18

LA PRÓXIMA SEÑORA ANDREY

—¿Estás bien? —Le preguntó Albert a su sobrino cuando bajó al jardín.

El muchacho llevaba más de una hora mirando las mismas rosas blancas con una expresión ausente y los ojos azules llenos de tristeza, pero cuando escuchó su voz, Anthony levantó los ojos y le dedicó una sonrisa.

—No —admitió—. Pero quizás lo estaré algún día.

—¿Quieres hablar sobre eso?

—No hay mucho que decir. Yo la amo y tendré que vivir el resto de mi vida sabiendo que ella no siente nada por mí.

—Candy te quiere más de lo que imaginas.

—Sí, como un amigo —se rio—. Pero ella no es mía, su corazón le pertenece a otro hombre. Te pertenece a ti.

Albert entendía la desesperación de su sobrino; cuando pensaba en Candy amando a otro hombre, sentía que ardía de celos y dolor.

—Tal vez tienes razón.

—Pero no importa. Ya no está aquí, y debo dejarla ir aunque eso me cueste la vida.

—No digas eso, Anthony. Sanarás tu corazón y volverás a ser feliz, eso te lo prometo.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Muy fácil —se encogió de hombros—. Nadie en este mundo merece la felicidad más que tú.

Los ojos azules se llenaron de lágrimas y una vez más Albert se sorprendió al ver el parecido entre Rosemary y su hijo. Los dos eran bondad pura y la fragilidad de una rosa, pero al mismo tiempo ocultaban una fortaleza que nadie podría entender a menos que la mirara de frente.

—¿Por qué eres tan bueno? —Le preguntó Anthony en medio de una risa cargada de sentimiento—. Ahora entiendo porqué Leonette está obsesionada contigo.

—¿Leonette?

—Por favor, tío. ¿Acaso no te has dado cuenta de que esa chica está loca por ti?

—A ella le interesa William Andrey, uno de los hombres más ricos de Norteamérica, pero no Albert. Es un capricho que va a superar tarde o temprano.

—Yo no estaría tan seguro de eso. Hablé con Leonette y su padre, y los dos están convencidos de que pronto le pedirás matrimonio.

—Me tiene sin cuidado lo que piensen —replicó Albert—. Solo existe una mujer que llevará mi apellido y esa no es Leonette.

—¿De qué hablas?

Albert suspiró al contemplar la expresión derrotada de su sobrino y se debatió entre decirle la verdad o permitir que arreglara su corazón antes de volvérselo a romper definitivamente.

—Voy a pedirle a Candy que se case conmigo —dijo—. No pienso esperar más tiempo para convertirla en mi esposa.

—Oh. Ya veo.

Cualquier otra persona no habría notado el cambio en la expresión de Anthony, pero Albert lo conocía como a la palma de su mano y vio la zozobra en sus hombros y la breve tensión en la comisura de sus labios.

—Quiero que lo sepas desde este momento porque me importas, Anthony.

—¿Te importo lo suficiente como para pedirte que no te cases con ella?

—No existe poder en el mundo que me haga cambiar de opinión —sentenció tajantemente—. Ni siquiera tú podrías convencerme de lo contrario.

—¿Ni la tía abuela?

—En especial ella. Es bienvenida a compartir mi felicidad, pero de ninguna manera le pediré su consentimiento para casarme con la mujer que amo.

Anthony no respondió y su silencio pareció extenderse durante una eternidad, hasta que finalmente esbozó una sonrisa tan sincera que alcanzó sus ojos.

—No cabe duda de que eres William Albert Andrey —le dijo—. Muy bien, tío. No me meteré en tu camino, pero tampoco puedo decir que me alegra la decisión que has tomado.

—Eso lo entiendo.

—Tal vez algún día eso cambie. Mientras tanto prefiero alejarme y sanar mi corazón roto.

—Eres libre de hacerlo. Pero no olvides que este es tu hogar, y siempre estará esperándote con las puertas abiertas.

Los dos contemplaron las rosas sin decir una sola palabra, aunque no era necesario que lo hicieran. El cariño que compartían era suficiente para hablar por los dos.

Después de eso Albert regresó a la oficina teniendo un solo pensamiento en la mente: la terrible necesidad de ver a Candy, tomarla entre sus brazos y besarla hasta quedarse sin aliento.

A esa hora probablemente ella estaría en su modesto departamento iluminando el espacio con su luz, con esa dulzura que parecía seguirla a todas partes. Probablemente el amor que sentía por Candy lo estaba volviendo loco, porque deseaba más que nada salir a buscarla y llevársela a su lado para no dejarla ir.

Si de él dependiera no esperaría un mes, ni siquiera una semana para casarse con ella. Mandaría al demonio a todo aquel que se atreviera a detenerlo y la desposaría en un instante.

Pero Candy merecía lo mejor y por esa simple razón estaba dispuesto a esperar el tiempo que fuera necesario.

—¿Pasa algo, muchacho? —Dijo George llevando unos documentos en las manos.

—En lo absoluto, ¿por qué lo preguntas?

—Pareces distraído. Apuesto que ni siquiera recuerdas que tenemos una reunión con los inversionistas en media hora.

—Lo olvidé por completo —sonrió—. Pero no puedes culparme, George. Tengo mis razones para no estar enfocado en el trabajo.

—Espero que esas razones sean más importantes que el proyecto del hotel en Nueva York.

—Sí, infinitamente más importantes. Después de todo se trata de la próxima señora Andrey.

—¿De qué hablas, William?

—No tiene sentido que lo oculte. Estoy profundamente enamorado.

George no se esforzó en disimular su sorpresa.

—Jamás pensé que escucharía esas palabras salir de tu boca —confesó—. Pero cuéntame quién es, cómo se llama…

—Todo a su tiempo, George. Cuando la conozcas vas a entender por qué me tiene completamente hechizado.

—¿Pero estás seguro de lo que vas a hacer?

—Nunca estuve tan seguro de algo —sentenció—. Mi vida solo tendrá sentido si puedo compartirla a su lado.

George lo miró con una expresión pensativa.

—Cuando hablas de esa manera siento que estoy frente a tu padre. Pero definitivamente el espíritu que vive dentro de ti es el de Rosemary.

—¿Y me apoyarás como hiciste con ella?

—Lo haré siempre, muchacho.

—Bien, entonces vamos a esa reunión —se puso de pie, acomodando su impecable traje negro y metiendo los documentos al maletín—. Hoy quiero salir temprano de la oficina.

—Me imagino que tiene que ver con la jovencita que te está haciendo perder la cabeza.

Albert sonrió tanto que las mejillas empezaron a dolerle.

—No te equivocas.

El resto del día pasó con una lentitud agonizante. Después de hablar con los inversionistas y terminar de revisar unos contratos, Albert le pidió a su secretaria que cancelara todos sus asuntos, incluyendo la comida en casa de los Harrison a la que fue invitado.

—Señor Andrey —se sorprendió—, ¿qué debo decir si preguntan por usted?

—No tienes que dar ninguna explicación.

—Es que me sorprende, usted no es la clase de personas que cancela sus compromisos, y hace un momento la señorita Leonette Harrison envió a su mayordomo para preguntar sobre su asistencia.

—En ese caso dile que tuve una emergencia —respondió Albert pacientemente—. Nos vemos mañana.

Antes de que surgiera un imprevisto Albert salió de la oficina, pero incluso el trayecto en su automóvil le pareció eterno. Solo cuando tuvo frente a sus ojos el edificio donde Candy se estaba quedando sintió que volvía a respirar.

Ahí adentro estaba la mitad de su corazón, su vida entera.

Tocó la puerta dos veces tratando de mantener a raya su impaciencia. Adentro del departamento se escuchaba el ruido de platos cayendo al piso y la voz de Candy soltando unas cuantas maldiciones.

A los pocos segundos abrió la puerta y sus ojos verdes se iluminaron de alegría.

—¡Albert!

Sin poder contenerse, el empresario la abrazó con fuerza. Tenerla así era como un bálsamo para su corazón y en ese instante Albert supo que nunca la dejaría ir.

—No te muevas —susurró—. Déjame recordar cómo se siente estar a tu lado.

—Hablas como si no nos hubiéramos visto en años —replicó Candy sonriendo—. Apenas nos separamos un día.

—Un día o una hora me da exactamente lo mismo. Solo voy a estar tranquilo el día que pueda hacerte mía en todos los sentidos.

Candy se separó ligeramente de él.

—¿No quieres entrar?

—Quizás no es buena idea que estemos solos en tu departamento.

—¿Por qué no?

—Si alguien nos ve podrían llevarse una impresión equivocada y lo último que deseo es perjudicarte.

—A mí no me importa lo que digan las personas —dijo Candy, y después se mordió el labio para agregar ruborizada—. Además, a mí si me gustaría que estemos solos tú y yo.

Albert sintió que algo ardía en lo más profundo de su ser. ¿Cómo iba a negarse a esas palabras y al rostro inocente y hermoso de la persona que más amaba en el mundo?

Una vez que la puerta se cerró a sus espaldas el poco autocontrol que le quedaba se esfumó. Como un sediento, los labios de Candy eran el agua que necesitaba para sobrevivir y tomó con avidez lo que era suyo.

Candy respondió deliciosamente al beso, tan sensible como si con su tacto le hiciera perder el sentido de sí misma. Aunque resultaba obvia su inexperiencia, correspondió apasionada, enredando sus manos en el cabello del hombre y tirando de él suavemente.

Albert mordisqueó sus labios y los acarició con la punta de la lengua, estremeciéndose al escuchar el gemido que Candy dejó escapar. Acarició su espalda, la estrechez de su cintura, y supo que si no se detenía en ese instante no podría ser un caballero.

Agitado y sin aliento, apoyó su frente sobre la de Candy y cerró los ojos.

—Vas a ser mi muerte —confesó en un susurro.

—Prefiero ser tu vida, tal como tú eres la mía.

Se quedaron en silencio un minuto sin hacer otra cosa más que sostenerse con firmeza el uno al otro, queriendo fundirse y olvidar obstáculos y convencionalismos.

Pero la tranquilidad se vio interrumpida.

—¿Qué fue ese ruido? —Preguntó Albert—. ¿Acaso huele a quemado?

—¡El guisado!

Candy prácticamente corrió hacia la cocina y Albert la siguió riéndose por lo bajo. Efectivamente, una de las ollas sobre la estufa parecía haber cobrado vida propia y a punto de explotar.

—Espera, déjame ayudarte.

—Tardé horas en preparar este guisado y lo arruiné —se lamentó Candy mirando su obra—. Debes pensar que soy una tonta.

—No, solo pienso que eres una pequeña distraída y te adoro más que a mi vida.

—Mentiroso.

—¿No me crees?

—No. Ahora ya sabes que no sirvo para ser una esposa.

Sintiendo que el corazón le iba a explotar de amor, Albert aprisionó a Candy entre sus brazos y cubrió su rostro de besos hasta que la expresión malhumorada cambió por una sonrisa.

—Para mí serás la mejor esposa —le dijo—. Y yo comeré cualquier cosa que preparen tus manos.

—¿Aunque se trate de una aberración culinaria?

—Por supuesto, si me juras que después te tendré así: sonrojada, feliz y tan cerca de mí que puedo escuchar tu pulso.

—No te quiero matar de hambre ni que te enfermes por mi culpa.

—Vamos, Candy. Hablas como si hubieras cocinado veneno —la soltó para inspeccionar el guisado en la olla—. Incluso estoy convencido de que tu guisado puede salvarse.

—Eso es imposible.

—¿Ah, sí? ¿Quieres apostar?

Las horas pasaron con rapidez. Juntos, Albert y Candy trabajaron en sintonía cortando verduras y mezclando los ingredientes mientras reían a carcajadas por cualquier tontería. La sencillez del momento en ese pequeño departamento eclipsaba cualquier lujo, y por primera vez en muchos años, Albert se sintió en paz.

—¿En qué piensas? —Le preguntó Candy una vez que se sentaron a comer.

—En que si esta es la vida que me espera junto a ti voy a ser feliz hasta mi último suspiro.

—Ahora dices eso, pero tal vez en unos años…

—En unos años miraré hacia atrás sin entender cómo tuve tanta suerte —interrumpió tomando su mano—. Y quizás en ese entonces no seremos solo tú y yo, sino también una niñita con tus pecas y tu sonrisa.

—O un niño con el color de tus ojos que amará a los animales y la naturaleza —sonrió—. Pero solo es un sueño bonito.

—Lo haré realidad aunque me cueste la vida —juró con vehemencia.

—Tengo mucho miedo.

—Debes confiar en que haré lo que sea por ti. Me compadezco de la persona que se atreva a meterse en mi camino.

—Eso no es lo que me preocupa…

—¿Entonces?

Con la mirada triste, Candy suspiró:

—Que yo no sea capaz de protegerte.


Elroy Andrey amaba Florida, pero extrañaba a sus sobrinos.

Jamás admitiría en voz alta que el silencio de la casa era insoportable y necesitaba el bullicio de Anthony, Stear y Archie, o los dolores de cabeza que le provocaba William con sus absurdas ideas.

Aunque si se trataba de eso también tenía a los Leagan para causar suficientes angustias.

—¡Tía Elroy!

—¡Elisa! —Exclamó furiosa—. Esa no es forma de llegar sin que te anuncien previamente.

—Lo siento mucho, tía. Esto no podía esperar.

—¿De qué se trata?

—De algo tan terrible que quizás no debería decirlo, pero se trata del futuro de los Andrey y nadie mejor que usted puede resolver esta situación.

—Suficiente, Elisa, no me hagas perder la paciencia.

—Esta mañana recibí una carta de Leonette Harrison —comenzó nerviosa—. La pobre chica tiene el corazón roto porque está convencida de que el tío William se casará con la enfermera de Anthony, la que salió de un sucio orfanato.

—¿Pero qué tontería estás diciendo?

Pálida, Elroy Andrey dejó caer su taza y terminó haciéndose añicos. Elisa estaba igual de afectada que ella y se sentó a su lado en el sofá.

—Desearía que fuera una broma pero no es así. Leonette siempre sospechó que esa mujer podría estar seduciendo al tío William pero ya está completamente segura, dice que él se desvive por ella y solo busca complacerla.

—No, pero eso no puede ser posible…

—Esto es lo peor que podría ocurrirle a los Andrey —se lamentó Elisa—. La huérfana desgraciada solo quiere nuestra fortuna; primero enamoró a Anthony y rápidamente se dio cuenta de que su futuro estaría asegurado con el patriarca, así que volcó sus intenciones con él.

—¡Silencio, Elisa! No me digas que también Anthony también está involucrado con esa horrible mujer.

—Sí, aunque eso no es lo peor, sino el daño que le causará a la familia. ¿Usted se imagina lo que dirán los socios cuando sepan quién será la próxima señora Andrey?

Elroy sintió que se moriría del disgusto.

—No me siento bien, llama al doctor.

—Por supuesto, tía.

—Y dile a una sirvienta que prepare mis maletas en este preciso momento —dijo, sus ojos centellando con un brillo calculador—. Mañana mismo regresamos a Chicago para eliminar este problema.


NOTAS:

¡HOLA! No saben la alegría que siento al compartirles este nuevo capítulo en un momento en el que mi vida ha estado cambiando mucho (y para mejor). Por eso quiero que compartan un poco de lo que vive en mi mente y puedan imaginar esta historia junto a mí.

¿Qué les pareció? Me encanta leer sus comentarios, esa es la razón por la que continuo escribiendo cada día, nada me da más gusto que saber de ustedes y sus pensamientos. Ánimo, les pido que se preparen porque ya pasó lo difícil (el asunto de Anthony) y ahora sigue lo peor :D

¡Nos vemos!