17

AMOR DE FANTASMAS

En cuanto terminaron de cenar, Anthony se giró hacia Candy y le dijo con voz firme:

—Nos vamos.

—¿Qué pasa? —Preguntó sorprendida ante la seriedad de su mirada.

—Nada, simplemente estoy cansado.

Aunque no parecía muy convencida con esa explicación, la enfermera asintió con la cabeza y se puso de pie.

—Le avisaré a Stear y Archie que ya estamos listos para regresar.

—Bien. Yo me despediré de la gente.

El sentimiento de culpa apenas dejaba respirar a Anthony. Era obvio que Candy estaba casi tan ansiosa como él de que toda esa pesadilla terminara, ¿y cómo no, si había sido humillada y sobajada de la peor manera?

Pero ya era muy tarde para arrepentirse. Anthony se trasladó abordo de su silla buscando a los anfitriones de la fiesta, cuando fue interceptado por Leonette.

—¿Ya te vas, querido?

—Sí.

—¿Y por qué tan temprano?

—Ese no es asunto tuyo.

—Qué grosero. Organicé esta fiesta pensando en ti y en Candy.

—¿Pensando en cómo avergonzarla?

—Me ofenden tus palabras —suspiró Leonette en un gesto inocente—. Pero de todas maneras quiero darte las gracias por tu ayuda.

—¿De qué hablas? Yo no hice nada.

—Pero si tú fuiste quien trajo a Candy a la fiesta.

Anthony sintió un nudo en la garganta al escuchar las palabras de Leonette.

—Tienes razón. Cometí un error y lo reconozco; pero si piensas que después de esto mi tío va a considerar siquiera la posibilidad de casarse contigo, estás muy equivocada.

—Por favor. Es casi un hecho que yo seré la próxima señora Andrey —se vanaglorió—. No dudo que Candy sea una chica dulce y encantadoraw, pero no es nadie comparada conmigo. Tu tía Elroy se moriría antes que aceptarla.

—Es obvio que no conoces el carácter de Albert. Si algo le importa, está dispuesto a pasar por encima de la tía, los socios y el mundo entero para conseguirlo.

Leonette entornó los ojos mirándolo con furia.

—Creí que eras mi aliado, Anthony —fue su reproche—. Estábamos de acuerdo en que la vida de Candy sería más sencilla lejos de Albert. ¿Qué ocurrió para que cambiaras de opinión?

—Nada, solo estoy harto de tus intrigas.

—Eres tan débil que ni siquiera puedes luchar por la mujer que amas. ¿Acaso no te importa que tu tío la lastime?

—Eso no va a pasar.

—¿Y cómo lo sabes?

—Porque está enamorado de ella —soltó las palabras que tanto odiaba y que muy a su pesar, eran ciertas—. Mi tío la ama y por eso sé que no la dejará ir tan fácilmente.

—¿No? Pues ya lo veremos.

En ese momento, Anthony miró los ojos grises de Leonette y solo pudo sentir lástima. ¿Cómo era posible que una mujer tan hermosa como ella, que parecía tener el mundo a sus pies se aferrara tanto a lo imposible?

Ella es mi reflejo, pensó. Los dos estamos perdidos.

—Sí, ya lo veremos —repitió—. Hasta pronto, Leonette.

Le ofreció una sonrisa triste y ella ni siquiera contestó antes de irse, furiosa y con lágrimas en los ojos. Poco después el señor Harrison se acercó, su rostro alegre y sonrojado después de haber bebido tanto Whiskey.

—¡Anthony! Ven a conocer a mis socios, estamos a punto de hablar sobre el pronóstico del mercado para el año que viene.

—Deberías preguntarle a mi primo Archie, él es experto en finanzas. Por desgracia yo tengo que irme.

—¡Pero si la noche es joven!

—No para mí, tú sabes que mi condición no es la mejor —señaló su silla de ruedas—. De cualquier forma agradezco mucho tu hospitalidad.

—Ni lo menciones. Tú siempre eres bienvenido en mi casa y espero que algún día nuestras familias se vuelvan una sola.

—¿De qué hablas?

—Todo depende de Albert, aunque tal vez estoy adelantándome a las cosas.

—No me digas que tú también das por hecho una boda que jamás va a ocurrir, Oscar.

—El matrimonio es un negocio, Anthony —le confió en un susurro—: aunque debo admitir que no podría elegir mejor hombre para mi hija. Sé que al lado de tu tío, Leonette será feliz.

—No cantes victoria.

—¿Por qué no? Mi más grande anhelo es unir nuestros apellidos, y no permitiré que la oportunidad se me escape de nuevo.

—¿A qué te refieres?

—¿No lo sabes?

—No. ¿Qué cosa?

El suspiro de Oscar Harrison fue largo y cansado.

—Aunque te cueste imaginarlo, tu madre y yo estuvimos comprometidos hace mucho tiempo.

—Qué tontería.

—¡Es verdad! En otra vida tú debiste ser mi hijo, Anthony.

Aquello fue tan inesperado que por un instante el muchacho creyó que se trataba de una broma. Pero los ojos tristes de Oscar delataban la verdad en sus palabras.

—No escuché que alguien lo mencionara.

—Imagino que tu tía Elroy aún no supera el escándalo.

—¿Qué fue lo que ocurrió?

—Demasiadas cosas. Incluso el secretario de tu tío Albert tuvo mucho que ver en esto…

—¿El señor George Villiers?

—El mismo, pero no tiene caso hablar del tema —suspiró—. Ni él ni tu padre tuvieron la culpa. En realidad fue Rosemary la que me rechazó día tras día a pesar de mis súplicas y las amenazas de su familia.

—¿Y de verdad querías casarte con ella o solo era un capricho?

—Yo la amaba más allá de mí mismo, por supuesto que quería casarme con ella. Pero cometí tantos errores…

—Bueno, al menos estás arrepentido.

—De nada sirve. No solo perdí a Rosemary el día que se casó con Vicent o cuando murió, sino desde el instante en que traté de forzarla a que permaneciera a mi lado.

Anthony se estremeció al escuchar la voz rota de Oscar Harrison y no supo cómo responder. Afortunadamente Candy lo salvó; sonriendo tímidamente.

—Ya estamos listos para irnos.

—Bueno, aquí nos decimos adiós —dijo el padre de Leonette y se inclinó para darle un abrazo—. Cuídate mucho, Anthony.

—También tú.

Solo Stear y Archie hablaron en el trayecto de vuelta, mientras Candy miraba por la ventana y Anthony trataba de reprimir su llanto. Esta había sido una de las noches más largas de su vida, pero al mismo tiempo deseaba que no terminara nunca.

En pocas horas ella ya no formaría parte de su vida.

Entraron a la casa. Los sirvientes ayudaron a Anthony a bajar del coche y subir a su recámara, mientras Candy seguía sus pasos.

—No es necesario que te quedes aquí —le dijo—. Envía a alguien para que me atienda.

—De ninguna manera.

—Es una órden, Candy.

—Pero Anthony…

—Quiero estar solo —declaró con firmeza—. Y tú debes descansar.

—Si insistes. Te veo en la mañana para despedirnos.

—Tranquila, no es necesario. Sabes que no me gusta que me molesten tan temprano y menos por algo tan insignificante como eso.

—¿Cómo puedes decir algo así?

—Solo fuiste mi enfermera, Candy, ¿por qué debería darle tanta importancia a tu renuncia? —Se mofó—. ¿O quieres que te dé las gracias y me arrastre a tus pies llorando porque hiciste tu trabajo?

Aquellas palabras eran como fuego en su boca, imperdonables y una mentira que destruía todo a su paso. Pero quería lastimarla y que ella lo odiara, que no quisiera ver ni su sombra, porque ahora se daba cuenta de que un alguien tan despreciable como él no merecía pensar en ella, mucho menos anhelar su cariño.

Pero al ver los ojos que tanto amaba llenarse de lágrimas, las defensas de Anthony se volvieron cenizas y solo pudo desear que sus piernas funcionaran para levantarse y sostenerla fuerte entre sus brazos sin que pudiera irse jamás.

—Entiendo —respondió Candy, su voz quebrada y el rostro pálido—. ¿Es todo lo que quieres decirme?

—Es todo.

—Entonces adiós, Anthony Brown.

Sin agregar otra cosa, Candy salió de la recámara, dejando a Anthony con el corazón roto y un nudo en la garganta que apenas le permitía respirar. Pero no derramó una sola lágrima.

El tiempo pasó de forma casi irreal. Uno de los empleados le ayudó a prepararse para dormir, porque Anthony no podía sentir su cuerpo y apenas era consciente de lo que pasaba a su alrededor. Su alma estaba agonizando, y si se detenía a pensar en el dolor, probablemente no lo soportaría.

Durante varias horas Anthony no hizo otra cosa que permanecer acostado en su cama mirando el techo y tratando de responder una pregunta que le daba vueltas en la cabeza:

Candy, mi dulce Candy, ¿cómo haré para vivir sin ti?

En medio del caos de sus pensamientos, alcanzó a escuchar cómo alguien abría silenciosamente la puerta de su recámara. Al principio creyó que se trataba de su padre, pero reconoció la silueta inconfundible de Albert.

—¿Te puedo ayudar en algo, tío? —Le preguntó bruscamente.

—Creí que dormías, no fue mi intención molestarte.

—¿Entonces qué haces aquí?

—Solo quería saber cómo estás.

—Vaya sorpresa. Después de todo lo que ha pasado no pensé que te importarían mis sentimientos.

El magnate suspiró con pesadez.

—Jamás vas a entender lo que significas para mí, Anthony. Eres mi sobrino, el hijo de la única hermana que tuve, la que siempre extrañaré. ¿Cómo no vas a importarme?

Anthony tragó en seco.

—Sí tú lo dices. De todas formas me alegra que estés aquí porque necesito preguntarte algunas cosas sobre mi madre.

—¿Qué es lo que quieres saber?

Albert encendió una lámpara y ayudó a que Anthony se incorporara en la cama, sentándose a una considerable distancia de él.

Fue extraño estar junto a su tío y aún más darse cuenta de que sus ojos, tan parecidos a los suyos, seguían mostrando la misma calidez de antaño, sin odio ni reproches.

—¿Es verdad que el señor Harrison estuvo a punto de casarse con mi mamá? —Fue lo primero que dijo Anthony luego de unos instantes de silencio cargado de significado.

—Desgraciadamente es cierto.

—¿Fue antes o después de conocer a mi padre?

—Podría decirse que su compromiso fue durante esa época, pero en realidad Oscar amó a Rosemary desde que eran muy jóvenes —le explicó—. Tú sabes que los Harrison y los Andrey han sido socios desde hace mucho tiempo y fue inevitable que sus caminos se cruzaran.

—Pero ella no lo quería.

—No de la forma que él esperaba y eso fue evidente cuando apareció tu padre. Oscar sufrió un duro golpe al darse cuenta de que Rose prefería a un hombre de apellido poco conocido y que prácticamente vivía en el mar antes que a él, y reaccionó de forma mezquina.

—Déjame adivinar —dijo Anthony haciendo una mueca—: le contó todo a la tía Elroy, ¿no es así?

—Le llenó la cabeza de ideas. Cuando Vincent pidió la mano de tu madre, la tía dijo que preferiría morirse antes que ver a su sobrina casada con un simple Capitán y prácticamente encerró a Rose en la mansión. Y después Oscar…

—¿Qué fue lo que hizo ese hombre?

—Convenció a la tía de que él era la mejor opción para tu madre, de que solo su apellido podía ser digno de los Andrey, y prometió que se la llevaría lejos para que Vincent no pudiera encontrarla jamás. Durante aquellos meses, tu madre se volvió una sombra de la mujer que era y el brillo en sus ojos se apagó.

—No puedo creerlo —masculló Anthony furioso—. ¿Cómo es que Oscar se atrevió a lastimarla de esa forma?

—Estaba enamorado de ella, ¿acaso no es razón suficiente?

—Pues no, él… —comenzó a decir, antes de comprender la trampa en la que acababa de caer—. No es la misma situación que estoy viviendo con Candy.

—Jamás dije que lo fuera.

—Entonces deja de mirarme así.

—No creo que Oscar quisiera hacerle daño a tu madre, pero tampoco estaba dispuesto a dejarla ir —continuó—. Al final ese fue su castigo: ver como el cariño que alguna vez Rosemary sintió por él se desvanecía, dejando en su corazón nada más que resentimiento. Y a pesar de eso, insistió en el compromiso sin importar la desdicha que le estaba causando a mi hermana.

—Supongo que ahí fue donde intervino el señor George Villiers.

—¿Cómo lo supiste?

—Intuición —Anthony sonrió enigmáticamente y los ojos de Albert se iluminaron. Por una fracción de segundo, la complicidad del pasado resurgió entre los dos—. Pero sígueme contando.

—No hay mucho que decir. George creció al lado de Rosemary y no podía soportar verla tan infeliz, así que decidió ayudar a que escapara junto a tu padre. Eso fue lo único que terminó por convencer a la tía Elroy y no le quedó más opción que aceptar su matrimonio.

Anthony soltó una risita. Nunca imaginó que su madre, aquella a la que todos describían como una dama perfecta y de finos modales, sería capaz de causarle semejante dolor de cabeza a la tía Elroy. Pero tal vez así era Rosemary Andrey: una flor que no se deshojaba ni en la más dura de las tormentas.

¿Qué pensaría de Anthony? ¿Cuál sería su reacción si supiera que estaba lleno de amargura y resentimiento?

Sacudió la cabeza para apartar esos pensamientos de su mente.

—Dime una cosa, tío. ¿El señor George amaba a mi madre?

—Por supuesto que sí. Eran como hermanos a pesar de…

—No me refiero a esa clase de amor.

—Esa clase de amor sigue siendo amor, Anthony. Y fue suficiente para George —dijo con infinita paciencia—. A él solo le importaba que ella volviera a sonreír.

—¿Incluso si eso significaba perderla?

—Él nunca la perdió. Estuvo en el corazón de Rosemary hasta el final de sus días.

Los ojos del muchacho se inundaron de lágrimas al escuchar a su tío. No alcanzaba a entender la magnitud de aquello que George compartió con su madre, pero sí podía sentirlo muy dentro de su corazón.

Claro que ese hombre amó a Rosemary. La amó en silencio y tan intensamente que gracias a él Anthony estaba ahí, la prueba viviente de que al menos durante unos años, su madre pudo ser feliz.

¿Y mientras tanto qué estaba haciendo Anthony? Convirtiéndose en un espectro, en una sombra que a veces ni siquiera él mismo podía reconocer cuando se miraba en el espejo.

—Estoy tan cansado, tío. A veces siento que mi mente no me deja en paz.

—Lo sé, querido Anthony. Comparte conmigo esa carga que te atormenta.

—¿Qué hago si no tengo fuerzas para continuar?

—Puedes tomar prestadas las mías.

—No lo merezco —sollozó—. Me odio tanto. Me odio, me odio…

—Si es así, yo te amaré aún cuando tú no puedas hacerlo.

Sin decir una palabra, Albert lo abrazó, acariciando su cabello y permitiendo que llorara igual que un niño.

El dolor en su pecho era agonizante, y aún más aquellos monstruos que habitaban en su cabeza y que le llevaban a pensar que estaba solo. Pero no era así y Albert se lo demostró con una sonrisa, palabras tranquilizadoras y la certeza de que sin importar lo que pasara, él seguiría siendo su cómplice, su amigo.

El sol comenzó a despuntar en el horizonte cuando Anthony finalmente se tranquilizó.

—Ya es otro día —dijo, su voz ronca y desgastada por el llanto.

—Me iré para que duermas un par de horas.

—No sin que me respondas una última pregunta: ¿qué significa Candy para ti?

Sin importar que sus ojos lo delataran, Albert contestó.

—Siempre he tenido el alma de un vagabundo. Pero cada vez que la miro, pienso que sería feliz estando en el mismo lugar toda mi vida, si es junto a ella.

—¿La amas?

Albert sonrió.

—Más que a mi propia vida.

—¿Y qué vas a hacer si todos se ponen en tu contra?

—Me pondré en contra del mundo si es necesario. Pero no la voy a dejar ir, Anthony, a menos que Candy me lo pida.

Aunque tenía el corazón roto, Anthony se las arregló para ofrecerle una sonrisa a su tío.

—Eso es lo que quería escuchar. No serías un verdadero Andrey si te dejaras influenciar tan fácilmente —bromeó, volviéndose a recostar en su cama—. Bueno, ahora sí puedes irte.

—Está bien. ¿Quieres que te despierte antes de que Candy se vaya?

—No.

—¿Por qué no? Tienes que despedirte de ella, Anthony.

—No puedo decirle adiós, ni mirarla a los ojos y descubrir rencor por todo el dolor que le he causado.

—Anthony…

—Déjame en paz, tío.

Sabiendo que no había manera de discutir con él, Albert hizo un breve asentimiento y salió de la recámara.

El cansancio se apoderó de Anthony rápidamente, pero sus sueños no fueron tranquilos. Sólo podía escuchar el eco de esas palabras que lo habían atormentado en lo más profundo de su alma:

No solo perdí a Rosemary el día que se casó con Vicent o cuando murió, sino desde el instante en que traté de forzarla a que permaneciera a mi lado.

Él no quería ser como Oscar Harrison. No quería perder a Candy, ni recordarla con arrepentimiento. Quería verla como la luz más brillante que entró en su vida, sin que existiera una sombra que oscureciera su camino.

Despertó con el corazón acelerado y las lágrimas deslizándose por sus mejillas. Si sus piernas funcionaran habría salido corriendo, pero solo pudo llamar a los sirvientes con desesperación.

—¿Señorito Anthony?

—¿Dónde está Candy?

—Yo…

—¿Dónde está Candy? —Prácticamente le gritó al empleado—. ¿Todavía sigue en la casa?

—Sí, dijo que estaría en el jardín, pero sus maletas ya están arriba del coche.

Anthony suspiró aliviado. Aún había tiempo.

—Dile al chófer que no puede salir sin que yo se lo ordene. Necesito vestirme rápido.

Minutos después entró al jardín. Sus flores parecían tener más color, y al mirarlas pensó que si sus manos pudieron crear algo tan hermoso, todavía existía algo de bondad en su corazón.

No tardó mucho en encontrar a Candy. Estaba parada junto a las rosas que llevaban su nombre, en silencio y con los ojos cerrados.

—Vengo a felicitarte —dijo para sacarla de sus ensoñaciones

El rostro de Candy se iluminó al escucharlo.

—¡Anthony!

—Eres la sexta enfermera que me renuncia, pero al menos lograste soportar más de una semana.

—Te dije que ninguna de esas enfermeras se llamaba Candy White.

—También dijiste que tus pacientes lloran cuando te vas. Ahora veo que es cierto.

Candy se inclinó junto a su silla de ruedas y sonrió.

—Pensé que me odiabas.

—Para odiarte tendría que estar muerto, y aún así creo que mi fantasma encontraría la manera de encariñarse contigo.

—No lo creo. Mi fantasma sería tan irritante y entrometido que lo odiarías a primera vista.

Los dos se rieron entre lágrimas.

—Ay, Candy. No pensé que te gustaba tanto este trabajo.

—Me gustaba ser tu amiga —confesó en un hilo de voz—. Es lo único que quisiera ser toda mi vida, hasta el final de mis días.

—No pensarías lo mismo si supieras hasta qué punto te he hecho daño. Ahora veo que mi amor solo sería una cárcel para ti.

—No digas eso.

—Es la verdad y no tiene sentido negarlo. ¿Acaso no fue por eso que me rechazaste?

—Lo hice porque mereces más que un amor incompleto, Anthony. Si pudieras verte a ti mismo a través de mis ojos lograrías entenderlo.

—Entonces ayúdame. ¿Qué es lo que ves en mí?

Candy escudriñó su rostro con atención.

—Veo al chico que conocí en este jardín y que trató de esconder su gentileza. Veo al muchacho que me defendió de su tía, el que me habló de libros e historias, el que cultivó una rosa con mi nombre y le dio un significado al día de mi cumpleaños —dijo, tomando su mano entre las suyas—. Y te veo a ti, Anthony Brown, con tus ojos claros como el cielo, y sólo puedo pensar que me gustaría tanto que fueras feliz.

—Algún día lo seré, Candy. Mientras tanto quiero que me prometas algo.

—Lo que sea.

—Di que siempre me verás así. Dime que a pesar del dolor que te he causado, tu mirada no va a cambiar, y que en tu corazón habrá un lugar para mí.

—Ni siquiera tienes que pedírmelo…

—Pero quiero escucharlo.

—Te lo prometo, Anthony.

—Me conformo con ser algo en tu vida: un extraño, un paciente o un amigo. Pero no quiero convertirme en un villano para ti —sollozó—. No te retendré a mi lado si eso significa borrar tu sonrisa y todo lo que eres. No soportaría perderte así, sabiendo que solo seré una sombra en medio de tu luz. Y por eso hoy te dejo ir, Candy White. Te libero de aquella carga que puse sobre tus hombros el día que te pedí que fueras mi esposa. Actué como un imbécil.

—No digas eso, Anthony.

—Necesito que me perdones. Traté de obligarte a corresponder mis sentimientos aunque dentro de mí, siempre supe que tu corazón le pertenecía a otra persona.

—Basta. No es necesario que hablemos de esto.

—Lo sé, pero no viviré en paz a menos que lo digas —tomó una respiración profunda antes de continuar—: ¿Estás enamorada, Candy?

Su rostro era como un libro abierto. Ella no pudo esconder lo que estaba sintiendo, las dudas que cruzaban por su mente y las excusas en la punta de su lengua. Pero después asintió, posando esos maravillosos ojos verdes en los suyos, y Anthony supo cuál sería su respuesta.

—Sí —confirmó sin titubear—. Estoy enamorada.

—¿Y lo que sientes por él te hace feliz?

—Más de lo que puedes imaginar. Pero también me llena de miedo…

—¿Por qué?

—Porque soy la hija de nadie, sin apellido ni prestigio. ¿Qué valor puede tener alguien como yo?

Aunque sonara imposible, el corazón de Anthony se rompió en mil pedazos al escuchar esas palabras salir de los labios de la persona que más amaba en el mundo.

Y era su culpa. Si él no hubiera sido tan egoísta, si jamás la hubiera puesto en el camino de Leonette y sus intrigas, quizás ella no estaría sintiéndose de esa forma.

Tragando en seco, Anthony limpió las lágrimas de Candy y sonrió.

—Qué tonterías estás diciendo —le dijo—. Tú eres todo lo hermoso que existe en el mundo. Y quien se atreva a negarlo tendrá que vérselas conmigo.

—Cállate. Me haces sonrojar.

—Vas a tener muchos obstáculos en el camino, Candy, pero desde este día no seré uno de ellos —juró—. Si yo soy el causante de tu desdicha, prefiero dejar de existir.

—¿De qué hablas? No me asustes.

—Tranquila, no es lo que piensas. Es solo que te amo con toda mi alma, y tal vez pasarán años hasta que pueda verte como mi amiga, así que mientras eso pase tendré que alejarme de ti.

—Anthony…

—Eso no quiere decir que estoy enojado contigo o que ya no me importas; simplemente debo sanar todo lo que está roto dentro de mí.

—¿Qué piensas hacer? ¿A dónde vas a ir?

—Florida es un buen lugar para comenzar de nuevo. Además quiero saber quién es mi padre sin que exista un océano de por medio que nos separe.

Se miraron a los ojos durante un largo momento, en silencio, como tratando de descubrir que es lo que pasaba por la mente del otro, hasta que Candy finalmente rompió en llanto lanzándose a sus brazos.

—¡Cuánto te quiero, Anthony! En esta vida, en cualquier universo, yo no sería la misma si nunca te hubiera conocido.

—Gracias, Candy. Me quedaré con esas palabras hasta el día en que volvamos a vernos. Y cuando eso pase, seré tu amigo y no el fantasma que te atormente.

Aquel día Candy se fue, y el cielo estaba azul, los pájaros cantaban y Anthony seguía vivo, aunque había jurado que se moriría del dolor. ¿Pero cómo iba a sentirse triste si tuvo la dicha de amar a Candy White, de conservar su nombre en una de sus rosas?

—Adiós, mi amor —susurró al viento mientras ella se alejaba.

Cuando levantó la vista hacia la mansión, vio a su tío mirando a través de una de las ventanas y Anthony sonrió.


NOTAS:

¡Hola de nuevo! Primero que nada, quiero agradecerles por sus hermosos comentarios, creánme que guardo cada uno de ellos en mi corazón y me motivan a continuar escribiendo y soñando con estos personajes a los que todos amamos. Mil gracias por todo el apoyo que me han dado aquí al igual que en Wattpad, no encuentro las palabras para retribuirles, pero ojalá esta historia sea suficiente.

Quería dedicar este capítulo a cerrar la historia con Anthony. Desde que vi Candy Candy por primera vez, Anthony representó para mí la esperanza de que existe bondad infinita en el mundo, y hasta el día de hoy, le guardo un amor inmenso y sé que al menos en mi historia, encontrará la felicidad aunque sea un camino difícil.

Ojalá estén listas. Pronto van a regresar nuestros amados hermanos Leagan y la querida tía Elroy a darle un poco de sabor a esta historia, ¡nos estaremos leyendo!