Mientras los meses pasaban y todo volvía a restaurarse, Hermione no dejaba de intentar poder ponerse en contacto con Draco a través de una carta.
Una carta donde pretendía decirle que lo que habían vivido había sido importante para ella, que a pesar de haber estado juntos solo una vez para ella había sido tan especial que esperaría por él para comenzar una historia que la guerra les había arrebatado.
Había mandado apelaciones al Wizengamot para que le permitiesen enviarle aunque fuese una única carta.
Pero nada. Cada vez que aparecía por el ministerio recibía miradas ofensivas y la mandaban a casa tan pronto como la veían aparecer.
Todo su esfuerzo fue en vano.
Kingsley le aconsejó que dejase pasar un poco el tiempo; aún estaba todo muy reciente y que quizá con el paso de los años, todo se volviese más fácil.
¿Cómo iba a esperar ella años hasta hacerle saber a Draco que ella seguía aquí por él? ¿Cómo iba a tener algo por lo que luchar ahí dentro si ni siquiera sabía que ella seguiría pensando en él?
Pero no le quedaba otra que hacer caso a Kingsley.
Así que Hermione accedió a esperar a regañadientes.
Para mantener su mente ocupada se ofreció como voluntaria para reformar el castillo de Hogwarts: Había quedado devastado tras la batalla y todas las manos eran de ayuda.
El ministerio había ofrecido a Harry, Ron y Hermione saltarse el último año que deberían haber cursado en Hogwarts para ingresar directamente en la Academia de Aurores.
Pero Hermione no tenía ánimos para eso y mucho menos se sentía merecedora de algo así: ni si quiera había luchado en la batalla, había estado escondida…como le había prometido a Draco.
Así que por segunda vez en su vida, pero está vez consciente de sus actos, se separó de sus dos amigos.
Harry y Ron ingresaron en la Academia de Aurores entusiasmados y Hermione se marchó a Hogwarts con los cientos de alumnos que también se ofrecieron para restaurarlo.
Tras despedirse de sus amigos y varias insistencias más por parte de Ron de que se quedase junto a ellos, Hermione cogió su pequeña maleta donde metió ropa cómoda para las tareas de restauración, varios libros( por si las moscas) unas botas para andar libremente entre los escombros y el trozo de tela de la camiseta de Draco con la que éste había vendado su herida en aquella cabaña perdida de Inverness. Lo único que le quedaba de él…
Se ató sus rebeldes rizos en un moño y tras mirarse al espejo y comprobar el estado tan demacrado que tenía debido a las ojeras de no dormir y los ojos hinchados de tanto llorar, suspiró y se encaminó hacia la estación de King Cross.
Azkaban es un lugar espeluznante.
Las celdas son húmedas, oscuras y frías.
El sonido de las ratas mordisqueando cualquier cosa que llevarse a la boca ya fuera un trozo de tela raída en un rincón, sus zapatos o cualquier parte de su cuerpo le parecía repugnante.
Pero lo peor era cuando se rompía el silencio de las noches con los gritos, llantos y lamentos de los prisioneros.
Draco no sabía que clase de tormentos tenían en sus mentes para que gritasen de esa manera…o tal vez estaban torturándolos, vete tú a saber.
El caso es que esos gritos le recordaban a cuando Voldemort estaba en su mansión y torturaba a sus secuaces cada vez que fallaban en alguna misión o cuando Bellatrix torturaba a…
¡No! ¡No! ¡No!
Draco no podía permitirse pensar en ella.
Cerró los ojos e hizo varias respiraciones profundas.
Intentó centrar su mente y volver a cerrar esa puerta que se estaba abriendo al escuchar las gritos, no podía permitir que nada que tuviese que ver con ella llegase a la superficie.
Cuando volvió a abrir los ojos, su iris estaba totalmente negro, no quedaba ni rastro algo de color que no fuese oscuridad y al mezclarse con sus pupilas le daban un aspecto aterrador, como si fuesen los ojos de un demonio.
Por suerte, allí no había espejos para que Draco observase su rostro, pues en tres meses su aspecto estaba totalmente demacrado y junto con sus ojos de demonio, hasta el mismísimo Draco se hubiera asustado al verse reflejado en él.
Unos pasos alertaron a Draco. Alguien se acercaba a su celda y no es que fuese la hora de la comida. Ni si quiera tenía noción del tiempo desde que lo había encerrado allí pero lo que sabía es que ya le habían traído un trozo de pan duro y unas gachas hacía unas horas…¿O eran días?
Draco no estaba seguro.
—Malfoy…—dijo el funcionario arrastrando las palabras y asomándose por la pequeña abertura de la puerta de la celda—hágase a un lado de la celda y ponga sus manos en su espalda.
—Como si fuese tan estúpido para atacar a un funcionario y condenarme a muerte…—murmuró Draco para sí mismo.
La puerta de madera de la celda chirrió y se abrió lentamente.
Dos funcionarios entraron y lo amordazaron antes de que Draco pudiese reaccionar.
—La noche se ha quedado muy bonita para dar un paseo Malfoy, hoy te reunirás con alguien muy especial.
Los dos funcionarios lo llevaron a la fuerza por los oscuros pasillos y bajaron unas escaleras.
Llegaron a un pasillo que parecía infinito, la humedad del lugar se colaba por las fosas nasales de Draco y algunas goteras que se filtraban por la la piedra del techo goteaban sobre su rostro.
Los funcionarios abrieron una puerta de hierro y empujaron a Draco al interior haciendo que cayese de rodillas por sus manos atadas.
Cuando consiguió recuperarse de la caída y alzó la mirada, vio una estancia oscura iluminada por antorchas. En el centro había una mesa de madera con grilletes en los dos extremos de ella.
Junto a la pared de piedra, había otra persona más atada de pies y manos: su padre, Lucius Malfoy.
—¡Bienvenidos a vuestra reunión familiar!—dijo el funcionario riéndose—es una pena que la matriarca de la familia se vaya en unos días…nos hubiera gustado hacer la reunión con todos los integrantes de la familia Malfoy. Pero bueno...no podemos arriesgarnos a que abra esa bonita boquita cuando salga...
Draco intentó abalanzarse para golpear al funcionario pero un ligero golpe de varita de éste y volvió a caer al suelo.
—Tranquilo chico, deja tus energías para después—dijo el funcionario de cabello oscuro mirando a su compañero que estaba trayendo a Lucius hacia el centro de la habitación—la fiesta aún no ha comenzado…¿No vas a saludar a tu padre?
El funcionario de cabello castaño empujó a Lucius que cayó de rodillas justo al lado de Draco.
La risa de los funcionarios resonaban haciendo eco en toda la estancia y Draco supo en ese momento que sí esa noche terminaban sus vidas ahí, le harían un gran favor.
Porque verse junto a su padre de nuevo le hizo recordar la miserable vida a la que éste le había empujado.
Y no había mejor tortura para Lucius que ver cómo iban a torturarlos hasta darles muerte.
A su hijo, a su único heredero.
