Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "My Roommate is a Vampire" de Jenna Levine, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.
Capitulo Diecinueve
Carta del señor Edward A. Cullen a Bella Swan, con fecha de 17 de noviembre, confiscada y no enviada
Mi queridísima Bella:
Han pasado casi veinticuatro horas desde que te vi por última vez. En este tiempo te he escrito tres cartas, aunque, si es cierto lo que me ha dicho el guardián de mi celda, ninguna de ellas ha salido de esta mazmorra. No obstante, seguiré escribiéndote cada día que permanezca prisionero, pues me ayuda a permanecer en el aquí y ahora, en un lugar en el que el tiempo carece de significado y cada hora se mezcla con la siguiente; además, ¿quién sabe?, tal vez mi carcelero acabe apiadándose de mí y al menos una de mis cartas salga de este lugar antes de que mis captores se percaten de ello. Resumiendo mucho: los Denali no se han tomado bien que rechazara a su hija. Mi madre debió de advertirlos de mis intenciones, porque al llegar al Ritz-Carlton me estaban esperando un par de vampiros increíblemente fuertes y de aspecto intimidante. Traté de decirles una y otra vez que no tenía motivos para creer que Irina fuera otra cosa que una mujer de lo más encantadora, y que el problema lo tenía yo y no ella, pero no parecieron demasiado interesados en dialogar.
Y aquí me hallo ahora, prisionero en una mazmorra nada más y nada menos que en Naperville, Illinois. Cada pocas horas, uno de mis guardianes me pregunta si depongo mi actitud y acepto casarme con la señorita Denali. Y en cada ocasión les respondo que mi respuesta no ha cambiado.
Como ya discutimos tú y yo, sé cómo sería mi vida de casarme con la señorita Denali. Es una vida que rechacé activamente cuando me trasladé a Chicago tantos años atrás. Haberte conocido no hace sino reforzar mi intención de no ceder ante mis captores. Conservo la esperanza de que, si vuelvo a ver a la señorita Denali, quizá pueda explicarle mi situación y convencerla de llegar a un acuerdo. Anoche no se mostró dispuesta a dialogar, pero es cierto que se encontraba bajo la mirada atenta de sus padres.
Dicho esto, y teniendo en cuenta las circunstancias, creo que me han tratado mejor de lo que esperaba. Me obligan a alimentarme del modo habitual entre los nuestros (algo desagradable que procuro llevar a cabo de la forma más indolora posible para todos los implicados), pero al menos me dan de comer. También dispongo de una cama relativamente cómoda, así como de varios libros y grabaciones de comedias de situación estadounidenses de los años ochenta. Estas últimas no me gustan tanto como las que hemos visto juntos (en varias de ellas aparece un coche que habla, por ejemplo, un concepto tan ridículo que resulta imposible de creer). Pero, hasta donde alcanza mi conocimiento, esta mazmorra carece de wifi, por lo que mis opciones de entretenimiento se encuentran limitadas.
Te echo de menos más de lo que podría expresar adecuadamente por carta. Espero que, de algún modo, pueda ser capaz de decírtelo en persona muy pronto.
Tuyo,
Edward
Miré con perplejidad a Lorenzo, tratando de procesar lo que me estaba diciendo.
—Esto es de chiste —le dije.
Lorenzo negó con la cabeza.
—Si fuera un chiste, te habría soltado: «¿A que no sabes lo que le dice la tortilla a la patata? "¡Te faltan huevos!"».
La cafetería empezó a dar vueltas. La cabeza me empezó a dar vueltas. Aquello no podía ser verdad.
—Perdona…, ¿qué?
—Da igual —respondió Lorenzo. Cogió la taza de Somos Vivaces que había pedido a la camarera de Gossamer's para disimular y fingió darle un sorbo antes de volver a dejarla en la mesa —. Lo que quiero decir es que no, no es un chiste.
Sus ojos estaban desprovistos de cualquier rastro de humor. Por una vez iba en serio. Pero que muy en serio.
La sangre se me heló del miedo.
—¿Así que lo han secuestrado de verdad?
El vampiro asintió.
—¿Y lo tienen preso en una mazmorra en… Naperville?
Lorenzo apuntó a las fotografías que había traído con él, supuestamente tomadas unas horas antes desde un punto estratégico a sesenta metros de altura. Se trataba de una vista aérea de un anodino barrio de las afueras. La casa en la que, según él, Edward permanecía retenido contra su voluntad estaba rodeada por un enorme círculo rojo.
—Si nos fiamos de lo que dicen los contactos que tengo en el oeste de la ciudad —dijo, dando golpecitos con el dedo sobre la casa—, sí.
No me lo podía creer.
—¿Y todo porque se niega a casarse con Irina?
—Eso me temo. Los matrimonios de conveniencia son algo muy serio entre las generaciones anteriores. —Su expresión se volvió grave—. Si tienes la mala suerte de que tus padres sigan metiéndose en tu vida, como le sucede a Ed, desafiarlos en este tipo de cuestiones es lo más cercano a una sentencia de muerte que te puedes encontrar en nuestro mundo.
La mente me iba a mil por hora mientras trataba de entenderlo.
¿Cómo podía estar sucediendo algo así? La situación entera era como un argumento barato que hubiese ideado un aficionado a Jane Austen desde el séptimo círculo del infierno.
—Es que me cuesta aceptar la idea de que existan las mazmorras para vampiros.
—Entre la mayoría de los miembros civilizados de la sociedad vampírica, casi todas fueron abolidas poco después de la Revolución francesa. —Negó con la cabeza—. Sin embargo, los Denali siguen haciendo las cosas a la vieja usanza. De acuerdo con mis contactos, cuando Edward dijo que no se casaría con Irina, lo metieron en una.
—No parece la mejor forma de hacer que alguien se enamore de tu hija.
Lorenzo dejó escapar una carcajada lacónica.
—Ya te digo.
—Pero… ¿Naperville? ¿Que haya mazmorras para vampiros en Naperville? —Recordé el barrio de casitas, todas cortadas por el mismo patrón, que había visitado cuando estaba en la universidad y mi compañera de cuarto me invitó a su casa por Acción de Gracias. ¿Cómo era posible que en un lugar como aquel hubiera una mazmorra para vampiros?
—Te sorprendería saber cuántos barrios modestos de las afueras cuentan con ellas —me explicó Lorenzo—. Y en Chicago, los Denali tienen que conformarse con las pocas opciones a su disposición. Aunque, a decir verdad, esconderlo allí en cierto modo es perfecto. —Me dirigió una sonrisa sardónica—. Nadie se espera que haya una mazmorra para vampiros en Naperville.
Ahí tenía razón.
—Oye —añadió, mirando con cuidado por encima del hombro—, probablemente deberíamos bajar la voz. Los Denali tienen espías por todas partes.
Sentí un hormigueo en la piel.
—¿En serio? —pregunté en un susurro.
—No creo —respondió Lorenzo, encogiéndose de hombros—, pero es que siempre he querido decir algo así. En cualquier caso, no creo que sea una buena idea que nos oigan.
Ahí también tenía razón. Nada bueno podía salir de que la clientela de Gossamer's, que era de lo más humana, oyera sin querer nuestra conversación.
—Así que la fotografía que he visto en Instagram… —dejé la frase inacabada y me puse a juguetear nerviosa con el borde de mi taza de Somos Hermosas mientras recordaba cómo la fabulosa Irina ayudaba a Edward a subirse al asiento trasero de una limusina de lujo—. ¿Y dices que no se montó en la limusina por voluntad propia?
—Imposible. —La expresión de Lorenzo se volvió aún más seria —. Ese hombre está colado hasta los colmillos por ti. Las últimas semanas han sido una pesadilla de lo mucho que he tenido que aguantar a ese pedazo de memo ponerse poético sobre, literalmente, todo lo relativo a tu persona. Menuda vergüenza ajena. —Negó con la cabeza—. No he visto la fotografía a la que te refieres, pero Ed jamás se habría ido a ninguna parte con Irina por su propio pie. Sobre todo, ahora que te tiene a ti.
El corazón se me esponjó cuando oí la confirmación de los sentimientos de Edward por mí, a pesar del nudo que tenía en el estómago al saberlo en peligro.
—¿Y ahora qué hacemos?
—Debemos sacarlo de allí. Si no… —Lorenzo negó con la cabeza y volvió a mirar hacia atrás—, lo llevarán de vuelta a Nueva York y antes de la próxima semana lo casarán con una mujer a la que no ama.
—Pero eso… ¿pueden hacerlo? —pregunté horrorizada—. ¿No sería ilegal casar a alguien en contra de su voluntad?
Lorenzo resopló desdeñoso.
—Nosotros no hacemos las cosas como los humanos, Isabella.
Ese debía de ser el eufemismo del siglo. Mi instinto de lucha o huida se había activado, y la urgencia por salir pitando a Naperville y exigir que soltasen a Edward era casi insoportable. Pero todavía me quedaba un resquicio de sentido común como para saber que irrumpir en una casa llena de vampiros cabreados era una idea pésima.
Pero entonces, como quien no quiere la cosa, en mi cabeza empezó a tomar forma un plan.
—Se me está ocurriendo una cosa que quizá nos permitiría sacarlo de allí. Pero puede que no te guste.
Lorenzo se me quedó mirando.
—Miedo me das.
—Esa es la idea —reconocí—, pero también podría resultar una absoluta ridiculez.
—Cuéntame.
Me puse a dar vueltas y más vueltas a la taza de café, solo por mantener las manos ocupadas. Parte del contenido se derramó sobre la mesa, pero estaba demasiado nerviosa como para que me importara. Ya lo limpiaría más tarde para que quien se encargara de cerrar no tuviera que hacerlo.
—¿Qué tal se maneja la sociedad vampírica con TikTok?
De: Bella Swan
Para: Elizabeth Cullen
Asunto: Mis términos
Estimada señora Cullen:
No me andaré por las ramas con usted. Han secuestrado a alguien que significa mucho para mí.
Me refiero a su hijo. Insisto en que los Denali y usted lo liberen de inmediato de la mazmorra de Naperville. De no hacerlo en las próximas veinticuatro horas, ¡me veré obligada a ir a TikTok y hacerle saber al mundo entero que los vampiros existen!
Quedo a la espera de su respuesta inmediata,
Bella Swan
Releí el correo electrónico que estaba a punto de mandarle a la madre de Edward, tratando de armarme de valor para pulsar Enviar.
—Tu plan no es ridículo —dijo Lorenzo—. Es una genialidad.
—¿Eso crees?
—Sí.
—¿Funcionará?
Lorenzo vaciló antes de contestar:
—Quizá. —Estaba de pie detrás de mí, inclinado sobre la silla mientras leía el mensaje que acababa de redactar. A nuestro alrededor, los clientes de Gossamer's tomaban café y comían magdalenas, sin darse cuenta (o eso esperaba) de que Lorenzo y yo estábamos tramando un rescate vampírico en los barrios al oeste de la ciudad—. Más allá de Irina, que hasta donde yo sé solo usa Instagram para colgar fotos, el fenómeno de las redes sociales no ha llegado a la gran mayoría de los vampiros. Al fin y al cabo, muchos de ellos tienen siglos de edad. No prestan demasiada atención a las modas actuales. Aunque hayan oído hablar de las redes, es probable que crean que no son más que una herramienta que los humanos usan hoy en día para divulgar información.
Lo que decía Lorenzo coincidía con lo que sabía de las costumbres luditas de Edward. Aun así, la idea de que mi amenaza pudiera convencer a sus captores seguía resultándome difícil de creer.
Sobre todo, porque yo tampoco tenía mucha idea de cómo usar TikTok.
—Entiendo que la señora Cullen y los Denali no desean que toda la población humana se entere de que existen los vampiros…
—Pues no —respondió Lorenzo con brusquedad—. Ninguno de nosotros quiere eso.
—Vale. Lo que me preocupa es qué pasará si descubren que es un farol. Tengo siete seguidores en TikTok. Solo entro para ver vídeos de gatos. Aunque supiera cómo publicar algo así, cosa que no acabo de tener muy clara, hay como un cero por ciento de posibilidades de que lo vea alguien.
—Si te pillan, pasaremos al plan B —dijo Lorenzo—. Pero creo que bastará con que grabemos un vídeo en el que salgas diciendo:
«¡Los vampiros existen!» y se lo enviemos por correo electrónico.
—Ojalá estuviera tan segura.
Lorenzo se echó hacia atrás en el asiento y se rascó la barbilla, cavilando.
—Tampoco es que Elizabeth o los Denali vayan a entrar en TikTok a comprobar si has cumplido tu palabra. —Se me quedó mirando antes de añadir—: Si te digo la verdad, Edward no querría algo así colgado en internet. Y yo tampoco.
Me tragué el miedo que me subía por la garganta al pensar que el plan podía poner en peligro a Edward, por mucho que pretendiera salvarlo.
—Está bien —concluí al tiempo que cerraba la tapa del portátil sin enviar el correo—. ¿Dónde quieres que lo grabemos?
—En el apartamento de Ed —respondió Lorenzo de inmediato—. Su madre reconocerá el entorno y que sigas allí aunque él no esté le mandará un potente mensaje de: «Atrás, que este hombre es mío». —Ladeó la cabeza sin dejar de observarme —. Siempre y cuando, por supuesto, ese sea el mensaje que quieres mandar.
Me dirigió una mirada cómplice y sentí cómo me ponía colorada.
Porque no era solo que no quisiera que obligaran a Edward a casarse con alguien a quien no amaba.
Era más que eso.
Claro que quería que Edward estuviera a salvo.
Pero también lo quería para mí.
Necesitaba que sus captores lo entendieran.
—Ese es el mensaje que quiero mandar —confirmé—. Volvamos al apartamento a grabar el vídeo.
Lorenzo sonrió con aquiescencia. Aunque es posible que se estuviera riendo de mí.
—Esto no va a funcionar.
—Que sí.
Me quedé mirando a Lorenzo mientras se reproducía el horroroso vídeo que acababa de grabar, en el que yo amenazaba con sacar a la luz la verdad sobre los vampiros.
—¿Se nos ve convincentes?
Lorenzo frunció el ceño con la mirada perdida y movió la mano en un gesto de indecisión.
—¿Sí…? ¿Quizá…? Es difícil saberlo. En cualquier caso, es demasiado tarde para grabarlo de nuevo. Ya se lo hemos enviado a la señora Cullen.
Suspiré y escondí la cara entre las manos.
«Humanos de Norteamérica —clamaba con fingida valentía mi yo grabado, justo debajo de la espeluznante cabeza de lobo disecada y de ojos rojos que Edward tenía en el salón. Lorenzo me había explicado que se la había traído de regalo de Disney World, pero que "le dije a Ed que le había cortado la cabeza a un hombre lobo para hacerme el duro"—. Me presento ante ustedes con nuevas de gran importancia».
Durante la grabación sostenía un par de bolsas de sangre que había sacado del pequeño refrigerador que Edward tenía en su dormitorio, una en cada mano. Pensé en lo mucho que me había espantado la primera vez que vi toda aquella sangre en la cocina.
Pero ya no me molestaba tanto. Edward había mantenido la promesa de no alimentarse en mi presencia ni almacenarla donde pudiera encontrármela.
Ahora tenía claro que había elegido la forma más humana posible de sobrevivir.
Mientras grababa el vídeo, me las había arreglado para no transmitir ninguno de estos tiernos pensamientos. Al menos esa parte había ido bien; lo normal era que no fuese capaz de poner cara de póquer. Agitando las bolsas en las manos, había dicho: «La reciente oleada de saqueos en bancos de sangre ha sido obra en su totalidad de vampiros que viven entre nosotros. ¡Y aquí está la prueba!».
Entonces apuntaba hacia la cabeza del hombre lobo que colgaba por encima de mí.
«¡Decapitan hombres lobo para divertirse! ¡Se beben la sangre de nuestros hijos! Viven aquí mismo, en Chicago. En Nueva York. ¡En todas partes! ¡No hay rincón seguro en la Tierra mientras anden en libertad!».
(«Eres buena», había musitado Lorenzo. «Mentira», lo había acusado yo. «Puede», había admitido.)
Al cabo de un instante, Lorenzo aparecía en escena.
«¡Muajajajá!», exclamaba, enseñando los colmillos y abriendo los ojos como un demente. «¡Vengo a beberme su sangre!», proseguía con el peor falso acento transilvano que hubiera oído jamás. Acto seguido me arrebataba una de las bolsas que llevaba en la mano y la abría con gesto teatral para luego succionarla con el mismo afán que la noche en que había descubierto que era un vampiro.
Yo chillaba y la imagen se fundía a negro.
Lorenzo cerró el ordenador portátil y se encogió de hombros.
—Vale, admito que no es mi mejor obra. Pero nos corría prisa. Y, como sin duda te habrás dado cuenta, la hipérbole y la sobreactuación son, por así decirlo, el pan de cada día de la comunidad vampírica.
Recordé la primera impresión que me dio Elizabeth Cullen, con aquella mezcla de estilos de su vestido negro de satén y terciopelo, y su maquillaje glam-rock de los setenta.
—Puede que algo haya notado, sí.
—En cualquier caso, ya no podemos hacer más que esperar — reflexionó Lorenzo, con toda la razón—. Si Elizabeth se lo traga, iremos mañana al anochecer. Y, si no…
No concluyó la frase.
Tampoco hacía falta.
Si nuestra artimaña no convencía a la madre de Edward y a los Denali, sabía de sobra que ninguno de los dos tenía un plan.
