Hoy no ha sido un buen día para mí, se supone que hoy le daré la noticia a Meztli. Por eso he estado muy distraído desde ayer, no presté atención en clases, olvidé una tarea y creo que no pasé un examen sorpresa. He estado también muy callado últimamente, no presté atención a nada. Ni siquiera recuerdo que Meztli me estaba contando su día.
-Papi
-¿Ah?
-No me estás escuchando- me dice Meztli enojada.
-Ay perdóname Meztli, es que he estado algo distraído.
-¿Por qué?
¿Se lo digo o todavía no? Creo que debería esperar a que lleguen los muchachos. Como si los hubiera invocado mis hermanos entran por la puerta del departamento, han traído hamburguesas para cenar. Tratan de actuar lo más normal en frente de ella para no levantar sospechas de que algo malo ha pasado. Sólo espero que funcione porque Meztli es demasiado lista para su edad.
En la cena tampoco presto mucha atención a la conversación, no hasta que Meztli dice algo que me saca del trance.
-No puedo esperar a mañana para contarle a mamá.
Ante esta frase casi me ahogo con mi bebida, comienzo a toser y debo taparme la boca.
Los muchachos me miran de reojo al verme ahogarme. Kenai, el primero en reaccionar, me da unas palmaditas en la espalda hasta que finalmente me calmo. Meztli, sin entender bien qué está pasando, me observa con una mezcla de confusión e impaciencia.
—¿Estás bien, papi? —me pregunta, sus grandes ojos oscuros llenos de curiosidad.
Asiento lentamente, limpiándome la boca con una servilleta. No tengo idea de cómo voy a manejar esto. No estaba listo para hablarlo aún, y menos delante de mis hermanos, pero parece que no tengo elección.
—Eh... sí, sí, estoy bien, Meztli —digo, tratando de sonar tranquilo—. Es solo que... hay algo importante de lo que tenemos que hablar.
Ella me mira aún más confundida, y el silencio que se apodera de la mesa es espeso. Puedo sentir las miradas de Sitka y Kenai sobre mí; ellos saben lo difícil que es esto, y aunque han sido un gran apoyo, en este momento ni siquiera ellos pueden hacer mucho por mí.
—¿Algo importante? ¿Es algo malo? —pregunta Meztli, comenzando a fruncir el ceño.
Mis labios se sienten secos, y mi corazón late con fuerza mientras trato de encontrar las palabras adecuadas. Decido finalmente que la mejor manera de abordarlo es ser honesto, por mucho que eso duela. Meztli merece la verdad, y aunque me rompe el corazón tener que decirla, sé que no puedo ocultárselo.
—Sí, Meztli... Es algo que no es fácil de contar, pero creo que ya es momento de que lo sepas —le digo, mi voz baja y temblorosa. Me tomo unos segundos antes de continuar, tratando de mantener la calma.
—Tu mamá... —empiezo a decir cuando llaman a la puerta.
Pido disculpas antes de levantarme para abrir la puerta, aunque creo que ya se quien está al otro lado. Con una mano temblorosa tomo la perilla de la puerta, la giro lentamente para de igual manera abrir la puerta. Solo para confirmar mi mayor temor:
En frente de mi está parada una mujer afroamericana en uniforme militar. Su expresión se mantiene profesional pero puedo notar el dolor en sus ojos. A su lado está sentada una pastora Malinois que reconozco al instante: Saya.
-Buenas noches- me dice la mujer en un tono profesional -¿Usted es Denahi Leavey?
-Sí, soy yo.
-Me llamo Terk Waseery-me dice la mujer extendiéndome la mano- Soy...la compañera de Rosario.
Extiendo mi mano estrechándola mientras Terk me mira a la cara, una pequeña sonrisa se dibuja en su rostro.
-Ella tenía razón, Meztli es idéntica a ti.
El halago me hace sonreír un poco, en eso veo a Saya acercándose a mi. Con un poco de inseguridad le rasco la cabeza hasta que empieza a olerme la mano.
-Ya sé lo que pasó con Rosario- le digo a Terk al volverla a mirar.
-¿Ya se lo dijiste?-me pregunta Terk con la voz rota. Pero yo solo niego con la cabeza para después invitarla a pasar.
Terk suelta la correa de Saya y el perro se dirige a Meztli. Enseguida llega a su lado y se apoya en dos patas sobre la silla de mi hija. Y la reacción de Meztli es la que cualquier niño tendría.
—¡Saya! —exclama Meztli con una mezcla de asombro y alegría, acariciando la cabeza de la perra con entusiasmo. Saya ladea la cabeza y lame la mano de Meztli, como si entendiera perfectamente lo mucho que ella necesita consuelo en este momento.
Al ver esa escena, siento que una parte del peso que llevo en el pecho se aligera. Me quedo de pie, observando cómo Meztli abraza a Saya, y puedo ver que Saya también siente la ausencia de Rosario, pero ahora está aquí, con nosotros. Por un momento, la tristeza parece quedar en un segundo plano, al menos para Meztli, quien se aferra al animal como si fuera un pedazo de su mamá.
—¿Qué hace Saya aquí, papi? —pregunta Meztli, con un brillo de alegría que no había visto en su rostro en días.
Trago saliva, intentando encontrar la mejor forma de responder. Terk, que hasta ahora había estado observando en silencio, da un paso adelante y se aclara la garganta. Su expresión seria se transforma en una cálida sonrisa, pero puedo ver en sus ojos que este momento es difícil también para ella.
—Hola, Torbellino—dice Terk, con una voz cálida.
Al ver a Terk, Meztli sonríe y corre hacia ella, dejando a Saya por un momento.
—¡Tía Terk! —exclama, abrazándola con fuerza—. ¡No sabía que vendrías!
Terk se agacha y le devuelve el abrazo, su expresión suave pero triste. La noto contener la respiración un segundo, como si luchara por mantener la compostura. Meztli se aparta un poco, mirándola con una mezcla de alegría y curiosidad.
—¡Has crecido tanto, pequeña traviesa! —dice Terk con una sonrisa, acariciándole el cabello. Su voz es cálida, y puedo ver que el cariño es mutuo.
Meztli se vuelve hacia Saya, quien ha seguido sus movimientos de cerca, y vuelve a abrazar a la perra, feliz de tener a dos figuras importantes en su vida juntas. Pero luego, su mirada vuelve a Terk, con una expresión inquisitiva.
—¿Tía Terk, por qué trajiste a Saya? —pregunta Meztli, un poco más seria—. ¿Mamá te la prestó?
La pregunta queda flotando en el aire, y siento que el silencio se hace pesado. Terk me mira un momento, buscando mi aprobación, y asiento, sabiendo que este momento no se puede retrasar más. Terk se pone de pie y se lleva a Meztli a una de las habitaciones para hablarle en privado.
Enseguida Koda me mira con seriedad, tratando de entender lo que está pasando. Yo solo le doy una mirada resignada, lo que hace que su mente de doce años entienda todo.
Ninguno de nosotros dice una palabra hasta que escuchamos la voz de Meztli angustiada:
-No...
-Meztli escúchame por favor.
-¡No! ¡No es cierto!
Meztli sale corriendo de la habitación, su rostro está lleno de lágrimas mientras se aferra a mi, sus ojos llenos de dolor y esperanza mirándome suplicantes:
-¡Papi la tía Terk dice que mamá no va a volver! ¡Dile que no es cierto! ¡Dile que mi mamá va a regresar!
Siento las lágrimas en mis ojos, me arrodillo frente a Meztli y coloco mis manos en sus hombros.
-Mi amor...
-...
-Yo también quisiera que no fuera cierto.
Meztli me mira, su rostro empapado en lágrimas, buscando en mis ojos cualquier señal que contradiga lo que acaba de escuchar. La desesperación en su mirada me atraviesa el alma, y me siento impotente, sin saber cómo aliviar ese dolor tan profundo.
—No… no puede ser —susurra ella, negando con la cabeza, todavía aferrándose a la esperanza—. Mamá… siempre dijo que volvería. ¿Por qué… por qué tuvo que irse ahora?
Acaricio su cabello y me esfuerzo por mantenerme fuerte, aunque siento el peso de sus palabras como una daga en el corazón.
—Sé que tu mamá te prometió que siempre estaría aquí —le digo, mi voz temblando un poco—. Y aunque ahora no puedas verla, siempre va a estar contigo, cuidándote de una manera diferente.
Meztli aprieta los puños y baja la vista, como si no quisiera aceptar lo que está escuchando.
—Pero no es lo mismo —dice entre sollozos—. Yo… yo quiero que vuelva, papi. Quiero verla, abrazarla... que me cuente historias como antes.
Trago saliva, sintiendo que se me quiebra la voz.
—Lo sé, mi amor —le digo, mirándola con todo el amor y consuelo que puedo ofrecerle—. También quisiera que estuviera aquí, contigo. Pero aunque tu mamá ya no pueda regresar, nunca te va a dejar sola. En cada recuerdo que tengas de ella, en cada sonrisa que te dio… en cada cosa que te enseñó, ahí va a seguir viviendo.
Meztli me abraza con todas sus fuerzas, como si al hacerlo pudiera aferrarse a algo tangible en medio de su dolor. La envuelvo en mis brazos, sosteniéndola y deseando poder quitarle aunque sea una pequeña parte de su tristeza.
