tienen en Harmony y cómo encajarían mis clases en ellos?

—A eso puedo responderte yo. —Bethany dejó el porfolio y, entrelazando las manos, las apoyó con cuidado sobre la mesa—. Aquí en Harmony nos tomamos muy en serio el fomento de la expresión artística de nuestros alumnos. Desde preescolar hasta octavo curso, los estudiantes están expuestos a las artes visuales, musicales y literarias a diario. Para cuando llegan a los cursos superiores, lo que se conocería como el instituto en la educación pública, los alumnos eligen uno de cuatro posibles itinerarios que seguirán durante cuatro años.

—Para algunos alumnos, ese itinerario puede ser la música — aclaró Jeff—. Para otros, el teatro o la escritura creativa. Los estudiantes de cursos superiores que elijan el cuarto itinerario, las artes visuales, serían a quienes tú darías clase.

—Harmony Academy está muy orgullosa de sus cuatro itinerarios de expresión artística —señaló Jane, mirando a sus colegas. Estos asintieron—. Dicho esto, la de artes visuales tradicionalmente ha sido la menos atrevida y diversa en su oferta.

No estaba segura de a qué se refería.

—¿Menos atrevida y diversa? ¿Qué quieres decir?

—En muchas de nuestras clases de artes visuales se han venido dando el tipo de cosas que tú has dicho antes que no haces — explicó Bethany, lanzando una mirada a sus colegas—: bodegones a acuarela, lecciones de Historia del Arte sobre cuadros famosos que uno encontraría en el Instituto de Arte de Chicago o en el Louvre, o clases de alfarería. Y, aunque cualquier programa de artes visuales que se precie debe cubrir esos temas en los cursos superiores, creemos que, si nos quedamos ahí, no les estaremos haciendo ningún favor a nuestros alumnos.

—Y ese es el motivo —intervino Jane— por el que queríamos entrevistarte para el puesto. Buscamos profesores de Arte que piensen de manera innovadora y que tengan ilusión por compartir esa visión con nuestros alumnos de los cursos superiores.

Los tres se me quedaron mirando como si quisieran evaluar mi respuesta a lo que acababan de decir. Mi cerebro iba a mil por hora tratando de procesarlo todo.

Lo que habían descrito sonaba…

Jo. Sonaba perfecto. Tan perfecto que parecía demasiado bueno para ser verdad.

—Suena increíble. —No sabía si debía expresar con demasiado entusiasmo la emoción que me embargaba, pero no pude evitarlo.

Jane sonrió.

—Nos alegramos de que te guste.

—Vamos a dar una vuelta por las aulas de los cursos superiores —sugirió Jeff—. Podemos visitar los estudios de arte para que veas dónde darías clase si te incorporas en otoño.

Esa tenía que ser una buena señal.

Les ofrecí una enorme sonrisa, incapaz de contenerme.

—Me parece una idea fantástica.


La alegría por lo bien que había salido la entrevista me duró poco.

Cuando volví a casa y seguía sin haber rastro de Edward, toda la preocupación que había sentido antes de llegar a Harmony regresó en tromba. Consulté el teléfono y vi que tampoco tenía mensajes de Lorenzo, lo que no hizo sino incrementar mi ansiedad.

Los documentales basados en crímenes reales no era lo que más me gustaba ver en la tele, pero sabía lo suficiente sobre secuestros y asesinatos como para entender que, cuanto más tiempo pasase sin haber noticias, mayor era la probabilidad de que, cuando una las recibiera, no fueran buenas.

Hasta yo supe que era una idea malísima cuando me dio la ventolera, pero abrí el portátil y busqué «Irina Vulturi» en Google. Si estaba tan presente en internet como Lorenzo había dado a entender, tal vez así encontraría alguna pista.

La verdad es que Lorenzo no había exagerado en absoluto. Me salieron tantos resultados que habría sido imposible consultarlos todos sin desarrollar una obsesión grave que no me interesaba demasiado sufrir.

El primero de la lista era un enlace a su perfil de Instagram. Me pareció un punto de partida tan bueno como cualquier otro.

Nada más hacer clic, lo ridículo del plan se me echó encima cual dóberman ante un plato de hamburguesas. Había asumido que Irina sería preciosa y sin defecto alguno, como suelen serlo las «casi ex aunque no del todo» de los tíos buenos. Pero nada me había preparado para las imágenes que en ese momento estaba viendo.

Yo no sabía si algún vampiro habría trabajado alguna vez como supermodelo. De ser así, Irina Denali habría hecho su trabajo a la perfección. Debía de superar con facilidad el metro ochenta, tenía las piernas más largas que un día sin pan y su figura me hizo replantearme una heterosexualidad de la que hasta entonces había estado segura. En la última imagen salía con un bikini que llamaba la atención por lo que no cubría, reclinada en una tumbona bajo una sombrilla que la mantenía por entero a la sombra.

Según el pie de foto, se la había hecho en algún punto de la isla de Maui. Llevaba la melena larga y rubia recogida con elegancia cubriéndole los hombros desnudos de piel olivácea y parte de su anguloso rostro.

Fui haciendo clic en el resto de las fotografías. En algunas aparecía espectacular en Suiza, con traje de esquí. En otras, examinaba con gracia una flor en uno de los mayores jardines que hubiera visto jamás.

Aquí, en Costa Rica, nadando con tortugas.

Qué bonitos y plácidos son los Andes.

El jardín de mi casa necesita cuidados. Las flores aquí son preciosas, pero estoy deseando volver y reencontrarme con mis peonías.

No había historias personales graciosas ni etiquetas ingeniosas.

Nada que de algún modo me diera a entender quién era como persona. Aun así, Irina tenía más de cien mil seguidores, probablemente gente a quien su belleza había cautivado tanto como a mí.

Y, entonces, el corazón casi se me paró al llegar a una publicación.

Aquí con Edward, mi prometido. ¿A que es guapísimo?

La fotografía, borrosa, se había tomado de noche y a distancia.

Irina estaba de pie junto a una limusina negra, ayudando a Edward a subirse al asiento trasero. Si no hubiera sido por el pie de foto, me habría costado distinguir sus rasgos lo suficiente como para reconocerlo. Pero ahora que me fijaba bien, estaba claro que era el mismo Edward con el que vivía… y del que había empezado a enamorarme. El ángulo del mentón, el cabello oscuro, la forma en que inclinaba la cara para apartarla de la luz de las farolas…

Sin lugar a duda se trataba de él.

La publicación se había subido la víspera, a las diez de la noche.

Cerré los ojos y bajé la tapa del portátil con brusquedad.

Prácticamente noté cómo se me rompía el corazón.

Por supuesto que era posible que Lorenzo tuviera razón y le hubiera pasado algo. Pero esas fotos no mentían. Irina era todo lo que Bella Swan no sería jamás: alta, bella, segura de sí misma… e inmortal.

Edward me había dicho que yo le gustaba. Y había actuado en consecuencia. Pero ¿y si al reencontrarse con Irina había recordado todo lo que se perdería si se quedaba con una humana como yo? Seguro que alguien como ella —alguien que no se ajase, envejeciese y acabase muriendo— tenía que resultarle más atractiva que una artista con un par de trabajillos a media jornada y pocas habilidades a la que le quedaban como máximo unas cuantas décadas de vida.

Pero, al cabo de un momento, me llegaron varios mensajes de un número desconocido.

Lorenzo: Isabella. Soy Enzo.

Edward está metido en un lío DE TRES PARES DE NARICES.

Necesita nuestra ayuda.

Nos vemos en Gossamer's dentro de una hora y te lo cuento todo.